Si
el día de navidad papá Noël fue generoso. El día de la Epifanía, los Reyes se
mostraron de una generosidad insuperable.
Baja
la persiana con estruendo ferroviario. Echa el cierre y nos dirigimos hacia la
Isla de los Museos. Cruzamos el Spree, negro y silencioso. Sé que es el río,
porque el mismo río lo advierte: “¡Soy el
Spree! ¡No te acerques a mí!. Soy el reino de los cisnes negros, la morada de
las ratas de todo Berlín. Soy el tragacadáveres. ¡Sigue tu camino, viandante, y
no te detengas! Alcanzamos el Bode. Cruzamos el brazo pequeño y seguimos
andando por la orilla. Cuando nos encontramos de nuevo con las vías y
viaductos, torcemos a la izquierda y seguimos pegaditos al muro ferroviario.
Este hombre…
–Por cierto ¿cómo se llama Vd.?
–¿Quién? ¿Yo?
–Sí, sí, Vd.
–Hans, Hans Pieck–y
me tiende la mano, ancha y dura como pala de excavadora.
–Yo soy Kino–alargando
la mano en las tinieblas. Se oye el leve ruido del fino cristal cuando se
agrieta. Dolor ninguno. El frío produce un efecto anestésico. La calle sigue pegadita a los muros
ferroviarios.
…tiene
el ferrocarril metido en el sistema sanguíneo. Y en el cerebro. No puede vivir
sin ese ajetreo metálico.
Entramos
en un local de la Georgenstrasse. De vez en cuando suena como un traqueteo de
fusil automático. Es de los pocos sitios
que aún se conservan tal como los conocimos cuando jóvenes. Debe de ser un cliente vip: todo el mundo lo saluda
y la camarera (de negro con delantalito blanco) nos conduce a la que se supone
es su mesa favorita. Entrando a la derecha. En el rincón. Dos rosas rojas. Nos
sirve, sin consultar nada, una botella de vodka (esa del Búfalo) y unas cervezas
bien servidas, por la calidad espesa y blanca de la espuma, para hacer boca.
Emocionante este trato familiar y esta soltura. Brindamos por los tiempos
bíblicos. Cuando dejamos los vasos, un bigote blanco nos ha envejecido varias
semanas. Se relame el bigote como un gato. Se me olvidó comentarles que Hans es
dueño de un bigote ascético.
Día 6 de enero.
Aquella
iniciática noche-madrugada, la que convirtió el domingo en lunes, fue de locos,
y de inconscientes. Mientras los grupos desorganizados ocupaban lo ocupable y disparaban a los pájaros
nocturnos, el grupo dirigente abandona la Jefatura de Alexander y se dirige (a
sí mismo) a las Caballerizas de la Spittelmarkt… ¡para estar más cerca del
fragor! Se había ocupado el cuartel de zapadores, la central de ferrocarriles,
los periódicos, la imprenta real. En algunas estaciones pasa de todo. En las
Caballerizas está retenido (como lo estuvo Wels en nochebuena) el teniente
Anton Fisher que ha ido a socavar y tal.
Desde
allí se lanza la proclama y la llamada a la manifestación del lunes, hoy, por
la mañana: Ahora se trata de derribar el gobierno de Ebert-Strassemann (que
duermen, no lo olvidemos, en casa de su amigo banquero, en la calle
Fasanenstrasse) y tomar las riendas de la cosa. No se andan con minucias.
Rosa
mantiene viva la “Rote Fahne”.
–Hasta aquí todo parece épico,
bíblico, por así decir, ¿no es verdad?
–Me lo parece, sí.
–Pues sucedieron escenas propias de
una comedia de los Marx. Desde las Caballerizas, sede de la división de
Marineros Revolucionarios, salieron camiones con trescientos hombres armados
hasta los dientes. Se dirigían al cercano Ministerio de Guerra
(Leipzigerstrasse). Entraron por la mera presencia de las armas. Entregaron el
papel en el que se exigía la “cesión” del poder. Los funcionarios que lo
recibieron, reacios, buscaron y buscaron y hallaron… ¡un defecto de forma!
¡Faltaba la firma de Lebedour! Así era (y así eran ellos). Volvieron a las
Caballerizas…en lugar de encerrar a todos esos mamarrachos y fortificar el
recinto. ¡Volvieron a las Caballerizas!
