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viernes, 1 de noviembre de 2013

Propuesta para hoy, día 1 de noviembre. 2ª SERIE. Jarry. Moravagine. Casanova. Brautigan.

                                                                             

 -1-



Consagrado
a la memoria
de
John Talbot
quien a los 18 años de edad
se llevó un tiro
en un tabernucho

1 de noviembre de 1936

Este tarro de mayonesa
con flores mustias
fue puesto aquí hace seis meses
por su hermana
que ahora está en el manicomio”
(Richard Brautigan: “La pesca de la trucha en América”)


-2-

Muerto Jarry,
tristángulos, azulean las sábanas.”

Recuerdo como si fuera ayer la mañana en la que me desperté sobrecogido por la potencia metafórica de esos versos. Había tenido un sueño geométrico, mejor geométrico-analítico. Y ese era el resultado.

Jarry pasó, según dilapidaba su fortuna, de un suntuoso apartamento en Boulevard Saint Michel a vivir en casa de su hermana en Laval (en su Bretaña natal), tras habitar en el de Port Royal y en la desfasada rue Cassette (¡¡)…además de incontables estadías en casa de amigos y conocidos. Por cierto, él fue quien le puso “Aduanero” a Henry Rousseau. Niño prodigio del absurdo. Prodigioso adulto absurdo. Pionero de la bicicleta: Compró en Laval una bicicleta a Tronchon, una “Clement de Luxe 96” y nunca la pagó. El último y definitivo requerimiento le llegó cuando criaba malvas. Se ahorró 525 francos.


Asistía a los entierros en bicicleta, era su pasión. Amigos o desconocidos. Veía un cortejo fúnebre y lo consideraba una meta volante. Su humor es, ya, “umor”, antes que Vaché lo apostillase. Aficionado a las pistolas, tanto como a sus otras dos grandes aficiones (bicicleta y absenta), un día empezó a disparar sin ton ni son en el jardín de unos anfitriones:

DUEÑA: “¡Imagínese que llega a darles!” (a los inevitables niños).

JARRY: “Bueno no se preocupe, señora, le haríamos otros.”.

Por cierto la pistola se la quedó Picasso. La misma con que amenazó a dos descerebrados en Horta de San Joan (Orta d’Ebre).
Sobre su obra: “Ubú” y la “patafísica” del Dr. Faustroll, “el Super Macho”…tendremos ocasión de volver en la propuesta correspondiente. Ahora bastará con rememorar su deceso.

Tal día como hoy, del año 1907, moría, tísico, en el Hospital de la Caridad de París, Alfred Jarry. Arruinado y destrozado por la absenta, como 7 años más tarde lo haría Modigliani. Su último deseo fue que le trajeran un mondadientes. Es como si toda la vida hubiera estado esperando ese momento. Asestar un golpe definitivo a las chorradas que los agonizantes de renombre ideaban para embellecer el tránsito…y darle un toque de solemne dignidad al momento en el que no hay nada más que ausencia. Si la vida había sido un festín, urgía un mondadientes…para entrar en el más allá sin restos de comida. Un detallazo por su parte. Morirse sin lavarse los dientes añade un innecesario toque cutre. “No hay ética sin estética

¡¡RECUÉRDENLO!!

La primera obra que le fue representada, lo fue en el cabaret artístico de Montmartre “4-Z’arts”. Precisamente Machado, mesetario y un tanto mojigato, anotó: “En París celebran (en el Quat’Z-arts, sic) todos los años un baile monstruo al que asisten los hombres disfrazados y las mujeres desnudas. Es una fiesta llena de pretensiones paganas, que admira a los rastacueros”. Era el París “Apache”… ¿Qué quieres?

Allí, en ese mismo hospital, en la cama 22 de la sala Boyer, tal día como hoy, del año 1924, César Vallejo, convaleciente de una operación a que había sido sometido dos días antes, escribe: “Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitio muy grande y muy lejano y otra vez grande”.

Mientras Jarry agoniza, Machado conoce a Leonor y gana la cátedra. Se casarán en el 1909. Él tenía 34 años (los mismos que Jarry cuando murió) y ella 15 primaveras. En diciembre del año siguiente van a París (tercera vez para Antonio). Sigue un curso con Bergson. En julio Leonor sufre una hemoptisis y, pese a la proximidad, no fue atendida en la “Charité” (¿). Vueven a Soria gracias a R. Darío. Murió al verano siguiente, de tisis.

La bicicleta era para él un tratado de metafísica y de ética (y de estética). De metafísica por cuanto significaba, de forma paradójica, la inmovilidad esencial del tiempo (no en vano (¿o sí?) recibió magisterio de Bergson). Como Duchamp: La repetición de lo mismo bajo la apariencia de la diversidad. Una fusión del eléata y del “oscuro”. La Bicicleta (como instrumento ético) permitía una visión fugaz y estoica de la vida: un leve rozar la superficie de las cosas. Y ¡qué bello y moderno resultaba Jarry subido en el velocípedo!...la hipnótica música radial, minimalista. Sólo interrumpida por los canoros trinos de su timbre destellante. Era su esqueleto externo. Su alma corpórea.

hasta el día en que no cese esta locura que consiste en dejar que la gente circule a pie, sin previa autorización, matrícula, freno, timbre, bovina ni faros, tendremos que vérnoslas con ese peligro público: el peatón temerario”.

