(Los asteriscos * remiten a
“razones efimerísticas”)
–¿Qué te decía, Hegel?... ¡Qué
hermosura de desierto!... ¡Qué belleza de Nada! Aquí podrás correr lo que te dé
la gana y cazar conejos, si acaso alguno se pone a tiro.
–¿”Conejos”? ¿Qué son “conejos”?
¿Vuelan? ¿Son aves canoras? ¿Son…?
–Ya lo verás. Sé fiel a tu
instinto.
Y
así, como Tartarín por Tarascón, nos dirigimos al Casino del
Balneario a tomar nuestro refrigerio matutino: Tostaditas con aceite del
terruño para mí y unas lonchas de chóper
para el perro. Cierro con un fifti-fifti.
Una mesita debajo de las palmeras. El sol de frente y un sonido fragante de
agua eterna y curativa.
1.
–¿Ves aquella sierra color cárdeno?
–¡La veo!
–Pues a su sombra nació un
grandísimo poeta de nombre Miguel y de apellido Hernández. Este poeta tenía un
amigo, de apellido Martínez y de nombre José Ramón, conocido, a saber por qué,
como Ramón Sijé
–¿Y eso?
–¡A saber! Te diré más: “Andaba
entre los romeros con prisa de pájaro, hablaba con atropello y su voz iluminaba
más que los limones del limonero, a cuya sombra y azahar” los dos amigos platicaban.
Comparto
su opinión (de Vds.) de que utilizar a un perro como interlocutor es un recurso
miserable e indigno de alguien que pretenda algo en el campo de la literatura.
Pero… ¡qué quieren! ¡Hegel es así!
El
tal Ramón, hijo de comerciantes de telas, tenía una pasión (¡pero qué pasión!):
fundar revistas literarias: “Voluntad”,
“El gallo
Crisis”, “Silbos”… y una
exigencia: atender los sablazos que le pegaba el poeta-pastor, pobre de
nacimiento. La amistad, pese a lo que ha vencido al tiempo, tuvo sus más y sus
menos. Pero no es el momento de murmuraciones. Bueno, pues tal día como hoy, del año 1935, murió. Miguel lo esperaba en
Madrid, pero nunca llegó. La septicemia se lo comió (valga el rodolí). Berg, también, como veremos,
fue engullido por una septicemia de caballo (¡más bien de abeja!).
Su
muerte hubiera sido un hecho cotidiano y hubiera producido un efecto bastante
limitado, en realidad no hubiera cruzado el río, de no haber sido por la “Elegía” que le escribió (10 de enero del
año siguiente) su amigo. Y dice así:
(En
Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé, con
quien tanto quería.)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
(…)
A las aladas almas de las rosas...
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero. FIN.
Enchufen el esputofaif y oigan la versión de Morente (o la de Sanlúcar o la de
Serrat o la de Silvia Pérez Cruz…).
Fue editada en el número de diciembre de
la “Revista de Occidente” y llamó la
atención del mismísimo Juan Ramón, poeta y pedorro. Fue incluida en el “Rayo que no cesa”, entonces en prensa. Y
así, apareció para el gran público (¡eufemismo!), como nº 29 de una colección
de 30, que cerraba el “soneto final”:
“Por desplumar arcángeles glaciales…” que puede ser interpretado
como un complemento meticuloso de la elegía.
Miguel leyó, el 14 de abril de 1936, la
“Elegia”, subido en una escalera de
madera, de esas de proletario, bajo la plaquita que indicaba el nombre de la
plaza monumental: Ramón Sijé. Después fue llamada del Marqués de Rafal y,
ahora, creo, ha vuelto al de Ramón Sijé. Sea como fuere, el suelo se hunde y si
el consistorio no pone remedio Orihuela perderá patrimonio
histórico-monumental, pero ganará atractivos para las asociaciones de
espeleólogos.
2.