Karl firmó, en ausencia, el vacío
de Lebedour.
La sombra de Noske recorría todo
Berlín.
Mientras tanto en el Ministerio y
en la Cancillería empezó una actividad frenética: convocaron (tuvieron que
imprimir octavillas; el Vörwart estaba tomado) a los obreros que aún seguían
fieles a los mayoritarios, reunieron las unidades armadas de que disponían y
cuando volvieron los ilusos… ¡ya no pudieron pasar! ¡No se trataba de liarse a
tiros por un error, se trataba de entregar un papelito! Una cosa es la gran
manifestación de ayer… los discursos… pero liarse a tiros y dar comienzo a una
guerra revolucionaria… ¡eso eran palabras mayores! Vuelven a las Caballerizas.
Leen la convocatoria: ¡¡A las 11 en la Siegesallee!!... la arrugaron y la
tiraron al suelo. ¡Mal seguimos!
Iris de rosados dedos, había, sólo,
mostrado las uñas, cuando la multitud transitaba por la puerta de las
Caballerizas dando ¡¡Vivas!! y cantando la Internacional y la Marsellesa. Las
gargantas no estaban preparadas y muchos desentonaban. Sacaron los frasquitos
de licor del ciervo y se entonaron. A las 11 de la mañana la multitud era lo
nunca visto: “Lo que se vio en Berlín durante aquellos días fue quizá la mayor
masa proletaria que la Historia ha visto nunca”. Un ejército de nuevo tipo que
esperaba órdenes, señales.
Llega
el codillo. Más que codillo, Caudillo: kilo y medio de carne y hueso de color
miel oscura, rodeado de un ejército
de patatitas prusianas y de trozos de nabo. ¿Con el cuchillo bastará o
tendremos que echar mano a armas más contundentes?
Mientras
vamos dando cuenta del cerdo, pasa sobre nuestras cabezas el ángel de la
historia y continúa, amable, para que podamos ir deglutiendo tranquilamente:
“Los
Independientes flaquean. Nunca han visto nada igual. Berstein y Kautsky ¡unidos
por fin! Quieren negociar. Quieren una mediación. ¡Nadie quiere la guerra!
Karl
acude a la Schicklerstrasse y vuelve de vacío. Antes del mediodía, mientras la
multitud, armada hasta los dientes, espera la orden, la Comisión Negociadora es
recibida en la Wilhemstrasse con alfombra roja. Para Ebert se trata de ganar
tiempo. Les invitó a café y pastas, les habló del tiempo, por cierto: frío de
cojones y húmedo, ¿eh? Noske había encontrado el sitio ideal para organizar los
Freikorps: una escuela de señoritas en Dahlen, lejos del bullicio y, aún
perfumado con las intimidades de las púberes.
Los
mediadores seguían negociando y Ebert ganando tiempo. Armisticio y tal. Pero… ¿cómo
armisticio, si los tenemos comidos? Pues nada, armisticio y quedar como amigos.
Ebert invita a más café y copita de cognac
francés: Somos hermanos. Unidad. ¿Quién quiere la guerra? Eso decimos nosotros…
¿quién quiere la guerra? Pero ese loco de Karl…nos quiere arrastrar como a él
lo arrastran las masas. Bernstein aprovecha ya para volver al redil. Kautsky no
tardará mucho.
Las
horas pasan también sobre la Siegesallee. Pasa la del ángelus. La gente se
sienta a comer y a cantar canciones revolucionarias que, poco a poco, derivan
en folklore bávaro. Aquí nadie dice nada. Los niños quieren dormir; las
mujeres, fregar, y los hombres, ir de farra. Pasan las horas. Cae la tarde y la
oscuridad. Las familias se repliegan y los solteros se lanzan, a su aire, a
completar lo que no se hizo anoche. En grupos desorganizados. Berlín está
tomado por las fueras revolucionarias. Sólo falta el plan, la estrategia, el
orden. En Berlín, en efecto, reina el desorden. Para más INRI, comienza a llover.
Ese calabobos inmisericorde que te empapa hasta el alma (¿). Los Independientes
han apostado por la negociación y ni Karl, ni Lebedour serán capaces de
hacerles entrar en la necesaria sinrazón.