¡¡Que le pregunten al Dr. Hofmann!!

Dadaístas, surrealistas, locos de atar…todos se reclaman de Jarry.
No crean Vds. que he olvidado lo principal: “El alcohol es la única bebida higiénica”. Así que chupinazo de calvados y café de melita (el de siempre). Tostadas complementadas con los “dones” griegos. Y como es fiesta, doble “fifti-fifti”.

Paso por el huerto a recoger los últimos tomates del año: “Salmorejo fin de temporada” y una botellita de Ribera. El salmorejo es una comida que roza la perfección: sobre un mar rojo, un sol amarillo, unos círculos blancos, unos jirones de un color ámbar hanseático y unas gotas “amebáceas” de un verde Ava Gardner.

-3-



Era la fiesta de todos los santos. La noche del primero de noviembre se acababa. Podían ser las tres, las cuatro de la mañana cuando puse el punto final a mi novela “Moravagine” y lancé un suspiro de alivio” Corría el año 1925 y Blas Cendrás se encontraba en Biarritz, en la “Mimoseraie”, finca residencial de Eugenia Errazuriz, que se preciaba de tener su pintor: Picasso. Su músico: Stravinsky y su poeta: B. Cendrás, escritor de una sola mano…Pero ¡qué mano!

Algo he dicho en otro lugar sobre la obra.

No se molesten, de lo que fue un paraíso quedan los muros desnudos. No encontrarán, cosa rara, la inevitable plaquita en recuerdo de tan ilustres visitantes-moradores.

-4-



El día de Todos los Santos, en el momento en que, después de oír misa (¿¿). Me disponía a embarcar en una góndola para regresar a Venecia, pasó junto a mí una mujer estilo Laura que, tras dejar caer una carta a mis pies, siguió avanzando. La recogí y vi que aquella misma mujer, satisfecha de haberme visto recogerla, reemprendía la marcha (…) “una religiosa que le ve desde hace meses todos los días de fiesta en su iglesia, quiere que la conozca.”

Era el año del señor de 1753. Y así empezaba una “pasmosa cadena de aventuras amorosas” que cimentaría su fama de conquistador y de hombre de mundo. La fiesta duraría dos años. En 1755 es detenido (¡faltó papel para anotar los cargos!) y conducido a la prisión de “Los plomos” (por el material que la cubría), situada en un anexo al palacio ducal, con el que se comunicaba por el “Puente de los Suspiros”. No eran suspiros de enamorados… Sitúense de espaldas a San Giorgio Maggiore. Enfrente tendrán el Palacio, construido contra toda lógica: la masa compacta y pesada, que debería soportar las delicadas arcadas góticas, son soportadas por éstas. A su derecha verán la ría del Palacio y un puente que la cruza: “Puente de los suspiros”. El edificio grávido y rotundo en el que desemboca el puente: ¡La cárcel de los plomos!
Allí tenían aposento los “Señores de la noche de lo criminal” y allí fue conducido Casanova. Allí pasó nuestro héroe un año cumplido. Y tal día como hoy, del año 1756 consiguió, evadirse.
Su intrincada y accidentada fuga añadió la osadía a su abultado número de admirables “virtudes”.

Parece evidente que Casanova “arregla” las fechas, para ponerse bajo la protección de “Todos los santos”. Y verdaderamente le protegieron.
No volvería a Venecia hasta 1774. Lean vds. “La última aventura de Casanova” de Schnitlzer, “triste y desolador” capítulo apócrifo que completaría sus inacabadas “Memorias” (¡IMPRESCINDIBLES!) y que se aparta de las conclusiones de los “casanovianos”. Schnitlzer, explorador de lo mórbido, hunde a Casanova en el ridículo y la vergüenza en el mismo terreno sobre el cual fundamentó su fama. Marcolina será el arma del destino.

Por cierto, su último deseo fue (el primero de su madre) una sopa de cangrejos de río. La mala suerte, que en sus últimos años le acompañó, había dictado un año extremadamente seco… ¡y no encontraron cangrejos! Alfred Jarry no tentó a la suerte…
¡y se dio por comido!

Acabaremos la tarde con un gintónic (¡limones de Murcia!), y con “Casanova” de Fellini. Si quieren Vds. oigan fragmentos de “Don Giovani” de Mozart, inspirado, dicen, en las aventuras que el aventurero relató al músico, al que le unía su afición por la masonería, mientras se zampan una pizza “veneciana”...¡con mayonesa!



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