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domingo, 24 de marzo de 2013

Propuesta para hoy, día 24 de marzo. Muerte de Enrique Granados. SEGUNDA SERIE



Si antes de embarcarse en cualquier medio de locomoción para un viaje de envergadura, vdes. pronunciaran en voz alta sus miedos y, por una de aquellas, el artefacto se fuera a pique, alguien, superviviente (o no embarcado), convertiría aquellos temores en premoniciones. Algo así pasó con Granados, a quien los viajes por mar le emborrascaban el alma, sistema digestivo incluido: “Este viaje me romperá los huesos”, dijo...y ¡se quedó corto!


En 1914, Granados era una figura mundial, menos en los perseverantes círculos catalanistas que lo acusaban, como es natural, de componer música “española”; no importaba que hubiera nacido en la provincia de Lérida. Tampoco se tuvo en cuenta su Sardana ni su amistad con los prohombres y artistas del país. También en nuestros días, acusados del “affaire” Palau de la Música, dicen que parte de las mordidas se empleaban con la loable intención de evitar que en las fiestas de los pueblos sólo se tocara música andaluza (¡!).
Bueno, eso es agua (¡!) pasada. Ahora lo reivindican hasta en Arenys de Munt: No están los tiempos para dejar pasar oportunidades.
El éxito de sus Goyescas en la sala Playel de París, ya conocida por nosotros, fue tal que la Opera de París le encargó una ópera. ¡Fácil!, se dijo, adapto el material pianístico y le acoplamos un texto. Schindler me presta su casa de Suiza y allí, tranquilito… pero la Gran Guerra lo estropeó todo y todo lo encaminó hacia un desenlace titánico. El Metropolitan Opera House de Nueva York salió al quite. El Met. antiguo, el que asentaba sus reales en Broadway, en la manzana limitada por la 39 y 40 West, aquel que fue sustituido por el actual del Lincoln Center y que fue derribado.
Enrique y Amparo salieron de Barcelona en noviembre de 1915 a bordo de Montevideo, en el que también viajaba Miquel Llobet. Hicieron escala en Cádiz. Lo mismo hicieron por entonces Trotsky y Cravan. El viaje no fue plácido. Cinco días de retraso. Más de una vez el matrimonio se abrazó como en un ensayo genera del momento postrero. Pau Casals, en Nueva York, ensayaba la partitura con la orquesta del Met. Así que, cuando llegó Granados a Nueva York, ya había un trabajo hecho. Casals se había, espabilado, casado con Susan Metcalfe, por lo que, digo yo, tendría las puertas, de esa insigne institución, siempre abiertas. Allí residiría hasta el final de la guerra europea.
Granados y Casals se prodigaron en recepciones y cócteles. Nunca le faltó al leridano su vasito de granadina, pues los americanos son así de ingeniosos.


Y como no podía ser de otra manera (¡les dije que me pegaran un tiro cuando usara esta ridícula expresión fatalista!), el empresario dio su opinión: “¡Paice que farta argo!… ¿no vendría bien un interludio entre Los requiebros y El baile del candil? ¡¡Sea!!, asintió el maestro. El resultado fue lo que conocemos como Intermezzo que, a la postre, ha resultado la pieza mas celebrada del conjunto. El éxito fue atronador… pese a que el músico lo consideró obra de “mala fe, vulgar, de cara al público...” y para colmo, dijo, “¡me ha salido una jota!”. Casals le respondió: “Perfecto. ¿No era aragonés Goya?
La composición puede considerarse como ilustraciones musicales de ciertos tapices de Goya, por quien el lleidetà sentía un amor insumergible, por así decir. No remiten al Goya tenebroso, si no al de San Antonio de la Florida. Fue tanto el éxito, como he dicho, que hasta el presidente de la nación, Wilson, lo invitó a la Casa Blanca... y así se lo comunicó a su amigo Viñes. Había compartido escenario con el mismísimo Caruso (I Pagliacci de Leoncavallo).
Los ingredientes que conforman la fatalidad se iban dando cita. La recepción presidencial tendría lugar el 7 de marzo. Ellos tenían el billete de vuelta para el día 8: un viaje directo a Barcelona. Pospusieron el regreso para el 11 de marzo: con escalas navales en Falmouth y en Dieppe y de Dieppe, en tren, a Barcelona. Las premoniciones continuaron el día 9 en la fiesta que le ofreció el embajador español: viajar en un barco aliado, por muy civil que sea, no ofrece ninguna garantía. Lo que le faltaba por oír a Enrique (el verde). Se debatió entre las prisas y el pánico. Ganaron las prisas, y el matrimonio se embarcó el 11 de marzo. Amparo apretaba contra su pecho una copa de plata con más de cuatro mil dólares, como recuerdo del acontecimiento. En el muelle, sus amigos sacaron los pañuelos y, como si estuviera esperando la señal, el barco se puso en marcha.
Llegados a las costas inglesas, se acercan a Londres. Un poco por turismo y otro poco por negocios. Enrique aprovecha para hacerse una mascarilla de arcilla, que, miren por dónde, se hubiera convertido en mortuoria… si el salobre líquido no la hubiera reducido a fango. Pero no se preocupen, ronda por ahí otra que se subasta a partir de 1.200 euros… no está muerto, pero lo parece. Aquí viene a cuento una mención de último viaje de Mahler.




