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domingo, 26 de enero de 2014

Propuesta para hoy, día 25, 26 y 27 de enero. Modigliani, Hebuterne, 2ª PARTE.



La casa, por así decir, era una especie de roulotte. Por norma, el WC era común y se encontraba en algún punto del pasillo. Era difícil explicar que aquí, a pesar de la dictadura, la gente había conseguido mear en casa. Pero así era, la verdad. También es cierto que aquí no había tal abundancia de “estudios”, que se hubieran visto reducidos a la condición de pasillo si hubieran incorporado un WC en condiciones. Todo tiene su explicación.

B. abrió la puerta, venía del “común”. Cuando lo vi, su cabeza me pareció un grano de uva tinta en sazón, tal era la grandeza y el color que había tomado lo que ayer pareció un simple golpe. Dijo que no estaba para excursiones y que prefería soportar el sufrimiento a solas. Ni siquiera bajó al tunecino. Preparó una melita y me deseó suerte. Mientras bebíamos el café, puso una canción con letra de Debord sobre el atentado de “Bons Enfants”. Sonaba como un vals rápido y canalla:




“Dans la rue des bons enfants, 
On vend tout au plus offrant. 
Y'avait un commissariat, 
Et maintenant il n'est plus là.
Une explosion fantastique 
N'en a pas laissé une brique. 
On crut qu'c'était Fantômas, 
Mais c'était la lutte des classes.(…)”

Le rogué, puesto que no lo iba a necesitar, que me dejara el chambergo y me fui solo.

–Bonjour, Monsieur le tunicienne.

–Bonjour, Monsieur “espingüin”. ¿Lo de siempre?

Era la segunda vez que apoyaba los codos en su establecimiento. Asentí, sorprendido, con la cabeza. Cuando estaba a punto de admirar su memoria y perspicacia, me acercó un café con leche, cruzó los brazos sobre la barra y se quedó mirándome casi con fruición. Pagué y salí. Por la ventana vi cómo el magrebí se echaba el brebaje al coleto.

Eran las nueve y media de la mañana del sábado 26 de enero (7 de pluvioso, dedicado al Amadouvier) de 1980.  Tenía todo el día por delante. Una fuerza como magnética me arrastró hacia el río y me emp.ujó hacia las entrañas de Montparnasse.

La primavera del 18 París se quedó vacío. Todo el que pudo marcharse, lo hizo. El gran Berta y el hambre atronaban. La siniestra rue Delambre se convirtió en símbolo de la ciudad. Modigliani, Jeanne, y los “suyos”, se largaron a Niza. El clima quizás le hiciera bien y pudiera detener el avance impetuoso de la tuberculosis… Y proporcionar una buena gestación a Jeanne. Apollinaire se quedó y contrajo matrimonio, después contraería la “gripe, dicha, española”. En verano se casaría Picasso, que no tenía necesidad de emigrar a ningún sitio, con la rusa.

Amedeo había conocido a Jeanne hacía un año. Desde entonces “Noix de Coco” (morena, de piel clara y diáfana) sustituiría a la excitable y snob Beatriz Hastings. “Noix de Coco”  tenía 19 años y era como un cachorrillo, tímido y cariñoso. Quería dedicarse a la pintura. Sus padres jamás aceptarían esa decisión y menos que se liara con un pobre pintor italiano y judío. Zborowski, esforzado marchante del pintor, les buscó un estudio vacío en el



8, rue Grande-Chaumièr, en frente de uno de los talleres de Gauguin y en el que habitaba el chileno Ortiz de Zárate. En la cercana rue Joseph-Bara, en el mítico nº 3, tenía el domicilio, siempre abierto, Kiesling con René-Jeanne y también A. Salmon con sus perros. Pascin no hacía mucho que había abandonado las buhardillas para volver a Montmartre. Rembrand Bugatti, escultor y hermano del fabricante de coches, se suicidó allí. En fin, Zborowski y Hanka habían alquilado el primer piso: dos habitaciones con el WC. en algún lugar del couloir. Apollinaire era como si viviera allí.

Nada que ver con  el 27,  de rue de Fleurus.

El cruce del Boulevard Raspail con rue Vavin era la sala de máquinas de ese barco a la deriva: Le Dômme, La Rotonde… y más abajo Le Closerie des Lilas…La Coupole es posterior, no confundamos las cosas. Lo que subsiste hoy día es poco menos que el nombre.

