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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Propuesta para la mañana de hoy, día 25 de diciembre. Varios y Vic Chesnutt.

Cuando nací, mi madre no estaba en casa; así que nací solo. Fui a la vecina y le dije: “Señora ¡que he nacido!”. Al poco llegó mi madre y se llevó una gran sorpresa.



¡Qué grande, Gila!

El eco del segundo disparo se apagó justo cuando se desvanecía la última campanada que anunciaba la navidad de 1771. En plena  Nochebuena. Y en ese momento, 180 años después, irrumpió en el mundo quien esto escribe. Fue la única vez que la familia dejó de cenar “sopa de menudillos”. De hecho mi primer recuerdo es esa ausencia. Cuando, después de 60 años, dejamos de comerla, la familia YA no existía.

Mi entrada en el mundo está unida, pues, a esa escena ridícula, a ese “¡Adiós! ¡Adiós!” De ahí que mi vida en su primera parte fuera una acumulación de despedidas.


“Werther” exhaló su último suspiro (por cierto en la boca del mayor de los hijos de su viejo y querido mayordomo) mediado el día de Navidad, librándose de una vejez desdichada y comatosa, por evidente pérdida de masa cerebral.

También Charlie Chaplin eligió este hermoso día para morir.

Y Maurice Utrillo para nacer, de cualquier manera. El alcohol, sin embargo, lo conservó puro. Miembro de la “Trinidad maldita”, acabó sus días plácida y ricamente. Algo he dicho en otra parte.

No es este el único presagio: “Por fin se elevó el ancla, se largaron las velas y nos deslizamos adelante. Era un día de Navidad, corto y frío, y cuando el breve día nórdico se fundió en noche, nos encontramos casi en alta mar en el invernal océano, cuya congeladora salpicadura nos envolvía en hielo como en una armadura pulida.”

¡¡Homérico!!



Mientras el “Pequod” zarpaba desde la isla de Nantucket con Ismael y el “salvaje” Quiqeg entre su tripulación, yo descabezaba mi primer sueño (y digo descabezar porque ya lo hacía con dificultades). Y así como el “Pequod” abandonó aquel medio día la segura isla para internarse en el complicado cerebro de Akab, así yo me deslizaba hacia el mar abierto, lleno de monstruos, de la vida. 

Me concibieron, el primer día de la primavera del 51, en una hermosa cala, cerca de la ciudad de Cartagena, donde mi padre, al comienzo de su triunfal carrera en la “benemérita”, vigilaba la costa con la misma eficacia con la que después mantendría a raya el desierto de Fortuna. Sólo le faltó conducir un caza, para que aquello de “por tierra, mar y aire” fuera aplicable a mi progenitor.

«Fui despertada por el sonido de una música nueva, maravillosa y desconocida tocada por un conjunto de cámara. Al finalizar, Richard apareció con mis cinco hijos y me entregó la partitura llamada “Regalo sinfónico de cumpleaños”». (“Diario” de Cósima. Mañana del 25 de diciembre de 1870).

¿Puede alguien sacarme de dudas: la hortera esta nació el 24 o el 25 de diciembre? Aquella Navidad cumplía 33 años.


Se trataba del estreno mundial del “Idilio de Tribschen con el canto de los pájaros de Fidi y el amanecer del sol anaranjado, como cumplido sinfónico de cumpleaños. Presentado a Cósima por su Richard”, después llamado, juiciosamente: “Idilio de Siegfried”, una de las pocas obras sinfónicas de Wagner, incorporada después, casi en su totalidad, a la ópera “Siegfried”. Una estructura inspirada pero en la que se hacen demasiado evidentes los  puntos de sutura de los diferentes fragmentos que lo componen. Una obra en la que los guiños y confidencias familiares son tantas que pensaron reservarla para uso interno. Sólo las “necesidades” financieras hicieron que Richard la vendiera.