El 24 de marzo o sea tal día como hoy,, del año 1916, zarparon de Folkestone. El Sussex, un vapor de la Compañía de los Ferrocarriles Franceses, se dirigía a Dippe. Allí, como he dicho, tenían a intención de viajar en tren a Barcelona. Eran las 13:15 cuando el barco soltó amarras. Aún no había pasado ni hora y media, cuando un torpedo alemán lo partió por la mitad: la proa se hundió en un santiamén y la popa, desquiciada, vagó solitaria hasta que fue remolcada, en contra de su voluntad suicida, al puerto de Boulogne. 


Fatalidad siguió urdiendo. Si los Granados hubieran estado en su camarote jugando a la canasta o echando un polvete, la desgracia les hubiera pasado por encima. Pero no, no estaban en su camarote, estaban tomando un digestivo en la parte de proa. En ese momento Enrique se atusaba el bigote y tarareaba El amor y la muerte y Amparo pensaba en su media docena de hijos, la menor de las cuales, Natalia, estaba en plena pubertad y el mayor, Eduardo, en pleno servicio militar, si no le habían pagado el rescate. Los alemanes no respetaron ni ese momento de recogimiento sentimental.


Tras la explosión, dicen, Enrique se encontró, sin saberlo, en una lancha salvavidas y Amparo, intentando mantenerse a flote, luchando contra las cuantiosas prendas de nombres imposibles y contra las amargas aguas del canal de la Mancha. Enrique, que no sabía nadar y tenía pavor al agua, se lanzó a una muerte segura. Amparo, atrapada por el abrazo impotente del marido, le siguió a las profundidades, dicen. No renació, pese a su apellido.
Ahora viene la razón por la que me he extendido en esta efeméride. ¿Recuerdan vdes. a H.H. Crane, ahogado en aguas del Golfo de Méjico? Pues, bien, su padre, había alcanzado cierto renombre como inventor del “salvavidas”. 
¿Recuerdan las desgracias “boxeísticas” de O. Wilde? ¿Sí? Su “sobrino” tuvo a bien vengarse con las mismas armas. 
Enrique II, tercer hijo del músico, llegó a ser campeón de España de natación en 100 metros libres y pionero del estilo crawl. Fue olímpico como jugador de waterpolo: En Amberes consiguieron empatar contra Italia (Pasaron ronda por el gol de oro) y perder contra el reino Unido por 9 a 0. En París, no pasaron de los octavos: perdieron 9 a 0 contra Suecia. Su nieto, Enrique III, compitió en las Olimpiadas de Helsinki. No superó las series.


La familia Granados se ha hecho un nombre, eso es indudable, en el campo de los deportes acuáticos y la natación en general.









sábado, 23 de marzo de 2013

Propuesta para hoy, día 23 de marzo. “Metateatro”. “Oscar Wilde… ¡está vivo!”. 2ª SERIE.



