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sábado, 30 de noviembre de 2013

Propuesta para hoy, día 30 de noviembre: “La forja de un rebelde”



Voy a contarles una de las más tenebrosas y humillantes páginas de mi vida. El “hecho” ocurrió tal día como hoy…de eso estoy seguro: era un 30 de noviembre, día de san Andrés; porque Andrés, con su R- 10, nos llevó a Orihuela y nos invitó a unas cervezas. El año era el 68 o el 69. Tengo datos que hacen imposible que fuera el 67 o el 70. En todo caso, observen que el mayo francés “rescoldaba”; el “Che” acababa de ser asesinado; lo de Menphis aún llenaba editoriales y Vietnam… Yo tenía 18 años, 17 en el mejor de los casos…

Contextualizo para resaltar lo sombrío del “hecho”.

Yo ya no vivía en el pueblo de las cabras y agotaba mi estancia en el otro. Faltaban pocos meses para que desapareciera: “Hoy me veis, mañana no me veréis…porque me voy…” del padre y de la madre.

Tenía una novia guapísima. Nos veíamos a diario: en el autobús. Le guardaba sitio. En Murcia comíamos juntos y demás. A la vuelta ella se quedaba en su pueblo y yo seguía 6 kilómetros más.

Por entonces se rumiaba en el pueblo de mi novia el caso escandaloso de unas chicas, la mitad del grupo de mi novia, que se habían fugado con los integrantes de un “campanudo” conjunto instrumental, tipo “Los Canarios”. Habían conseguido un largo contrato nada menos que en Irán y, seguramente, ignorantes de que Irán (aún) no era un país islámico, decidieron llevarse las chicas y varias cajas de coñá.  Las chicas no tardaron en volver, pero ellos volaron y ya no se les volvió a ver el pelo (que era mucho). El asunto se rumiaba, se regurgitaba y volvía a ser rumiado. Finalmente, con tanto trasiego, se difuminó euridicianamente. Acrecentó, sin embargo, la idea de que “las jóvenes de ahora son unas putas”. Idea que acabó por imponerse al proceso de mitificación que había empezado en algunas mentes inconformistas.

Ya tenemos el contexto (casi) completo: Un mundo atravesado por antagonismos de envergadura, al borde de la revolución mundial y un pueblo sacudido por la hazaña de unas jovencitas que se dieron el gusto de ir y volver a Irán ¡en una semana!

Bueno el caso es que el tal Andrés tuvo a bien invitarnos a unas cervezas en un bar que conocía en Orihuela. Una especie de taberna a lo “Lone Star” con una máquina de discos y demás. La especialidad de la casa eran las patatas asadas al horno, el conejo con tomate, y la sangre frita con cebolla.  Nos subimos tres parejas en el R-10, que, como vds. sabrán, era más estrecho que el R-8. Yo vestía mis tres piezas azul plomo surcado de infinitas rayas blancas, aquel terno que me confeccionó mi vecino, sastre, según las estrictas directrices de mi madre. Llevaba reloj de 21 quilates que había costado la friolera de 2.500 pesetas, y 25 pesetas en el bolsillo (que daban para un paquete de tabaco, “46”, y una caña con ensaladilla).
Perico iba embutido en unos pantalones de “pata de elefante” y “cintura de avispa”, con trabilla. Andrés, por su trabajo, siempre vestía traje de corte tradicional. Las chicas: falda cortita de pliegues, jersey estrecho hasta el ombligo y “trenca”. Era domingo, por la tarde.

Cenamos de la especialidad de la casa. Y bailamos al ritmo de “Ob-la-di  ob-la-dá” y de los éxitos de “Shoking blue”. Se bailaba diferente: Unos dábamos saltitos sobre la pierna derecha y después sobre la izquierda (las adelantábamos un poco para amortiguar); Las manos, abiertas, se posaban como mariposas en la rodilla correspondiente al tiempo que todo el cuerpo era recorrido por temblores palúdicos.
Otros, seguían el modelo “esquiador”: brazos paralelos al cuerpo y formando un ángulo de 90º y entonces hacías como si bajaras un vertiginoso eslalon gigante. Los menos, bailaban por “rumba”.
Los “paisanos” acudían en masa: ¡a reírse!...¡de forma incontenible! Daban golpes con la mano en la barra y se les saltaban las lágrimas. El mesonero no paraba de echar patatas al horno, matar conejos y pelar cebollas: se lloraba de risa.

