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jueves, 6 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 6 de junio. Pepita Jiménez. Bruckner. Holderlin.



(Asteriscos * remiten a razones efemerísticas)

Hoy, día “tétrico” (*), paga la bebida Luís de Vargas.

“Nuestras manos seguían unidas aún. Ambos mudos. ¿Cómo decirle que yo no era para ella ni ella para mí; que importaba separarnos para siempre?
Sin embargo, aunque no se lo dije con palabras, se lo dije con los ojos. Mi severa mirada confirmó sus temores: la persuadió de la irrevocable sentencia.
De pronto se nublaron sus ojos; todo su rostro hermoso, pálido ya de una palidez translúcida, se contrajo con una bellísima expresión de melancolía. Parecía la madre de los dolores. Dos lágrimas brotaron lentamente de sus ojos y empezaron a deslizarse por sus mejillas.
No sé lo que pasó en mí. ¿Ni cómo describirlo, aunque lo supiera?
Acerqué mis labios a su cara para enjugar el llanto, y se unieron nuestras bocas en un beso.
Inefable embriaguez, desmayo fecundo en peligros invadió todo mi ser y el ser de ella. Su cuerpo desfalleció y la sostuve entre mis brazos.” (¡no la vas a dejar caer!)

¡Menos mal que entró el Vicario…!

                 


Esto ocurría el 6 de junio de (pongamos) 1872: Luis de Vargas besa por primera vez (¿y última?) a Pepita Jiménez. Brindemos con granadina…como hacía Lenin en su exilio parisino.

No menosprecien la novelita. En realidad fue como un chorro de aire fresco en la novela española de la época: ligera, algo costumbrista, sin cargar tintas en las luchas  psicológicas” e, incluso, creo, demasiado irónica para lo que se llevaba. Sin recurrir a la ironía no puede tomarse en serio esa trama tan manida: Viuda joven de un marido octogenario y curita inexperto. Y, para completar la tragicomedia: el padre, enamorado y “prometido” de Pepita. ¿Qué atractivo les encontrarían a los curas? ¿la sotana? ¿la halitosis?...Luis de Vargas no es Julián, ni Pepita es la señora de Renal, ni la Ozores. Tampoco es necesario: “Rojo y Negro” sólo hay una.

Todo acaba en una boda feliz y un futuro prometedor lleno de perdices, faisanes y codornices. El amor ideal (“Fedro”, “Cármides”, “El Banquete”…) y el amor terrenal se fusionan de manera envidiable. Venus Urania y Venus Pandemos se disuelven el uno en el otro como la ginebra en la tónica, para formar una pareja de “kikos”, que dios (¿) bendecirá con muchos hijos.

Todo digno de una ópera (Albéniz). En realidad le hubiera ido mejor el formato “género chico”. Las “pasiones” están esbozadas; la “culpa”, escorzada…Ahora que, en manos de Emilio “El indio” Fernández, puede convertirse en un dramón mejicano.
¿Sierras cordobesas? ¿Vega de Granada? El único indicio es que se pone el sol “tras las altas montañas”. Andalucía.

Sin duda Valera sabría de los dos “Luis de Vargas” “famosos”: El primero (XVI) un pintor sevillano, pecador y penitente. Acostumbraba a dormir en un ataúd (como el “salvaje” de “Moby-Dic”) y a fustigarse las carnes. Penitente y pecador. El segundo (XIX) el jefe de la banda de bandoleros patriotas “los siete niños de Écija” (lo de “niños” es como a la Niña de la Puebla, que le siguieron llamando “niña” hasta su muerte, a los 90 años. En realidad ni eran siete, ni eran niños, ni eran de Écija…La sintética imaginación popular ha hecho el resto). Y, sin duda, a ambos los tuvo presente (¿ironía?). Desarrollen vds. el tema.


“Diligencia de Carmona,                              
la que por la vega pasas
caminito de Sevilla
con siete mulas castañas,
cruza pronto los palmares,
no hagas alto en las posadas
mira que tus huellas huellan
siete ladrones de fama.

(…)
Siete caballos caretos,
siete retacos de plata
siete, cupas de caireles,
siete mantas jerezanas.
Siete pensamientos puestos
en siete locuras blancas.