 “Imposibilidad de escribir una sola línea.” (Kafka. 23 de marzo de 1915).


Sin embargo…¡hay que escribir!

Llega un momento en nuestras vidas en el que inexcusablemente  hemos de aclararnos en torno a las aportaciones “escénicas” de Stanislavsky, Meyerhold, Piscator, Brecht, Topor, Grotowsky, P. Brook, P. Weiss…No podemos dejar pasar la vida hablando del “Actors Studio” (y de Marlon Brando o de Harvey Keytel) liquidando el tema entre confusiones y generalizaciones “sonrojantes”. Ese momento aún no ha llegado para mí: así que seguiré con las confusiones y generalizaciones vergonzosas.

Tal día como hoy, del año 1926, Elisabeth Hauptmann escribía esta nota:

“Brecht encuentra la fórmula del “teatro épico”: interpretar de memoria (citando gesto y postura), y orienta su escritura en esa dirección. Él mismo interpreta las secuencias, y así surgen las “escenas demostrativas” (como B. B. las llama)”

Asja Lacis y Karl Valentin no fueron ajenos a ese parto. 





Todo empezó con Stanislavsky y su “método de acciones físicas”: una propuesta de simplificación formal y moral, mediante la cual el actor se adueñaría de su trabajo (a través de un proceso de profundización psicológica) y los espectadores se sentirían tocados por la “verdad” que emanaba del escenario.  El naturalismo sin razón y el formalismo sin espíritu” son las causas del “arte indigente”. El naturalismo de Stanislavsky no es una burda imitación simiesca: ha introducido en él la reflexión y el estudio. Su formalismo no es frío y artificial: ha introducido en él el soplo de la vida (¡¡).

Meyerhold y su “teatro condicional” continuaron la cosa y añadieron una dimensión simbólica a la puesta en escena. Ya saben Vds. de la potencia de símbolo: es tal que no necesita nada más. Escenarios vacíos. Objetos en lugar de decoraciones. Intencionalidad política en vez de neutralidad estética. Su propensión a la metáfora le llevó al paredón.
Sembró con éxito en Piscator y en su “teatro político” y “proletario”. La representación se soportará en su contenido socio-político y no en la manipulación emocional o en la mera belleza formal. Introdujo “mecanismos” significantes: proyecciones, artefactos mecánicos, escenarios giratorios…
Y llegamos a Brecht y su “teatro épico”, “dialéctico” (heredero del “teatro político”). Su objetivo era claro: modificar el mundo mediante la comprensión, que conducirá a la acción. Su “distanciamiento”, anti-sentimental y anti-romántico, pretende focalizar la atención en el acontecimiento y sus causas. El actor no tiene individualidad. Sube al escenario armado con “gestos” estereotipados y “expresionistas” (…”caras blancas de queso”, K. Valentín), como de cine mudo (por cierto… ¡qué gran tragedia su desaparición!).

Habrá que citar a Peter Lorre (*)… ¿no?  Tenía un gran sentido del humor. ¿No se lo creen? ¿Por qué, si no, escogió una película de Jerry Lewis para despedirse del mundo? En esos momentos, en los que el ataque mortal se apoderaba de él, sus ojos aprendieron a expresar un nuevo “afecto”: la curiosidad dolorosa y burlona, que añadió, ya inútilmente, a su infinito registro.

Resulta curioso: En Stanislavsky, de tanta interiorización, el actor deja de ser él para convertirse en “esencia” humana. En Brecht esa “despersonalización” se consigue con medios opuestos.  No se trata de elegir, ni de comparar. Para Brecht era incuestionable la unión dialéctica entre fondo y forma, y para el contenido de sus obras la mejor y más eficaz forma era el “teatro épico”. Pero la “esencia” del primero es sentimental y la del segundo “intelectual”. Quizás esa brecha esté en el origen del “teatro pobre” de Grotowsky, que involucra el “esencialismo” de Stanislavsky y la desnudez del “teatro épico”.