Crucé el río por el puente de Saint Michel. Al llegar al número 35 la fuerza magnética se volvió loca y me hizo girar sobre mí mismo. Junto a lo que ahora es un Marc & Spencer, y en el 80 no recuerdo, existió el bar de la Source. Y en esa fuente fueron manando extrañas construcciones lingüísticas que más debían a la sintaxis del sueño que a la gramática. Allí y en la cochambrosa habitación de Breton en el Hôtel des Grands Hommes, topónimo que sin duda hacía referencia a la grandeza de los enterrados en el Panteón, porque entre aquellos venerables muros no residía nadie que tuviera futuro ni presente, durante las dos últimas semanas de la primavera del año 1919, Breton y Soupault, aún dadaístas, sembraron las semillas de la “última instantánea de la inteligencia europea”: “Les Champs Magnetiques”.




Ya en el primer giro me percaté de la existencia de un bar en la acera de enfrente. Pedí una tortilla francesa y una cerveza de barril. El tipo me miró con cara de pocos amigos, cosa, por lo demás, frecuente en esta hermosa ciudad. Me dijo que las gallinas (“poules”) que surtían al establecimiento eran suecas, que si me daba igual. No entendí la gracia. En realidad no entendí nada de lo que dijo. Yo insistí:

–¡A la francesa!… ¡sin patatas, ni cebolla!

Me senté a una mesa, junto a la ventana y miré el transcurrir de las cosas. Un visillo color hueso prestaba un aspecto un poco antiguo a todo lo que veía. Parecía que miraba al pasado. Llegó la cerveza y un par de huevos fritos con patatas fritas y cebolla caramelizada.

La suegra también se largó a Niza. De ninguna manera iba a dejar a su hijita en manos de esos locos. Jeanne, pues, se hospedó aparte. Allí nació la hija de la pareja, Jeanne (ette). Nació en noviembre. Apollinaire, que le había tomado gusto al vendaje, había muerto dos semanas antes.

Modi volvió de Niza en Mayo, justo cuando Breton y Soupault pasaban las horas enfebrecidos y sedientos, en “la source”. Por entonces fue cuando encontraron en el café Certa (Pasaje de la Ópera) un buen lugar de reunión. Jeanne volvió de Niza unas semanas más tarde y, por amor nostálgico a la simetría, embarazada.

Volvieron a su estudio de Grande-Chaumière. A pasar hambre.

Breton y Modigliani habían descubierto el sulfuroso resplandor de la poesía de Lautrémont y lo leían a dos voces sentados en un banco de la avenida del Observatorio. Modigliani tosía, se ahogaba. Breton pensaba que era la emoción. Modi sabía que era tisis. Sus años de escultor (con Brancusi), su verdadera vocación (y el hambre), habían acelerado lo que ya, de por sí, iba rápido. La pintura había sido una "imposición médica".
Por un momento se acordó de las tardes pasadas en los bancos gratuitos del Luxemburgo con Ajmátova. Hacía de aquello ocho años y las cosas habían ido a peor, lo que parecía imposible. Ajmátova conservó hasta su muerte el retrato que Modi le hizo. Fue su única propiedad.

Ya saben Vds. lo suficiente acerca de sus miserias y de su aristocrática generosidad, como para extenderme en el asunto. Así que voy directamente al final.



Una noche de enero, del año 1920, Modi sale de la Rotonde con unos amigos. Llueve. El grupo se dirige hacia Tombe-Issoire y se va disolviendo. Modigliani se queda sólo. Su ropa siempre fue elegante, pero escasa y raída. Se tiende en la acera y se duerme. Se levanta y vuelve hacia el león de Denfert, sobre las enloquecedoras catacumbas. Tose. Le Domme y la Rotonde están bajando las persianas. No le apetece ni beber. Apoyándose en las paredes puede llegar al estudio de Grande-Chaumière. Sube corriendo las escaleras y se acurruca junto a Jeanne. Escupe sangre. Jeanne lo acopla en su convexidad e intenta calentar su cuerpo con el poco calor de que dispone… como el gato de Poe.
 