Tragabuches, Juan Repiso,
Satanás y Malafacha,
Jose Candio y el Cencerro
y el capitán Luís de Vargas,
de aquellos más naturales
de la vega de Granada.

Siete caballos caretos
los Siete Niños llevaban.

Echa vino, montañés,
que lo paga Luís de Vargas,
el que a los pobres socorre
y a los ricos avasalla.

Ve y dile a los milicianos
que la posta está robada
y vamos con nuestras novias
hacia Ecija la llana.

Echa vino montañés,
que lo paga Luís de Vargas”.




No es de Lorca...es de Fernando de Villalón. Amigo de los del “27” y en especial de Alberti, a quien Lorca, nacido tal día como ayer, del año 1898, detestaba.  Sobre Lorca volveré el 25 de junio. Pero antes de asistir a la muerte del Amargo, recordar el nacimiento (1891) de Ignacio Sánchez Mejías (*)… ¡a las cinco en punto de la tarde! Alberti hizo alguna vez el paseíllo en su cuadrilla y, como saben Vds. los del  27” (¡y los del Betis!) sintieron su muerte. Lorca escribió la elegía más tremenda desde los tiempos de Jorge Manrique. Su muerte merece una recreación.

Y tal día como hoy de hace 7 siglos, año arriba año abajo, en Écija, “la llana”, unos cientos de parroquianos, encabezados por curas y obispos, irrumpieron (*) en la judería y enviaron al infierno a 4.000 judíos, dicen. Todavía andan las gargantas secas por allí… ¡paga Luís de Vargas!

¡A la salud de Luís de Vargas!:

¡Echa vino, tabernero...
Que acompañe al “salmorejo!”.

Hablando de matar judíos…y de la “cuadrillas de los 7 niños”, se imponen los “Fünf juden” (en referencia a los 5 directores de las cinco Óperas de Berlín). Y de ahí a lo que sigue.
Tal día como hoy, del año 1937, Hitler asistió a la colocación del busto de Anton Bruckner en ese Olimpo kitch de los dioses germánicos que es el Walhalla, a las orillas del Danubio, en las proximidades de Regensburg (Ratisbona). Luís I, antes de ser barrido por la “primavera de los pueblos” y por las faldas de Lola Montes, hizo construir este doble del Partenón, para mayor gloria de Alemania (y allegados). Actualmente son 130 las cabezas allí expuestas. El nazismo sólo colocó la de Bruckner (¡!). Hitler, vestido con uniforme del partido, depositó una gran corona de flores y se entretuvo un momento haciendo ver que meditaba. Quizás meditase. Nunca lo sabremos.




Ya el año anterior, tras derribar la estatua dedicada al judío Mendelssohn, frente a la Gewandhaus de Leipzig, en la calle que llevaba su nombre, rebautizaron la calle con el nombre de “Anton Bruckner Strasse”.

Y también habló y se supo, por aquellos que conocen la técnica de la lectura “entre líneas”, que algo grave y transcendental se estaba maquinando.
Bruckner era, desde los tiempos de Munich, junto con Wagner, uno de los ídolos del futuro führer (añadan Vds. a Lehár: “La viuda alegre”). Y su (de ellos) música acompañó los Congresos del Partido.

 Brucker, el pequeño campesino alemán (austríaco como Adolfo), objeto de burlas por parte del “modernismo” de Weimar, relegado a las últimas filas por el “medio judío” Brahms…ese “fenómeno de salón, elevado a los cielos por los judíos”. El alemán sencillo y puro que con su sólo esfuerzo consigue la plaza de organista de Linz, la ciudad amada por Hitler, para después ser objeto de mofa en la “judía Viena”. Ese hombre del pueblo, cuyo arte no se distanciaba ni un ápice de la sensibilidad (y ambición) campesina, ese alemán de pura cepa (y austríaco) fue el elegido por el corazón del “guía” para apaciguarse en la “Guarida del lobo” y como ejemplo a seguir.
El “leitmotiv” de la “burla” y el de la venganza sobre ella (que tanto utilizaría Hitler): “empezaron riéndose… ¡ahora…llorarán!”, encontró apoyo en el “caso Bruckner”.