Peter Brook, el grande, convierte el teatro en otra cosa. Entierra el “teatro muerto” y propone “Centros de Investigación Teatral” en los que durante años se desentrañan todos los aspectos que concurren en un texto. Actores de diferentes procedencias y “etnias”, (así como no profesionales) se encargarán de ir expresando todas las posibilidades.  La lógica del teatro de Brook choca con la lógica comercial: exige mucho tiempo y grandes espacios. A veces, incluso, espacios geográficos determinados en los que la asistencia no podría (ni de lejos) costear el costo de producción. Los intereses de los espectadores dan sentido a la representación. Un buen ejemplo sería el “Marat Sade…” (P. Weiss) con todo el trabajo de investigación y toda la reflexión metateatral implicada. O, en fin, “Monos como Becky”, “documental-teatro”, en la que Joaquim Jordà hace representar a los “enfermos” del “Centro de Salud Mental del Maresme” el asesinato del doctor Egas Moniz. La representación en la que culmina todo, es, en realidad, lo de menos. Lo importante ha sido el camino seguido para llegar allí, la transformación ocurrida en cada uno de los “actores-pacientes” y en el propio “director-paciente”.

Aquí he anotado el mero guión, por así decir, de lo que me espera. No se puede estar toda una vida con ese irritante vacío. Espero tener tiempo para profundizar y poder presentarme ante el altísimo, el día del examen final, con la lección aprendida.

Anotado lo anterior, me pimplo un carajillo de Terry (mitad-mitad) y me zampo unas tostadas rociadas con el magnífico aceite griego y salpicadas con picante orégano del “Monte Negro”, recogido mata a mata por mi amigo Blasi: algo así como “Cocodrilo Dandee” de Peloponeso. 
Precisamente fue Giorgos, el carnicero (en sentido literal) de Trikala, quien  dirigió mi atención hacia el “Eduardo II” de 1923. Fue durante sus ensayos que Asja y Valentín dejaron caer aquello de las “caras blancas de queso”, primer paso hacia el esquematismo y la abstracción. Panaiotis, cabrero, por su parte, nunca ha comulgado con esas técnicas tan “heladas” (así las califica), ha preferido siempre el calor que desprende el “método Stanislavsky”. Así, dice, se hace entender por sus rumiantes. Y es que allí, por los altiplanos del Cilene, la  teoría teatral es un asunto que interesa sobremanera. 

–¿A qué método se ajusta el mundo “como voluntad y representación”?¿Cuál es método natural que tiene el mundo para representarse?

Hegel empieza a ponerme en verdaderos aprietos conceptuales.  Y continúa “…por que el mundo no son las cosas, son los hechos. Las cosas no se representan… ¡son! Sólo los “hechos”, en tanto que relaciones anudadas, pueden ser “representados”.

–“Hegel”… ¡Has oído campanas, pero no sabes dónde! 

--O.K.* (Oll Korrect)

Y es que Wittgenstein, tal día como hoy, del año 1913, estaba pensando el contenido de  la carta que le enviaría el 25 a Russell, en la que se quejaba del martirio que supone no tener el talento suficiente para expresar lo que se quiere  (y lo que quería era hallar la forma de representación capaz de abarcar todo el contenido significativo del mundo y que hiciera evidente el error categorial de la “Teoria de los Tipos” del profesor inglés).

Es necesario profundizar en la naturaleza de la “representación”.

En el mismo momento en el que Wittgenstein se lamentaba de su limitación, A. Cravan, “chevalier d’industrie, marin sur le Pacifique, muletier, cueilleur d’oranges en Californie, charmeur de serpents, rat d’hôtel, neveu d’Oscar Wilde, bûcheron dans les forêts géantes, ex-champion de France de boxe, petit-fils du Chancelier de la Reine, chauffeur d’automobile à Berlin, cambrioleur, etc., etc. “, a oscuras (no por las mismas razones que el “pirómano” Wranka”), se aburría en su vivienda de la Avenida del Observatorio. Calibraba la distancia entre sus deseos y la monótona realidad diaria: “Estoy aquí porque la vida no tiene solución”. Y estaba, sin embargo, a punto de ser testigo de una epifanía.:
dina

“C’était la nuit du vingt-trois mars dix-neuf cent treize. Il pleuvait (yo añado: era Domingo de Pascua y plenilunio) Dix heures avaient déjà sonné. J’étais couché tout habillé sur mon lit, et je n’avais pas pris soin d’allumer la lampe, car ce soir-là je m’étais senti lâche devant un si grand effort. Je m’ennuyais affreusement.”