Aquella mañana de domingo, Nietzsche se encontraba en la magnífica casa de los Wagner  a la orilla del “Lago de los Cuatro Cantones” y fue testigo del acontecimiento. Aún llevaba la caca de la guerra franco-prusiana pegada en el culo. Su “experiencia de guerra” fue más bien limitada y poco heroica. Les regaló: a ella, un adelanto de lo que sería “El origen de la tragedia” y a él, una lámina de Durero: “El Caballero, la Muerte y el Diablo”. Regalos, vistos desde la distancia, sumamente adecuados.

Este día tan señalado ha sido elegido por muchos para nacer o morir. O para dar significado a ciertos acontecimientos. Es un verdadero “cluster”. Es necesario un cedazo bien calibrado para seleccionar lo pertinente.

La misma “Lolita” (“Lo”) lo eligió para dar a luz. Su hija (así lo prefiero) tendría ahora mi edad y viviría en una “verdirrosa” ciudad de Nueva Inglaterra “engordando y engordando hasta morir”. Por suerte H.H. no vivió para verlo.



Hace un mediodía espléndido. “Hegel” y yo comemos unas “migas tortilleras” (bueno, él lo que cae) en Mahoya. Estas migas si no las acompañas con un tintorro de la tierra, al mero contacto con los líquidos bucales, se convierten en mortero. Para despegarlas tendrías que pedir la radial al vecino. ¿Qué qué hacemos aquí, al borde de la nada y no estamos celebrando este señalado día con la familia? ¿Qué quieren que les diga? En mi familia hace años que hemos llegado a un acuerdo cordial y beneficioso: nadie pide explicaciones a nadie. Nadie se ve obligado a nada… ¡No me dirán que no es una gran ventaja una familia así!  ¿Cuántos de Vds. no darían una fortuna por estar tan ricamente en Fortuna, comiéndose unas “migas”, sin necesidad de aguantar al cuñado o a los niños, sabiendo, además, que esta noche serás bienvenido y que eso forma parte de tu intocable forma de ser? ¿Qué no darían muchos de Vds. por una familia como la mía, en la que todo fluye sin obstáculos, sin compromisos y que, además, le garantiza a uno unas comidas de navidad como, seguro, no las han visto en su vida…y no digamos ya catarlas?

Una gran ocurrencia de Shane Mac Gowan (nacido tal día como hoy, del año 1957): acelerar la música folklórica irlandesa sobre una ruidosa base punk-ska y litros de alcohol.  Un Bukovsky desdentado y deslenguado que dio personalidad (esquizofrénica) a uno de los grupos que más han llegado a mi corazón (sobre todo si te ponías al lado de los bafles): “The Pogues” (elegante simplificación de “Bésame el culo”).


Con Joe Stummer ya fue otra cosa.

Le pongo los auriculares a “Hegel” y le enchufo “Sketches of Sapin” y “Fiesta”, levanta las orejas, arruga el ceño, husmea el aire y sobre dos patas comienza una danza frenética. Los bajos de la mesa le parece escenario escaso y se lanza al centro de la plaza.

–Pero, “Hegel”… ¿lo tuyo no era el “lieder”?

–¡Ya ves!

Acabado el espectáculo se acerca a exigir la recompensa. De todos los rincones de la plaza le llueven trozos de cerdo que se zampa sin dejar de mover el rabo. El camarero nos trae, de parte de un siniestro grupo de autóctonos que se inflan a “michirones”, una botella de “Jameson… ¡y que no sobre ni una gota!

–¿No tienes esa de “Sex Machine” (*)?

Lo cojo por una oreja y lo meto debajo de la mesa. Me dice no se qué de Van Gogh. Este perro tiene una memoria excepcional. Pues sí, Van Gogh, tal día como hoy, del año 1888, estaba siendo trasladado al Hospital de Arlés.

“El 25 de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk Eastman amaneció en una de las calles centrales de Nueva York. Había recibido cinco balazos. Desconocedor feliz de la muerte, un gato de lo más ordinario lo rondaba con cierta perplejidad.” Su tarifa por cortar una oreja ascendía a 15 dólares, por una puñalada exigía 25 y 100 dólares “por el negocio entero”. Alguna vez afirmó que: “Muchos bailecitos del Bowery eran más bravos que la guerra europea”. Lean a Borges.