Lo de Wagner es un caso aparte.

Aquella mañana en el Walhalla, Hitler estaba descubriendo a las almas poéticas sus intenciones con respecto a la “Marca Oriental” (Austria). Así como Bucker (síntesis de lo alemán y lo “alto austríaco”) estaba siendo acogido por Alemania, así Austria sería introducida en el Reich. A los pocos meses se produjo la “Anexión”.

Su (de Hitler) afición a Bruckner era tal que patrocinó la “Orquesta Bruckner del Reich” en Linz y la elevó al rango de “clase extraordinaria”. Pensaba construir unos monumentales muelles sobre el Danubio, cuya, ya de por sí gigantesca, maqueta presidió los siniestros acontecimientos del búnker. Por sus arcadas y plaza central rebotaron los ecos de los últimos pistoletazos. En el centro de la gran plaza iría una torre “ýbrica”, coronada por un carillón que “en días determinados” descerrajaría algunos motivos de la 4º sinfonía (“Romántica”) del músico. Ironías de la historia (que se dice): mientras agonizaba en el búnker, en el bar de la Cancillería del Reich, los que esperaban la muerte lo hacían siguiendo los compases de música bailable. Nada de “Tristán e Isolda”. Nada de “Parsifal”. Esperaron la muerte bailando “foxtrot”. También dentro del antro subterráneo se oía música ligera. Se disparó directamente a los oídos. 

 

Lean Vds. las entrada del 7  y del 28 de mayo, segunda serie (Inéditas) y encontrarán una ampliación del tema.

Luís I de Baviera (cuya pasión por la causa griega había hecho que ofertara a su hijo Otón para rey del nuevo estado) había construido esa réplica del Partenón (con aquella finalidad) a las afueras de Regensburg, cuna de los Thurn und Taxis, algunos años después de que Hölderlin, ya tocado por la sombra de la locura, visitara la ciudad. La poesía de Hölderlin algo influiría en la admiración por lo griego que se extendió por toda Alemania. 




Tal día como hoy, moría, después de 36 años “recluido” en la torre del carpintero Zimmer (“habitación”), el autor de “Hiperión” (que siempre lo acompañó): “Scardanelli”. El otro quiso llamarse Dionisos o el Crucificado.
Una habitación-torre circular que da sobre una curva del Neckar. Estuve allí (como tantos otros) en el 89, leí fragmentos del Hiperión y algunas de sus últimas poesías y como sabía de la afición del poeta por el vino y los aguardientes, me pimplé en su honor media petaca de ¿Master Jager?  ¿Mike Jaeger?... ¡el del ciervo! Y también leí el grafitti: “H. no estaba loco”.
Le pasaban los “folios” y bosquejaba algunos versos. Le hacían firmar. Él trataba a los visitantes de “Señoría”, “Excelencia  y de ahí “pa’rriba”. 




Apoyó la idea de una Grecia liberada de los turcos, guiado por una concepción idealista de la historia. Quiso que Alemania fuera la Hélade contemporánea. Amonestó y despreció a los alemanes contemporáneos por su utilitarismo y su (¿o es lo mismo?)  especialización y servidumbre. Y más.

“En el pueblo alemán, los discípulos de las musas crecen llenos de amor, de espíritu y de esperanza; los ves siete años más tarde y andan errantes como sombras, silenciosos y fríos, son como un terreno que el enemigo ha sembrado de sal para que en él no crezca nunca más ni una brizna de hierba; y cuando hablan, ¡ay de aquél que les comprende, que en su titánicos asaltos y en sus tretas proteicas sólo ve la lucha desesperada que su hermoso espíritu destruido lleva a cabo contra los bárbaros con los que tiene que enfrentarse!”

“Siempre que el hombre ha querido hacer del estado su cielo, lo ha convertido en su infierno.”

“¡Que cambie todo a fondo! ¡Que de las raíces de la humanidad surja el nuevo mundo! ¡Que una nueva deidad reine sobre los hombres, que un nuevo futuro se abra ante ellos! En el taller, en las casas, en las asambleas, en los templos, ¡que cambie todo en todas partes!.”

