Buscar este blog

lunes, 27 de enero de 2014

Propuesta para hoy 27 de enero. Vuelta de París. “Elektra”. Verdi.

(los asteriscos * remiten a razones efemerísticas).

Dejé a B. introduciéndose en los amarillos, cerca, pues, de su completa recuperación. Nos bebimos una melita, nos dijimos adiós, “a lo Burns” y salí de París por donde había entrado. No me despedí del tunecino.  Llovía, lo cual, en mis circunstancias, era catastrófico. Hacía dos o tres meses que, para robarme una hermosísima maleta de médico de “far west”, habían rajado la lona del 2 CV;  una maleta de piel de cocodrilo que yo, a mi vez, había robado a una amiga confiada. Así que, mientras conducía, una catarata caía sobre la cabeza del inexistente copiloto. Tenía que parar cada 25 kilómetros para achicar agua. A ese ritmo llegaría a Barcelona a primeros de febrero. Como era normal los limpiacristales no funcionaban correctamente y el parabrisas, como tronera de tanque, quedó reducido a un una media luna mora. 




Tenía que ir moviéndome continuamente para encontrar un espacio transparente. Llegaría a principios de febrero y con dos hernias discales, si antes no perecía en una inundación como la que asolaba París en tal día como hoy del año 1910: “Inundación. Lo más penoso es la estación de Saint Lazare. Hay que temer la falta de agua, de petróleo y las ratas” (Renard. “Diarios”).

Parecía una tortura ideada por el mismo Yagoda en los sótanos de la Lubianka.

 A la altura de Dijon (eran las cinco de la tarde) cesó la lluvia. Por delante tenía 800 kilómetros y una oscuridad total. La media iba a ser histórica. Me propuse llegar a Nîmes sobre las 10 para poder estar en Barcelona a las 3 de la mañana… No sabía lo que me deparaba el destino.

Pasado Aviñón, volvió la lluvia y la tortura. De repente noto un golpe en la parte trasera del coche y veo un animal extraño que me adelanta, en estampida, por la izquierda, seguido de un coche negro, grande como de funeraria. El coche negro pasó por encima del animal que quedó aplastado, inmóvil, en medio del asfalto. El coche grande paró y yo pité. Sonó como el “acorde de la muerte”. Bajamos. Él, un hombre maduro. Ella se quedó dentro. Llovía. La escena: un 2CV parado en el arcén; a continuación un bulto dudoso y abriendo el cortejo el coche funerario que iluminaba el aguacero. Nos acercamos el uno al otro y nos paramos cuando llegamos al deshecho. Pensé que parecíamos una secuencia de cine negro.

Fue entonces cuando me di cuenta de que al Citroen le faltaba el guardabarros de la izquierda. Lo había arrancado de cuajo. La rueda quedó desnuda y expuesta a las inclemencias. Parecía un esquema. También comprobé que el coche era alemán. Y, por último, también me pareció oír que algo desagradable mascullaba: ¿Scheisse?... ¡quizás!
Me ofreció cien marcos y como me di cuenta de que no quería problemas, le pedí doscientos… y algunas monedillas para la máquina de café. Como era de noche (y mis faros parecían candelas) no vi la cara que puso, pero me largó la pasta y se largó como alma que llevara el diablo. Me llegó un “¡¡Spanisch verdammt!!” y una “ola” virginiana * de agua sucia. Cogí la pieza y la metí en el maletero. El incidente había destrozado la media. Llegué sin más imprevistos a Nîmes. Eran las 11’07.



Ahora viene a propósito aquello de Fichte (*) sobre la nación alemana. Y pensé que la propuesta del filósofo para salir del estado de postración de su “nación”, la educación, había fracasado por completo. Los alemanes se habían quedado con los objetivos (Patria) pero habían olvidado los medios (Educación).

–Creo que simplificas demasiado, ¿no?

–Hegel, que seas de los Sudetes no te proporciona, “per se”, un conocimiento de la filosofía clásica alemana.

No olviden Vds. que estamos en el Cul d’Ocata, rememorando aquella fatídica noche.

Allí tomé un “potage” y un café doble. En esas maquinitas no sabes nunca cuando va a caer el vaso, cuando el café, cuando el azúcar, cuando la varilla… resulta divertido. Así que repetí de café.



Subí al coche y decidido metí primera, con tanta determinación que me quedé con la barra de cambios en la mano, empuñándola como empuña un torero el estoque de matar. Recordarán Vds. que el 2CV llevaba las marchas al lado del volante. El mecanismo era muy simple. Con la barra de hierro y calado hasta los huesos, entré en la zona donde reflexionan los camioneros y la mostré…así, en general. Los camioneros siguieron sumidos en sus tristezas y en su sensación de lo absurdo de sus idas y venidas.

