(asteriscos
* remiten a “efemerísticas
razones”)
“Que
el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…”
No
voy a enmendarle la plana a Discepolín,
¡quiá!
pretendo completar su impresión con algunas gotas de ridículo
y
rechifla:
El
mundo es una broma ridícula, hilarante y, ya está dicho, una
porquería.
Díganme
Uds., si no, a qué grupo de idiotas internacionales se les ocurrió
dedicar el día de hoy a la pizza
y a la epilepsia.
¿Qué institución internacional dio el visto bueno a tal
leautremontiano
encuentro?
¿Qué subterráneas relaciones pueden establecerse entre aquel
manjar sobrenatural (de tan humano) y este haz incontrolado de
espumeantes convulsiones?
He
aquí, por fin, un tema de interés. Añadan que en Méjico celebran
el “día
del
odontólogo”
(¡nombre salsero donde los haya!)
¿Se
ha querido con esta asociación ponernos en guardia sobre el consumo
desmesurado de pizzas?
O por el contrario, se nos ha querido mostrar un antídoto contra el
“mal
sagrado”.
Bien es verdad que ver a un auténtico pizzero
dar forma a la masa, o ver cómo se la zampan los salvajes de tercero
de la ESO, es como presenciar los espasmos de un epiléptico.
–Sí,
¡hola! ¡Buenos días! ¿”Pizzería Exprés”?
–Sí,
¡dígame!
–Pues
nada que quería una pizza.
–¡Ud.
dirá!
–Pues
nada, que quería una pizza.
–Sí
ya he entendido. Pero ¿qué pizza…y tal y más cuál? Aquí
tenemos un surtido extenso de pizzas, tanto en lo que respecta a la
variedad como al tamaño.
–Entiendo.
Siempre es difícil decidirse, así sin datos…
–Bueno,
si, pero…
–Vale…
¡tráigame una “Milanesa”!
–¿Milanesa?
Hay Napolitana, siciliana, romana, genovesa, veneciana, turinesa,
tarentina, sorrentina, florentina, paduana…pero ¡Milanesa! No he
sabido nunca de su existencia. ¡La “milanesa” es un bistec
empanado!
–Bueno,
pues haremos una cosa. Haga dos trozos de carne empanada y dos
pizzas-básic, coloque la carne entre ambas y métalas al horno. Es
importante para mí que sea “milanesa”.
–Le
recuerdo que la conversación puede estar siendo grabada. ¿Dónde se
la envío?
Le
doy la dirección y me ruega que espere pacientemente.
–¿Pizza
Exprés?
–Sí
dígame.
–¡¡Échele
salsita*!!
De
esta forma tan poco usual empezamos el día. Es como empezar una
partida de ajedrez avanzando el peón de torre del rey.
Hegel
no sale de su asombro: ¡nunca me ha visto hablar por teléfono!
Cuando
llega la pizza el perro ha olvidado la conversación y no ha podido
establecer la conexión entre la llamada y el paquete. Lo vive como
un milagro destinado exclusivamente a él. La compartimos. Todo sea
por saciar mi efemerística
sed… la otra se sacia fácil: dos Moritz y un carajillo con
remolque. A Hegel le pongo un cubo de agua… ¡le hará falta!
La
combinación de “pizza”,
“epilepsia”
y “odontología”
puede dar mucho de sí.
Si
les ha enganchado
el tema y han empezado ya a darle al caletre, añadan como telón
sonoro el “Asturias,
Patria querida”
y pimplen en honor a tan hermosa composición. ¡Quién lo iba a
decir! ¡Quién hubiera pensado que tendría por delante un futuro
tan glorioso! De himno de camaraderil
borrachera ha devenido solemne fanfarria.
