NOCHEBUENA
Y NAVIDAD
(Los
asteriscos * remiten a “razones efimerísticas”)
PRIMERA
ENTREGA
Según
se acerca la Navidad los acontecimientos se acumulan. Todos quieren
asociar su nombre, y alguna hazaña, a fecha tan señalada. Yo mismo:
esperé a que la nochebuena se disolviera en Navidad para nacer.
Haría falta cientos de “propuestas” para mencionar, tan
sólo, el cúmulo de efemérides que se agolpan ante la estrecha
puerta del solsticio de invierno.
¡Bah!,
lo mejor es echarse al ruedo y ya verán Uds. cómo se cuadra el
círculo. O, si así lo prefieren, lanzarse al ring… y ya verán
cómo se redondea el cuadrilátero.
Ya
hace eones que no visto chubasquero ni encasqueto orejera. Hegel
aún no está acostumbrado a tan extravagante indumentaria: ladra y
se avergüenza.
Le
lleno su recipiente de chuches y salgo sigiloso... ¡pero
evidente! Tentempié en la cantina del Día. Es entrar y una
carcajada múltiple (y al unísono) hace temblar las paredes de este
templo del saber. El cantinero, que es de Murcia, se limita a servir
lo que le pido. La clientela no levanta los ojos de su “sol y
sombra”.
Tarjeta
dorada, lado mar y ¡hala! ¡A Barcelona!
Ramblas
abajo giro por Cardenal Casañas, cruzo la Plaça del Pi,
me dirijo a Banys Nous por Ave María. Se me
cruza el Portalón y pido un orujo…es que parece que me
falta algo. Me dirijo a San Felip Neri y de allí a la plaza
de la catedral. Como una sombra desplegada, como una nube tormentosa,
como un mal presagio…así me ven mis conciudadanos. A mí, un
jubiloso-jubilado que va en pos de la remembranza.
La
plaza está ocupada por ese mercadillo de rastrojos que ponen de vez
en cuando. Ahora añaden burros y bueyes, ángeles y recién nacidos…
Todo un batiburrillo infernal. Es Navidad. Las familias
ya deambulan por entre las ruinas, como turistas por Pompeya o
Herculano. Los papá-noel chinos escalan los balcones con
esfuerzo. La música atruena… y yo tomo asiento en el Racó del
bisbe (o algo parecido), enfrente de ese local en el que siempre
tienen expuesta alguna baratija de Dalí como señuelo de la nada.
Pido un cuartillo de ratafía y espero a que los fantasmas lleguen…
¡y llegarán!
1
Eran
las 8 de la tarde-noche del 24 de diciembre del año 1905. En
septiembre había tenido lugar el infame bombazo (atribuido, como
siempre, a los anarquistas) de las Ramblas que costó la vida de la
hermanas Rosita y Josefa, y media vida a su primo hermano Rafa, con
quien habían salido a pasear aquella soleada mañana del sábado día
3.
“Las autoridades supieron aprovechar esta situación
para justificar un reinado de terror contra el movimiento
anarcosindicalista” (Teresa Claramunt): Se refería en primer
lugar a la gente de Prat de la Riba, los “padres” de
Barcelona y, por extensión, de Catalunya. La iglesia se limitó a
cumplir con el ritual, pero exigió, como no podía ser de otra
manera (péguenme un tiro si repito esta ruín expresión)
“imponer el orden”. Acabó el verano, pasó el otoño y
recién empezado el invierno, a las 8 en punto de la noche del día
24 de diciembre, ocurrió lo que tenía que ocurrir.
Salía
el Cardenal Casañas, todo pincho, de la Catedral. Su figura, a
contraluz, parecía mi copia. Como eran días especiales, vestía de
gala como quien dice: sotana roja (en un principio morada, de dónde
cárdeno), capelo cardenalicio, anillo ídem, birreta (¡!)
roja y bajo el birrete, el solideo que, sólo ante dios (?) ha
de quitarse. Parecía una cerilla recién prendida. El rojo, signo de
su disposición a la muerte, lo envolvía. Aunque, mirándolo bien,
también parecía que saliera a matar.
Sepan
Vds. que los cardenales no visten de cárdeno-morado (eso era
antes), sino de rojo (o negro, en sus paseos ordinarios). Y por ese
motivo, por su llamativa cresta roja, al “cardenalillo” le
llaman así: es un pajarito inquieto, arisco, que, pese a todo, se
adapta a la cautividad. No es extraño que (aún) en Murcia oigan
Uds. referirse al geranio con el sonoro nombre de “cardenal”.
Y “cardenal” es el nombre preferido por nosotros para
referirnos a un moratón, que los médicos denominan
equimosis. Si de un toro se trata, ha de ser negro y blanco y
si de agua, opalina. La calle principal de los asentamientos romanos,
después ciudades, era el “cardus” (no confundir con el
güisqui), arteria que vertebraba la urbe y en torno a la cual giraba
toda su actividad. De ahí, “cardinal” (como las virtudes,
verdaderos goznes de la práctica cristiana). Así que los cardenales
son las bisagras de la iglesia Tras lo dicho me atrevo a proponer una
definición de tal categoría: individuo perteneciente al orden
jerárquico inmediatamente previo al papado; normalmente bujarrón y
amigo o encubridor de bujarrones.
Bueno,
pues eso: Salía todo pincho el cardenal, sintiéndose el centro. Se
había echado las alas de la capa sobre el hombro izquierdo, para
cubrirse el corazón.
Un
poco antes, Juan Salas, tejedor de Vic y anarquista
internacionalista, salía de la Fonda el Siglo de la calle
Calders. Había comido un plato de “cap i pota”
y un buen trozo de “cap de bisbe, negre” y se dirigía, un
poco aturdido por el vinacho de la tierra, y tanto puerco, hacia la
explanada de la catedral por los sombríos callejones del Born
y aquellos que la Vía Layetana
destruiría.
Juan
Salas, se acercó a él, se arrodilló y pidió besarle el anillo
cardenalicio. Se llevó la mano al pecho, como compungido, sacó un
cuchillo de cocina rociado de veneno del peor y se arrojó con saña
sobre el cardenal Casañas. El cuchillo se enredó entre tanto trapo.
Los guardaespaldas sujetaron el brazo de la justicia
proletaria y el guardia Antonio Vaquero (¿sería ancestro de mi
querido guardia Ovejero?) con la ayuda de un transeúnte solícito,
lo redujo a sus justas proporciones: pobre tejedor de Vic. En el
bolsillo llevaba un Smith y un frasquito de veneno.
El
mismo día, o sea tal día
como hoy, del año 1837, nacía la descolocada Sissi,
destinada al estilete de Lucheni que, pese a su delicadeza, no falló.
El
cardenal salió, pues, ileso, pero al pobre tejedor le produjeron tal
cardenal (moratón al que los galenos llaman equimosis)
en la cara que hizo que la gente pensara en un frustrado vengador
piel roja. Y otro “in pectore”.
Lo
condujeron por el carrer del Bisbe y Montjuïc del Bisbe
hasta el cuartelillo de la
plaza de Sant Felip Neri.
Al
día siguiente…
–¡Camarero!
¡Tráigame otro cuartillo de ratafía!
–Pero,
¡hombre de dios!... ¡no grite que lo van a oír!
–¡Eso
quiero, que me oiga! Y ahórrese lo de dios que no está el horno
para bollos.
–Podría
abonarme la cuenta….es que tengo que cuadrar caja y tal.
Al
día siguiente, decía, Salas declaró que estaba cansado de vivir
sufriendo; que su vida no era vida: trabajo y miseria… y todo por
culpa de los jesuitas… ¡por eso quería matar al cardenal!
Mientras
el pobre Salas se lamentaba de su mala suerte, en la catedral se
cantaba un Te Deum por la potra del clérigo. La
iglesia estaba a parir. Y los que no cupieron, les cupo la
satisfacción y el consuelo de recibir la bendición que desde el
balcón del palacio episcopal arrojó con descuido el arrogante y
suertudo cardenal. Mientras la bendición caía hecha trizas, la
multitud daba ¡¡viscas!! al Papa, pues la gran tensión del
momento había hecho crecer la nombradía del cardenal... y, ya
puestos, cantaron cualquier cosa en honor de la Virgen y de santa
Lucía, acabado lo cual, la multitud rompió filas para dirigirse a
los lupanares que, a decenas, salpicaban el sacramental barrio. Era
ya mediodía, justo la hora en la que Juan empezó a sentirse mal.