Después fui a la  tienda de la gasolinera. Allí pensaron que se trataba de un loco que iba a por la caja. Intenté tranquilizarlos pero me salió una voz que ni yo mismo reconocí. Los signos de calma, se convertían en signos de amenaza. Hubo momentos de verdadero peligro. Por fin pude hacerme entender; allí en Francia ese percance era normal. Me entendieron, pero no podían hacer nada.

Llamé a Mapfre y me dijeron que esperara. Les dije que en aquellas circunstancias no sabría dónde ir.
Bien es verdad que los “Discursos * ” de Fichte deben mucho a las circunstancias históricas, pero no es menos cierto que la “Ideología alemana” gotea por todas las junturas sintácticas. Si nos ajustáramos a su idea de “nación”, Catalunya no sería una “nación”. El concepto se aplica a poblaciones, no a territorios. Una nación es el conjunto de personas que comparten una lengua, unas tradiciones y unas aspiraciones comunes. Un alemán prefiere vivir como alemán y criar a sus hijos como “alemanes por antonomasia” y eso exige una educación centrada en el amor a la “Patria” eterna…pues no hay amor que no aspire a la eternidad, como bien recalcó Platón.

Serían “nación” los “catalanes”. Los “murcianos” que habitamos estas tierras seríamos parte del “espíritu muerto” que estaría impidiendo, día tras día, la marcha del “pueblo catalán” hacia el desarrollo sostenido de su infinita perfectibilidad, instrumento imprescindible para lo cual, sería el “Estado”: garante del verdadero desarrollo de la libertad del “Espíritu”.

“Si hasta ahora, a lo largo de nuestro análisis hemos procedido de modo adecuado, de ello tiene que inferirse que sólo el alemán –el hombre originario y no muerto en un estatuto arbitrario—tiene verdaderamente un pueblo y tiene derecho a contar con un pueblo, y que sólo él es capaz del amor verdadero y racional a su nación”

Decía que los “murcianos” tendríamos que ser considerados como pertenecientes a otra nación, que, a su vez, nos consideraría moradores en territorios “irredentos”. A dios (¿) gracias, las cosas ya no son así (¿o sí?) y “la complejidad de las sociedades modernas” o, lo que es lo mismo, el proceso de acumulación capitalista, ha hecho saltar por los aires cualquier atisbo de “pureza” y de “incorrupción”, desvelando aquel ideal como parte de la lucha de clases.

–Lo que me faltaba por oír… ¡O sea que soy un irredento!

–Tu nación es el Cul d’Ocata.

–¡¡Y la comida!!

–Sí

El pastor alemán es una “raza” netamente alemana, como Wagner. Von Stephanitz, casado con una tal Mari Wagner y capitán de caballería del ejército alemán, fue, por decirlo así, el padre fundador del linaje. A partir del 25 de enero del año 1899, fecha en que llegó a su domicilio “Hektor”, primer inscrito, bajo el nombre de Horand von Grafath, en el libro de registro de la raza, el linaje se fue homogeneizando en torno a los rasgos que lo convertirían en inconfundible. La complejidad de las sociedades modernas” puso en peligro su supervivencia al eliminar las funciones para las que estaba diseñado. Fue entonces cuando el militar lo recomendó al ejército alemán. Los nazis lo reconvirtieron y así empezó la “leyenda negra”.



Y es que Wagner, plenamente contemporáneo de Verdi, quiso crear una “òpera” netamente alemana depurada de los elementos latinos: arias, recitativos, bel canto… falta de unidad y propuso una “obra de arte total” en la que la música, espesa, aterciopelada, mórbida, fluía sin interrupción siguiendo a cierta distancia las palabras del libreto. Wagner arrancó la ópera del suelo y la lanzó al siniestro territorio de los dioses mitológicos (perdonen por la redundancia). En ese cometido, y dada la distancia, estiró la tonalidad hasta límites inauditos, pues la profundidad del alma germana no podía contentarse con las armonías tradicionales.



