Buscar este blog

viernes, 24 de enero de 2014

Propuesta para la tarde de hoy, día 24 de enero. Siguen las Ofelias.





La Belleza abre puertas… ¡aunque sean las del infierno! Y Elisabeth Siddall era una verdadera belleza. Un dechado, que se dice, de beldad. Dueña de una cabellera espesa y trigueña adecuada para su oficio: diseñar y coser cofias y sombreros. Y todo fue bien… hasta que aparecieron, en jauría, los prerrafaelistas, D.G.Rossetti a la cabeza.

Vieron en ella a la verdadera Simonetta Vespucci.

 A puñaladas se la disputaron. Finalmente se la apropió Rossetti que, además de pintor, cultivaba las bellas letras y rondaba a la mujer de su socio W. Morris. Así como Millais lo hacía con la mujer de Ruskin. Después vendría Bloomsbury y “Los Apóstoles” de Cambridge. Lizzie nunca se acostumbró a ese sin dios (¿), pese a que desde que casualmente envolvió un trozo de manteca con una hoja de periódico en la que estaban escritos los veros de Tennyson: “Nadir hay como ella / ni la habrá cuando nuestros veranos se hayan acabado”, se había convertido en poeta (y pintora) “tapada”. Una cosa es ser mujer poeta, se dijo, y otra, bien diferente, objeto. Y fue perdiendo la cabeza. Rosseti no le ayudó a buscarla. La pintaba obsesivamente y, en la misma medida, ella se difuminaba. No entraré en truculencias. Ya saben Vds. dónde acudir. Además, puesto a mermarla, le arrebató hasta la segunda “L” de su apellido.

Millais se la pidió prestada…para enviarla a “una muerte de barro” (Rimbaud).

Pues nada, que le compró un vestido viejo y sucio, como de novia y mártir (¡por 4 libras!) y la arrojó a la bañera a remedar a "Ofelia 3". Ni en las tardes más lúgubres del invierno londinense pudo la modesta modistilla soñar con tal trágico honor. Millais ya había escogido el paraje-paisaje que convertiría la cutrez en paraíso. Había recorrido, desde la desembocadura hasta la fuente, el río Hogsmill y encontrado el lugar adecuado, en Ewell. Hundiéndose en el barro fue haciendo bocetos y tomando apuntes de la flora del lugar, que resultó ser a tal punto parecida a la que decoraba las paredes de la oficina de "Ofelia 1" que pudo pensarse en flagrante plagio.  El río entonces era rápido y con fuerza suficiente para mantener vivos varios molinos. Ahora recorre mortecino tierras bajas


Pueden Vds., en unas cuatro horitas, recorrerlo casi en toda su longitud. Cuando lleguen a Kingston, ya en la desembocadura, tomen una pinta en “The Ram”, junto al viejo puente de Clattern. En “The Ram” proponen un juego, por el que el local se ha hecho famoso en los países de lengua hispana: Te sirven la cerveza en una jarra cuadrada y si consigues beberte el contenido sin derramar ni gota, te sale gratis. He de decirles que voy por la tercera y, gracias al chubasquero, no tendré que pasar por Marks & Spencer, que, por cierto, tienen rebajados unos albornoces color cerveza tostada que son una monada.

En su loca localización de exteriores destrozó varios campos de coles (el dueño llevó el caso ante el juez y le cayó una severa advertencia), las moscas lo martirizaron y el viento del norte lo empujaba hacia la corriente. Por suerte, la pintura “A pleine air” no estaba desarrollada.

Ahora volvamos desde Kingston, a contracorriente, como los salmones. Tomemos asiento a una mesa de madera de la terraza del Spring, en el 1 de London Road, Ewel, patria chica de Petula Clark y lugar envidiable. Nos pediremos una estrella (¡tienen!) y, sin prisas, nos daremos a la recreación de los hechos.

Previsores como son habrán llevado con Vds. el “esputofaif” (yo sí). Busquen “Per la ricuperata salute di Ofelia” una cantata de Salieri, Mozart y “Cornetti” (¿) sobre texto de Da Ponte. Ni Ofelia 3 ni Ofelia 4, recuperaron la salud. Es más, murieron como consecuencia de todo este dislate: “fantasma blanco sobre el largo (¿) río negro” (A.R.).

–Zenquiu!

–¡Son 5 euros y la voluntad!

Ofelia 3”, hija de Polonio, nombre radioactivo donde los haya, y hermana del valeroso Laertes, pero ella misma una abstracción, se enamoró de Hamlet. Shakespeare, sin embargo, no estaba para ternuras: Su joven amigo Herbert le había robado su Coralina (Mary Fitton) y se entregaba (Hamlet, Macbeth…) a sueños de venganza y asesinato. Así que le aconseja, por medio de un inestable Hamlet, que se meta en un convento… si no quiere bañarse en sangre. Ofelia 3 (ahora Ofelia 4) prefirió bañarse en una bañera. Allí la colocó el desconsiderado Millais. Cubrió la tina con un enjambre floral y colocó candelas debajo del recipiente para mantener el agua templadita. Esto ocurría en el estudio del pintor en Gower Street, junto al British Museum, en pleno invierno de 1852.
Las candelas se consumieron y con ellas la salud de Elisabeth. Abría la boca como si estuviera cantando, en realidad tiritaba. Neumonía, depresión, y láudano. Neumonía por la desidia, depresión por la desconsideración y la “hija” muerta, y láudano… ¡para olvidar!

Dicho de otra manera: Cuando quitó el tapón de la bañera, sólo quedó el vestido. Ella, se deslizó, cual ofidio, por la tubería y ya no “volvió”.

Permítanme este interludio: Volvió. Pero lo hizo en forma de anguila y apareció por el conducto de agua fría en el lavabo de Nicolás,  cocinero de Colin (“L’écume des jours”).  

El padre de la ninfa lo demandó por incuria y perversidad. El juez admitió la primera acusación y se declaró incompetente para juzgar la segunda. Millais pagó los gastos del tratamiento y Rossetti las dosis (y la sobredosis)… y los derivados del sepelio, que resultó una especie de escenografía gótica y estrafalaria. El clímax llegó cuando el pintor, en un rapto poético, colocó sobre el pecho de su amada los tomos de poesía que no había habido manera de publicar. El peso de los versos hizo que “Ofelia 4” exhalara su definitivo último aliento.

Fue enterrada en el cementerio de moda: el Highgate, a un centenar de metros de donde una década más tarde llevarían a Marx que, mientras Millais destrozaba a Elisabeth, (1851-52), escribía, en la cercana calle Dean, nº 64 (actualmente 26-29), en pleno Soho, “El 18 de Brumario”. Wilhem Liebknecht, padre del mártir, nos da noticias sobre las precarias condiciones de la morada.



Londres estaba lleno de conspiradores exilados y expulsados

La casa original ya no existe. Y en los bajos, para que lo sepan, hay un restaurante conocido, el “¿Quo Vadis?”. Si se cansan del Spring, pásense por allí. ¡Ah, y la consabida plaquita!...  equivocada por cierto.

Los remordimientos reconcomían a Rossetti, y dedicó todos los años que le quedaban a pintar a Lizzie con una devoción obsesiva que culminó en “Beata Beatrix”. 



Había, sin embargo, un hueco en su corrículum; la poesía. Los versos le huían y en su locura imaginó la traca final: abrir la tumba de su amada y recuperar los versos que en un exceso de altruismo había depositado sobre el pecho de la infeliz. La pandilla lo jaleó y montaron otra escena gótica. Lizzie estaba, dijeron, intacta, bella como cuando dejó la sombrerería. Y los versos también. Rossetti los publicó desde su infierno de Chelsea: 

Yacen tus manos abiertas en la hierba…”

Laertes dejó dicho: “Dadle sepultura y que broten violetas de su carne pura y sin mancha”.

Tal día como hoy, del año 1972, unos pescadores de camarones de Talofofo (al este de la isla de Guam, Japón), “desenterraron” a Schöichi Yokoi. “Es un poco vergonzoso, pero he vuelto”, dijo, después de estar escondido en una cueva desde el final de la segunda guerra mundial.

EPÍLOGO.

“–…Escúcheme, Kavalérov. He inventado una máquina así… Puede hacer saltar una montaña por los aires. Puede volar. Levantar grandes pesos. Tritura minerales. Sustituye los fogones de la cocina, el cochecito del niño, la artillería de largo alcance… Es el genio de la mecánica… No puedo hablar de mi máquina sin que el corazón me salte como un huevo en agua hirviendo… La he dotado de ciento de habilidades…capaz de todo…Pero se lo he prohibido. Un buen día comprendí que me había sido dada la posibilidad sobrenatural de vengar mi época…He corrompido mi máquina adrede. Por despecho… ¡La doté de los sentimientos humanos más banales!... Vengué mi siglo…engullen el siglo XIX como una boa constrictora engulle un conejo… ¡Nuestros sentimientos, los rechazan; nuestra técnica, la absorben! Me vengaré en nombre de nuestros sentimientos. Mi máquina habría hecho feliz a la nueva era al instante…habría sabido conducirla al cenit de la técnica. Pero mire, ¡no se harán con ella! Mi máquina es la ofensa cegadora que la era agonizante inflige a la que nace. Cuando la vean se les hará la boca agua…” (“Envidia”. Yuri Olesha)

Esa máquina es “Ofelia 5”.



Dejen ya el Spring y vuelvan a casa.



EJERCICIO 1.