Cuando acudió el médico, la celda estaba llena de vómitos; le
aconsejó, a distancia, un poco de bicarbonato y a las dos en punto
de la tarde murió. La autopsia esquivó tan ponzoñoso asunto. El
galeno llegó a su casa antes de que se enfriara la lasaña que
su fiel y devota esposa había preparado para él, para los tres
hijos y, si sobrara, para ella.
Cuando
pasen Vds. por la calle del Cardenal Casañas piensen en la
miseria de este personaje y, en general, en la necesidad de que el
Ayuntamiento de Barcelona haga una purga en el callejero de la
ciudad. Recaigan en Urquinaona, precisamente el obispo que dio
la alternativa a Casañas. Ambos mostserratinos
insignes y, por ende, patriotas de pro.
Ya
tengo el culo helado, así que me levanto; el chubasquero se engancha
en una esquina de la mesita y toda la estructura y lo soportado se va
a tomar polculo. Todo el mercado de Santa Llúcia se
vuelve hacia el estruendo.
–No
es nada, señores. Sigan Vds. a lo suyo.
Cruzo
la explanada y me dirijo al bar de enfrente, junto al estanco. Ante
la perspectiva, el camarero se apresta a recoger las mesas. Llego
justo antes de que recoja la última. Le arranco la silla de las
manos y tomo asiento debajo de una chimenea petroquímica.
–Perdone,
garçon, pero aún no he concluido mis remembranzas. ¡Póngame un
cuartillo de “Málaga”!
–Pero
¿no estaba Vd. con la ratafía?
–¿Qué
más da?
II
Benedicto
XVI, Ratzinger para los amigos, fue nefasto de verdad. Su cara entre
lémur y rata travestida, te ponía los pelos de punta. Protector de
pedófilos, se encarnizó contra todos aquellos que se apartaran lo
más mínimo de la ortodoxia sexual católica. Beatificó a todos los
“mártires” de la contra revolución española que
quedaban sin beatificar y batió el récord de nombramiento de
cardenales: ¡90!
Cuando
ya ni cagar solo podía, renunció al cargo.
Fue
el segundo en abdicar. El primero fue el cándido Celestino V, el
breve: Elegido por aclamación tras dos años de vacío de poder
a causa de la rivalidad de los Orsini y los Colonna. Tenía 85 años
y una ignorancia de los asuntos eclesiásticos a la altura de
tan provecta edad. Pensó, sin embargo, poder reformar la Iglesia.
Trasladó la sede a Nápoles, donde entró a lomos de un asno
conducido por el mismo rey de Nápoles (sobrino de San Luís) y por
el príncipe, recién nombrado rey de Hungría. Era el día de San
Fermín del 1294 y aquello pareció más un arrastre que una
entrada triunfal. Abdicó el de Santa Lucía, que le abrió los ojos
a la imposibilidad de cualquier cambio. Dijo que quería profundizar
en su vida ascética y en las visiones proféticas de Joaquín de
Fiore. Lo sustituyó Bonifacio VIII, tal
día como hoy, del año 1294, quien restituyó a Roma la
sede de Pedro e hizo lo posible para liquidar al anciano ex Papa. Y
lo consiguió.
El
pelaje de Ratzinger no pasó desapercibido. Una mujer, pantalón
negro y sudadera roja con capucha, a más de “desequilibrada
mental” (¿cómo si no se hubiera atrevido a perpetrar semejante
crimen?) saltó la barricada por entre la que pasaba el pontífice en
su caminata al altar central de la Basílica de San Pedro para
celebrar la misa del gallo del año 2009. Trastabilló y en su torpe
caída se llevó p’alante al pontífice y a sus
acompañantes. El cardenal Roger Etxegaray, de la edad de Celestino,
sufrió fractura de fémur y Benedicto XVI, el ridículo más
espantoso de su carrera. La desafortunada heroína, Susanna Maiolo,
ya lo había intentado la Navidad anterior.
Ratzinger
recogió la tiara, se la entregó a un monaguillo para que la
llevaran al chapista, se colocó la de repuesto y siguió impasible
su paseo.
III
Y
hablando de misa de gallo y tal, recordarles a Vds. que Francisco
José II del Sacro Imperio Romano Germánico, abuelo paterno de
Francisco José (esposo de Sissi, rey-emperador de K.K. y habitante
de la Cripta) prohibió (1801) a Gall impartir docencia. Aducía que
la frenología era una avanzadilla del pernicioso materialismo.
Añadan Vds. otra K. (K.K.K.) y se toparán con otra efeméride: Tal
día como hoy,
del año 1865 se fundó el Ku Klux Klan.
Catorce
años exactos más
tarde, Cuba prohibe la esclavitud.
Napoleón,
que tras Austerlitz suprimió el Imperio y redujo al Francisco José
II a la categoría de rey de Austria, pensaba lo mismo al respecto.
Eran enemigos en la medida en que pueden serlo los poderosos.
Y
para acabar esta mañana espesa y dulce, gracias a la ratafía y al
Málaga Virgen, recordarles dos cosas:
Que
tal día como hoy,
del año 1814, Estados Unidos e Inglaterra firmaron la “paz
perpetua”. Kant hacía 8 años que criaba malvas.
Y
que Guadalajara también tiene algo que decir: En 1715, Felipe V, “el
guarro” (de quien nuestro rey se ha manifestado continuador),
fácilmente “excitable”, como todos los borbones, contrajo
matrimonio con Isabel de Farnesio, picada de viruela. Al abdicatario
Felipe V eso le daba igual. Se casaron en el Palacio del Infantado de
Guadalajara. Aún no había dicho el cura el “Ite misa est”
y ya estaba Felipe haciendo el trabajo debajo de la falda. El
matrimonio se consumó en el reclinatorio, digo yo. Era
tal día
como hoy, del año 1715.
SEGUNDA
ENTREGA
1
–¿Qué
te decía, Hegel?... ¡Qué hermosura de desierto!... ¡Qué belleza
de Nada! Aquí podrás correr lo que te dé la gana y cazar conejos,
si acaso alguno se pone a tiro.
–¿”Conejos”?
¿Qué son “conejos”? ¿Vuelan? ¿Son aves canoras? ¿Son…?
–Ya
lo verás. Sé fiel a tu instinto.
Y
así, como Tartarín por Tarascón, nos dirigimos al
Casino del Balneario a tomar nuestro refrigerio matutino: Tostaditas
con aceite del terruño para mí y unas lonchas de chóper
para el perro. Cierro con un fifti-fifti. Una mesita debajo de
las palmeras. El sol de frente y un sonido fragante de agua eterna y
curativa.
–¿Ves
aquella sierra color cárdeno?
–¡La
veo!
–Pues
a su sombra nació un grandísimo poeta de nombre Miguel y de
apellido Hernández. Este poeta tenía un amigo, de apellido Martínez
y de nombre José Ramón, conocido, a saber por qué, como Ramón
Sijé
–¿Y
eso?
–¡A
saber! Te diré más: “Andaba entre los romeros con prisa de
pájaro, hablaba con atropello y su voz iluminaba más que los
limones del limonero, a cuya sombra y azahar” los dos
amigos platicaban.
Comparto
su opinión (de Vds.) de que utilizar a un perro como interlocutor es
un recurso miserable e indigno de alguien que pretenda algo en el
campo de la literatura. Pero… ¡qué quieren! ¡Hegel y yo somos
así!
El
tal Ramón, hijo de comerciantes de telas, tenía una pasión (¡pero
qué pasión!): fundar revistas literarias: “Voluntad”,
“El gallo Crisis”, “Silbos”…
y una exigencia: atender los sablazos que le pegaba el poeta-pastor,
pobre de nacimiento. La amistad, pese a que ha vencido al tiempo,
tuvo sus más y sus menos. Pero no es el momento de murmuraciones.
Bueno, pues tal día como hoy,
del año 1935, murió. Miguel lo esperaba en Madrid. Nunca llegó. La
septicemia se lo comió (valga el rodolí). Berg, también,
como veremos, fue engullido por una septicemia de caballo (¡más
bien de abeja!).
Su
muerte hubiera sido un hecho cotidiano y hubiera producido un efecto
bastante limitado, en realidad no hubiera cruzado el río, de no
haber sido por:
Yo
quiero ser llorando el hortelano
de
la tierra que ocupas y estercolas,
compañero
del alma, tan temprano.