La traición ha llegado a las Caballerizas.
A
medianoche (¡a medianoche, oigan!), cuando el gobierno debería estar durmiendo
a pierna suelta, está cagado a la espera de esta Comisión que le va a entregar
la victoria en bandeja de plata.
Rosa,
reflexiona sobre la fragilidad. Sobre el martirio. Lamenta la distancia entre
la voluntad y la fuerza. Rosa intenta, como puede, que se detenga el despropósito:
no confía en el apoyo de las fuerzas armadas, ni de los Independientes, ni de
la mayoría de los obreros de Berlín. ¡¡Somos muchos!!...Sí… ¡Pero no los
suficientes! “Hay que trabajar desde abajo…etc…etc.””
El
codillo está de muerte. Calla el “Ángel
de la historia” y sigue Hans:
–“Hubo más. Aquella noche los
marinero se declararon neutrales y las otras fuerza con las que se contaban se
pensaron mejor la cosa y se pusieron de parte del gobierno (¿?). ¿Con qué fuerzas
contamos? Con una multitud informe que
no sabe qué hacer. Dieron las doce de la noche y seguían las negociaciones. Los
pocos que quedaban por las calles se dieron a la bebida y a los cantos folklóricos.
Los fusiles fueron abandonados. Que si había que desalojar el Vorwärts, que si
la libertad de expresión… ¡ya me entienden Vds.!
Así pasó la madrugada del 6 al 7 de
enero. Los cisnes negros volaban
esforzados entre la bruma que nacía en el Spree. Berlín estaba en llamas y los “dirigentes”
clamaban por un armisticio. ¡Nosotros…que podríamos haberlos masacrado! La
izquierda revolucionaria carga con un pecado
original (¿de dónde vendrá?): No pagar con la misma moneda. Acuña monedas
delicadas e intercambiables.
Al
día siguiente, 7 de enero, la
revolución había perdido uno de sus puntos fuertes: la Dirección de los Ferrocarriles.
La negociación tiene esas cosas. “El
cisne negro avanza con ligero aleteo”.
Y el día 8, grupos enteros de la guardia de seguridad abandonan al infeliz
Eichhorn. A las tres de la tarde se reanudan las conversaciones. Tiempo perdido
y ganado por Ebert y Noske. La Revolución lo ofrecía todo y el gobierno no ofrecía
nada: sólo café y pastas.
El día 8,
los gubernamentales conquistan la Imprenta Real, ocupada por obreros de la
Schwartzkapt. ¡Pensar que podían haber impreso millones de marcos o, por lo menos,
usar los millones que habían disponible!.... Pero estos alemanes son así: si
falta un papel,… no hay nada que hacer.
Ebert:
“¡Conciudadanos!... donde imperan los
espartaquistas toda libertad y seguridad personal quedan abolidas…. La hora de
ajustar cuentas se aproxima”.
¿Espartaquistas,?
¿Qué espartaquistas? Ebert quiere masacrar la revolución y no hay
mejor escusa que culpar a los espartaquistas
de algo que (¡ojalá) hubieran podido organizar.
La
noche concluye como la del domingo: Tiros por todas partes. Valentía desperdiciada.
Cenas desaprovechadas. Polvetes sin echar….y el orden revolucionario sin
aparecer.
Todo
bastante deprimente. La revolución siempre llega en el peor momento. Hay que
estar preparados SIEMPRE. Nosotros, aun devorando esta masa, estamos listos. Bastaría
una llamada para lanzarnos a la conquista del paraíso. Ahora bien, nos
llevaríamos el culín de vodka de
búfalo. ¡Lo cortés no quita lo valiente!
–Ahora vamos a tomar una copita al “Joseph
Roth”, por la Postdamstrasse Sí, ya sé que no viene a cuento, pero sé que te
gusta.
–Te lo agradezco, Hans.
Acabado
lo que se daba, nos despedimos. Yo he de cruzar el tenebroso Landweahrkanal… y el Spree. Ha sido un día que ha valido por
una semana.
Los
días son cortos y la historia larga. Mañana, 16 de enero, acabaré con los
sucesos del 15.
“¡Oh Alemania, pálida madre!
Entre los pueblos te sientas
cubierta de lodo.
Entre los pueblos marcados por la infamia
tú sobresales.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario