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martes, 7 de mayo de 2013

Propuesta para el 7 de mayo. Primera comunión y algo más



Asteriscos remiten a “efemerísticas razones”.

Fue un 7 de mayo de hace muchíiiiisimos años. Casi medievo.

Fue el día más feliz, dicen, de mi, entonces, corta vida. Yo vestía de torero, dorado y marfil, exactamente igual como el año anterior había vestido mi hermano (el de en medio) y cuatro años antes, el mayor. Exactamente igual como irían durante generaciones, dorado y marfil, los niños de mi calle. El trajecito, finalmente, sucumbió a tantas esperanzas depositadas en él. Abuelos, dicen, haber vislumbrado bajo higueras estériles jirones de ese vehículo que nos acercó a medio pueblo a los pies del santísimo: “Así transita la gloria de este mundo”. Tengo para mí que el tal trajecillo fue depositado en manos de mi abuela materna por la misma maría santísima, allá por las postrimerías del XIX. Cuando todos nosotros llegamos… ¡él ya estaba allí! Cuando nos vayamos, seguirán vislumbrándose jirones, dorado y marfil, bajo higueras estériles…

¡Si las cabras no lo han devorado por completo!










Decía que, dicen, fue el día más feliz de mi vida: me dedicaron una canción por la radio (que no pude oír). A esa felicidad aportó algo mi natural artero: El año anterior había vendido las estampitas (que se acuñaban para la ocasión) correspondientes a la comunión de mi hermano, lo que me reportó mis buenos tres duros y a él una melancolía infectada de odio fraterno. Tres duros a los que sumé el contenido del “cepillo” de las limosnas…con lo que pude comprarme todos los tebeos atrasados de “El Jabato”. Cuando se hubo descubierto el engaño y el robo, y mi naturaleza fulera quedó manifiesta, “El Jabato” pasó a ser símbolo de lo agridulce. Aunque analizando la cosa con más detenimiento y con criterios menos laxos, tendría que haber sido, en realidad, de la maldad más aviesa. Sin embargo no devolví lo adquirido. Ni lo confesé. Es una losa que siempre he llevado y llevaré sobre mi conciencia. Por eso, incluso en las mayores manifestaciones de alegría y contento, se abate sobre mí la pesada sombra de Ursus y la liviana de “Fideo” que dibujan en mi jeta un vislumbre de descontento existencial.
 
Fue algo así como una versión, menos hiriente, del “timo de la estampita”, núcleo duro de “Los tramposos” (Toni Leblanc.*) que se rodaba exactamente por entonces.

 La felicidad no está exenta de unas gotitas de angostura.

La catequesis protocolaria había sembrado mi razón (recién adquirida) de extrañezas y maravillas: El valor de un plato de lentejas; una barca con todo tipo de animales que flotaba sobre el mundo sumergido; una serpiente que comía manzanas; una ballena voraz; las tribus de Israel; el sol de Josué; una quijada de burro; peces que se multiplicaban; el agua que se hacía vino; un matorral que ardía sin consumirse; un niño perdido y hallado; alguien que se ahorcaba en un alcornoque… ¡¡ oro, incienso y mirra!!... Unas calderas en donde se cocían eternamente los que habían robado el cepillo de las limosnas; un ángel con espada de fuego; un tren de vapor que circulaba por la línea del horizonte del Paraíso (el humo se acumulaba en un rincón del Edén); un romano, con reloj de pulsera, que atravesaba las costillas del crucificado…













Y de verdaderas madejas conceptuales…a las que no había manera de encontrar la hebra buena: vigilia, ayuno, abstinencia, propósito de enmienda, contrición, remisión de los pecados, asunción, ascensión, anunciación, encarnación, redención… ¡¡uno y trino!!...que yo rumiaba mientras merendaba una rebanada de pan empapada en vino de Jumilla… ¡de perdidos al río!

Eso en cuanto a la preparación teórica.

La mecánica la fuimos asimilando de manera natural: filas de a dos. Manos juntas (palma contra palma y con el rosario nacarado enredado entre los dedos) apoyando los pulgares en el esternón. Cabeza inclinada como si olieras los índices. Ojos cerrados (podías abrirlos un poquito para no pisar al de delante). Llegar a la sombra del cura, arrodillarte, sacar la lengua (aquí sí: ¡ojos cerrados!) y cuando notaras el contacto áspero de la hostia, introducir la lengua a cámara lenta, como un camaleón impedido y ¡sobre todo! no tocar la sagrada forma con los dientes. No morder al niño Jesús (ya nos imaginábamos la sangre desbocándose por las comisuras)…levantarse del reclinatorio, y dirigirte hacia el grumo familiar, que te esperaría con ojos fijos de  lechuza psicópata. 