(…)
–No,
nada… que se me ha metido algo en el ojo y...
Enchufen
el esputofaif y oigan la versión de Morente*.
Fue
editada en el número de diciembre de la Revista de Occidente
y llamó la atención del mismísimo Juan Ramón, poeta y pedorro.
Fue incluida en el Rayo que no cesa, entonces en prensa. Y
así, apareció para el gran público (¡eufemismo!), como nº 29 de
una colección de 30, posición ocupada por el Soneto Final:
“Por desplumar arcángeles glaciales…” que puede
ser interpretado como un complemento meticuloso de la elegía.
Miguel
leyó, el 14 de abril de 1936, la Elegia, subido en una
escalera de madera, de esas de proletario, bajo la plaquita que
indicaba el nombre de la plaza monumental: Ramón Sijé. Después fue
llamada del Marqués de Rafal y, ahora, creo, ha vuelto al de Ramón
Sijé. Sea como fuere, el suelo se hunde y si el consistorio no pone
remedio Orihuela perderá patrimonio histórico-monumental, pero
ganará atractivos para las asociaciones de espeleólogos.
2.
Arturo
Barea tenía 38 años y vivía en Madrid. Se encontraba, pese a la
“casita” que había alquilado en Novés, en una tesitura
sentimental complicada, casi tanto como la situación política, que
seguía con avidez y elegancia, desde su oficina de patentes.
Verán Vds., mientras Ramón Sijé tenía “el pie en el
estribo”, en Madrid estallaba la coalición de la CEDA-partido
radical de Lerroux y se daría paso a las elecciones de febrero del
36 y al Frente popular. Dos fueron los escándalos que propiciaron el
despeñamiento del gobierno (presidido por Chapaprieta,
manos-tijeras): el escándalo del “estraperlo” y el
de Nombela. Curioso es el primero; el segundo es absolutamente normal
y no tiene nada de extraordinario… ¡uno más!...sin hablar de la
presión popular…
¿Saben
Vds. el origen de la palabra ESTRAPERLO?
En
aquello años el juego estaba prohibido, diez años antes Primo de
Rivera lo había declarado ilegal… pero jugar, se jugaba…
¡normal! No sólo a la lotería con bombos caseros, cartones
de papel y a la luz de carburos, no, se jugaba en Casinos bajo
pretextos mil y bajo arañas más grandes que las de Louise
Bourgeois*. Como en la Ley seca. Se jugaba y se perdían
(o se ganaban) mulas y casas, también en el de Novés.
El
verano del 34, en pleno bienio negro, unos holandeses errantes
(Ava Gadner* cumplía, tal
día como
hoy de ese año, 12 nabokovianos años):
Strauss, Perle y Lowan, fijaron sus ojos de lince en España, pasto
fresco para alimañas de toda índole. Su plan era perfecto y el
gobierno, si recibía su parte, no iba a poner objeciones. Habían
inventado una máquina, probada con éxito en Holanda (hasta que todo
el utillaje fue defenestrado), que controlaba la ruleta…etc…etc.
Llegaron a un acuerdo con gente del gobierno (partido radical) y
decidieron probarlo en el Kursal, recién construido, de San
Sebastián. La cosa era sencilla: 20% para Lerroux; Joan Pich i Pon
(con ese nombre, YO me hubiera suicidado, o habría emigrado a la
china nacionalista), no sé si Gobernador General de Catalunya (o
algo por el estilo), se llevaría un 10%; un sobrino de Lerroux y
otros dos sinvergüenzas un miserable 5% cada uno. Total: 45% en
mordidas y el 55% en ganancias para los ideólogos. Por si fuera
poco, y para garantizarse el negocio, el tal Pich i Pon, prometió un
soborno de 100.000 pesetas para el ministro de Gobernación (Salazar
Alonso). Tampoco faltaron los relojes de oro y demás chucherías. Ni
faltaron los actos promocionales, entre los cuales, como ya les he
contado en otro sitio, una histórica velada de boxeo.
Se
descubrió el engaño y la policía actuó. Sin embargo, miren Vds.,
el negocio se trasladó a Formentor y siguió funcionando.
Strauss,
denunció ante Alcalá Zamora (octubre de 1935) todo el chanchullo.
Se ve que las cosas no iban según sus deseos. El Presidente,
Lerroux, dimitió y fue entonces cuando le sucedió el “Culoprieto”
manos-tijeras, pues SIEMPRE, en todo espacio y tiempo, la solución
ha consistido en recortar el gasto social y las pensiones.
–Creo
que te has despistado un poco. Estábamos en lo de “Estraperlo”
–Perdona,
Hegel. Es que se me va el santo al cielo.
–Ahora
me sales con esas…
Bien,
los holandeses se apellidaban: STRAuss, PERle y LOwann: STRAPERLO. Y
como los peninsulares no podemos pronunciar la S inicial,
pues: “ESTRAPERLO”. Después vendría la extensión semántica y
demás. LOwmann, que había aportado menos al negocio, también
aportó menos al acrónimo. Todo lo anterior venía a cuento de
Barea, que murió tal día
como hoy, del año 1957.
3
En
1935, mientras ocurría lo que ocurría en la piel de toro, allá por
las Californias, entre hambrunas sin cuento, un joven, hijo del
abrupto Nicola (Nick) Fante, y abrupto él mismo, procedente de los
Abruzzos italianos, intentaba ganarse la vida como escritor.
Mientras, trabajó en los muelles cargando y descargando y “como
ayudante de engrasador en el ferry crucero entre San Pedro e Isla
Catalina, el SS Catalina”. Procedía de Colorado y acabaría
estableciéndose en los alrededores de la meca del cine. Fue el
abuelo quien se había establecido en Colorado, allá por la época
en la que Kit Carson*. Fue nombrado Encargado de Asuntos
Indios del Territorio de Colorado por méritos propios.
Sus méritos fueron publicitados en medio mundo por medio de
cortometrajes
descoyuntados
que complementaban el programa-doble-con-nodo y convertían la
soirée en interminable.
“La
mujer se alejó. Al volver, Bandini se estaba poniendo la gasa y el
esparadrapo (así se las gastaba
María Bandini). Cuatro tiras largas en ambas mejillas que
iban de la barbilla a los ojos. Al verla, se sobresaltó. Se había
vestido para salir: abrigo de piel, bufanda azul, sombrero y
chanclos. La serena elegancia de su encanto, la adinerada sencillez
del pequeño sombrero ladeado con garbo, la vistosa bufanda de lana
que brotaba del exuberante cuello del abrigo, los chanclos grises de
bonitas hebillas y los largos guantes grises de conducir, daban una
imagen cabal de lo que era: una mujer rica que afirmaba su diferencia
de un modo sutil. Bandini estaba impresionado.
–La
puerta del final del pasillo corresponde a un cuarto de
invitados--dijo ella–. Puede quedarse. Volveré a eso de
medianoche.
–¿Va
a algún sitio?
–Es
Nochebuena
Lo
dijo como si, de haber sido otra fecha, se hubiera quedado en casa.”
(Fante:
"Espera la primavera, Bandini")
Así,
como he dicho, se las gastaba María Bandini. La aventura de su
marido con la viuda Hildegarde no le iba a salir de gratis. Svevo aún
conservaba, mezclada con la sangre, la sabiduría edilicia de los
canteros de los Abruzzos y había sido requerido por la viuda. Ese
requerimiento se amplió e incluyó, también, la limpieza de la
chimenea íntima de la señora. No digo más: es capaz de sacar gotas
de poesía de las piedras.
En
1935, Fante ya había escrito Espera a la primavera, Bandini,
primera de la tetralogía sobre su alter ego, que han
convertido al autor en un escritor de culto (gracias sean dadas a
Bukowsky), en el padre del “realismo sucio” americano,
cosa que, para mí, es muy poco atributo.
Mientras
se la publicaban (o no) gastaba su dinero en juegos de cartas “en
los bungalows Garden of Allah, al lado de la boca del Laurel
Canyon (…)” O en la trastienda de la librería de Stanlay
Rose, junto al Musso and Frank Grill. No busquen los
bungalows, en su lugar hace tiempo que construyeron un
McDonald. Stanley Rose odiaba los libros, pero había encontrado una
manera de reunir a la peña. No busquen tampoco la librería,
encontrarán un negocio de Tatoo y una cantina de comida
rápida… ¿Qué si no? ¿De dónde iban a sacar los yankees
la obesidad y su afición intempestiva a las armas?
