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jueves, 2 de mayo de 2013

Propuesta para hoy, día 2 de Mayo. SEGUNDA SERIE. Annie Kalmar, Karl Kraus.




“Nacida en 1878, fallecida en 1901.

Inscripción ideal en su tumba:

¡Como un nobilísimo paradigma de los verdaderos planes que el Creador albergaba al respecto a la obra de arte llamada “mujer” fuiste enviada a este “valle de las deficiencias”, Annie Kalmar, la más grácil!
Para que los hombres aprendieran la felicidad de ver simplemente el dulce encanto de una sonrisa.
¡Pero no la aprendieron!
Se atiborraron y se fueron
A lo cual el Creador retiró antes de tiempo a su nobilísimo paradigma y lo llamó de nuevo a su seno, ¡porque era su presencia inútil entre los humanos!” (P. Altenberg)




 La vida destartalada de Altenberg cubrió por completo (milagrosamente) la duración de K.K. (Kakania). La de Annie, la dulce, apenas fue un suspiro, aunque Altenber le haya quitado un año.

Poco es lo que sé de esa muchacha. Fue actriz del Deutsches Vokstheater de Viena y fue allí donde K. Kraus (24 años) la vio por primera vez. Era la primavera de 1899 y el corazón complejo del satírico dio brincos  y su inteligencia, empezó a hilvanar teorías.

Mientras esto ocurría, Schönberg (27 años) enamorado hasta el dobladillo de los pantalones, de Matilde, hermana de faunesco Zemlinsky (eterno enamorado de Alma), la hace suya, que se dice (fue una verdadera “ver sacrum”). En otoño se presentarán en el Registro Civil de Bratislava y once días después harán público el acontecimiento en la iglesia protestante de la Dorotheergasse de Viena. Este apasionamiento le llevó a escribir “Noche transfigurada”, donde también laten profecías.

Acababa de aparecer el primer número de La antorcha. Y todo Viena se llenó de fascículos rojos. Fue una caja de resonancia más eficaz que la de Pandora. En el número 2 aparecía una alabanza de K.K. Ella correspondió con una carta escrita con letra azul pálido.




Se conocieron el verano de 1900. No sabemos si a consecuencia del encuentro, pero a ella se le desató un proceso tuberculoso que tuvo que cuidar en las afueras de Viena, plagadas, digo yo, de sanatorios antitísicos. K.K. (Karl Kraus) la visitaba con frecuencia.
 A destiempo, pues era otoño, Annie se restableció. K.K. la recomendó para un teatro de Hamburgo. Representaba el papel principal de María Estuardo de Schiller. Se le recrudeció la enfermedad. La cuidaron en un Hospital de Hamburgo. Murió tal día como hoy, de año 1901. Tenía 23 años. K.K. la cuidó hasta el final.

“MARÍA.- ¡Sea, pues; sufriré también este dolor! ¡Adiós por tanto, dignidad impotente de un alma noble! ¡Quiero olvidar quién soy y lo que he padecido; quiero prosternarme ante la misma a quien debo mi aprobio. (Vuélvese hacia la Reina.) El cielo, hermana, se ha decidido en vuestro favor. La victoria ornó vuestra cabeza afortunada con la corona de la victoria, y yo adoro al Dios que os ha ensalzado. ¡Pero sed ahora generosa, hermana mía! ¡No me dejéis sumida en la vergüenza! ¡Tendedme vuestra real mano para arrancarme de este abismo!



ISABEL. (Retrocediendo.)- Os encontráis en donde debéis, lady María. Llena de gratitud estoy para con Dios, que no ha consentido que yo me halle a vuestros pies, como lo estáis a los míos.”

Viena había pasado de 700.000 habitantes a los 2 millones en tres décadas. Como siempre ocurre, pero entonces más, nada sabemos del millón novecientos noventa y nueve mil que no contaban más que como generadores de plusvalía a sueldo. Las costuras de la ciudad se habían roto y más allá del Ring se extendían barriadas nunca vistas que atemorizaban con su sola presencia. Digo lo dicho para que no me acusen de inconsciente.
Pese a que la socialdemocracia iba en aumento, Karl Lueger alcanzó la alcaldía y la mantuvo durante 13 años, hasta 1910. Hitler lo reconocería como maestro. Aquel “mundo de ayer” de Zweig es un mito. La seguridad sólo existió para los rentistas que tenían asegurado su 4% anual. La realidad y la apariencia, que nunca han coincidido, se decían adiós de forma definitiva: La casa de la pradera tenía termitas hasta en la vajilla.