No es justo (por la intención), pero sí lógico (por el lenguaje), que los nazis aprovecharan esta llamada. “¡Despertad, alemanes!”…un nuevo mundo, el nuestro, nos espera. “Los maestros Cantores”.
Thomas Mann (*) (y Cortázal nos lo recuerda) lamentó que Marx no hubiera leído a Hölderlin.

Pon más vino, tabernero… ¡que paga Luís de Vargas!...y ¡olvídense de esta “propuesta” fallida!

















miércoles, 5 de junio de 2013

Propuesta para hoy, día 5 de junio. Primer tour de France Manzaneque. Bandera roja.



1
Dios había probado en sus propias carnes lo inmisericorde de la soledad y por eso nos creó en pareja. Antes de aquella primera semana trágica, cuando dios no era ni Trino… y si me apuran ni Uno (puesto que el uno cobra sentido con el dos), su capacidad de soledad tocó fin. Y se volcó en una hiperactividad enfermiza, sin orden ni concierto. Fruto de esa desazón, de ese “mal del ímpetu”, es todo lo visible e invisible. Cuando todo parecía terminado y estaba a punto de echarse dormir a pierna suelta, tuvo la idea genial (por la cual dios ha pasado a la historia): “¡Hágase el Tour de France!” y el Tour apareció, pero sólo como razón seminal, como potencia. Estuvo reposando durante eones y solo en 1903 empezó, tímidamente, a mostrarse como acto. Y es que el Tour tiene tanta grandeza, tanta solidez que parece eterno y consubstancial con la divinidad. Es como un jirón de la divinidad que necesita 21 días para desplegar toda su mismidad. Y lo dotó, como a las estaciones, de un movimiento cíclico, de
eterno retorno.

2
Tal día como hoy, del año 1903, se corría la segunda etapa del primer tour de France, la única de montaña. Fueron seis etapas con finales en Lyon, Marsella, Toulouse, Burdeos, Nantes y Paris. Etapas de 400 kilómetros. Aquello fue un desbarajuste: Si no acababas una etapa no pasaba nada, podías correr la siguiente; podías apuntarte sólo para una etapa y después irte a casa; podías, incluso, correr unos kilómetros y al pasar por tu casa apearte del velocípedo para comerte un plato de ratabouille y echarte a dormir la siesta. Entre etapa y etapa tenía 3 ó 4 días de asueto: podías echar un vistazo a las viñas o una reprimenda al chiquillo.

La etapa reina empezó a las 3’45 de la tarde del día 5 de junio y eran las 9 de la mañana del día 6, cuando Aucouturier cruzó la línea de meta. Desde el principio empezaron las picardías: subirse en trenes nocturnos. Atajar por caminos familiares. Cogerse a la puerta de algún coche despistado; haber quedado de acuerdo con algún vecino para que en el kilómetro tal te esperara con la moto y una cuerda…etc…etc. En el Tour siguiente las picardías aumentaron y en el tercero pusieron orden. En el cuarto y en el quinto todavía encontraron esforzados ciclistas en busca de la línea de llegada de la cuarta etapa del primer tour. E incluso, en fecha tan tardía como 1914, la radio de la tour Eiffel, junto con el mensaje no cifrado que propició el contraataque del Marne, envió una escueta misiva compuesta de puntos y rayas que, una vez traducida al francés de Racine, decía, más o menos:

“Identificado ciclista que dice haber salido el día 4 de junio de 1903 de una taberna al sur de París y que no tiene ni p.i. de dónde se encuentra ni adónde se dirige. Supera cuatro veces la tasa de alcohol permitida.”

Hizo una noche espléndida (una excepción) y la luna entraba en los dominios del plenilunio. Garin, con el brazalete verde, iba confiado. A su máximo rival, Aucoutier, le habían sobrevenido retortijones en la primera etapa, que había salido  desde Montgeron (en París estaban prohibidas las carreras), a la sombra del famoso cafetín: Le réveil matin



Aucoutier, inexperto, habría tomado un cuartillo de pernod y una docenita de boquerones en vinagre. Garin lo miraría de reojo y le dejaría pagado un carajillo mitad y mitad. Pues eso, que a Aucoutier le dieron retortijones. Sin embargo se presentó, ante la incredulidad de Garin, en la línea de salida para tomar parte en la segunda etapa. Y ganó al sprint la etapa reina. No se corría por equipos; o sea que cada cual era su propio equipo y debía ir armado con todo lo necesario. Las recámaras les hacían de cruzado mágico. Las herramientas les colgaban como rosarios y amuletos. Las bicicletas pesaban dos arrobas. Y lo demás recibía el apropiado nombre de “impedimenta”. Garin ganó el primer y el segundo Tour. Sería desposeído por utilizar trenes nocturnos. Él siempre negó las acusaciones.

