El “Caos” era, para los griegos (aparte de un piso de soltero, o una
clase de 3º de la ESO), esa Nada aburrida, “bostecil”,
que limitaba al norte con el cielo (el único) del paladar y al sur con la ágil
y húmeda lengua. Era el aburrimiento informe (valga la redundancia) donde todo
lo posible, inexistente, ansiaba por alcanzar el ser a borbotones, sin orden ni
concierto. Era el bostezo de un dios que no se sabía dios. El “Cosmos”, sin embargo, es el resultado de
la introducción de un incipiente orden y concierto. Es el resultado de la
separación categorial de las “cosas”.
Y como todo orden implica “belleza”...pues,
de ahí, ¡cosmética!
Vean vds, la curiosa y sabia
etimología de “cosmética”: imponer un
orden (bello) en un paisaje desolado, desolador y aburrido.
Los griegos temían el “Caos”, que identificaban con las
llanuras inabarcables de Asia y con su sistema “político” despótico y desorganizado. O con las fuerzas naturales
desatadas: Centauros, Amazonas… Frente a ese maremágnum alzaban la enseña del “orden político” que ellos empezaron a
llamar “democracia”.
Rebusco por los armarios y no
encuentro nada aprovechable. Se impone ir al condis (mi Asia particular). Ejemplo
de caos que jamás alcanzará el estatus de cosmos: Lo único inalterable es el
sitio de las bebidas. El resto varía a diario. Donde el café, ahora la harina.
Donde los huevos, ahora las especias. Donde el papel higiénico, ahora las
toallitas de higiene íntima. También se mantiene la pescadería y las
charcuteras, pero incluso ahí, los productos cambian de sitio cada dos por
tres. El orden no se mantiene ni en la cola de la caja registradora. Te
descuidas y ya se te ha colado la tía Josefa que dice que tiene a su nietecito
enfermo y que tal y más cual… o, simplemente, asegura que ha llegado antes que
tú (que llevas veinte minutos (¡de reloj!) esperando con la tarjeta en la mano.
Humillado como un animal de carga,
pero a paso ligero.
Intentas abrir la puerta y se te
caen los puerros. Recoges los puerros y se te caen las olivas…
Hablaba de “democracia”, de “caos” y
de “cosmos”. Acompaño la disertación
con un vaso de “jumilla”, que me
pimplo para fortalecer las simplificaciones. Dispongo unas manzanas, unos
albaricoques, unas rebanadas de “pà de
pagès” y unos chorizos gallegos en una fuente honda de Sargadelos, (recuerdo del viaje) y contemplo el conjunto como si se
tratara de una disposición de Zurbarán (*)
(aunque a él le iban más os bodegones
de otoño). Estos detalles son
los adornos del día. Y como telón de fondo la “Misa de Réquiem” (1605) de Victoria (*). Nada especial… en memoria
de Cesare Pavese, ese hombre nacido para el suicidio, a la altura del suicida
de Borges: “Dejo Nada para Nadie”. Pero cada cosa a su tiempo.
La rivalidad greco-asiática venía
de lejos. La última confrontación (de las antiguas) se resolvió tal día como hoy, del año 479 antes de nuestra era (¡qué precisión!). La
cosa duró veinte años largos y se resolvió a favor de los griegos. Aquí viene
al pelo un contrafáctico: “¿Qué hubiera
pasado si…?”.
Hoy conmemoramos las batallas de
Platea y Micala. Quiere la leyenda, siempre tan elemental, que se libraran el
mismo día….¡cosa imposible!
Hacía diez años del milagro de
Maratón. Un año de la batalla de Salamina (y la práctica desaparición de la
flota persa) y de la heroicidad de las Termópilas. Pese a la derrota marítima,
el ejército persa estaba intacto y amenazaba el Ática. En Platea (Beocia) se
dirimió el asunto. Los persas huyeron con el rabo entre piernas.
Los pocos barcos que quedaron
utilizables pusieron proa hacia Jonia. Sin embargo, en Micala, la flota
ateniense los destrozó. Empezaba un periodo de “paz” que duraría cientos de
años.
Esquilo (“Los Persas”) explica la importancia de tales acontecimientos y
culpa del desastre persa a la “ubris”
(ambición desmedida, desafío a los dioses…) de sus tiranos y de la victoria
ateniense a su lucha ordenada y feroz en defensa de la libertad. La democracia
ateniense no brotó como brotan las hermosas flores silvestres: costó sangre.
Los marineros y los guerreros de a pie (clases populares) exigieron la parte de
poder que le correspondía. La democracia nunca ha sido regalada. Nunca ha sido “inventada”.
Ha sido impuesta y se modifica de acuerdo con las necesidades de cada momento
histórico.
Esquilo pretende haber descubierto
un orden y legalidad en los acontecimientos. Los dioses, al otorgarles la
victoria, han dictado el veredicto: La libertad, la “isonomía” ante la ley, la democracia…son superiores por naturaleza
al despotismo y la esclavitud.
La música de fondo es un poco
fúnebre…pero es de ¡Victoria! (Tomás Luís).