Arturo Barea tenía 38 años y vivía en
Madrid. Se encontraba, pese a la “casita” que había alquilado en Novés, en una
tesitura sentimental complicada, casi tanto como la situación política, que
seguía con avidez y elegancia, desde “su” oficina de patentes. Verán Vds., mientras
Ramón Sijé tenía “el pie en el estribo”,
en Madrid estallaba la coalición de la CEDA-partido radical de Lerroux y se
daría paso a las elecciones de febrero del 36 y al Frente popular. Dos fueron
los escándalos que propiciaron el despeñamiento del gobierno (presidido por
Chapaprieta, manos-tijeras): el
escándalo del “estraperlo” y el de
Nombela. Curioso es el primero; el segundo es absolutamente normal y no tiene
nada de extraordinario… ¡uno más!...sin hablar de la presión popular…
¿Saben Vds. el origen de la palabra
ESTRAPERLO?
En aquello años el juego estaba
prohibido, diez años antes Primo de Rivera lo había declarado ilegal… pero
jugar, se jugaba… ¡normal! No sólo a la lotería
con bombos caseros y cartones de papel, no. Se jugaba en Casinos bajo pretextos
mil. Era como la “Ley seca”. Se
jugaba y se perdían (o se ganaban) mulas y casas, como en el de Novés.
El verano del 34, en pleno bienio negro,
unos “holandeses errantes” (Ava
Gadner * cumplía, tal día como hoy de
ese año, 12 nabokovianos años):
Strauss, Perle y Lowan, fijaron sus ojos de lince en España, pasto fresco para
alimañas de toda índole. Su plan era perfecto y el gobierno, si recibía su
parte, no iba a poner objeciones. Habían inventado una máquina, probada con
éxito en Holanda (hasta que todo el utillaje fue defenestrado), que controlaba
la ruleta…etc…etc. Llegaron a un acuerdo con gente del gobierno (partido
radical) y decidieron probarlo en el Kursal,
recién construido, de San Sebastián
La cosa era sencilla: 25% para Lerroux;
Joan Pich i Pon (con ese nombre, YO me hubiera suicidado, o habría emigrado a
la china nacionalista), no sé si Gobernador General de Catalunya (o algo por el
estilo) se llevaría el 10%; un sobrino de Lerroux y otros dos sinvergüenzas el
5% cada uno. Total: 45% en mordidas y el 55% en ganancias para los ideólogos.
Por si fuera poco, y para garantizarse el negocio, el tal Pich i Pon, prometió
un soborno de 100.000 pesetas para el ministro de Gobernación (Salazar Alonso).
Tampoco faltaron los relojes de oro y demás chucherías.
Se descubrió el engaño y la policía
actuó. Sin embargo, miren Vds., el negocio se trasladó a Formentor y siguió
funcionando.
Strauss, denunció ante Alcalá Zamora
(octubre de 1935) todo el chanchullo. Se ve que las cosas no iban según sus
deseos. El Presidente, Lerroux, dimitió y fue entonces cuando le sucedió el “Culoprieto” manos-tijeras, pues SIEMPRE,
en todo espacio y tiempo, la solución ha consistido en recortar el gasto social
y las pensiones.
–Creo
que te has despistado un poco. Estábamos en lo de “Estraperlo”
–Perdona,
Hegel. Es que se me va el santo al cielo.
–Ahora
me sales con esas…
Bien, los holandeses se apellidaban:
STRAuss, PERle y LOwann: STRAPERLO. Y como los peninsulares no podemos
pronunciar la “s” inicial, pues: “ESTRAPERLO”. Después vendría la extensión
semántica y demás. LOwmann, que había aportado menos al negocio, también aportó
menos al acrónimo.
Todo lo anterior venía a cuento de
Barea, que murió tal día como hoy,
del año 1957.
3.
En 1935, mientras ocurría lo que ocurría
en la piel de toro, allá por las Californias, entre hambrunas sin cuento, un
joven, hijo del abrupto Nicola (Nick) Fante, y abrupto él mismo, procedente de
los Abruzzos italianos, intentaba ganarse la vida como escritor. Mientras,
trabajó en los muelles cargando y descargando y “como ayudante de engrasador en el ferry crucero entre San Pedro e Isla
Catalina, el SS Catalina”. Procedía de Colorado y acabaría estableciéndose
en los alrededores de la meca del cine.
Fue el abuelo quien se había establecido
en Colorado… por la época en la que Kit Carson * (n. 1809), por méritos
propios, fue nombrado “Encargado de Asuntos Indios del Territorio de Colorado”.