Frente
al famoso bar-restaurante, una iglesia siniestra: “Pare de
sufrir” Iglesia Universal del reino de dios (¿). Ya no
se conforman con ser una iglesia mundial, terrícola. No. Pretenden
ser los misioneros de las galaxias: Te confiesa (¿o ya no se
confiesan?) un C-3PO. Desde bien temprano salen sombras lívidas,
tras pisar la estrella de Boris karloff, a anunciar la venida
definitiva del hijo de dios (¿). Anuncian el apocalipsis y nos
conminan a la renuncia y al arrepentimiento. Vuelven desangeladas y
vacías, y se piden un bistec sanguinoliento en el restaurante de
enfrente. John Fante se divertía.
--
Pero, Kino...¡estás más pasado que la "ruta del vino".
--
¿Y eso?
--
Aquel recinto de psicópatas cerró. La misma clientela, sin tener
que trasladarse, se atiborra a "creps".
El
Musso & Frank Grill existe todavía. Por fuera parece un
matadero de pollos. Por dentro sigue casi intacto. Se anuncia como el
restaurante más antiguo del Boulevard Hollywood. Allí, se reunía
la flor y nata, un poco agriada, de los guionistas de Hollywood:
Hammet, Chandler, Faulkner e incluso el solitario y delicado
Scott Fitzgerald…Fante y sus colegas.
Y
después se trasladaban a la trastienda de la librería, a seguirla.
Decirles
que se encuentra dentro del siniestro paréntesis que abre el Museo
de la Muerte y cierra el Museo de Cera. Por lo demás, todo resulta
siniestro en este paseo de la fama (póstuma).
4.
Berg,
había interrumpido Lulú para dedicarse en cuerpo y alma a su
Concierto para violín en memoria del ángel
Manon Gropius. Lo acabó en agosto del 35, justo cuando Barea buscaba
un refugio en Novés y Fante estaba con Espera la primavera...
Después continuó con Lulú, que no pudo acabar. Estuvo toda
su vida prevenido contra el número 23. Así que cuando pasó el 23
de diciembre, respiró hondo…y falleció
justo
entrado
el 24: Se lo llevó p’alante una septicemia de
abeja, como he dicho antes. La mascarilla mortuoria la sacó la
ubicua ex-Alma, coleccionista de lares, manes y penates.
Ya
saben Vds. (Ver 19 de abril) que el estreno mundial del Concierto
para violín tuvo lugar en el Palau de la Música
Catalana de Barcelona. Era Abril del 36, cinco días después de
que Miguel recitara, en equilibrio inestable, la Elegía.
Y siete días antes de que Azaña ganara las elecciones de
compromisarios para presidente de la República.
¿NO
quieren escuchar el “concierto”? Pues, nada, Uds. se lo pierden.
Hegel y yo lo oímos con recogimiento monacal. Y después, ato
al perro en la pata de una gigantesca mesa de mármol y voy a darme
un baño termal en la piscina descubierta.
5.
La
nochebuena de 1918, la burguesía alemana recibió el regalo más
inesperado (y más apreciado) que podía recibir… ¡y además de
sus enemigos naturales!
Aquella
Navidad, dios (?) no encontró siete justos que salvara a Sodoma. O,
si quieren Vds. los siete justos no encontraron un dios (?) a su
altura… Y las lenguas de fuego cayeron, vacías de espíritu, sobre
las cabezas de los trabajadores alemanes.
Los
marineros de Kiel (los dos mil de Wels) habían llegado en
noviembre. Se instalaron en el Berliner Schloss y en las
caballerías de enfrente. Y desde allí mantenían viva la llama
revolucionaria. Rosa y Karl habían sido liberados, pero seguían
desorientados. Ebert y los suyos, entre los cuales el resto del
ejército imperial, esperaban el momento oportuno... pero el momento
no llegaba.
Se
había anunciado, para el 16, la primera reunión de los Consejos del
Reich. Ebert-Groener estaban decididos a impedirlo. Pero: Las
divisiones que entraron el 10 y el 12 se desvanecieron
euridicianamente y no se pudo contar con ellas y el “golpe”
(o lo que fuera) del día 6, fracasó.
El
fracaso del “golpe”, sintetizó toda la problemática:
“restaurar el orden en Berlín”.
Desde
ese momento, la Volksmarinedivision, falsamente calificada de
“espartaquista”, estuvo en el punto de mira. Wels se
convirtió, de la noche a la mañana en su bestia negra: les negó el
sueldo, la residencia y pretendió reducirla al mínimo.
Y,
así, algo que parecía un asunto doméstico, se convirtió en
Historia Universal. El Batallón era, en sí mismo, el símbolo (¿y
la defensa?) de la revolución: Suprimirlo era atacar frontalmente el
bastión revolucionario.
Los
marineros se veían sin turrón y con el agravante de aguantar la ira
irracional de la suegra. Acuciados por esa perspectiva acudieron a la
Comandancia y, al no conseguir nada, se dirigieron a la misma
Cancillería, bloquearon las salidas, cortaron la línea telefónica
y se dispusieron a jugar fuerte. El gobierno de los Comisarios del
Pueblo estaba secuestrado. Wels había sido conducido a las
Caballerías. No había resistencia ninguna. El futuro de la
Revolución estaba en sus manos. Y también el dinero.
Ebert,
por línea telefónica directa, se puso en contacto con el Mando
Militar establecido en Kassel y pidió ayuda urgente. Las pocas
unidades que quedaban en Potsdam y Babelsberg se pusieron en marcha
hacia Berlín. Ebert se reunió con los Independientes (que aún eran
gobierno) les informó de las circunstancias, pero se calló lo del
movimiento de tropas. Los marineros se retiraron para ir preparando
la nochebuena.
No
se sabe cómo pero los marineros se enteraron de la marcha de las
tropas y nuevamente se pusieron en marcha hacia la Cancillería. En
el Zoológico se encontraron frente a frente: la reacción y la
revolución; aquella con instrucciones claras, ésta a su aire.
Dorrenbach volvió a encontrarse con Ebert (aún Comisario del
Pueblo) y le aseguró que si las tropas “imperiales” no se
retiraban, abrirían fuego. Ebert había cenado bien, había tomado
unas copitas del licor del ciervo y deseaba con fiereza echarse una
pequeña siesta de orinal y pijama y pidió a los futuros
contendientes que se abstuvieran de armar alboroto. Así se hizo. Las
tropas se retiraron: las unas hacia el oeste, hacia el Tiergarten
y las otras hacia el este, hacia la zona de las caballerizas.
El
infame talabartero, dio orden a las tropas instaladas en el
Tiergarten de que atacaran el Schloss y las Caballerizas en
cuanto el 23 se convirtiera en 24 de diciembre. Ebert había pasado
miedo, mucho... y juró por dios (?) que nunca más pasaría miedo.
Al
rojo amanecer los cañones atronaban en la Schlossplatz
La
batalla se prolongó hasta la hora del ángelus. Cuando se disipó el
humo y los muertos se hicieron visibles, se hizo evidente la victoria
de los marineros, apoyados por la población civill.
Mientras
tanto, en Viena: "En la noche de Navidad de 1918 volví
a casa. Eran las once en el reloj de la estación del este. Yo iba
por la Mariahilferstrasse, y una lluvia granosa, como nieve frustrada
o pariente pobre del granizo, caía del cielo hostil como
dardos oblicuos. Mi gorra estaba desnuda, le habían arrancado la
escarapela; también mi cuello estaba desnudo, le habían arrancado
las estrellas. Y yo mismo estaba desnudo (...) Los abrigos de los
vigilantes nocturnos en los edificios oficiales flotaban al viento y
se inflaban (...), las bayonetas no pareecían auténticas y los
fusiles colgaban medio torcidos de sus espaldas. Era como si
quisiesen dejar dormir a los fusiles, cansados como nosotros de tanto
disparar durante cuatro años (...) Era el fin. Pensaba en el antiguo
sueño de mi padre de una monarquía triple, y en su seguridad de que
este sueño llegaría a realizarse".
Trotta
encontraría la Cripta de los Capuchinos definitivamente cerrada.
En
Kassel cundió la más negra desesperanza y se aconsejó que cada
cual cuidara de su propio pellejo: ¡Todo estaba perdido! ¿Dónde
las 10 divisiones que habían entrado en Berlín catorce días antes?
