Del
río baja una niebla espesa. El chubasquero parece una hipertrofiada hoja de col
y el gorro, un nido de golondrinas despistadas. Los berlineses auténticos,
siguen llevando sus flácidas carteras de cuero. No, no es que sean funcionarios
de copete. Llevan el bocadillo y el termo de café aguado. Y el Bild. Berlín se
despierta: “Sinfonía de una gran ciudad”.
Cojo
el u
en el Jannowitzstrasse y bajo en la Friedrich a la altura del Checkpoint. Entro en un bar- restaurant-tabaco en la
esquina con Rudi Dutschkestrasse. Por esta zona cuando te sales de la arteria
principal te encuentras con descampados o edificios de nueva planta que
intentan hacer olvidar todo aquello que pasó. Decía el ángel de la historia que
el pasado es una acumulación de ruinas. Aquí ha quedado el espacio de las
ruinas; las ruinas se han reciclado. “Quisiera
el ángel detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado…”
Rosa:
La Revolución es la única victoria que se consigue tras una cadena de derrotas.
A partir del día 9 todo estuvo
perdido:
Noske
ha traido la División de Tiradores de Caballería de la Guardia y les tiene
preparado el elegante Hotel Eden.
Cuenta
con las tropas de Maercker y las de Reinhard.
Voluntarios
que se van apuntando.
Cuenta
con su “batallón de Hierro”
y
con 1500 hombres de refresco que descansan en Kiel.
Y,
por si fuera poco, cuenta con la neutralidad de la “División de Marinos” (de las Caballerizas) y la simpatía, aún no
claramente declarada, de varias unidades de soldados con las que contaba la
revolución…y con la desorganización de los sublevados.
El
Comité Revolucionario sigue en la
Alexander. Las fuerzas revolucionarias siguen ocupando los puntos neurálgicos.
Los Independientes prosiguen con su
intento de compromiso. Pero los Independientes
ya no pintan nada. Está claro que el
enfrentamiento directo sobrevuela el cielo de Berlín. Rosa pide a Karl que
reconsidere la insurrección; cree que es llevar a la clase obrera al matadero.
Hasta Radek pide la retirada. El partido
(Leo Jogiches) conmina a Karl a que se aparte oficialmente de la
sublevación. Pide a Rosa que haga pública en la “Rote Fahne” la posición oficial del partido.
Karl
no dejará en la estacada al pueblo. Su sitio está en la calle. “Hay que atreverse a ser un hereje”. Y Rosa, pese a todo, no
puede ir en contra de los trabajadores…el movimiento ha surgido espontáneamente
de las masas. La socialdemocracia ha dejado claro que su deseo es la república
burguesa. Apuesta por la Constituyente y está decidida a masacrar a todo aquel
que se oponga a sus planes.
El jueves 9
es “visitada” la redacción de “Rote Fahne”. Creen haber detenido a Rosa, pero se
han llevado a una empleada, que se escabullirá a la primera. Al día siguiente,
vuelven a la redacción. Está claro que no es un lugar seguro.
Preparan
el asalto al “Vorwärts”, en la
Lindenstrasse. Aparecen cañones de 10’5 y ametralladoras antitanque. Los de
dentro tampoco son mancos. El ataque dura y dura… Rosa busca refugio. Karl
deambula como loco por entre el infierno en que se ha convertido Berlín.
El sábado 11.
El combate por el Vorwärts seguía y se acrecentaba. Se añadió la ignominia a la
brutalidad, pero a estas alturas eso ya no extraña: de los seis que, con
bandera blanca, salieron a parlamentar, cinco fueron mutilados y fusilados y el
6º devuelto con una nota que exigía “rendición
incondicional”. Trescientos defensores fueron apresados. Cuando von
Stephani, oficial de la vieja escuela, consultó con la Cancillería, recibió la
estremecedora orden: “¡Fusiladlos a
todos!”. Von Stephani, sujeto a las “civilizadas
reglas” de la guerra, se negó. Pero
no pudo evitar algún desmadre que le costó la vida a media docena de defensores
y dejó el patio lleno de “miembros
disyectos” fruto del furor del momento. Finalmente esos trozos de hombres
valientes siguieron la suerte de los escombros.
Acabado
el asalto, mientras un grupo de cascos de aceros se acerca a la sede espartaquista a ver qué podían hacer
(detienen a Leo), se realizó una demostración de los primeros Freikorps: “un ostentoso desfile (…) a través de los
barrios burgueses situados al oeste de Berlín, desde Lichterfelde pasando por
Steglitz y Schöneberg hasta la Postdamer Platz y siguiendo hasta la Dönhoffplatz”.