Háganse un “book” con imágenes de Ofelia. Les propongo:
1.      Delacroix: “Hamlet hace reproches a Ofelia”
                  “Ofelia loca”. (1834)
                  “La muerte de Ofelia” (1853)
2.      Arthur Hughes: 2 obras (1851-53)-(1863-64)
3.      George Frederic Watts (1864).
4.      Ernest Hébert.
5.      Pierre August Cot (1870).
6.      Jean Baptiste Bertrand.
7.      Williams Gorman Wills.
8.      Richard Westall.
9.      Cabanel (1883)
10.  Waterhouse: 3 obras (años 90)
11.  Paul Albert Steck (1895)
12.  Millais: “Ofelia” (1851-52).
              “Primer brote de locura de Ofelia”
              “Hamlet y Ofelia”.
13.  Odilon Redon (1903)

El orden sería el siguiente:
1º. Waterhouse: Ofelia está sentada en la rama de sauce.
2º. Cabanel: La rama se ha roto. Ofelia yace en el suelo. Flores esparcidas.
3º. Paul Albert Stack: Ofelia se hunde vertical, a plomo.
4º Delacroix: Ofelia muere. Su brazo sigue agarrado al sauce.
5º Millais (y otros): Ofelia es llevada por el río y la muerte le acecha.


EJERCICIO 2.

Propongan un simbolismo para las flores (“flores para una flor”) que aparecen en el cuadro de Millais. Propongo:
·        Rosa: Laertes llamaba “Rosa de mayo” a su querida hermana.
·        Sauce, ortiga,: amor abandonado, dolor, inocencia.
·        Pensamientos: amor en vano.
·        Amapola: muerte.
·        Violetas: castidad.
·        Margaritas: recuerdo. Dolor de amor.

     








Propuesta para la mañana de hoy, día 24 de enero. Pessoa. Ofelia…


(Los asteriscos * remiten a “razones efemerísitcas”)



PRIMER ACTO

(En un comedor normal de una casa normal, Kino acaba de explicar a Hegel, su perro, la trágica historia del príncipe de Dinamarca. Una mesa redonda, cuatro sillas, un sillón de Ikea de 300 euros y un colchón en el suelo (sobre el colchón una funda de colores ¡vivos!)).

–Bueno… ¡eso es todo! ¿Qué te ha parecido?

–Um….Demasiado veneno, ¿no? ¿Cómo puedo fiarme del agua que bebo?

–Es ficción, Hegel, ¡ficción!

–Ya, ya. Dada mi condición y las circunstancias, toda mi vida es una ficción. Esta vida, “es un error metafísico de la materia, un descuido de la acción”.

–Lo que tienes que hacer es leer menos

–¡Y comer más...que se me van las fuerzas enseguida!

Kino echa unas bolitas y se las va comiendo como quien fuma displicentemente.

–¿Tenía perro “Ofelia 3”? Ella me hubiera sacado a pasear por la orilla del río; me hubiera tirado palitos y dado a oler toda la flora del lugar…

–Pues… ¡no lo sé! ¡Vaya pregunta! Si hubiera tenido no sería tú, vosotros fuisteis inventados mucho más tarde.

–O sea que soy un “replicante”… ¿quieres decir que soy un “replicante”?

–Si no te callas, quedará demostrado “que sí”.

–¡Hala! ¡A la calle que ya es hora!

SEGUNDO ACTO

(La escena se desarrolla en una sórdida oficina de la parte baja de Lisboa, a las orillas del río-mar. Las grandes ventanas dan a lúgubres descampados.  Varios personajes intentan salir por la única puerta posible. Esta escena vergonzosa y un poco violenta se repite dos veces cada día. Se oye, en off:

“Me quedé loco, me quedé tonto
Mis besos no vinieron a cuento.
La apreté contra mí,
La enlacé en mis brazos,
Me embriagué de abrazos,
Me quedé tonto, eso fue todo”).



Era el 24 de enero de 1920, mientras el médico certificaba la muerte de Modigliani, Pessoa, aprovechando el  ansioso desorden  de la salida de la oficina, se abalanzó sobre “Ofelia 1” y la besó en los labios. ¡¡Era la primera vez que cataba unos labios femeninos!! Pessoa tenía 31 años. “Ofelia 1”, 19. Fue como una escena de Mortadelo, pero… ¡al revés! Asombro se apropió de los presentes y no los dejó salir. La secretaria del superintendente de la T.I.A. bebía los aires por Mortadelo.  “Ofelia 3” bebió agua hasta la muerte. “La que socorre a los demás” no pudo socorrerse a sí misma. “Ofelia 2”, con su perenne vestido rojo siempre puso decir que no era rubor, sino reflejo.



Ofelia 1” enrojeció hasta las enaguas.

Ocurrió todo muy rápido. Pareció, sin embargo, que había durado toda eternidad (y un poquito más). “Ofelia 1” sintió la embestida, cinco dedos que le apretaban las carnes en un lugar dudoso, unos labios que cosquilleaban sobre los suyos… Abrió los ojos de par en par, los dirigió hacia los ventanales y vio que llovía. Por un momento creyó que Fernando, aunque poco dado a la broma (pero mucho al misterio) estaba proponiendo una adivinanza, y dijo (para sí): “Cinco de Pluvioso. Día del Toro”.
Cuando pasó la alegoría, se quedó con la boca entreabierta, como si estuviera cantando canciones olvidadas. La oficina giraba en torno a ellos. “Ofelia 1” se fijó en el papel estampado: rosas, sauces, ortigas, margaritas, pensamientos, amapolas… y violetas. Le costó salir de aquel espacio-tiempo estancado. Cuando lo consiguió, susurró: “Fernando”. Ya no quedaba nadie. Aún se oía el ruido de la estampida, parecido al eco lejano de una manada de ñus.