 Y se le presentó (nada más ni nada menos) su tío Óscar (como un “paquidermo”, “más musical que plástico”), ahora Sebastián Melmoth. Demasiado viejo para su edad: pelo ralo y blanco, dientes sustituidos por verdaderas pepitas de oro, tono general apagado…

–“¿Tus oídos pueden escuchar cosas inauditas?”

Habría muerto, pobre y abandonado, durante los fastos de la “Exposición Universal” de 1900. Sin embargo ¡ahí estaba!... bebiendo unas copitas de Brandy de Jerez y (¡de perdidos al río!) unos vasos de vino de “barrière”, rojo como la sangre. Se confiesa cansado e incapaz de ir a seguirla a Montmartre.  Escribe, mientras puede, unas obras para Sara Bernhardt y unos versos, que considera los últimos. Cravan, que se cree su hijo y de Nelly (“mi madre y yo, no hemos nacido para comprendernos”) le propone publicar alguna cosa en “Maintenant”. Imposible.  Melmoth le permite hablar del encuentro, pero sólo cuando pasen seis meses. Por eso esta entrevista sonámbula fue publicada en el “Maintenant  nº 3 (Octubre, Noviembre de 1913) y no en el número 2, de marzo-abril.



Así pues, sobre las 3 de la mañana del Lunes de Pascua, O. Wilde se pierde definitivamente  por las calles de Montparnasse…mostrándole a su “sobrino” una forma elegante de desaparecer de este mundo, que Cravan conservará en la memoria y pondría en práctica en el Golfo de México, recipiente de suicidas.

Fue precisamente en 1913, cuando el verano tocaba a su fin, que el misterio de Wranka empezó a desentrañarse y fruto de ese desentrañamiento volvió a ser José Koljaiczech, (abuelo de Óscar). Con ese nombre no podía aspirar a la felicidad…ni siquiera a la tranquilidad.  Desapareció en las aguas del Vístula (allí donde Wittgenstein sintió el aleteo de la muerte)…o puede que, cogido al fondo de una balsa maderera fuera a parar al Báltico y de allí, dios sabe cómo, a Búfalo, USA. 
Lean Vds. las aventuras y desventuras de Óscar (y de media Europa) en el “Tambor de hojalata”, publicada tal día como hoy, del  año 1959. Pongan la cristalería a salvo.




         *                    *                    *                    *                    *

“Estaba acostado sobre mis sábanas
Como un león sobre la arena
Y, por efecto admirable,
Dejé caer mi brazo…”

“Ah ! laisse-moi  rire, rire, mais rire comme Jack Johnson ! “
(A.  Cravan)


 

viernes, 22 de marzo de 2013

Propuesta para hoy, 22 de marzo. Goethe. Weimar. 2ª SERIE



(Asteriscos * remiten a "razones efimerísticas")

Don Álvaro” sigue vivo gracias a Verdi.

Cuando se estrenó la obra (tal día como hoy, del año 1835), el teatro del Príncipe de Madrid se inundó de sangre hasta la altura de los tobillos de los espectadores de platea. Era algo insólito: Tanta muerte unida por el hilo de la fatalidad. Representó en nuestros lares lo que “Hernani” había significado para nuestros vecinos y lo que el “Werther” había anunciado décadas antes. Fue todo un “cluster” de motivos que definirían el romanticismo: honor, amor contrariado, duelos, venganza, muerte, destino, culpa,  noche, “adulterio”, desesperación, conventos, medievo, viajes, suicidio…

Los espectadores salieron a estampida, huyendo unos de otros. No pararon hasta llegar a sus domicilios conyugales. Pero una vez allí les asaltaba el deseo de arrojarse por los balcones o de colgarse de las higueras. Buscaban motivos que convirtieran su situación en suicida. El suicido moderno-contemporáneo tiene otros motivos (si los tiene).