¿Dónde las glorias de antaño? ¿Dónde las chulerías de Lequis y
Groener?... Pero como dios (?) escribe como le da la gana en lo que
considera que son renglones y ahoga cuando aprieta, inspiró
nuevamente a Von Scheleicher (que ya había aconsejado el envío de
las tropas desde Potsdam): la salvación vendrá de los voluntarios
(Freikorps), bandadas de sádicos de orejas de soplillo. Les quitaron
el chándal y los vistieron de forma aterradora, pintaron una
calavera en sus cascos, aumentaron su inmenso caudal de perversión
con tres o cuatro llaves de judo para darle a la masacre visos de
fraternidad olímpica y los armaron con un billete,¡nuevo!, de cien
marcos para soplarse las rayas de cocaina... ¡En 20 días Berlín
estaría limpio y en orden
Ebert
y el SPD en pleno se sintió arrebatado por esa magnífica idea. Pasó
la tarde departiendo (por teléfono) con Groener y al caer la noche
se fue con los suyos a comerse el mazapán y a “fer cagar el
tió”.
Los
marineros habían conseguido (¡ingenuos!) lo que querían: el
sueldo, mantener la brigada intacta y permanecer en las Caballerías
y en el Schloss. Celebraron la nochebuena “Fum, fum,
fum”, “Noche de paz, noche de amor”. Liebknecht,
el hombre más valeroso que ha dado Alemania, y uno de los más
inconscientes, pasó la nochebuena escribiendo un artículo
definitivo (¡este sí!) para Die Rote Fahne. Aparecería al
día siguiente, día 25, con el previsible título: La Navidades
sangrientas de Ebert. También los dirigentes revolucionarios
cantaron Noche de paz y convocaron una “gran
manifestación” para el viernes 26. Al mismo tiempo los
Independientes abandonaban el gobierno, poco a poco, como los
airados músicos de Haydn, dejando las manos libres a los
mayoritarios. La cosa se consumó el 29. El mismo día fueron
sustituidos por gente del SPD (entre los cuales el deseado Noske). Al
mismo tiempo los “espartaquistas” abandonaban el seno de
los Independientes y fundaban el KPD. Ebert aprovechó para proclamar
la definitiva unidad del Pueblo Alemán. Ya no se hablaba de
Revolución, ni de Consejo de los Comisarios del Pueblo.
La proclama fue rubricada por El Gobierno del Reich. Tras la
victoria vendría la masacre.
–¿Ves,
Hegel? La cosa empezó con elegía y acaba con elegía. Podemos, si
quieres, acabado el “Concierto a la memoria de un ángel”, oír
cualquiera de los múltiples “Réquiems alemanes”.
–Prefiero,
si es posible…¡cenar! Todo el día aquí, bajo las palmeras,
durmiendo y bostezando mientras TÚ te diviertes con tus
recreaciones.
Bueno
y aquí estamos, cenando y cumpliendo años, rodeado de una hermosa
familia que te permite (Hegel, ¡te permite!) meter TU morro entre
los platos.
TERCERA
ENTREGA
Cuando
nací, mi madre no estaba en casa; así que nací solo. Fui a la
vecina y le dije: Señora ¡que he nacido!. Al poco llegó mi
madre y se llevó una gran sorpresa.
¡Qué
grande, Gila!
Mi
madre era algo tremendo, tanto como la Maman de la Bourgeois
*.
El
eco del segundo disparo se apagó justo cuando se desvanecía la
última campanada que anunciaba la Navidad de 1771. En plena
Nochebuena. Y en ese momento, 180 años después, irrumpió en el
mundo quien esto escribe. Fue la única vez que la familia dejó de
cenar sopa de menudillos. De hecho mi primer recuerdo es esa
ausencia. Cuando, después de 60 años, dejamos de comerla, la
familia YA no existía. Mi entrada en el mundo está unida, pues, a
esa escena ridícula, a ese “¡Adiós! ¡Adiós!...”
De
ahí que mi vida en su primera parte fuera una acumulación de
despedidas.
Werther
exhaló su último suspiro (por cierto en la boca del mayor de los
hijos de su viejo y querido mayordomo) mediado el día de Navidad,
librándose de una vejez desdichada y comatosa, por evidente pérdida
de masa cerebral.
También
Charlie Chaplin eligió este hermoso día para morir. Y Tzara, ese
tzaratustra histriónico cuyo
mérito real fue propagar el uso (y
abuso) de la antipirina
o, como a mí me gusta llamarla, Fenildimetilpirazolona.
Y
Maurice Utrillo para nacer, de cualquier manera. El alcohol, sin
embargo, lo conservó puro. Miembro de la “Trinidad maldita”,
acabó sus días plácida y ricamente. Algo he dicho en otra parte. Y
Newton.
No
es este el único presagio:
“Por
fin se elevó el ancla, se largaron las velas y nos deslizamos
adelante. Era un día de Navidad, corto y frío, y cuando el breve
día nórdico se fundió en noche, nos encontramos casi en alta mar
en el invernal océano, cuya congeladora salpicadura nos envolvía en
hielo como en una armadura pulida.”
¡¡¡¡¡¡¡Homérico!!!!!!!
Mientras
el Pequod zarpaba desde la isla de Nantucket con Ismael y el
“salvaje” Quiqeg entre su tripulación, yo descabezaba mi
primer sueño (y digo descabezar porque ya lo hacía con
dificultades). Y así como el Pequod abandonó aquel medio día
la segura isla para internarse en el complicado cerebro de Akab, así
yo me deslizaba hacia el mar abierto, lleno de monstruos, de la vida.
Me
concibieron, el primer día de la primavera del 51, en una hermosa
cala, cerca de la ciudad de Cartagena, donde mi padre, al comienzo de
su triunfal carrera en la benemérita, vigilaba la costa con
la misma eficacia con la que después mantendría a raya el desierto
de Fortuna. Sólo le faltó conducir un caza, para que aquello de
“por tierra, mar y aire” fuera aplicable a mi
progenitor.
II
«Fui
despertada por el sonido de una música nueva, maravillosa y
desconocida tocada por un conjunto de cámara. Al finalizar, Richard
apareció con mis cinco hijos y me entregó la partitura llamada
“Regalo sinfónico de cumpleaños”». (“Diario”
de Cósima. Mañana del 25 de diciembre de 1870).
¿Puede
alguien sacarme de dudas: la hortera esta nació el 24 o el 25 de
diciembre? Aquella Navidad cumplía 33 años.
Se
trataba del estreno mundial del “Idilio de Tribschen con el
canto de los pájaros de Fidi y el amanecer del sol anaranjado, como
cumplido sinfónico de cumpleaños. Presentado a Cósima por su
Richard”, después llamado, juiciosamente: “Idilio de
Siegfried”, una de las pocas obras sinfónicas de Wagner,
incorporada después, casi en su totalidad, a la ópera Siegfried.
Una estructura inspirada pero en la que se hacen demasiado evidentes
los puntos de sutura de los diferentes fragmentos que lo componen.
Una obra en la que los guiños y confidencias familiares son tantas
que pensaron reservarla para uso interno. Sólo las “necesidades”
financieras hicieron que Richard la vendiera.
Aquella
mañana de domingo, Nietzsche se encontraba en la magnífica casa de
los Wagner a la orilla del Lago de los Cuatro Cantones y fue testigo
del acontecimiento. Aún llevaba la caca de la guerra franco-prusiana
pegada en el culo. Su “experiencia de guerra” fue
más bien limitada y poco heroica. Les regaló: a ella, un adelanto
de lo que sería El origen de la tragedia y a él, una lámina
de Durero: El Caballero, la Muerte y el Diablo.
Regalos, vistos desde la distancia, sumamente adecuados.
Este
día tan señalado ha sido elegido por muchos para nacer o morir. O
para dar significado a ciertos acontecimientos. Es un verdadero
cluster. Es necesario un cedazo bien calibrado para
seleccionar lo pertinente. La misma Lolita (“Lo”)
lo eligió para dar a luz. Su ¿hija? tendría ahora mi edad y
viviría en una “verdirrosa” ciudad de Nueva Inglaterra
“engordando y engordando hasta morir”. Por suerte
H.H. no vivió para verlo.
III
Hace
un mediodía espléndido. Hegel y yo comemos unas migas
tortilleras (bueno, él lo que cae) en Mahoya. Estas migas si no
las acompañas con un tintorro de la tierra, al mero contacto con los
líquidos bucales, se convierten en mortero. Para despegarlas
tendrías que pedir la radial al vecino.