Fernando Pessoa se quedó tonto, eso fue todo.

















Entonces empezó una relación virtual, con alguna incursión en lo presencial, que se extendió hasta septiembre. Tuvieron que pasar 9 años para reanudarla y conseguir completar un año natural. He aquí unas muestras de la prosa poética que se gastaba el “desasosegado” Pessoa:

“Ofelia, mi ofelinha, mi bebézinho…”

“Bebé, ven para acá…ven junto al Niñito, ven a los brazos del Niñito; pon tu boquita junto a la boca del Niñito.”

 “¡¡¡Mala, mala, mala!!! ¡Unos buenos azotes es lo que tú necesitas!”

Parece una escena apócrifa de “El sí de las niñas” (*).

Ofélia: “¿No crees que es mejor que yo le diga un día de estos  a mi hermana que ya te declaraste?”
Pessoa: “Esto es propio de gente común. Yo no soy común. Y no digas a nadie que nosotros salimos juntos. Es ridículo, nosotros nos amamos”.

La proporción de cartas fue de 7 a 1. Pessoa escribía poco, pero de una densidad mercurial (botánica). Con tanto “heterónimo”, pseudoheterónimo” y “personajes literarios”, a él, el “ortónimo”, le quedaron las migajas.

Puedo aceptar que el “hombre” que no ha escrito cartas de amor es “ridículo”, vale. Discuto, sin embargo, cuál lo sea más: si el ágrafo o el que es capaz de escribir lo citado. ¡Sobre cartas “de amor” habría tanto que hablar! El poeta, o escribe un “poema de amor”, o algo superferolítico. No encuentra el tono.




La pobre “Ofelia 1”, desorientada por la variedad de remitentes, no sabía a qué atenerse y cuando lanzó la propuesta de compromiso lo hizo a ciegas. En realidad no sabía quién la recibiría si Alberto, poeta-filósofo y antimetafísico; Álvaro, amoral y nihilista; Ricardo, latinista y monárquico hasta el exilio; Bernardo (aún nonato), el mismo “ortónimo” al que se le hubiera arrancado “el raciocinio y la afectividad”… o cualquier otro fantasma. Tampoco supo nunca quién le respondió, aunque ella lo atribuyó a “Ferdinand Personne” (recaigan en el triple sentido: “Pessoa”, “persona”, “personne.”): ¡Nadie!

Fue entonces cuando la “novia” cayó del árbol y supo que jamás se cumplirían sus deseos. La cosa había empezado mal: bajo la sombra de Modi.




Por los mismos días, sino el mismo, Kafka conoce a Milena. Milena quería traducir algunos relatos de Kafka al checo, pues el escritor, aunque checo, no hablaba checo. Kafka ya se había introducido, tras el ataque de hemoptisis, en el camino de la tuberculosis y empezaba sus recorridos por diferentes sanatorios. Su relación epistolar duró del 20 al 22. Y acabó de la misma manera. Y es que los oficinistas son muy suyos. A Kafka no le dio tiempo a retomar nada.

Pasaron los años, para Pessoa fluyendo tras las ventanas del Campo de las Cebollas, como las aguas silenciosas del Tajo, a punto de devenir mar; como a Soares, ese “pseudoheterónimo”, por la calle de los Doradores, en cuyos balcones siempre lucen claveles rojos. Y pensamientos, cuando el oficinista asoma su melancólica cabeza.

Para “Ofelia 1”, no lo sé. Supongo que lento y espeso cual película de Angelópulos (*)



Pessoa era algo así como un corresponsal extranjero para diferentes empresas. Desde que besó a “Ofelia 1”, aunque no como consecuencia, vivió en Coelho Rocha, 16 y de allí se lo llevó la “Agencia Barata” para que acabara de morir en el Hospital de san Luís de los Franceses, en pleno Barrio Alto. Delirium, hemoptisis, cirrosis…como su admirado E.A, Poe. “Ofelia 1” ni se enteró. I know not what tomorrow will bring”…No te preocupes, no habrá mañana. Ni tampoco para Jeanne.

Su” casa se ha convertido en el Centro Cultural “Casa Pessoa”. Aún están a tiempo de tomar el avión y ahogarse en una “suite para clarinete, violín y piano” de no sé quién. ¿Qué habrá sido, sin embargo de “Casa Trinidade”? ¿Y del joven Trinidade? Allí solía tomar la última (y la primera). Creo que una vez le dieron un premio (a Pessoa), que no fue suficiente para saldar la deuda. Trinidade no pasó la factura. Estuvo entre la cincuentena de amigos que lo despidieron en el cementerio dos Prazeres. (¡Bonito nombre! Ahora está en Los Jerónimos). Como también estuvieron los camareros de “O Martinho” y todos los servidores de los tugurios de Cais do Sodré (incluido Abel, naturalmente). No bebas (¡ni fumes!) con el estómago vacío, le decía la sensible “Ofelia 1”. Un alcohólico no sabe de comidas. Le viene, súbitamente, el deseo de algo sólido, por nostalgia. Y se echa a la boca lo que sea. Un huevo duro, con preferencia. O unas almendras fritas.

