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viernes, 21 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 21 de junio. Buenas acciones. Gol de Marcelino. Moby Dick. Dobvlátov.


Lo de ayer fue por aquellos que creen que Murcia solo produce limones, salazones y algunos brócolis… además de equipos de segunda B.  Murcia ha producido santos a puñados. Sin ir más lejos, mi compañero de pupitre en los tiempos del queso americano, se llamaba Santos: cuando fue mayor y padre, mató a su mujer y a su hija.

Hay mucha leyenda negra sobre Murcia. Inmerecida… de más está decirlo.

No podía pasar a otro tema sin mentar esta injusticia (o esta realidad).

En aquellos años, la atracción más importante de la semana era el “ciego” que nos cantaba los horrores que ocurrían a nuestro alrededor y, de los cuales, parecía que estábamos a salvo. Desplegaba su fridesca orla (“auca”) y nos cantaba, con una melodía primitiva e insidiosa, las puñaladas (lo que variaba era la cantidad) que alguien había propinado a un prójimo.  Recuerdo la melodía como si la hubiera oído ayer en el esputofaif. Acabada su actuación vendía la letra, ilustrada, por “la voluntad”. El dinero conseguido lo gastaba en salazones (¡si lo sabré yo!). La escena tenía lugar los sábados, día de mercado.




Mi padre era suscriptor de “El Caso”, así que a mí aquello no me hacía mucha impresión. Lo de mi padre se explicaba porque su oficio tenía que ver con la criminalidad y era su obligación, decía, estar al corriente de las tendencias. Mi madre, ajena a este deber paterno, anunció un día un “auto de fe” al que fueron a parar todos los ejemplares de “El Caso”, y de paso, todos los tebeos del “Jabato” y de “Hazañas Bélicas”, todos los carteles de cine y todas las “filminas” que guardaba (yo) como un tesoro, entre las cuales Silvana Mangano en “Arroz Amargo” y los relatos del ciego. 

Los “autos de fe” eran la chifladura de mi madre. Pasaban los años como si no pasara nada y de golpe y porrazo sacaba al patio toneladas de papeles y los prendía con una furia propia de quien se quema por dentro y no sabe cómo poner remedio.


Esa costumbre la “heredó” mi primera mujer, que me quemó, por el morro, una colección de naipes “de categoría”: había una baraja editada en conmemoración del décimo aniversario de la muerte de Stalin. Otra fabricada con ocasión de la llegada del hombre a la luna… Mi compañera actual, por suerte, no es incendiaria. Y por eso la quiero el doble.

Bueno, pues como les decía, en Murcia tenemos madera de santo. Yo mismo soy la prueba. En la edad “heroica”, en los años en que soñamos con hacer heroicidades y vivir aventuras extraordinarias, o sea sobre los 12-13 años, a mí me dio, como saben Vds., por ofrecerle al crucificado las heladas madrugadas de enero…a imitación de (Do)minguito Savio. Aquello acabó en urgencias. Una vez superada la incidencia el deseo de santidad se filtró por otras grietas y apareció disfrazado de “obras de caridad”. Y era con esa finalidad que guardaba la chocolatina diaria (roja y plana, de Nestlé que escondía un cromo dentro); con ese fin recorría como un vagabundo ansioso las calles de la Malvarrosa a la búsqueda de necesitados. Aquel 21 de marzo de 1964 fue rico en obras de caridad. Cayó en (Do)mingo. 

En Madrid estaba encapotado…acabaría lloviendo. En Valencia hacía el día típico de comienzo de verano: el día más largo en nuestro hemisferio.

“Había yo estado haciendo no sé qué travesura: creo que tratando de trepar por dentro de la chimenea, como había visto hacer a un pequeño deshollinador unos días antes, y mi madrastra que, por una razón o por otra, todo el tiempo estaba dándome azotes o mandándome a la cama sin cenar, mi madrastra digo, me arrastró por las piernas sacándome de la chimenea y me mandó derecho a la cama, aunque eran sólo las dos de la tarde del 21 de junio el día más largo de nuestro hemisferio…”



Si han leído Vds. “Moby Dick” recordarán el pasaje en el que el azar junta al “salvaje” arponero Quiqueg y a Ismael (“Llamadme Ismael…”). Fue en la “Posada del Chorro” de New Bedford, en ruta hacia Nantucket.