El estudio está repleto de pinturas sin vender. Nadie compra ni a precio de saldo; Zborowski se desvive, sin éxito… Y Jamás se había visto una ternura tal. Jamás tanta hermosura. Jamás un color-carne tan resplandeciente, sin duda fruto de su imaginación: sus modelos pálidos y ascéticos nunca soñaron con un color semejante. Él les prestó la dulzura del melocotón. Él les dio ojos infalibles y cuellos de cisne. Él las tendió en camas que nunca tuvieron. Él las dotó de una felicidad que desconocían. Él las amó, pues todas eran Jeanne.





Fue Ortiz de Zárate quien se decidió a tirar la puerta abajo. Lo que ve es una “Pietá” tristísima y una lobreguez alarmante. Llama a un médico y lo trasladan al (antiguo) Hospital de la Caridad de la rue Jacob. A las 20’45 del 24 de enero, muere. La noticia recorre todo París: pintores, modelos, marchantes, poetas… ¡El príncipe ha muerto!  Así como cuando Jesucristo murió, el día se convirtió en noche, así, ahora, la noche se tornó luminosa. Un fulgor instantáneo iluminó París. El flash aún no estaba inventado, con lo que nos quedamos en la incertidumbre acerca del origen del prodigio.



Kiesling (Alma Mahler no estaba)  sacó la mascarilla mortuoria. Hubo que reparar la cara del muerto. Lipchitz la pasó a bronce.

Jeanne no durmió en el estudio. Vagó por las calles de Montparnasse con el paso lento de las embarazadas. Las manos cruzadas aguantando el peso de la vida. Los ojos vacíos. Era domingo y los domingos la gente se rezaga. Temprano llegó a la morgue del Hospital. La condujeron por pasillos inhóspitos. La colocaron delante de Modi y pidió quedarse sola. Cortó un mechón de su pelo y lo depositó sobre donde creyó que estaba el corazón del padre de sus hijos. Los encargados del depósito declararon que estuvo mucho tiempo. Cuando salió ya había pasado la mañana. Se dirigió al apartamento de su familia, 8, de rue Aymot, por el Pantheon.


Pago y levo anclas. Le digo al camarero que sus gallinas suecas dejan mucho que desear. Cuando salgo, vuelvo la cabeza: está haciendo el baile de los pajaritos. Lo de los camareros es el talón de Aquiles de la Ciudad de la Luz. Me dirijo hacia la rue d’Ulm. Entro en el bar desde donde rememoré la insensatez de Althusser.

Tzara acababa de llegar a París y el  viernes 23 había tenido lugar el primer (y el último) “Viernes de Literature” (Dada): Breton, Soupault, Aragon, Salmon…Tzara. Tzara quería algo fuerte, impactante, que golpeara las cabezas de los biempensantes. De hecho acudieron tenderos de todo “Les Halles” y el “Marais”, atraídos por “La crisis del cambio”, disertación absurda de A. Salmon. Breton tuvo que devolver, de tres en tres, casi todos los francos que con alborozo había recabado.



–¡Hombre! ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué nueva desgracia se ha cernido sobre el barrio?... ¿No será Vd. quien las atrae?

–¡Limítese a lo suyo, tabernero!

–Bueno, pues… ¡Vd. dirá!

–Póngame un doble de calvados.

–Mejor le dejo la botella…

Hace una marca para testificar el antes y el después.

Pasó allí toda la tarde y media noche. A las tres de la madrugada se levantó y se lanzó por la ventana…así, sin más. Cinco pisos. Por la mañana un obrero de la construcción la encontró frente al número 8, donde siglos antes se encontraba el cementerio de la “calle de las gallinas” (rue des poules)”.

La recogió y subió, esforzado, con el cuerpo en brazos, preguntando, piso por piso, por la procedencia de la desgraciada. En el 5º abrió un hombre (¿el padre? ¿el hermano?) y le dijo que la llevara al 8 de la rue de Grande-Chaumière, su domicilio. Nunca se supo nada más de esa extraña escena. El albañil depositó el cuerpo en su carretilla y siguió el más triste de los itinerarios. La portera le pidió los papeles. Volvió a empujar la carretilla en dirección a la comisaria de rue Delambre. Le dieron los papeles necesarios. Volvió al estudio. Subió y la depositó sobre la cama. Allí estaban todos. Y la velarán todo el día y toda la noche.



