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domingo, 9 de febrero de 2014

Propuesta para la tarde del 9 de febrero. “Mantequilla” vs. Monzón. Falstaff.


(asteriscos* remiten a razones efemerísticas)
A los neurálgicos, entre los que me incluyo, se nos aparece un aura que rodea con irritados dientes de sierra el campo de visión. Ese fenómeno nos pone en guardia y es el momento de atiborrarse de opiáceos. No sé si, aunque creo que sí, a los epilépticos* les pasa lo mismo. Las cosas aparecen como envueltas en un raro parahelio*: ese extraño suceso hace que aparezcan multitud de soles, en fila, como un rebaño de ovejas incandescentes. Eso fue lo que ocurrió el año 10 antes de nuestra era, en la isla japonesa de Kyushu: aparecieron 9 soles, como nueve pizzas* incandescentes empapadas en tomate. Si el espacio es el “sensorium dei”, aquello fue el aura espectacular de un ataque de epilepsia de la divinidad: los dioses antiguos morían y los modernos aún no habían nacido.
Bueno… ¡otra efeméride cogida por los pelos!
¡Y en esto llegó Fidel! Y se prohibió el boxeo profesional. “Mantequilla” Nápoles*, púgil con nombre de pizza, se marchó a Méjico y desde allí se expandió a todo el universo-mundo. Siempre, pero, y sobre todo ahora al final, cuando los golpes han revelado su eficacia, ha creído estar estar en Cuba… mientras deambula por las baldías calles de Ciudad Juárez, turbio límite entre la sinrazón y la barbarie, o es recogido en un hospital de la beneficencia: más golpes da el hambre.

Vino al mundo en la época dominada por Arsenio Rodríguez y se marchó en pleno auge de la Sonora Matancera.
Su dominio de los welter fue mundial. Nunca, sin embargo (por asincronía) peleó con Sugar Leonard. Hubiera sido un combate patrocinado por Nocilla. Su momento álgido, que se convirtió en el comienzo de su declive, fue cuando, en un ataque de ubris, retó a “Escopeta” Monzón, campeón de los “medios”. La diferencia de pesaje era notable.
Cortázal, en un limpio homenaje al evento, (y de repulsa a Delon) y a “Mantequilla” en particular, situó en ese marco la acción de una intriga que Uds. pueden degustar en “Alguien que anda por ahí”:
Vivo, Alain Delon: una carpa de circo montada en un terreno baldío al que se llegaba después de cruzar una pasarela y seguir uso caminos improvisados con tablones. Había llovido la noche anterior y la gente no se apartaba de los tablones, ya desde la salida del metro orientándose por las enormes flechas que indicaban el buen rumbo y MONZÓN-NÁPOLES a todo color. Vivo, Alain Delon, capaz de meter sus propias flechas en el territorio sagrado del metro aunque le costara plata. A Estévez no le gustaba el tipo, esa manera prepotente de organizar el campeonato mundial por su cuenta, armar una carpa y dale que va previo pago de qué sé yo cuánta guita, pero había que reconocer, algo daba en cambio, no hablemos de Monzón y Mantequilla pero también las flechas de colores en el metro, esa manera de recibir como un señor, indicándole el camino a la hinchada que se hubiera armado un lío en las salidas y los terrenos baldíos llenos de charcos”. (Cortázal: “La noche de Mantequilla”).

Esto ocurría tal día como hoy, del año 1974, en Puteaux. Años atrás esta barriada había pasado a los anales de la historia del arte por haber acogido, en la casa de Jacques Villon, hermano de Marcel Duchamp-Villon, a los “orfistas”, que quisieron ampliar la teoría y la práctica del cubismo “ortodoxo”. A esas alturas del siglo sólo Calder y Georges Ribemont-Dessaignes hubieran podido asistir al evento. Pero el primero se había trasladado a Nueva York y el segundo, con 90 años, esperaba a la muerte, que llegaría ese mismo verano. Mucho antes Puteaux fue escogido por Belini para escribir “I Puritani”.
Carlos Monzón tenía un alcance kilométrico y un jab de izquierda muy certero, además de un cruzado de derecha que era en él como un rayo. Si yo pretendía acércame a él, le bastaba emplear el jab que era más bien un recto o simplemente estirar los brazos para mantenerme a la distancia que le convenía. Y cuando por fin podía penetrar en su guardia mis golpes no le surtían mayor efecto, y sí, por el contrario, los suyos me cimbraban de pies a cabeza. Si no caía a la lona se debía a la condición física que llevaba. Por fin, concluido el sexto, ante la evidencia de que no tenía ninguna posibilidad de victoria debido más que nada a la gran diferencia en el tonelaje, decidimos dejar las cosas por la paz para no exponerme a recibir más castigo que afectara mi salud.” (“Mantequilla” Nápoles)
El bueno de “Mantequilla” Nápoles, estilista donde los hubiera, quedó plano e indistinguible apenas, como un hermético retrato cubista; como una rebanada de hogaza sobre la que se hubiera extendido su remoquete. Siguió en posesión de la corona de los welter, pero ya por poco tiempo. Y todo se fue encaminando hacia las baldías calles de Ciudad Juárez. Dijo, y lo retiró, que Monzón le había metido el dedo en el ojo y que lo había dejado viendo “parahelios”.
No puedo por menos de recordar a la Belter (¿werter?) de la que mi primo era co-partícipe. Allí vieron comenzar su carrera Tony Ronald, Victor Manuel…y acrecentarla los Tres Sudamericanos, Manolo Escobar y otros portentos. Incluso una prima segunda mía, y de mi primo, probó suerte. Era el tiempo de las / los cantautores / cantautoras: canción protesta, vamos. Grabó una cara “A” memorable: “Me llaman loca”. La cara “B” creo que estaba en blanco. El disco no ayudó a aumentar su crédito: le siguieron llamando loca durante décadas y, además, añadían: “sí, sí…. ¡la de la canción!” La guitarra cuelga de una alcayata en el comedor de su casa como recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue. Un callejón sin salida.
No le fue mejor a Monzón. 14 años después del combate mentado, el 14 de febrero de 1988, a las 6 de la mañana, para ser exactos, se eclipsó la estrella del “Escopeta”, brutal y hábil boxeador. El día anterior, Alicia Muñiz, actriz, había aparecido por el domicilio de su ex (¿) con la excusa de recoger al hijo compartido. La cosa acabó a las tantas en el club Peñarol, después de haber recorrido medio Mar del Plata dejando una estela sórdida, que incluía vasos de tubo a medio consumir, colillas de maría, polvillo blanco, olor a cadaverina y psicofonías desvergonzadas. Me ahorro los detalles. 

