I
Batalla de Azincourt.
“(…) Este día (mañana) es la fiesta de Crispiniano:
(¡¡me la coges con
la mano!!)
El que sobreviva a este día y vuelva sano
a casa,
Se pondrá de puntillas cuando se nombre
este día,
Y se enorgullecerá ante el nombre de
Crispiniano.
El que sobreviva a este día, y llegue a
una edad avanzada,
Agasajará a sus vecinos en la víspera de
la fiesta,
Y dirá: ´Mañana es San Crispiniano´.
Entonces se alzará la manga y mostrará
sus cicatrices
Y dirá, ´Esta heridas recibí el día de
Crispín´ (…)”
Quien
así arenga es Enrique V, rey de Inglaterra. Los destinatarios, unos miles de
ingleses, la mayoría descalzos y todos atacados de colitis, que van dejando un
rastro pestilente por la antigua Picardía. Les sigue una nube de moscas, tercamente audaces y de feroz estirpe. Vienen
de poner cerco a Honfleur, de fragante nombre, y se disponen a morir de una
puta vez en el sitio que elijan los franceses de Charles VI. Han vadeado el
Somme. Nunca pensaron, en sus felices días ingleses, que dejarían la vida en el
país de los pícaros… y descalzos ¡¡el
día de san Crispín!!
Los
observadores informan que el ejército innumerable de los franceses se extiende
por las llanuras del sitio llamado Agincourt. Informan, además, de que se
atiborran de queso Munster, se empapan de burbujeante sidra y de que han
dejado, ordenadas, las recias botas en la puerta de sus tiendas.
Que
soñaban con el camembert y el calvados, no lo dijeron. Los dos ejércitos, pues,
sufrían: el francés, de nostalgia del futuro; el inglés, de nostalgia del
pasado.
Hicieron
noche en Maisoncelle, a un tiro de piedra de lo que sería el cementerio… y
justo en lo que se convirtió en una inmensa letrina.
Fue
aquí donde Enrique V dio lo mejor de sí mismo y convirtió a Crispiano en un
símbolo imperecedero. Los soldados, por lo bajini, se cagaban en la gloria… y
en los pantalones.
Crispín
y Crispiano, hermanos de un padre de imaginación escasa, fueron martirizados
repetidamente por el emperador Maximiliano. No hubo forma de martirio que no
fuera probada en sus carnes. Los arcángeles, hartos de tanta brutalidad e
ingenio, desanudaron la piedra de molino (solución
final) y sus cuerpos flotaron hasta la orilla. Bueno, baste decir que lo
que quedó de sus cuerpos se veneran en una iglesia de Roma y sus cabezas
descansan en Soissons, ciudad mártir. (Lean Udes., si lo desean, Le feu de Barbusse… ¡no me hagan hablar
de Barbusse ni de su repugnante reacción ante las dudas de Panaït Stratis).
Contra
todo pronóstico la batalla la ganaron los ingleses: Enrique V se casó con
Catalina, hija de Charles VI y como dote recibió Normandía y Anjou. Los
supervivientes compartieron unos trozos de Munster.
La sidra se había acabado. Lo que quedó de los cuerpos de los caídos se
fundieron con el barro. Así se escribe la historia.
Me
salgo del tema, pero no puedo evitarlo: Tal día como hoy, del año 1977 se
firmaron los cismáticos pactos de La Moncloa.
Después
llegaría Juana de Arco.
II
Batalla de la H3 del King’s College
A la Navaja de Occam y al Tenedor de Hume hay que añadir el Atizador de Wittgenstein sin el cual no
se mantendría vivo el fuego en el que asar el Pavo Inductivo de Russell (perdonen el chiste corporativo).
Es
una ceremonia que repito cada año en esta fecha, casi coincidente con el día de
Acción de Gracias. Tengo pavo para una semana.