Y amaneció el día 27 de enero, martes y se enterró a Modigliani… ¡como a un verdadero príncipe! 

Los marchantes, que también marchaban en pos del catafalco, estaban a la expectativa. Uno de ellos se acercó a Francis Carco y le propuso comprarle los cuadros que poseía del difunto. La fortuna, póstuma, llamando a la puerta. Jeanne miraba incansable el techo del estudio. Al día siguiente, 28 de enero, le tocó el turno a Hébuterne. Furtivamente, casi al amanecer, un miserable coche fúnebre espera en la puerta del 8 rue Grande-Chaumière. Un ataúd más  estrecho de lo “standard”. La escasa familia y al final de la calle, con discreción, “dos taxis y un coche particular: Salmon, Zborowski, Kisling, sus mujeres, y flores blancas”.

La pequeña Jeanne quedó a cargo de la familia de Modi… y en el corazón de todos los amigos.

En Montmartre “Tristouse Ballerinette” y el indefenso “Litrillo” fueron a “coger mejorana por la noche”…aunque no era el tiempo.

Fue el último acto de una tragicomedia irrepetible.

Diez años después Jeanne será trasladada desde Bagneau a Père Lachaise….¡Descansen eternamente en paz!


–No hace falta que midamos, ¿verdad?  Es Vd. una esponja.

–Y Vd…. ¡una hipótesis! (Gracias, Moderna).

Al levantarme vuelco la mesa y su contenido.

–¡ Y con una memoria portentosa!

Compro dos “avec du tout” en un argelino de Saint Martin y me dirijo hacia el Canal.
Subo y cuando abro la puerta me encuentro con B. que va tornando a su color natural, lo sé porque ha abandonado el cárdeno, para introducirse en la zona de los verdes.

–¿Y el chambergo?

–¡Hostia!...¡El calvados…!

Cogimos el coche y fuimos al bar. Aparcamos en la misma acera, allí donde cuando empieza el buen tiempo sacan las mesitas. B. se quedó dentro.

–¡Qué chambergo ni qué chamberga! ¡Vd. iba a capella, a cuerpo gentil, que se dice!

–¡Cómo que qué chambergo!...¡Pues mi chambergo, el que llevaba cuando, en mala hora, entré en este garito!

B. algo oyó. Salió del coche y entró en el local. Los clientes creyeron que el “demonio verde”, había abandonado su residencia habitual de la “Closerie des Lilas”. El camarero mordió la historia y, solícito, sacó el chambergo de debajo de la barra.

–¡Chambergo! ¡Chambergo!,,, ¡Ceci est une veste!

N.B.

“En aquella época cada domingo se repartían premios de poesía. Se habían fundado miles de sociedades con este motivo, y sus miembros vivían espléndidamente, concediendo, a fecha fija, mercedes a los poetas. Pero el 26 de enero era el día en que las grandes sociedades, compañías, consejos de administración, academias, comités jurados, etc., del mundo entero otorgaban lo que habían acumulado. Se entregaban aquel día 8019 premios de poesía cuyo total ascendía a 50 millones 3235 francos con 75.”. Si quieren saber sobre el desenlace del asunto, lean “El poeta asesinado” de Apollinaire, huérfano prematuro.














sábado, 25 de enero de 2014

Propuesta para el 25, 26 y 27 de enero. Nerval. Jean Hébouterne. Cena de Burns. 1ª PARTE.

(Asteriscos* remiten a razones efemerísticas)




El 25 de enero de 1980 cayó en viernes. “Si el 25 es viernesel 24 ha de ser jueves”, deduje el miércoles 23. Una deducción que nada debía a mi condición de profesor-ayudante de Lógica y Epistemología, pero que algo adeudaba a la tradición familiar. Mi padre acostumbraba a conmemorar cualquier cosa, por el mero y limpio placer de pimplar. Así, por ejemplo, era capaza de conmemorar que “en este preciso momento, hace una hora exacta, cáguense Vds., el mismo camarero me puso un vaso de coñá”  y conmemoraba la efeméride con su exacta repetición. Aún no existía el “balón cateto” y las copitas de la época eran escasas para el fervor que manifestaba mi padre, así que el camarero le servía el aguardiente en vasos.