Moby Dick” es una novelita deliciosa (si todo acabara en el capítulo XXV).

Bueno, pues como decía, aquel domingo fue rico en “obras de caridad”.

Aunque les pueda parecer extraño, dada la época en que vivimos, regida por reglas que derivan del fondo putrefacto de la familia menguante, entonces se nos dejaba salir del centro escolar y hacer lo que nos diera la gana…teníamos 12 años. Y con esa tierna edad yo, con autorización, me iba solo a la playa, o, como digo, a recorrer la geografía de la miseria y de la desgracia para, en ellas, hacer brillar mis “buenas obras”.  Si me permiten la comparación, era como D. Quijote a la búsqueda de ocasiones en las que poner de manifiesto mi capacidad para el bien. Y así salía yo: armado con chocolatinas y deseos de ayudar al prójimo.



A este día, ya de por sí distinguido, nosotros añadíamos la celebración de la onomástica del padre rector, Luís Carrión, neurálgico y poeta. Así empezábamos el verano: bajo el manto tórrido de san Luís Gonzaga y de su encarnación en la tierra, el dolorido poeta que, a más de neurálgico, el hábito de fumar le había tintado los dedos índice y corazón de la mano izquierda de un amarillo ocre parecido al colorante culinario. Cuando, en contadas ocasiones, lo veíamos celebrar misa y elevar la hostia en el momento álgido (valga la redundancia) el contraste entre la blancura de la oblea y el amarillo intenso de sus dedos era alarmante y daba a la escena un aire sacrílego.

El domingo 21 de junio de 1964, por la razón expuesta, desayunamos una taza de chocolate y unos cuantos melindres. Además se nos ofrecieron caramelos y doble ración de chocolatinas. Yo me conformé con la taza de chocolate. El resto lo guardé como medio para expresar mi desespero por el bien. Acabado el refrigerio nos dirigían hacia la sala de música que hacía las veces de sala de actos y allí dábamos rienda suelta a nuestra inspiración artística en honor del homenajeado. Normalmente el encargo poético recaía  siempre sobre A. El tal, con la costumbre, dominaba a la perfección las rimas asonantes en a-a: “Gonzaga”, “alba”, “mañana”, “esperanza”, “vaga” (en la acepción de “vaporosa”, “indefinida”…Resaltar que evitaba los imperfectos en “aba”) que combinaba con rimas en ó- : “Carrión”, “amor”, “corazón”, “Señor”, “gorrión”, formando cuartetas de octosílabos inseguros. El poeta y fumador oía la voz del bardo habitual con los ojos cerrados y echando espesas fumarolas azul plomizo. Cuando acababa el recitado, el “padre rector” analizaba el “poema” desde el punto de vista técnico, que incluía métrica y acentos y desde el punto de vista más elevado del uso de las figuras literarias y tropos, acabado lo cual pasaba a recitarnos su producción última que normalmente ocupaba varios centenares de versos. Aquello se hacía insoportable de verdad. Siempre acabábamos diciéndonos que preferíamos el aguachirle cotidiana. Pero antes de llegar a esa inexorable conclusión teníamos aún que sufrir unas interpretaciones pianísticas a cargo de los más avanzados de la clase. Normalmente todo giraba en torno a Schumann.

Sólo después de estos puyazos nos dejaban libres hasta la hora de comer. Unos se iban a la playa, otros a seguir durmiendo, los había que preferían jugar al fútbol. Yo era de los del fútbol. Pero aquel día me dirigí, lleno de amor al prójimo, al campamento de gitanos de la Patacona. Recuerden que yo tenía 12 años. Entré en aquel laberinto de chabolas con la seguridad que me daba mi inocencia. Aún no había andado ni cincuenta metros cuando una pareja de “churumbeles” se me acercó y sin preguntar ni me quitaron la caja de las dádivas y se marcharon corriendo divertidos. Describir el estado en el que me quedé es inútil y como es inútil no lo intentaré. Me di la vuelta y me marché. Algo entendí: era preferible arrebatar que esperar a que un imbécil como yo apareciera con su cargamento de chocolatinas y melindros.

La paella siempre me producía un amargo dolor de estómago y la esperaba con consternación. No fue diferente. Así que, ese día, tuve algo más que ofrecer por el bien de la humanidad en su conjunto.