Lo que no puede obviarse es la fecha: San Valentín. Fue por eso que se hizo más patente el desamor. Si hubiera sido, pongamos, el 21 de marzo, la cosa no hubiera pasado a mayores…Pero fue el 14 de febrero, día de san Valentín y los corazones iban a 193 golpes por minuto.
 Ya en casa, el mismo continente propició un giro en la conversación hacia la pensión alimenticia y demás. Monzón se le tiró al cuello y antes de que acabara de enumerar todos los ceros, le apretó el cuello hasta que pareció, por sus ojos fijamente atentos, que hubo entendido. Aún le quedó resuello para añadir un cero. Monzón, desgracia de hombre, la tomó en brazos, como cuando la primera vez, y la arrojó por el balcón. Ella, 32 años, quedó cubistamente descuajeringada. A lo criminal añadió ridículo: se lanzó al vacío en calzones de ring. Sufrió contusiones y lesiones “menos graves”. Maximiliano, el hijo, dormía a pierna suelta. Todo un “bolero de despecho”.

Todos los participantes en la investigación eran novatos. Pero la cosa era tan clara que pudieron salir airosos y no tuvieron en cuenta el que adujera una fuerte neuralgia que le hizo perder la cabeza.
Cuando salió del hospital lo condujeron a la prisión de Santa Fe. Pasados 6 años le redujeron el grado, por buena conducta, y pudo hacer alguna que otra salida. En una de ellas, el 8 de enero de 1995, se estampó con su automóvil.
Cortázal pudo haber escrito, de haber perseverado, una novela río con estos mimbres.


Díganme Uds. si Discepolín no llevaba razón.
Si hay algo sobrevalorado en la “weltanschauung” de la nueva clase media, si es que puede aplicarse tal concepto a tan miserable constructo, es el “amor” con todo el campo semántico que cubre. Es un surtidor de desgracias. Como diría Falstaff del “honor”, es una “palabra”, un “aire que vuela”, “no tiene dotes de cirujano”. “¿Puede el amor llenarnos la panza?”. ¡Qué grandeza (y qué ligereza) la de Falstaff encajando la burla y convirtiéndola en ocasión para la argucia ajena!
Y es que yo me cago en el amor (como diría el otro) y de paso en la maternidad, en la neo-mística que la envuelve. Con tanto niño suelto… ¿para qué quieres uno TUYO? Sólo hay una cosa más miserable que un hijo: ¡un padre!


Falstaff desea su veranillo de San Martín; “echar un poco de vino sobre el agua del Támesis” y urde una tramposa trama. Descubierto y sometido a escarnio, encaja el golpe con gracia y donosura. También “Zeus” vistió cuernos en alguno de sus lances amorosos. Sin ir más lejos, “Europa” fue raptada por un cornudo. 
Hagamos un amor risueño: “Boca besando, no pierde felicidad / Al contrario, se le renueva como la luna”. Una atmósfera mozartiana…pero creada por un anciano. ¡Qué diferencia entre el testamento wagneriano (“Parsifal”) y este “Falstaff” con el que Verdi quiso hacer mutis por el foro.



Es magnífico comprobar como “esa montaña de tocino”, ese bebedor, cobarde, presuntuosos y mujeriego, surgido de un rincón anecdótico de “Enrique IV”, pudo convertirse en uno de los grandes personajes de la literatura mundial. Ese contrapunto, esa excusa, pudo devenir primera figura, capaz de retorcerle el cuello a la Tragedia y convertirla en Comedia. Ya en la segunda parte de “Enrique IV” se ha adueñado de la escena. Entronizado “Enrique V”, su alumno adelantado, cuando esperaríamos la apoteosis de Falstaff, presenciamos su repudio: “no te conozco, viejo”.