Yo tenía 25 años, pocas ganas de trabajar, un 2 CV y un pequeño remanente. Cuatro elementos que, juntos, son explosivos… como un motor de cuatro tiempos.

Para contextualizar mejor, añadiré un dato definitivo: El Renault 14 empezaba su andadura.
Por entonces no existía el Condis, así que metí mis útiles (ropa interior y un par de libros) en una bolsa de los inflamables Almacenes Arias de la Ronda de San Antonio. Tampoco había adquirido el gusto por el chubasquero ni por las gorras orejeras; enfrentaba la vida a capella, a cuerpo gentil, que se dice. Me senté ante el volante de aquella máquina de guerra, encendí  el motor y paré a los cien metros: había olvidado las cervezas.  Eran las cinco de una tarde gris y cálida, para la época. Jueves 24 de enero del año 1980.

En la Porta Catalana el coche paró por costumbre. Compré tabaco y una botella de Terry de malla. Puse gasolina y seguí hasta Nîmes. El área de servicio de Nîmes, importante nudo de comunicaciones, es como mi segunda  residencia. Allí tomo un par de “potages”…  por oír el ruido de las monedas, no crean. Apoyados en las esbeltas mesitas redondas, orondos conductores cobijan sus cabezas en los gigantescos huecos de sus manos. Parecen sufrir de verdad.  Es como si se dieran cuenta de repente de la inutilidad de sus idas y venidas. La escena, con diferentes actores, se prolongará hasta la salida del sol cuando el recinto empiece a llenarse de familias y de adúlteros furtivos que han dejado dicho que van a unas “jornadas de trabajo”. 

Eran las diez de la noche.

 A las 9’30 de la mañana del día 25 hacía entrada, por la Porte d’Italie, en el Periférico. Tomé hacia Bercy y siguiendo la orilla del río, alcancé el Boulevard de Bastilla. Lo tomé y seguí paralelo al Canal de Saint Martin. En ese momento recordé el patético y fortuito primer encuentro entre Bouvard y Pécuchet.  Seguí por Beaumarchais y en unos cuantos minutos llegué a mi destino: Jules Ferry con Faubour du Temple. Aparqué junto al canal. Tiré las botellas vacías en una papelera.

B. dormía y, así de entrada, no se alegró mucho. Después, sí, ya empezó a alegrarse. Por la noche la alegría era incontenible.



Le desvelé el motivo de mi viaje: rememorar el 125 aniversario de la muerte de Nerval… ¡y algo más!

–¿Te vas a ahorcar?

Sin darme tiempo a responder, sacó una bolsa con netos cogollos de grifa y nos liamos dos petas. Para rebajar bajamos al tunecino y nos hicimos un café” turco” y un raki de higo.

Uno de aquellos días, domingo, en los que Gérard andaba medio loco azuzado por el fantasma de la desaparecida Aurelia… y por una sensación de muerte que no desaparecería hasta la noche de tal día como hoy, del año 1855, salió de su casa con la intención de visitar a su padre. Lo visitó y le echó una mano con la leña. Acabada esta “obligación”, pensó en pasar por casa de un poeta alemán que le había adelantado algún dinero con el fin de devolvérselo.  Antes de esta dura obligación, tras rechazar una invitación de un conocido, se acercó al cementerio de Montmartre. Estaba cerrado… ¡mal empezamos!, se dijo, (pues a esas alturas, todo era presagioso). Y, en efecto, en ese momento el tren katabásico se puso nuevamente en marcha, en dirección a las profundidades del infierno. Ya dejó dicho: “Yo soy el otro”. Otro afirmó: “el infierno son los otros”, de donde se concluye…


Por Clichy fue testigo de una trifulca que no pudo interrumpir. Y, a continuación vio, bajando por rue Clichy, a San Cristobal según la iconología típica. Él interpretó el espejismo como condenación por su demostrada impotencia. Y entró en un estado de catatonia.

El infeliz quedaría paralizado a la vista de la “prisión de las deudas”  de rue Clichy.

B. y yo, aprovechando tal circunstancia hacemos un alto en el camino  (pues sin darnos cuenta seguimos la ruta del suicida) y nos pimplamos unas copitas de licor de higo en un bistró que había (y que hay) en rue Clichy con Cardinal Mercier, no lejos del  famoso atentado de Ravachol.