“…Y eres bombón, y eres avispa, y eres miel…” ¡¡Y soy “Ofelia 1”!!

¿Recuerdan Vds. el mítico final de “Los Gamberros”? ¿Recuerdan a “Ofelia 2”, loca de amor, persiguiendo, en traje de novia, a Mortadelo para contraer nupcias y a Mortadelo huyendo como una máquina de vapor?

Ofelia, ¡olvídate del indeciso! Pídele que se aclare sobre aquello del ser y del no ser. Tú, eres Ofelia. Él, es nadie. Y a ti, Milena, te digo lo mismo: olvídate. La sombra del padre sobrevuela la escena. Y a ti Jeanne… ¡qué puedo decirte? Mañana dejarás caer tu última palabra.


El ingenio devastador de Mortadelo está fuera de toda duda, pero quizás Vds. no sepan del ingenio espumeante de Pessoa. Sabrán que también tocó, adelantado, el campo de la publicidad. Cuando la Coca-Cola quería extenderse por Lusitania, se le encargó la ideación de un slogan “engrescador”. Removió cielo y cielo, pero valió la pena: “Primero se extraña, después se entraña”. La ambigüedad del segundo verbo, llevó a la prohibición de la campaña y retrasó décadas la introducción de la bebida. ¡No hay mal que por bien no venga!

No hace muchos años, una campaña a favor de una bebida refrescante se basó en: “Primero se prueba, después se aprueba”, dejando constancia del genio avanzado del poeta.

Un día del año 1929, alguien (sé quién fue, pero no se lo diré) le mostró a “Ofelia 1” una fotografía de su ex. No tenía nada de extraordinario: Bebía en la barra del “Martinho”. La chica que por entonces tenía 29 años, pues había nacido con el siglo, quiso una copia. Enterado el poeta, la reprodujo y se la envió firmada: “Fernando Pessoa en flagrante delitro (¡Lo que daría yo por una frase como esa!). Por cierto, el restaurante de la casa Pessoa lleva ese hermoso nombre. ¡Cómo no recordar a “Litrillo”!...”Deles dios…”

Reanudaron la “epistología”: “Si me caso será contigo, pero no sé si esa vida es la apropiada para mí”. “No me importa. No te molestaré. No espero de ti banalidades ni futilidades”.

Tal día como hoy del año 1922, Kafka escribía: “La felicidad de los casados, viejos y jóvenes, de la oficina. Fuera de mi alcance; y si estuviera a mi alcance, me resultaría intolerable, y sin embargo es el único anhelo que me siento inclinado a satisfacer”

“Por la mañana pensé: “Tal vez puedas seguir viviendo de este modo, después de todo; ten cuidado solamente de protegerte de las mujeres.” Protegerte de las mujeres; pero ya están al acecho en el “de este modo””.

A estos “poetas” no hay dios (?) que los entienda.

Pessoa renuncia a la posible felicidad por el “desasosiego”: “Sólo una vez fui amado. Algunas simpatías tuve, que, poniendo algo de mi parte, podría haber convertido, o al menos tal vez podría haber  convertido, en amor o afecto.”

Calígula, muerto tal día como hoy del año 41, no tuvo ni eso. Le sucedió su sagaz y benévolo (dentro de lo que cabe) tío Claudio, miembro distinguido del club de los farfulleros y, por ello, santo de mi devoción.  Cuántos han dicho aquello de que “mi lengua es mi patria” (Pessoa incluido). Yo también lo afirmo con orgullo y, porque cuando sale de mi boca sale destrozada, la quiero más. Caetano Veloso introdujo una variante: “fatria”, que prefería a la “patria” y a la “matria”. Estoy con él.


Estos “Claudio-Calígula” parecen el reverso de los “Claudio-Hamlet” shakesperianos. Lo sabemos porque sobrevivió Horacio para contarlo. Y por él sabemos lo que le pasó a “Ofelia 3”. ¡Cuántas desgracias no han tenido a su Horacio para contarlo!

Juro por Ofelia que, si alguna vez cruzo nuevamente el charco, dios (¿) no lo quiera, me tomaré un pisco en la terminal de autobuses “La Ofelia”, al norte de Quito… donde la ciudad se difumina.




¿Conocen Vds. la “Col Kale”, una especie de perifollo gigante? Dicen que tiene tantas proteínas como la carne, más hierro que las lentejas, más calcio que la leche, es más diurética que las alcachofas…Yo tampoco la conocía. Pero acabo de comprar un manojo. Un hervor ligero y ¡hala…a zampar!

