11/04/20.
I
La
primera vez que oí Ebarne dich, mein Gott
fue en Bremen. En la ciudad vieja. Yo no era un niño, así que me ignorancia
no puede escudarse en la edad. La música me salió al encuentro cuando yo salía
de beberme una cerveza servida en una de esas ridículas copas en forma de pie.
Fue el año 1972. No hacía demasiado tiempo de las revueltas estudiantiles que
pusieron a Alemania patas arriba. Yo estaba de trabajador invitado que decían. Aquel momento, que califico de
hierofanía o, si ustedes quieren, de iluminación
profana, no lo olvidaré nunca. Entonces entendí que, a la espera del
momento mesiánico del que hablaba Benjamín,
el mundo, para mí (y gracias a Bach), podría tener una justificación estética.
Hoy, 11 de abril, no
es viernes santo. Es sábado santo. Tanto da. El coronavirus nos mantiene
confinados y perdemos la cuenta de todo… ¡y ya son 28 días! Para mí la semana,
llamada santa, sólo tiene sentido asociada a la figura de mi padre
y a
la música de Bach. Fue el 15 de abril,
viernes santo, del año 1729 cuando el universo-mundo, representado en los
beatos de la Iglesia de santo Tomás de Leipzig, pudo escuchar este milagro. Antes,
sin embargo, el 11 de abril,
viernes santo, del año 1727, fue ejecutada íntegra por primera vez. Música, sin duda, del llamado Viernes Santo. Habría que esperar un siglo para volviera a
ser ejecutada (¿) en público. Los creyentes consideran argumento suficiente, en
apoyo de su fe, la mera existencia de Bach.
II
En el
glorioso año de 1968, el día 11 de abril
fue jueves santo. Rudi no se encontraba bien, le dolía la cabeza y se acercó a
la farmacia que había (y hay) en el cruce de la Ku’damm con Joaquim-Friedrich,
Berlín, naturalmente. Aparcó la bicicleta (¿verde?) y…
Previsor,
Josef Bechmann, había salido el día anterior de la estación de Munich con una
idea fija, y pagada.
–¿Es Usted Rudi Dutschke?
–Sí
Y le
descerrajó tres balas en la cabeza. Eran las 4’30 de la tarde. El bueno de
Rudi, pensó que sería el orate que ya le había golpeado en otra ocasión con una
muleta. Pero no. Fueron tres balas de plomo. Tres balas que todavía
se conservan, no sé con qué intención, en no sé qué museo de Berlín.
La
campaña de los media de Springer
había dado sus frutos. Aquel año, la burguesía puso sus cartas sobre la mesa:
marcadas. ¿Y qué? Suyo era la mesa, suyo el tapete y suyas las reglas… ¡Y
seguimos para Bingo! En algún hogar
sonaba, con adelanto, Erbarne dich, mein
Gott… Y es que no hay obra de civilización que no lo sea de barbarie… y al
revés: ¡¡ No hay obra de barbarie que no lo sea de civilización !!
La
calle dedicada a su memoria está sabiamente ubicada: junto al pasaje Springer.
Es una zona ganada al muro, a un paso
del ridículo y cutre Check point Charlie.
El
frust(a)rado asesino llevaba en el bolsillo algunas hojas de las publicaciones
de Springer. Nada que ver con El guardián
entre el centeno que otros elegirían.
Oigan:
Tres balas contra R.D. de Wolf
Biermann.
Lo
hizo con la tranquilidad que da el cumplimiento del deber y la seguridad de que
todo el aparato del estado está a tu favor.
III
Tal día como hoy, del
año 1961, comenzó el juicio contra Eichmann.
Tres
novedades: traducción simultánea, jaula de cristal antibala y el
desenmascaramiento del mal:
"Se extiende como un hongo en la
superficie. Es un desafío al pensamiento porque el pensamiento trata de
alcanzar cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo que se
ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la
banalidad. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical". (H.
Arendt).
Sólo
ha perdurado la traducción simultánea y la jaula antibala. Lo de la banalidad
del mal no ha surtido mucho efecto. Esa falta de profundidad y de entidad
ontológica, por así decir, no avergüenza al capital.
IV
“¿Una princesa y un agente de banca que
no tiene un céntimo? Era distinto durante la guerra. Yo tenía mi uniforme de
los Húsares Negros, después fui oficial de aviación, creo que hacíamos buena
pareja, pero, como tú sabes mejor que nadie, la guerra terminó para mí el día 11 de abril de 1916. Ya te dije
cuándo me dejaron volver los franceses: el primero de marzo de 1920. Cuatro
años perdidos ¿Qué iba a hacer ella? ¿Ganchillo?” (“Una
princesa en Berlín”)
Peter
y Christoph pasan el día en la villa de los Waldstein en el Wansee berlinés.
Christoph recuerda el día en que Peter lo salvó de una muerte segura en los
campos de Verdún. Ahí empezó todo. Si quieren saber la continuación, tendrán
que leer la novela… aunque les supongo conocedores del desarrollo de la cosa.
¡Alemania!
Simplemente anotar que una hija de Moisés
Mendelssohn casó con un Waldstein. A Félix, nieto de Moisés, le debemos el que
Bach no haya sido olvidado en los márgenes de la historia. Tiene gracia que
hayan sido judíos los salvadores de
la más excelsa música cristiana.
V
Ginebra, 11 de abril de 1876.
“Señorita: como usted va a escribirme
esta noche, yo quiero corresponderle.
Haga usted acopio de todo el valor de su
corazón, y no se asuste por la pregunta que voy a dirigirle: ¿Quiere usted casarse conmigo? Yo la amo
y en el fondo de mi corazón siento que me pertenece…”
La
traducción parece un poco rara…
Estas
arrogantes, por tímidas, palabras fueron dirigidas por Nietzsche a Mathilde
Trampedach. El filósofo del látigo no
supo nunca de qué iba la cosa. Lanzaba, aconsejado por la nariguda-protonazi, propuestas de matrimonio como quien, en una
fiesta de noche vieja, lanza serpentinas. Naturalmente, Mathilde no contestó. Creo
que N. buscaba estos fracasos para
acumular agravios y argumentos.