Toda esta fanfarria iba precedida por el miope Noske. Dejaban una apestosa
mezcla de intimidad púber y dulzona cadaverina.
El
“Post” del domingo difundió el hecho
y lo consideró como una marcha de la victoria.
Durante
la noche se consuma la terrible “toma”
del Cuartel de Policía. La Alexander Platz quedó como Hirosima.
La
revolución había sido vencida. Después vendría la venganza.
Rosa
y Karl estaban en el punto de mira. Estaban siendo vigilados desde que entraron
las tropas en Berlín (¡ya había pasado un mes!). Dormían en habitaciones de
amigos, en hoteles, en la itinerante redacción de “Bandera Roja”…Se negaron a abandonar Berlín e, incluso, renunciaron
a los guardaespaldas del partido. Leo, había tenido tiempo de mandar decir a
Rosa y a Karl que se alejaran de Berlín.
Rosa
se esconde en Hallesches Tor, en casa de un médico. Cerca del Landwehrkanal.
Pago
los dos cafés y compro un paquete de Pueblo.
Bajo la Friedrich y recalo en aquella central petroquímica del otro día. Pido
una salchicha de medio metro (¿qué si no?) y una bota de cerveza. La casa en la que se
refugiaba Rosa estaba detrás de esa estructura que cierra la Friedrich. Detrás
discurre el Canal con los brazos abiertos. A esta hora una delgada capa de
hielo cubre las aguas. Los cisnes negros se mueven con dificultad.
Desde allí mantiene viva la llama de “Bandera Roja”, que cada día calienta
menos. Al caer la noche aparece Werner (enlace de Karl) y preguntó al anfitrión
si podía acoger también a Karl. Rosa le había enviado una notita: “Karl, vuelve, te lo perdono todo”. Rosa
ha preparado una maletita con sus enseres personales y algunos libros…ante la
eventualidad de una detención.
Vuelve
a entrar Werner y dice que cree que han descubierto la dirección del médico. Es
conveniente que Karl y Rosa abandonen el piso. Se propone una vivienda en
Neukölln, un bloque de piso proletario. El marido aún no ha vuelto del trabajo
y es la mujer la que, orgullosa, acondiciona la humilde residencia para acoger a
tan queridos huéspedes. Puso la mesa para sus invitados, incluido Werner y
cuando llegó el hombre, cenaron en medio de una alegría inusual. Y así acabó el
día 11 de enero.
La
noche transcurrió plácida. A las diez de la mañana del domingo 12 de enero,
Werner, el mensajero, trae el “nuevo” Vorwärts y se enteran del desastre.
Otro
domingo sangriento… ¡y van mil! Se fusila por la calle. Se grita el nombre de
Rosa y el de Karl. Se les acusa de lo acontecido. La buena sociedad acude a
misa de doce y baña sus dedos en la pila de agua bendita y se los relame como
si fuera sangre de mártir.
Rosa
y Karl no se entienden. Rosa le recrimina inconsciencia criminal. Karl dice
haber seguido la espontaneidad de las masas. Ambos son cadáveres sedentes. ¿Es este el programa del Partido? ¿Ha llamado el Partido a la insurrección?¿No
hemos quedado que era necesario que la gran mayoría del proletariado estuviera
con los espartaquistas, que adoptara con objetivos y métodos? ¿No hemos dicho…?
El 13 de enero. Lunes.
“Llamamiento al Pueblo alemán.
Después de una semana de graves
disturbios, regresa el orden. Las tropas leales al Gobierno han conseguido…
bla, bla, bla… Fanáticos extraviados, junto a oscuros elementos de la gran
ciudad…bla, bla, bla… Contra la resistencia del pueblo, especialmente de la
clase obrera…bla, bla, bla… La esperanza de que esta victoria abrirá un nuevo
capítulo de la Historia universal, en beneficio de nuestro pueblo y de toda la
Humanidad”
El
Gobierno había vuelto a hablar y lo hacía desde el Vorwärts reconquistado. No basta con lo conseguido: perseguiremos a
las ratas hasta sus madrigueras y les daremos muerte a culatazos. ¡Berlineses,
confiad en vuestro Gobierno! ¡Esto no ha hecho más que comenzar!
La
Historia Universal se estremeció y recorrió el espinazo de Karl y de Rosa. Han
puesto precio (elevado) a sus cabezas. Werner, cada vez más extraño, dice que
han descubierto su nuevo escondite. ¡Cómo…pero si no hemos salido ni nadie nos
vio entrar! Werner sueña con una vida mejor. A fin de cuentas estos dos están
sentenciados y, por así decir, muertos. Tengo derecho a ciertas mejoras.