En realidad es la “col rizada”, o berza, de toda la vida. Ahora nos llega como descubrimiento yankee.

¡Hasta la tarde!

–¡Me dejas con la miel en la boca!

–¡Calla, perro!....y ¡Felicidades, Nastasia!











.



lunes, 20 de enero de 2014

Propuesta para la mañana de hoy, día 20 de enero. Bouvard y Pécuchet. Pop. El gallo del Coronel.





“Una tarde (era el veinte de enero de mil ochocientos treinta y nueve), estando en su oficina, Bouvard recibió una carta.
Levantó los brazos, poco a poco su cabeza cayó hacia atrás y se desplomó desvanecido sobre el suelo. (…)
Hizo llamar a Pécuchet. Este apareció.
–¡Mi tío ha muerto!  ¡Heredo!
–¿No es posible!”


La carta llegó seis días después de que saliera del estudio del notario de Savigny-en-Septaine, Tardiel. El tío había muerto el 10 de enero.

Otra vez echa mano Flaubert a ese “Deus ex machina” que libere a los personajes de la sujeción a la necesidad. En efecto, sin esa herencia, esa pareja de idiotas hubieran seguido siendo idiotas, pero su idiotez hubiera sido más discreta y, seguramente, no hubiera acabado en asco existencial. O sí. Pero no hubiera hecho falta ese absurdo recorrido por toda la ignorancia acumulada.

Allá por las selvas colombianas, tal día como hoy del año ¿1956?, el coronel sale de casa abrazado al gallo, herencia de Agustín, en quien todos han depositado sus esperanzas. La moneda está en el aire. Sigue en el aire. ¿Estará condenado el coronel a seguir esperando la carta que nunca llega? ¿Amanecerá el día en que el cartero le traiga la buena nueva? ¡MIERDA!...Esta incertidumbre me matará… ¡si antes mi mujer no me “arrastra al infierno”!


Hace años, mi amigo cojo y un grupo de artistas desarraigados que empleaban todo su ingenio y empeño en la construcción de marionetas y que habían asentado sus reales en una casa abandonada de san Pere més baix, se hicieron con un perro galgo. No me pregunten las circunstancias. Las desconozco. Quizás lo robaran en las cuadras del canódromo de la Gran Vía… ¡a saber! El perro tenía casta. Todas las tardes lo llevaban a correr a las playas de la Barceloneta y lo alimentaban  milagrosamente. Ellos amanecían cada día más flácidos y amarillos. El perro, sin embargo, mejoraba su estampa a ojos vista.

Así que depositaron en el bicho todas las esperanzas del grupo, que, por cierto, no eran muchas. El cánido los sacaría de la miseria. Una tarde fría de enero, en la playa, un doberman loco se le lanzó a la yugular y el pobre galgo se desangró sobre la arena, como un noble astado. El cortejo, encabezado por quien portaba el deshecho y cerrado por el cojo, es lo más triste de lo que tengo noticia. ¡Mala suerte la nuestra, dijeron!

La fecha no se nos olvidará a nadie: fue el 20 de enero del año 1979.


“Es opinión común que la era del Pop Art data de la exposición individual de Jasper Johns en la Galería Leo Castelli, del 20 de enero al 8 de febrero de 1958, con pinturas de banderas americanas, letras del alfabeto, hileras de números y dianas de tiro”. (Tom Wolf).

Esto sólo es cierto si se cree que los USA son el centro del mundo. No sólo centro: AMO. Por entonces extendía sus tentáculos por todo el Cono Sur.

Ya desde el 52,”el Grupo Independiente” inglés estaba lanzando mensajes que rompían claramente con la seriedad y espiritualismo de los habituales del Cedar y del Greenvillage… Y en 1956, dos días antes de que Pollock (“Jack el destilador”) se estrellaran contra aquel inoportuno árbol, tuvo lugar la seminal: “This is tomorrow” en la Whitechapel Art Galery de Londres. Y allí sí, se establecieron “oficialmente” las bases del nuevo movimiento. (Ver propuesta, inédita).

En Colombia se estaba en plena “Violencia”, precisamente García Márquez sitúa, de forma oblicua, la acción de la novela en los últimos tiempos de eso que se ha dado en llamar “La Violencia”.
García Márquez daba las últimas puntadas al “El Coronel…”, que acabaría tal día como hoy (¿por qué no?) del año 1957, en París.

Esta mañana voy lanzado. No me para ni Hegel, que sigue durmiendo. ¡Raro! Mosqueado salgo a la terraza y constato la razón por la que el perro no tenga prisa y sigua durmiendo a pierna suelta: Se ha despachado a gusto: Sigue siendo un cachorro que sólo entiende lo que le interesa.
En cuanto oye el ruido de la nevera, levanta las orejas y abre los ojos. Se levanta ágil, como si hubiera estado disimulando y de un salto se planta ante la luz amarillenta que mana del electrodoméstico. Parece el anuncio de la “Voz de su Amo”. Le corto unas rodajas de chóper, comida POPular donde las haya, y yo me preparo mi acostumbrado refrigerio: tostadas con aceite y orégano griegos, más un carajillo al 50% “con remolque”.