…¡si hubieran sabido lo que vendría después!...

El tiempo volaba” y “sentías que ya llegaba la hora”: era el momento de los besos y de recoger las cosas. La clientela habitual intentaba prolongar la rechifla y te pagaban la última.

De vuelta en el pueblo, tomamos una cerveza y cada oveja con su pareja. Acompañé a la dama a su casa, como un caballero, y me dispuse a hacer la caminata acostumbrada…Era una noche apacible, la luna marchaba hacia llena y yo marchaba feliz y rebosante de amor.

No llevaba ni medio kilómetro cuando empecé a sentir retortijones, como si me hubiera tragado un gato rabioso. ¿Quizás nos habían dado felino por conejo?

Quienes hayan conocido aquellas carreteras, recordarán que estaban flanqueadas por acequias de riego y que a las casas, distantes unas de otras decenas de metros, se entraba por puentes construidos con troncos (o cañas) y barro. De vez en cuando un carril salía y se perdía entre los limoneros…pero sólo de vez en cuando…

Los retortijones iban a más y mi resistencia a menos. Estaba a punto de quebrarse.
Aceleré el paso no sé con qué intención. Desaceleré sin saber por qué. Me retorcía. Metía los cuartos traseros hacia dentro y andaba como Jerry Lewis. Lo intenté todo. Los retortijones se estaban resolviendo en lo propio. Empezó el sudor frío y la desazón. No podía desahogarme en ningún sitio que fuera “propiedad pública”. Todos los puentecitos que la luna me permitía distinguir conducían a “propiedad privada”. De vez en cuando una mortecina luz pasaba a mi lado y se perdía en el horizonte. No podía intentar lo que entonces se llamaba “auto-stop” (no sé ahora): No sólo no hubiera podido evitar lo inevitable, sino que, además, el anonimato…etc…etc

Sólo había tres soluciones:
·        Cruzar uno de aquellos pontones que conducían a “propiedad privada”.
·        Desahogarme en plena comarcal 320
·        O…
Me decidí por lo primero.

Aún no había cruzado el pontón (1 m.) y ya llevaba los pantalones por la rodilla. Como picado por una tarántula me oculté detrás de un macizo floral… ¡eran rosales!  y ¡empezó a subirme una calma!…al tiempo que bajaba el producto de los retortijones.

Miraba la luna y lloraba de agradecimiento.

Fueron sólo segundos de placidez. Una sombra salió de la casa enarbolando un tronco de naranjo y gritando. ¿¡Quién va!? ¡¡Ladrones!! Los perros empezaron a ladrar, los grillos a “grillar”, las ranas a croar, los gatos a “maullar”, las culebras a hacer pffffs…pfffs y yo a dar alaridos que querían pasar por disculpas. El universo-mundo se llenó de bramidos. La sombra, ¿al azar?, se iba acercando. Daba mandobles a diestra y siniestra. Me levanté y salí como lanzado por una catapulta.

El terno se rasgaba en las infinitas espinal del rosal (no hay amor sin espinas)…una espina por cada una de las infinitas rayitas blancas…

Con la mano derecha sujetaba mis prendas inferiores y con la izquierda peleaba con el macizo floral. La luna acabó de delatarme. La masa sombría se acercaba peligrosamente y cuando iba a descargar el tronco de naranjo sobre mi cabeza, cayó cuan larga era sobre el providencial “centro de mesa”…Yo ya estaba, a medio vestir, en “zona pública”. No podía parar de correr y la “sombra” de gritar. Y como todo lo que puede empeorar, ¡empeora!: unas “largas” venían a toda hostia. La sombra huyó despavorida y una avalancha de vergüenza y de oprobio me empujó hacia la cuneta…con tan mala fortuna que fui a parar al fondo de la acequia (¡recuerden que las carreteras estaban flanqueadas por acequias de riego!). Intenté agarrarme (¿asirme?...¡es poco!) a los matojos de la cuneta y el valioso reloj quedó enganchado en un “matojo” resistente y mal intencionado, puesto ahí por una inteligencia burlona y enemiga. Así quedé: de pié, hundidas las piernas, hasta media canilla, en el cieno pestilente y con el brazo izquierdo en alto, mostrando la hora a los imposibles transeúntes.

