“El
3 de septiembre, a las diez de la noche, un gendarme despertó a todo Verrière
recorriendo a galope la calle ancha. Traía la noticia de que su majestad el rey
de… llegaba el domingo siguiente y aquel día era martes”.
Es decir, el rey llegó
a Verrière tal día como hoy, del año, pongamos, 1825 para redondear.
Y con esa irrupción
empezó el ascenso y la caída del joven Julien Sorel, por obra y gracia del
orgullo en el que se había convertido su humildad impotente. Tampoco fue ajena a esa desgracia la
justicia, convertida en arma de clase de
la aristocracia y la burguesía.
Quizás tenga alguna
relación con el tema, el hecho de que tal día como hoy, del año 1840,
Kierkegaard pida la mano de Cordelia (y la retenga durante 11 meses). Todo un
despliegue de estrategias de cazador (como Julien, aunque Julien también caiga
en la refriega) para quien la futura presa sólo tiene valor mientras está
“libre”. Una vez “cazada” sólo queda cortarle la cabeza y colocarla en el
sórdido salón familiar. Así Cordelia (Cor-dis = corazón) pasa a convertirse en
Cordelia (cuerda). En estos casos es el piano el que hace de rifle. En torno a
los pianos del XIX se han generado historias funestas (además de cursis).
¿Se han preguntado
alguna vez el porqué del nombre? Yo
se lo diré: procede de la ruleta francesa: rojo
/negro. Salió negro
y habías apostado al rojo.
Pero, en fin, lo mejor
es situarnos en el lugar de los hechos. Mis Ángeles acuden a la llamada. No las veo
muy contentas. Creo que no les parece bien cargar también con “Hegel”.
–¡No
nos parece justo cargar también con el perro! – últimamente
hablan al unísono.
–Pero,
señoras, el perro pertenece a la familia, es más, ES familia.
–Sí,
pero estropeará nuestro admirable perfume y …
–¡Basta!
¡A hacer la “silleta de la reina”!... ¡¡A Besançon, Franco-Condado, Francia!!
Me depositan a las
puertas del “Museo del Tiempo” y desaparecen entre las arrugas del espacio. Si
tienen tiempo visiten este curioso museo. Es la mejor forma de matar el tiempo
en esta rancia ciudad. Tengan cuidado de que no descubran sus intenciones.
Muestren interés, de lo contrario podrán ser acusados de atentar contra
instituciones culturales del estado.
Alquilo un coche y me
dirijo hacia Verrière (de Joux). En una horita estoy a las puertas del
restaurante “Le Chalet”, con la intención de ingerir un “déjeneur au fouchette”. La verdad no sé por qué Sthendal describe
este villorrio como uno de los pueblos más bonitos de Francia. Vale que sea una
idealización, pero hay que hacer un esfuerzo considerable para imaginarse al
jinete anunciando la llegada del rey y todo el resto de la cosa. Pero, en fin,
aquí estamos. El día es espléndido y como no he podido tomar el tentempié
matutino tengo un hambre de lobo. El perro, canina. Aparco a la sombra de la
Iglesia y nos dirigimos al establecimiento.
–Bon
joux, querido mesonero!
–Así
que… ¡amante de los juegos de palabras!
–Amante
simplemente.
–¿En
qué puedo serle desagradable?
–Pues…
¿podría sacarnos una mesita a la calle y así gozar de este estupendo sol de
septiembre?
–¡¿Y
qué más?!
–Pues,
para empezar, una cervecita y un poco de agua para el perro.–Se
gira como un autómata– y tráiganos la
carta–sigue su camino hacia el interior. Vuelve con una mesa destartalada;
la calza y la limpia con la manga de la chaqueta. Vuelve al interior y sale con
un tanque de cerveza de dos litros, una botella de agua mineral pequeña y un
cenicero… para “Hegel”. Le digo si no podría ser al revés. Y le recuerdo que el
agua de la región es estupenda. Vuelve al interior, sale y me lanza el “menú” como si me lanzara una cuchilla
voladora.
Ya están establecidas
las bases de la relación. Todo claro.
Resaltado: “Potée comtoise”, “Belle de Morteau”. El resto, en letra pequeñita. Esperaba encontrar
alguna referencia a Julien Sorel o a la señora de Rênal. Algo así como cabeza
de cordero recién guillotinada o regazo de ternera enternecida.
–Tráigame,
dentro de media hora (no le importe el tiempo) un plato de caracoles y una
botella de vino de la región. Para el perro un plato de
“potée comtoise”. “Hegel” mueve la
cola y mira, desafiante, al camarero.
–Ya me olía yo. Tenía Vd. toda la pinta de ser el famoso comedor de
caracoles que recorre toda Francia. Hay que tener mala suerte…con tantos
restaurantes que hay en la dulce Francia, tenía que venir a recalar en mi
establecimiento.
Bueno, toda la comida
se desarrolla en el mismo tono desafiante. No es necesario entrar en detalles. El
tiempo se ha detenido, museizado, se
ha doblado formando un paréntesis, del que salimos doblados por la ronda de aguardientes. Aturdido, subo al coche y
sigo por la carretera. A doscientos metros me encuentro con la frontera suiza.
Un grito de horror choca contra la estructura del Scenic. “Hegel” lanza un
aullido furioso. ¡Jamás! La frontera suiza no la pasaré jamás. Ya tuve bastante
con una vez. No quiero que me rompan el culo por segunda vez. También
Aristóteles dijo algo parecido. Freno de mano. Derrape a la izquierda. Huida a
toda velocidad en dirección contraria.
El río “La Morte” me acompaña
algunos quilómetros. Stendhal no mienta nunca este siniestro riachuelo que, por
cierto, queda de lo más adecuado. Avanzamos hacia Besançon y en las
estribaciones del Jura aparco en la carretera. Bajamos y vamos en busca de la
adornada cueva en la que Matilde encerró la cabeza de Julien. En algún momento
“Hegel” aparece con un trozo de fémur. Le explico que se trata de encontrar una
cabeza. Ese fémur podría ser del desgraciado que enterraron en Ornans, al otro
lado del Jura, y que fue inmortalizado por Courbet que, por cierto, en aquellos
años era un chiquillo fantasioso (el “realismo”
le vendría después) que correteaba por estos parajes.
La incursión ha
resultado un fracaso. Ni rastro de la cueva. Así que vuelvo a Besançon y doy
por concluida la jornada. Devuelvo el coche y me dirijo al “Museo del Tiempo”.
–¡Hemos
vista el “Tiempo Nuevo”!
–¿Y?
–¡¡Malo!!
“Silleta de la reina” y a casa.
Ya les contaré algo más
en la “propuesta” del 15 de
septiembre (2ª serie).
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