Hemos escuchado las campanadas de medianoche, maese Shallow”
Su muerte se anuncia no bien comenzada “Enrique V”.
Pero un personaje tal no puede tener una muerte tan anónima, sin antes haber desplegado todos sus dones e ingenio. Isabel I le pidió a Shakespeare que tramara alguna cosa para un Falstaff enamorado. Nunca sabremos las verdaderas intenciones de la reina: burla, humillación, simple comicidad…De ese deseo surgió (¿) “Las alegres comadres…” y de “Las alegres comadres…” el estupendo libreto de Arrigo Boito y del libreto, el derroche de imaginación musical y de humanidad ilustrada en que consiste la obra de Verdi, estrenada tal día como hoy, del año 1893.
Tras “Otello”, Verdi, había decidido dejar la escena y centrarse en su recién inaugurado Hospital-residencia para músicos necesitados (que todavía funciona), en su huerto de Busseto y en ayudar a los recelosos campesinos de la región en la mejora de sus “sistemas productivos”. Tenía 74 años. Boito le tocó el punto flaco: Shakespeare; y le envió el libreto de “Falstaff”. A Verdi le gustó. Empezó el trabajo en 1890. Murió su entrañable amigo Mucio. Siguió trabajando todo el 91. Y casi todo el 92. Mientras tanto dirigió por última vez una orquesta en público, en La Scala de Milán, naturalmente: Fue en el centenario del nacimiento de Rossini. En septiembre la suerte estuvo echada: “Tutto è finito. Va, va, vecchio John”. Se acordó el día 9 de febrero del año 1893 para su estreno, en La Scala de Milán, naturalmente. Verdi tenía 80 años.
Y es un prodigio que tras una vida, como todas, por lo demás, llena de tristezas (a los 30 ya años había perdido a sus dos hijos y a su compañera) pudiese dar a luz esta hermosura que algunos consideraron poco melodiosa. Y es que su fecundidad melódica es tan espesa y variada que las melodías pasan, como esbozos, a tal velocidad que resulta difícil de asimilar. Es un continuum musical donde no caben los “recitativos” ni las “arias” propiamente dichas. Wagner, que hacía 10 años que había muerto, se agitaría en su tumba.
No hubo más Shakespeare. Ni más óperas. Se centró en un “Te Deum” y en un “Stabat Mater” que se vio intensificado por la muerte de Giuseppina, su leal compañera durante 60 años. Murió el 27 de Enero de 1900, en Grand Hotel de Milán. Su habitación se conserva tal como él la dejó.
Quiero que mi funeral sea sumamente sencillo y que tenga lugar al amanecer o a la hora del Ave María, sin música ni canto. Bastará con dos sacerdotes, dos velas y una cruz”. Así discurría el acto aquella mañana brumosa en el cementerio municipal de Milán. Ya habían abierto la tumba de Giuseppina para introducir los restos del músico cuando una multitud, que seguía la ceremonia de lejos, se descolgó con un “Va, pensiero, sull’ali dorate…” que estremeció a toda Italia: “VIVA VERDI”.
Actualmente reposan en la “Casa di Riposo per Musicisti” (Casa Verdi), en Milán, naturalmente.
Mi versión preferida por encima de la de Von Karajan y la de Toscanini es la de Carlo Maria Giulini con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles y con Bruso, la Ricciarelli, la Hendricks y demás…

El mundo es una burla y el que ríe el último ríe mejor.

Propuesta para la mañana de hoy, día 9 de febrero. “Asturias, patria querida”.


(asteriscos * remiten a “efemerísticas razones”)
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…”
No voy a enmendarle la plana a Discepolín, ¡quiá! pretendo completar su impresión con algunas gotas de ridículo y rechifla: El mundo es una broma ridícula, hilarante y, ya está dicho, una porquería.
Díganme Uds., si no, a qué grupo de idiotas internacionales se les ocurrió dedicar el día de hoy a la pizza y a la epilepsia. ¿Qué institución internacional dio el visto bueno a tal leautremontiano encuentro? ¿Qué subterráneas relaciones pueden establecerse entre aquel manjar sobrenatural (de tan humano) y este haz incontrolado de espumeantes convulsiones?
He aquí, por fin, un tema de interés. Añadan que en Méjico celebran el “día del odontólogo” (¡nombre salsero donde los haya!)
¿Se ha querido con esta asociación ponernos en guardia sobre el consumo desmesurado de pizzas? O por el contrario, se nos ha querido mostrar un antídoto contra el “mal sagrado”. Bien es verdad que ver a un auténtico pizzero dar forma a la masa, o ver cómo se la zampan los salvajes de tercero de la ESO, es como presenciar los espasmos de un epiléptico.