Y en aquel laboratorio de fin del mundo, en aquel pozo apestado de moral, ya elegido por Shakespeare en “Medida por medida” para ilustrar el desacuerdo entre la apariencia y la realidad, entre el derecho y las costumbres (¿entre la fijación edípica y el narcisismo?) surgieron, sin embargo (o quizás por eso), inteligencias cortantes y frías como el hielo. Y se desvelaron arcanos imprevisibles.


Tras la muerte de Annie se abrió un periodo de maledicencia y de tribunales, pues allí, en esa ciudad que crecía como un grumo de kéfir, así como aquí la política está judicializada, lo estaba la moral, Kraus se lanzó a la ingente batalla de separar la moralidad de la criminalidad, la moral y el derecho. A combatir las miserias y a analizar la psicopatología de la ciudad vienesa… sin darse cuenta cabal de la causa de todo ese desaguisado: El Capitalismo en plena transformación imperialista. Fue un solitario y, como tal, contradictorio, pero jamás lo indecible ha sido dicho con tanta claridad y justeza de lenguaje.

Las mujeres, a falta de nada mejor y sobradas de clientela, añadían color y luz al rojo resplandor de la Antorcha. Toda Viena olía a simulación y apariencia… y a chamusquina. El espectro de la doble moral recorría centro-europa. Cada una de las normas legales era negada en la práctica. El aparato judicial funcionaba como un sudario. “A la mujer le está permitido sólo lo que quiera el hombre, siempre que ella no lo quiera también.”

K.K. nunca olvido a la mujer-niña Annie. A ella dedicó su “Teatro del sueño” (1924)”. Después de treinta años, poco antes del cumplimiento de sus profecías apocalípticas, aún recordó a aquel ángel, “La sombra de Annie Kalmar” que “… sacrificado un mundo, evoca un mundo”.

Sobre la mujer-niña... ¡ya volveremos!

Será simplificar pero tengo para mí, que Kraus fue elaborando su idea-teoría sobre la mujer (lo femenino) influido por este extraño romance: que se desarrolló entre bambalinas y sábanas de hospital. Nunca pudieron gozarse en un escenario normal, que se dice. Añadan Vds. La cristalización que supuso “Los cuentos de Hoffmann”.

Kafka (18 años) acababa de superar la reválida de bachillerato, estaba a punto de conseguir el derecho de ciudadanía en Praga (¡!)  y, contra su voluntad pero impulsado por la de su padre (el Omnipresente), se inscribe, torcido, en la facultad de derecho. Los versos los quemó.

Mahler (41 años), recién abandonado Hamburgo (adonde, como he dicho, llegaba Annie, por la Ópera de Viena) y Alma (22 años) están buscándose. Se conocerán el 9 de noviembre. Al día siguiente asiste al ensayo general de Los cuentos de Hoffmann y a los dos días ya empieza a recibir versitos. El músico, en los ratos libres que le dejaba su afición a la versificación, empieza su quinta sinfonía y, sin motivo  (a no ser su capacidad profética)  Kindertotenlieder.

Weininger (21 años) estaba ocupado en “Sexo y Carácter”, biblia de misoginia ahora, pero manual de instrucciones para la guerra de sexos, entonces. Lo que le deba Kraus a Weininger era dominio público. Freud (45 años) publicaba su “Psicopatología de la vida cotidiana” y desvelaba el sentido latente de los rituales que conformaban la ciudad. Schnitzler (39 años), su alter ego, lo ponía en prosa…un tanto afectada, bien es cierto; en esto (y en tantas cosas) le doy la razón al satiricón. Loos (41 años) había proclamado la naturaleza “potemkinesca” de la sociedad vienesa y sus moradas. El siguiente paso será declarar delictivo el ornamento.