*
A las
8’30 de la tarde-noche del 25 de octubre del año 1946, aunque Popper lo sitúe
en el 26, en la estancia H3 del King’s College (Cambridge, naturalmente)
asignada a R. B. Braithwaithe, empezó una
reunión de la Sociedad de Ciencia Moral
que, destinada a rutinaria, ha pasado, sin embargo, a la historia del cotilleo
filosófico. Los ilustres asistentes, en mayor número de lo habitual, dada las
segundas intenciones que sobrevolaban la gélida, pese al fuego del hogar,
estancia, recuerdan la cosa de manera diferente, aunque todos coincidan en lo
esencial-anecdótico: que no se quitaron los tres-cuartos; que Wittgenstein amenazó al ponente con un atizador y, lo
más inolvidable, que la mujer del anfitrión no llevaba bragas. No usaba. Sus
cruces de piernas eran, dicen, más inquietantes que una mirada de Wittgenstein.
Se sentó en el alféizar de la ventana, lugar adecuado para insinuar lo que era
conocido por todos. El nerviosismo inicial y los empujones de la abultada, para
lo que era normal, concurrencia, debían más a ese detalle que no a la
envergadura del ponente o a aquellas segundas intenciones mencionadas supra. Margaret Masterman no sólo tenía
esa habilidad, sino que fue una adelantada en computación, I.A. y traducción
automática.
El
afable y generoso Russell, recién cumplidos los 74, dominaba discretamente la
reunión desde una auténtica mecedora arrimada al fuego. El ponente, y su más
que probable opositor, cruzaban miradas como cornadas. Popper fue el único que,
sin miramientos, despreció a Wittgenstein por ignorante, banal, altivo,
endiosado, fatuo… y un poco también por instinto de clase. Ambos, vieneses y
judíos, daban por sobreentendidas muchas cosas: El bello Danubio azul*
por ejemplo…
Cosas
terribles habían ocurrido en Austria y en Europa. Wittgenstein las consideraba desde
el punto de vista de la afectación personal; Popper intentó, fue su
colaboración de guerra, un análisis general de la marcha de las cosas. Había
escrito, y publicado en alemán, la Lógica
de la investigación científica, que, con la falsabilidad, había dado el golpe mortal al Círculo de Viena, y La sociedad abierta y sus enemigos, que
quiso hacer lo mismo con el psicoanálisis, el marxismo y el fascismo: Quien
mucho abarca….
La
primera obra era desconocida en Inglaterra y la segunda le abrió las puertas de
todas las salas de conferencia de la Europa democrática
liberal de posguerra y le valió una cátedra de segunda categoría en Nueva
Zelanda que había pedido EXACTAMENTE diez años atrás. Ese mismo año de 1936,
había dado una conferencia en la Sociedad.
Wittgenstein no asistió por estar con un “jodido
resfriado” como le comunicó a Moore.
**
Acababan
de prometerle trabajo en la London School
of Economics. El nefasto F. von Hayek, primo segundo de Wittgenstein por
parte de madre, fue su principal mentor.
Por
fin verían de lo que era capaz.
El
jueves anterior, según la programación establecida, había expuesto el anfitrión
y el jueves siguiente expondría Austin sus incipientes teorías sobre los actos de lenguaje; Popper,
excepcionalmente, intervendría el viernes
25 de octubre. Había buscado un tema expresamente dirigido contra Wittgenstein
(a Popper no le hacía gracia hablar por hablar): “¿Existen problemas filosóficos?”… que había envuelto en el anodino
título de “Methods in Philosophy”.
A las
8’30 p.m. en punto se abrió la puerta del toril. Una corriente de aire polar
removió el humo perezoso de las pipas. Margaret cruzó y descruzó las piernas
dos veces: para marcar la media y para hacer de claqueta. Algunos pensaron en
una zanahoria, confundidos, pues la remolacha* tiene un aire de familia.
Entró el anfitrión, que no pudo evitar echar
una ojeada a la entrepierna de su mujer, y, a continuación, un enano fortachón de
desmesuradas orejas como grandes rodajas de remolacha.* Wittgenstein sonrió por lo bajini. Sus ojos de un azul acerado no
se fijaron en la maniobra de Margaret, pero sí en sus (de él) zapatos
impecables.
***
Estaba
en juego el propósito de la filosofía y el destino de la revolución analítica
empezada por Russell y sus “Principia…”
que, según Russell, sólo había sido leída por seis personas: tres habían sido
asesinadas en el Holocausto y las otras eran texanas.