Me zampo las rebanadas del Zurbarán
con aceite y orégano griegos. Carajillo mitad y mitad de, por fin, coñá de la
buena.
La cosa no termina ahí. La victoria
tuvo un efecto contradictorio: por una parte les infundió una nueva confianza
en sí mismos (y en los favorables designios divinos) y por otra los hizo
prudentes contra cualquier manifestación de “ubris”. Esta combinación es evidente en el llamado “estilo severo” (proto-clásico). Me
extendería sobre el tema pero mi condición de jubilado me contiene. Sin
embargo, no puedo contenerme… ¡dios (¿) me castigue! Puede hablarse de un “antropocentrismo”, resultado de la toma
de conciencia de la importancia de las acciones-proezas realizadas. Y empezó a
proponerse al “hombre como medida de
todas las cosas”. Y ese hombre-medida se exportó a la escultura y a la
arquitectura (no se olvide aquí a Pitágoras). Así Polícleto, estableció el “Canon” (“Doríforo”) y el “Partenón”
(p. ej.) fue sometido a estrictas razones “canónicas”.
Bueno… ¡sí! hay diferentes opiniones….
La victoria contra los persas fue
el punto de arranque de todo un proceso de “embellecimiento”
de Atenas. También Felipe II construyó el “Escorial”
(San Lorenzo, 10 de agosto) en memoria de la victoria de San Quintín
(definitivamente finiquitada tal día
como hoy, del año 1557)
Y toda esta excursión sin sentido
sólo para poder encajar a Le Corbousier (*) y su “Modulor”. El arquitecto reconoció su deuda con el Partenón. Las ideas de Le Corbousier tenían sentido,
pero sus secuaces nos han hecho la vida imposible. Lo que se pensó como una “máquina de habitar” (para que la
felicidad se explayara) ha devenido un infierno sin contemplaciones. Una
confianza sin fundamento en que el progreso de los medios técnicos redundaría
en felicidad para el mayor número…etc…etc
Sigo desmontando el “bodegón” de Zurbarán. Y vaciando la
botella de “jumilla”.
“He
visto a la “Vanessa urticae” (“Aglais urticae”), la “abigarrada de la ortiga”,
cuyo nombre popular alemán es “zorrito” (¡y en castellano “ortiguera”!),
extender sus alas de color rojo ladrillo, impregnada de fuego. Me han hecho
soñar con un país cuyos colores estuvieran afinados en una clave más aguda y
cuyas casas refulgiesen con ese mismo fuego en prados de un verde como el de
los cárabos dorados. Nuestro mundo de nieblas y su melancolía refractan los
colores, sólo los bordes de éstos emergen en el mundo de los sentidos”
Eso escribía Jünger tal día como hoy, del año 1945,
abandonado París por Kirchhorst. No presenció la entrada de las tanquetas de
los republicanos españoles. El esteta estaba a cubierto. Entre otros, se empeñó
en oscurecer, aún más, el mundo. Y ahora, en su huerto horaciano, se quejaba de
esa opacidad. Tiziano (*) como
revulsivo. Ya mayor, descubrió las posibilidades constructivas del color,
vívido y luminoso. Por cierto, ni su “Venus
de Urbino” hubiera conseguido algo de Pavese (no me río, ni de lejos, de
las desgracias ajenas). Por lo demás, lo del “gatillazo” es algo “sobrevalorado”…como, por lo demás, todo lo que
tiene que ver con el sexo.
Tanto hablar de “melita” y seguro que no saben vds. que
es el nombre de un asteroide y el de una de las ¡cincuenta! hijas de Nereo (el
adivino) y Doris (su hermana). Ni que “Aglais”
(urticae) es una de las “tres Gracias”, sus hermanas eran:
Eufrosine y Talía. Y juntas representaban la belleza, el encanto, la
naturaleza, la creatividad, la fertilidad…Sus padres… ¡a saber! Pavese se
refiere de refilón a las “Cárites” en
su “Diálogos con Leucó”, el libro con
el que quiso dignificar su sórdida muerte.
Hace muchos años que leí “Oficio de vivir” de Pavese (con pequeños
“retoques” de Calvino y la Ginzburg).
No recuerdo los detalles. Pero sé que pensé que el título debería haber sido: “Preparación para un suicidio”. Que los “mortales” somos mortales, cae por su
propio peso. Lo sabemos desde nuestras primeras incursiones en la silogística
aristotélica cuando aquello de “los
hombre son mortales”. “X es hombre.
(Luego) “X es mortal”, que servía de paradigma para el silogismo perfecto (“BARBARA”, de la primera figura). Y que “Il lavoro stanca” también lo sabemos. Repetirlo constantemente es
patológico, mórbido. Sangre, esperma, lágrimas… lo leí en santo Stefano de
Balbo, en una trattoria de la calle Garibaldi, donde la calle se convierte en
Piedmont. Cerca de la “fundación”
Cesare Pavese. Ya saben vds. de mi afición por estas cosas.