Sí, ¡hola! ¡Buenos días! ¿”Pizzería Exprés”?
Sí, ¡dígame!
Pues nada que quería una pizza.
¡Ud. dirá!
Pues nada, que quería una pizza.
Sí ya he entendido. Pero ¿qué pizza…y tal y más cuál? Aquí tenemos un surtido extenso de pizzas, tanto en lo que respecta a la variedad como al tamaño.
Entiendo. Siempre es difícil decidirse, así sin datos…
Bueno, si, pero…
Vale… ¡tráigame una “Milanesa”!
¿Milanesa? Hay Napolitana, siciliana, romana, genovesa, veneciana, turinesa, tarentina, sorrentina, florentina, paduana…pero ¡Milanesa! No he sabido nunca de su existencia. ¡La “milanesa” es un bistec empanado!
Bueno, pues haremos una cosa. Haga dos trozos de carne empanada y dos pizzas-básic, coloque la carne entre ambas y métalas al horno. Es importante para mí que sea “milanesa”.
Le recuerdo que la conversación puede estar siendo grabada. ¿Dónde se la envío?
Le doy la dirección y me ruega que espere pacientemente.
¿Pizza Exprés?
Sí dígame.
¡¡Échele salsita*!!
De esta forma tan poco usual empezamos el día. Es como empezar una partida de ajedrez avanzando el peón de torre del rey.
Hegel no sale de su asombro: ¡nunca me ha visto hablar por teléfono!
Cuando llega la pizza el perro ha olvidado la conversación y no ha podido establecer la conexión entre la llamada y el paquete. Lo vive como un milagro destinado exclusivamente a él. La compartimos. Todo sea por saciar mi efemerística sed… la otra se sacia fácil: dos Moritz y un carajillo con remolque. A Hegel le pongo un cubo de agua… ¡le hará falta!
La combinación de “pizza”, “epilepsia” y “odontología” puede dar mucho de sí.
Si les ha enganchado el tema y han empezado ya a darle al caletre, añadan como telón sonoro el “Asturias, Patria querida” y pimplen en honor a tan hermosa composición. ¡Quién lo iba a decir! ¡Quién hubiera pensado que tendría por delante un futuro tan glorioso! De himno de camaraderil borrachera ha devenido solemne fanfarria.
Pero no siempre fue instrumento de mera exaltación alcohólica, que, por lo demás, siempre, mientras existan santos bebedores, lo seguirá siendo. Su historia toca el corazón y se mezcla con luchas revolucionarias… y nostalgias. A finales del XIX, la emigración asturiana y gallega hacia América se hizo cosa normal. Que se fuera alguien apellidado Rodríguez entraba dentro de lo posible. Que se “casara” con una cubana, era muy probable y que tuvieran un hijo, pues probable a secas. Cuando nació el mestizo Ignacio (Piñe(i)ro) Rodríguez, que así le llamaron, todo se reveló como necesario. El niño hizo carrera en la música: primero como bolerista y después hizo lo que pudo para perfeccionar el “son”. La “rumba” se da por descontada. Cabrera Infante habla de Piñero y su “Sexteto Nacional” como del centro de gravedad de todos los movimientos musicales cubanos de los años 30. Fue sustituido en los 40 por Arsenio Rodríguez (que no era asturiano), sucedido, a su vez, por la “La Sonora Matancera”: He ahí tres manantiales de la salsa.


Estrella (“Tres Tristes Tigres”) no se apellida Rodríguez en vano. Por cierto lean la página 90 (ed. Biblioteca Breve. Seix Barral):
Yo había dejado la música por el dibujo comercial, pero también ganaba poco en la agencia de anuncios que era más bien una agencia de epitafios y como había un montón de cabarés y de nite-clubs abriéndose, inaugurándose, pues saqué mi tumba del closet (una tumba en una tumba, que es un chiste que yo repito a cada rato y siempre que lo repito me acuerdo de Innasio, Innasio es Innasio Piñero, que escribió esa rumba inmortal que dice que un amante dolido y maltratado y vengativo puso una inscripción en la tumba de su amada (hay que oír esto en la voz del propio Innasio) que es la copia de una rumba: “No la llores enterrador, no la llores, que fue la gran bandolera, enterrador: no la llores”) y comencé a practicar fuerte y a darle a los cueros y en una semana estaba sacando el sonido parejito, dulce, sabroso y me presenté a Barreto y le dije: “Guillermo, quiero volver a tocar” 


Pues ese Innasio, de humor lóbrego, devoto de su padre y lírico como debe serlo un asturiano (pese a que Álvaro Cunqueiro dejara escrito que "la falta de lirismo del asturiano habría que atribuirla al exceso de fabes en la mesa"), fue quien escribió, allá por los veinte, una letrilla que pretendía estampar el amor a los verdes y melancólicos prados norteños que, su padre (que no pudo soportar la ausencia y se volvió en cuanto pudo) le inculcó entre suspiros. Innasio concentró toda esa añoranza en unas estrofas contundentes que definen lo que podemos calificar de “Imperativo floral”: Lo importante es coger la arbórea flor. Que tu morena la ponga, o no, en el balcón… ¡es cosa suya!
...Tengo que subir al árbol,
tengo que coger la flor,
y dársela a mi morena
que la ponga en el balcón,
Que la ponga en el balcón,
que la deje de poner,
tengo que subir al árbol
y la flor he de coger.


