Asteriscos* responden a efemerísticas
razones.
1
A las
9:20 subo al avión. A las 13:20 bajo y estoy, dicen, en Génova. Antes hemos
parado no sé dónde. No recuerdo nada. En efecto, estoy en Génova: en el
aeropuerto Cristóbal Colón con mi bolsa de las olimpiadas de México. He sido
arrastrado por mi locura efemerística, que
me va a costar la bolsa y la vida. Se suda. Me siento a una mesita, pido una grappa y pongo en orden mis propósitos.
Miro mis notas: He venido, creo, a rememorar el fin de Shelley…
–¡Camarero!– y giro el índice de la mano
derecha, señalando la copita. El paquistaní no entiende el signo. Tengo que
acercarme a la barra. Me la pimplo de pie. Me dirijo a la estación de
Cornigliano. Llego vivo, de milagro. No saben ustedes lo que son las obras en
Italia. Italia es un buen ejemplo de aquello del desarrollo desigual y combinado. Quince minutos esquivando
gilipollas motorizados. Un cercanías
me lleva a la estación de Nervi. Salgo. Me acodo a una mesita inestable; aparto la macetita de rigor y espero. Pido un panini al prosciutto y una cerveza. Cierro con un corretto de grappa. El camarero no encaja lo del fifti-fifti.
Se
suda, oigan, se suda. A las cinco y diez piso los andenes de la estación de
Viareggio. Llevo 10 horas ausente y siendo transportado d’aquí pa’llá. Mis Ángeles, todo hay que decirlo, se han negado de
todas todas: que si tengo que asumir mis excesos y tal y más cual. ¡Cabronas!
Cuando me recupere…
Pregunto
a una abuela por el monumento a Shelley, pues supongo que lo habrá. La abuela
se encoge de hombros, frunce los labios y arquea las cejas. Sólo le falta
pasarse el dorso de la mano por la sotabarba. Echo a andar hacia la playa. Lo
adivino por los transeúntes: Se nota cuándo van o vienen, excepto si son
gallegos.
En el cruce de Mazzini con IV de noviembre, flaneando, giro a la izquierda, al azar… y en cinco minutos, flaneando, estoy delante del busto del poeta, salvado de no sé qué barbarie por un comosellame héroe local. El inevitable Café Shelley se encuentra en una esquina de la plaza. Ambiente hortera, juvenil, bullanguero… como no podía ser de otra manera (¡!). Las solapas de los niquis se alzan como guillotinas. No quiero ni imaginarme cómo estará por las noches. Pido una cerveza en la terraza y espero que pase el calor. Según el calor amengua, va creciendo la sofocante ola-reguetón: son como vasos comunicantes.
En el cruce de Mazzini con IV de noviembre, flaneando, giro a la izquierda, al azar… y en cinco minutos, flaneando, estoy delante del busto del poeta, salvado de no sé qué barbarie por un comosellame héroe local. El inevitable Café Shelley se encuentra en una esquina de la plaza. Ambiente hortera, juvenil, bullanguero… como no podía ser de otra manera (¡!). Las solapas de los niquis se alzan como guillotinas. No quiero ni imaginarme cómo estará por las noches. Pido una cerveza en la terraza y espero que pase el calor. Según el calor amengua, va creciendo la sofocante ola-reguetón: son como vasos comunicantes.
Para
ir a la playa tiene usté que cruzar la plaza dedicada a D’Annunzio, atreverse con el viale
Daniele Manin, y atravesar la espesa jungla de baños privados que cierran
el paso. Si lo consigue, se abrirá ante usted un arenal sahariano sembrado de
sombrillas como si fueran coles. En algún lugar de esta playa, o puede que en
la arena que duerme bajo el asfalto de la plaza. O puede que, incluso, debajo
mismo del café Shelley…
2
Cuando
aquella mañana de un día de finales de junio del año 1822, Shelley, entusiasta
marinero de agua dulce, borró, decidido, el “Don Juan” que había escrito en la amura de babor y caligrafió “Ariel”, estaba firmando su sentencia de
muerte.
Y es
que, para dar velas a su inspiración, les dio por navegar y, como dinero no
faltaba, encargaron dos veleros como el que encarga dos cafés. Los Shelley,
para reposo de la nave, alquilaron una casa en la costa de Lerici. Byron lo
aparcó en Livorno. Todos hacían vida en Pisa. Bueno, la verdad es que resulta
difícil seguir el rastro de esta troupe que
aumentaba día tras día.