–¡He dormido de un tirón!... ¡Yo no he sido!






Miren Vds., un domingo de verano, cuando el termómetro roza los 35º, ir a pasear a las pestilentes aguas del Canal de San Martin no es una buena idea, se mire por donde se mire. Y esos dos descerebrados, provenientes de direcciones opuestas, casi chocan en el único banco que había justo en medio del Boulevar Bourdon. El uno vendría de la Rue San Martin y el otro del Jardín des Plantes, dijo.

El primero, llevado por su afición dominguera, habría paseado la ratabouille por la rue Rívoli que, por entonces, estaba siendo prolongada hasta la de Saint Antoine. Habría subido hasta Bastilla para ver cómo daban los últimos retoques a la columna dedicada a los héroes de Julio. Pasaría por el 41 del Boulevard Bourdon y le vendría a las mientes que allí fue donde se levantó la primera barricada durante la insurrección del 32. Y, por asociación, derivaría en el siniestro pensamiento de que frente a su casa, frente a la parroquia de Saint Merri, se defendieron los últimos “Miserables” de París. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Imploró con todas sus fuerzas que París mantuviera la calma durante algunos decenios y le asegurara una jubilación tranquila…de la que le separaban dos años y pico.

Ya de bajada, habría analizado la calidad de los materiales y la eficacia del diseño del Canal de Saint Martín. Hacía más de una década que había sido abierto, pero los defectos de tan magnas construcciones se muestran con el tiempo. Y Pécuchet, soltero por necesaria devoción, estaba dispuesto, era escribano, a redactar, a la mínima, un escrito al Ayuntamiento de París.

Lo intolerable del asunto, y eso lo digo yo, es que esa magna obra de ingeniería acuática fuera pagada con un impuesto especial ¡¡sobre el vino!! Otra muestra más, si es necesario, de la arbitrariedad del poder.

El segundo, venía, viudo como era, del “Jardin des Plantes”, de echar una cabezadita melancólica a la sombra medicinal de uno de aquellos árboles prodigiosos. Después intentaría dar con el nombre y propiedades de ciertas plantas, poniendo a prueba su afición. Cruzó el río por el puente de hierro Austerlitz (que por entonces había cambiado el nombre por el de Pont du Jardin-du-Roi), cruzó la pasarela del canal y desembocó el boulevard Bourdon, héroe (¿) de Austerlitz, donde se gestaría la amistad fatal. Hubiera estado dispuesto a enviar un escrito al Ayuntamiento a la mínima. ¡También era escribano!

Pues eso, que casi chocan en el único banco que había en el boulevard Bourdon.

La amistad fue un coup de foudre y a partir de entonces sólo se distinguieron por la gorra, el uno, y por el sombrero, el otro: ¡y porque llevaban etiqueta…que si no!

Quedaron unidos para siempre. Como Flaubert dejó inconclusa la novela, no sabemos hasta dónde llegó ese “para siempre”. Una novela semejante no puede tener final. La insensatez y estulticia no tiene fondo. La idea propuesta es la más adecuada: dedicar el resto de sus vidas, tras transitar insatisfactoriamente por todos los saberes, a copiar, a escribir lo escrito.

Para sellar a fuego la relación, Bouvard propone cenar juntos. Pécuchet conoce un local por el Ayuntamiento y hacia allí se dirigen. Esquivan el miserable Marais y sus “aguas negras”. 


Bajan hasta el final del canal y toman el Quai Morland, pues han de saber Vds. que, por entonces, lo que ahora es el Boulevard Morland, era Quai, y daba, como es natural, directamente al río. Al cabo de unos años convirtieron el brazo de río en Boulevard; así, lo que era Quai, se convirtió en Boulevard y lo que era isla (Luviers), en continente. La Biblioteca del Arsenal daba directamente al río.

En la isla, cedida a empresas madereras, se amontonaban los troncos que el Sena arrastraba y allí se serraban y se convertían en material útil para la construcción… y en leña para calentar los inclementes inviernos de París. París estaba en obras, fue la primera oleada edilicia. La segunda vendría con Haussmann y la tercera y, y más dañina, en los años sesenta con la definitiva expulsión de la clase obrera del centro y la construcción de estructuras que impidieran su fácil acceso al corazón (duro) de París.

Baudelaire acaba de ser expulsado del internado de Louis –le –Grand por “tragapapeles”. Se le readmite como externo y sigue, mal que bien, el curso de Filosofía. Quiere preparar el examen de final de Bachillerato.

“Escuchad una historia, simple y sin aderezos,
De amor de adolescentes, de amor tímido y fresco,
Como el que cada cual tuvo en sus años jóvenes,
Y que a mí me recuerda las primeras jornadas
De una pura y hermosa primavera en que, tibios,
Los suspiros del viento van entreabriendo flores (…)”

Tiene 18 años… ¿qué quieren Vds.?