En
el mismo periódico aparecía una coplilla que revelaba todo el alcance de la
miseria socialdemócrata:
“Incontables muertos en una fila–
¡Proletarios!
Karl, Rosa, Radek
Y sus compinches–
No estaban allí, no estaban allí!
¡Proletarios!”
14 de enero
La
“División de Tiradores de Caballería de
la Guardia” de Noske, establecidos en el Hotel Eden, junto al Zoo,
empezaron el desarme (y el desalme) de Berlín. Se tomaron medidas
extraordinarias que fueron ordinarias durante una larga temporada. Los muertos
eran recogidos en carretas y llevados a fosas comunes. Después llegaban los
barrenderos y tal.
Una
llamada telefónica les espanta. Se va cerrando el círculo. ¿Será Werner quien
lo cierre? Sin duda sus pasos están siendo seguidos (¿y dirigidos?).
Se
trasladan a su última morada: 53 de la Mannheimer Strasse, en el barrio burgués
de Wilmersdorf. Una casa cómoda. Nada que ver con la de los camaradas de Neukölln. Rosa hubiera preferido quedarse con sus camaradas.
Hablar con ellos.
Allí
escriben lo que serían sus dos últimos artículos:
Rosa.
“El orden reina en Berlín”.
Llamaba
a sacar conclusiones y a medir lo ocurrido “conforme a grandes escalas
históricas”. No ocultaba la inmadurez política de los soldados ni la falta de
“comunidad de acción” (en referencia al campesinado). Y, lo que era más
importante, la lucha económica, alimento de la lucha de clases, estaba en sus
albores.
“¡El orden reina en Berlín! Ha
anunciado triunfante la prensa burguesa, anuncia Ebert y Noske, anuncian los
oficiales de las tropas victoriosas, a quienes los ciudadanos de Berlín
agradecen con pañuelos en la mano y con gritos de júbilo” (…)
¡Obtusos esbirros! Vuestro “orden”
está construido en la arena. Mañana la revolución “se elevará de nuevo hasta lo más alto”
y anunciará al son de las trompetas: “¡Fui,
soy y seré!”
K.
Liebknecht: “¡A pesar de todo!” Había
captado perfectamente el tono bíblico de la situación. Presiente “la pasión”
que les espera.
“Oh, despacio.
No hemos sido vencidos ni hemos
huido. Aunque nos carguen de cadenas. Estamos aquí, y aquí nos quedaremos. Y la
victoria será nuestra. Porque espartiquismo significa fuego y espíritu…alma y
corazón…voluntad y acción de la revolución del proletariado. (…) El calvario de
la clase trabajadora alemana aún no ha terminado, pero el día de la redención
se acerca (…) y si estamos vivos para presenciarlo podremos ver cumplidos
nuestro programa: el mundo será dominado por los hombre libres, a pesar de todo”.
15 de enero
La
edición de “Bandera Roja” fue requisada casi en su totalidad. Karl y Rosa,
gracias a Werner, pudieron leer sus artículos. Y allí estaban tomando café y
leyendo. Así me lo imagino. Se acabaron los reproches. Rosa, opuesta a la
sublevación, no podía dar la espalda al proletariado, ni dejar de llorar por su
destino. Karl, un Lenin inverso, pareció anidar dudas entre los pelos del
bigote. ¡Querida Rosa! ¡Querido Karl!... y se oyó el revoloteo negro de los
cisnes del canal.
Werner
iba y venía, cada vez más inquieto. Llegó Pieck (el abuelo de mi amigo del
tugurio ferroviario) y volvió Werner. Se aseguró de que esta noche estuvieran
en casa. En el bolsillo interior de la chaqueta, donde la pistola, cualquiera
pudo haber notado un bulto blando compatible con un fajo de billetes. Ellos no
lo notaron. La tarde pasaba presagiosa. A Rosa empezó a dolerle la cabeza. Los
días húmedos, además, le dolía la cadera. Y el 15 de enero del año 1919, fue
frío y lluvioso.
Sobre
las diez de la noche sonó el timbre. Apareció el propietario de un restaurante
próximo preguntando por la pareja. La señora de la casa dijo que no estaban. El
mesonero llamó a la guardia que esperaba abajo y empezaron el registro.
Naturalmente los encontraron. Los propietarios lloraban de espanto: ¡Nosotros
no somos espartaquistas. Uno de ellos tenía la llave de nuestra casa y…! ¡Apártese señora! ¡Vaya a la cocina, a su sitio, y no asome la jeta!
Se
los llevaron a los tres, en dos coches: uno para Karl y otro para Rosa y Pieck.
No había mucho tráfico. Los coches enfilaron la Hohenzollerndamm, siguieron por
la Bundesallee y la Joachimthales Str hasta la Budapester Str. Allí estaba el
Hotel Edén…y hacia allí se dirigían.
