Buscar este blog

viernes, 28 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 28 de junio. Schwejk. Sarajevo.Propuesta para hoy, día 28 de junio. Schwejk. Sarajevo.




(Los asteriscos (*) remiten a razones efemerísticas).

 

“De modo que nos han matado a Fernando–dijo la sirvienta al señor Schwejk, el cual hacía años que, habiendo sido declarado tonto por la comisión médica militar, había abandonado el servicio y vivía de la venta de perros, feos monstruos de malas razas, falsificando sus árboles genealógicos.
Además de esta ocupación padecía reumatismo y ahora precisamente se frotaba la rodilla con lilimento alcanforado.

–¿Qué Fernando, señora Müller?–preguntó Schwejk sin dejar de darse masajes en la rodilla– conozco a dos Fernandos. Uno es el criado del droguero Pruscha y alguna vez se ha equivocado y ha bebido tinte para el pelo, y luego conozco también a Fernando Kokoschka, que anda recogiendo estiércol. El mundo no se pierde nada con ninguno de los dos.

–¡Pero señor! Ha sido al archiduque Fernando, al de Konopischt, al gordo, al piadoso.

–¡Jesús María!–exclamó Schwejk– ¡Qué curioso! Y ¿dónde le ha ocurrido eso al señor archiduque?

–En Sarajevo. Lo han matado con un revólver, señor. Fue allá en automóvil con la archiduquesa…”

Tampoco se perdía nada con la muerte de este zángano protofascista.

Así comenzó la entrada en la Gran Guerra del valeroso soldado Schwejk.

*****

Mientras tanto el caballero Hoffman, pide la mano de Hania Schulz (hermana de Bruno Schulz) y, ayudado por el desconcierto, su propuesta es recibida con menos aprensión de lo esperado.

Y se hicieron miles de cosas y miles de cosas se han olvidado. Se fue a misa de ocho. A los de la misa de doce, se les atragantó la hostia. Se desayunó. Las parejas que no fueron a misa aprovecharon para echar un polvete. Las que fueron, renovaron sus promesas infactibles. Y los que no hicieron ni una cosa ni otra, se paseaban con las manos en los bolsillos disfrutando de la mañana y tomando cañas y demás. Y sobre las doce ¡pum! ¡pum!... dos balas salieron en persecución de las testas coronadas sobre las que recaería el peso de media Europa.



Aquellos que aún siguen creyendo que el acto de Gavrilo fue la CAUSA de la Gran Guerra, tendrán que explicar (si quieren que su explicación tenga apoyo empírico) por qué no ha comenzado la tercera guerra en la puerta del condis: NO se llega al asesinato, porque dios no lo quiere así. Pero las más duras palabras van y vienen desde el puesto de la cajera hasta la acera y rebotan hasta la barra del pescado y se estrellan supurantes en los estantes de las conservas. He visto cosas que les dejarían pasmados. He oído cosas que los oídos sensibles no podrían admitir. En fin, he visto mujeres tirándose del pelo por haberse saltado la tanda… hombres golpeándose con botellas de Terry por el mismo motivo… ¡y no ha transcendido al resto del universo-mundo! Si lo de Princip tuvo aquellas consecuencias sería por otras razones que no la mera muerte de un matrimonio. He visto, con mis ojos, matrimonios que se han destrozado ellos mismos… ¡y no ha pasado nada!
Sin ir más lejos, esta mañana, a eso de las nueve y cinco, en la cola de la pescadería, un humano, especie femenina, ha pedido un kilo de boquerones ¡y ha exigido que se los limpiaran! El número 43, el turno iba por el 41, de un salto repentino, ha cogido a la espécimen del cuello (con las dos manos… ¡y necesitaba otra!), la ha tirado al suelo, y cuando iba a patearla, ha aparecido el negro que se encarga de estos asuntos y ha puesto paz. Presumo que una paz transitoria… ¡como todas!

Todo esto lo cuento porque no me creo que la Gran Guerra empezara por un “quítame allá esas pajas”.

   Sin más rodeos: dejemos establecido que la guerra estaba prevista, que era (para ellos) inevitable y que una vez fabricada la ocasión, toda la maquinaria se puso en funcionamiento. KaKania, por desgracia, ocupaba el espacio ansiado por Alemania y Rusia… La cosa es mucho más complicada, pero ya saben Vds.: Francia… Inglaterra… ¡Infórmense! Sólo una cosa estuvo clara desde el principio: era una guerra alimentada con sangre proletaria.

Ya saben Vds. de mi afición a seguir los hechos de cerca. Así que convoco a mis Ángeles Custodios y les presento un bosquejo del plan, que les iré descubriendo poco a poco, con el fin de atrasar o disolver las reticencias. Y como a mí el tiempo y el espacio me la refanfinflan, condensaré en unas horas lo que tardó en acontecer varias semanas.

Vds. pueden, si lo desean, tomar el avión a Venecia y allí, el catamarán que les conducirá a Trieste. Tomen algo en la cantina–gelateria del puerto y continúen hacia  las bocas del Neredna. Suban por el río… ¡y esperen indicaciones! O bien, si es su parte femenina la que gobierna el día, diríjanse a Viena y desde allí tomen el tren hacia Sarajevo y hagan noche en el balneario de Ilidza. Esperen hasta nuevo aviso. Todas las líneas conducen a la avenida Appel (hoy: “Abala Kilina bana”) cruce con Francisco José (hoy: “Despica”), frente al puente “Cumurija”). Las jerarquías celestes están convocadas a las 10’30 de la mañana, más o menos, para presenciar la “tragicomedia de Sarajevo”, obra en dos actos y un entremés (el primero, un fracaso).