Los italianos le deben a Cesare Pavese
las mejores traducciones de la mejor literatura anglosajona y algunas de las
páginas más dolorosamente exhibicionistas de la literatura italiana. Fue
detenido junto con sus socios de Einaudi y otros antifascistas. Encarcelado y
desterrado a un pueblecito de Calabria, junto al mar. Por entonces también lo
fue Carlo Levi (a la Basilicata). Mientras éste pudo transcender la situación y
crear una obra testimonial e inolvidable: “Cristo
se paró en Éboli”, aquél se hundió cada vez más en su “impotencia”. La cosa
se tornó grave cuando “la mujer de la voz
ronca”, a la que no quiso traicionar, se había largado con otro.
27 de septiembre 1937: “El mayor error del suicida no es matarse,
sino pensar en ello y no hacerlo. Nada hay más abyecto que el estado de
desintegración moral al que lleva la idea —el hábito de la idea— del suicidio.
Responsabilidad, conciencia, fuerza, todo flota a la deriva sobre ese mar
muerto, y se hunde y reaflora fútilmente, para escarnio de cualquier estímulo.”
30 de noviembre de 1937: “Sin embargo, no logro pensar siquiera una
vez en la muerte sin temblar ante esta idea: la muerte vendrá necesariamente,
por causas ordinarias, preparada por toda una vida, infalible hasta el punto de
que sobrevendrá. Será un hecho natural, como la caída de una hoja”.
Durante la guerra se “ocultó” en las colinas de santo Stefano
de Belbo (su pueblo natal) y no participó en las actividades de la resistencia
(algunos afirman lo contrario). Cuando todo terminó se afilió al Partido
Comunista, que acabó desilusionándolo. Su obra se debate entre el simbolismo
mitológico de “Los diálogos…” y lo
que ya podríamos definir como neorrealismo. Fue consciente de que nada, tras la
guerra, volvería a ser igual. Una nota de melancolía por lo perdido. Perdonen
vds. pero mi conocimiento del autor es insuficiente. Quizás vds. se animen a
leerlo y descubran lo que yo no descubrí: Un escritor puro, para quien en la
palabra resuena el ser primigenio. Para quien el lenguaje es la verdadera
creación del mundo.
Y así hasta el 18 de agosto de
1950, fecha de la última entrada en el diario (“Oficio de vivir”): “Escribo: oh Tú, ten piedad. ¿Y luego?
Basta
un poco de valor.
Cuanto
más determinado y preciso el dolor, más se debate el instinto de la vida, y cae
la idea del suicidio.
Al
pensar en ello, parecía fácil. Con todo, hasta mujercitas lo han hecho. Se
precisa humildad, no orgullo.
Todo
esto da asco.
Basta
de palabras. Un gesto. No escribiré más”.
El sábado 26 de agosto, salió de su
domicilio turinés, recogió todos los babitúricos que había ido coleccionando y
alquiló una habitación en el “Albergue
Roma”. Desde allí llamó a diferentes amigos, sobretodo amigas. Nadie acudió,
(¡por algo sería!). Era noche de luna llena. Quiero pensar que se vistió
elegantemente (lo era de por sí) y salió a dar un paseo por las arcadas de la
plaza Carlo Alberto con Príncipe Amadeo. Quiero pensar que tomó un café bien
cargado y un vaso de grappa fría. No
le importaría que le quitara el sueño. Quiero pensar que hizo un último intento
por conseguir una mujer en el Corso Vittorio Emanuele. Quiero imaginar su sombra
rezagándose, intentando librarse, ella al menos, de lo inmediato.
A la mañana siguiente, un camarero
del albergue fuerza la puerta de la habitación: Pavese está elegantemente
tumbado en la cama. 16 tubos de somníferos están alineados sobre la mesilla de
noche. Sobre la cama, a su lado, abierto por la primera página, un ejemplar de “Diálogos con Leucó”: “Perdono a todos y a todos pido perdón.
¿Está bien? No hagan demasiados
comentarios” (no chismorreeen). La habitación huele a Maiakovsky.
Muchas son (¿) las causas que influyen
en un suicidio, pero en Pavese pesó como un oráculo, su impotencia y su “eyaculación precoz”. Jamás, dice, pudo
hacer gozar a una mujer. Y quizás con este pequeño detalle entronque su
esporádica (pero ardiente) misoginia. No sentirse hombre (¿). Sentirse un
muñeco inerme. No poder vivir el enamoramiento de forma completa…Él lo dice, no
yo. Su ruptura con esa actriz americana fue la puntilla.
“Vendrá
la muerte y tendrá tus ojos
esta
muerte que nos acompaña
del
alba a la noche, insomne,
sorda,
como un viejo remordimiento
o
un absurdo defecto. Tus ojos
serán
una palabra inútil,
un
grito callado, un silencio.
Así
los ves cada mañana
cuando
sola te inclinas
ante
el espejo. Oh, cara esperanza,
aquel
día sabremos, también,
que
eres la vida y eres la nada.
Para
todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá
la muerte y tendrá tus ojos.
Será
como dejar un vicio,
como
ver en el espejo
surgir
un rostro muerto,
como
escuchar un labio ya cerrado.
Mudos,
descenderemos al abismo.”
(1937)