En aquel momento me pasó por las mientes: “He aquí mi hijo bien amado en quien pongo todas mis complacencias”. Y pasado el impulso religioso, aquello de “mark twain!”: “marca dos!” (brazas) típico grito de los negros en los “riverboats” del Misisipí que se refería al calado mínimo para una navegación segura. De ahí lo tomó Samuel L. Clemens (nacido tal día como hoy, del año 1835).

¡Faltaban 5 kilómetros para llegar!  ¡Y aún no disponía de Ángeles Custodios!

La bilis negra hizo que olvidara el resto del trayecto, que supongo lleno de presentimientos nefastos. Parecía recién salido del video clip de “Thriller”, editado tal día como hoy del año 1982.

Di golpes en la puerta trasera, mi madre se levantó a abrir y volvió a la cama. Tengo que repetir aquí que mi madre no me dejó NUNCA las llaves de casa: “Tú llama, hijo mío, llama” y las puertas del cielo se te abrirán... En fin…pasó la noche y el día siguiente, y el siguiente…así hasta el sábado. Pese al intervalo de séptima, aún oí aquello de: “Paíce que han entrao al robar en la casa del tío Perete”. Y, como aún no habían llegado los moros, “habrán sio los gitanos”. Peor hubiera sido oir: “Paíce que han entrao a cagar a la casa del tío Perete”. No lo hubiera soportada. Hubiera confesado allí mismo, en la puerta del estanco.

Como no hay mal que por bien no venga: el traje quedó definitivamente arruinado. Sólo se pudo aprovechar el chaleco. Me negué en redondo a parecer un crupier. Mi madre  lanzó una amenaza (que fue una profecía) “al dente”: “¡No tendrás más ternos!”. Por lo que hace al reloj, en cuanto pude me desprendí de él: se lo regalé a un amigo; lo vendió y se compró tacos de goma para las muletas (para seco, para mojado y para la nieve) y aún le sobró: era cojo.

Y, como dios escribe a ciegas en lo que cree que son renglones, gracias al “hecho”, llegué a comprender la inconveniencia de la propiedad privada… ¡y me encaminé hacia la revolución!
Tampoco fue obstáculo, ni consciente ni inconsciente, para que siguiera una brillante carrera académica, centrada en la Filosofía en general y las cuestiones epistemológicas en particular.

Para acabar:
·        La vida de Mark Twain estuvo marcada (principio y fin) por el cometa Halley: Dos “entes” tan extraños merecían andar a la par.
·         Y la de J. Swift por la niña Esther Johnson (posible hija de sir Williams Temple, de quien J.Swift, nacido tal día como hoy del año 1667, era secretario) que volvió, mujer, a reaparecer en su vida bajo el nombre de Stella y…















viernes, 29 de noviembre de 2013

Propuesta para hoy, día 29 de noviembre. Isla de Ellis.


Así que le coloqué su camita en mi habitación y nos pusimos a dormir…¡a la misma altura!...respirando polvo espeso, casi barro. A los cachorros el corazón les va a doscientos por hora; las emociones del día se traducen en impulsos del corazón. Hacen ruidos por el gozo de oírlos. Muerden el aire y todo lo que ocupa espacio. Y, agotados, se sumergen en un  pequeño y, ya proceloso, océano de sueño…
A media noche (¡más o menos!) ya estaba acurrucado, apoyada la cabeza en mi almohada.

--¡Hegel…que sea la última vez!
--No sé lo que es “última vez”. Estoy comenzando.