Hay que remontarse al Tratado de Berlín (yo ya me encuentro en el bar-gelatería del puerto de Trieste pimplándome un cuartillo de “grappa”) y a la posterior apropiación formal del corredor de Bosnia y Herzegovina por parte de K.K. Bosnia estaba habitada en sus tres cuartas partes por serbio-bosnios, opuestos tanto al dominio otomano como al recién instaurado austro-húngaro.  Lean a Ivo Andric.




Los atentados menudeaban. Si hubiera existido algo parecido al “Palacio de los Sueños”, la burocracia onírica habría detectado el patriótico furor homicida, pues se paseaba por doquier y asentaba sus reales en el área de Broca (*) generando discursos más inflamables que la piel de la naranja.

Y no es broma, como se verá más adelante.

Las maniobras previstas para junio del 14 en los alrededores de Sarajevo, anunciadas el año anterior, fueran tomadas como una provocación por las organizaciones nacionalistas serbio-bosnias… y como una oportunidad para hacerlo evidente. Por lo demás, el plan de Francisco Fernando (heredero de último recurso de la “corona de espinas”. ¿Por qué no se eligió a Luís Victor?: Tema a desarrollar) 


de crear una federación de tres unidades: Hungría, Austria y un “estado” eslavo, tampoco era bien visto. Ni el mismo Fernando sabía lo que quería. Serbia y los serbio-bosnios deseaban una Serbia grande que abarcara todos los territorios habitados mayoritariamente por serbios. Se “liberaron” Kosovo y Macedonia… ¡faltaba Bosnia!...

La decisión fue tomada cuando se hizo pública la inminencia de las “maniobras militares”, se concretó cuando se publicaron las fechas exactas y se planificó al milímetro tras publicarse en los diarios el itinerario, con todo lujo de detalles, del cortejo real-imperial por las calles de Sarajevo, una visita que el desgraciado heredero quiso evitar como un cáliz hediondo 
¡Un paseo por Sarajevo! ¡Menudo colofón! El turbio Potiorek se emperró. Sofía, plebeya (que no es igual, ni mucho menos, a “simple mortal” como nosotros), quiso acompañar al hombre al que se había unido morganáticamente. 

Todo el viaje, desde su residencia bohemia, estuvo salpicado de signos premonitorios. Yo hubiera escupido, cruzado los dedos y simulado una grave dolencia.

A la espera del catamarán de Venecia, me pido una napolitana con alcaparras y otro cuartillo de grappa. En la mesa de al lado una grupito de mozalbetes devora helado de chocolate, como si siguieran la consigna de “¡paga el último!”.

El miércoles 17 de junio los archiduques acudieron al tiro de pichón que se celebró en una localidad próxima a Konopischt (Bohemia. Su residencia). El heredero era un gran matador, cosa connatural a la realeza, de animales salvajes o no. Se los pusieron a huevo. Cenaron pichones con huevos fritos.

El sábado 20 se trasladaron a su castillo de Chlumetz (Bohemia). Allí dejarían a los niños. Los recogerían a la vuelta de Bosnia para pasar el resto del verano en Blühnbach.

Se aseguraron de que los de la PAH no les hicieran “escrache”.

El martes 23, se despidieron de los hijos y de la servidumbre. La despedida tuvo algo de definitivo. Subieron a su vagón-salón y una espesa humareda empezó a filtrarse por el rico machihembrado. Mal empezamos. Se cambiaron a un humilde vagón de primera clase y a las siete llegaron, con humor saturnino, a Viena. Cenaron presurosos en el Bellvedere y se separaron: Él tomó el tren de las 9’30 hacia Trieste y ella saldría el miércoles 24 hacia Ilidza, adonde llegaría el jueves 25. Se encontrarán, según el plan preestablecido, para dar cumplimiento al sueño del obispo Lanyi.

El vagón regio sufrió una avería que lo dejó sin luz eléctrica. Le surtieron de velas, hasta que tomó forma de velatorio. Llegaron a Trieste a dos velas. ¡Mal seguimos!
El “Viribus Unitis” condujo al archiduque hasta las bocas del Neredva. Se cambió de barco: en el “Dalmat” ascendió por el Neretva, de frías aguas, como Marlow en busca de Kurtz; desembarcaron en Metkovich; Francisco Fernando escribió el telegrama que hacía 702: “Papá está de viaje de negocios…etc…etc y, vía Mostar, consiguieron, archiduque y cohorte, llegar a Ilidza...


donde Sofía, en medio de una tormenta desesperada, espera a su marido leyendo los telegramas que éste le ha ido enviando: Hotel Bosna, Ilidza, Sarajevo. A las 3, los esposos se reencuentran. 25 de junio.

Mientras tanto el trío ejecutor, se acercaba a su objetivo y se dispersaba por Sarajevo. Cada cual a su aire intentó insuflarse coraje de la mejor manera que pudo: curiosamente todos coincidieron en el aguardiente de ciruelas. Además de los de Belgrado se había seleccionado otro trío de indígenas. Seis en total. Eran como “personajes en busca de autor” (*). 



Las maniobras empezaban el 26 y acabarían el 27 al medio día.

Dejamos a la pareja que haga lo que tenga que hacer y volamos, tras pagar la pizza y la bebida, hacia Sarajevo siguiendo la costa dálmata y sobrevolando Mostar. Desde las alturas, las alemanas y  los alemanes parecen nativos de Ruanda-Burundi. 

Acabado lo que tuvieran que hacer, aquella tarde se acercaron a Sarajevo. Fue una visita fuera de protocolo, de reconocimiento. La archiduquesa debía visitar toda la zona en los dos días de asueto de que disponía y su solícito cónyuge no quiso abandonarla sin antes haber echado un vistazo. Fueron reconocidos y aclamados. Nada parecía presagiar lo que se avecinaba. Compraron alfombras, muebles antiguos e incluso una  predispuesta daga en forma de medio corazón… y tomaron té. La lluvia seguía cayendo. Media Sarajevo estaba impracticable: la media que no pisaron los archiduques. Cenaron. Enviaron telegramas. Se acostaron.