La
magna obra había desplazado a la epistemología como núcleo duro y la había
sustituido por la filosofía del lenguaje. El atomismo lógico y la teoría
pictórica del significado constituían el meollo. Wittgenstein I coincidía
con ese enfoque, aunque no con la intención general. Su hermoso “poema lógico”,
el Tractatus, fue entendido a medias,
precisamente aquella mitad que, para W. era la menos importante etc…etc…
Los
problemas filosóficos resultaban de una incomprensión de la lógica interna de
los términos y expresiones o falta de denotación de los mismos… aclarados éstos,
el problema dejaba de tener
significado.
El
Wittgenstein II, surgido, tras su desgraciada experiencia como maestro rural,
en las postrimerías de los años 20’s, había abandonado, decía, las posiciones
nucleares contenidas en aquel dogmático poema hermético. Popper había afilado
la estaca para clavarla en el corazón de aquel primer Wittgenstein. También
sirvió para el segundo.
Russell
siempre dijo que las enseñanzas, salidas con dificultad de la boca de Witt. II
eran una chorrada; naturalmente nunca lo expresó de esta forma tan vulgar.
Moore tampoco las tenía en mucho. En realidad no había materia con la que estar
en desacuerdo, simplemente no había materia. Sus seguidores obraban como idólatras.
La posición
de este segundo Witt. era que el lenguaje funcionaba perfectamente, no escondía
nada. Para saber el significado de un término, decía, no debemos preguntar qué
es lo que representa (denota); debemos examinar cómo es empleado en realidad. Se
pondría de manifiesto, así, los múltiples usos (juegos) del lenguaje y aire de familia que comparten términos y
expresiones. El significado de un término es su uso. Nosotros mandamos, podemos
hacer con el lenguaje lo que queramos; nosotros elegimos las reglas y
determinamos lo que significa seguir las reglas (públicas).
Seguía
en pie, sin embargo, la tesis de que no había problemas filosóficos. Los
supuestos problemas filosóficos resultaban de un uso desconsiderado del
lenguaje. Había que ayudar a la mosca a salir de la botella en la que había
caído (por tendencia natural). Había que cancelar las vacaciones del lenguaje. Los problemas filosóficos son, en
realidad, enredos, puzles; al desentrañarlos nos hacemos conscientes de cómo
funciona en realidad el lenguaje. No hacen falta teorías generales,
generalizaciones ni terapias lingüísticas. Así, estableciendo las reglas
adecuadas, podemos afirmar que algo es
rojo y verde al mismo tiempo y por completo. Y, naturalmente, lo “indecible” seguía sin poder ser
dicho.
****
Los
problemas filosóficos que, antes, surgían de una mala comprensión de la lógica
interna del lenguaje, ahora resultan de una mala comprensión de las reglas
gramaticales. Antes se trataba de errores categoriales
y ahora de errores gramaticales. Pero
el asunto: la inexistencia de verdaderos problemas filosóficos, seguía en pie.
Popper
se puso de pie… sin que su altura aumentara ni un ápice. Las orejas, sin
embargo, rojas de frio, parecieron más grandes de lo que ya eran. Todo un
problema en aquella corte de atildados. Witt. II sonreía por lo bajini.
–Que existen verdaderos problemas
filosóficos, y no meros enredos, queda demostrado por el interés que suscita mi
presencia…
Witt.
II se puso de pie, apoyó el codo izquierdo en la repisa del fogón y la cabeza
en la palma de la mano. Miró el cielorraso. Pensó que le hacía falta una mano
de pintura.
–… … … y
¿qué me dicen de la inducción, de la probabilidad… … … de la falsabilidad de
las teorías…?
–¡Son problemas matemáticos!
–… ¿Qué me dicen ustedes de la
justificación del poder político… … … de las características que hacen que una
sociedad sea “abierta”… … … Por qué hemos de preferir una “sociedad
abierta” a una “sociedad cerrada”… …
Cuál es el límite justificable de la riqueza…
… ?
Margaret
se sintió aludida y abrió y cerró las piernas.
–¡Son cuestiones de sociología y de
economía! No existen problemas
estrictamente filosóficos. Donde creemos encontrar uno, encontramos un mal uso
de la gramática del lenguaje y sobre ética lo mejor es guardar silencio…o
recitar una poesía de Tagore.
Witt.
No salía de su guarida.