Innasio, ya estaba al frente del “Sexteto Nacional”. Le dio un ritmo de “son” y la cantó en la tierra de su padre (que, por entonces ya había muerto) en su único viaje a España. La letrilla quedó prendida en la memoria de los oyentes.

Si la letra (del nada heroico himno) es flor de la emigración, la música añade romanticismo proletario. Mineros de Silesia (Polonia) frecuentaban a principios del XX las minas asturianas de la cuenca del Caudal y de Mieres y cuando se ponían ciegos de orujo, que ellos creían vodka, daban rienda suelta a su triste vena eslava. De este feliz matrimonio surgió el “constructo” musical: cuerpo latino y alma eslava.
Tiene la fuerza de lo simple. La grandeza de lo pequeño. La delicadeza de lo ausente. Y digo yo que estos polacos deben de tener algo especial para los himnos, porque si no recuerdo mal “A las barricadas” también es una canción polaca. Pues sí, como digo, es una canción muy bonita, muy sentida (que se dice), poco pretenciosa y, por eso, ha alcanzado la gloria: ser himno patrio y no ser odiada por nadie. ¡Vaya con los polacos! “La grandeza de lo pequeño” está dicho a la ligera, y, naturalmente no se aplica a los gemelos aquellos de los cuales uno murió en el accidente aéreo cuando iba a honrar a los muertos de la matanza del bosque de Katyn. Es lo que tiene la poesía.



Que las canción es algo más que una simple copla, lo pone de manifiesto el uso que se hizo de ella en la Revolución de Asturias del 34 (Infórmese Uds. Infórmense). También Vázquez Montalbán podría añadir alguna cosilla.
"... mientras el cantinero ofrecía en su grabadora particular una selección de boleros para bebedores a la luz del día: Vicentico Valdés, Vallejo, Tejedor y Luis, Contreras, iban narrando una larga crónica de desamores y tragedias que ligaban con el ron mejor que con el ginger-ale o la Coca Cola." (L. Padura)
En este párrafo se conjura la esencia misma del bolero cubano. El primero y el segundo cantaron con la Sonora. “Tejedor y Luís”, así como Orlando Contreras*, no hubieran desmerecido lo más mínimo. Contreras, era un maestro en los boleros de despecho, un “corta venas”, que se dice, o la “Voz romántica de Cuba” (según el día). Recibió tremenda distinción de manos de Benny, Benny Moré, “el bárbaro del ritmo”, aquel de quien Arsenio afirmó “que sus sones se burlaban de la prisión cuadrada (del compás), planeando la melodía por sobre el ritmo…etc etc.” Eso ocurría en 1961, en el alejado Ali-Bar, feudo de Benny y donde, precisamente, al año siguiente, Tejedor (ciego, pobre y negro) y Luís (casi lo mismo, pero más bajito), y ambos con pinta de vendedores de enciclopedias, se juntaron para formar una conmovedora pareja que duró veinte años. 

Luís era la “voz de adorno”, un discreto falsete que abría la límpida voz de Tejero y la rellenaba de lirismo. El local ha sido reconvertido (2002) “en una parodia para turistas despistados” (J.H. Fernández).
Y ya puestos, decir que en el Nite Club Sierra, otro feudo de Benny (y enseguida de Contreras) allí donde Arsenio recuerda aquella anécdota funeraria de Innasio, allí, la misma prolífica noche, debutaba “Cuba Venegas” (antes Gloria Pérez) “la prieta más fermosa que ojos humanos vieron…era para los ojos lo que Moré para los oídos”. “la musa de nuestras mesas”.
Bueno pues el bueno de Contreras, abandonó la isla en el 65 (¿). Se subió en una balsa y arribó a Florida. De este viaje le quedó un gusto insobornable por el mar que sació en un transatlántico de bandera portuguesa: 5 años amenizando las cenas de hombres de negocios y turistas de antes del low cost, tras lo cual se instaló en Medellín (Colombia). Tras cinco años de mal de mares, le siguieron otros muchos de mal de amores. Desplegó su arte por los garitos y tugurios y fue nombrado “Jefe”, que debe de ser una categoría que te permite beber gratis. Dicen que fue envenenado por una empleada de servicio del hotel en que se hospedaba. Lo dicen porque se acostó soltero y amaneció muerto... y casado con la sospechosa. Fue incinerado a las 9 de la mañana, ¡a la misma hora en que se había celebrado el casamiento! La conclusión más lógica, no la más plausible, es que matrimonio e incineración son la misma cosa.
Arráncame la vida”…”ya estoy desengañado”… “mi copa está vacía”.
Cuando Contreras recibió el honor de ser distinguido como el mejor cantante extranjero del 61, hacía 8 años que Napoleón Pinedo*, hijo de Alejandro Barranco y natural, como es natural, de Barranquilla (Colombia), había aterrizado en La Habana. El Sr. Barranco jamás convivió con “la Mona” Felludo ni con el niño, así que fue adoptado por Julio Pinedo. Su gusto musical fue alimentado por su madre, Antonio Machín, Innasio Piñero, los Matamoros…Cantó con la Orquesta de Alberto Rodríguez, de la que también formaba parte Orlando Contreras (nada que ver con el otro) y fue entonces que, convertido en Nelson Pinedo, apareció por la Habana: “Me voy pa L’Habana”, se dijo. A los pocos meses ya había cantado con el grupo de Matanzas. 
Digo yo que el cambio de Napoleón a Nelson denota algo. Es como si alguien se llamara “Luz” y le cambiaran el nombre por “Tiniebla” (o viceversa). ¡De Napoleón a Nelson que, a más de inglés, cuando había que ser francés, le arrancaron un brazo en Santa Cruz de Tenerife y se quedó medio ciego (como el negro Tejedor) en Córcega, antes de desangrarse en Gibraltar! Con sus últimas palabras redimió toda una vida: “Beber, beber…Abanico, abanico….Frotar, frotar”, perfecta sinopsis de las aspiraciones isleñas… quizás por esto le eligieron el nombre de Nelson. A Napoleón-Nelson Pinedo lo apodaron “El Almirante del ritmo”. Bastaban unos tragos para que se le apodara “Mariscal del ritmo”. Y es que por allá por el Caribe la cuestión de las jerarquías militares nunca estuvo muy clara.