¿Qué
qué hacemos aquí, al borde de la nada y no estamos celebrando este
señalado día con la familia? ¿Qué quieren que les diga? En mi
familia hace años que hemos llegado a un acuerdo cordial y
beneficioso: nadie pide explicaciones a nadie. Nadie se ve obligado a
nada… ¡No me dirán que no es una gran ventaja una familia así!
¿Cuántos de Vds. no darían una fortuna por estar tan ricamente en
Fortuna, comiéndose unas migas, sin necesidad de aguantar al
cuñado o a los niños, sabiendo, además, que esta noche serás
bienvenido y que eso forma parte de tu intocable forma de ser? ¿Qué
no darían muchos de Vds. por una familia como la mía, en la que
todo fluye sin obstáculos, sin compromisos y que, además, le
garantiza a uno unas comidas de Navidad como, seguro, no las han
visto en su vida…y no digamos ya catarlas? Y eso...sin hablar del
belén*.
Vale, es una costumbre entrañable e inveterada… pero, ¡oigan!
tanto pastorcillo y ratataplán plan…
Además ¿han pensado Uds.
cómo podían estar los pastorcillos cuidando sus rebaños al aire
libre y en pleno invierno? Esto de la Navidad
es una ocurrencia*… pero claro, nuestro redentor tuvo que haber
nacido algún día; si, por ejemplo, hubiera sido el 13 de junio, tal
día concentraría el black friday
y toda la parafernalia y tendríamos las mismas. Así que vamos a
dejar el tema. Añadir que el anglicanismo no estaba por la labor y
que Cuento de Navidad
de Dikens, ayudó a que tal fecha, y los sentimientos que le son
anejos, enraizara en las islas.
IV
Otra
gran ocurrencia, esta vez de Shane Mac Gowan (nacido tal
día como hoy,
del año 1957): acelerar la música folklórica irlandesa sobre una
ruidosa base punk-ska y litros de alcohol. Un Bukovsky
desdentado y deslenguado que dio personalidad (esquizofrénica) a uno
de los grupos que más han llegado a mi corazón (sobre todo si te
ponías al lado de los bafles): The Pogues (elegante
simplificación de “Bésame el culo”). Con Joe Stummer ya
fue otra cosa.
Le
pongo los auriculares a Hegel y le enchufo Sketches of
Sapin y Fiesta, levanta las orejas, arruga el ceño,
husmea el aire y sobre dos patas comienza una danza frenética. Los
bajos de la mesa le parece escenario escaso y se lanza al centro de
la plaza.
–Pero,
Hegel… ¿lo tuyo no era el “lieder”?
–¡Ya
ves!
Acabado
el espectáculo se acerca a exigir la recompensa. De todos los
rincones de la plaza le llueven trozos de cerdo que se zampa sin
dejar de mover el rabo. El camarero nos trae, de parte de un
siniestro grupo de autóctonos que se inflan a michirones, una
botella de Jameson… ¡y que no sobre ni una gota!
–¿No
tienes esa de Sex Machine *?
Lo
cojo por una oreja y lo meto debajo de la mesa. Me dice no se qué de
Van Gogh. Este perro tiene una memoria excepcional. Pues sí, Van
Gogh, tal día como hoy, del año 1888, estaba siendo trasladado al
Hospital de Arlés.
V
“El
25 de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk Eastman amaneció en una de
las calles centrales de Nueva York. Había recibido cinco balazos.
Desconocedor feliz de la muerte, un gato de lo más ordinario lo
rondaba con cierta perplejidad.” Su tarifa por cortar una oreja
ascendía a 15 dólares, por una puñalada exigía 25 y 100 dólares
“por el negocio entero”. Alguna vez afirmó que:
“Muchos bailecitos del Bowery eran más bravos que la
guerra europea”. Es lo que yo digo. Lean a Borges.
La
botella de “Jamenson” refleja los últimos rayos de sol.
Sobre la mesa un arco iris... y, después, el rayo verde. En
un rincón de la plaza el grupo siniestro controla la marcha de la
cosa. De aquí nos sacarán con los pies p’alante. O igual
me quieren robar el perro. Levanto el vaso en su dirección y lo
elevo un poco en señal de gratitud y de vasallaje. Ellos asienten a
cabezadas.
¿Conocen
Vds. a Vic Chesnutt? ¿No?... ¡Pues a qué esperan! Su música
doliente, ácida, sobresaliendo de oleadas de sonido espeso y sucio
o, por el contrario, paseándose por entre pellizcos dolorosos, es de
la que no se olvida. Su manera mínima de tocar la guitarra (mano
izquierda reducida a tres dedos útiles y mano derecha inutilizada,
como un Django parapléjico), su voz doliente y sus letras
lúcidamente estremecedoras. Escuchen Cobarde y díganme
cuanta valentía hace falta para afrontar la cosa. Él, simpático y
amoroso, reducido desde su juventud a una supervivencia grotesca,
siembra dignidad en las, a veces, estériles tierras de los oyentes.
Acumuló facturas con un Seguro Privado que finalmente no pudo
pagar. Debía 60.000 dólares y no podía pagarse ninguna
intervención más.
La
Compañía lo entendió y lo dejó morir.
Él
prefirió quitarse la vida (tal
día como hoy, del año 2009). Otro ejemplo del ejemplar
sistema sanitario estadounidense. Para no salirme del tema: También
el padre de Billie Holliday murió como un perro a las puertas de un
hospital… ¡por negro y por pobre!
El
Ángeles Times afirmó: “Si alguna vez usted
necesitó un claro ejemplo de la crueldad institucionalizada del
sistema de salud americano pregunte a Vic Chesnutt”. Él
ya no hubiera podido responder.
Y
el propio Chesnutt afirmaba: Podría morir mañana por otras
operaciones que necesito que no me puedo permitir.
Busquen
en You Tube: Empires of tin película (?) de Jem Cohen
(apunten este nombre en la lista de sus favoritos), cójanse una
botella de Master Jaeger (?)…vamos, el del ciervo, y suelten
amarras: Roth, K.K. y Bush padre, unidos en una crónica de la
decadencia. Chesnutt y los suyos convierten la filmación en
penosamente inolvidable.
VI
El
grupo de la esquina sigue intrigando. Creo que nos quieren
romper las piernas, Hegel. ¿Tu baile?… ¡Atento, Hegel,
se acerca uno!
–Buenas
tardes
–Buenas…
Hegel
se eriza y yo cojo la botella de Jamenson por el cuello
dispuesto a lo que sea. ¡Lástima que aún quede un culito!
–No
es Vd. el hijo de su padre…etc…etc y el hermano de …etc…etc
–Pues…
¡sí! ¡Pa lo que haga falta!
Resulta
que son antiguos condiscípulos de la escuela de los “cagones”.
Intercambiamos recuerdos. Los suyos son más abundantes y coloristas.
Todos juntos nos pimplamos otra botella de Jamenson. El sol se
pone. El arcoíris desaparece. La plaza gira. Creo que nos vendría
bien un paseo. Nos despedimos entre promesas y buenos
deseos.
–¡Felices
Pascuas!
–¡Felices!
Y que nos volvamos a ver con salud.
Dejamos
el coche en la plaza y nos vamos al Balneario
andando. Hegel trota como un potro. Mientras llegamos hay
tiempo suficiente para rememorar el último paseo de Robert Walser.
¿Tampoco conocen a Walser? ¡Vaya, vaya!
Hay
un paseo más triste (15 de enero), pero el último
de
Walser se las trae.
La
piscina termal sigue abierta
Media
luna. Las palmeras se mecen
¿Me
baño o no me baño?
–¡Ahógate
con tus haikus!
CUARTA
ENTREGA
Mi
padre, que tal día como hoy, del año 38, pasaba nostálgico la
navidad en cualquier posición del “frente de Gandesa”,
me hablaba de paseos siniestros y azaharosos. Todos
acababan con ruidos secos y con un sonido como de saco de patatas al
ser descargado de un camión. Así que siempre he tenido algo contra
los paseos. No soy paseante. A veces “flaneo”, pero eso es
más bien incursión aventurera, azarosa. Yo voy (y vengo), aunque, a
veces, en el camino, me entretenga.
El
paseo tiene algo de vintage, como las postales.
En
realidad casi nadie pasea: obedecen órdenes médicas o exigencias
estético-sociales. Nadie envía postales.
–Así
que me utilizas como terapia, ¿eh?