Fue dejar los curas y desaparecer la dolencia. Y para demostrárselo a Vds. me haré una paella de costijellas y verduras. Una botellita de verdejo y unas copitas de Master Jager (¿) Mike Jaeger (¿)…¡el del ciervo! que acaban de traerme de Tubinga.

La siesta era ineludible. Y a eso de las seis y media nos dieron otras dos horas de paseo libre. Estaba a punto de acabar el día y yo no había conseguido anotar nada en mi HABER, salvo ese asqueroso dolor de estómago. Salí decidido. Borracho de bien. En cuanto dejé la Senda de la Carrasca y desemboqué en la Avenida vi una mujer mayor que llevaba un pesado bulto sobre sus espaldas. Me acerqué, se lo cogí y cargué con el fardo detrás de ella. La mujer reaccionó mal; pensó que iba a robárselo y me arreó un bofetón que se oyó hasta en la ermita de Vera. Le expliqué mis intenciones. Se calmó y creo que pensó que estaba en presencia de un niño loco capaz de cualquier cosa, así que me dejó hacer. No vivía lejos. El bulto era pesado de verdad, como las obras completas de Pérez Galdós y Pardo Bazán juntas. Aguanté y cuando llegamos a la meta me sentí ligero como un jilguero (¡!) y feliz como una perdiz (¡!). Estaba claro que me había impregnado del espíritu poético de la mañana. 

No contento con la proeza que acababa de realizar me dirigí al Hospital Infantil de san Juan de Dios a “visitar a los enfermos”. Pensé que el Cotolengo me pillaba demasiado lejos. No llevaba chocolatinas ni caramelos, sólo mis ansias de bien y de ayudar al prójimo. Les digo que entonces todo era más fácil que ahora: nadie me preguntó nada.


Cuando entré en la sala de enfermos “menos graves”, justo cuando abrí la puerta de aquella sala como de primera guerra mundial, todos los reunidos (que eran multitud) y muchos de los pacientes infantiles saltaron de alegría, lanzando alaridos de puro júbilo. 
Las almohadas volaban por los aires, los sombreros recorrían el espacio como platillos volantes. Los que estaban de pie saltaban enloquecidos y los que estaban en las camas, también. Pensé que de repente dios (¿) me había otorgado poder taumatúrgico; que mi sola presencia hacía andar a los cojos y hablar a los mudos. Avancé un poco por entre las filas de camas metálicas, me imaginé como el Señor entrando en Jerusalén y giré sobre mí mismo para ver el espectáculo que mi mera presencia estaba produciendo.

Sobre la puerta de entrada una televisión retransmitía un partido de fútbol. Marcelino, a falta de 8 minutos, acababa de marcar el 2 a 1 contra la URSS. Centró Pereda (¡no fue Amancio!) y remató de forma inverosímil Marcelino. Así ganó la Copa de Europa la “roja” en el año 64: ¡contra los “rojos”.


Como no había moviola no pude ver la jugada hasta muchos años después.

Les supongo enterados de todas las circunstancias que envolvieron ese enfrentamiento, si no… ¡Infórmense Vds. Infórmense! (Merece la pena).

El día no fue fructífero.

Por si fuera poco, por la noche “Ardía Misisipi”. Tanto esfuerzo por hacer el bien y con qué facilidad se extendía el mal.




                                                                 Nueva York, 21 de junio de 1982.

“¡Querido Ígor! (Su patronímico se perdió por los recovecos de nuestro viaje).
Se acabó. Los frenos de las últimas elipsis chirriarán otros diez párrafos.
Experimento una sensación de ligereza y vacío. Al fin y al cabo, llevo diecisiete años preparando este original para su publicación. ¡Es “el final de algo”!, como diría el Sr. Heminway (…)
Nací con los instintos de un boxeador profesional. Para convertirme en un joven capaz de reflexión, fueron necesarios esfuerzos literalmente sobrehumanos. Hubo de formarse una cadena de acontecimientos inverosímiles…y por lo tanto lógicos y convincentes. Uno de ellos fue la prisión. Obviamente, alguien deseaba fervientemente hacer de mí un escritor (…).