Así que, Hegel, ¡en pie! Y a entonar “Asturias, Patria querida”. Con sentimiento, sabiendo que es himno de bebedores irredentos y, sabiendo (a partir de ahora) cuanta emoción fue necesaria para que la copla viera la luz… ¡más que tristeza para la destrucción de Cartago!
Yo “nunca fui a la Habana”, y miren que tuve una ocasión extraordinaria. El mismísimo Pablo Milanés, mejor dicho el padre de su representanta y representante, a su, vez de los “Van Van”, tras el concierto que dio Milanés en el Palau con ocasión del X Festival del Milenio, nos cursó (a V. y a mí) sendas invitaciones, con residencia y mantenimiento, como es natural, para presenciar los fastos del cincuentenario de la Revolución. Yo no podía dejar al perro solo, así que decliné el honor. No. “Nunca fui a La Habana”, ni iré… y miren Uds. que parte de mi familia política, de origen gallego, echó raíces en la isla y llegó a tener hacienda entre Matanzas y Santa Marta y la otra media, navegantes (“capitanes” del Maresme”) como fueron, digo yo que harían oscuros viajes desde Senegal y otras costas africanas con destino a la perla del Caribe.


Quizás fueran los nervios previos a la exposición pública, pero Milanés, instalado en un hotel respetable de la ciudad condal, no paró de comer alitas de pollo de las que venden el “chicken frikin” o como se le diga, así rebozadas…como a la milanesa… ¡y picantitas! Los artistas tienen esas cosas. Mientras cantó, nadie pudo suponer que había estado, toda la tarde, con ese alimento perrero.
Por alusiones pondré en el sputofaif “Iré a Santiago”, en la versión de Esperanza Fernández.
Cuando llegue la luna llena
iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago...,
en un coche de agua negra,
iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago…”
Todo lo anterior ha sido un exordio para lo que sigue. Pero ahora resulta que el exordio es tan contundente que aquello que debía introducir quedará como guarnición.
Hegel se ha pimplado el cubo de agua y anda lamiendo la manguera.
¿Saben qué les digo? Que lo dejo para la tarde.































































lunes, 3 de febrero de 2014

Propuesta para hoy, 3 de febrero. "El día que la música murió". Marck Twain. Isla Maians..



Asteriscos (*) remiten a efemerísticas razones.

1



El piloto de la avioneta, aficionado a la música italiana, buscó y rebuscó pero no encontró la cassette de Modugno. En realidad no podía encontrarla. El cassette-grabador-reproductor aún no  había sido lanzado al mercado, así que silbó con  pajaril fruición la melodía que llegaría a conocerse como "Volaré". Había ganado el festival de San Remo del año anterior y hacía furor en los USA. Los tres pasajeros subieron y enseguida, músicos como eran, dieron con la tonalidad; además, no en vano habían estudiado a von Helmholtz y sus reflexiones sobre las sensaciones de tono (*).  Se puso el motor en marcha. El aparato aceleró y fue tomando altura animado por el optimista estribillo: Nel blu dipinto di blu. Comenzaba el 3 de enero del año 1959. Los vencidos daban la última capa de pintura al tenebroso cristo del Valle de los muertos (oh, perdón: caídos por dios (?) y por la patria) y ETA acababa de pedir la primera remesa de parabellum.

Bienaventurados los que murieron
y no lo hicieron
ni por Dios
ni por la Patria.
(Yo)

Buddy Holly, y su grupo, se había embarcado en una tremenda y zigzagueante gira invernal que debía de llevarlo a todos los rincones de la nación. Se le unieron Ritchie Valens y "Big" Bopper. La gira estaba resultando más dura que la retirada de Napoleón en la campaña de Rusia. La gripe y las congelaciones hacían estragos entre los miembros de la expedición, de tal manera que el pasaje aéreo fue determinado por la gravedad de los viajeros: Bopper, griposo, obtuvo el puesto de Jennings, no sin antes lanzar una broma premonitoria.  Valens, le ganó la plaza a Allsup a cara o cruz. Holly viajaba por derecho propio, pues era quien había alquilado el aparato. En el autobús-frigorífico viajaría, en contra de lo pensado inicialmente, el mermado grupo de Holly: al batería lo habían hospitalizado con los pies congelados.