Me disculparán vds. que no me refiera continuamente a las continuas deposiciones del cachorro. Tiempo habrá de contarles los métodos empleados en su correcta educación.
Bueno, empezamos lo que llegará a ser rutina: su ración de bolitas, agua y alguna golosina para ir enseñándole las primeras letras.

Y para mí lo de siempre.

Ya saben vds. que el perrito procede de los Sudetes: ya, tan pequeño, objeto de crueles transacciones. O sea, es un “emigrante ilegal” que ha conseguido, por suerte, el permiso de residencia….¡y con el tiempo la nacionalidad!

                                    

Ya les imagino a vds. haciendo tiempo en el bar del “Battery Park”. Han escogido un viaje fuera de temporada. No les importará el frío esdrújulo…Es la única forma de viajar en familia. Páguele a los niños un cacaolat caliente con Kelloggs (*), a la mujer un té y pímplese vd. un güisqui doble, (nada…dos movimientos bruscos de muñeca…¡no crea que le van a poner un cuartilllo!) que le de ánimo y fuerzas para llevar a la manada a buen puerto. Preparen 24 $ + 24 $ + 12 $ + 12 & = 72 $ y suban al transbordador que les llevará, primero a La “Estatua de la Libertad” (pasen de largo) y, finalmente, a la “Isla de Ellis”, la antigua “Isla de las ostras” o  la futura “Isla de las lágrimas” o “la Deseada”…¡Abríguense bien!

También podían haber ido en autobús y cruzar andando el puente, pero les  ha parecido  más auténtico hacerlo en barco. O a nado, si no llevaran la rémora de la descendencia.

La isla era un islote. Se ganó terreno al mar con los escombros del metro. Ahora es una isla geométrica, un rectángulo con una hendidura en el lado largo que mira a Brooklyn, por donde “entran / salen” los barcos que “llegan / van” “de / a”  Manhattan.

Tal día como hoy (otras fuentes afirman que el 12 de noviembre) el año 1954, la Isla dejó de funcionar como puerto de entrada de emigrantes.  Más de 1/3 de la población estadounidense desciende de gente que entró por Ellis: 12.200.000 personas (¡11.747 el 17 de abril de 1907!).

En el trayecto se acordarán del momento en el que Vito Andolini está a punto de convertirse en “Vito Corleone”. O de “Charlot”. O de Johnny Weissmüller, en “Tarzán”. O de Bela Lugosi, en “Drácula”.

“Lo que yo, George Perec, he venido a preguntarme aquí es lo errante, lo disperso, la diáspora. Ellis Island es para mí el lugar mismo del exilio, es decir el lugar de la ausencia de lugar, el no-lugar, el ninguna parte”…¡Coño…como el Condis!

Inviten a sus hijos a que practiquen la lectura en el “Wall of Honor”…quizás encuentren algún apellido conocido…¡los hay! 
 
     




Verán la estatua de una chica que se protege el sombrero del viento o, simplemente, se lleva la mano a la cabeza ante la contemplación de lo que le espera: Es Annie Moore, del condado de Cork (Irlanda), la primera persona que bajó del primer barco, de los tres autorizados (“El Nevada”…en efecto, caía una nevada conmemorativa) y la primera registrada aquel 1 de enero de 1892, día en que se puso en funcionamiento la estación. En Cork se erigió otra, esta vez se hizo justicia a los dos hermanos que la acompañaban.  Iban tras los rastros del resto de la familia.

Las navieras en feroz competencia por las suculentas ganancias, bajaban precios…de tal manera que un viaje transatlántico se convirtió en asequible…eso sí, las condiciones eran propias de la ganadería preindustrial.

El “jefe” de la Isla se acercó a la niña y le entregó una “conmemorativa” moneda de oro de 10 $. Nunca había tenido un regalo semejante: ¡cumplía quince años! No puede negarse que entró con buen pie. Se estableció en Nueva York (32 de Monroe Street, en el Lower East Side, entre los actuales puentes de Manhattan y el de Brooklyn); se casó con un inmigrante alemán, estibador del Mercado Pesquero de Fulton; tuvo once hijos, de los que murieron un montón y murió por complicaciones cardíacas el 6 de diciembre de 1924. Está enterrada en el cementerio de Calvary (Queens).