Así acaba “La zona” de Serguey Dovlátov. El estalinismo hizo trizas cualquier intento serio de “novelar” el mundo. Puso al descubierto las mentiras que sostienen la vida ordinaria. No hubo más salida que la ironía consoladora y recuperación de lo grotesco (de larga tradición en Rusia). Hubo que escoger entre el anticomunismo de Solzhenitsyn o el vodka. Muchos escogieron el vodka… y su forma espasmódica, convulsiva y temblorosa de relatar “lo que es”. A costa de sus propias vidas.

“Recuerda, viejo. Donde hay vodka, allá está la patria”.

¿Qué les voy a contar que Vds. no sepan?

Sólo queda recomendar fervorosamente la lectura de la obra de Dovlátov.











jueves, 20 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 20 de junio. “Jeu de paume”. Cioran. “Santos de Cartagena”.


 No le enmendaré la plana a Platón, ni tan siquiera a Luca Pacioli. Si ellos consideran que la esfera es el sólido regular perfecto… ¡sea! Por eso, dicen, nuestra parte pensante (quien la tenga) sobrevive en un receptáculo que tiende a lo esférico. Desconfíen, pues, de los cabezas cuadradas. De ahí que, también, el culo tienda a la esfera: algunos piensan con él.



Lo cierto es que la esfera (pelota) ejerce sobre la especie animal una atracción irresistible… sobre todo si se trata de la cabeza de nuestro enemigo. Es verla y liarnos a patadas con ella y someterla a un martirio inmerecido.

La “política” se ha montado sobre el modelo del “juego de pelota” y el “juego de pelota” sobre el imperecedero modelo de la trifulca. Que a qué viene todo esto… pues a que tal día como hoy, del año 1789 se “firmó” el juramento del “jeu de paume” (“Juramento del juego de la pelota”): los 577 diputados del tercer estado se comprometieron a dotar a la nación de una Constitución, dando comienzo, de esa manera, al proceso revolucionario. A los tales se les negó la entrada al salón de los Menus-Plaisirs y los dirigieron a la vulgar sala de diversión y espera (que querían desesperante) El tal salón no era una cancha de futbito, sino una especie de frontón a lo vasco, o un trinquete a lo valenciano. O si Vds. quieren, una gigantesca pista de pádel. Se golpeaba la pelota con la palma de la mano (“paume”)… hasta que alguien juró por sus muertos que no jugaba más sino inventaban unas “palas” que, en idea, ya estaban en la mente del malcarado quejica. Así, además, se dotaban de armas contundentes para subsanar discrepancias arbitrales.




Pues allí los metieron… ¡sin pelotas ni raquetas! Como he dicho eran 577. Difícil papeleta. 227 se conformaron, pero el resto se puso farruco y dijo que se les surtía de lo necesario para un “cuadrangular” o armaban la revolución. Se les negó esta mínima petición y la cosa pasó a mayores:

–Si no hay útiles, haremos una Constitución nueva y todo el Reino se va a enterar de lo que vale una “pala”. ¡Con nosotros no se juega! ¡Ni Luis XVI ni hostias!

La corte lo tomó a broma…hasta que les cortaron las cabezas.

Bueno, la cosa se fue calentando y llegó a un punto de no retorno. Robespièrre bramaba. Mirabeau disimulaba su poca afección agitando los puños. J.J.Mounier le echó una mano al abate E.J. Sieyès y se redactó la fórmula del célebre juramento:

“[...] De no separarse jamás, y reunirse siempre que las circunstancias lo exijan hasta que la constitución sea aprobada y consolidada sobre unas bases sólidas”.

El texto, después de una dura competencia, lo leyó Bailly. El único que no firmó fue un tal Martin d’Auch, a quien no le gustaba demasiado golpear la pelota y pensaba que el asunto no era para tanto. Así pues, la Asamblea Nacional se constituyó en Asamblea Constituyente. Y empezó la juerga… que incendiaría toda Europa y pondría las bases de una IDEA.

Vean Vds. el cuadro de David (¿sólo el esbozo?). Fue encargado por los
jacobinos para conmemorar la efeméride. Por entonces la cosa se había aclarado un poco y los campos se iban definiendo. Muchos de los presentes ya se habían pasado al bando contrario. Así que la obra, dicen, fue abandonada por David, fiel a los principios constituyentes, y continuada por un ayudante o por un aficionado.