El autobús escolar que había sustituido al inicial, recaló en Clear Lake, Iowa. La parada no estaba prevista. Fue, por decirlo así, un gambito del destino. Así fue la cosa:

·        Big Bopper, obrero antes de artista, salió al escenario ataviado con una de sus tremendas chaquetas de rayas y cubría su tremendo trasero con unos pantalones en los que hubiera cabido el ejército napoleónico en plena estampida. Puso sobre el escenario un teléfono y empezó su delirante declaración de amor: "Chantilly Lace". Una chica, "tímida y alegre; la cola de caballo que le cuelga por los hombros", recibe las súplicas sebosas y lascivas que, desde una perdida cabina del medio oeste, le lanza su admirador. La chica no parece muy receptiva, pero eso a Bopper le es indiferente: él seguía babeando y suplicando. Puro delirio. La gripe le estaba matando. 

   

   
   Fue una interpretación inolvidable, pues, al histrionismo natural, añadió las convulsiones de la calentura. El público aplaudió a rabiar lo que era, en realidad, la escritura de un "testamento" (N.C.). Definitivamente, Bopper no estaba llamado a ser un ídolo  juvenil.

·        Ritchie Valens, atacó La Bamba, siguió con Come on, Let's go y concluyó, para aplacar a la jauría, con Donna. A mí siempre me ha parecido que Ritchie tiene cara de fotografía de esas que se ponen en los nichos: ovaladas y recogiendo la mejor sonrisa del difunto.



·        Cerraba, como siempre, Buddy Holly, que desde que Lloyd Greenfield, un avistado agente del norte, le había arreglado los dientes, cambiado las gafas de alambre por una de pasta negra, llamadas a marcar tendencia, y haber disimulado su halitosis con licores y elixires melquiádicos, presentaba una estampa de discípulo de Derrida en ciernes...y se había convertido, por obra de su facilidad e ingenio, en un ídolo juvenil. Abrió con Peguy Sue, y en el título seguía la senda abierta por Larry Williams. Resultaba enternecedor. Traje de corte envidiable...




     La guitarra atada corta a la altura de ombligo. Piernas temblonas, cuerpo rígido. Algunos hipidos y aullidos contenidos. Las luces del recinto rebotaban en el carey de sus gafas y hacían juegos coquetones. Siguió con Rave On siguiendo el mismo patrón interpretativo. Y concluyó, para calmar a la jauría, con It Doesn't Matter Any More.

El concierto no resultó memorable, aunque sí histórico. Pareció que se estaban presentando al examen de reválida. Nada que ver con Litte Richard, Chuck Berry, Lee Lewis y no hablemos ya de Screamin'Jay Hawkins, cuyas actuaciones parecían un remedo exacerbado de la escena del To be or not to be en el escenario del comienzo de Macbeth.

Al acabar la actuación Buddy, al que no le gustaba mucho volar, pero dispuesto a sobrevivir, decidió alquilar la avioneta, con nombre de mayonesa, para él y su grupo: Una Beechcraft Bonanza. Era noche cerrada. Nevaba. La visibilidad era escasa. Pese a todo, ¡imaginen Vdes. el estado de las cosas!, decidieron subirse a la avioneta. Detrás dejaban medio ejército, abandonado a las inclemencias meteorológicas.


El piloto no encontró la cinta de Modugno y se puso a silbar, en esto también seguía a Larry Williams, Volaré. Era martes y no hicieron caso a la sabiduría popular.
La avioneta dio unos cuantos saltos, se elevó con renuencia, se inclinó hacia a derecha y cayó en picado:
"...Nel blu degli occhi tuoi blu,
felice di stare quaggiù
con te".









Hacía dos años que Little Richard tocaba el piano para los Adventistas del Séptimo Día de Time Square: Quizás hubiera sido mejor que hubiera sido su avión el que se hubiera ido a pique. Pero rogó, inconsciente, al todopoderoso con la misma furia con la que golpeaba el piano. Y, para  colmo, levantó la pierna y la apoyó en el asiento de delante. Ante este gesto, y su bigotito relamido, el Taumaturgo cedió. Con ese antecedente, los tres de Salt Lake no se arrodillaron para pedir un milagro: No querían verse amenizando las sesiones de los trastornados de la Iglesia Unificada...Y aunque lo hubieran intentado, las dimensiones de la cabina lo hubieran impedido.

Su destino final era ¡¡Fargo!! donde, sin duda, su martirio hubiera sido prolongado e igualmente fatal.

Mencionar a todos aquellos artistas víctimas de accidentes en medios de transporte sería inacabable. Sin embargo no puede acabar esta crónica sin una referencia a ¡¡Eddie Cochran!! el J.Dean del R&R, amigo y colega de los difuntos. Les había dedicado una canción: Three Stars, cuyas ganancias fueron para las familias de los desaparecidos.