Russell
atizó el fuego y consiguió hacer brotar una llamita rosa Tiépolo y azul lírico. La estancia parecía una calle
cualquiera de Londres, tales eran el vaho y el humo de las pipas. La espesura
dificultaba la visión de los entresijos de la aplicada Margaret.
–Además, señor…
–Popper, Karl Popper.
–Además, señor Popper, todo eso a que
usted se refiere son expresión de deseos y juicios de valor encubiertos, no
principios filosóficos.
–Bien. Distinguir los juicios de valor de
los juicios de facto también es algo digno de la filosofía. O la misma falacia
naturalista… … … las palabras, recién brotadas, y menos pesadas
que el aire ambiente, caían, graves, al suelo. En poco tiempo el suelo se llenó
de desperdicios. Alguno se agachaba para rescatar algún comentario y de paso
mirar de reojo.
–¡Acabemos!– y
se agachó para coger el atizador. Lo cogió sin mirar a la ventana– ¡Deme
un ejemplo de principio moral!– exigió… y levantó el atizador en dirección
al ponente.
–¡No amenazar con el atizador a quien
discute con usted!
Witt.
Arrojó el atizador al fuego y salió
dando un portazo.
Popper
respiró tranquilo al ver que lo de las orejas no había sido utilizado como
argumento, prueba, apoyo empírico, síntoma o, simplemente, como insulto.
Hay
otras versiones. Pero es indiferente. Lo histórico es la retirada de Witt.,
aunque los hay que defienden que era su comportamiento habitual. Popper pudo
sentirse orgulloso de haber “vencido” en campo contrario.
*****
Witt.
tuvo amistad (¿?) con P. Sraffa y antes con Russell; quiso largarse a trabajar
a la URSS, cedió su herencia a sus hermanos (tras donar una pequeña,
relativamente, cantidad, a artistas sin posibles), trabajó durante algunos años
en escuelas rurales en Austria, quiso hacerse monje… así que hay que suponerle
un cierto interés por las cuestiones sociales y una cierta preocupación por el
prójimo. Piensen ustedes lo que quieran. Tengo para mí que Wittgenstein fue un
egocéntrico enfermizo, con un indeleble espíritu de clase. ¿Puede hablarse de inconsciencia en Wittgenstein? ¿Sí?
Pues, entonces… fue un inconsciente, un ingenuo (¡o no?) respecto a lo que
estaba pasando en las regiones de habla alemana.
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En
Alemania seguían los juicios de Nuremberg y en la aislada España, la prensa ponía el grito en el cielo por la
furia procesal. La Vanguardia, como era normal, anunciaba remedios contra
diarreas y otros males intestinales. Se publicitaba ortopedia para herniados,
gomas higiénicas y zapateros.
Se
vendía y se compraba ropa de segunda mano. Alguien había perdido un anillo de
diamantes y esperaba recuperarlo, dijo. El tráfico estaba desbocado: fueron
cuatro los peatones muertos… sin contar el hambre.
El
Tenorio se anunciaba en diferentes teatros de la ciudad condal. Tiempos Modernos triunfaba. El domingo
próximo se enfrentaría el Barça al Oviedo; el Español se las vería contra el
Sabadell en la Creu Alta y el
Gimnastic recibía al recién ascendido Alcoyano que esa temporada, la mejor de
su historia, quedará 10º, por encima del Madrid. El Barça ganó la liga.
El
maquis estaba en todo su apogeo. El desánimo, que no pudo levantar ni el gran
mitin de la plaza de Oriente, cundía en la piel de toro. Desde Rusia llegaba
alguna carta rezagada. Toni Garnett rueda “El
cartero siempre llama dos veces”. En Rusia se estrena “Iván, el Terrible”. Herman Hesse recibirá el premio nobel y Borges
publica su “Deutsche Requiem”.
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A
Braithwaithe le faltó tiempo para apartar el atizador y, ya que estaba
agachado, echar una mirada a su inteligente esposa… que sonrió como la Monna
Lisa.
INFORMACIÓN
PLUS
Hoy
se celebra el día mundial del kárate y el día europeo de la (administración de)
justicia. Y como la primera celebración tiene un universo de discurso más
amplio que la segunda y, además, incluye su universo, se supone prioritaria:
Aquello que no pueda ser solucionado atizando
un Tsuki, pasará, con fastidio, a la
justicia.