–Como
conciencia lógica, diría.
–¡¡Es
lo mismo!!
–Cualquier
día te cambio por un R.U.R.*
–Más
temprano que tarde, tomaría conciencia de la explotación... ¡y me
las pagarías!
–¡¡Salamandra
*!!
–Sólo
te falta decirme "¡carroña!", como al perro Salamano.
–¡Sweets
dreams!*
El
día es magnífico… sino fuera por estas pequeñas discusiones.
Hemos ocupado el sitio que ocupamos ayer, bajo las palmeras y Hegel,
cabizbajo, se prepara para una tarde de perros.
Vale que esto no es
Marienbad, ni yo soy Goethe. Esto es Fortuna, la veleidosa.
Como
no me gusta mezclar, pido una copita de Jameson. El camarero
(camarera) le pone a Hegel un recipiente con agua. Gracias. Cojo el
vaso con la elegancia natural de Bogart (*) y no con la chula
displicencia de Dean Martin (*) que, por cierto, ha dejado dicho que
lo que bebía no era güisqui sino té frío. Así que el mapa de
Cariñena que pacientemente se fue dibujando en sus mejillas era pura
coquetería.
Dejando
aparte el Dry (estilo Buñuel), no soy amante de los cócteles. Si lo
fuera, hubiera pedido un Chicote (*): coctelera, tres cubitos
de hielo, cucharada de Grand Marnier, media copa de vermut rojo y
media de ginebra seca. Se sirve en vaso de cóctel con un trocito de
espiral de piel de naranja.
Chicote
logró la mayor colección de botellas (llenas) del universo-mundo
que el mismo Onassis quiso comprarle por una millonada. Cuando murió,
fue a parar a las garras del caradura de Ruiz Mateos. Al final se
encontró en una nave de Las Rozas... Sic transit gloria mundi.
Dio
más vueltas que el corazón de Maciá*. El pobre Tarradellas
tuvo que soportar su hedor durante decenios y al final resultó ser
el de un pobre desgraciado al que habían partío el corazón.
Abierta la tumba para recolocarlo, resultó que nunca le habían
robado el órgano vital. Cosas de la masonería que, en eso, se
parecía a Goethe* a quien, por cierto, una jovencita le
rompió su viejo corazón en Marienbad, igual que otra jovencita (Ch.
Volpius) se lo había curado decenios antes. Pese a su natural
remirado y amante del orden (por encima de la justicia como era),
tuvo un hijo natural con la Volpìus: Julius August Walther von
Goethe, que vivió lo suficiente para ver a su padre haciendo el
ridículo en el balneario pero no para sacarle la mascarilla
mortuoria… que de haber estado Alma Mahler…El tal Julius nació
un día como
hoy, de ¡1789! (mientras su padre, aparte de seguir los
avatares de la Revolución Francesa, escribía La Selva Negra
y daba pasos hacia un neoclasicismo italianizante). Y murió en
¡1830!, el año de las tres revoluciones: La Sinfonía
Fantástica, Hernani y la que pintó Delacroix…¡para
horror del padre!
No
contento con lo que había conseguido en la corte de Weimar y en el
campo de las letras, se lanzó a rebatir, sin éxito, la teoría de
los colores de Newton*.
Por
su (de Chicote) local de la Gran Vía pasaron tutti quanti podían
pagarse el gusto. Incluido, naturalmente, Dean Martin y Sinatra en
los tiempos que disputaba la novia con un torero catalán. No
es banal el detalle de que fuera Chicote (¡desde los tiempos de
Besteiro hasta la Transición!) el encargado de la(s)
barra(s) del Congreso de los Diputados.
Y
hablando de barras, de paseos y
tal, no estaría bien que concluyera este día sin hacer mención de
los Blondin, padre, hijo e imitadores (o suplantadores, sin más). Ya
el padre del padre de Marcel Blondin se había hecho un nombre entre
las tropas napoleónicas. Su fuerte era la contorsión. Es realmente
raro que Stendhal no lo cite. Fue su hijo, sin embargo, el que,
añadiendo intrepidez al asunto, catapultó la saga hacia la gloria
perecedera: Jean François Gravelet-Blondin (¡el gran Blondin!) “el
héroe del Niágara,
el rey de la maroma”. Clavaba
una estaca en los territorios llamados a ser Canadá y otra en el que
era el país más poblado de la Unión, tendía una maroma y se
paseaba por ella como Perico por su casa… pero, en fin, ya he
comentado algo en otro lugar. Baste, pues con lo dicho sobre el
padre. Sobre el hijo diré algo: Siguió sus peligrosos pasos. Y su
ruidosa y espumeante fama le acompañaba.
Así
que tal día como hoy,
del año 1884, se presentó en Barcelona para realizar la proeza de
cruzar el mítico,
bullanguero y peligroso (más que el río Niágara)
Torín de la
Barceloneta. Su padre lo había intentado (y conseguido). Sólo un
borrón: había “llevant”
y no pudo cruzar, como quería, a ningún pasajero. Pero hizo lo que
le vino en gana, incluyendo la famosa tortilla paterna, que aquí,
por la fuerza de lo consuetudinario, fue aderezada con patatas y
cebolla. El hijo fue llevado a hombros. Al padre, suplantado por
arribistas que creyeron la falsa noticia de su muerte (¡otro más!),
se lo llevaban los demonios y las malas inversiones: Quiso cruzar de
nuevo el Niágara, habló de la torre Eiffel, e, incluso, se propuso
como prototipo para el futuro funicular de Montjuich al puerto. Lo
mató la diabetes.
O
me doy prisa o me dan las uvas.
La
tarde va cayendo. Yo sigo su ritmo. El perro duerme. A partir de este
momento todo se desliza hacia abajo.
Cualquier
acontecimiento puede ser contado de diferentes maneras, depende del
estilo y, por qué no, del humor con que te levantes. A mí me ha
salido así:
Ese
hombre que, tal día como hoy
del año 1956, encuentran muerto en la nieve lleva 27 años recluido
en clínicas mentales, 23 de los cuales en Herisau,
Appenzell-Ausserrhoden, Suiza…ese extraño país lleno de recelosos
pajaritos de madera: es Robert Walser, escritor de escritores, y
lleva 23 años sin escribir ni una línea (“he ingresado para
estar loco, no para escribir”). Su elegancia, su finura, su
delicadeza; su ironía, su ternura; su silencioso e intrascendente
parloteo; su discreción y armonía... ¡todo!, ha quedado
desfigurado por una ligera capa de nieve que le cubre el cuerpo. Su
desprendimiento se manifiesta en el sombrero, que yace apartado, como
velando el cadáver. Ofreciéndose a cualquier destocado transeúnte.
El índice y el corazón de la mano izquierda amarillean por su
afición a los cigarrillos Maryland… Y a punto estuvo de quedar
sepultada su profundidad.
Le
gustaba el invierno, la soledad (por llamarlo así) y no por
atrabiliario, aunque un poco receloso sí que era, sino a causa de la
simplicidad y recogimiento del paisaje invernal. Prefería servir a
ser servido. Tú ibas y él volvía (paseando).
El
mundo para él, estaba entero en el camino que conduce de Herisau a
Saint Gallen, que conocía con los ojos cerrados, como yo el de mi
casa al condis.
La
navidad del 54 la había celebrado con un paseo por los prados y
bosques que hay de camino a las ruinas del castillo de Herisau. Iba
en compañía de su “tutor”, el benefactor (y poco
reconocido) Carl Seeling y, naturalmente, hablaron de von Kleist, que
parecía formar parte del menú de Navidad. Walser estaba de acuerdo
con el rechazo que Goethe sentía por el romántico. Siguieron
paseando y Walser dejó caer:
–“En
general, las gentes llamadas “malas” no son en absoluto tan malas
como las llamadas “buenas””– Y lo ilustró con ejemplos.
La
Navidad del 55, bajo una ligera lluvia e inmersos en una espesa
niebla, se dirigen a Saint Gallen y naturalmente vuelve von Kleist y
su “Cántaro roto”. Goethe fue el responsable de su
fracaso en Weimar. Los silencios son cada vez más prolongados. La
conversación, entrecortada, pasa de un tema a otro, según el
paisaje y sus componentes iban pasando ante sus ojos.