Piensen Vds. que entonces no existía la prensa gráfica ni, a penas, la escrita. David y otros hacían de reporteros gráficos y ayudaban a la imaginación de los lectores. La composición es irreprochablemente académica: todas las líneas de fuerza se dirigen hacia el orador que está leyendo, a voz en grito, el “manifiesto”. Era un día ventoso: el viento de la Revolución. Fíjense en las ventanas: a una señora se le ha vuelto el parasol del revés. El pueblo llano, la chiquillería y la milicia contemplan con entusiasmo cómo se abrazan clérigos de diferentes credos y un representante de la burguesía ciudadana. Robespièrre se desgañita con las manos sobre el pecho. Un abuelo es sostenido en la silleta de la reina… Es evidente que  no puede ser Couthon, triunviro del “Reinado del Terror” (con Saint Just y Robespièrre) que por entonces estaría en la flor de la edad… (¡y ya cojo!), miembro de la municipalidad de Clermont-Ferrand. La historia de su “cojera” es francamente vergonzosa. Fue recogida por Lenôtre. Bunin la citó en sus “Días malditos” y yo se la tomo al ruso:

“Estaba pasando la noche con una amante, aprovechando que el marido de ésta se había ausentado de casa. Todo iba de perlas, cuando, de pronto, se oye un portazo y se escuchan los pasos del marido que había vuelto inesperadamente. Couthon saltó de la cama y se lanzó por una ventana…; y cayó en una fosa abierta en el patio. Tras pasar toda la noche allí, perdió para siempre las piernas, que le quedaron paralizadas de por vida”.



Lo único verdaderamente extraño de la representación es la ausencia del Burdeos. Raro que nadie esté pimplando a escondidas (o a las claras).

Pues por mí no va a quedar: abro una botella de Borgoña blanco (no me queda Burdeos) y me la soplo (¡poco a poco!) a la salud de estos esperanzados pre-ciudadanos.

Era el 2 de “Mesidor”, día de la avena. El futuro calendario republicano se estaba incubando. Fabre d’Eglantine (¡gloria al insigne poeta!) perdería la cabeza el “día de la abeja” (15 de “Germinal”). Sus ejecutores, entre los cuales Couthon, la perderían (¡ya saben Vds.) en “Thermidor”.

Fatídicamente (¿) las notas de I. Bunin sobre los días de Odessa se interrumpen el 20 de junio, tal día como hoy, del año 1919. Bunin viviría largos años. Recibiría el Nobel, que Stalin deseaba para Gorky.

Cada día que pasa me atrevo a juzgar menos. Quizás sea un indicio de la proximidad de la vejez. No niego los sufrimientos de Bunin y los “suyos”. El sufrimiento, la infelicidad, es mucho más variada que la felicidad. Ya lo decía Tolstoi (¿). No sé los motivos que tuvo Cioran (muerto tal día como hoy, del año 1995) para alcanzar las altas cotas de desprecio por todo y por todos. Me da que fue una acumulación insoportable de mala conciencia y una huida hacia adelante. Cuando tuvo oportunidad de no hacerlo se declaró ferviente “hitleriano” y amante de los aspectos más siniestros de la existencia. Después, cuando ya la edad iba entrando en el redil, convirtió aquel fervor claramente ultranacionalista, en asco generalizado. Así se redimen los fascistas: borran el sentido de cualquier acción; afirman la “idiotez” de cualquier propósito (pues el suyo, claramente, ha sido puesto en evidencia). Claro que a todos nos espera el mismo final y que, desde ese punto de vista, todo se iguala. Esa es una inteligencia elemental. Claro que el “hombre debe desaparecer” (¡y desaparecerá!)…pero él convierte ese imperativo biológico en imperativo moral y, en consecuencia, en categoría estética. Su afición a las contradicciones le ahorra tener que explicarse. 


Su “profundidad” tiene la profundidad de las fosas sépticas (no niego la utilidad de tales simas). A esto le suma un “elitismo” que coincide con sus gustos. Sólo admiro en él su desprecio del trabajo y su negarse a dejar descendencia (aunque aquí también tendría algo que decir su admirado Nietzsche: Todo pensamiento es fisiología).

“Es el suicidio lo que hace la vida posible” y por eso lo rechazó cayendo ( ¡otra vez!) en contradicción. Por lo demás es como si dijera: “Es la existencia lo que hace la vida posible”.
Sin embargo, su prosa envuelve, sugiere, te sume en una atmósfera baja en oxígeno…como de alta montaña… ¡pero sin vistas!