Pero
no siempre fue instrumento de mera exaltación alcohólica, que, por
lo demás, siempre, mientras existan santos bebedores, lo seguirá
siendo. Su historia toca el corazón y se mezcla con luchas
revolucionarias… y nostalgias. A finales del XIX, la emigración
asturiana y gallega hacia América se hizo cosa normal. Que se fuera
alguien apellidado Rodríguez
entraba dentro de lo posible. Que se “casara” con una cubana, era
muy probable y que tuvieran un hijo, pues probable a secas. Cuando
nació el mestizo Ignacio (Piñe(i)ro)
Rodríguez,
que así le llamaron, todo se reveló como necesario. El niño hizo
carrera en la música: primero como bolerista
y después hizo lo que pudo para perfeccionar el “son”.
La “rumba”
se da por descontada. Cabrera Infante habla de Piñero
y su “Sexteto
Nacional”
como del centro de gravedad de todos los movimientos musicales
cubanos de los años 30. Fue sustituido en los 40 por Arsenio
Rodríguez
(que no era asturiano), sucedido, a su vez, por la “La
Sonora Matancera”:
He ahí tres manantiales de la salsa.
Estrella
(“Tres
Tristes Tigres”)
no se apellida Rodríguez
en
vano. Por cierto lean la página 90 (ed. Biblioteca Breve. Seix
Barral):
“Yo
había dejado la música por el dibujo comercial, pero también
ganaba poco en la agencia de anuncios que era más bien una agencia
de epitafios y como había un montón de cabarés y de nite-clubs
abriéndose, inaugurándose, pues saqué mi tumba del closet (una
tumba en una tumba, que es un chiste que yo repito a cada rato y
siempre que lo repito me acuerdo de Innasio, Innasio es Innasio
Piñero,
que escribió esa rumba inmortal que dice que un amante dolido y
maltratado y vengativo puso una inscripción en la tumba de su amada
(hay que oír esto en la voz del propio Innasio) que es la copia de
una rumba: “No la llores enterrador, no la llores, que fue la gran
bandolera, enterrador: no la llores”) y comencé a practicar fuerte
y a darle a los cueros y en una semana estaba sacando el sonido
parejito, dulce, sabroso y me presenté a Barreto y le dije:
“Guillermo, quiero volver a tocar”
Pues
ese Innasio,
de humor lóbrego, devoto de su padre y lírico como debe serlo un
asturiano (pese a que Álvaro Cunqueiro dejara escrito que "la
falta de
lirismo
del asturiano habría que atribuirla al exceso de fabes en la mesa"),
fue quien escribió, allá por los veinte, una letrilla que pretendía
estampar el amor a los verdes y melancólicos prados norteños que,
su padre (que no pudo soportar la ausencia y se volvió en cuanto
pudo) le inculcó entre suspiros. Innasio
concentró toda esa añoranza en unas estrofas contundentes que
definen lo que podemos calificar de “Imperativo
floral”:
Lo importante es coger la arbórea flor. Que tu morena la ponga, o
no, en el balcón… ¡es cosa suya!
“...Tengo
que subir al árbol,
tengo
que coger la flor,
y
dársela a mi morena
que
la ponga en el balcón,
Que
la ponga en el balcón,
que
la deje de poner,
tengo
que subir al árbol
y
la flor he de coger.
Innasio,
ya estaba al frente del “Sexteto
Nacional”.
Le dio un ritmo de “son”
y la cantó en la tierra de su padre (que, por entonces ya había
muerto) en su único viaje a España. La letrilla quedó prendida en
la memoria de los oyentes.
Si
la letra (del nada heroico himno) es flor de la emigración, la
música añade romanticismo proletario. Mineros de Silesia (Polonia)
frecuentaban a principios del XX las minas asturianas de la cuenca
del Caudal y de Mieres y cuando se ponían ciegos de orujo, que ellos
creían vodka, daban rienda suelta a su triste vena eslava. De este
feliz matrimonio surgió el “constructo”
musical: cuerpo latino y alma eslava.
Tiene
la fuerza de lo simple. La grandeza de lo pequeño. La delicadeza de
lo ausente. Y digo yo que estos polacos deben de tener algo especial
para los himnos, porque si no recuerdo mal “A
las barricadas”
también es una canción polaca. Pues sí, como digo, es una canción
muy bonita, muy sentida (que se dice), poco pretenciosa y, por eso,
ha alcanzado la gloria: ser himno patrio y no ser odiada por nadie.
