Ya les dije lo que pensaba sobre el
día de hoy. Y les pedí que escucharan
por segunda vez la “Marcha Fúnebre”
de Chopin.
¿Recuerdan “Caché” de Haneke? (¡no es una marca de cerveza! Es el nombre de uno
de los cineastas más despiertos, en esta nueva “noche del siglo”) ¿cuando el “moro”
se corta la yugular? La causa de su “trastorno”
es, precisamente, el horror del recuerdo, el espanto del olvido, la angustia de
la supervivencia. Aquella tarde, todo París se tiñó de sangre y las aguas del
Sena se cuajaron. ¡Ah! ¡Si dragaran todas las aguas dulces y saladas del
planeta! Todo un mundo de muertos…¡¡Basta!! Esta imagen daría para unos
párrafos lastimeros. ¡¡Basta!!
Copio un artículo de Goytisolo,
publicado en el 2011.
“El
pasado 17 de octubre (2011) cuando salía de una boca de metro en Étoile (ahora ¡Charles Degaulle!) ignoraba del todo que se
cumplían exactamente 50 años de un acontecimiento que marcó profundamente mi
vida: la noche en la que la Plaza de la Estrella se tintó de amarillo y recreó
en el ánimo de los allí presentes una resucitada y siniestra “Étoile jaune”.
Fue
el titular de Le Monde, en un
quiosco de la Avenida Friedland, el que reabrió las puertas de la memoria y me
proyectó a 1961 en un vertiginoso salto atrás.
A
fines de los cincuenta del pasado siglo asistía como un modesto aprendiz venido
de un mundo subdesarrollado a las veladas de sobremesa en el domicilio de
Marguerite Duras y de su pareja de entonces, Dionys Mascolo, en las que un
grupo selecto de intelectuales de izquierda -Robert Antelme, Maurice Blanchot,
Edgard Morin, Maurice Nadeau...- discutía de sus opciones de compromiso con la
causa independentista argelina y con el núcleo duro de sus activistas, los
llamados “porteurs de valises”,
discípulos o colaboradores de Sartre y de la redacción de “Les Temps Modernes”.
Como
escribí en otra ocasión, figuraba entre ellos la novelista Madeleine Alleins:
defensora apasionada de la lucha anticolonialista, pertenecía al entonces
célebre “reseau Jeanson”, un
grupo clandestino de ideas marxistas o inspiradas por Frantz Fanon, que
procuraba un sostén logístico a la Federación del Frente de Liberación Nacional
argelina en la metrópoli. Sus miembros ocultaban dinero, armas, material de
propaganda y a los militantes perseguidos por la policía en sus domicilios y en
los de sus amistades cercanas.
Un
buen día, Madeleine Alleins se presentó en casa y nos preguntó a Monique Lange
y a mí si estábamos dispuestos a custodiar temporalmente los fondos de la
organización. Monique aceptó sin vacilar y Madeleine Alleins acudió días
después con un maletón cargado de billetes que depositamos en el estante
superior de una alacena junto a la puerta de entrada del piso de Rue
Poissonnière. Por espacio de unos meses, la activista telefoneaba al despacho
de Monique en Gallimard y le comunicaba en clave una cifra, que ella me transmitía
a su vez y yo me encargaba de meter la cantidad indicada en un gran sobre y la
entregaba a nuestro enlace a la hora fijada cuando sonaba puntualmente el
timbre.
Concluida
la custodia de los fondos de la organización, la causa independentista argelina
no desapareció de nuestro horizonte. Mientras el acoso a la inmigración
magrebí, el toque de queda y las “rattonades”
(incursiones violentas de las fuerzas del orden contra los norteafricanos) se
extendían como una gangrena, las reuniones en los domicilios de Edgard Morín o
Robert Antelme mantenían viva la llama del fervor anticolonialista. Maurice
Péju -cuyo excelente libro sobre lo acaecido el 17 de octubre acaba de salir de
forma póstuma a la luz después de acumular melancólicamente el polvo- era al parecer
uno de los hombres de confianza del fugitivo Francis Jeanson e informaba a los
simpatizantes de la estrategia política del FLN. “EI Manifiesto de los 121!, encabezado por Sartre y Simone de
Beauvoir -un llamamiento a la deserción de los militares franceses que
suscribieron mis amigos más próximos, incluidas Monique y Florence Malraux- fue
el detonante de una movilización intelectual que no cesó sino con la firma de
los Acuerdos de Evian y el reconocimiento de la independencia de Argelia.