Resumiendo…. Cioran fue un mártir inverso: su castigo fue la vida. Los mártires de verdad reciben la muerte por su fidelidad. Él permaneció en la vida por su infidelidad.

Para dar una visión más equitativa de la variedad del mundo, me referiré a los famosos “Santos de Cartagena”. 




Aquella era zona minera. Los fértiles campos de melones eran todavía desiertos y los lamentos del sufrir aún no habían sido traducidos en “tarantos”. La Manga cerraba un hermoso mar pequeño adornado de islas del tamaño de las perlas. Un matrimonio hispanorromano, en la época del visigodo Arriano de Toledo, daba a luz niños santos, así…sin proponérselo. Todos le salían santos. Santos importantes…muy importantes… ¡Isidoro de Sevilla! (que, finalmente sabemos lo que ya sospechábamos, ¡que era murciano! Es como B. que sigue empeñado en su origen oscense, pese a que toda la evidencia apunta a su origen jumillano). Tuvieron cinco hijos: Leandro, Fulgencio, Florentina, Isidoro y Teodosia. Los varones llegaron a arzobispos (bueno, Fulgencio se quedó en obispo). Florentina se dedicó a fundar casas religiosas hasta que les fallaron las fuerzas y se recluyó bajo la regla de san Benito en Écija (o en Talavera: es una “Questio disputata”).

¿Y la 5ª hija, Teodosia? ¿Cómo es que no alcanzó la santidad? ¡Tuvo que hacerla gorda para no ascender a los altares! Su destino fue otro: Madre de Hermenegildo (santo), hermanastro (¿) de Recaredo. Su conversión al catolicismo fue el comienzo de su martirio. O sea, recapitulando: el matrimonio de Severino y Túrtura tuvieron cuatro santos y la madre de un santo y mártir. Es decir: San Isidoro de Sevilla (que era de Cartagena) era tío de San Hermeregildo, hermano de Recaredo… ¡El mundo es un pañuelo!

Eso es lo que se llama una familia feliz. ¡Pero ven que monotonía!: A la felicidad por el obispado. Sin embargo, Felícitas, bajo el emperador Antonio (¿) (según San Gregorio), fue infeliz y desgraciada de siete maneras diferentes, correspondientes a las siete formas de martirizar a sus hijos: Jenaro, Félix, Felipe, Silvano, Alejandro, Vidal y Marcial y como colofón también ella fue sacrificada: Así lo dispuso ella.
¡¡Siete hijos mártires!!

Se me olvidaba el motivo: Hoy la Iglesia Católica, Apostólica y Romana celebra el día de santa Florentina. Sus despojos están repartidos entre Plasencia, Murcia y algún que otro sitio. La verdad es que no son una atracción turística de primer orden. Antes al contrario.

Para arreglar el día, revisen: “Teléfono rojo…” (*) y disfruten. Ni era un teléfono, ni era rojo.








miércoles, 19 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 19 de junio. “Blaue Reiter”. Maximiliano. Sikilianós. Pedro Mateo.

Si les pareció escasa la referencia de ayer a la batalla de “Waterloo” y quisieran algo más sabroso, lean Vds. el famosísimo capítulo 3º de “La Cartuja de Parma”. Además aprenderíamos algo acerca de técnicas literarias.

“El azul tiene el poderío de un sentido profundo (…) El azul es el típico color paradisíaco. Proporciona una sensación final de descanso. Cuando está a punto de hundirse en el negro, evoca un dolor que casi no es humano” (Kandinsky).

Nadie que me conozca pude dudar de mi preferencia por el azul. Sin embargo el “azul” tardó mucho en constituirse como un concepto englobador y unitario. Los antiguos lo consideraban “melos” frente a “leukos”: oscuridad frente a luz blanca. Lo utilizaban para oscurecer el blanco. Es raro: el cielo era azul, el mar era azul, algunos ojos eran azules…pero no había manera de conseguir una materia de la cual extraerlo con la pureza con la que se mostraba en el mundo.

(Lean Vds., si quieren la “propuesta” del 27 de noviembre: Ives Klein…).



El azul tiene algo de melancólico: El último cuadro de Van Gogh… Los azules de Picasso tras el exhibicionista suicidio de Casagemas… O ese pequeño planeta perdido en la inmensidad, en pleno desamparo, como en busca de una ubre materna.