Mientras, en Italia, Verdi (*), su exacto contemporáneo, hacía lo contrario: como Sócrates, intentaba poner la ópera al alcance del “pueblo”. Fue dueño de una capacidad inventiva sin igual y de un dominio de la melodía que denotaba un estrecho contacto con el gusto popular y sus tradiciones; su nombre fue un grito de guerra: ¡¡Verdi!! (Viva Emmanuel, Rey De Italia). ¿Recuerdan Vds. la escena inicial (“Quizás la única verdaderamente memorable”) de “Novecento”, aquella en la que una especie de arlequín anuncia la muerte de Verdi? Aparte de ser una hermosa manera de contextualizar (tal día como hoy, del año 1901), es un homenaje en toda regla a una música (y a la “comedia del arte”) y a un personaje que nunca olvidó sus orígenes humildes. Su entierro se convirtió en una explosión de patriotismo inolvidable. Los cientos de miles que abarrotaban las calles de Milán, en contra de su deseo de un entierro discreto e íntimo, se animaron a cantar el “Va pensiero!”, convertido desde la época de la unificación en canto de batalla, como lo sería durante la segunda guerra mundial.

“¡Vuela pensamiento, con alas doradas,
pósate en las praderas y en las cimas
donde exhala su suave fragancia
el dulce aire de la tierra natal!
¡Saluda las orillas del Jordán
y las destruidas torres de Sion!
¡Oh, mi patria, tan bella y perdida!
¡Oh recuerdo tan caro y fatal! (…)”

Y no es que Verdi no supiera seguir el camino wagneriano (lo demostró en sus últimas obras), es que no quiso despegarse del gusto y sentir de su gente: En “Othello”, sin ir más lejos (no se puede), presenciamos la lucha entre el “principio del lirismo” y el de “la modernidad” disonante. Desdémona contra Othello. Como, en cierta manera, se repite entre Elektra y Crisótemis en la ópera de R. Strauss.

http://kinomoriarti.blogspot.com.es/2014/02/propuesta-para-la-tarde-del-9-de.html

Los de Mapfre me llamaron dos o tres veces para asegurarse de que seguía allí, bajo los luceros.

Elektra” se estrenó el 25 de enero del año 1909 y significó el comienzo de la colaboración del músico con el poeta-dramaturgo Hoffmannsthal, también reconvertido, así como el límite formal al que llegó Strauss. Se estrenó en Königliches Opernhaus de Dresde, ciudad natal del cuidador de perros. Es la única obra en la que Hegel aúlla, pero sus aullidos, por otra parte, no desentonan con la disonancia general de la tragedia. Tomó de Wagner todo lo dicho más la técnica del “leit-motiv”, que te va advirtiendo del desarrollo del “programa”. Aquí se mezcla de forma intempestiva, Weininger, Wedenind, Wilde, el “ángel azul”, Klimt, Kokoschka, Schiele, Schnitzler, Musil, Ibsen, Strindberg, Nietzsche y todos cuantos vieron a la mujer como “hembra predadora” y fatal, bajo la batuta erecta de Freud. Hoffmanstahl se veía casi a diario con Schnitzler, al que Freud calificó de mi “doble” (o algo parecido).



La escenografía reproduce la “Puerta de los leones” de Micenas. No hacía mucho que Schliemann había descubierto la máscara de Agamenón y lo que ha pasado por ser su tumba. Ya saben Vds. que la ópera va de la matanza ocurrida en la Micenas de Agamenón. Clitemnestra y Egisto se deshacen de Agamenón, y Elektra, su hija, sueña (sin dormir) con la venganza, que será cumplida por Orestes, su hermano, etc, etc. Si en Sófocles la cosa acaba en el Areópago con las Erinnias convertidas en Euménides y con el perdón, gracias al voto decisivo de Atenea, del parricida, aquí la cosa acaba como era de esperar, con una danza histérica, paroxística, de Elektra, que sucumbe (muere, quiero decir) bajo el peso de la venganza cumplida (y de la pasión erótica). Tampoco hacía mucho que se había descubierto el electrón y por entonces se estudiaban las propiedades de los rayos catódicos que resultaron ser… ¡electrones! A Thomson, por este motivo, le dieron el Nóbel en 1906.



Elektra” es un continuo crescendo de disonancia metálica y neurosis que supera el atrevimiento de Salomé. La primera intérprete de “Elektra” afirmó que no volvería a representar el papel “ni por 3.000 dólares” (de la época) “Era algo espantoso…Éramos un hatajo de mujeres desquiciadas…No hay nada más allá de Elektra…Constituye el punto final, y creo que el propio Strauss lo sabe” (E.S-H).
Ya el “acorde de Elektra” (“Acorde de la muerte”); Mi mayor / Do sostenido mayor, tocados simultáneamente, pero reacomodados de manera enarmónica, pone los pelos de punta. Y de hecho, Hegel se eriza como si viera fantasmas y aúlla como si “llevara un buitre en sus entrañas