El último fue Arne Peterssen, en 1954.

La mecánica era farragosa, a veces humillante, pero, sin duda, mucho más “humana” que el “protocolo” actual, conducente al exterminio. Había cocina-comedor, hospital, dormitorios…¡sólo faltaba la sala de la tele!
Se les hacía un reconocimiento médico, se les pasaba un formulario con 29 preguntas (incluyendo el asegurarse de que estaban en posesión de, por lo menos, 25 $) y, si todo iba bien, se les ofrecía un billete de tren, con descuento, a donde quisieran.

…Y salían como sale el agua de la manguera cuando pones el dedo gordo para regar las plantas de tu jardín…

El 2% se quedó con las ganas. Unos tres mil se suicidaron.

Allí dejaron apellidos, ropas, maletas…y salieron zumbando.

Habrá llegado la hora del bocata. Su esposa habrá preparado unos sándwich con pan de molde (semejantes al que les entregaban al desembarcar). Cómanselos, bien abrigaditos, en el triangulo que sobresale (“Cristian Marchi”) y contemplen la silueta de Manhattan y la “Estatua”. Metan unas monedas en los “telescopios” y dejen que sus hijos se entretengan. 

Y puesto que de fronteras va la cosa, viene a cuento el origen del concepto de “border line”, propuesto en clara referencia a los desafortunados que esperan en el lado malo de la frontera. El darwinismo biológico, con la decisiva ayuda del redescubrimiento de Mendel, de de Vries y  de Weismann, se estableció como paradigma. Los vástagos de Darwin (hijo y sobrino) ampliaron el concepto para que cubriera la “evolución social” (“Darwinismo social”) con claras intenciones “eugenésicas”: eliminar a los “degenerados” con el fin de que su “raza” no se propagara y pusiera en peligro la civilización occidental. Sobre esta voluntad ideológica actuó el “cientifismo” de la época. 

Así que científicos sociales se pusieron mano a la obra para fundamentar sólidamente sus propuestas “genocidas”. 

Henry Goddard (*), director de una institución para niños retrasados mentales, se empleó a fondo en su estudio de la genealogía de “Debora Kallikak”: la causa de su debilidad mental era un escarceo de un antepasado suyo con “una muchacha anónima y débil mental” que, como la Eva bíblica, habría propagado el mal por toda su descendencia. Obsérvese qué fácilmente se daba por satisfecho el “cientifismo” en boga. 

El tal Goddard, metido a psicólogo, estandarizó las pruebas europeas sobre el Cociente Intelectual (C.I.) y recibió permisos para aplicarlas a las avalanchas que llegaban a Ellis Island. El resultado amplió milagrosamente el campo de la “anormalidad”, añadiendo un adjetivo nuevo a la sarta de despropósitos: “idiota”, “imbécil” y “morón” (lo que ahora llamamos “borderline”). De la aplicación de sus pruebas a la población americana se desprendió la sorprendente (para él) conclusión de que entre el 50 y el 80 de la población eran “morones” (del griego antiguo “moró”, necio)…con el peligro que subyacía a tal constatación: Los “idiotas” y los “imbéciles” eran tan evidentes que su reproducción podía fácilmente evitarse. Pero en el caso de los “morones”…tan parecidos a la gente normal, la cosa era más difícil: Ahí radicaba el principal peligro para la “civilización americana”.

De sus “estudios” en Ellis Island concluyó que no menos del 80 % de judíos, italianos, húngaros y rusos presentaban rasgos “morones”…¡no hablemos ya de los negros! 

Y, además, diseñó “consejos de experto”: esterilizaciones, deportaciones, enclaustramientos…
Añadamos a esto las convicciones de Th. Roosevelt y de grandes magnates de la industria, como J.H. Kellogg, el de los “copitos de cereal”, y tendremos la atmósfera adecuada para que respiraran las ideas de estos “científicos sociales”. Diversos estados de USA legislaron y aplicaron la legislación: 70.000 esterilizaciones forzosas.