¡Vaya con los polacos! “La
grandeza
de lo pequeño” está dicho a la ligera, y, naturalmente no se
aplica a los gemelos aquellos de los cuales uno murió en el
accidente aéreo cuando iba a honrar a los muertos de la matanza del
bosque de Katyn. Es lo que tiene la poesía.
Que
las canción es algo más que una simple copla, lo pone de manifiesto
el uso que se hizo de ella en la Revolución de Asturias del 34
(Infórmese Uds. Infórmense). También Vázquez Montalbán podría
añadir alguna cosilla.
"...
mientras el cantinero ofrecía en su grabadora particular una
selección de boleros para bebedores a la luz del día: Vicentico
Valdés, Vallejo, Tejedor y Luis, Contreras, iban narrando una larga
crónica de desamores y tragedias que ligaban con el ron mejor que
con el ginger-ale o la Coca Cola." (L.
Padura)
En
este párrafo se conjura la esencia misma del bolero cubano. El
primero y el segundo cantaron con la Sonora. “Tejedor y Luís”,
así como Orlando Contreras*, no hubieran desmerecido lo más mínimo.
Contreras, era un maestro en los boleros de despecho,
un “corta
venas”,
que se dice, o la “Voz
romántica de Cuba”
(según el día). Recibió tremenda distinción de manos de Benny,
Benny Moré, “el
bárbaro del ritmo”,
aquel de quien Arsenio
afirmó “que
sus sones se burlaban de la prisión cuadrada (del compás),
planeando la
melodía
por sobre el ritmo…etc etc.”
Eso ocurría en 1961, en el alejado Ali-Bar, feudo de Benny y donde,
precisamente, al año siguiente, Tejedor (ciego, pobre y negro) y
Luís (casi lo mismo, pero más bajito), y ambos con pinta de
vendedores de enciclopedias, se juntaron para formar una conmovedora
pareja que duró veinte años.
Luís era la “voz
de adorno”,
un discreto falsete que abría la límpida voz de Tejero y la
rellenaba de lirismo. El local ha sido reconvertido (2002) “en
una parodia para turistas despistados”
(J.H. Fernández).
Y
ya puestos, decir que en el Nite
Club Sierra, otro feudo de Benny (y enseguida de Contreras) allí
donde Arsenio
recuerda aquella anécdota funeraria de Innasio,
allí,
la misma prolífica noche, debutaba “Cuba
Venegas”
(antes Gloria Pérez) “la
prieta más fermosa que ojos humanos vieron…era para los ojos lo
que Moré
para
los oídos”.
“la
musa de nuestras
mesas”.
Bueno
pues el bueno de Contreras, abandonó la isla en el 65 (¿). Se subió
en una balsa y arribó a Florida. De este viaje le quedó un gusto
insobornable por el mar que sació en un transatlántico de bandera
portuguesa: 5 años amenizando las cenas de hombres de negocios y
turistas de antes del low
cost,
tras lo cual se instaló en Medellín (Colombia). Tras cinco años de
mal de mares, le siguieron otros muchos de mal de amores. Desplegó
su arte por los garitos y tugurios y fue nombrado “Jefe”,
que debe de ser una categoría que te permite beber gratis. Dicen que
fue envenenado por una empleada de servicio del hotel en que se
hospedaba. Lo dicen porque se acostó soltero y amaneció muerto... y
casado con la sospechosa. Fue incinerado a las 9 de la mañana, ¡a
la misma hora en que se había celebrado el casamiento! La conclusión
más lógica, no la más plausible, es que matrimonio e incineración
son la misma cosa.
“Arráncame
la vida”…”ya estoy desengañado”… “mi
copa
está vacía”.
