Asteriscos
remiten a “efemerísticas razones”.
Fue un 7 de mayo de hace
muchíiiiisimos años. Casi medievo.
Fue el día más feliz, dicen, de mi,
entonces, corta vida. Yo vestía de torero, dorado y marfil, exactamente igual
como el año anterior había vestido mi hermano (el de en medio) y cuatro años
antes, el mayor. Exactamente igual como irían durante generaciones, dorado y
marfil, los niños de mi calle. El trajecito, finalmente, sucumbió a tantas
esperanzas depositadas en él. Abuelos, dicen, haber vislumbrado bajo higueras
estériles jirones de ese vehículo que nos acercó a medio pueblo a los pies del
santísimo: “Así transita la gloria de
este mundo”. Tengo para mí que el tal trajecillo fue depositado en manos de
mi abuela materna por la misma maría santísima, allá por las postrimerías del
XIX. Cuando todos nosotros llegamos… ¡él ya estaba allí! Cuando nos vayamos,
seguirán vislumbrándose jirones, dorado y marfil, bajo higueras estériles…
¡Si las cabras no lo han devorado
por completo!
Decía que, dicen, fue el día más feliz de mi vida: me dedicaron una canción por la radio (que no pude oír). A esa felicidad aportó algo mi natural artero: El año anterior había vendido las estampitas (que se acuñaban para la ocasión) correspondientes a la comunión de mi hermano, lo que me reportó mis buenos tres duros y a él una melancolía infectada de odio fraterno. Tres duros a los que sumé el contenido del “cepillo” de las limosnas…con lo que pude comprarme todos los tebeos atrasados de “El Jabato”. Cuando se hubo descubierto el engaño y el robo, y mi naturaleza fulera quedó manifiesta, “El Jabato” pasó a ser símbolo de lo agridulce. Aunque analizando la cosa con más detenimiento y con criterios menos laxos, tendría que haber sido, en realidad, de la maldad más aviesa. Sin embargo no devolví lo adquirido. Ni lo confesé. Es una losa que siempre he llevado y llevaré sobre mi conciencia. Por eso, incluso en las mayores manifestaciones de alegría y contento, se abate sobre mí la pesada sombra de Ursus y la liviana de “Fideo” que dibujan en mi jeta un vislumbre de descontento existencial.
Fue algo así como una versión, menos
hiriente, del “timo de la estampita”,
núcleo duro de “Los tramposos” (Toni
Leblanc.*) que se rodaba exactamente por entonces.
La felicidad no está exenta de unas gotitas de
angostura.
La catequesis protocolaria había
sembrado mi razón (recién adquirida) de extrañezas y maravillas: El valor de un
plato de lentejas; una barca con todo tipo de animales que flotaba sobre el
mundo sumergido; una serpiente que comía manzanas; una ballena voraz; las
tribus de Israel; el sol de Josué; una quijada de burro; peces que se
multiplicaban; el agua que se hacía vino; un matorral que ardía sin consumirse;
un niño perdido y hallado; alguien que se ahorcaba en un alcornoque… ¡¡ oro,
incienso y mirra!!... Unas calderas en donde se cocían eternamente los que
habían robado el cepillo de las limosnas; un ángel con espada de fuego; un tren
de vapor que circulaba por la línea del horizonte del Paraíso (el humo se
acumulaba en un rincón del Edén); un romano, con reloj de pulsera, que
atravesaba las costillas del crucificado…
Y de verdaderas madejas conceptuales…a las que no había manera de encontrar la hebra buena: vigilia, ayuno, abstinencia, propósito de enmienda, contrición, remisión de los pecados, asunción, ascensión, anunciación, encarnación, redención… ¡¡uno y trino!!...que yo rumiaba mientras merendaba una rebanada de pan empapada en vino de Jumilla… ¡de perdidos al río!
Eso en cuanto a la preparación
teórica.
La mecánica la fuimos asimilando de
manera natural: filas de a dos. Manos juntas (palma contra palma y con el
rosario nacarado enredado entre los dedos) apoyando los pulgares en el
esternón. Cabeza inclinada como si olieras los índices. Ojos cerrados (podías
abrirlos un poquito para no pisar al de delante). Llegar a la sombra del cura,
arrodillarte, sacar la lengua (aquí sí: ¡ojos cerrados!) y cuando notaras el
contacto áspero de la hostia, introducir la lengua a cámara lenta, como un
camaleón impedido y ¡sobre todo! no tocar la sagrada forma con los dientes. No
morder al niño Jesús (ya nos imaginábamos la sangre desbocándose por las
comisuras)…levantarse del reclinatorio, y dirigirte hacia el grumo familiar, que te esperaría con
ojos fijos de lechuza psicópata.
