(asteriscos * remiten a razones efemerísticas).
Tal día como hoy, del año 1835, nacía
en la ciudad más inhóspita de Europa (¿hay que decir el nombre?, Bueno…pues lo
digo: ¡¡Bruselas!!) el futuro Leopoldo II… En el Congo, movimientos telúricos
anunciaron el futuro. Una oleada de
temor y temblor recorrió las selvas y removió las ricas entrañas de la tierra.
Nadie supo el motivo de tan maléfica premonición, pero nadie (¡nadie!, digo)
sonrió aquella mañana de abril de 1835. Hasta la leche se agrió en los pechos
de las hembras. Lo de Nagasaky del 45 (*) fue un incipiente, casi nonato,
eclipse de sol comparado con esta oscuridad total y persistente.
Dos años después de la conferencia de
Berlín (1884-85), en la que se reconociera la propiedad privada sobre el recién
(y ad hoc) creado Estado Libre del Congo a favor de Leopoldo II
y empezara a escribirse una (pues nunca puedes decir que fue la más) de las
páginas más ominosas de la historia, Gauguin escribía a su mujer: “Mi fama de artista crece cada día pero,
mientras espero, paso a veces hasta tres días sin comer, lo cual destruye no
solamente mi salud, sino también mi energía. Quiero recuperar esta última y me
voy a Panamá para vivir como un salvaje”. Junto con su amigo, y también
pintor, Laval, se embarcó tal día como
hoy del año 1887. Tras veinte días de viaje primaveral (Debussy, en Roma,
empezaba “La Primavera”: un canto al
despertar a una nueva vida), desembarcaron en la ciudad de Panamá y se
dirigieron al paraíso imaginado: una pequeña isla salvaje en el Pacífico. Su
nombre, Taboga (“Isla de las flores”…
¡del mal! *), era un reclamo
irresistible. Panamá (“rico en peces…”
y en todo), formaba por entonces parte de la “Gran Colombia” dentro del magno proyecto bolivariano. Pronto los
Estados Unidos meterían la mano en el plato. El pobre Gauguin nunca tuvo claro
la definición de “Paraíso” y anduvo
toda su vida equivocando el destino. Aunque, pensaría, tendrá que estar en cualquier sitio… lejos de su numerosa familia.
Taboga ya empezaba a ser lo que
llegaría a ser: una playa para turistas domingueros y una “patria” para piratas financieros de pro. Gauguin tuvo que haberlo
pensado mejor y haber puesto sus conocimientos financieros (que los tenía) al
servicio del capital internacional y
haberse dejado de tanto color local…
No se volvió al día siguiente porque no
pudo. Como le pasará más tarde (de Tahití a las Marquesas), se trasladó de la
isla soñada a Martinica, donde parece que vislumbró algo con una lejana
semejanza a lo que había venido buscando. Antes, sin embargo, tuvo que
deslomarse en las obras del canal: “Tengo
que cavar desde las cinco y media de la mañana hasta las seis de la tarde bajo
el sol de los trópicos y con lluvia todos los días; y por la noche me devoran
los mosquitos”. Por suerte, una crisis, una quiebra…o algo parecido, fue
aprovechada para despedir a cientos de empleados… entre los cuales, el pintor.
Eso es una constante: ¡que le pregunten a Sacyr!
No crean Vds. que los sombreros “Panamá” son un complemento propio de los
financieros del canal. Allí cuando te contrataban te daban, además del pico y
la pala, un sombrero leve y no demasiado espeso, hecho de fibra de Carludovica palmata y fabricado en
Jipijapa, Ecuador. Su uso masivo en las obras del canal le dio el nombre con el
que la Unesco lo ha reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la
Humanidad: “Sombrero Panamá”, que
acompañado de unos zapatos de ante azul
(*) es de lo más. El pobre (literal) de Perkins la compuso sentado en un saco
de patatas. Cuando, triunfador, iba al show de Ed Sullivan sufrió un accidente de coche en el que murió
su hermano y su manager, y él mismo quedó fuera de combate durante todo un año
como resultado de una fractura craneal. Desde la cama fue siguiendo desanimado
el triunfo arrollador de Elvis, que convirtió la canción de los zapatos, que ya
era un éxito mundial, en éxito universal. Corría el año de inflexión de 1956.
Que dios (¿) ha muerto, en mi casa, lo
sabe hasta el perro. Pero lo que no es de conocimiento general es que su
influencia se ha trenzado con las vigas maestras del sistema, pues no otra cosa
que dios, es el deseo de que lo que es,
sea para siempre… igual a sí mismo. La
iglesia, fiel a ese deseo, es el garante de ese inmovilismo bifronte: ascético
y fruidor. Es el acompañante siniestro de esa división, que quiere eterna, de
las cosas: yo sufro y tú disfrutas…
¡por la buena simetría de la ética!
Precisamente el 9 de abril, domingo de
Pascua, del año 1950, se produjo un desgarro inquietante, a través del cual
pudo verse la lóbrega cocina dónde se preparan los “ideales”. Aunque ya, en abril de 1887, mientras Gauguin iba en pos
del paraíso y Debussy, como hemos visto, componía la banda sonora, Nietzsche
empezaba a esbozar lo que sería la “Genealogía
de la moral”.