Tras el estreno de “Salomé”, Guillermo II afirmó convencido: “Lamento que Strauss haya compuesto Salomé. Normalmente le tengo mucha simpatía, pero con esto va a causarse un perjuicio enorme”…A lo que, se dice, el músico replicó años más tarde: “Con este perjuicio pude construirme mi villa en Garmisch”. Y es que K. Kraus llevaba alguna razón: “Strauss es más una sociedad anónima que un genio”. El Káiser ya no asistió a la segunda-

No creo que Fichte soñara con un Reich como el que encabezó Guillermo II, pero “el que siembra vientos…”, y mucho menos en lo que se reconvirtió. Los nazis no supieron qué hacer con el músico y el músico tampoco se aclaró demasiado. Finalmente los sobrevivió (por poco). Él, al que Goebbels había dicho que era el ayer.

Cuando ya el café me salía por las orejas, aparecieron los de Mapfre. Pues nada…y les enseñé el estoque. Antes de ponerse a la faena se tomaron sendos cafés (pues iban dos). Abrieron el capó, engarzaron a barra en la pieza adecuada y me hicieron firmar un papel. ¡Ya podía marcharme! Les pregunté la hora y me respondieron: la 1’30 de la madrugada del domingo 27 al lunes 28 de enero de 1980. Les agradecía la completísima información y subí al coche. Puse primera y dejé atrás Nîmes.


Cuando me acercaba a la frontera, en la Albera, se abrió el cielo y cayó la de dios (¿) y dios mismo. El coche quedó completamente inundado, el agua salía por las juntas de las puertas. Y así  hice aparición en la garita de los guardias fronterizos franceses. Los gendarmes me indicaron que siguiera y arreglara lo que tuviera que arreglar en territorio español (¿). Sí, he dicho arriba que esto parecía una tortura ideada en los sótanos de la Lubianka. Sí, lo he dicho. Y en presencia de la Guardia Civil parecía que iba a redondearse la cosa. No fue así. Me permitieron parar bajo la marquesina y me ayudaron a achicar el agua. Y no se conformaron con ese detalle, sino que me invitaron a un copuzo de coñá para entrar en calor. ¿Qué quieren que les diga? así fue la cosa: me ayudaron a achicar el agua y me invitaron a coñá. Cuando quise continuar viaje el coche se negó a ponerse en marcha. Dijeron no sé qué del delco. Miramos el delco. No pasaba nadie, sólo, muy de vez en cuando, un camión.  Les pedí que me dejaran llamar y me indicaron una cabina. Llamé a Mapfre y dijeron que no me moviera del sitio que enseguida estarían aquí. Les dije que estaba con la Guardia Civil.



A Babel lo asesinaron tal día como hoy, del año 1940. Siempre estuvo bajo sospecha, desde los tiempos en los que seguía, en calidad de cronista (le faltaba imaginación, decía), al primer regimiento de caballería de Budionni (la “caballería roja”)… (¡cómo echo de menos mi gorra!). Hasta que murió (1934), Gorky lo protegía. Muerto éste quedó a la intemperie. Se apegó a Yagoda: “quiero estar cerca del olor a la muerte”, le confesó a Mandelstam. Caído en desgracia Yagoda, le sucedió al frente de la KGB (o como se llamara entonces), Yezhov y las cosas empezaron a complicarse. Asesinado Yezhov, subió Beria, y fue bajo Beria que el “maestro del silencio” tocó fondo. De nada le valió que hubiera loado a Stalin en el Primer Congreso de Escritores del 34. De nada le valió su reconocimiento internacional. Por encima estaba sus contactos con los trotskistas. Detenido el 26, fue vuelto a torturar y fusilado justo a la hora en la que yo salía de Nîmes del día 27 de enero, 40 años antes: “No soy un espía. Nunca permití ninguna acción contra la URSS. Me acusé falsamente y me forzaron a acusar a otros. Solamente pido una cosa: ¡déjenme terminar mi trabajo!”

Viene al pelo lo siguiente: El 25 de enero, del año 1858, se unieron en matrimonio Victoria, princesa de Inglaterra, hija de la Reina Victoria con Federico III de Alemania. No tendría interés la cosa si no hubiera sido por el hecho de que fue la  primera vez que,  en ceremonias similares, sonó la “Marcha nupcial”, que el apestado Mendelssohn, como música incidental, añadió a su juvenil y jovial “Sueño de una noche de verano” (sólo superada por el “Falstaff” de Verdi). De nada le valió en su patria reivindicar su germanidad protestante, pudo más el libelo sobre la música judía del infame Wagner. Verdi, por el contrario, siempre apreció el refinamiento del judío. Strauss, en honor a la verdad, nunca comulgó (en su interior) con esas manifestaciones hiperbólicas de antisemitismo.