Sus méritos fueron publicitados en medio mundo por medio de cortometrajes
descoyuntados que complementaban el programa-doble-con-nodo
y convertían la soirée en
interminable.
“La
mujer se alejó. Al volver, Bandini se estaba poniendo la gasa y el esparadrapo.
Cuatro tiras largas en ambas mejillas que iban de la barbilla a los ojos. Al
verla, se sobresaltó. Se había vestido para salir: abrigo de piel, bufanda
azul, sombrero y chanclos. La serena elegancia de su encanto, la adinerada
sencillez del pequeño sombrero ladeado con garbo, la vistosa bufanda de lana
que brotaba del exuberante cuello del abrigo, los chanclos grises de bonitas
hebillas y los largos guantes grises de conducir, daban una imagen cabal de lo
que era: una mujer rica que afirmaba su diferencia de un modo sutil. Bandini
estaba impresionado.
–La
puerta del final del pasillo corresponde a un cuarto de invitados–dijo ella–.
Puede quedarse. Volveré a eso de medianoche.
–¿Va
a algún sitio?
–Es Nochebuena.– Lo dijo como si, de haber sido
otra fecha, se hubiera quedado en casa.”
Así se las gastaba María Bandini. La
aventura de su marido con la viuda Hildegarde no le iba a salir de gratis.
Svevo aún conservaba, mezclada con la sangre, la sabiduría edilicia de los
canteros de los Abruzzos y había sido requerido por la viuda. Ese requerimiento
se amplió e incluyó, también, la limpieza de la chimenea íntima de la señora.
No digo más: es capaz de sacar gotas de poesía de las piedras.
En 1935, Fante ya había escrito “Espera a la primavera, Bandini”, primera
de la tetralogía sobre su alter ego, que
han convertido al autor en un escritor de culto (gracias sean dadas a
Bukowsky), en el padre del “realismo
sucio” americano, cosa que, para mí, es muy poco atributo.
Mientras se la publicaban (o no) gastaba
su dinero en juegos de cartas “en los
bungalows “Garden of Allah”, al lado de
la boca del Laurel Canyon (…)” O en la trastienda de la librería de Stanlay
Rose, junto al Musso and Frank Grill.
No busquen los bungalows, en su lugar
hace tiempo que construyeron un McDonald.
Stanley Rose odiaba los libros, pero había encontrado una manera de
reunir a la peña. No busquen tampoco la librería, encontrarán un negocio de Tatoo y una cantina de comida rápida…
¿qué si no? ¿De dónde iban a sacar los yankees
la obesidad y su afición intempestiva a las armas?
Frente al famoso bar-restaurante, una iglesia
siniestra: “Pare de sufrir” Iglesia Universal del reino de dios (¿). Ya no
se conforman con ser una iglesia mundial, terrícola. No. Pretenden ser los
misioneros de las galaxias: Te confiesa (¿o ya no se confiesan?) un C-3PO. Desde
bien temprano salen sombras lívidas a anunciar la venida definitiva del hijo de
dios (¿). Anuncian el apocalipsis y nos conminan a la renuncia y al
arrepentimiento. Vuelven desangeladas y vacías…y se piden un bistec
sanguinoliento en el restaurante de enfrente. John Fante se divertía.
El Musso
& Frank Grill existe todavía. Por fuera parece un matadero de pollos.
Por dentro sigue casi intacto. Se anuncia como el restaurante más antiguo del
Boulevard Hollywood. Allí, se reunía la flor y nata, un poco agriada, de los
guionistas de Hollywood: Hammet, Chandler, Faulkner e incluso el solitario y delicado Scott Fitzgerald… Fante y sus
colegas…Y después se trasladaban a la trastienda de la librería, a seguirla.
4.
Berg, había interrumpido “Lulú” para dedicarse en cuerpo y alma a
su “concierto para violín” en memoria del ángel Manon
Gropius. Lo acabó en agosto del 35, justo cuando Barea buscaba un refugio en
Novés. Después continuó con “Lulú”,
que no pudo acabar.
