“El
teléfono sonó en la tienda de Jonathan a primera hora de la tarde del viernes
31 de marzo (…)
–¿Diga?
–Bonjour
m’sieur. ¿Hablo con Monsieur Trevanny?... Creo que Vd. habla ingés. Me
llamo Stephen Wister, W-i-s-t-e-r. (…)”
Jonathan no
olvidará nunca ese nombre. Ni el de Tom Ripley, “el amigo americano”. Su
vida, decididamente encaminada hacia la muerte “natural”, decidió dar una vuelta por el lado peligroso.
Que si hay
crímenes perfectos?… ¡vaya pregunta! Los cementerios están llenos de “víctimas”
de crímenes perfectos… incluso de crímenes artísticos. En todo crimen hay, al
menos, una perfección: ligada a la
consecución del objetivo. La otra perfección, la que tiene que ver con la
ausencia de indicios (¡de pruebas!), está, incluso, cuantificada: alrededor del
10 % (en países “desarrollados”).
Si Vd., una
persona normal y nada violenta, estuviera gravemente enferma ¿aceptaría matar a
uno o dos “mafiosos”, a cambio de un pastón que ahuyentaría la miseria de los alrededores
de su viuda y de su hijo? ¡Piénsenlo!... y no duden de su valor. Nadie sabe
cómo reaccionará cuando peligra lo único que se tiene.
La cosa no es
tan fácil como parece: la mujer (o el marido) preguntaría por el origen de ese
dinero que “milagrosa” y
abundantemente fluye hacia el hogar. El trabajo, ni en una decena de años,
daría para tanto…así que olvídense de explicaciones facilonas. La cosa se
complica si la mujer (o el hombre) tiene un alto concepto de sí misma y de las
virtudes cristianas. Y más, si tiene Vd. un “amigo” como Tom Ripley.
Patricia
Highsmith es retorcida hasta el final (¡sobre todo al final!). El escupitajo
de Simone al rostro de Tom no es, sólo, indicio de odio; es, principalmente,
“señal” indudable de que ha aceptado el dinero depositado en Suiza y muestra de
la mala conciencia consiguiente. De lo contrario, Tom estaría en la cárcel.
¿Ven Vds.? ¡Con qué facilidad aceptamos el “crimen”…
cuando somos los beneficiarios!
Tom es una
especie de “toreador” de la virtud (o
del crimen): se pasea con garbo y donosura por sobre los más siniestros
mojones. Y sale incólume dispuesto para la siguiente aventura.
También había
intriga y tal en “Cumbres borrascosas”,
una de las primeras novelas que leí, inaugurando así mi adolescencia y dándole
un toque de exótica rebelión. No me acuerdo de nada. Sólo de la “Granja de los tordos” y de la finca “Cumbres Borrascosas”. También recuerdo
que el “criado” consigue hacerse el
dueño de todo y que, al final, todo acaba bien. No leí, hasta mucho más tarde,
“Jane Eyre”, de su hermana Charlotte
(Brönte, naturalmente), y volví a liarme entre linajes y confusas relaciones.
Bueno pues tal día como hoy, del año 1855,
murió Charlotte.
Fueron cuatro
hermanas y un hermano. Pasaron por situaciones que pueden ser reconocidas en
sus escritos: incluyendo un siniestro internado en Bruselas (¿dónde si no?) y
el, además de siniestro, húmedo e inhabitable internado de Clergy Daughter en
Bradwell. Todas murieron, antes de los
cuarenta, de tuberculosis…”Érase una
familia a una enfermedad pegada…” y el varón, como corresponde, se sumergió
en opio y en alcohol y no consiguió salir a flote: se había enamorado de la mujer de su “amo”.
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