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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Propuesta para la tarde de hoy, día 25 de diciembre. Robert Walser.

(Los asteriscos (*)  remiten a “razones efemerísiticas”).



Mi padre, que tal día como hoy, del año 38, pasaba nostálgico la navidad en cualquier  posición del “frente del Segre”,  me hablaba de paseos siniestros y azaharosos por entre los limoneros. Todos acababan con ruidos secos y con un sonido como de saco de patatas al ser descargado de un camión.  Así que siempre he tenido algo contra los paseos. No soy paseante. A veces “flaneo”, pero eso es más bien incursión aventurera, azarosa. Yo voy (y vengo)…aunque, a veces, en el camino, me entretenga.

El paseo tiene algo de vintage, como las postales. En realidad casi nadie pasea: obedecen órdenes médicas o exigencias estético-sociales. Nadie envía postales.

–Así que me utilizas como terapia, ¿eh?

–Como conciencia lógica, diría.

–¡¡Es lo mismo!!

–Cualquier día te cambio por un “Robot (*)Universal Rossum”

–Tarde o temprano tomaría conciencia de la explotación… ¡y me las pagarías!

–¡¡Salamandra *!!...

–Sólo te falta decirme “¡carroña!”…como al perro Salamano.

–¡Sweets dreams!*

El día es magnífico… sino fuera por estas pequeñas discusiones. Hemos ocupado el sitio que ocupamos ayer, bajo las palmeras y Hegel, cabizbajo, se prepara para una tarde perros.

Como no me gusta mezclar, pido una copita de Jameson. El camarero (camarera) le pone a Hegel un recipiente con agua. Gracias. Cojo el vaso con la elegancia natural de Bogart (*) y no con la chula displicencia de Dean Martin (*) que, por cierto, ha dejado dicho que lo que bebía no era güisqui sino té frío. Así que el mapa de Cariñena que pacientemente se fue dibujando en sus mejillas era pura coquetería.



Dejando aparte el Dry (estilo Buñuel), no soy amante de los cócteles. Si lo fuera, hubiera pedido un Chicote (*): coctelera, tres cubitos de hielo, cucharada de Grand Marnier, media copa de vermut rojo y media de ginebra seca. Se sirve en vaso de cóctel con un trocito de espiral de piel de naranja.

Chicote logró la mayor colección de botellas (llenas) del universo-mundo, que el mismo Onassis quiso comprarle por una millonada. Cuando murió fue a parar a las garras del caradura de Ruiz Mateos. Al final se encontró en una nave de Las Rozas… Sic transit gloria mundi.

Dio más vueltas que el corazón de Macià *. El pobre Tarradellas tuvo que soportar su hedor durante decenios y al final resultó ser el de un pobre desgraciado al que habían partío el corazón. Abierta la tumba para recolocarlo, resultó que nunca le habían robado el órgano vital. Cosas de la masonería que, en eso, se parecía a Goethe * a quien, por cierto, una jovencita le rompió su viejo corazón en Marienbad, igual que otra jovencita (Ch. Volpius) se lo había curado decenios antes. Pese a lo remirado y amante del orden como me lo imagino, tuvo un hijo natural con la Volpìus: Julius August Walther von Goethe, que vivió lo suficiente para ver a su padre haciendo el ridículo en el balneario, pero no para sacarle la mascarilla mortuoria… que de haber estado Alma Mahler…El tal Julius nació un día como hoy, de ¡1789! (mientras su padre, aparte de seguir los avatares de la Revolución Francesa, escribía “La Selva Negra” y daba pasos hacia un neoclasicismo italianizante). Y murió en ¡1830!, el año de las tres revoluciones: “La Sinfonía Fantástica”, “Hernani” y la que pintó Delacroix…¡para horror del padre!

No contento con lo que había conseguido en la corte de Weimar y en el campo de las letras, se lanzó a rebatir, sin éxito, la teoría de los colores de Newton*.

Por su (de Chicote) local de la Gran Vía pasaron tutti quanti podían pagarse el gusto. Incluido, naturalmente, Dean Martin y Sinatra en los tiempos que disputaba por su “novia” con un torero catalán.
No es banal el detalle de que fuera Chicote (¡desde los tiempos de Besteiro hasta la Transición!) el “encargado” de la(s) barra((s) del Congreso de los Diputados.