Pues bien, Victoria y Federico fueron los padres de Guillermo (después II).

Federico murió en 1888, año en el que Guillermo apartó a su madre y fue entronizado. Victoria murió en 1901, algunos meses después de la muerte de Verdi y de la conmemoración de sus bodas de oro: 30 como joven esposa y 20 como viuda.

–¿Qué te parece, Hegel?

–Ummm…Muy poco interesante. Supongo que, en compensación, me aparejarás una buena comida.

Llegaron los de Mapfre con las luces azules. La lluvia había arreciado. Pararon, iban dos, bajo la marquesina, miraron a su alrededor, recayeron en el 2 cv. y en mí que estaba departiendo con la benemérita.
–¡Buenas! ¿Qué ha pasado?

–Pues que no arranca el coche.

–¿Ha intentado ponerlo en marcha? ¿Ha mirado si tiene gasolina?

Las preguntas fueron tan directas y sagaces que hasta la Guardia Civil creyó estar asistiendo a un curso práctico.

–Creemos que es cosa del delco–terció, a coro, la benemérita.

–¡Vamos a echarle un vistazo!

El vistazo se convirtió en una deconstrucción del vehículo: delco, bujías, bombín de arranque, manguitos, batería. Cuando la aurora de rosados dedos asomaba por oriente el coche estuvo montado y yo me disponía a introducir la llave en el contacto. La expectación se mascaba en el ambiente. Giré la llave y… ¡Nada! Ni el más mínimo rumor; ni el más mínimo chasquido que hubiera encendido en nosotros la mecha de la esperanza. ¡¡Nada!!

–Pues nada. Vamos pa Barcelona.

Y así fue. Subimos el coche a la plataforma de la grúa, me despedí de la pareja y me incrusté como pude en la cabina.

Eran las 10 de la mañana cuando hacíamos entrada en la Ciudad Condal. No era la primera vez que faltaba al trabajo.

–Bueno, Hegel, ¡Vamos a organizarnos!













domingo, 26 de enero de 2014

Propuesta para hoy, día 25, 26 y 27 de enero. Modigliani, Hebuterne, 2ª PARTE.



La casa, por así decir, era una especie de roulotte. Por norma, el WC era común y se encontraba en algún punto del pasillo. Era difícil explicar que aquí, a pesar de la dictadura, la gente había conseguido mear en casa. Pero así era, la verdad. También es cierto que aquí no había tal abundancia de “estudios”, que se hubieran visto reducidos a la condición de pasillo si hubieran incorporado un WC en condiciones. Todo tiene su explicación.

B. abrió la puerta, venía del “común”. Cuando lo vi, su cabeza me pareció un grano de uva tinta en sazón, tal era la grandeza y el color que había tomado lo que ayer pareció un simple golpe. Dijo que no estaba para excursiones y que prefería soportar el sufrimiento a solas. Ni siquiera bajó al tunecino. Preparó una melita y me deseó suerte. Mientras bebíamos el café, puso una canción con letra de Debord sobre el atentado de “Bons Enfants”. Sonaba como un vals rápido y canalla:




“Dans la rue des bons enfants, 
On vend tout au plus offrant. 
Y'avait un commissariat, 
Et maintenant il n'est plus là.
Une explosion fantastique 
N'en a pas laissé une brique. 
On crut qu'c'était Fantômas, 
Mais c'était la lutte des classes.(…)”

Le rogué, puesto que no lo iba a necesitar, que me dejara el chambergo y me fui solo.

–Bonjour, Monsieur le tunicienne.

–Bonjour, Monsieur “espingüin”. ¿Lo de siempre?

Era la segunda vez que apoyaba los codos en su establecimiento. Asentí, sorprendido, con la cabeza. Cuando estaba a punto de admirar su memoria y perspicacia, me acercó un café con leche, cruzó los brazos sobre la barra y se quedó mirándome casi con fruición. Pagué y salí. Por la ventana vi cómo el magrebí se echaba el brebaje al coleto.

Eran las nueve y media de la mañana del sábado 26 de enero (7 de pluvioso, dedicado al Amadouvier) de 1980.  Tenía todo el día por delante. Una fuerza como magnética me arrastró hacia el río y me emp.ujó hacia las entrañas de Montparnasse.