Klimt (39 años), que flirteaba con Alma, está dando los últimos retoques a La Filosofía, y a La Medicina, (primer y segundo) de las tres alegorías que le fueron encargadas para la Universidad de Viena (La Jurisprudencia, superó cualquier expectativa) y da los últimos retoques al Hermine Wittgenstein.

Tardoromanticismo schopenhaueriano. La vida como voluntad, vale, pero voluntad ¿de qué? Francisco José (71 años) pasaría de largo, sin mirar y dejaría caer su acostumbrado “Me ha gustado mucho”.

Hitler y Wittgenstein (ambos de 11 años), compartían aula en la Realschule Bundesrealgymnasium Fadingerstrasse de Linz, Austria. Mann (26 años) publicaba “Los Budenbrook”.

Los demás o habían muerto o no habían nacido o estaban en la línea de salida.

Seis meses después de la muerte de Annie Kalmar, Kraus asistió al estreno de los “Cuentos de Hoffmann” dirigido por el mismísimo Mahler y a cuyo ensayo general ya me he referido. En ese ensayo general la Gutheil-Schoder, que tanto impresionaría a K.K., salió, en el papel de Juliette, con un “vestido abierto a ambos lados hasta la cintura y tuvo que ser cosido inmediatamente, por lo indecoroso”. Mahler puso el grito en el cielo. Imaginen Vdes. cómo se pondría la peña ante la contemplación de “La Medicina” y lo que vendría, pues ese fue el punto en que a Klimt le dio por el mundo fatal (fetal, fecal, focal)-femenino…pero todo, dejémoslo claro, desde un punto de vista neo o tardo romántico. Esas filigranas doradas eran jirones del sueño colectivo que alguien estaba intentando descifrar.

Bueno, pues eso, K.K. asistió a estreno y se quedó impresionado por la voz y figura de la citada Guthei-Schoder que hacía el papel de las tres mujeres que, en la ópera, una adaptación de algunos relatos de la obra de Hoffmann, presentan los tres modelos de mujer que la masculinidad podía imaginar: Olimpia, Julieta y Antonia. La primera “se hace bonita a los ojos del poeta a través del poder de su percepción subjetiva”. La segunda, “la cortesana tan irresistiblemente atractiva para el poeta a pesar de saber de su promiscuidad” (o quizás por ello, añado). La tercera, Antonia, “cuya belleza es demasiado frágil para sobrevivir en un mundo hostil”.

No cabe duda de que Annie casaba bien con el primer y tercer modelo, sin hacerle ascos a Julieta. La mujer es, a partir de ahora, para K.K. una compleja ecuación que tiende a cero.





Después vendrían La caja de Pandora (1905) y su contenido: Bertha María, Irma Karczewska; Sidonie von Nádherny…pero él ya estaba “troquelado” por aquella lejana y fugaz relación.


Fruto (o no) de esta relación surgió: “En alabanza de la prostituta” y “Moralidad y Criminalidad” en las que el satírico fustiga el doble rasero con el que la sociedad juzga a las mujeres y a los hombres. En alemán existe la palabra Weib y la palabra Frau, refiriéndose la primera a la mujer en su aspecto más sensitivo, instintivo. En mi estilo: Weib, de ombligo para abajo y Frau, del ombligo para arriba. Kraus quiso liberar la Weib y elevar la Frau a la altura de sus (de él) ideales, que era una estetización de los ideales pequeñoburgueses.

“La sociedad burguesa, escribiría en 1908, se compone de dos clases de hombres; de los que dicen que en algún sitio se ha acabado con un antro del vicio, y de os que se lamentan por haberse enterado demasiado tarde de la dirección de mismo…”

Y es que “ser hombre es un error”. Quizás sea el momento de referirme al atún. Sí, como lo leen: Hoy es el día internacional del atún, así que no olviden comerse un “mediterráneo” (si no les da asco la cadaverina): atún, olivas rellenas y pimiento rojo. Tampoco le va mal una anchoíta.


A su debido tiempo seguiremos con el tema.






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