O me doy prisa o me dan las uvas.

La tarde va cayendo. Yo sigo su ritmo. El perro duerme. A partir de este momento todo se desliza hacia abajo.

Cualquier acontecimiento puede ser contado de diferentes maneras, depende del estilo y, por qué no, del humor con que te levantes. A mí me ha salida esta:




Ese hombre que, tal día como hoy del año 1956, encuentran muerto en la nieve lleva 27 años recluido en clínicas mentales, 23 de los cuales en Herisau, Appenzell-Ausserrhoden, Suiza…ese extraño país lleno de recelosos pajaritos de madera, es Robert Walser, escritor de escritores, y lleva 23 años sin escribir ni una línea (“he ingresado para estar loco, no para escribir”) Su elegancia, su finura, su delicadeza… su ironía, su ternura… su silencioso e intrascendente parloteo, su discreción y armonía, todo, ha quedado desfigurado por una ligera capa de nieve que le cubre el cuerpo. Su desprendimiento se manifiesta en el sombrero, que yace apartado, como velando el cadáver. El índice y el corazón de la mano izquierda amarillean por su afición a los cigarrillos Maryland… Y a punto estuvo de quedar sepultada su profundidad.

Le gustaba el invierno, la soledad (por llamarlo así)… y no por atrabiliario, aunque un poco receloso sí que era, sino a causa de la simplicidad y recogimiento del paisaje invernal.

Prefería servir a ser servido.

Tú ibas y él volvía (paseando).

El mundo para él, estaba entero en el camino que conduce de Herisau a Saint Gallen, que conocía con los ojos cerrados, como yo el de mi casa al condis.

La navidad del 54 la había celebrado con un paseo  por los prados y bosques que hay de camino a las ruinas del castillo de Herisau. Iba en compañía de su “tutor”, el benefactor (y poco reconocido) Carl Seeling y, naturalmente hablaron de von Kleist, que parecía formar parte del menú de navidad. Walser estaba de acuerdo con el rechazo que Goethe sentía por el romántico. Siguieron paseando y Walser dejó caer:
–“En general, las gentes llamadas “malas” no son en absoluto tan malas como las llamadas “buenas””– Y lo ilustró con ejemplos.



La Navidad del 55, bajo una ligera lluvia e inmersos en una espesa niebla, se dirigen a Saint Gallen y naturalmente vuelve von Kleist y su “Cántaro roto”. Goethe fue el responsable de su fracaso en Weimar. Los silencios son cada vez más prolongados. Y la conversación, entrecortada, pasa de un tema a otro, según el paisaje y sus componentes iban pasando ante sus ojos.

La navidad del 56, o sea, tal día como hoy, el perro dálmata de Carl, “Áyax”, se encontraba enfermo y Carl no quiso dejarlo sólo. 
“Debido a su penoso estado, había aplazado el siguiente paseo con Walser de Navidad a Año Nuevo…De pronto sonó el teléfono. El médico jefe me dio la noticia de que, poco después del mediodía, Robert había sido encontrado muerto en un campo nevado… el mismo en que las navidades del 54 habíamos pasado horas inolvidables. Esa noche no quise ver más árboles de Navidad. Su luz me dolía demasiado”.

–No, si aún tendré yo la culpa…

–¿No estabas durmiendo?

–No puedo. Te leo el pensamiento.

Ya en “Jakob von Gunten” (1909) había dejado escrito:
“La verdad es que nunca he sido niño y por eso estoy convencido de que en mí quedará siempre un componente infantil. He crecido en edad y en estatura, pero la esencia no ha variado. (…) Tal vez nunca llegue a echar ramas ni hojas. De mi esencia y mis orígenes emanará algún día quién sabe qué perfume, me convertiré en flor y exhalaré un ligero aroma, como para mi propio placer, y luego inclinaré la cabeza. (…) Mis brazos y mis piernas se irán debilitando extrañamente, mi espíritu, mi orgullo, mi carácter, todo, todo se quebrará y marchitará, y yo estaré muerto¸bueno, no exactamente, muerto sólo en cierto modo, y tal vez siga viviendo y vegetando así durante sesenta años”. No fueron tantos. Los suficientes.