La primavera del 18 París se quedó vacío. Todo el que pudo marcharse, lo hizo. El gran Berta y el hambre atronaban. La siniestra rue Delambre se convirtió en símbolo de la ciudad. Modigliani, Jeanne, y los “suyos”, se largaron a Niza. El clima quizás le hiciera bien y pudiera detener el avance impetuoso de la tuberculosis… Y proporcionar una buena gestación a Jeanne. Apollinaire se quedó y contrajo matrimonio, después contraería la “gripe, dicha, española”. En verano se casaría Picasso, que no tenía necesidad de emigrar a ningún sitio, con la rusa.

Amedeo había conocido a Jeanne hacía un año. Desde entonces “Noix de Coco” (morena, de piel clara y diáfana) sustituiría a la excitable y snob Beatriz Hastings. “Noix de Coco”  tenía 19 años y era como un cachorrillo, tímido y cariñoso. Quería dedicarse a la pintura. Sus padres jamás aceptarían esa decisión y menos que se liara con un pobre pintor italiano y judío. Zborowski, esforzado marchante del pintor, les buscó un estudio vacío en el



8, rue Grande-Chaumièr, en frente de uno de los talleres de Gauguin y en el que habitaba el chileno Ortiz de Zárate. En la cercana rue Joseph-Bara, en el mítico nº 3, tenía el domicilio, siempre abierto, Kiesling con René-Jeanne y también A. Salmon con sus perros. Pascin no hacía mucho que había abandonado las buhardillas para volver a Montmartre. Rembrand Bugatti, escultor y hermano del fabricante de coches, se suicidó allí. En fin, Zborowski y Hanka habían alquilado el primer piso: dos habitaciones con el WC. en algún lugar del couloir. Apollinaire era como si viviera allí.

Nada que ver con  el 27,  de rue de Fleurus.

El cruce del Boulevard Raspail con rue Vavin era la sala de máquinas de ese barco a la deriva: Le Dômme, La Rotonde… y más abajo Le Closerie des Lilas…La Coupole es posterior, no confundamos las cosas. Lo que subsiste hoy día es poco menos que el nombre.

Crucé el río por el puente de Saint Michel. Al llegar al número 35 la fuerza magnética se volvió loca y me hizo girar sobre mí mismo. Junto a lo que ahora es un Marc & Spencer, y en el 80 no recuerdo, existió el bar de la Source. Y en esa fuente fueron manando extrañas construcciones lingüísticas que más debían a la sintaxis del sueño que a la gramática. Allí y en la cochambrosa habitación de Breton en el Hôtel des Grands Hommes, topónimo que sin duda hacía referencia a la grandeza de los enterrados en el Panteón, porque entre aquellos venerables muros no residía nadie que tuviera futuro ni presente, durante las dos últimas semanas de la primavera del año 1919, Breton y Soupault, aún dadaístas, sembraron las semillas de la “última instantánea de la inteligencia europea”: “Les Champs Magnetiques”.




Ya en el primer giro me percaté de la existencia de un bar en la acera de enfrente. Pedí una tortilla francesa y una cerveza de barril. El tipo me miró con cara de pocos amigos, cosa, por lo demás, frecuente en esta hermosa ciudad. Me dijo que las gallinas (“poules”) que surtían al establecimiento eran suecas, que si me daba igual. No entendí la gracia. En realidad no entendí nada de lo que dijo. Yo insistí:

–¡A la francesa!… ¡sin patatas, ni cebolla!

Me senté a una mesa, junto a la ventana y miré el transcurrir de las cosas. Un visillo color hueso prestaba un aspecto un poco antiguo a todo lo que veía. Parecía que miraba al pasado. Llegó la cerveza y un par de huevos fritos con patatas fritas y cebolla caramelizada.

La suegra también se largó a Niza. De ninguna manera iba a dejar a su hijita en manos de esos locos. Jeanne, pues, se hospedó aparte. Allí nació la hija de la pareja, Jeanne (ette). Nació en noviembre. Apollinaire, que le había tomado gusto al vendaje, había muerto dos semanas antes.

Modi volvió de Niza en Mayo, justo cuando Breton y Soupault pasaban las horas enfebrecidos y sedientos, en “la source”. Por entonces fue cuando encontraron en el café Certa (Pasaje de la Ópera) un buen lugar de reunión. Jeanne volvió de Niza unas semanas más tarde y, por amor nostálgico a la simetría, embarazada.

Volvieron a su estudio de Grande-Chaumière. A pasar hambre.

