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domingo, 9 de febrero de 2014

Propuesta para la mañana de hoy, día 9 de febrero. “Asturias, patria querida”.


(asteriscos * remiten a “efemerísticas razones”)
Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…”
No voy a enmendarle la plana a Discepolín, ¡quiá! pretendo completar su impresión con algunas gotas de ridículo y rechifla: El mundo es una broma ridícula, hilarante y, ya está dicho, una porquería.
Díganme Uds., si no, a qué grupo de idiotas internacionales se les ocurrió dedicar el día de hoy a la pizza y a la epilepsia. ¿Qué institución internacional dio el visto bueno a tal leautremontiano encuentro? ¿Qué subterráneas relaciones pueden establecerse entre aquel manjar sobrenatural (de tan humano) y este haz incontrolado de espumeantes convulsiones?
He aquí, por fin, un tema de interés. Añadan que en Méjico celebran el “día del odontólogo” (¡nombre salsero donde los haya!)
¿Se ha querido con esta asociación ponernos en guardia sobre el consumo desmesurado de pizzas? O por el contrario, se nos ha querido mostrar un antídoto contra el “mal sagrado”. Bien es verdad que ver a un auténtico pizzero dar forma a la masa, o ver cómo se la zampan los salvajes de tercero de la ESO, es como presenciar los espasmos de un epiléptico.




Sí, ¡hola! ¡Buenos días! ¿”Pizzería Exprés”?
Sí, ¡dígame!
Pues nada que quería una pizza.
¡Ud. dirá!
Pues nada, que quería una pizza.
Sí ya he entendido. Pero ¿qué pizza…y tal y más cuál? Aquí tenemos un surtido extenso de pizzas, tanto en lo que respecta a la variedad como al tamaño.
Entiendo. Siempre es difícil decidirse, así sin datos…
Bueno, si, pero…
Vale… ¡tráigame una “Milanesa”!
¿Milanesa? Hay Napolitana, siciliana, romana, genovesa, veneciana, turinesa, tarentina, sorrentina, florentina, paduana…pero ¡Milanesa! No he sabido nunca de su existencia. ¡La “milanesa” es un bistec empanado!
Bueno, pues haremos una cosa. Haga dos trozos de carne empanada y dos pizzas-básic, coloque la carne entre ambas y métalas al horno. Es importante para mí que sea “milanesa”.
Le recuerdo que la conversación puede estar siendo grabada. ¿Dónde se la envío?
Le doy la dirección y me ruega que espere pacientemente.
¿Pizza Exprés?
Sí dígame.
¡¡Échele salsita*!!
De esta forma tan poco usual empezamos el día. Es como empezar una partida de ajedrez avanzando el peón de torre del rey.
Hegel no sale de su asombro: ¡nunca me ha visto hablar por teléfono!
Cuando llega la pizza el perro ha olvidado la conversación y no ha podido establecer la conexión entre la llamada y el paquete. Lo vive como un milagro destinado exclusivamente a él. La compartimos. Todo sea por saciar mi efemerística sed… la otra se sacia fácil: dos Moritz y un carajillo con remolque. A Hegel le pongo un cubo de agua… ¡le hará falta!
La combinación de “pizza”, “epilepsia” y “odontología” puede dar mucho de sí.
Si les ha enganchado el tema y han empezado ya a darle al caletre, añadan como telón sonoro el “Asturias, Patria querida” y pimplen en honor a tan hermosa composición. ¡Quién lo iba a decir! ¡Quién hubiera pensado que tendría por delante un futuro tan glorioso! De himno de camaraderil borrachera ha devenido solemne fanfarria.
Pero no siempre fue instrumento de mera exaltación alcohólica, que, por lo demás, siempre, mientras existan santos bebedores, lo seguirá siendo. Su historia toca el corazón y se mezcla con luchas revolucionarias… y nostalgias. A finales del XIX, la emigración asturiana y gallega hacia América se hizo cosa normal. Que se fuera alguien apellidado Rodríguez entraba dentro de lo posible. Que se “casara” con una cubana, era muy probable y que tuvieran un hijo, pues probable a secas. Cuando nació el mestizo Ignacio (Piñe(i)ro) Rodríguez, que así le llamaron, todo se reveló como necesario. El niño hizo carrera en la música: primero como bolerista y después hizo lo que pudo para perfeccionar el “son”. La “rumba” se da por descontada. Cabrera Infante habla de Piñero y su “Sexteto Nacional” como del centro de gravedad de todos los movimientos musicales cubanos de los años 30. Fue sustituido en los 40 por Arsenio Rodríguez (que no era asturiano), sucedido, a su vez, por la “La Sonora Matancera”: He ahí tres manantiales de la salsa.