Al día siguiente cada cual a lo suyo: Fernando a las maniobras y Sofía de “rebajas”.

El sábado 27, al medio día, tal como estaba estipulado, acabaron las maniobras: El ejército estaba en orden. Telegramas. Se comió, se bebió, se durmió la siesta e, incluso, se habló de anular los actos del día siguiente. Fernando fue recorrido por un escalofrío anunciador. La verdad que hubiera cogido el tren esa misma noche y se hubiera vuelto directo a Viena…ahorrándose el trayecto en barco y los días de espera, de calor húmedo “corpore in sepulto”. ¡Pero se quedó! ¡Se quedaron!

Ese mismo sábado, los dos tríos son presentados y se convierten en un sexteto (de percusión). Se reparten las armas: 5 automáticas Browning y seis granadas, mas munición, dinero y unas ampollas de cianuro (¿). Con las armas sobre la mesa pasan a la planificación. A esas alturas media Europa estaría enterada de lo que iba a suceder.

Se situarían por parejas (Mehmedbasic/Cubrilovic; Popovic/Caabrinovic; Gavrilo/Grabez) a lo largo del muelle de Appel que bordea el rio Miljacka, entre los puentes Cumurija, Latino y el del Emperador. Establecido el plan lo sellaron con Sljivovica. Princip no bebió. Sin embargo no cesó de acariciar la culata de su semiautomática FN, modelo 1910, calibre 9 mm. Número de serie almohadilla 19074. Sus ojos brillaban de gloria futura.  Verían de lo era capaz. Lo habían despreciado por enclenque, como a Lucheni… ¡enclenque yo! Mis disparos corren más que los guepardos y se sumergen en la carne con más rapidez y ansia que las garras del oso pardo…¡¡Veréis!! 




La mañana del 28 amaneció clara. Las lluvias habían cesado. El matrimonio que iba a ser sacrificado, oyó misa en la capilla del hotel. Al mismo tiempo en Grosswardein, (actual Oradea, Rumanía) el obispo Lanyi celebraba otra misa dedicada a los archiduques. Se había despertado sudando como un condenado. En sueños había recibido una carta: “Mi querido doctor Lanyi: Os escribo para comunicaros que hoy mi esposa y yo hemos sido víctimas de un doble asesinato. Nos encomendamos a vuestras oraciones y os rogamos que en el futuro sigáis amando a nuestros pobres hijos como hasta hoy. Un cordial saludo del archiduque Franz. Sarajevo, 28 de junio de 1914, a las tres y media de la madrugada.”…Y lo peor es que hubo testigos del acontecimiento.

Los archiduques oirían con recogimiento las lecturas litúrgicas del día. Sobre todo las palabras del profeta Isaías:

“La estirpe de mi pueblo será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido con un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.”

Y así, reconfortados, se dirigieron a la estación. A las diez los recibió Patiorek en Sarajevo. Pasó revista a las tropas del cuartel de enfrente y subieron a los coches para dirigirse al ayuntamiento entre la turbamulta exaltada. La ciudad vivía un momento histórico. Vivas, cánticos, banderas, gritos, aclamaciones…Pero de los 120 policías municipales, sesenta libraban por festivo y no se había proyectado ningún plan serio de seguridad.
Los archiduques ocuparon las plazas centrales de su Gräf & Stiff Double Phaeton de seis plazas. Descapotable. Impresionante. Tenía 4 años y era la joya de los talleres de los hermanos Gräf de Viena, antiguos reparadores de velocípedos. La matrícula: “A III 118” (¡¡). (11 del 11 del 18. ¡¡¡Día del armisticio!!!). Más que un coche llegó a ser un arma de destrucción masiva.
El Phaeton (estaba claro que con ese nombre alguna imprudencia iba a cometer…que lo chamuscaría) marchaba en segundo lugar, de los seis automóviles que conformaban la comitiva. Etc..etc…

Mehmedbasic, serbo-musulmán, acechaba en la puerta del café Mostar, junto al primero de los puentes. Vio pasar la comitiva y su brazo quedo paralizado. Cubrilovic, que debía corregir el fallo (de ahí lo de ir emparejados), no quiso disparar por miedo a darle a la mujer (¡¡). Primer obstáculo salvado. Sobrepasado el puente Cumurija, Popovic y Caabrinovic blasfemaban y sudaban cadaverina espesa. Popovic dudó (estaba claro que los “indígenas” eran unos cagados) pero el segundo, sin calcular el tiempo de explosión, arrojó la bomba sobre el descapotable. La bomba cayó sobre la capota recogida, tras haber herido en el cuello a la archiduquesa. Fernando golpeó la capota y la bomba cayó al suelo dispuesta a destrozar los bajos del tercer automóvil. Allí sí que hubo sangre. El autor salió de entre la multitud y se arrojó al río. El río bajaba seco y por mucho que lo intentó no pudo sumergir la nariz en la corriente y detener la respiración para siempre. Tomó la ampolla de veneno, pero estaba en mal estado y le produjo colitis. Y así, cagándose por una pata, fue detenido por la multitud. La última pareja se disolvió euridicianamente. El cortejo, casi fúnebre, aceleró y se dirigió al ayuntamiento. Los heridos fueron trasladados al Hospital.   
El menú que le tenían preparado consistía en: “Consommé en tasse, Oeufs à la gelée, Fruits au beurre, Bouef buillée aux légumes, Poulets à la Villeroy, Riz compote, Bombe à la Reine, Fromage, Fruits et Dessert.”

Incluso en esa majestuosa lista se había colado un presagio.