Nerval fue de los primeros “flanuers” de París. Lean si no sus “Noches de Octubre”. Y de los primeros en hacer un arte del consumo de “mermelada” verde de haschisch, miel, melaza y pistachos.
El Dr. Jean Moreau no pudo haberle aconsejado peor. Nerval tenía los nervios a la intemperie, expuestos a los inclementes cambios de tiempo (y espacio).



Cuando Nerval volvió en sí, siguió Clichy hacia abajo y en la esquina con rue Victoire, se encontró con un cura y algo le dijo. Qué le respondió el eclesiástico lo no lo sabemos, pero vimos al poeta llorar con desconsuelo y echar a correr en dirección a Notre- Dame- de- Lorette donde desapareció.  A nosotros nos pereció impropio entrar en aquel recinto e hicimos tiempo en el bar de enfrente. Siempre, frente a una iglesia hay un bar. Es un detalle de educación que revela un gran amor por la otra parte de la humanidad. Actualmente está el “Seize neuf”; quizás al que entramos nosotros era el “antiguo”. Entonces aún no se habían puesto de moda las torres petroquímicas. No había problema con el tabaco. Así que entramos, nos acodamos en la barra y pedimos sendas copitas de calvados, ya que, dijo el camarero: “el aguardiente de higo no lo gastamos” (sic).  

B. sacó un “puro” y lo fuimos pasando ante los ojos envidiosos del empleado. Dejamos que lo probara. Desde el interior del bar veíamos las cuatro columnas de Notre Dame. Los capiteles corintios empezaban a parecernos fuegos. Eran como cerillas recién prendidas. Fue B. quien primero tuvo la visión…que me contagió. Discutimos sobre el estilo bastardo de la fachada y el camarero hizo aportaciones de valía, además de comunicarnos, en voz baja, que el 48 de rue Victorie, Luís Bonaparte preparó el 18 de Brumario. Fue el frío, pero a mí me pareció la historia, lo que me produjo un estremecimiento.

Y en estas que vemos salir al poeta, como aire negro de tubo de escape dirigido a los cielos, encaminarse hacia Le Peletier:

–“¡La Virgen está muerta y tus súplicas son inútiles!” “¡Aurelia!”

Agitaba los brazos como para alejar de sí un enjambre de mosquitos tropicales. Corría y corría y no paró hasta llegar a la Plaza de la Concordia. Seguimos con esfuerzo la maratón. B. tropezó con una farola y cayó cuan largo era. Pasamos como centellas por delante de donde desembocaba el pasaje del Termómetro, tras haber cortado en perpendicular al del Barómetro y al del Reloj. Era el “Passage de l’Opéra”.






 Aquí estaba el famoso Divan (de Le Peletier), donde tan bien lo pasaron Nerval, Dumas, Gautier, Courbet, Berlioz… La cosa degeneró cuando hizo su aparición la “basse bohème”, entre los cuales Baudelaire, Manet… (Goncourt dixit). Burger aparecía cuando empezaba el reparto de absenta. 
Walter Benjamin:

“El padre del surrealismo fue Dada; su madre fue un pasaje (…) A fines de 1919 Aragon y Breton, por antipatía hacia Montmartre  y Montparnasse, trasladaron su lugar de encuentro con sus amigos a un café del pasaje de la Ópera (Café Certa). La irrupción del boulevard Haussmann supuso su fin (…) En “El campesino de París”, Aragon dedica a este pasaje el más conmovedor elogio fúnebre que jamás haya dedicdo un hombre a la madre de sus hijos.”
“…La forma de una ciudad / Cambia más de prisa ¡ay! Que el corazón de un hombre”

El orate anunciaba el fin del mundo con citas textuales del Apocalipsis. Se dirigió al Sena, rápido cual afluente de montaña. Miró el agua y se largó corriendo hacia Saint Honoré. Tomó un respiro en el Louvre y se dirigió a Les Halles.

–“¡El sol ha muerto! ¡La noche eterna comienza y va a ser terrible! “ “¿Qué sucederá cuando los hombres se percaten de que ya no hay sol?”

