El 23 de octubre cae
dentro del cono de sombra de mi ignorancia. Lo cual, teniendo en cuenta el tute
de ayer, es una suerte. Podré dedicarme en cuerpo y alma a mis devociones,
entre las cuales, y no la menos importante, la lectura de la “Leyenda dorada”.
De
ningún de ellos hay noticias en el libro áureo. De san Melonio… ¡en ningún
sitio!...sería fruto de temporada.
De
Verecundo algo sabemos. Conocemos su inseguridad congénita que todo lo resolvía
con un: “¡me lo ha dicho mi padre!”.
Tenemos conocimiento de que su nombre en escritura jeroglífica es:
Lo
cual nos indica la antigüedad de la “verecundia”.
En efecto es “vergonzoso” remitirse a
la autoridad de algún supuesto experto en la materia para dar por zanjada una “questio diusputata”: “¡Ya lo dijo Aristóteles!”.
Esta
falacia, catalogada, no siempre es mezquina. A veces se recurre a una autoridad
reconocida que ha dedicado toda la vida al estudio de la cuestión…en ese caso
no es que el tal lo dijera, sino que lo “demostró”.
Ya no se trataría, pues, de un argumento falaz: “¡Ya lo dijo Marx!” (en referencia, por ejemplo, al “valor-trabajo”).
De
Abercio sabemos que es autor del epitafio más largo de la historia de la
muerte:
"Ciudadano
de una ciudad elegida, me he hecho este monumento estando vivo,
para tener en el momento oportuno una sepultura para mi cuerpo. Mi
nombre es Abercio, y soy discípulo de un casto pastor que apacienta
rebaños de ovejas por montes y llanuras, el que tiene grandes ojos que miran
hacia abajo a todas partes. Este mismo, en efecto, me enseñó las
Escrituras de la vida, dignas de fe. Él me envió a Roma a contemplar mi palacio
real y a una Reina de vestido y sandalias de oro; vi a un Pueblo que
tiene un luminoso sello. Visité también la llanura de Siria y todas sus
ciudades y, habiendo cruzado el Éufrates, Nisibi; y en todas partes
encontré compañeros de fe anduve de ciudad en ciudad teniendo a Pablo conmigo,
y la fe me guio en todas partes, y en todas partes me preparó por comida
el pescado de la fuente grandísima, pura, que la casta virgen siempre
toma y ofrece a comer cada día a sus amigos, teniendo un buen vino que
dona con el pan. Yo, Abercio, mandé que se escribieran en mi presencia
estas cosas, a la edad de setenta y dos años. El que comprende y piensa
lo mismo que yo, ruegue por Abercio. Que nadie ponga a otro en mi
sepulcro, o si no, pagará 2000 áureos al erario de los Romanos y 1000 a mi
querida patria'."
Todo un compendio de Teología Simbólica, que necesitó de una lápida más grande que la piedra madre de la “Pietà” de Miguel Ángel. Y que denota una obsesión mórbida por no ser olvidado. ¡Pobre Abercio!... ¡si supiera en que ha devenido su antiguo renombre!
Algún poeta se ha preciado de ser “el poeta con
el cabello más corto del mundo”.
Distinta suerte ha corrido Boecio, cuya santidad (discutida) celebra hoy la inquisición, ¡perdón!, la institución eclesiástica. Tras una época dorada, en que pasó por ser la voz del “Filósofo” en lo referente a la Lógica (falacias incluidas), su fama declinó. ¿Qué hubiera sido Boecio sin “Ignatius Reilly”? ¿Un Casiodoro cualquiera? ¿Un mero transmisor? Sin duda muy por detrás de Isidoro “el sevillano” (nombre de expreso de medianoche). Ignatius lo rescató del olvido y de la indiferencia para devolverle la actualidad que siempre ha merecido:
“Para pacificar a su madre y mejorar las condiciones
de vida en casa, le había dado “La consolación por la filosofía”, una
traducción inglesa de la obra de Boecio, escrita mientras sufría una prisión
injusta y le había dicho que se la diera al patrullero Mancuso, para que la
leyera mientras estaba escondido en su cabina”
El patrullero Mancuso,
obligado por su ineficacia a los destinos más innobles y humillantes, infierno
del que saldría sólo mediante algún éxito contrastable, cumplía su vergonzoso
deber vigilando, travestido, desde el
pestilente interior de un WC.