Yo entré con mal pie en el uso de razón: ¡sacrilegiando!... ¡no había confesado mis tropelías! En su lugar me
desahogué proclamando mis malos pensamientos. Ahora que… ¡peor entró Ginés! que
no guardó las preceptivas cuatro horas de “ayuno”…lo
vimos llevarse a la boca, cuando íbamos de a dos, enfilados hacia la gloria, un
moco considerable que, digo yo, se mezclaría con el cuerpo divino del niño Jesús.
Nadie pudo mantener los ojos cerrados. Avanzábamos…y el desgraciado se iba
acercando a la perdición. Un rayo caería sobre él en el momento del contacto
con la redonda blancura. Esperábamos algo así como el apocalipsis (¿)…¡y no pasó nada!... Ginés se levantó y con los ojos
entreabiertos se dirigió hacia los suyos. Nosotros, mientras tanto, hacíamos lo
imposible, para despegar con la lengua la masa harinosa del cielo (¡el único!)
del paladar. Con el tiempo aprendería (yo) a despegar los restos harinosos con
un copuzo de aguardiente.
Mientras esa procesión de los
inocentes fluía por el pasillo central, las mujeres entonaban cánticos: “Con flores a María…” (o algo parecido).
Yo no sabía (ni sé) la letra; no sé que dice después de “mil queru…no se qué… beeellos
/ Holanda puso ser” (¿). Naturalmente aún no estaba avezado en las
jerarquías celestes.
También pudo haber sonado la “Novena” (*) de Beethoven (adaptación
para zambomba, chirimía y triángulo). (ver 9 de mayo).
Después venía (el convite) la tortada de merengue blanco y
esponjoso…y la venta de estampas. Los
vecinos huían, se refugiaban en los rincones más disimulados de sus casas y
ponían los ahorros a buen recaudo:
–¡Otra
vè será, hijico!
–¡Cómo
que otra vez!...¡La primera comunión es única!
–¡Vete
con dio’h, he’moso!
Nosotros, más la tía matafulas,
la Josefa de los pavicos, la tía Isabel… tuvimos leche merengada con
corteza de limón y canela.
Eso de los sacramentos (¡imprimen
carácter!) es todo un mundo: Los hay de iniciación,
de curación y de servicio. Del primer grupo los he tomado todos: Bautismo, Eucaristía y Confirmación.
Del segundo me he internado en los dominios de la Penitencia, pero me falta la Unción
(siniestra liturgia de la Iglesia apostólica romana) de enfermos. Del tercero: el Matrimonio.
Recapitulando: me falta el Orden
sacerdotal y la Unción de los
enfermos (Santos Óleos). Es todo un aliciente en la vida. Así como
alpinistas de renombre persiguen los ocho ochomiles,
así yo en pos de los siete sacramentos: Me haré cura y antes de estirar la pata pediré el aceite sagrado. Habré sido el terrícola con más carácter.
Aunque siempre hay alguien que va
por delante:
Tal día como hoy, del año 1934,
Adolf (¡¡) Eichmann, con la misma mano con la que alimentaría a sus pequeños,
con la misma mano con la que estranguló a más de uno, con esa misma mano…
escribió en el libro de visitas (allí donde yo garabateé “Socialismo o Barbarie”)
del convento de Windberg: “Treue um Treue”,
“fidelidad por fidelidad”: Imbuído
de la mística rastrera y nibelunga de la
“tierra y la sangre”. El por entonces sargento segundo ya rastreaba judíos y
preparaba lo que sería el protocolo de
Wansee. Sin embargo amaba el retiro,
la meditación y la plegaria…preparándose para el postrer (¿) sacramento: El Holocausto. Lo tomaría con fruición.
Dentro de unos días lo veremos
volar de Buenos Aires a Israel.
Quizá sea el momento de oír el “Réquiem alemán” (Brahms, nacido el 7 de mayo de 1833)
“(…) Entonces
toda la carne,
es como la
hierba
y todo el
esplendor del hombre
es como la
flor de los prados.
La hierba
está seca
y la flor
está marchita.(…)
Tal día como hoy, del año 1906, un jovencito Hitler, condiscípulo de Wittgenstein, escribe a un amigo desde Viena y le asegura que asistirá al Tristán (de Mahler y Roller), al Holandés errante, y, posiblemente, al estreno de Salomé
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