Estuvo toda su vida prevenido contra el
nº 23. Así que cuando pasó el 23 de diciembre, respiró hondo…y falleció ya entrado el 24. Se lo
llevó p’alante una septicemia de
abeja, como he dicho antes. La mascarilla mortuoria la sacó (¿cómo no?) la
inefable Alma, coleccionista de lares, manes y penates.
Ya saben Vds. (Ver 19 de abril) que el
estreno mundial del “concierto para
violín” tuvo lugar en el Palau de
la Música Catalana de Barcelona. Era
Abril del 36, cinco días después de que Miguel recitara, en equilibrio
inestable, la “Elegía”. Y siete días
antes de que Azaña ganara las elecciones de compromisarios para presidente de
la República.
¿NO quieren escuchar el “concierto”?
Pues, nada, Vds. se lo pierden. Hegel
y yo lo oímos con recogimiento monacal. Y después, ato al perro en la pata de
una gigantesca mesa de mármol y voy a darme un baño termal en la piscina descubierta.
5.
La nochebuena de 1918, la burguesía
alemana recibió el regalo más inesperado (y más apreciado) que podía recibir…
¡y además de sus enemigos naturales!
Aquella navidad, dios (¿) no encontró
siete justos que salvara a Sodoma. O, si quieren Vds. los siete justos no
encontraron un dios (¿) a su altura… Y las lenguas de fuego cayeron, vacías de
espíritu, sobre las cabezas de los trabajadores alemanes.
Los marineros de Kiel (los dos mil de Wels) habían llegado en
noviembre. Se instalaron en el Berliner Schloss y en las caballerías de
enfrente. Y desde allí mantenían viva la llama revolucionaria. Rosa y Karl
habían sido liberados, pero seguían desorientados. Ebert y los suyos, entre los
cuales el resto del ejército imperial, esperaban el momento oportuno, pero el
momento no llegaba.
Se había anunciado, para el 16, la
primera reunión de los Consejos del Reich. Ebert-Groener estaban decididos a
impedirlo. Pero:
1.
Las divisiones que entraron el 10 y el
12 se desvanecieron euridicianamente
y no se pudo contar con ellas.
2.
El “golpe”
(o lo que fuera) del día 6, fracasó.
El fracaso del “golpe”, sintetizó toda la problemática: “restaurar el orden en Berlín”.
Desde ese momento, la
Volksmarinedivision, falsamente calificada de “espartaquista”, estuvo en el
punto de mira. Wels se convirtió, de la noche a la mañana en su bestia negra:
les negó el sueldo, la residencia y pretendió reducirla al mínimo.
Y, así, algo que parecía un asunto
doméstico, se convirtió en Historia Universal. El Batallón era, en sí mismo, el
símbolo (y la defensa) de la revolución. Suprimirlo era atacar frontalmente el
bastión revolucionario.
Los marineros se veían sin turrón y con
el agravante de aguantar la ira irracional de la suegra. Acuciados por esa
perspectiva acudieron a la Comandancia y, al no conseguir nada, se dirigieron a
la misma Cancillería, bloquearon las salidas, cortaron la línea telefónica y se
dispusieron a jugar fuerte. El gobierno de los Comisarios del Pueblo estaba
secuestrado. Wels había sido conducido a las Caballerías. No había resistencia
ninguna. El futuro de la Revolución estaba en sus manos. Y también el dinero.
Ebert, por línea telefónica directa, se
puso en contacto con el Mando Militar establecido en Kassel y pidió ayuda
urgente. Las pocas unidades que quedaban en Potsdam y Babelsberg se pusieron en
marcha hacia Berlín. Ebert se reunió con los Independientes (que aún eran
gobierno) les informó de las circunstancias, pero se calló lo del movimiento de
tropas. Los marineros se retiraron para ir preparando la nochebuena.