El
Hotel Edén, no se confundan Vds., no tiene nada que ver con el “Eden Hotel an Zoo”, que es una pensión
decente situada por los alrededores de donde se ubicaba el original. Era una
construcción regia. Un Hotel de alto copete. Elegante, aristocrático, punto de
reunión de los personajes de Iserwood y de Marlene Dietrich, H. Mann…y de todos
aquellos que se lo pudieran pagar. Lo más concurrido era el “Bar americano” y el espacio dedicado al
mini-golf, donde daban golpes los grandes golfos de Berlín. La segunda Guerra
lo redujo a ruinas. El solar lo ocupa la Olof-Palme-Platz.
Primero
llegó Karl, sombrero, manos en los bolsillos y mirada retadora. Los dos
soldados de la entrada le asestaron sendos golpes con la culata de sus fusiles.
Se oyó un ruido de huesos rotos. La sangre empezó a manar. El Hall del hotel
empezó a parecer el suelo de una carnicería. Le negaron vendas e incluso le
impidieron ir al váter. Los insultos casi sobraban. Detrás venía Rosa y Pieck.
Pieck tuvo la suerte de escapar, obsesionados como estaban los soldados por la
tullida, por la puta, por la sanguinaria. Fueron conducidos al primer piso al
despacho del capitán Pabs
–¿Es Vd. la señora Rosa Luxemburgo?
–Decida Vd. mismo, por favor.
–Por los retratos debe de ser Vd.
–Si Vd. lo dice.
Primero
uno y después la otra fueron bajados a empujones y culatazos. Pabst se quedó redactando
la nota de prensa que aparecería al día siguiente: aplicación de ley de fugas
mientras se dirigían a la prisión de Moabit. Rosa Luxemburgo fue atrapada por
una multitud enfurecida y, pese a la vigilancia de la guardia, se encuentra en
paradero desconocido.
En
realidad la calle que daba a la puerta lateral del Hotel estaba cerrada al
tráfico y a los curiosos. El soldado Runge estaba apostado en el quicio con la
orden escueta de golpear en la cabeza a los detenidos según fueran saliendo. Le
dieron una sola orden: en su cabeza no había espacio para más. A pesar de todo,
entendió mal y golpeó dos veces y hubiera seguido si los demás componentes del
comando no hubieran protestado: ¿Y nosotros, qué? Runge, rugió y se echó el
máuser en el hombro. Dos coches esperaban como dos cisnes negros. En el primero
subieron a Karl y en el segundo, dirigido por el teniente Vogel (“pájaro”), a Rosa. El cortejo se dirigió
hacia el Tiergarten (jardín de las fieras) Desde el coche de Rosa, se veía
a lo lejos el vehículo en el que iba Karl. Se veía, pero Rosa no pudo verlo
porque le habían pegado un tiro en la sien justo al subir al coche. Los
asientos quedaron hechos un asco. Los soldados apoyaban los pies en los
asientos delanteros para no pisar deshechos humanos.
Al
llegar al Neuen See bajaron a Karl, le descerrajaron dos tiros en la cabeza y
lo depositaron en la morgue: “hombre
desconocido”.
El
coche de atrás adelantó al de Karl y se dirigió hacia el Canal. Pararon el motor
y dejaron los faros encendidos. Cogieron el bulto y lo lanzaron por encima de
la barandilla del Lichtensteinbrücke, a las heladas aguas del Landwehrkanal. Se
oyó un ruido de cristales rotos y un glu, glu… definitivo.
Al
día siguiente los periódicos novelaron la escueta nota que el capitán Pabst
había escrito la noche anterior. La Burguesía, incluida la socialdemocracia,
respiró tranquila. A Noske le pareció poca cosa… y la matanza continuó. Habían
encontrado un método que pronto tendrían ocasión de contrastar en otras partes
de Alemania.
Los
asesinos fueron tratados con una indulgencia esperable.
Saben
que les digo, que me voy ahora mismo. Mis Ángeles Custodios entenderán el
asunto. Doy unas palmadas y acude el camarero y mis Ángeles. Hacedme la silleta
de la reina y, con cuidado, conducidme a casa. Sobrevolar, si queréis aumentar
mi infelicidad, el Tiergarten.
“¡Oh Alemania,
pálida madre!
Entre los
pueblos te sientas
cubierta de
lodo.
Entre los
pueblos marcados por la infamia
tú sobresales.
¡Oh Alemania,
pálida madre!
¿Qué han hecho
tus hijos de ti
para que, entre
todos los pueblos,
provoques la
risa o el espanto?”