El hijo del secretario del ayuntamiento apareció con un ¡traje de marinero!...Será normal en ciertos sitios…pero en Fortuna, donde el agua, como saben vds. era una idea, tal ocurrencia no pasó desapercibida. Más apropiado un traje de pastor o ¿por qué no? de torero (el “festejo taurino” había dejado huella). El secretario se creyó el Mesías de los nuevos tiempos. Pensó que bastaba con que su retoño vistiera un traje acuático para que el agua hiciera acto de presencia. Pasarían años hasta que llegara el agua corriente y decenios para la primera piscina. El traje de marinero era, en efecto, algo estrafalario (cuando no provocativo). Y así se le hizo saber: ¡la próxima vez vístalo como a todos!

Yo entré con mal pie en el uso de razón: ¡sacrilegiando!... ¡no había confesado mis tropelías! En su lugar me desahogué proclamando mis malos pensamientos. Ahora que… ¡peor entró Ginés! que no guardó las preceptivas cuatro horas de “ayuno”…lo vimos llevarse a la boca, cuando íbamos de a dos, enfilados hacia la gloria, un moco considerable que, digo yo, se mezclaría con el cuerpo divino del niño Jesús. Nadie pudo mantener los ojos cerrados. Avanzábamos…y el desgraciado se iba acercando a la perdición. Un rayo caería sobre él en el momento del contacto con la redonda blancura. Esperábamos algo así como el apocalipsis (¿)…¡y no pasó nada!... Ginés se levantó y con los ojos entreabiertos se dirigió hacia los suyos. Nosotros, mientras tanto, hacíamos lo imposible, para despegar con la lengua la masa harinosa del cielo (¡el único!) del paladar. Con el tiempo aprendería (yo) a despegar los restos harinosos con un copuzo de aguardiente.

Mientras esa procesión de los inocentes fluía por el pasillo central, las mujeres entonaban cánticos: “Con flores a María…” (o algo parecido). Yo no sabía (ni sé) la letra; no sé que dice después de “mil queru…no se qué… beeellos / Holanda puso ser” (¿). Naturalmente aún no estaba avezado en las jerarquías celestes.
También pudo haber sonado la “Novena” (*) de Beethoven (adaptación para zambomba, chirimía y triángulo). (ver 9 de mayo).

Después venía (el convite) la tortada de merengue blanco y esponjoso…y la venta de estampas. Los vecinos huían, se refugiaban en los rincones más disimulados de sus casas y ponían los ahorros a buen recaudo:

–¡Otra vè será, hijico!
–¡Cómo que otra vez!...¡La primera comunión es única!
–¡Vete con dio’h, he’moso!

Nosotros, más la tía matafulas, la Josefa de los pavicos, la tía Isabel… tuvimos leche merengada con corteza de limón y canela.

Eso de los sacramentos (¡imprimen carácter!) es todo un mundo: Los hay de iniciación, de curación y de servicio. Del primer grupo los he tomado todos: Bautismo, Eucaristía y Confirmación. Del segundo me he internado en los dominios de la Penitencia, pero me falta la Unción (siniestra liturgia de la Iglesia apostólica romana) de enfermos. Del tercero: el Matrimonio. Recapitulando: me falta el Orden sacerdotal y la Unción de los enfermos (Santos Óleos). Es todo un aliciente en la vida. Así como alpinistas de renombre persiguen los ocho ochomiles, así yo en pos de los siete sacramentos: Me haré cura y antes de estirar la pata pediré el aceite sagrado. Habré sido el terrícola con más carácter.

Aunque siempre hay alguien que va por delante:











Tal día como hoy, del año 1934, Adolf (¡¡) Eichmann, con la misma mano con la que alimentaría a sus pequeños, con la misma mano con la que estranguló a más de uno, con esa misma mano… escribió en el libro de visitas (allí donde yo garabateé “Socialismo o Barbarie”) del convento de Windberg: “Treue um Treue”, “fidelidad por fidelidad”: Imbuído de  la mística rastrera y nibelunga de la “tierra y la sangre”. El por entonces sargento segundo ya rastreaba judíos y preparaba lo que sería el protocolo de Wansee. Sin embargo amaba el retiro, la meditación y la plegaria…preparándose para el postrer (¿) sacramento: El Holocausto. Lo tomaría con fruición.

Dentro de unos días lo veremos volar de Buenos Aires a Israel.

Quizá sea el momento de oír el “Réquiem alemán” (Brahms, nacido el 7 de mayo de 1833)

“(…) Entonces toda la carne,
es como la hierba
y todo el esplendor del hombre
es como la flor de los prados.
La hierba está seca
y la flor está marchita.(…)



Tal día como hoy, del año 1906, un jovencito Hitler, condiscípulo de Wittgenstein, escribe a un amigo desde Viena y le asegura que asistirá al Tristán (de Mahler y Roller), al Holandés errante, y, posiblemente, al estreno de Salomé











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