“Miró de nuevo “La consolación por la filosofía”,
abierta en su regazo, y pasó una página lacia y húmeda. El libro estaba
deprimiéndole aún más. El tipo que lo había escrito acababa torturado por orden
del rey, según decía el prefacio. El tipo que escribía aquello acabaría con
algo clavado en la cabeza. Al patrullero Mancuso le daba pena aquel tipo y se
sentía obligado a leer lo que había escrito. Hasta el momento, sólo había
logrado avanzar unas veinte páginas, y empezaba a preguntarse si aquel Boecio
no sería jugador. Siempre hablaba del destino y de la suerte y de la rueda de
la fortuna. En fin, no era precisamente de esos libros que te hacen ver el lado
bueno de la vida.”
De cómo llega el ejemplar a
“La noche de la Alegría”, un tugurio-tapadera de la calle Bourbon (N.
Orleans); del debut de “Harla O’Horror” y su periquito, y del desenlace
del conjunto, no les hablaré.
Infórmense Vds. e, instruyéndose,
pasarán uno de los momentos más divertidos de su vida. Recuerden (cliqueen “me
gusta”) que fui yo, Kino, quien les recomendó esta lectura, con el fin de
que dios (¿) lo anote en mi “Haber”.
Así como Platón distinguió en la turbia corriente
del amor, un brazo que se dirigía hacia la eternidad (“es la perfecta
posesión de una vida interminable toda ella junta y de una vez”,
Boecio) de las Ideas y otro brazo hacia el mundanal pasar; así como Agustín de
Hipona distinguió en el complejo discurrir de las generaciones, una “ciudad
de Dios” y otra “ciudad de los hombres”, así Boecio habló de la música
“mundana”, de la música “humana” y de la “instrumental”.
Estableciendo que el “músico” es el que “comprende” el que “sabe”
(desde un punto de visto pitagórico). Los “instrumentistas” y “cantores”
que no están imbuidos de la teoría musical, que no comprenden los elementos
musicales que atraviesan el mundo y la vida humana, están en el nivel de la “mímesis”
(por decirlo así). Sin embargo, dicen los especialistas, que, Boecio, ayudó a
romper esa separación que él mismo ayudó a consolidar. ¡Sea así!
Parecía que el tema impediría
dedicarme a mi liturgia…
Completo el rito y bajo al condis. Día de chubasquero. Paso por el parque con la gravedad de la sombra de una nube de tormenta. Me dirijo al estante de los “perritos” y demás envasados pestilentes. Cojo el último paquete de “franfurt” y un tubo de mostaza. Las obras de readaptación siguen su curso. ¿Qué pasa? ¿Es el día de la salchicha? Todas las mujeres van con un paquete de “franfurt” y un tubo de mostaza. ¿Han intentado sabotear mi homenaje a Ignatius? Un señor que empuja un carro de combate, camuflado con hojas de acelga, viendo mi pobre bagaje, me cede el turno. ¡Gracias, buen hombre. Dios (¿) se lo anote en su “Haber”! Junto a la caja, en infantiles letras, pero gigantescas: “Hoy 2 x 1. Comprando una unidad de salchichas “El Perro”, la segunda le sale gratis. Y por si fuera poco, la mostaza gratis". Vuelvo a por la segunda. El del tanque bosqueja una protesta…pero no quiere, finalmente, enturbiar su buena acción.