Estrella (“Tres Tristes Tigres”) no se apellida Rodríguez en vano. Por cierto lean la página 90 (ed. Biblioteca Breve. Seix Barral):
Yo había dejado la música por el dibujo comercial, pero también ganaba poco en la agencia de anuncios que era más bien una agencia de epitafios y como había un montón de cabarés y de nite-clubs abriéndose, inaugurándose, pues saqué mi tumba del closet (una tumba en una tumba, que es un chiste que yo repito a cada rato y siempre que lo repito me acuerdo de Innasio, Innasio es Innasio Piñero, que escribió esa rumba inmortal que dice que un amante dolido y maltratado y vengativo puso una inscripción en la tumba de su amada (hay que oír esto en la voz del propio Innasio) que es la copia de una rumba: “No la llores enterrador, no la llores, que fue la gran bandolera, enterrador: no la llores”) y comencé a practicar fuerte y a darle a los cueros y en una semana estaba sacando el sonido parejito, dulce, sabroso y me presenté a Barreto y le dije: “Guillermo, quiero volver a tocar” 


Pues ese Innasio, de humor lóbrego, devoto de su padre y lírico como debe serlo un asturiano (pese a que Álvaro Cunqueiro dejara escrito que "la falta de lirismo del asturiano habría que atribuirla al exceso de fabes en la mesa"), fue quien escribió, allá por los veinte, una letrilla que pretendía estampar el amor a los verdes y melancólicos prados norteños que, su padre (que no pudo soportar la ausencia y se volvió en cuanto pudo) le inculcó entre suspiros. Innasio concentró toda esa añoranza en unas estrofas contundentes que definen lo que podemos calificar de “Imperativo floral”: Lo importante es coger la arbórea flor. Que tu morena la ponga, o no, en el balcón… ¡es cosa suya!
...Tengo que subir al árbol,
tengo que coger la flor,
y dársela a mi morena
que la ponga en el balcón,
Que la ponga en el balcón,
que la deje de poner,
tengo que subir al árbol
y la flor he de coger.


Innasio, ya estaba al frente del “Sexteto Nacional”. Le dio un ritmo de “son” y la cantó en la tierra de su padre (que, por entonces ya había muerto) en su único viaje a España. La letrilla quedó prendida en la memoria de los oyentes.

Si la letra (del nada heroico himno) es flor de la emigración, la música añade romanticismo proletario. Mineros de Silesia (Polonia) frecuentaban a principios del XX las minas asturianas de la cuenca del Caudal y de Mieres y cuando se ponían ciegos de orujo, que ellos creían vodka, daban rienda suelta a su triste vena eslava. De este feliz matrimonio surgió el “constructo” musical: cuerpo latino y alma eslava.
Tiene la fuerza de lo simple. La grandeza de lo pequeño. La delicadeza de lo ausente. Y digo yo que estos polacos deben de tener algo especial para los himnos, porque si no recuerdo mal “A las barricadas” también es una canción polaca. Pues sí, como digo, es una canción muy bonita, muy sentida (que se dice), poco pretenciosa y, por eso, ha alcanzado la gloria: ser himno patrio y no ser odiada por nadie. ¡Vaya con los polacos! “La grandeza de lo pequeño” está dicho a la ligera, y, naturalmente no se aplica a los gemelos aquellos de los cuales uno murió en el accidente aéreo cuando iba a honrar a los muertos de la matanza del bosque de Katyn. Es lo que tiene la poesía.



Que las canción es algo más que una simple copla, lo pone de manifiesto el uso que se hizo de ella en la Revolución de Asturias del 34 (Infórmese Uds. Infórmense). También Vázquez Montalbán podría añadir alguna cosilla.
"... mientras el cantinero ofrecía en su grabadora particular una selección de boleros para bebedores a la luz del día: Vicentico Valdés, Vallejo, Tejedor y Luis, Contreras, iban narrando una larga crónica de desamores y tragedias que ligaban con el ron mejor que con el ginger-ale o la Coca Cola." (L. Padura)
En este párrafo se conjura la esencia misma del bolero cubano. El primero y el segundo cantaron con la Sonora. “Tejedor y Luís”, así como Orlando Contreras*, no hubieran desmerecido lo más mínimo. Contreras, era un maestro en los boleros de despecho, un “corta venas”, que se dice, o la “Voz romántica de Cuba” (según el día). Recibió tremenda distinción de manos de Benny, Benny Moré, “el bárbaro del ritmo”, aquel de quien Arsenio afirmó “que sus sones se burlaban de la prisión cuadrada (del compás), planeando la melodía por sobre el ritmo…etc etc.” Eso ocurría en 1961, en el alejado Ali-Bar, feudo de Benny y donde, precisamente, al año siguiente, Tejedor (ciego, pobre y negro) y Luís (casi lo mismo, pero más bajito), y ambos con pinta de vendedores de enciclopedias, se juntaron para formar una conmovedora pareja que duró veinte años. 