Pues eso, que el 19 de Germinal, día
del rábano, recomendado contar la colitis y la sobrecarga del hígado, una
avanzadilla del letrismo, encabezada
por Mourre que, vestido y tonsurado como dominico (le había arrancado los
hábitos a un pobre hermano que trasteaba por la sacristía), subió al púlpito de
Notre Dame y, a las 11 en punto, vomitó sobre los millares de criaturas
miserables que se aprestaban a recoger la palabra de dios, que surgiría,
halitósica, de la boca de su vicario, toda una retahíla de evidencias. Las
cámaras de televisión eran toda una novedad. Pomerand, Berna y los demás, disimulados
entre el público, jaleaban la intervención, tal como si estuvieran en el delta
del Misisipí (Luisiana*)
“Hoy, Domingo de Pascua en el Año
Santo,
aquí, en la insigne Basílica de
Notre-Dame de París,
yo acuso
a la Iglesia Católica Universal del mortal
desvío de nuestra fuerza viviente
en favor de un cielo vacío;
yo acuso
a la Iglesia Católica de estafadora;
yo acuso
a la Iglesia Católica de infectar el
mundo con su moral muerta;
de ser el virus del Occidente
putrefacto.
Y en verdad yo os digo: Dios ha muerto.
Vomitamos el hedor agonizante de sus
oraciones,
porque sus oraciones han sido el humo
grasiento sobre los campos de batalla de nuestra Europa.
Crucemos este desierto trágico y
exaltemos esta tierra donde Dios ha muerto,
y labrad de nuevo la tierra con
vuestras manos desnudas, vuestras manos orgullosas, vuestras manos limpias.
Hoy, Domingo de Pascua en el Año Santo,
aquí, en la insigne Basílica de Notre-Dame de París, proclamamos la muerte de
Cristo-Dios, para que al fin el Hombre pueda vivir”.
El
organista, queriendo cubrir el alboroto, echó más aire al fuego y una tremenda
levantada de acordes mayores recorrió el espacio sagrado enfatizando la agonía
y muerte de dios y la podredumbre de Europa. No tuvo nada que ver con la Fiesta de la Razón del 20 de Brumario del año II. Aquello fue todo paz,
armonía y belleza; esto, perturbación e histeria. Quasimodo pensó que había
llegado el día que pondría fin a todas las injusticias.
La cosa
acabó en corredizas, golpes, y estocadas de paraguas. La policía, por una vez,
puso orden… y consiguió atrapar al falso
dominico y a parte de la claque antes
de que la multitud los ahogara en las aguas del Sena.
El tal
Mourre acabó sus días como escritor académico y religioso a sueldo.
Hay que
decir que la cosa tenía un insigne precedente en la acción de Baader, oberdadá, en la catedral de Berlín: fue
el 27 de Brumario del año 1918 (día dedicado a la “guija tuberosa”, indicada, como el rábano, contra la diarrea y la
vaginitis), en plena revolución
alemana (vean la “propuesta”
correspondiente).
Este
fue el clímax del movimiento letrista
que, por entonces, estaba al borde de la escisión. Debord y los suyos, rotas
las relaciones con Issou, hicieron su aparición “oficial” como Internacional letrista, en el otoño del
52…a costa del pobre Chaplin (propuesta
del 29 de octubre). Iban de camino hacia el Situacionismo.
Ni qué
decir tiene que cada cual dijo lo que tenía que decir al respecto: Combat, los surrealistas, los fascistas,
los curas (y perdonen por la redundancia)…
Otro
día les contaré lo que pasó con Antonieta Rivas Mercado; aunque, si quieren,
vayan informándose Vds.
Y ya
que estamos enfangados en asuntos teológicos, permítanme que les recuerde que tal
día como hoy, del año 475, el emperador bizantino Basilisco (¡imagien Vds. el tono de la carta!), miembro singular de
la dinastía León, envió la encíclica
“Enkyklikon” (no se calentó mucho los
cascos) a todos los obispos de su imperio, apoyando el monofisismo. ¿Que de qué se trata? Pues, miren Vds., de un asunto
de verdadera enjundia. La naturaleza trina
de dios (¿) ha sido un manantial de conflictos. Y es que no es asunto fácil ni
trivial. Por suerte para mí, mi padre era todo un experto en el tema. Estaba
tan imbuido en la doctrina de la Trinidad que lo que bebía lo dividía entre
tres y siempre logró mantenerse a flote. Él me enseñó las sutiles diferencias
entre el monofisismo, los nestorianos y la doctrina ortodoxa, establecida en el
famoso concilio de Calzedonia, donde, además de establecerse el canon para la
ropa interior de la jerarquía eclesiástica, se estableció (en lo que hace a la
naturaleza del “hijo”) frente a los
coptos (monofisistas), la “inconfuse”
e “inmutabiliter”, y frente a los
nestorianos, la “indivise” e “inseparabiliter”. Allí se proclamó la
doctrina que, desde entonces, caracteriza a la Iglesia católica, Apostólica y
Romana: La naturaleza humana y divina de Jesús viene definida por esas cuatro
exigencias.
No se
esfuercen: No lo ha entendido NUNCA nadie. Y porque nadie entendía nada, pudo
llegar la sangre al río. Y por esas desavenencias entraban los caballeros
católicos en las iglesias, catedrales y basílicas y pasaban a espada a todo ser
viviente, incluyendo, como es natural, a los animales de compañía... Y que ahora
me vengan esos hijoputas y sus
acólitos con que Baader ha dicho esto y lo otro o que Mourre nos acusa de
estafa…