El
barco de Shelley, en su primer viaje (de Génova a Lerici), ya había dado
pruebas de su naturaleza inestable: Graves defectos de diseño le habían dotado
de una fuerte querencia hacia las simas… Estaba claro que Percy era marinero de
agua dulce… y un esteta.
Byron,
entusiasta de la idea “marinero corsario”, recibió en
Livorno el suyo, al que bautizó con el revelador nombre de “Bolivar” que, por entonces, integrado
definitivamente El Ecuador a la república de Colombia, se hacía cargo de la
campaña del Perú.
Byron
prefería hacer los trayectos a nado–manifestó.
Hagan
el favor de poner en el sputofy la
música que escribió Mahler para los niños muertos. Desde lo de Frankenstein ningún niño (y pocos
adultos) había sobrevivido. Este que, ahora, acuna Mary, Percy Florence, parece
la excepción sin la cual no hay regla que se precie. No hacía ni dos meses que
Byron había embalsamado el cuerpecito de Allegra y lo había facturado para
Inglaterra. Y sin embargo… Ahí estaban, dispuestos a circunnavegar el globo.
Mientras, se entrenaban en estas estúpidas aguas.
Este
palíndromo: “In girum imus nocte et
consumimur igni” sobrevolaba elegante.
Un
negocio editorial forzó una reunión presencial en Pisa. Shelley y Williams
navegaron desde Lerici y aparcaron en Livorno. En Lerici quedaron, cual
Penélopes, Mary, Jane, compañera de Williams, por quien Percy bebía los vientos y los elementos (y sus
retoños). ULTIMOS POEMAS.
El 8 de julio, o sea tal día como hoy,
del año 1822, acabados los asuntos que los habían llevado
a Pisa, Percy y Williams, ayudados por un pobre desgraciado, inician el viaje
de vuelta. Antes pasan por el banco y compran regalos para las mujeres... que
tejen en Lerici.
Las
tres de la tarde. Todo estaba en calma. Hacía semanas y semanas que no llovía.
Las rogativas se sucedían. Shelley pensó con emoción en Vasco de Gama poniendo
rumbo a la India (*).
CALIBÁN. - ¡Que el maligno rocío que
barría mi madre con una pluma de cuervo sobre el malsano aguazal os inunde a
los dos! ¡Que un viento Sudoeste sople
sobre vosotros y os cubra la piel de úlceras!
(…
…)
VARIASVOCES: ¡Misericordia de
nosotros!... ¡Zozobramos, zozobramos! ¡Adiós, esposa! ¡Adiós, hijos! ¡Adiós, hermano!
¡Nos hundimos! ¡Nos hundimos!
(...
…)
Y así
fue como un viento nacido en Elba y envenenado en la isla Gorgona, se abatió
sobre la nave, arrastrándola a su lugar natural: la sima.
El
deseo de Calibán, como si de Próspero
se tratara, fue una orden para el silfo Ariel…
que disfrutó amb la feina ben feta. Shelley,
sentado a proa, inclinado sobre un libro, leía / mientras, por popa, la nave se
hundía.
“A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la
serena
y abierta faz del cielo, exhalar su
plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.”
En
algún momento sintió nostalgia del perfume de las almendras amargas.
Como
los viajeros no llegaban a destino…
Los
guardacostas sólo pudieron confirmar que vieron el barco y que después no lo
vieron: A la altura de Viareggio. Era lunes y ya se sabe: “En lunes ni te cases ni te embarques.”
4
Veo la luz, y oigo el sonido;
Navegaré sobre la corriente de la oscura
tempestad
con la calma dentro y la luz alrededor
que convierte la noche en día:
Y tú, cuando la oscuridad sea completa,
contemplarás desde tu pálida tierra,
atrapado en el sueño,
mi vuelo lunar, que entonces podrás
señalar
en lo alto, muy lejos.
La
noticia llegó a Lerici, volvió a Livorno, regresó a Lerici, se expandió por
Pisa y llegó, creo, hasta Massarossa, hermanada con Teià, desde donde escribo
esto que escribo. El “Bolivar” peinaba las olas. Los caballos,
la tierra firme. Pasaron los días, les semanas… las rogativas, ampliadas para incluir el suceso, no surtían efecto. Empezó agosto. En la playa aparecieron
restos compatibles con el caso… y, por fin, el día de la Virgen, Ferragosto, Trelawny
encontró los restos de Shelley. A falta de perro, fue reconocido por los
volúmenes de Sófocles y de Keats que se encontraron en sus bolsillos.