Pese a todo, tuvieron el coraje de retrasar el ágape y pedir que los condujeran al hospital. Potiorek decidió volver, para evitar las callejas del centro, por la misma avenida, pero se le olvidó (¡¡) dar la orden al conductor del Phaeton. Cuando el descapotable llegó al cruce con la calle “Francisco José” giró a la derecha. Gavrilo estaba tomando algo en el bar de la esquina (justo en donde se ha instalado el Museo). En el espejo dorado que recorría la pared del fondo del local, vio lo que le pareció un espejismo. Se le erizó el lomo, echó mano al corazón y notó la pistola.

Potiorek, a gritos, indicaba al conductor equivocado que diera marcha atrás y siguiera recto por el muelle. El coche frenó en seco… ¡y se caló! Gavrilo se abrió paso entre los parroquianos, sacó la pistola y a una distancia de cinco metros descerrajó dos tiros ¡sólo dos!: uno para cada uno de los archiduques. La bala destinada al varón, le atravesó la yugular. De ahí la coloratura insólita de su voz cuando gritó: ¡Otra vez! ¡Me cago en la leche! que completó con un tardío ¡No te mueras, Sofía! ¡Hazlo por los niños! La mujer, sin embargo, no se dejó engatusar y murió rápido. Princip se mezcló con la masa pero fue detenido a los diez minutos.




Como era el día de san Vito (en Juliano), (de espeso significado para Serbia y los serbios), el archiduque, dicho lo dicho, tuvo a bien mostrar todo su repertorio de contorsiones, incluyendo un temblor levísimo, casi inapreciable, pero continuo, que fue muy bien recibido por aquellos que pudieron (y supieron) apreciarlo.

Faltaba una hora para la del “ángelus”. Se estaban enviando decenas de telegramas, que iban sufriendo un significativo “corrimiento al rojo”. El último fue el definitivo.

Los heridos (por decir algo) fueron conducidos a la casa del gobernador. Allí acabó de morir Fernado. Nuevo telegrama: “Menú sin tocar…etc…etc”. 


El Dalmat descenció por el Neretva, de frías aguas.  En la costa esperaba el "Viribus Unitis". Luchando contra la Bora, el “Viribus Unitis” (“Con unión de fuerzas”, lema del emperador) llegó a Trieste. Allí, entre hielos como el caviar, esperarán, difuntos y cohorte, hasta el  2 de julio. Días antes, Joyce, en el nº 4 de Donato Bramante, en el barrio de San Vito, ha recibido un ejemplar de Dublineses: Ha sido toda una odisea. De entonces, la concepción del Ulises.
Svevo no se plantea, de momento, dejar de fumar. 



A las diez de la noche, del martes 2 de julio, llegaron a Viena. Sofía, plebeya, no podía ser enterrada en la “Cripta de los capuchinos”. En previsión, Fernando había establecido que lo enterraran en  su castillo de Artstetten, en la otra orilla del Danubio. Se hicieron funerales en Viena. Francisco José no pareció sentirlo mucho: la dinastía había vuelto a su cauce y, además, desde ese preciso instante, maduraba la decisión de acabar con Serbia.



Eran las dos de la madrugada del 4 de julio cuando llegaron a Pöahlarn. Las puertas del cielo se abrieron para dar paso a toda el agua acumulada desde eones. El oficio se realizó en la sala de espera de la estación, como una cirugía de urgencia. El paso del Danubio hizo removerse a Trajano en su tumba. Los siluros del Danubio, en plena temporada, rodeaban la barcaza, envuelta en vapores descompuestos. Por fin pudieron descansar en paz. Sobre sus tumbas: “Iuncti coniugio Fatis iunguntur eisdem” (“Unidos en el matrimonio y en el destino”).

 “A.E.I.O.U”: “Austria Erit In Orbe Ultima”…Sin embargo: “Finis Austriae”.

Corolario: El latín es una lengua muerta.

En Estados Unidos celebraban el día de la independencia.

El resto es historia.

El “Phaeton” y el “Viribus”, ultrajados hasta el último tornillo, se tomaron venganza. ¡Infórmense Vds. Infórmense!

Vuelvan como puedan. Pueden aprovechar para una visita al museo; para leer la plaquita; para discutir con serbios y croatas sobre la categoría de Gavrilo; para saturarse de aguardiente de ciruelas…



Yo tengo mis Custodios.











jueves, 27 de junio de 2013

Propuesta para hoy, 27 de junio. Macondo. El tren de Santa Marta.


1



“Se acordó de Macondo. El coronel esperó diez años a que se cumplieran las promesas de Neerlandia. En el sopor de la siesta vio llegar un tren amarillo y polvoriento con hombres y mujeres y animales asfixiándose de calor, amontonados hasta el techo de los vagones. Era la fiebre del banano. En veinticuatro horas transformaron el pueblo. “Me voy”, dijo entonces el coronel. “El olor del banano me descompone los intestinos.” Y abandonó Macondo en el tren de regreso, el miércoles veintisiete de junio de mil novecientos seis a las dos y dieciocho minutos de la tarde.”

Fracasado el intento de vender el reloj y el cuadro, se decide a vender el gallo a su compadre médico (y diabético) Sabas.

2
Santa Marta no tiene ni tren ni tranvía. Y la Zona ya no es lo que era. El banano ha dejado lugar a la palma aceitera… siempre a disposición de los intereses coloniales. Y el único tren que circula por Aracataca es un carbonero de decenas de vagones que envuelve la ciudad en una humareda onírica y tóxica. Décadas ya que los moradores tosen resignados y recuerdan cuando las cosas no eran exactamente así.



Hubo un tiempo en que Aracataca (zona vallenata) gracias al tren amarillo, llegó a ser cosmopolita con la misma fatalidad con que Voltaire se hizo misántropo. El municipio se llenó de la “hojarasca humana” propia de las épocas florecientes. De Cali, Bogotá, Medellín, y de la zona de Córdoba y Bolívar, llegaron mujeres (supusieron) nunca vistas, a no ser en revistas de peluquería, y hasta de Sierra Nevada bajaban hordas con escarcha aún en las pestañas a ver el prodigio. Diríanse restos de la peregrinación de Buendía desde Rioacha…

Y, claro está, llegaron porque había clientela.
Hasta de Buenos Aires (Colombia) arribaron varones incrédulos… y se quedaron extasiados ante tanta belleza y tanta banana como florecía en la Zona.