Luís era la “voz de adorno”, un discreto falsete que abría la límpida voz de Tejero y la rellenaba de lirismo. El local ha sido reconvertido (2002) “en una parodia para turistas despistados” (J.H. Fernández).
Y ya puestos, decir que en el Nite Club Sierra, otro feudo de Benny (y enseguida de Contreras) allí donde Arsenio recuerda aquella anécdota funeraria de Innasio, allí, la misma prolífica noche, debutaba “Cuba Venegas” (antes Gloria Pérez) “la prieta más fermosa que ojos humanos vieron…era para los ojos lo que Moré para los oídos”. “la musa de nuestras mesas”.
Bueno pues el bueno de Contreras, abandonó la isla en el 65 (¿). Se subió en una balsa y arribó a Florida. De este viaje le quedó un gusto insobornable por el mar que sació en un transatlántico de bandera portuguesa: 5 años amenizando las cenas de hombres de negocios y turistas de antes del low cost, tras lo cual se instaló en Medellín (Colombia). Tras cinco años de mal de mares, le siguieron otros muchos de mal de amores. Desplegó su arte por los garitos y tugurios y fue nombrado “Jefe”, que debe de ser una categoría que te permite beber gratis. Dicen que fue envenenado por una empleada de servicio del hotel en que se hospedaba. Lo dicen porque se acostó soltero y amaneció muerto... y casado con la sospechosa. Fue incinerado a las 9 de la mañana, ¡a la misma hora en que se había celebrado el casamiento! La conclusión más lógica, no la más plausible, es que matrimonio e incineración son la misma cosa.
Arráncame la vida”…”ya estoy desengañado”… “mi copa está vacía”.
Cuando Contreras recibió el honor de ser distinguido como el mejor cantante extranjero del 61, hacía 8 años que Napoleón Pinedo*, hijo de Alejandro Barranco y natural, como es natural, de Barranquilla (Colombia), había aterrizado en La Habana. El Sr. Barranco jamás convivió con “la Mona” Felludo ni con el niño, así que fue adoptado por Julio Pinedo. Su gusto musical fue alimentado por su madre, Antonio Machín, Innasio Piñero, los Matamoros…Cantó con la Orquesta de Alberto Rodríguez, de la que también formaba parte Orlando Contreras (nada que ver con el otro) y fue entonces que, convertido en Nelson Pinedo, apareció por la Habana: “Me voy pa L’Habana”, se dijo. A los pocos meses ya había cantado con el grupo de Matanzas. 
Digo yo que el cambio de Napoleón a Nelson denota algo. Es como si alguien se llamara “Luz” y le cambiaran el nombre por “Tiniebla” (o viceversa). ¡De Napoleón a Nelson que, a más de inglés, cuando había que ser francés, le arrancaron un brazo en Santa Cruz de Tenerife y se quedó medio ciego (como el negro Tejedor) en Córcega, antes de desangrarse en Gibraltar! Con sus últimas palabras redimió toda una vida: “Beber, beber…Abanico, abanico….Frotar, frotar”, perfecta sinopsis de las aspiraciones isleñas… quizás por esto le eligieron el nombre de Nelson. A Napoleón-Nelson Pinedo lo apodaron “El Almirante del ritmo”. Bastaban unos tragos para que se le apodara “Mariscal del ritmo”. Y es que por allá por el Caribe la cuestión de las jerarquías militares nunca estuvo muy clara.


Así que, Hegel, ¡en pie! Y a entonar “Asturias, Patria querida”. Con sentimiento, sabiendo que es himno de bebedores irredentos y, sabiendo (a partir de ahora) cuanta emoción fue necesaria para que la copla viera la luz… ¡más que tristeza para la destrucción de Cartago!
Yo “nunca fui a la Habana”, y miren que tuve una ocasión extraordinaria. El mismísimo Pablo Milanés, mejor dicho el padre de su representanta y representante, a su, vez de los “Van Van”, tras el concierto que dio Milanés en el Palau con ocasión del X Festival del Milenio, nos cursó (a V. y a mí) sendas invitaciones, con residencia y mantenimiento, como es natural, para presenciar los fastos del cincuentenario de la Revolución. Yo no podía dejar al perro solo, así que decliné el honor. No. “Nunca fui a La Habana”, ni iré… y miren Uds. que parte de mi familia política, de origen gallego, echó raíces en la isla y llegó a tener hacienda entre Matanzas y Santa Marta y la otra media, navegantes (“capitanes” del Maresme”) como fueron, digo yo que harían oscuros viajes desde Senegal y otras costas africanas con destino a la perla del Caribe.


Quizás fueran los nervios previos a la exposición pública, pero Milanés, instalado en un hotel respetable de la ciudad condal, no paró de comer alitas de pollo de las que venden el “chicken frikin” o como se le diga, así rebozadas…como a la milanesa… ¡y picantitas! Los artistas tienen esas cosas. Mientras cantó, nadie pudo suponer que había estado, toda la tarde, con ese alimento perrero.
Por alusiones pondré en el sputofaif “Iré a Santiago”, en la versión de Esperanza Fernández.
Cuando llegue la luna llena
iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago...,
en un coche de agua negra,
iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago…”
Todo lo anterior ha sido un exordio para lo que sigue. Pero ahora resulta que el exordio es tan contundente que aquello que debía introducir quedará como guarnición.
Hegel se ha pimplado el cubo de agua y anda lamiendo la manguera.
¿Saben qué les digo? Que lo dejo para la tarde.































































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