…Venid a estas arenas amarillas y cogeos
las manos después de los saludos y los besos… (Canción
de Ariel).
Sobre
el destino del cuerpo de Williams y,
sobre todo, del infortunado tercero, Charles Vivian, merecedor de la categoría
de mártir… del que sólo se encontró su
esqueleto… ¡Infórmense Udes. Infórmense!
Pintura de Edouard Fournier… aunque
mejor lo hubiera hecho Artemisa Gentilici
(*).
El
bueno de Trelawny intentó la repatriación de los cadáveres. La ley establecía
que los cadáveres de ahogados en el mar, deberían ser cubiertos de cal viva y
enterrados inmediatamente… como con el coronavirus, vamos. Consiguió, no
obstante, aferrándose al efecto Pompeya y Herculano, permiso para reeditar una
escena i(lia)dílica: Incinerar a lo
grande el cuerpo aniquilado del poeta, cual Héctor de la poesía. Adujo,
también, en favor de la causa, los méritos de Sclidemann (*) y Evans (*).
En
París, Delacroix dibujaba ahogados, para la “Balsa de la Medusa”.
Consiguió
un horno y unas parrillas… y lo que se preveía épico, resultó una barbacoa
deshonrosa. Byron, se balanceaba sobre su pie renco, acumulando aventuras para
su Don Juan, que avanzaba
vertiginoso.
Nada
que ver con la pira de Patroclo. Céfiro no acudió; ni Ariel.
El
sol caía a plomo. Como no quemaba bien, arrojaron arrobas de vino de Toscana.
El resultado, más pareció una liebre a la
patagorrina que a una pira aquea. Sólo quedó la mandíbula, el cráneo, que
un obrero había destrozado y algunos girones incombustibles. Byron, caprichoso,
pensó que el cráneo podía servir como copa: No
se molesten en repetir esto conmigo. Dejen que me pudra donde caiga.
El ideador del evento, impulsado por el
viento de la inmortalidad, metió las manos en las brasas y agarró lo que creyó
el corazón fértil del poeta: Cogió el hígado (o el bazo) y lo envolvió en una
hoja de las poesías de Keats… que, también, acababa de morir. Así lo recibió la
viuda y así lo conservó:
Con la cabeza apoyada sobre el fecundante
seno de mi hermoso amor,
Sentir para siempre su blanda caída y
ondulación,
Despierto para siempre en una dulce
vigilia,
Inmóvil, inmóvil para oír su tierna
respiración
Y así vivir siempre.
Con esta dolorosa
escena se puso punto y final a estos años de vértigo. Las vísceras, las cenizas
(en “una urna griega”), los huesos y
los objetos, siguieron su entrópica marcha por las salas de subasta. Algo fue a
parar al cementerio protestante de Roma:
Nada
de él se pierde
Pero
el mar lo convierte
En
algo rico y extraño
(W.
Sh. “La Tempestad” Acto I, scena II)
La viuda dedicó sus
años a la memoria de Shelley.
Byron acabó sus
días, como ustedes saben, en Mesolongi, importante zona palúdica: Su corazón…
¡Ay, su corazón!
“Entonces, ¿qué es la vida?, grité”
6
Dos
playitas, ridículas y públicas, se extienden a la orilla del canal portuario.
Precisamente en el vértice formado por la playa y el paseo del puerto, se
levanta (es un decir) un quiosquillo, entre un tiovivo y una noria vicaria. He
pedido un cuartillo de grappa y un
platito de olivas. La playa está desierta. El coronavirus está en su apogeo. Y
yo, como ustedes supondrán, estoy inmerso en el estrit viu.
“¡Sigamos así! Finalmente, mi querido y
valiente amigo, resultará que somos un par de esforzados nadadores. Todo el
mundo nos considera ahogados, pero de repente volvemos a emerger con algo
procedente de las profundidades, algo que pensamos tiene cierto valor y que
quizá terminará teniéndolo para los otros…”
(8 de
julio 1881. Aquella primera noche en Sils-María parece que el filósofo la pasó
escribiendo cartas… esperando la Aurora.