La cosa no duró mucho y la naturaleza (del capitalismo) se cobró lo que era suyo. Pero antes ocurrieron cosas dignas de cien años de soledad, o de vallenato, como gusten.



El dinero y la inteligencia no siempre van juntos, en realidad, raras veces. Los adinerados propenden al milagro: su mera presencia, creen, pone las cosas en su sitio. Joaquín de Mier (da) y Benítez, hijo de asturiano monárquico, es un ejemplo insuperable de estulticia. Propietario de hectáreas y hectáreas de banano, caña y cafetos en la Zona, se hizo además con la exclusiva de la explotación del puerto de santa Marta y de una naviera. Todo estaba controlado. Fue a París y compró un tren con locomotora y todo, como es natural. Embarcó el convoy y lo desembarcó en santa Marta, su feudo. El negocio se avistaba redondo: traer la banana y el azúcar desde la Zona y distribuirlo por el universo-mundo. Faltaban las vías. Cuando llegaron,  Joaquín, ya criaba malvas. Antes las crió Bolívar, precisamente en una hacienda de Joaquín, quien, espabilado, se había unido a las filas de la insurrección. Así que…

“Santa Marta, Santa Marta tiene tren
Santa Marta tiene tren
pero no tiene Tranvía (¡Train-vía!)
si no fuera por la Zona, caramba
Santa Marta moriría.”

… ha quedado como restos de la antigua bonanza y de la fecundia de M.M.M. (Manuel Medina Moscote, de Punta de Piedra, hoy municipio de Zapayán, Magdalena), aunque Francisco “Chico” Bolaños le dispute la autoría. Lo cierto es que cuando Paco, guajiro, llegó a la Zona, la canción ya era famosa en todo el Magdalena. Años antes del nacimiento de García Márquez.

Enchufen el esputofaif y óiganla en la primera versión registrada: Orquesta de Eduardo Arman, Odeón 1945. O en la segunda, ya cartagenera, por la orquesta del Caribe de Lucho Bermúdez (1946).

3
Cuando García Márquez, con su madre, regresó al pueblo desde Barranquilla, en el tren amarillo, con la intención de vender la casa familiar, pasó por una finca llamada, creyó recordar, Macondo…, y de ahí el nombre. De eso hace ya más de 60 años. Volvió décadas más tarde a celebrar lo del Nobel y se puso en funcionamiento, de forma coyuntural, “el inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias, había de llevar a Macondo.” La idea era hacerlo fijo como un atractivo turístico de primer orden. Los forasteros visitarían la estación, melancólicamente cerrada; la casa del telégrafo, donde ejerció su padre y, naturalmente, el hogar de los García con más estancias que capítulos tiene la novela, sería “La ruta del tren amarillo”. 

De momento la cosa se haría en autobús. 



Pero para que quedara constancia de una voluntad inquebrantable, fabricaron una estructura metálica que sobrevolaba la carretera de entrada: “Bienvenido al mundo mágico de Macondo” con las imágenes de Gabo y del quisquilloso fotógrafo Matiz. Y allí estuvo, soñoliento, a la espera de las hordas de los neo-bárbaros, durante quinquenios… hasta que un camionero despiadado y ajeno al gálibo se lo llevó p’alante. Ignoro si el munícipe lo ha hecho reponer o lo ha dejado en la cuneta como símbolo de los nuevos tiempos.

Este mismo año, después de toscas declaraciones de intenciones, han presentado una memoria completísima sobre el asunto y dentro de dos décadas sabremos, digo yo, el resultado. Las cosas van lentas en el trópico. Sin embargo, no ha faltado, como siempre, el discurso del munícipe que pretende mantener incorrupta la perspectiva. Este año, coincidiendo con el 25 aniversario del “Cien años…”, ha añadido a las perennes promesas de reactivación económica una extravagancia nunca vista por estas latitudes: una explotación “ovinocaprina”.

El acto, como siempre, y van 30 años, ha acabado con el denodado himno:

“…Adelante, adelante
Cataquero, siempre adelante.
Mirando al frente, henchido el pecho.
Viril orgullo siempre adelante…”

La marcha esforzada de los moradores se ve interrumpida por las peligrosas vías, y sus valientes alaridos, amortiguados por los pitidos de la carbonera. Aunque cantan lo que cantan, no dejan de mirar a derecha e izquierda, por si se abalanza el mercancías.

4
Llegué a Aracataca un medidodía lluvioso del mes de mayo. Había cogido el autobús en Santa Marta, no antes de que se corriera por toda la población que un gilipollas andaba buscando el tren amarillo


Después de casi dos horas de ver llover por las ventanillas, el conductor, amable, me dejó en la misma puerta de la casa-museo, pues, sin duda, pensó, nada tenía que hacer yo en Aracataca que no fuera ver la casa del prohombre. Los otros cuatro viajeros habían ido despidiéndose con ceremonia en diferentes asentamientos de la Ciénaga.

Una calle larga, ceñida por casas bajas y de colores en algún tiempo deslumbrantes, pero que, en aquellos momentos, parecían brotes de enfermedades desconocidas. Árboles de hoja perenne ocultaban los tejados de uralita. Bien porque fuera plena campaña electoral o bien por la universal desidia sobre el tema, los nombre de los candidatos a los diferentes cargos de la nación resaltaban como marcas de tractores indestructibles. 