                                       









Manzaneque* de la Mancha, La Yegua, bien merece un recuerdo. Ganador de tres etapas (60-63 y 67) de montaña:

“Fernando Manzaneque* (Campo de Criptana, como Sara Montiel, 1934-Alcázar de San Juan, 2004) llegó a ser fugaz maillot amarillo del último Tour de su vida. Fue en 1967, cuando los ciclistas españoles que nunca fueron Bahamontes, “el águila de Toledo”, se especializaban en fugas imposibles, en cabalgadas incandescentes, en puras demostraciones de genio o mal genio individual, sobre el derretido asfalto de las carreteras francesas. La época de los apodos heroicos.

Manzaneque ya tenía 33 años, corría con la selección española B, llamada de forma inconsecuente “Esperanzas”, y estaba de vuelta de casi todo. La víspera de la travesía de los Pirineos entre Toulouse y Luchon por los puertos menos conocidos, pactaron los dos equipos españoles:  Manzaneque atacaría de salida y luego esperaría el ataque programado de Julio Jiménez, “el relojero de Ávila”, que podía ganar el Tour si lograba que el francés Roger Pingeon doblara la rodilla. Era la última oportunidad y parecía que, por una vez, los españoles, eternos cainitas, iban a ofrecer al universo-mundo una lección de unidad, de táctica moderna y de trabajo en equipo. En efecto, Manzaneque se escapó de salida y, pedaleando desaforadamente, haciendo honor al apodo con que se le conocía –“La Yegua”- acumuló minutos y minutos de ventaja hasta convertirse en maillot amarillo virtual. Fue entonces cuando su director, José Serra, se acercó con el coche a su lado y le gritó: "Levanta el pie, Fernando, espera a Julio". Porque Julio Jiménez ya había atacado, dispuesto para la gloria. Pero Fernando Manzaneque no estaba por la faena. "Leches", le respondió a Serra. Dijo leches y aceleró más, aunque las fuerzas se le iban acabando. Resistió lo justo para ganar la etapa. Ganó por la mínima, desvanecida su ilusión amarilla, y el sueño del “relojero”. (Adaptación libre de una crónica de El País)



Si algo le atoraba al bravo manchego era correr bajo el patrocinio de una fábrica de calzoncillos (de trágica historia). De haberle dado a elegir, hubiera preferido “Soberano”… ¡es cosa de hombres! ¡Qué de hazañas hubiera protagonizado bajo tan recio refugio!

3

Más o menos cuando la serpiente multicolor en blanco y negro, salía de Lyon, tal día como hoy, del año 1305, salía una fumata blanca de alguna fortaleza de Perusa (Perugia). El cónclave eligió a Bertrand de Got, arzobispo de Burdeos, como sucesor de Benedicto XI.  Roma estaba imposible, como la Verona de “Romeo y Julieta”, que por entonces está digiriendo la historia original. El arzobispo era uno de los pocos neutrales respecto a la política de Bonifacio VIII. Bertrand se enterará dos semanas más tarde. Las circunstancias retrasan su traslado a Roma y finalmente la hacen imposible. Así que gracias a Clemente V el papado se trasladó a Aviñón…por donde estarán pasando los heroicos ciclistas de 1903.



A mí, de toda esta historia, lo que más me gusta es la hermosa bofetada que le metió Felipe el Hermoso a Bonofacio VIII. Si (el Papa) hubiera podido lo hubiera incinerado. Pero el Papa debía saber que, pese a su uso secular, la cremación empezaba a ser vista con malos ojos por atentar directamente a la línea de flotación del cristianismo: La resurrección de los muertos. Hasta Pablo VI que, en tal día como hoy, del año 1964, no levantó las amenazas, su uso no se generalizó. Desde ese día, cualquiera, si no lleva aviesas intenciones, puede ser aventado según los vientos que le venga en gana. Así, se abrió un nicho de mercado que sería rápidamente ocupado por empresas de pompas fúnebres y asuntos del más allá.