Breton y Modigliani habían descubierto el sulfuroso resplandor de la poesía de Lautrémont y lo leían a dos voces sentados en un banco de la avenida del Observatorio. Modigliani tosía, se ahogaba. Breton pensaba que era la emoción. Modi sabía que era tisis. Sus años de escultor (con Brancusi), su verdadera vocación (y el hambre), habían acelerado lo que ya, de por sí, iba rápido. La pintura había sido una "imposición médica".
Por un momento se acordó de las tardes pasadas en los bancos gratuitos del Luxemburgo con Ajmátova. Hacía de aquello ocho años y las cosas habían ido a peor, lo que parecía imposible. Ajmátova conservó hasta su muerte el retrato que Modi le hizo. Fue su única propiedad.

Ya saben Vds. lo suficiente acerca de sus miserias y de su aristocrática generosidad, como para extenderme en el asunto. Así que voy directamente al final.



Una noche de enero, del año 1920, Modi sale de la Rotonde con unos amigos. Llueve. El grupo se dirige hacia Tombe-Issoire y se va disolviendo. Modigliani se queda sólo. Su ropa siempre fue elegante, pero escasa y raída. Se tiende en la acera y se duerme. Se levanta y vuelve hacia el león de Denfert, sobre las enloquecedoras catacumbas. Tose. Le Domme y la Rotonde están bajando las persianas. No le apetece ni beber. Apoyándose en las paredes puede llegar al estudio de Grande-Chaumière. Sube corriendo las escaleras y se acurruca junto a Jeanne. Escupe sangre. Jeanne lo acopla en su convexidad e intenta calentar su cuerpo con el poco calor de que dispone… como el gato de Poe.
 
El estudio está repleto de pinturas sin vender. Nadie compra ni a precio de saldo; Zborowski se desvive, sin éxito… Y Jamás se había visto una ternura tal. Jamás tanta hermosura. Jamás un color-carne tan resplandeciente, sin duda fruto de su imaginación: sus modelos pálidos y ascéticos nunca soñaron con un color semejante. Él les prestó la dulzura del melocotón. Él les dio ojos infalibles y cuellos de cisne. Él las tendió en camas que nunca tuvieron. Él las dotó de una felicidad que desconocían. Él las amó, pues todas eran Jeanne.





Fue Ortiz de Zárate quien se decidió a tirar la puerta abajo. Lo que ve es una “Pietá” tristísima y una lobreguez alarmante. Llama a un médico y lo trasladan al (antiguo) Hospital de la Caridad de la rue Jacob. A las 20’45 del 24 de enero, muere. La noticia recorre todo París: pintores, modelos, marchantes, poetas… ¡El príncipe ha muerto!  Así como cuando Jesucristo murió, el día se convirtió en noche, así, ahora, la noche se tornó luminosa. Un fulgor instantáneo iluminó París. El flash aún no estaba inventado, con lo que nos quedamos en la incertidumbre acerca del origen del prodigio.



Kiesling (Alma Mahler no estaba)  sacó la mascarilla mortuoria. Hubo que reparar la cara del muerto. Lipchitz la pasó a bronce.

Jeanne no durmió en el estudio. Vagó por las calles de Montparnasse con el paso lento de las embarazadas. Las manos cruzadas aguantando el peso de la vida. Los ojos vacíos. Era domingo y los domingos la gente se rezaga. Temprano llegó a la morgue del Hospital. La condujeron por pasillos inhóspitos. La colocaron delante de Modi y pidió quedarse sola. Cortó un mechón de su pelo y lo depositó sobre donde creyó que estaba el corazón del padre de sus hijos. Los encargados del depósito declararon que estuvo mucho tiempo. Cuando salió ya había pasado la mañana. Se dirigió al apartamento de su familia, 8, de rue Aymot, por el Pantheon.


Pago y levo anclas. Le digo al camarero que sus gallinas suecas dejan mucho que desear. Cuando salgo, vuelvo la cabeza: está haciendo el baile de los pajaritos. Lo de los camareros es el talón de Aquiles de la Ciudad de la Luz. Me dirijo hacia la rue d’Ulm. Entro en el bar desde donde rememoré la insensatez de Althusser.

Tzara acababa de llegar a París y el  viernes 23 había tenido lugar el primer (y el último) “Viernes de Literature” (Dada): Breton, Soupault, Aragon, Salmon…Tzara. Tzara quería algo fuerte, impactante, que golpeara las cabezas de los biempensantes. De hecho acudieron tenderos de todo “Les Halles” y el “Marais”, atraídos por “La crisis del cambio”, disertación absurda de A. Salmon. Breton tuvo que devolver, de tres en tres, casi todos los francos que con alborozo había recabado.