Pasada la enfermedad pre-romántica, Goethe se convirtió en el adalid del neo- clasicismo y desde Weimar irradiaba serenidad y perfidia. Lean Vds. este curioso y atemporal (y borgiano) fragmento:

“Goethe, al parecer, permaneció largo rato junto a la ventana y encargó a Kräutner que visitara a Wittgenstein en Oxford o Cambridge (¡realmente le era por completo indiferente dónde!) y lo invitara. Según creo, el Canal está helado, ¡lo que quiere decir que tendrá que ponerse un buen abrigo de piel!, dijo Goethe al parecer a Käutner. Póngase un buen abrigo de piel, busque a Wittgenstein e invítelo a Weimar para el 22 de marzo. Es el deseo de mi vida, Kräutner, ver a Wittgenstein precisamente el 22 de marzo. No tengo otro deseo. Si Schopenhauer y Stifter vivieran aún, los invitaría con Wittgenstein, pero (…) no viven ya y por eso invito sólo a Wittgenstein. Y, si lo pienso bien, dijo Goethe junto a la ventana, con la mano derecha apoyada en el bastón, Wittgenstein es el más grande de todos.”

No sabemos el resultado de la pesquisa.  Pero si Wittgenstein, viniendo desde el futuro, hubiera acudido a la invitación, se lo hubiera encontrado muerto o quizás diciendo aquello de “¡más luz!” que precedió al óbito. En realidad, que lo sepa la gente, el sabio universal, total, olímpico, se despidió diciendo: “¡Abran la ventana de la derecha y que entre más luz!”. Sus biógrafos no supieron que hacer con aquella banalidad y la redujeron metafísicamente. Y Bernhard: “Aunque yo estoy convencido que no dijo mehr Licht (más luz) sino mehr nicht (no más), porque estaba harto.” Era el 22 de marzo de 1832. En realidad sus últimas palabras fueron dirigidas a su nuera Otilia: "Deja que te coja la manita un poquito más" (o algo parecido). Genio y figura hasta la sepultura.

No hacía mucho que había muerto el otro “olímpico”, Beethoven. Sus últimas palabras, también interpretadas como epifanía de un mundo sólo accesible para él: “¡Demasiado tarde, demasiado tarde!”, iban dirigidas, en realidad, a unas botellas de vino del Rin que, para su martirio, llegaron demasiado tarde. Acompañó ese lamento con una brava e iracunda gesticulación.



El nombre clave es: Schopenhauer. Y el eslabón perdido, su madre, Johanna. (Volveremos sobre el tema). El contexto: las guerras napoleónicas.

Goethe, amparado por Anna Amelia y por Carlos Augusto, convirtió la corte de Weimar en el cogollo de la cultura alemana del momento. Weimar llegó a ser para los “intelectuales” lo que Santiago de Compostela o Roma para los romeros medievales. En Jena aguardaba la generación siguiente (Hegel, Horderlin, Schelling…). Weimar tendría su “edad de plata” con Liszt, von Büllow, Wagner… y su “edad de hierro” durante la primera mitad de 1919. Nietzsche moriría, definitivamente, allí.

Hegel  afila las orejas y me dirige una mirada suplicante. Quiere saber acerca de su nombre y de sus orígenes centroeuropeos.

–¿Podrías explicarme eso de la dialéctica “amo-esclavo”?

–¡Ni hablar!

Según avanzaba, su vida iba sufriendo un corrimiento al verde…Hasta aquella escenita de Marienbad (“please please me*), donde acudía la nobleza y la intelectualidad europea a curarse "la obesidad, la suciedad de estómago, la inercia intestinal y otras obstrucciones del abdomen, la irregularidad de la menstruación, la cirrosis hepática, la hipocondria del bazo, las enfermedades del riñón, vejiga y aparato uriario, las inflamaciones glandulares y las malformaciones de tipo escrofuloso, pero también la debilidad del sistema nervioso y muscular, la flojera, los temblores de miembros, parálisis, flujos mucosos y sanguíneos, prolongadas erupciones cutáneas y casi cualquier otra afección patológica imaginable" (Sebald). Definitivamente, Goethe no tenía sentido del ridículo y mucho de su preeminencia. Pensó que su importancia para la vida intelectual de Alemania era extrapolable al corazón de una adolescente. De aquella grotesca proposición nos queda la memorable “Elegía de Marienbad”:

(…)

“Ya perdí el Universo y me he perdido
a mí mismo -yo, amado de los dioses
su Caja de Pandora me han vertido,
rica en gajes u horóscopos atroces.
Me tientan con la pródiga cascada
de los goces... y me hunden en la nada.”