Pero
vuelvo a lo sucedido el 17 de octubre. Días antes, llegó a nuestros oídos la
noticia de que el FLN preparaba una respuesta pacífica masiva al toque de queda
impuesto a la población argelina y que abarcaba de hecho a la de Túnez y
Marruecos (en la noche colonialista todos los moros son pardos). Alguien, no recuerdo quién, nos puso al
corriente de que la fecha fijada era ese 17 de octubre cuyas imágenes de
fantasmal violencia se grabaron en mi memoria con cruel nitidez.
En
compañía de un corresponsal argentino de France Presse, fuimos primero a pie a
la plaza de la Ópera, tomada totalmente por la policía: hileras de agentes con
casco antidisturbios y armados de cachiporras canalizaban el flujo incesante de
los magrebíes que subían disciplinadamente la escalera de la boca del metro y
los empujaban al interior de los furgones que cortaban el tráfico en todas las
avenidas circundantes.
Al
poco, nos llegó el aviso de que la concentración masiva de quienes desafiaban
el toque de queda sin otras armas que su dignidad y coraje se situaba en
l'Étoile. Allí, en las vastas aceras de la rotonda que rodea la plaza
propiamente dicha, batallones compactos de norteafricanos con los brazos
cruzados tras la nuca, ofrecían un espectáculo que retrotraía a las imágenes de
las redadas nazis durante la Ocupación. Resueltos, impertérritos, barridos
crudamente a brochazos por los focos giróvagos de la policía, aguardaban el
momento de ser introducidos a culatazos en los coches celulares hacia un
destino desconocido. Entre los testigos de la tropelía, divisé a algunos
periodistas y colaboradores de l'Express,
France Observateur y Les Temps
Modernes. Lo que entonces ignorábamos es que la policía, siguiendo las
instrucciones del prefecto Maurice Papon, iba a entregarse a una orgía
sangrienta en la que perecieron un centenar y pico de manifestantes. Docenas de
estos fueron arrojados al Sena sin que la prensa censurada de la época pudiera
establecer un balance preciso de los cadáveres rescatados. La matanza
permaneció enterrada en la memoria colectiva no obstante la labor de
historiadores como Jean Luc Einaudi, de novelistas como el autor de “Meurtres pour mémoire” y de cineastas
como Rachid Bouchareb, cuya película desdichadamente no he visto.
Con
motivo del cincuentenario de esos atropellos, varios filmes documentales
denuncian hoy la barbarie llevada a cabo en nombre de la supuesta misión
civilizadora europea en África y el Magreb: apaleamiento a muerte de
manifestantes inermes; ejecuciones de un balazo a quemarropa; apriscamiento de
los detenidos en el Palacio de los Deportes; reedición del Vel d'Hiv...
Con
50 años de retraso, Francia recobra la memoria y bochorno de aquellas
brutalidades gracias al filme “Otoño
en París” de Jacques Panijel, cuya difusión, como la del libro de Péju,
no ha sido posible hasta ahora. A quien tenga oportunidad de verlo, sus
imágenes de insostenible violencia se superponen a la belleza serena de
l'Étoile, con sus palomas, turistas y paseantes ociosos, una Estrella, repito,
que por espacio de unas horas se tiñó de amarillo. Y no está de más recordar
que fue el mismo Maurice Papon, el prefecto de policía de infame memoria, quien
facilitó el traslado de resistentes y judíos de Burdeos a París durante la
Ocupación nazi y cuyo destino final fue a menudo el de los campos de exterminio.
La
historia reitera sus ciclos: los verdugos son a veces los mismos y solo las
víctimas cambian. Reconocer la culpa de aquella odiosa redada honraría a una
República cuyos proclamados valores son una libertad, igualdad y fraternidad de
universal validez.”
Los asesinados fueron más de 250.
A los dos meses moría Franz Fanon.
Cliquen en el siguiente enlace, por favor
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A los dos meses moría Franz Fanon.
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DOCUMENTOS IMPRESCINDIBLES.
·
Didier Daenickx: “Meutres pour mémoire”
·
Einaudi: “La bataille de Paris”
·
Jacques Panijel: “Otoño en París” (película).
·
Richard Bouchareb: “Hors-la-loi” (película).
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