"...Mira para arriba en el cielo, hacia el norte
Hay tres nuevas estrellas, brillando intensamente".

Cuando creía que con este gesto había conseguido conjurar la desgracia, ésta le sobrevino en forma de farola bien iluminada. Fue tras la última actuación de la gira inglesa que compartía con Gene Vincent (y con su novia Sharon Sheeley). Iban los tres, más el taxista. Los detalles son de domínio público.

...C'mon Everybody...

Vincent, el de Be-Bob-A-Lula, arrastraba desde niño una dolencia en una pierna. Un accidente de moto acabó de destrozársela. Se repuso y, aunque no podía recorrer el escenario como hacían los demás rockers, "se mantenía de pie, con una pierna hacia atrás y otra hacia delante, y torcía agresivamente su cuerpo hacia los lados, un poco como si estuviera a punto de comenzar un combate de boxeo". Aquel accidente fue su muerte virtual. La novia consiguió levantar cabeza.

Tampoco está vacía la intersección entre los conjuntos "artista" y "tullido"

Es una historia triste de verdad.

Cuba estrenaba revolución. El LSD se hacía popular. Los del Cedar seguían a lo suyo. Miles Davis daba otra vuelta de tuerca con Kind of Blue. El happening se imponía... y en París, la Internacional Situacionista daba sus primeros pasos.

2
La noche del 1 al 2 de febrero del año 1863, Samuel Langhome Clemens, que había recalado en Virginia City tras un intenso viaje por Nevada y las Rocosas, donde intentó hacerse rico por la vía milagrosa de encontrar una inacabable veta de oro, asiste, en la vecina Carson City, a un party en la casona del gobernador, J. Neely Johnson. Cuando salió, a las dos de la madrugada, lo hizo como Mark Twain. Tuvo que sufrir, sin embargo, lastimosas interpretaciones musicales, entre las cuales:
"Rock me to sleep, mother" a cargo del juez del lugar, "De las montañas heladas de Groenlandia", ofrecida por el general Musser, y otras varias, completamente aniquiladas para siempre, a cargo de un coro de damas. El punto culminante fue la actuación del "Impostor":

"Hasta ese momento había vigilado cuidadosamente al Impostor, temeroso de que, bajo las circunstancias, su locura tomara un giro musical; Y mi alma profética estaba en lo cierto; Me eludió y se plantó en el piano; Cuando abrió su boca cavernosa y mostró sus dientes inclinados y esparcidos, el efecto sobre aquella audiencia de convivencia fue como si las puertas de un cementerio, con sus lápidas desmoronadas, hubieran sido abiertas en medio de ellos; Entonces gritó algo sobre que él "no viviría siempre" - y si alguna vez he escuchado algo absurdo en mi vida, fue eso. Debe de haber inventado esa canción mientras avanzaba. Porque no había más sentido en ella, ni más música, que la que hay en su conversación ordinaria. La única cosa en toda la desdichada actuación que la redimió por un momento, fue algo sobre "los pocos momentos lúcidos en que amanecemos aquí". Eso estaba bien... "

Parece una crónica de una actuación de Charles Hardin Halley antes de que el sagaz Lloyd Greenfield lo reconvirtiera en Buddy Holly.



La cita anterior pertenece a una carta que, el desde ahora, Mark Twain escribió, supuestamente el 2 de febrero, a Joe Goddman y que fue publicada en el Territorial Enterprise, el día 3, sábado, plenilunio.  El significado de "Mark Twain" también es de dominio público: "marca dos", advertencia que se oía continuamente a los marineros (negros) de los barcos de paletas que surcaban el Misisipi. Dos brazas (3'6 metros), calado mínimo para una navegación segura en aquellos fondos arenosos. Mark Twain siempre lo tuvo en cuenta.

"Take five" (*)

3
Hubo un tiempo en que Barcelona tuvo su isla. Un islote de arena, una especie de cayo que subyace al actual Pla del Palau y la Estación de Francia. Su incorporación a la costa fue el comienzo del primitivo puerto de la ciudad. El islote de Maians es el ancestro de la actual Barceloneta que, tal día como hoy del año 1753, sembraba la primera piedra de lo que llegaría a ser lo que es (?).



...Infórmense Vdes. Infórmense...

4
"Como expresión de una necesidad humana, siempre quise escribir un libro que terminase con la palabra "mayonesa".
EL CAPÍTUO DE LA MAYONESA
3 de febrero de 1952.
Queridísimos Florence y Harv:

A través de Edith acabo de saber del fallecimiento del señor Good. Recibid nuestro más sentido pésame y todo nuestro cariño. Era la voluntad del Señor. Tuvo una vida buena y larga, y está ahora en un ugar mejor. Vosotros ya lo esperabais, y podéis estar contentos de haberle visto ayer, incluso aunque no os reconociera. Estáis en nuestras plegarias, y esperamos veros pronto.
Quedad los dos con Dios,
Besos de Mamá y Nancy.

P.S. Perdonad que no me acordase de daros la mayonesa.

(Richard Brautigan: La pesca de la trucha en América).


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RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...