B., que se había atado un pañuelo en la cabeza para cortar la hemorragia, y yo nos miramos, miramos el reloj y comprobamos que eran las 12’30 de la mañana. No lucía el sol, en efecto, y hacía frío.
Ahora no existe aquel antiguo universo gastronómico. Les Halles son un lugar privilegiado para la exposición y consumo de mercancías. Algunas tabernas, en Saint Martin, lucen sus anuncios mortecinos y las relucientes fotografías del menú.  Nos zampamos un “avec du tout” en un argelino, que sabía a tiempo extraviado.

El loco, volvió a su casa: ¡13 de Bons enfants!  Cuando se despertó se extrañó de que todavía hubiera luz del sol: son los restos de la muerte del sol. La calle (famosa por la explosión de “Bonnot”), lo que son las cosas, fue destruida para la ampliación del Banco de Francia. Así que el número 13, aunque puede que exista, yo no le visto nunca (¿será la casa que hace esquina con Colonel Driant? ¿o, acaso, estuviera en rue Radziwill, lejana continuación de la calle de los buenos niños?).


                                             
Se dirigió, con la extrañeza en el espíritu, hacia las Galerias del Palacio Real, comió, con hambre de intoxicado, un pastel. Llegó a casa del prestatario alemán

“Al entrar le dije que todo había ya acabado y que nos dispusiéramos a morir”. Llamó a su mujer y, al verme, me preguntó

–¿Qué tiene Vd.?

–¡No lo sé!–le contesté–Estoy perdido.

Ella envió a buscar un coche y una jovencita me condujo a casa de Dubois.”

Y transcurrió otro periodo oscuro. El penúltimo. El último fue tal día como hoy, del año 1855.
 Salió el loco del engañoso domicilio y se dirigió hacia el Sena. Se perdió por aquellas cloacas a cielo abierto que se extendían entre Châtelet y el Ayuntamiento, en pos de la última meta del verdadero flaneur: la muerte… como bien intuyó Baudelaire al cerrar “Las Flores…” con el poema “El Viaje”. En eso se entretenía Baudelaire por entonces:

“(…)¡Oh, Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si el cielo y la mar están negros como la tinta,
Nuestros corazones, a los que tú conoces, están radiantes!

¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
Este fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
Sumergirnos en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!

Tomó un par de absentas en un cuchitril y buscó “la calle más negra para desatar su alma”. No le costó mucho. La desaparecida “Vieille Lanterne” se le mostró cual era. Se desnudó de cintura para arriba. Se dejó el sombrero puesto y se colgó de la barra que anunciaba la existencia de una cerrajería. Hay quien habla de las “rejas de las cloacas”. Así lo encontraron a la mañana siguiente, día 26 de enero: con el sombrero puesto (¡raro, raro, raro!.. su buena educación se lo hubiera impedido). Según los primeros testigos, el ahorcado aún estaba caliente.




Se encontró una carta en la que pedía 300 francos para poder sobrevivir al invierno. Según las crónicas esa noche se alcanzaron los 18º bajo cero.

Las exequias se realizaron, pese a la condición de suicida, en Notre Dame.  Su compañero haschishien Gautier pagó el 50% de un lugar al sol del Père Lachaise.

“Voici enfin une vue de la sale et pourrie rue de la vielle lanterne, que mon frère a été prende le lendemain du jour où Gerards’etait pendu au troisième barreau d cette grille d’une sorte d’égout.” (Edmont  et Jules Goncourt. “Journal”).

Jules Goncourt, la misma tarde, tomó una fotografía. Nadar había fotografiado a Nerval dos semanas antes. Ese año sería el año de la explosión definitiva de la fotografía.



Muchos fueron los que dieron noticia del hecho y añadieron sus impresiones: Dumas, Gauthier, Doré… hasta P. Modiano, para quien el autor es un “leit motiv”. Fue por él por quien supe que el lugar de la muerte del poeta coincidiría con el escenario del Théâtre de la Ville. Pensarlo estremece: Representar la escena 125 años después y colocar la fatídica verja justo en el lugar donde estuvo la original

Registre de la morgue del Marché-Neuf:

 "Arrivée du corps à 9 heures et demie du matin de Labrunie Gérard dit Nerval, demeurant 13 rue des Bons-Enfants;
vêtements et objets: un habit noir, deux chemises en calicot, deux gilets de flanelle, un pantalon en drap gris vert, des souliers vernis, des chaussettes en coton roux, des guêtres de drap gris, un col noir en soie, un chapeau noir, un mouchoir blanc.
Genre de mort : suspension (..) suicide; cause inconnue (..) cadavre trouvé sur la voie publique rue de la Vieille-Lanterne (..) cet homme était connu avant son entrée à la Morgue (..) le corps a été réclamé par la Société des Gens de Lettres(...)."