Y en la muerte de Sebastián, joven y ya poeta, presintió la suya propia: Lean Vds. el capítulo séptimo de “Jakob…”, del que me atrevo a citar: “¡Con qué nobleza ha elegido su tumba! Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos de nieve (…) Yacer y congelarse bajo unas ramas de abeto sobre la nieve: ¡qué espléndido reposo! Es lo mejor que pudiste hacer. La gente está siempre dispuesta a hacerles daño a las aves raras como tú….” Y así se extiende en heladas visiones premonitorias. Y yo recuerdo el final de “Los vividores”, esa magnífica película de Altman,

–¡Posadera!

–¿He oído algo improcedente?

–En absoluto, querida joven. He querido llamar su atención para que me sirviera una copita. Quiero ver el último rayo de sol cruzar el güisqui y abrirse iridiscente sobre este florido mármol de Crevillente.

–Habla Vd. como un poeta. ¿No será, acaso, poeta?

–¿Poeta? Más bien un bebedor compulsivo. Cuando se pasa le da por los “rodolíes”

–¡¡Hegel!!

La comida de Navidad fue especial y él tenía hambre. Nunca rehuyó una buena comida ni un buen espirituoso. Comió choucroute con carne, salchichas con mostaza y remató con una copa de merengue con nata montada. Vean Vds. cómo lo cortés no quita lo valiente. Apuesto a que tomó un par de copitas de aguardiente de trigo. Se sintió algo pesado y esperaba a su “tutor” para dar el acostumbrado paseo navideño… y poder hablar de von Kleist. “Áyax” estaba enfermo y Carl, como he dicho, se quedó para hacerle compañía.

Decidió dar el paseo en solitario: Salió del sanatorio, bajó por la Degerheimerstrasse, pasó por el túnel que salvaba la estación y se dirigió, por Wachtenegg, a las ruinas del castillo. Una hondonada separa la cima del Rosenberg de las ruinas. Baja con precaución, haciendo cuña con sus zapatones, como los esquiadores prevenidos.



“El sol brillaba pálido (…) con ternura melancólica y titubeante. (…) De pronto, los latidos de su corazón empiezan a renquear. Se marea. Sin duda es un síntoma de la arteriosclerosis senil de la que el médico le habló en una ocasión, advirtiéndole que se tomara los paseos con calma. Repentinamente, recuerda los espasmos en las piernas que le han asediado en anteriores paseos. ¿Vendrá ahora uno de ellos? ¡Qué molestas son esas cosas, qué neciamente inoportunas! Ahora… ¿qué es esto? Cae abruptamente de espaldas, se lleva la mano derecha al corazón, y se queda quieto. Con la quietud de los muertos. El brazo izquierdo yace extendido junto al cuerpo, que se enfría con rapidez. La mano izquierda está un poco agarrotada, como si quisiera aplastar con la palma el áspero y breve dolor que ha asaltado al caminante como una pantera al acecho. Un poco más arriba está el sombrero. La cabeza, ligeramente inclinada a un costado, ofrece ahora al mudo paseante una imagen de total placidez navideña. Tiene la boca abierta; es como si el puro y frío aire del invierno aún penetrara en él (según la fotografía sacada por la policía).

Así lo encuentran, poco después, dos chiquillos que han bajado patinando en sus trineos de madera desde la granja Burghalden, de la familia Mauser (…) Una mujer que ha subido desde el valle con su perro para hacer una visita navideña (…) ha contado que era curioso lo inquieto que Bläss estaba hoy. Había intentado, entre ladridos, soltarse de la correa para correr al prado, en el que había algo extraño, inusual. ¿Qué puede ser? ¿Id a ver, chicos!”

Walser como literato quedó estancado (¿) en 1933… ¡y es una suerte!

Si no es petulante, acepten mi consejo: lean a Sebald y a Vila Matas.





 Ya es noche cerrada y tenemos que volver a Mahoya a recoger el coche que dejamos aparcado en la plaza e ir a la cena familiar. Iremos dando un paseo (en honor a Walser), pero antes tendré que derribar la mesa con la media docena de vasitos que la camarera ha tenido a bien servirme. 

La luna se esconde de vergüenza

No puede acabar así un día como el de hoy…CONTINUARÁ.








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