–¡Hombre! ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué nueva desgracia se ha cernido sobre el barrio?... ¿No será Vd. quien las atrae?

–¡Limítese a lo suyo, tabernero!

–Bueno, pues… ¡Vd. dirá!

–Póngame un doble de calvados.

–Mejor le dejo la botella…

Hace una marca para testificar el antes y el después.

Pasó allí toda la tarde y media noche. A las tres de la madrugada se levantó y se lanzó por la ventana…así, sin más. Cinco pisos. Por la mañana un obrero de la construcción la encontró frente al número 8, donde siglos antes se encontraba el cementerio de la “calle de las gallinas” (rue des poules)”.

La recogió y subió, esforzado, con el cuerpo en brazos, preguntando, piso por piso, por la procedencia de la desgraciada. En el 5º abrió un hombre (¿el padre? ¿el hermano?) y le dijo que la llevara al 8 de la rue de Grande-Chaumière, su domicilio. Nunca se supo nada más de esa extraña escena. El albañil depositó el cuerpo en su carretilla y siguió el más triste de los itinerarios. La portera le pidió los papeles. Volvió a empujar la carretilla en dirección a la comisaria de rue Delambre. Le dieron los papeles necesarios. Volvió al estudio. Subió y la depositó sobre la cama. Allí estaban todos. Y la velarán todo el día y toda la noche.



Y amaneció el día 27 de enero, martes y se enterró a Modigliani… ¡como a un verdadero príncipe! 

Los marchantes, que también marchaban en pos del catafalco, estaban a la expectativa. Uno de ellos se acercó a Francis Carco y le propuso comprarle los cuadros que poseía del difunto. La fortuna, póstuma, llamando a la puerta. Jeanne miraba incansable el techo del estudio. Al día siguiente, 28 de enero, le tocó el turno a Hébuterne. Furtivamente, casi al amanecer, un miserable coche fúnebre espera en la puerta del 8 rue Grande-Chaumière. Un ataúd más  estrecho de lo “standard”. La escasa familia y al final de la calle, con discreción, “dos taxis y un coche particular: Salmon, Zborowski, Kisling, sus mujeres, y flores blancas”.

La pequeña Jeanne quedó a cargo de la familia de Modi… y en el corazón de todos los amigos.

En Montmartre “Tristouse Ballerinette” y el indefenso “Litrillo” fueron a “coger mejorana por la noche”…aunque no era el tiempo.

Fue el último acto de una tragicomedia irrepetible.

Diez años después Jeanne será trasladada desde Bagneau a Père Lachaise….¡Descansen eternamente en paz!


–No hace falta que midamos, ¿verdad?  Es Vd. una esponja.

–Y Vd…. ¡una hipótesis! (Gracias, Moderna).

Al levantarme vuelco la mesa y su contenido.

–¡ Y con una memoria portentosa!

Compro dos “avec du tout” en un argelino de Saint Martin y me dirijo hacia el Canal.
Subo y cuando abro la puerta me encuentro con B. que va tornando a su color natural, lo sé porque ha abandonado el cárdeno, para introducirse en la zona de los verdes.

–¿Y el chambergo?

–¡Hostia!...¡El calvados…!

Cogimos el coche y fuimos al bar. Aparcamos en la misma acera, allí donde cuando empieza el buen tiempo sacan las mesitas. B. se quedó dentro.

–¡Qué chambergo ni qué chamberga! ¡Vd. iba a capella, a cuerpo gentil, que se dice!

–¡Cómo que qué chambergo!...¡Pues mi chambergo, el que llevaba cuando, en mala hora, entré en este garito!

B. algo oyó. Salió del coche y entró en el local. Los clientes creyeron que el “demonio verde”, había abandonado su residencia habitual de la “Closerie des Lilas”. El camarero mordió la historia y, solícito, sacó el chambergo de debajo de la barra.

–¡Chambergo! ¡Chambergo!,,, ¡Ceci est une veste!

N.B.

“En aquella época cada domingo se repartían premios de poesía. Se habían fundado miles de sociedades con este motivo, y sus miembros vivían espléndidamente, concediendo, a fecha fija, mercedes a los poetas. Pero el 26 de enero era el día en que las grandes sociedades, compañías, consejos de administración, academias, comités jurados, etc., del mundo entero otorgaban lo que habían acumulado. Se entregaban aquel día 8019 premios de poesía cuyo total ascendía a 50 millones 3235 francos con 75.”. Si quieren saber sobre el desenlace del asunto, lean “El poeta asesinado” de Apollinaire, huérfano prematuro.














RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...