Lo único inconstante y desordenado (“prefiero la injusticia al desorden”) que tenía era el corazón; siempre le funcionó adolescentemente. La niña con la que se desposó a escondidas no recibió ningún verso; ni siquiera el día de su muerte. Su hijo, acogido a su traicionera sombra de higuera, se dio a la bebida; su viaje a Roma, con Eckermann (¡!) acabó en la tumba. Tampoco a su retoño le dedicó ninguna elegía. Se las reservaba para Ulrike.

Jünger, 22 de marzo de 1968. Viernes. Roma:

“Por la tarde en el cementerio protestante, con su pequeña pirámide y el Goethe chico, figlio naturale del Goethe grande, como nos hizo saber un guardia. Ni siquiera en la lápida se le ha ahorrado eso. Saludamos a Waiblinger de parte de su país natal y estuvimos junto a la tumba de aquel “cuyo nombre está escrito en el agua”” (Keats). El cementerio olía a resina de ciprés, las anémonas silvestres florecían, en la pila de una fuente clara, el guardia había puesto a refrescar una botella de vino.

Este muerto prematuro, fue el único de sus “hijos” que consiguió ver la luz del sol.La cosa tuvo guasa. Tuvo que ser un viajero alemán quien un mes después del deceso se lo comunicara a Goethe padre. Ese viajero alemán... ¡Era hijo de (Car)lota!

Si van Vds. a Weimar no dejen de visitar su tumba. Reposa junto a su “amigo” Schiller en el Cementerio Nuevo. Los siglos petrificados en forma de pastiche greco-romano, se abaten sobre los sepulcros. Sobre los restos de Schiller habría para contar y no parar. Creo que de Schiller sólo hay el nombre. Pero así son las cosas. Visiten también la casa museo del “olímpico”. Recaigan en la afectada austeridad de sus aposentos. Admiren sus colecciones. El orden, la simetría… Miren algunos de sus dibujos… y diríjanse a su “casa de recreo” (¿de verano?). Lleven una petaca porque por allí hay poco donde pimplar. Supongo que, ahora, estará todo más arregladito que cuando yo fui (1982) e, incluso, puede que hayan puesto una cantina para los visitantes.



 –Ese Hegel ¿no fue el que plantó un “árbol de la libertad”?

–Algo de eso hay.

–Pues me parece una idea estupenda. Así no tendríamos que ir al árbol del “Condis”. Es como tener el váter en casa.

–¡!

“La casa de Goethe. Salas de recepción. Rápida mirada al dormitorio y al estudio. Triste; nos recuerda a nuestros abuelos muertos. Este jardín que ha seguido creciendo siempre desde la muerte de Goethe. El haya que oscurece el estudio…” (Kafka).

Ya puestos, atrévanse. Les parecerá que todo está muy lejos, pero es el influjo de la historia, capaz de convertir un agradable paseo en un “ocho mil”. Sitúense en la Plaza Goethe (seguro que la encontrarán) y sigan la calle Karl Liebknecht. ¡Dejen a la derecha la Ebertstrasse! No dejen la calle del mártir; se convertirá en la Ernst-Thälmann. Sigan. Superen la Schopenhauer Strasse. Crucen (por debajo) las vías del tren y verán como la calle se transforma en la Ettersburger Strasse. Síganla y ya encontrarán un cartel: “Memorial Buchenwald”. Total un paseíto de una hora y estarán en un infierno verde e idílico.