Entre la Mano de Dios, que no sabía qué era y Delicias Paisa, me decidí por el segundo, cuya carta-menú, debido a la lluvia, era ilegible. La casa-museo la dejé para después. Frío no hacía; calor, tampoco. La humedad, sin embargo, te destrozaba el ánimo. Entré y tomé asiento dispuesto a resarcirme con alguna bebida estimulante. El amable mesonero me recitó la carta:

Café, chocolate, Aguapanela,
Cholao, Salpicón, Canelazo,
Lulada, Champús, Refajo,
Chicha, Masato, Chirrinchi…
Y acabó esta primera estrofa con un pie quebrado sublime:
Aguardiente y ron.

Y continuó:
Jugos  de mango, Borojo, Zapote,
Feijoa y Curuba…
de Guayaga agria y de Maracuyá,
¡Ah!, y jugo costeño.

Los nombres brotaban de su boca como la hierba de la boca de Flora del cuadro de Boticelli. Era un prodigio de dicción y delicadeza, ateniéndose a las sílabas breves y largas, a la acentuación y al perfume.

Mientras me perdía en esa maraña, cuatro cataqueros golpeaban, mirando al frente y henchido el pecho, fichas de hueso de muerto sobre la superficie de formica de una mesa vecina. Y es que el dominó es religión, aunque no tanto como en el colindante Cesar que goza de honores universitarios. No se trata de pisar la ficha contraria o la de tu compañero, al buen tuntún, el dominó exige una lógica, que es la lógica matemática, y un vocabulario expresivo con el acompañar los extravagantes giros de muñeca.

Cuatro cervezas señalaban los cuatro puntos cardinales.

-¿Qué tanta hambre tiene, compañero?

-Normal

-¿Viene por lo del Nobel? ¿Se quedará esta noche? ¿No trae equipaje? ¿Viene solo? ¿Es la primera vez que visita el lugar? ¿Ha leído “El coronel no tiene quien le escriba”? ¿Sabe jugar al dominó? ¿Ya sabe que Santa Marta no tiene tren? ¿Ha pasado por la hacienda Macondo? ¿Sabe quién fue el fotógrafo Matiz?... ¿Ha visto la estación? ¿Y la casa del telegrafista?...
¿Qué tanta hambre tiene, compañero?

-Normal.

Una nube espesa (y mojada) de carbón pasó de largo por la puerta de Delicias Paisa. Algunos jirones se entretuvieron alrededor de la sonora partida de dominó.

Al grito de ¡te has comido la caja de gaseosas! un trueno restalló en la sala. La mesa de formica se tambaleó y siguieron sonidos como de pedregada. Todo daba a entender que la partida llegaba a su punto álgido. Y así fue. Guardaron los dientes de muerto en su feretrito y, los cuatro, se concentraron en la cerveza. Los perdedores me lanzaron miradas resentidas y estoy por decir que pensaron en que YO era el culpable de su mala suerte, pues no era normal ver por aquel lugar a un individuo cubierto con tan tremendo chubasquero, ni con una bufanda tan estrafalaria. Lo de la gorra orejera lo habían visto por Sierra nevada de Santa Marta y en las regiones andinas.

-Compadre, mientras le aparejo la comida vaya mirando las fotografías. ¡Son de Matiz!

Rodeando las mesas de batalla, como una traca de Candelaria, una serie de fotografías en blanco y negro, decoraba las paredes. Me levanté y me puse a deambular por entre las instantáneas. Me vino a las mientes los paseos (promenades) que intercaló Mussorsky* (el más ruso y rompedor de los cinco) en su visita a los cuadros de su amigo Harmann, recientemente fallecido. Esos paseos (interludios) poco tienen que ver con los paseos vallenatos, pero aquello fue una asociación libre y nada pude hacer para sofocarla. Por cierto ¡vaya fotógrafo!

   



Al poco volvió el Paisa. Transportaba con esfuerzo una montaña en una bandeja de latón.

-Aquí tiene su sancocho trifásico.



Yo no había pedido sancocho en ninguna de sus variedades. Él pensó que me haría gracia esta especie de resumen (ampliado) gastronómico: gallina, pescado y mondongo…y como guarnición una muestra de todas la flora del lugar. Pudimos comer, hasta hartarnos, los cinco que estábamos presentes en esta hecatombe culinaria (el mesonero se conformó con la alegría de vernos zampar). Se retiró y volvió con otra bandeja en la que se enseñoreaba un recipiente tan grande como un depósito municipal de aguas: Y aquí su jugo costeño, dijo.

Otra asociación libre se me impuso…es lo que tienen las asociaciones libres. Imaginé a los marineros del Potemkin* hurgando en los recovecos de la carne de rancho.



Aquello ocurrió un año exacto antes de que el coronel abandonara Macondo, pero sus repercusiones atravesaron el siglo. Lo nuestro repercutiría en una siesta inquieta, abrazados a las mesas de formica.

Cuando salí, había (momentáneamente, como supe más tarde) dejado de llover. Bajo la pizarrita del menú, distinguí, a la luz de la escueta bombilla de la entrada, un charco de agua opalina en el que flotaban algunas letras desoladas. Crucé la calle y me dirigí a la posada de Morelli que pilla justo detrás de la casa del maestro. 



Me abrió el mismo Morelli:

-“Cuando llueve en mayo es señal de que habrá buenas aguas.” Sea bienvenido. 



Me condujo a una habitación (¡triple!) con vistas al patio y desde la ventana pude contemplar a Isabel viendo llover en Macondo, pues, mientras tanto, la lluvia había vuelto con el mismo lento y monótono y despiadado ritmo.



Al día siguiente, lunes, seguía lloviendo y así siguió hasta el miércoles, día en que tomé el autobús de vuelta a Santa Marta… sin visitar la casa del maestro, ni la melancólica estación ni, mucho menos, la casa del telégrafo. En cambio me marchaba convertido en especialista en sanconchos y bebidas tropicales de la Zona.














miércoles, 26 de junio de 2013

Propuesta para hoy, 26 de junio: Hamelín. Malcolm Lowry.