La
Navidad del 56, o sea, tal día como hoy, el perro
dálmata de Carl, “Áyax”, se encontraba enfermo y Carl no
quiso dejarlo sólo. “Debido a su penoso estado, había aplazado
el siguiente paseo con Walser de Navidad a Año Nuevo…De pronto
sonó el teléfono. El médico jefe me dio la noticia de que, poco
después del mediodía, Robert había sido encontrado muerto en un
campo nevado… el mismo en que las navidades del 54 habíamos pasado
horas inolvidables. Esa noche no quise ver más árboles de Navidad.
Su luz me dolía demasiado”.
–No,
si aún tendré yo la culpa…
–¿No
estabas durmiendo?
–No
puedo. Te leo el pensamiento.
Ya
en “Jakob von Gunten” había dejado escrito:
“La
verdad es que nunca he sido niño
("hay algo más triste
que envejecer, seguir siendo niños". Pavese. 25 de diciembre de
1935) y por eso estoy convencido de que en mí quedará
siempre un componente infantil. He crecido en edad y en estatura,
pero la esencia no ha variado. (…) Tal vez nunca llegue a echar
ramas ni hojas. De mi esencia y mis orígenes emanará algún día
quién sabe qué perfume, me convertiré en flor y exhalaré un
ligero aroma, como para mi propio placer, y luego inclinaré la
cabeza. (…) Mis brazos y mis piernas se irán debilitando
extrañamente, mi espíritu, mi orgullo, mi carácter, todo, todo se
quebrará y marchitará, y yo estaré muerto¸bueno, no exactamente,
muerto sólo en cierto modo, y tal vez siga viviendo y vegetando así
durante sesenta años”. No fueron tantos: los suficientes.
Y
en la muerte de Sebastián, joven y ya poeta, presintió la suya
propia: Lean Vds. el capítulo séptimo de “Jakob…”, del
que me atrevo a citar: “¡Con qué nobleza ha elegido su tumba!
Yace en medio de espléndidos abetos verdes, cubiertos de nieve...
Yacer y congelarse bajo unas ramas de abeto sobre la nieve: ¡qué
espléndido reposo! Es lo mejor que pudiste hacer. La gente está
siempre dispuesta a hacerles daño a las aves raras como tú….”
...
Y, así, se va extendiendo en heladas visiones premonitorias. Y yo
recuerdo el final de Los vividores, esa magnífica película
de Altman.
Snow,
keep on falling
–¡Posadera!
–¿He
oído algo improcedente?
–En
absoluto, querida joven. He querido llamar su atención para que me
sirviera una copita. Quiero ver el último rayo de sol cruzar el
güisqui y abrirse iridiscente sobre este florido mármol de
Crevillente.
–Habla
Vd. como un poeta. ¿No será, acaso, poeta?
–¿Poeta?
Más bien un bebedor compulsivo. Cuando se pasa le da por los
“rodolíes”
–¡¡Hegel!!
La
comida de Navidad fue especial y él tenía hambre. Nunca rehuyó una
buena comida ni un buen espirituoso. Comió choucroute con
carne, salchichas con mostaza y remató con una copa de merengue con
nata montada. Vean Uds. cómo lo cortés no quita lo valiente.
Apuesto a que tomó un par de copitas de aguardiente de trigo. Se
sintió algo pesado y esperaba a su tutor
para dar el acostumbrado paseo navideño… ¡y poder hablar de von
Kleist! Áyax estaba enfermo y Carl, como he dicho, se quedó
para hacerle compañía.
Decidió
dar el paseo en solitario: Salió del sanatorio, bajó por la
Degerheimerstrasse, pasó por el túnel que salvaba la
estación y se dirigió, por Wachtenegg, a las ruinas del
castillo. Una hondonada separa la cima del Rosenberg de las
ruinas. Baja con precaución, haciendo cuña con sus zapatones, como
los esquiadores prevenidos.
“El
sol brillaba pálido (…) con ternura melancólica y titubeante. (…)
De pronto, los latidos de su corazón empiezan a renquear. Se marea.
Sin duda es un síntoma de la arteriosclerosis senil de la que el
médico le habló en una ocasión, advirtiéndole que se tomara los
paseos con calma. Repentinamente, recuerda los espasmos en las
piernas que le han asediado en anteriores paseos. ¿Vendrá ahora uno
de ellos? ¡Qué molestas son esas cosas, qué neciamente
inoportunas! Ahora… ¿qué es esto? Cae abruptamente de espaldas,
se lleva la mano derecha al corazón, y se queda quieto. Con la
quietud de los muertos. El brazo izquierdo yace extendido junto al
cuerpo, que se enfría con rapidez. La mano izquierda está un poco
agarrotada, como si quisiera aplastar con la palma el áspero y breve
dolor que ha asaltado al caminante como una pantera al acecho. Un
poco más arriba está el sombrero. La cabeza, ligeramente inclinada
a un costado, ofrece ahora al mudo paseante una imagen de total
placidez navideña. Tiene la boca abierta; es como si el puro y frío
aire del invierno aún penetrara en él
Así
lo encuentran, poco después, dos chiquillos que han bajado patinando
en sus trineos de madera desde la granja Burghalden, de la familia
Mauser (…) Una mujer que ha subido desde el valle con su perro para
hacer una visita navideña (…) ha contado que era curioso lo
inquieto que Bläss estaba hoy. Había intentado, entre ladridos,
soltarse de la correa para correr al prado, en el que había algo
extraño, inusual. ¿Qué puede ser? ¿Id a ver, chicos!”
Walser
como literato quedó estancado (¿) en 1933… ¡y es una suerte!
Ya
es noche cerrada y tenemos que volver a Mahoya a recoger el coche que
dejamos aparcado en la plaza e ir a la cena familiar. Iremos dando un
paseo, pero antes tendré que derribar la mesa con la media docena de
vasitos que la camarera ha tenido a bien servirme. La luna se esconde
de vergüenza. Nos orientaremos por las constelaciones *.
QUINTA
ENTREGA
1
"Durante
el cacheo en el aeropuerto: ¿Es un libro eso que lleva en el
bolsillo del abrigo?--Sí--¡En Navidad es natural que se lea un
libro, ¿verdad?" Con esta
anotación, hecha el 25
de diciembre,
cerraba el año 1976 Peter Handke... Snow, keep on falling
2
"Con
Langer: Sólo podrá leer el libro de Max dentro de trece días.
Podría haberlo leído el día de Navidad, ya que de acuerdo con una
vieja tradición uno no puede leer la Tora el día de Navidad, pero
este año Navidad cayó en
sábado. Dentro de trece días es la Navidad rusa, y
entoncs lo leerá." (Kafka.
25 de diciembre
del año 1912)
3
"Avanzado
en la lectura del Evangelio de San Lucas; hoy he leído el capítulo
22. En él reprocha Cristo a sus adversarios que lo ataquen de noche,
aunque se dejaba ver a diario en el Templo —"pero es es
vuestra hora, cuando mandan las tinieblas" (Navidad
del 43. París).
¡Y
que tenga que oirlo de tus labios, Jünger!
4
"Lo
que es llamativo en Turín es el completo dominio que ejerzo sobre
los demás, aunque sea el hombre menos difícil de contentar y nunca
exija nada. Pero
cuando entro en una tienda grande, todas las miradas cambian; por la
calle, las mujeres me miran, mi vieja frutera me reserva sus racimos
más maduros ¡y me cobra a mí más barato que a los demás!... Me
parece ridículo (Moraleja: no me ha dlido el estómago ni una sóla
vez).
Voy
a comer a una de las mejores trattorias, que tiene dos pisos inmensos
con varias salas y salones. Pago por cada comida un franco y
veinticinco centavos, propina incluida, y me sirven los platos
más escogidos y más delicadamente preparados (...) Antes no tenía
ni idea de lo que era la carne, las verduras, ni de cómo pueden ser
todos esos platos italianos típicos... ¡Hoy, por ejemplo, los más
delicados ossobuchi, Dios sabrá cómo se dice en alemán, con
la carne pegada al hueso, divinamente melosa (...) Los
camareros que me atienden llaman la atención por su distinción y su
amabilidad: lo mejor de todo es que no desprecio a nadie... Como todo
es aún posible en mi vida, tomo nota de toda esta gente que me ha
descubierto durante mis años de oscuridad. No es imposible
que quien ahora me está sirviendo pueda ser mi futuro cocinero.
Nadie me ha tomado aún por un alemán"
(Nietzsche
a Overbeck. Navidad del año 1888. Diez días antes de su
derrumbe total y definitivo).
No
puede acabar así un día como el de hoy
CONTINUARÁ...