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domingo, 8 de septiembre de 2013

Propuesta para hoy, día 8 de septiembre. 2ª SERIE. “Rojo y Negro”. Kierkegaard y Regina Olsen.

“El 3 de septiembre, a las diez de la noche, un gendarme despertó a todo Verrière recorriendo a galope la calle ancha. Traía la noticia de que su majestad el rey de… llegaba el domingo siguiente y aquel día era martes”.



Es decir, el rey llegó a Verrière tal día como hoy, del año, pongamos, 1825 para redondear.
Y con esa irrupción empezó el ascenso y la caída del joven Julien Sorel, por obra y gracia del orgullo en el que se había convertido su humildad impotente.  Tampoco fue ajena a esa desgracia la justicia, convertida en arma de clase  de la aristocracia y la burguesía.

Quizás tenga alguna relación con el tema, el hecho de que tal día como hoy, del año 1840, Kierkegaard pida la mano de Cordelia (y la retenga durante 11 meses). Todo un despliegue de estrategias de cazador (como Julien, aunque Julien también caiga en la refriega) para quien la futura presa sólo tiene valor mientras está “libre”. Una vez “cazada” sólo queda cortarle la cabeza y colocarla en el sórdido salón familiar. Así Cordelia (Cor-dis = corazón) pasa a convertirse en Cordelia (cuerda). En estos casos es el piano el que hace de rifle. En torno a los pianos del XIX se han generado historias funestas (además de cursis).



 El resumen de la obra ya fue entregado por Stendhal al conde Salvagnoli para su publicación en “Antología” (revista florentina). No se publicó entonces. Vio la luz finalmente en 1928, editado por Ronal Davis en forma de folleto. Así que no es necesario que yo lo haga. 


¿Se han preguntado alguna vez el porqué del nombre? Yo se lo diré: procede de la ruleta francesa: rojo /negro.  Salió negro y habías apostado al rojo.

Pero, en fin, lo mejor es situarnos en el lugar de los hechos.  Mis Ángeles acuden a la llamada. No las veo muy contentas. Creo que no les parece bien cargar también con “Hegel”.

–¡No nos parece justo cargar también con el perro! – últimamente hablan al unísono.

–Pero, señoras, el perro pertenece a la familia, es más, ES familia.

–Sí, pero estropeará nuestro admirable perfume y …

–¡Basta! ¡A hacer la “silleta de la reina”!... ¡¡A Besançon, Franco-Condado, Francia!!

Me depositan a las puertas del “Museo del Tiempo” y desaparecen entre las arrugas del espacio. Si tienen tiempo visiten este curioso museo. Es la mejor forma de matar el tiempo en esta rancia ciudad. Tengan cuidado de que no descubran sus intenciones. Muestren interés, de lo contrario podrán ser acusados de atentar contra instituciones culturales del estado.

Alquilo un coche y me dirijo hacia Verrière (de Joux). En una horita estoy a las puertas del restaurante “Le Chalet”, con la intención de ingerir un “déjeneur au fouchette”. La verdad no sé por qué Sthendal describe este villorrio como uno de los pueblos más bonitos de Francia. Vale que sea una idealización, pero hay que hacer un esfuerzo considerable para imaginarse al jinete anunciando la llegada del rey y todo el resto de la cosa. Pero, en fin, aquí estamos. El día es espléndido y como no he podido tomar el tentempié matutino tengo un hambre de lobo. El perro, canina. Aparco a la sombra de la Iglesia y nos dirigimos al establecimiento.

–Bon joux, querido mesonero!

–Así que… ¡amante de los juegos de palabras!

–Amante simplemente.

–¿En qué puedo serle desagradable?

–Pues… ¿podría sacarnos una mesita a la calle y así gozar de este estupendo sol de septiembre?

–¡¿Y qué más?!

–Pues, para empezar, una cervecita y un poco de agua para el perro.­–Se gira como un autómata– y tráiganos la carta–sigue su camino hacia el interior. Vuelve con una mesa destartalada; la calza y la limpia con la manga de la chaqueta. Vuelve al interior y sale con un tanque de cerveza de dos litros, una botella de agua mineral pequeña y un cenicero… para “Hegel”. Le digo si no podría ser al revés. Y le recuerdo que el agua de la región es estupenda. Vuelve al interior, sale y me lanza el “menú” como si me lanzara una cuchilla voladora.

Ya están establecidas las bases de la relación. Todo claro.




Resaltado: “Potée comtoise”, “Belle de Morteau”. El resto, en letra pequeñita. Esperaba encontrar alguna referencia a Julien Sorel o a la señora de Rênal. Algo así como cabeza de cordero recién guillotinada o regazo de ternera enternecida.

–Tráigame, dentro de media hora (no le importe el tiempo) un plato de caracoles y una botella de vino de la región. Para el perro un plato depotée comtoise”. “Hegel” mueve la cola y mira, desafiante, al camarero.

Ya me olía yo. Tenía Vd. toda la pinta de ser el famoso comedor de caracoles que recorre toda Francia. Hay que tener mala suerte…con tantos restaurantes que hay en la dulce Francia, tenía que venir a recalar en mi establecimiento.

Bueno, toda la comida se desarrolla en el mismo tono desafiante. No es necesario entrar en detalles. El tiempo se ha detenido, museizado, se ha doblado formando un paréntesis, del que salimos doblados por la ronda de aguardientes. Aturdido, subo al coche y sigo por la carretera. A doscientos metros me encuentro con la frontera suiza. Un grito de horror choca contra la estructura del Scenic. “Hegel” lanza un aullido furioso. ¡Jamás! La frontera suiza no la pasaré jamás. Ya tuve bastante con una vez. No quiero que me rompan el culo por segunda vez. También Aristóteles dijo algo parecido. Freno de mano. Derrape a la izquierda. Huida a toda velocidad en dirección contraria. 

El río “La Morte” me acompaña algunos quilómetros. Stendhal no mienta nunca este siniestro riachuelo que, por cierto, queda de lo más adecuado. Avanzamos hacia Besançon y en las estribaciones del Jura aparco en la carretera. Bajamos y vamos en busca de la adornada cueva en la que Matilde encerró la cabeza de Julien. En algún momento “Hegel” aparece con un trozo de fémur. Le explico que se trata de encontrar una cabeza. Ese fémur podría ser del desgraciado que enterraron en Ornans, al otro lado del Jura, y que fue inmortalizado por Courbet que, por cierto, en aquellos años era un chiquillo fantasioso (el “realismo” le vendría después) que correteaba por estos parajes.




La incursión ha resultado un fracaso. Ni rastro de la cueva. Así que vuelvo a Besançon y doy por concluida la jornada. Devuelvo el coche y me dirijo al “Museo del Tiempo”.

–¡Hemos vista el “Tiempo Nuevo”!

–¿Y?

–¡¡Malo!!

Silleta de la reina” y a casa.

Ya les contaré algo más en la “propuesta” del 15 de septiembre (2ª serie).





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