 1
El capitalismo no sólo significó un desarrollo nunca visto de las fuerzas productivas, sino también, cosa que va de sí, de las colas y aglomeraciones, convirtiéndose éstas en uno de los rasgos fundamentales de las sociedades modernas. La modernidad se caracteriza por ese aumento descomunal de la producción de mercancías y de las colas ¿necesarias? para su producción y consumo: Colas para entrar y salir de las fábricas, colas para bajar a las minas, colas para los comedores colectivos, colas para el Condis, colas para visitar ciudades, colas para espectáculos, colas, colas, colas…Coca-Cola, Pepsi-Cola, Cola-Cao…

"Dondequiera que se les permita, se colocan en fila y avanzan a paso de marcha al encuentro del fuego de artillería y del encarecimiento de las mercancías. Ninguno ve más allá de la espalda del que le precede, y cada cual se enorgullece de ser, de ese modo, uno ejemplo para el que le sigue. Esto lo descubrieron los hombres hace siglos en los campos de batalla; pero el desfile de la miseria, el hacer cola, lo han inventado las mujeres" (W.B.)
…¡y los alemanes!...

2
Tal día como hoy de hace muchos años, me encontraba yo en Hamelin, al suroeste de Hannover; había ido a pasar un fin de semana desde Nienburg-Weser, donde me arrojó una carambola del destino. Venía rechazado de Bremen, toqué banda en Hannover y:

 - El último, por favor.

- Soy yo- me respondió un personaje enjuto y cetrino.

- ¿Para qué es la cola?

- Creo que dan trabajo a algo así.

- Algo te darán además de trabajo, digo yo, un jornal, ¿no?

- No sé. Pregunte.

Sin inquirir más, me puse a la cola. Me entretuve mirando las cúpulas verdes y recitando para mí: “Hannover, Hannover”, como si se tratara de un poema de Poe.



Cuando llegó mi turno enseñé un papel que alguien me había dado y que supuse tendría relación con la situación presente. Lo leyeron, me pidieron el pasaporte, me lo devolvieron y me indicaron un rincón que ya estaba ocupado por un par de individuos. Uno de ellos parecido a Kurt Jürgens desdentado y el otro, el cetrino de la entrada que resultó ser de Jaén. El desdentado, sin duda alguna ejercía de jefe, se acercó al mostrador, cruzó unas palabras y volvió al rincón. Nos mostró las llaves de un vehículo y salimos. Subimos a la furgoneta y abandonamos Hannover dirección noroeste, por la carretera de Bremen. Eran las 11’30 de la mañana. Cuando llegamos a nuestro destino eran las 12’30. Kurt quitó el contacto. Bajamos. Estábamos a las puertas de una fábrica rodeada de campos de patatas por todas partes menos por una, precisamente la carretera por donde habíamos hecho acto de presencia.



El encargado (¿quién si no?) nos hizo pasar a las oficinas. Cruzó algunas palabras con el desdentado y nos miró al enjuto y a mí de arriba abajo (cuando debería haber mirado, detenidamente, al desdentado). Llamó a alguien y ese alguien vino. Era Saturnino, el intérprete, natural de Zamora. La fábrica tenía por objeto la producción de marcos (de ventana). A mí, para resumir, se me asignó el trabajo más sucio: empapar los marcos en líquidos venenosos. A cambio, además del jornal, me darían un cuarto de litro de leche. Era la primera vez que veía un tetrabrick que, curiosamente, tenía forma de pirámide.

Así fue como conseguí el primer trabajo en Alemania.

Nos alojamos en un piso de la empresa.

El sábado 26 de junio cogimos la furgoneta y nos dirigimos a Hamelin, donde, a decir del desdentado, habría una fiesta de la hostia. Seguimos la ruta llamada de los cuentos de hadas, que Uds. pueden recorrer en barco por el rio Weser. Entramos en un Imbiss y nos zampamos las salchichas de rigor. A través de las cristaleras veíamos lo que parecía el corazón de la fiesta anunciada: una manada de criaturas vestidas de rata siguiendo en tumulto a un flautista idiota. La comitiva iba seguida de una masa informe de lo que parecían padres y madres embargados por la emoción y quién sabe si por otros motivos. Cuando salimos nos dijeron que había que pagar…Pero ¿oiga? ¿No paga el Municipio? ¿Qué fiesta es esta?...

-Ahora viene lo mejor, dijo el desdentado (y yo lo entendí): cuando los niños-rata se ahogan en el río.





Pero no se ahogaron. Todo Hamelin rezumaba almíbar y mazapán. No era extraño, me dije, que los alemanes gastaran tan mala dentadura. Defraudadas nuestras expectativas, nos dedicamos a pasear por la ciudad que sufría una verdadera plaga de niños-rata. Por todas partes recordatorios del flautista. Hasta nosotros interiorizamos la efeméride en forma de flato. Hamelin se había apoderado de nosotros.  Nos sentamos a una mesita en la Rattenfänger Haus y pedimos cerveza y una botella de Doppelkorn. El camarero iba disfrazado de flautista y la calle estaba atestada de padres con sus hijos-rata, orgullosos de colaborar en este espectáculo inmundo. Era algo tremendo. Los niños iban a ser sacrificados y los padres los cedían en aras de la repetición de la historia. Y en medio de esa marabunta, filas de turistas precedidos de guías ataviados al uso… hacia un destino incierto.



Nos retiramos hacia el río cantando: “¡ohé, ohá….a casa a descansar!”. Un huevo estalló en la cabeza del desdentado, otro en mi cabeza y, sin tiempo a reaccionar, un tercero reventó en la cabeza del canijo. Alcanzado el principal objetivo, la calle se llenó de huevos rotos y de insultos (supuse).

-… ¡Sus muertos!, dijo el desdentado para sí (y yo lo entendí).