 La botella de “Jamenson” refleja los últimos rayos de sol. Sobre la mesa un arcoíris. En un rincón de la plaza el grupo siniestro controla la marcha de la cosa. De aquí nos sacarán con los pies p’alante. O igual me quieren robar el perro. Levanto el vaso en su dirección y lo elevo un poco en señal de gratitud y de vasallaje. Ellos asienten a cabezadas.

¿Conocen Vds. a Vic Chesnutt? ¿No?...  ¡Pues a qué esperan! Su música doliente, ácida, sobresaliendo de oleadas de sonido espeso y sucio o, por el contrario, paseándose por entre pellizcos dolorosos, es de la que no se olvida. Su manera mínima de tocar la guitarra (mano izquierda  reducida a tres dedos útiles y mano derecha inutilizada, como un Django parapléjico), su voz doliente y sus “letras” lúcidamente estremecedoras. Escuchen “Cobarde” y díganme cuanta valentía hace falta para afrontar la cosa. Él, simpático y amoroso, reducido desde su juventud a una supervivencia grotesca, siembra dignidad en las, a veces, estériles tierras de los oyentes.


Acumuló facturas con un Seguro Privado  que finalmente no pudo pagar. Debía 60.000 dólares y no podía pagarse ninguna intervención más. La Compañía lo entendió y lo dejó morir. Él prefirió quitarse la vida (tal día como hoy, del año 2009). Otro ejemplo del “ejemplar” sistema sanitario estadounidense. Para no salirme del tema: También el padre de Billie Holliday murió como un perro a las puertas de un hospital… ¡por negro y por pobre!

Antes del suicidio, el “Ángeles Times”: “Si alguna vez usted necesitó un claro ejemplo de la crueldad institucionalizada del sistema de salud americano, pregunte a Vic Chesnutt”.
Y el propio Chesnutt afirmaba: Podría morir mañana por otras operaciones que necesito que no me puedo permitir.

Busquen en You Tube: “Empires of tin” película (?) de Jem Cohen (apunten este nombre en la lista de sus favoritos), cójanse una botella de “Master Jaeger” (¿)…vamos, el del ciervo y suelten amarras: Roth y Bush padre, unidos en una crónica de la decadencia. Chesnutt y los suyos convierten la filmación en  penosamente inolvidable.



El grupo de la esquina sigue “intrigando”. Creo que nos quieren romper las piernas, “Hegel”. Tu baile… ¡Atento, “Hegel”, se acerca uno!

–Buenas tardes

–Buenas…

Hegel” se eriza y yo cojo la botella de “Jamenson” por el cuello dispuesto a lo que sea. ¡Lástima que aún quede un culito!

–No es Vd. el hijo de su padre…etc…etc y el hermano de …etc…etc

–Pues… ¡sí!  ¡Pa lo que haga falta!

Resulta que son antiguos condiscípulos de la escuela de los “cagones”. Intercambiamos recuerdos. Los suyos son más abundantes y coloristas. Todos juntos nos pimplamos otra botella de “Jamenson”. El sol se pone. El arcoíris desaparece. La plaza gira. Creo que nos vendría bien un paseo. Nos despedimos entre promesas y buenos deseos.

–¡Felices Pascuas!

–¡Felices! Y que nos volvamos a ver con salud.

Dejamos el coche en la plaza y nos vamos al “Balneario” andando. “Hegel” trota como
un potro. Mientras llegamos hay tiempo suficiente para rememorar el último paseo de
Robert Walser.  ¿Tampoco conocen a Walser? ¡Vaya!  

Hay un paseo más triste (15 de enero), pero el último paseo de Walser se las trae. Tanto
que decido dejarlo para la tarde.

La piscina termal sigue abierta.
Media luna. Las palmeras se mecen.
¿Me baño o no me baño?

–¡Ahógate!







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