Al hilo de lo dicho, decir que ahora (¡5 de la tarde!) me encuentro justo enfrente del Tanatorio de Sancho de Ávila, en ese edificio solitario cuya única función debe de ser proteger a los muertos recientes de las ponentadas. ¿Que qué hago aquí? asuntos de familia. Hemos comido un arroz con caracoles y bebido dos botellas de Jumilla. He comprado un ciego (32523) y ahora completo la ronda de aguardiente en el bar Dávila.



También es mala suerte que te toque un tanatorio justo enfrente de tu balcón (lo sé) y peor aún que se llame, como la calle, Sancho de Ávila ¿o Sancho Dávila? El primero fue un mercenario a las órdenes de Carlos I y de Felipe II, un novio de la muerte…que por eso, quizás, han colocado aquí este crematorio. El segundo, como sabrán Vds. un fascista de tomo y lomo. Sin duda la calle hace referencia al soldado de fortuna (¡¡). El segundo aún no había hecho méritos en la fecha en la que bautizaron la calle (1929). Bueno, pues sepan Vds. que este Dávila, XI conde de Villafuente Bermeja, fue cagado tal día como hoy, del año 1905.

Habría que hacer una verdadera purga con los nombres de las calles de Barcelona. Resulta increíble (es un decir) que esta ciudad liberal, acogedora y amante de la libertad, mantenga en su callejero a personajes como el tal Dávila o al cardenal Casañas, sin ir más lejos.

Estación de Arc de Triomf, tarjeta dorada, lado mar…y ¡a casa!

Pero si la perspectiva de recorrer esta parte destartalada, y un poco siniestra, de Barcelona, no les parece la mejor idea, les propongo otra cosa. Olvídense de todo lo dicho.  Tomen el Ave a París (o agénciense unos Custodios).

4
París vive un proceso revolucionario permanente, “que crece y decrece según razón”. 1831 acaba inflamado por la capitulación de Varsovia. 1832 empieza con la sublevación de los canuts de Lyon y su correspondiente (y connatural) aplastamiento. Al mismo tiempo el cólera (y la cólera) se adueña de París (sobre todo de los barrios pobres). Los muertos se cuentan (cada día) por cientos. Los curas ofrecen el rosario y la misa como medicina. Los saint-simonianos, la confianza en el progreso, elevado a ley natural y la vacuna. Los bonapartistas, aconsejaban que a los primeros síntomas de la enfermedad, se eleven los ojos hacia la columna de Vendôme. Mientras tanto se iba haciendo cada vez más evidente que el único remedio eficaz era el dinero. Así que un asunto sanitario se convirtió en un episodio de lucha de clases. Las malas cosechas pusieron algo de su parte.



Sólo faltaba que un despistado (o no) encendiera un cigarrillo y tirara la cerilla por la zona del faubourg de Saint-Antoine. Y así fue. Esa cerilla fue lanzada.

La ocasión fue el entierro del general Lamarque, símbolo (¿) de la oposición a la reinstauración legitimista.  El mismo Lamarque había muerto apestado.

Tomen asiento en el Café italiano, en la plaza de la Bastilla esquina con Henri IV. Elijan una mesita a la sombra de los plátanos. Pidan un pernod y esperen a que pase el cortejo. Salió temprano de la calle Anjou, por la Madeleine…algún rezo se echarían en la Iglesia. Han seguido por los boulevares, cruzado los arcos, atravesado lo que ahora es República y van siguiendo por las callejas que constituirían Magenta y Voltaire. Cuando entre en Bastilla Vds. habrán consumido un cuartillo de pernod. De más decir que el cortejo lo componen republicanos y bonapartistas. Los curiosos siguen la corriente espesa. En Bastilla, los afluentes de la rue Saint-Antoine y el del faubuorg se unen a la corriente principal. La multitud empieza, por la propia gravedad de la masa, a agitarse. La riada supera la columna de Julio, sigue el canal, cruza por el pequeño puente y se dirige hacia la explanada de Austerlitz. Allí se detiene. La Fayette se despide de Lamarque y mientras agita su mano en este su postrero adiós, “un hombre a caballo, vestido de negro, aparece en medio de un grupo con una bandera roja”, sobre la cual bordado en negro: “libertad o muerte”. (Sigan la historia en Los Miserables de Hugo)…¡¡Era el 5 de junio de 1832!!