Bueno…etc…etc, lo que quiero decir es que el azul es mucho color. Tiene mucha historia y mucha carga a sus espaldas. El elevadísimo precio (más que el oro) del “ultramar” puro lo dotó de dignidad y forzó la búsqueda de sustitutos. No está de más saber que fue el primer color obtenido artificialmente. Si les interesa el tema: “La invención del color” (¡¡!!) de Philip Ball.

Es la segunda vez que me atrevo con un “Parfait Amour”. Juro por mis muertos que no volveré sobre el tema. La bebida tiene un regusto a rancio…como proveniente de la “década malva”. Está bien para los “prerrafaelistas”, pero es vergonzoso que un jubilado hecho y derecho se pimple esa bebida infernal con color de paraíso.

Si quieren informarse sobre Kandinsky y sobre la importancia de su obra… ¡tienen donde recurrir! Si lo desean contacten conmigo y, de buena gana les pondré al corriente (o lean la inédita “propuesta” para el día 1 de octubre. Allí les explicaré el origen de la “abstracción” y tal).

El 19 de junio del año 1911 Kandinsky confió a Marc el plan que le rondaba por la cabeza, una vez fracasados los recientes intentos con la “Asociación” a costa del tamaño de su “Kompositión V” (algo así como lo que pasó, también por entonces, con el “Desnudo…” de Duchamp):



“¡Bueno!, tengo un nuevo plan. Piper tiene que cuidarse de la edición y nosotros dos…seremos los redactores. Una especie de almanaque (almanaque-anuario) con reproducciones y artículos y crónicas (…) solamente productos de aristas (…) El libro podrá llamarse “Die Kette” (la cadena) o de cualquier otra forma…No hables de ello. O sólo cuando pueda sernos directamente útil. En estos casos la “discreción” es muy importante”.

Es la primera referencia a lo que después sería el “Blaue Reiter”, obra fundamental para comprender el aire que respiraban las vanguardias artísticas.
La historia del nombre es conocida y ocurría al comienzo del otoño:

“El nombre de “Der Blaue Ritter” lo inventamos de tertulia tomando café en el pabellón del jardín de Sindelsdorf; a los dos nos gustaba el azul, a Marc, los caballos, a mi, los jinetes. Así pues, el nombre surgió por sí solo. Y el maravilloso café de la señora María Marc nos pareció aún mejor”.

Kandinsky había pintado en 1903 un cuadro que tituló: “El jinete azul”. Un cuadro paradójico, en el que el movimiento del caballito se ve paralizado como una mosca en ámbar: una combinación inesperada entre movimiento y quietud. Marc siguió la racha con los cristalinos “Caballo azul” y “Grandes caballos azules” de 1911. Y Kandinsky, acabada la aventura y la guerra, que se llevó p’alante a medio grupo, siguió con el rollo con los “Cuatro azules”…los otros tres eran: Klee, Feiniger y Jawlensky. Pero, en fin esa es otra historia. La sombra de Kandinsky es alargada. ¡Habrán ocasiones!









Las investigaciones sobre el azul con el fin de abaratarlo y fijarlo bien en telas destinadas al desgaste de la muerte se incrementaron durante el XIX. Casi todos los ejércitos del mundo usaban pantalones “espectro azul”…como ese azul violáceo del pelotón de fusilamiento (tal día como hoy del año 1867) encargado de eliminar a Maximiliano I, emperador de Méjico por disposición de Napoleón III. A Benito Juárez (¡los Juárez son así!) no le pareció bien. Tengo para mí, por lo que sé de su familia, que el desgraciado se hubiera suicidado si le hubieran dado un poco de tiempo. Su fusilamiento fue la drástica resolución de un dilema. Lo que me impresiona del cuadro de Manet, y a Vds. también ¿verdad?, es que parece que le disparan directamente a los dientes…a una distancia insólita. Y es que todo aquello dicho sobre Kandinsky empezó con Manet (¿Courbet?): eliminación de la perspectiva, ambigüedad entre fondo y forma…Otra vez me sale la vena académica ¡no puedo evitarlo!...Podría, pero sólo tengo esta bebida azul que me llena el corazón de melancolía y el estómago de fuego. Como complemento irían bien unas berenjenas color berenjena y unas olivas moradas de Cieza. Pensado y hecho: Una fuente de berenjenas rociadas de olivas moradas… ¡y al horno! Adorne Vd. la mesa con un “centro” de lavanda. De segundo algún pescadito azul con rodajas de remolacha.