No se sabe cómo pero los marineros se
enteraron de la marcha de las tropas y nuevamente se pusieron en marcha hacia
la cancillería. En el Zoológico se encontraron frente a frente: la reacción y
la revolución; aquella con instrucciones claras, ésta a su aire. Dorrenbach
volvió a encontrarse con Ebert (aún Comisario del Pueblo) y le aseguró que si las
tropas “imperiales” no se retiraban abrirían fuego. Ebert había cenado bien,
había tomado unas copitas del licor del ciervo y deseaba con fiereza echarse
una pequeña “siesta” de orinal y pijama y pidió a los futuros contendientes que
se abstuvieran de armar alboroto. Así se hizo. Las tropas se retiraron: las
unas hacia el oeste, hacia el Tiergarten y las otras hacia el este, hacia la
zona de las caballerizas.
El infame talabartero, dio orden a las
tropas instaladas en el Tiergarten de que atacaran el Schloss y las
Caballerizas en cuanto el 23 se convirtiera en 24 de diciembre. Ebert había pasado miedo y juraba por dios
(¿) que nunca más pasaría miedo. Al rojo amanecer los cañones atronaban en la
Schlossplatz.
La batalla se prolongó hasta la hora del
ángelus. Cuando se disipó el humo y los muertos se hicieron visibles, se hizo
evidente la victoria de los marineros, apoyados por la población civil.
En Kassel cundió la más negra
desesperanza y se aconsejó que cada cual cuidara de su propio pellejo: ¡Todo
estaba perdido! ¿Dónde las 10 divisiones que habían entrado en Berlín catorce
días antes? ¿Dónde las glorias de antaño? ¿Dónde las chulerías de Lequis y
Groener?...Pero como dios (¿) escribe como le da la gana en lo que considera
que son renglones y ahoga cuando aprieta, inspiró nuevamente a Von Scheleicher
(que ya había aconsejado el envío de las tropas desde Potsdam): la salvación
vendrá de los voluntarios (Freikorps), bandadas de sádicos de orejas de
soplillo. Les quitaron el chándal y los vistieron de forma aterradora, pintaron
una calavera en sus cascos y aumentaron su inmenso caudal de perversión con
tres o cuatro llaves de judo para darle a la masacre visos de fraternidad
olímpica. ¡En 20 días Berlín estaría limpio!
Ebert y el SPD en pleno se sintió arrebatado
por esa magnífica idea. Pasó la tarde departiendo (por teléfono) con Groener y
al caer la noche se fue con los suyos a comerse el mazapán y a “fer cagar el tió”.
Los marineros habían conseguido
(¡ingenuos!) lo que querían: el sueldo, mantener la brigada intacta y
permanecer en las Caballerías y en el Schloss. Celebraron la nochebuena “Fum, fum,
fum…” “Noche de paz…noche de amor”. Liebknecht, el hombre más valeroso que
ha dado Alemania, y uno de los más inconscientes, pasó la nochebuena escribiendo
un artículo definitivo (¡este sí!) para Die
Rote Fahne. Aparecería al día siguiente, día 25, con el previsible título:
“La Navidades sangrientas de Ebert”.
También los dirigentes revolucionarios cantaron “noche de paz…” y convocaron una “gran manifestación” para
el viernes 26. Al mismo tiempo los Independientes
abandonaban el gobierno, poco a poco, como los airados músicos de Haydn,
dejando las manos libres a los mayoritarios.
La cosa se consumó el 29.
El mismo día fueron sustituidos por gente del SPD
(entre los cuales NOSKE).
Al mismo tiempo los “espartaquistas” abandonaban el
seno de los Independientes y creaban el Partido Comunista Alemán.
Ebert
aprovechó para proclamar la definitiva unidad del Pueblo Alemán. Ya no se hablaba de Revolución, ni de Consejo de los Comisarios del Pueblo. La
proclama fue rubricada por El Gobierno
del Reich.
La Revolución había sido vencida, ahora
sólo faltaba masacrarla.
–¿Ves, Hegel? La cosa empezó con elegía
y acaba con elegía. Podemos, si quieres, acabado el “Concierto a la memoria de un ángel”, oír cualquiera de los
múltiples “Réquiems alemanes”.
–Prefiero, si es posible…¡cenar! Todo el
día aquí, bajo las palmeras, durmiendo y bostezando mientras TÚ te diviertes
con tus recreaciones.
Bueno y aquí estamos, cenando y cumpliendo
años, rodeado de una hermosa familia que te permite (Hegel, ¡te permite!) meter
TU morro entre los platos.
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