“¡En honor de la verdad! Se difunden falsas noticias acerca del campo de concentración de B.; se podría decir: cuentos de terror. Ya ha llegado el momento, me parece, de reducirlos a su justa medida…
En primer lugar, B. no siempre se ha llamado así, sino Ettersberg. Con este nombre se hizo célebre entre los conocedores de la historia de la literatura. Goethe solía encontrarse allí con la señora von Stein, bajo un hermoso y viejo roble. Ese roble está amparado por la llamada “ley de protección de la naturaleza”. Cuando en B.–quiero decir: en Ettersberg–se comenzó a talar el bosque para construir una cocina al sur y una lavandería al norte, destinadas a los habitantes del campo de concentración, el roble fue lo único que no tocaron, el roble de Goethe, el de la señora von Stein  (…)”

(Último escrito de J. Roth: “El roble de Goethe en Buchenwald”).

Podría haber citado a Semprún.
Si todo ha ido bien, se encontrarán de vuelta en la plaza del Mercado a las 2 de la tarde y con una sed elefantina. ¡Eso es lo que se espera! Entren en “El Elefante”, contiguo al desaparecido edificio en el que se alojó Johanna Schopenhauer, y pídanse, a la salud de (Car)Lotta un Master Jager, ¿Mike Jaeger? ¡coño, el del ciervo!

¿Está a parir? Es natural la fecha atrae a multitudes… como Buck Mulligan las atrae a Dublin. No se desanimen: Pegado a la casa de Goethe, a unos metros del “Elefante”, se encuentra una de las bodegas más antiguas de Europa: “El Cisne Blanco”…”le da la bienvenida en cualquier momento con las alas abiertas”, como le “epistoleaba” Goethe a su amigo Zelter. Por cierto, hoy la iglesia católica, apostólica y romana, celebra el día de San Bienvenido.
Hay platos que se mantienen desde los tiempos de Anna Amalia. ¡Naturalmente que se van reponiendo!

¡Fíjense en la huella de un cañonazo francés de 1806! Tengo para mí que lo lanzaron para impedir que siguieran practicando una cocina “afrancesada”, continuamente traicionada por la inexcusable presencia del chucrut y las patatas cocidas. A Goethe, “bonapartista” como era, le gustaba.

Ha habido suerte. Les conducirán a una mesita solitaria detrás de una columna. Ni verán, ni serán vistos.  Se me olvidaba decirles que admiten perros; naturalmente los pastores alemanes tienen preferencia.
Abran con el aguardiente mentado y una cerveza. Pidan la carta. Hagan como que deliberan consigo mismos y decídanse por el plato favorito de Goethe: “Carne hervida a la Frankfurt, con salsa verde con patatas y eneldo”.

–Y una botellita de vino del terruño.

–¡Allá Vd.!

–¿?

Me trae un Dorntelder, de aquí, de Turingia. Y ¡hala! ¡A zampar!

Les vendrá a las mientes (por lo del cisne) que aquí, en Weimar, tuvo lugar el estreno mundial de “Lohengrin”. Eran los días en los que se fraguaba el rollo entre Cósima y Richard a expensas de von Bülow. También habrán tenido la oportunidad de visitar la casa de Liszt.
Café y aguardientes == 100 euros. ¡Si no llevaran dinero, no hubieran salido de casa!

Pero como no hemos salido de casa, nos conformaremos (“Hegel” y yo) con sendas salchichas de Frankfurt y un chorretón de mostaza “Amiga”.

Yo aún pude traerme un busto de yeso del olímpico, una vajilla polaca y media docena de copas de Bohemia: ¡hermandad socialista!
Los que fueron después consiguieron “gorros de bufón” y camisetas de Superman (por aquello de “übermensch”, ya saben Vds.)


Si la propuesta les ha parecido farragosa o irrealizable, les propongo otra:

Desde “la primera sesión de cine” (hermanos Lumière*)...hasta “The last picture show”*. La propuesta consiste en, crear una apacible oscuridad y ver esos dos documentos: un principio expansivo y un final desolador. Sin duda se desatarán nudos que parecían definitivos.
No aparecerán ni Goethe*, ni Lully*. Se permite la aparición ” in vitro” de P. Steptoe*.

DVD: “Chico y Rita” (Bebo Valdés. + 22 de marzo del año 2013).













RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...