Cuando
Contreras recibió el honor de ser distinguido como el mejor cantante
extranjero del 61, hacía 8 años que Napoleón Pinedo*, hijo de
Alejandro Barranco y natural, como es natural, de Barranquilla
(Colombia), había aterrizado en La Habana. El Sr. Barranco jamás
convivió con “la
Mona”
Felludo ni con el niño, así que fue adoptado por Julio Pinedo. Su
gusto musical fue alimentado por su madre, Antonio Machín, Innasio
Piñero, los Matamoros…Cantó con la Orquesta de Alberto Rodríguez,
de la que también formaba parte Orlando Contreras (nada que ver con
el otro) y fue entonces que, convertido en Nelson
Pinedo, apareció por la Habana: “Me
voy pa L’Habana”,
se dijo. A los pocos meses ya había cantado con el grupo de
Matanzas.
Digo yo que el cambio de Napoleón
a Nelson
denota algo. Es como si alguien se llamara “Luz”
y le cambiaran el nombre por “Tiniebla”
(o viceversa). ¡De Napoleón a Nelson que, a más de inglés, cuando
había que ser francés, le arrancaron un brazo en Santa Cruz de
Tenerife y se quedó medio ciego (como el negro Tejedor) en Córcega,
antes de desangrarse en Gibraltar! Con sus últimas palabras redimió
toda una vida: “Beber,
beber…Abanico, abanico….Frotar, frotar”,
perfecta sinopsis de las aspiraciones isleñas… quizás por esto
le eligieron el nombre de Nelson. A Napoleón-Nelson Pinedo lo
apodaron “El
Almirante del ritmo”.
Bastaban unos tragos para que se le apodara “Mariscal
del ritmo”.
Y es que por allá por el Caribe la cuestión de las jerarquías
militares nunca estuvo muy clara.
Así
que, Hegel, ¡en pie! Y a entonar “Asturias,
Patria querida”.
Con sentimiento, sabiendo que es himno de bebedores irredentos y,
sabiendo (a partir de ahora) cuanta emoción fue necesaria para que
la copla viera la luz… ¡más que tristeza para la destrucción de
Cartago!
Yo
“nunca
fui a la Habana”,
y miren que tuve una ocasión extraordinaria. El mismísimo Pablo
Milanés, mejor dicho el padre de su representanta y representante, a
su, vez de los “Van
Van”,
tras el concierto que dio Milanés en el Palau con ocasión del X
Festival del Milenio,
nos cursó (a V. y a mí) sendas invitaciones, con residencia y
mantenimiento, como es natural, para presenciar los fastos del
cincuentenario de la Revolución. Yo no podía dejar al perro solo,
así que decliné el honor. No. “Nunca
fui a
La
Habana”,
ni iré… y miren Uds. que parte de mi familia política, de origen
gallego, echó raíces en la isla y llegó a tener hacienda entre
Matanzas y Santa Marta y la otra media, navegantes (“capitanes”
del Maresme”) como fueron, digo yo que harían oscuros viajes desde
Senegal y otras costas africanas con destino a la perla del Caribe.
Quizás
fueran los nervios previos a la exposición pública, pero Milanés,
instalado en un hotel respetable de la ciudad condal, no paró de
comer alitas de pollo de las que venden el “chicken
frikin”
o como se le diga, así rebozadas…como a la milanesa…
¡y picantitas! Los artistas tienen esas cosas. Mientras cantó,
nadie pudo suponer que había estado, toda la tarde, con ese alimento
perrero.
Por
alusiones pondré en el sputofaif
“Iré
a Santiago”, en
la versión de Esperanza Fernández.
“Cuando
llegue la luna llena
iré
a Santiago de Cuba, iré a Santiago...,
en
un coche de agua negra,
iré
a Santiago de Cuba, iré a Santiago…”
Todo
lo anterior ha sido un exordio para lo que sigue. Pero ahora resulta
que el exordio es tan contundente que aquello que debía introducir
quedará como guarnición.
Hegel
se ha pimplado el cubo de agua y anda lamiendo la manguera.
¿Saben
qué les digo? Que lo dejo para la tarde.
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