Cuiden de no cortarse, porque en esta época la sangre, con el calor, toma enseguida un color violáceo.

Observen el cuadro. Fíjense en el soldado a quien se le encasquillado el fusil: indiferente al desarrollo fatal y a la expectación que se acumula por encima de la tapia. Para mí es uno de los “personajes” históricos de la historia de la pintura… ¡y esas nubecillas blancas! Otro de mis personajes preferidos es el "extremo izquierda" (derecha del espectador) de la foto: "Almuerzo en un rascacielos", sí , esa. Es el único que no "interacciona".

Sería para mí un grandísimo honor en darles a conocer a Ángelos Sikilianós (muerto tal día como hoy, del año 1951) Y no diré más. Les remito a mi querido y desaparecido amigo Pedro Mateo y por su mediación lo sabrán todo. Ambos están enterrados en el Primer Cementerio de Atenas.

             



Con Sikilianós me pasó algo parecido a lo que me pasó con una novelita de Mann: Yo iba recorriendo, exactamente, la geografía en la que se desarrollaba la trama. No lo había previsto. Fue una coincidencia. Sí, es aquella novela en la que sale Dinamarca, el castillo de Hamlet y tal… ¡ya saben!

Bueno, yo llegué a Grecia en el 78. Desembarqué en Igoumenitsa, entonces un pueblecito, bajé y, sin proponérmelo, me interné en Leukada (la isla blanca, también un poco melancólicamente sáfica). Entonces había un pontón móvil de tal manera que no te enterabas de que estabas entrando en una isla. Ahora menos: hay una carretera. Recorrí la isla blanca. Me dirigí a Delfos. Crucé el Korinthiakós por Agios Nikólaos. Cené en la amable bahía de Sikiá y me dirigí a Atenas. Recalé, finalmente, en Monemvasía, patria de Ritsos. ¡Hitos en la vida de Sikilianós!: Leukada, Delfos, Sikiá, Atenas…El resto lo supe por Pedro.

¿Saben Vds.? La emoción me embarga y no puedo seguir. Les recomiendo, en nombre de mi inmenso amor por Grecia y en el que profesé a Pedro Mateo, que se internen Vds. en el mítico territorio del poeta (de los poetas, de ambos). Se lo agradecerán a Vds. mismos.

Aquí les dejo una muestra de la poesía de Pedro, impregnada de la panteística unicidad presocrática. Espero que les conduzca a Sikilianós. O no: que se establezcan definitivamente en la poesía de Pedro Mateo.


LA PIEDRA MAESTRA
Viene el viento desde el mar homérico,
mece los olivos como antaño, las palmeras,
y resucitan mis viejas nostalgias griegas.
Las olas se suceden perpetuas, alzando
crestas blancas sobre el azul intenso.
A mi mente acude imagen del viejo rapsoda,
mirada profunda hay en sus ojos claros,
enredados en sus pestañas largos rizos.
Olor a sal me llega y a tierra asentada,
graznidos de gaviotas vienen del puerto
antes que el sol se pose sobre cumbres rocosas.
Me asemejo a espigas gramíneas que serán
alimento futuro para múltiples pájaros,
a los errantes guijarros de la playa
como esponjas del calor madurado y húmedo,
a las algas salidas a esta orilla serena
vibrando con música mediterránea e isleña.


Pienso en el mosto hecho vino blanco,
en las flores que serán limón, naranjas
dulces y olivas, granadas y romero tierno.
Mis brazos insisten en ser alas tensas
e iniciar vuelos de amor y libertad terrena
antes que venga la vejez que todo lo altera,
antes de caer noche tremenda y tiempo final,
antes que los sentidos se adormezcan planos,
sin relieve, incapaces de crear leves sombras
sobre las palabras insolubles de la Poesía.
Veo el color del mundo desde la piedra maestra
donde la tradición dice que enseñaba Homero
cara al mar, mirando hacia la otra orilla.
Veo esto como un sentir que abre mi interior,
veo todo esto como un sueño despierto.

Y este trocito inédito:
“Con rostro antiguo de guerrero cansado
La noche se cierra en torno a una vela
Entre tumultos de nubes se cierra
Se oyen las puertas de la oscuridad”








RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...