Tal día como hoy, del año 1874, nació Egas Moniz, Premio Nobel por el descubrimiento y la práctica de la lobotomía así como “de su valor terapéutico en determinadas psicosis.”. De mil amores hubiera echado una manita.

Un paciente tarareaba por los pasillos: “El doctor está lobotizado. ¿Quién lo deslobotizará? Aquél que lo deslobotice, buen deslobotizador será” Y le pegó 8 tiros. Quedó paralítico para los restos.

Cuando vds. se zampen su tentempié, yo me habré comido un bocata como aquellos que nos comíamos en el tren que nos llevaba a Alemania y me habré pimplado una botellita de Jumilla.
Hegel huele, “ensuma”,  pero aún no conoce el olor del chorizo gallego. 

Para contrarrestar la malasombra de los citados “científicos”, observen vds. las fotografías que Lewis Hine hizo de los inmigrantes de Ellis por las mismas fechas y verán lo que es respeto y simpatía por los “nouvinguts”. Fue el primero en usar la fotografía como arma “política”, para documentar la  humanitaria barbarie capitalista. En los años treinta hizo las famosísimas fotos del “Empire State” que todos tenemos en casa (“Men at work”). Murió en la misma pobreza que había fotografiado. El MOMA rechazó el legado. Lo acepto la George Eastman House, donde se conserva.

   

En fin…una forma de utilizar la fotografía que está a punto de pasar a la historia.
 
Tomen el ferry antes de que anochezca. El último es a las cinco. Atiborren a los niños a auténticas hamburguesas americanas, déjenles el mando a distancia y váyanse a cenar a un sitio recogidito. Las cosas habrán cambiado mucho en 40 años, pero prueben, el dinero se les supone, en el “Village”.
Y allí, no tengan prisa, lean los textos que les propongo…continúen en el hotel:

  • ·         Escritos judíos” de Hanna Arend.
  • ·         Ellis Island” de G. Perec.
  • ·         Los emigrados” de Sebald

Mediten sobre la profunda injusticia de la demanda de “asimilación”.  Sobre la situación de profunda y definitiva inseguridad del que emigra: Nunca será suficiente su “integración” y, sin embargo la pérdida de “lo suyo” será irrevocable. 

“Aquella tarde estuve hojeando el álbum una y otra vez, de punta a cabo y viceversa, y desde entonces lo he vuelto a hacer en incontables ocasiones, pues al contemplar las imágenes que contiene sentí realmente, y sigo sintiendo, como si los muertos regresaran o nosotros estuviéramos a punto de irnos con ellos.” (Sebald)

He ahí el “espectro” que recorre Europa. 

“Perdimos nuestro hogar, es decir, la cotidianeidad de la vida familiar. Perdimos nuestra ocupación, es decir, la confianza de ser útiles en este mundo. Perdimos nuestra lengua, es decir, la naturalidad de las reacciones, la simplicidad de los gestos, la sencilla expresión de los sentimientos. Dejamos a nuestros parientes en los guetos polacos y nuestros mejores amigos han sido asesinados en campos de concentración, lo que equivale a la ruptura de nuestras vidas privadas.” (H. Arend)

“Y luego me llevaron a Ellis Island, había mucha gente allí que hablaba, hablaba y hablaba, como este y como ese otro, todos hablan un idioma diferente, pero a mí me hablaron en Inglés.
Guerdia:  ¿Usted no sabe inglés?
La señora G:  No, solamente yes y no.” (G. Perec)

Y todo esto sin contar con que te reciban a balazos y con salvavidas de plomo.

¿Ven vds. como todo empeora?

Cuando decidan acostarse, yo, de madrugada, estaré peleando con Hegel por mi parte de cama: 

--¡Yo estaba antes! 
--¡Pero yo seré más fuerte!

¡Habrá que tratarlo bien!

    





   


RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...