- Pero… ¡Alemanes! ¿Qué pasa? ¿Os sobran los huevos?- Fue el cetrino quien se expresó de forma tan épica.

-¿Que qué pasa? ¡Como no os calléis os voy a tirar hasta la mesa de comedor!- Era una mujer recia con un gorro de bufón rojo y gualda, que, incomprensiblemente, había conseguido empotrar su corpachón en el marco de la ventana. Así, supuse, tendrá que estar hasta que venga alguien y la libere… como en un cuento de los Grimm.



Bueno el caso es que por aquella calle (Bungelosenstrasse) habían desaparecido los “niños” (kínder) y desde entonces estaba vetado el cante y todo tipo de expresión musical. Ya lo saben.

El suceso original se pierde en las tinieblas de la leyenda. Y cuanto más se extravía, más evidente se hace su presencia. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó aquel 26 de junio del año 1284: Rapto de niños, emigración de jóvenes, las cruzadas, una epidemia selectiva…

“Algo terrible sucedió en Hamelin. Algo terrible de lo que no se podía hablar, pero que tampoco podía olvidarse; y por eso nació la leyenda del Flautista, que bajo la inocente apariencia de un cuento infantil nos recuerda una trágica historia”. (Hermanos Grimm).

Llegamos a la calle de ¡Los Sudetes!... y en el Weser nos limpiamos los restos coloideos; acabamos la botella.

No fue una visita memorable.

Sólo se salvaron un niño ciego, uno cojo y otro sordo, por razones que dejo a su sagacidad.

De vuelta paramos en un lago cercano a Hannover y nos comimos una anguila ahumada: para quitarnos el mal sabor que nos había dejado la fiesta de las ratas.
Eso ocurría hace muchos años, imagínense Udes. ahora; seguro que los padres, gustosos, en aras del turismo de masas y de un diploma del ayuntamiento, dejarán que sus hijos se ahoguen de verdad… ¡y yo que lo vea!

3
Los niños se van, Elvis da su último concierto*, Muhammad Alí se retira*, Eslovenia y Croacia se las piran*…Gauguin se larga por segunda vez a la Polinesia… pero ¿qué pasa?...

4
“Oh, Winnie”, exclamó, “¡se ha ido!” “¿Dónde, a Liverpool?”, preguntó la señora Mason. “No, ha muerto”. Y muerto estaba.”
Junto al fiambre, los restos de una botella de ginebra, otra de zumo de naranja y un frasco, vacío, de píldoras de amital sódico.



La desesperada Winnie había salido por piernas la tarde anterior y se refugió en casa de la vecina. El descubrimiento lo hizo a la mañana siguiente.

Desde su expulsión del paraíso canadiense, Malcolm estaba siendo rechazado por las bandas del billar de la vida (¿?): De Nueva York a Sicilia y Strómboli, siempre “bajo volcanes”. Siguió Londres y, finamente, Ripe. La “work in progress” que tenía en mente se había atorado en “Ferry de octubre a Gabriola”. De nada servía trasegar ginebra. El bolo era grueso y áspero.



Aquella tarde, la última, ponían por la radio la “Consagración de la primavera” de Stravinsky y Winnie quería escucharla. Convenció a Malcolm. Pusieron la radio sobre la mesa de camilla y se sirvieron sendos chupitos de ginebra. El ukelele colgaba de un clavo. Todo pendía de un clavo. La vecina-propietaria, abajo, escuchaba una retransmisión de Bach. Winnie, considerada, pidió a su marido que bajara el volumen. Malcolm Lowry no estaba para sutilezas y giró el botón hacia la derecha. El ukelele empezó a crujir y los cristales de la ventana a estremecerse. El hombre de la casa se amorró a la botella. Winnie se la quitó y la estrelló en el suelo. Malcolm se fue tras ella como un pastor alemán al que le acaban de quitar la comida. Cuando ya casi la tenía, Winnie, pudo escapar. Dio un portazo y se refugió donde la señora Mason. Malcolm, que se había librado por los pelos de la lobotomía, pero había sufrido unas cuantas descargas eléctricas, aunque no las suficientes, digo yo, esperó un tiempo prudencial y salió, sigiloso, a agenciarse otra botellita en “The Lamb” (el Cordero), la única tienda-bar de la contorná. 

Cuando volvió jugó con el dial hasta que dio con la Novena de Mahler* (natural de los sudetes): “Sólo en cuanto recuerdo es dulce la vida, y justo eso es el dolor” (Th. W. A.). Y continuó: “Allí donde se halla ésta (la vida inmediata) enteramente presente, allí donde algo es para sí, se revela destinada a la muerte”. Y en diciendo lo dicho, cayó redondo al suelo, no sin dejar antes a la pobre Winnie sin sus cápsulas de amital, condenándola, así, a noches de insomnio.

Mientras arriba se desarrollaba la escena descrita, abajo  se tomaba té con pastas y se desvanecían los últimos compases de la obra de Bach. A la mañana siguiente se descubrió el pastel. Con el fin de asegurarle una parcelita en suelo sagrado establecieron que fue un accidente fatal.

“Malcolm Lowry
Un paria del Bovery
Su prosa florida
Fue vehemente y transida
Vivió por las noches y
Bebió todo el día
Y murió tocando el ukelele.”


Ocurría el 26 de junio del año 1957. Nadie recordó  ese epitafio. A duras penas recordaron el año de su nacimiento.






Por cierto The Lamb está en venta. Piden algo menos de 350.000 libras. Creo que el cordero que cuelga como cebo bien las vale.



Cuando, chino chano, llegó la noticia a Méjico, un terremoto derribó la Columna de la Victoria (alada) y las comunicaciones con Cuernavaca sufrieron graves daños e inconvenientes. En Nuevo Méjico, Buddy Holly and The Crickets grababan “Peggy Sue”.







RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...