Por primera vez aparece la bandera roja del lado de la insurrección. Hasta ese momento era utilizada (desde 1789) por las fuerzas del orden: Cuando aparecía, cualquier manifestación se convertía en criminal y debía ser dispersada y reprimida. ¡Un détournement digno del situacionismo más inteligente! (Hazan).

Mientras tanto la agitación prendió en la rive gauche. La guardia se negó a disparar contra “el pueblo”, pero aparecieron los dragones y se armó la de dios es cristo. El centro de París se llenó de barricadas (Los Miserables).

Al día siguiente se produjo otra efeméride digna de mención y de recuerdo: por primera vez en la historia de la represión policial, se utilizó el cañón contra las clases trabajadoras. Sólo así pudieron destruir las barricadas que proliferaron como hongos en otoño. No fue fácil. Se puso de manifiesto la necesidad de una reforma urbanística.

–Garçon! ¿Cuánto vale la “convidá”?

–10 euros…plus la sombra de los plátanos et le service… ¡20 euros!

–Merci!

Por el precio pueden Vds. derribar la mesa sin remordimientos.

Diríjanse hacia la rue Saint Martin, allí donde se cruza con rue des Lombards y la rue de la Verrerie…a la sombra de la Baubour (fundación Pompidour). Ocupen una de las miserables mesitas de Le Paradis, justo al lado de la parroquia de Saint Merri. Sigan pimplando pernod: cualquier cosa de comer que pidan la vomitarán. Como aquí no hay plátanos, le saldrá más barato.

Imaginen ahora una barricada en forma de L que cubra Saint Martin y la Verrerie. Nosotros estaremos sentados en el vértice de la L. Otra que cierre la calle du Cloître-Saint Merri (paralela a Verrerie) y aún otra que cierre Saint Martin a la altura de rue Aubry-le-boucher (más arriba). La calle Saint Martin queda cerrada a cal y canto (y un poco de plomo fundido). En ese espacio protegido, donde ahora se levanta el Pompidour, floreció el heroísmo inútil y se puso de manifiesto la poca utilidad de las barricadas. Metieron los cañones como pudieron y dispararon a discreción (sigan la historia en Los Miserables). Fue la última barricada de aquel florecimiento de junio del 32.


No lloren ni se indignen. No den muestras de que el sentimiento está funcionando…el camarero lo observaría y lo anotaría (como un plus) en la factura.

Abriéndose paso entre el humo imaginado, se irá perfilando, si han bebido adecuadamente, el busto iluminado de la hermosa Stefania Sandrelli (*) con pañuelo rojo al cuello…Como venida del tercer planeta (Ray Bradbury *). Por esa visión habrá valido la pena el viaje.

–Garçon, la cuenta!

–12 euros, plus las molestias por las obras de la parroquia… ¡18 euros!

La tarde ha desembocado en la noche. Vuelvan como puedan. Yo tengo mis Ángeles. Con su mejor intención me arrullan con Round Midnght en versión de Kenny G. (*)…parece interpretada a media mañana, después de haber desayunado un croissant y un vaso de leche condensada. A este “capullo” que lo felicite su madre. No te metas en camisa de once varas…aunque es público y notorio tu gusto por las prendas anchas y cómodas. Su único mérito: haber ejecutado la nota más larga jamás registrada por un saxofón.

¡Hala! ¡A descansar!

A propósito de bofetadas, no puedo dejar de citar la magnífica y doble bofetada que le endiñó Breton al turbio Ehrenburg, o la que le estampó Mandelstam al crecido Alexis Tolstoi… (¡nada que ver con el otro!), o aquella caricia de Glen Ford a  Rita Hayworth.


                            


He acertado el primer y el tercer número del cupón.

¡Hala! ¡a descansar!




















RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...