Procès-verbal du commissariat de police de Saint-Merri :

"Ce matin, à sept heures et demie (26 janvier 1855) le dénommé (..) a été trouvé pendu aux barreaux (à l'enseigne) de la boutique d'un serrurier (Boudet) rue de la Vieille Lanterne, déclaration de Laurent, sergent de ville du quatrième arrondissement; l'individu était déjà mort, transporté au poste de l'Hôtel de Ville, secouru par deux médecins, mais en vain. Il, s'est pendu avec un ruban de fil, son corps était attaché aux barreaux avec le lien, aucune trace de violence sur le cadavre"


A esa misma hora, del año 1920, un trabajador encontraba el cuerpo dislocado de una joven bajo las ventanas  del nº 8 de la rue Amyot de París. El día anterior habían sacado el cadáver de su amante de la morgue del Hospital de la Caridad.


Ni el daguerrotipo  ni la máscara mortuoria se conservan. ¿Dónde he leído yo que se desnudó de cintura para arriba?

Pasamos estremecidos por la puerta del Téâtre de la Ville. Presentaban “(Hotel) Belvedere” de Ödon von Horvárth, una fábula premonitoria del fascismo y del triunfo definitivo de lo execrable. A éste la rama impaciente se le echó encima…y es que si “Mahoma no va….”

Nosotros continuamos hasta el Pont Marie. Cruzamos el brazo de río. En el Quai d’Anjou, 17, se encuentra el Hôtel Lauzun (Pimodan). Aquí, en una cómoda sala de los pisos superiores, se reunían los “modernos” de la época, capitaneados por Gauthier,  Nerval y, el a veces reacio, Baudelaire. Bajo la dirección escénica y gastronómica del Dr. Moreau se daban a ensueños ridículos que han pasado a la historia por la maestría literaria de los consumidores. Señalar que Balzac, invitado por Gauthier, asistió una noche, pero no quiso (¿) probar la “confitura verde”.


El edificio, actualmente propiedad del Ayuntamiento, está siendo remodelado. Así que no podrán visitarlo. Digan que van de mi parte…quizás así…

Cuando anocheció y el frío se afianzó, nos fuimos a casa. De camino nos tomamos unos calvados y recordamos estos versos de Burns *:

“Por los viejos tiempos, amigo mío,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de cordialidad
por los viejos tiempos.”

En casa B. se cambió el pañuelo y…  ¡se puso otro!

Esto fue lo que pasó en París AQUEL día. Yo estoy, sin embargo, en el “Cul d’Ocata”. Con Hegel. Estamos listos para celebrar “La cena de Burns”, rito obligado cada 25 de enero. Es costumbre escocesa, pero como últimamente las relaciones entre Escocia y Catalunya van viento en popa, no es inadecuada la conmemoración de la muerte de su poeta nacional.


El ritual tiene su complicación y no hablemos de la preparación de los “haggis”. Por ese motivo los he comprado hechos en  “A Taste of Home”, la única tienda de productos escoceses en Barcelona. La encontrarán en Floridablanca, casi en la esquina con Viladomat. Los “haggis” son una especie de “botillo” maragato, pero de cordero: Todo lo que no quieran del rumiante, tritúrenlo y envuélvalo en una tripa. También recuerda al kokoretsi griego o a nuestro zarajo, sin ir más lejos.

El algoritmo de la cena es complejo y, para nosotros, innecesario, ¿eh, Hegel?

,,,Infórmense Vds, si quieren ajustarse a la norma.

N.B.
Se dice, sin mucha convicción, que durante la cena de Burns del año ¿1890? ¿1905? Un grupo de escoceses y sevillanos decidieron fundar el Sevilla C.F. Los asistentes nombraron, por consenso, al vicecónsul británico Edward Farquharson Johnston como presidente de la entidad naciente.
La noticia no tiene consenso.








RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...