Mientras estos dos amables desnortados se dirigen al Ayuntamiento, Baudelaire, ya libre y alojado en la rue Vieux-Colombier, va definiendo su futuro: de momento coger la primera blenorragia (con Sara, “la judía”). El mismo día de agosto en que pasa (miserablemente) el examen de bachiller, su “padrastro” es ascendido a general. Así son las cosas: unos nacen con estrella y otros buscan estrellarse.


Pasan por la puerta de la biblioteca y cruzan una mirada cómplice. En la rue Petit Musc,  Bouvard, más procaz, echa una mirada maliciosa (¿hay más miradas?) a la panadería que frecuenta Víctor Hugo y, de paso a la panadera… por quien el “Coloso de las Letras” se ha hecho cliente del establecimiento. No hay suerte. Se ve que Hugo ya ha comprado la baguette.

Siguen por la rue de L’Hôtel de Ville, antes Mortellerie. Y es que esa tenebrosa calle lleva escrita la infamia. Considerada como la madriguera el cólera, fue maldita por todo París. En la última epidemia, la del 32, morían como ratas. El mismo general Lamarque, cuyas honras dieron lugar a los hechos citados, la palmó en aquellos días y por esa causa. Los moradores de la calle se plantaron y exigieron que le cambiaran el nombre. Era insoportable vivir día y noche en una calle que exhibiera la muerte en su topónimo.


Así llegan a la siniestra plaza de la Grève, que desde el 30 lleva el nombre de “L’Hotel de Ville”. Junto con el nombre ha desaparecido la guillotina. Ahora está en Saint Jacques. No son dados a la crueldad, pero recuerdan (cada uno para sí) las decapitaciones que han presenciado. Y el bullicio, la alegría, que despertaban. Ahora es una especie de almacén de parados (“faire la grève”) que pasan el día a la espera de una miserable oferta de trabajo. Las obras exigen mucha mano de obra.

Aquí, en el hermoso mes de mayo de ese mismo año, Barbès (y Blanqui) llamó a la insurrección… ¡y es que París no tiene fin!  Esa insurrección no tuvo mucho recorrido. El coronel Aupick, experimentado, se encargó de imponer el orden. En verano ya lo habían ascendido a General. Mientras el militar hacía lo que tenía que hacer, su “hijastro”, escribía a su hermano: “Durante estos días de disturbios, mamá vivió con una inquietud horrible, me costaba muchísimo trabajo conseguir que viera las cosas un poco menos negras”.  Resultó herido en una pierna y decidieron, el matrimonio, pasar una temporada en Bourbonne-les-bains. Baudelaire siguió en le Vieux-Colombier.

Por fin llegaron adonde fueran. Cenaron. Tomaron unas copitas y constataron que lo suyo iba en serio. Así que Pécuchet, alegre, propone ir a continuarla a su casa, en la mojigata rue Saint Martin, continuación de la antigua rue des Arcis. Allí van descubriendo sus más íntimas afinidades. Bouvard recordó que desde el nº 8, en el cruce entre las calles Brocherie y Planche Mibray, fue desde donde Delacroix imaginó la escena de la “Libertad guiando al pueblo”.


–Se deduce de la perspectiva de las torres de Nôtre Damme”– dando una muestra primeriza de su inclinación al conocimiento y a la erudición.

–Él, por entonces,  tenía el estudio en el Quai Voltaire–replicó Pécuchet que no quería ir a la zaga.

Fue oir esto Bouvard y propuso rematar en su casa del Quai Béthum, justo al lado del puente de la Tournelle. Dicho y hecho. Su regocijo era tal que no habían obstáculos. Por fin habían encontrado estas almas solitarias (y preñadas de excentricidades), la media mitad de la que habló Aristófanes. Y hacia allá se dirigieron. Cruzaron  la pasarela de la Grève (puente de Arcole), continuaron por el Quai de Napoleón (“aux fleurs”) y el puente (aún de madera) de San Luís y siguiendo el Quai d’Orleans, desembocaron en el pretigioso (y contradictorio) de Béthum. Pécuchet llegó con la lengua fuera: le costaba seguir a Bouvard.

Cuando la pareja abandone París para dedicarse al disparate, Baudelaire alquilará un bajo en el nº 22 del mismo malecón.

Bueno, a lo tonto tonto, ha llegado la del “ángelus”. Un Dry buñuelesco y hacer la lista para el Condis: Cebollas dulces, queso rallado, pollo, mantequilla, tocino y huevos. ¡Hala, Hegel…una vueltecita! Ato al perro en el hierro de la puerta y entro en el antro.

Las cebollas están podridas, el pollo a punto de caducar, los huevos son del 3, el tocino tiene chorreras (a lo Pollock)… Con todos esos desperdicios pretendo hacer una comida homenaje: repetir el primer ágape de la pareja en su recién adquirida granja, allá por Calvados: sopa de cebolla, pollo a la plancha cubierto de lonchas de tocino braseado y huevos duros.


Esta tarde seguimos.

























RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...