Completo el rito y bajo al condis. Día de chubasquero. Paso por el parque con la gravedad de la sombra de una nube de tormenta. Me dirijo al estante de los “perritos” y demás envasados pestilentes. Cojo el último paquete de “franfurt” y un tubo de mostaza. Las obras de readaptación siguen su curso. ¿Qué pasa? ¿Es el día de la salchicha? Todas las mujeres van con un paquete de “franfurt” y un tubo de mostaza. ¿Han intentado sabotear mi homenaje a Ignatius? Un señor que empuja un carro de combate, camuflado con hojas de acelga, viendo mi pobre bagaje, me cede el turno. ¡Gracias, buen hombre. Dios (¿) se lo anote en su “Haber”! Junto a la caja, en infantiles letras, pero gigantescas: “Hoy 2 x 1. Comprando una unidad de salchichas “El Perro”, la segunda le sale gratis. Y por si fuera poco, la mostaza gratis". Vuelvo a por la segunda. El del tanque bosqueja una protesta…pero no quiere, finalmente, enturbiar su buena acción.
Vuelo como un vampiro a
zamparme el conglomerado. Este inocente homenaje me va a costar la salud: una
botella de ribera, un fifti-fifti y dos remolques de orujo blanco… ¡no hay dios
(¿) que se lo trague!
Y como hace día de lucir
chubasquero, me largo a Barcelona. Me encasqueto la gorra orejera “tipo
Ignatius”. Tarjeta dorada. Lado mar. Bajo en “Liceo” y me lanzo
ramblas abajo, como agua de torrentera, en busca de una cazalla con pasas.
Impongo respeto con este atuendo. La corriente de turistas se abre como las
aguas del mar Rojo y la herida se cierra tras mis pasos. La “cazalla”
del Arco está cerrada. Sigo hacia el
paralelo y me acomodo en las gélidas sillas del “Rincón del Artista”, en
la confluencia del Paralelo con Nou de la Rambla (mi calle). Sí, exacto, allí donde se encontraba el Pompeia. Aquí, en mis años
mozos, entraba a trompicones a comerme las lentejas de las 4 de la mañana.
–¡Camarero! –Acude presto.
–Póngame Vd. un aguardiente, ese
aguardiente alemán del ciervo.
–No gastamos d’eso.
–Pues un vodka, ese de césped de búfalo, que lleva
una brizna de hierba dentro.
–No gastamos d’eso.
–Pues nada, joven, tráigame de lo que gasten.
En tres minutos aparece con
un “copuzo” de cazalla. La deja sobre la mesa y tengo que hacer esfuerzos ímprobos para
arrancarla. Del envite queda media vacía. Por suerte llevo chubasquero. Un
cigarrillo “Lucki luke” y paso a recrear unos incidentes que ocurrieron
en Barcelona tal día como hoy, del año 1920.
Durante aquellos años Europa
ardía y la parte baja de Barcelona estaba en estado de guerra permanente. La
burguesía catalana, con las fuerzas armadas del Estado (o al revés) quería
imponer orden…el tipo de orden que se impuso en Berlín en enero del 19. El “Sindicato
(de pistoleros pagados por la patronal) Libre” disparaba a troche y
moche, en especial contra la CNT. El Pararelo y lo que llamamos “Barrio
Chino” era feudo de la clase obrera y allí se movía como anguila en aguas
pantanosas.
Bueno, pues, al caer la tarde
de tal día como hoy tres individuos circulaban pegados a las paredes,
como las salamanquesas, haciendo ventosas con sus dedos. Llevaban un rollo de
pasquines en contra del capital y a favor de la causa obrera. Pegaban con cola
de pescado que les habían pasado sus camaradas de la Barceloneta y con brochas
procedentes del gremio de pintores. La luna no ayudaba. Los carteles quedaban,
con las prisas y los nervios, ilegibles. Una pareja de policías divisó al trío
y sus movimientos levantaron sospechas. El trío huyó y se refugió en el bar “La
Tranquilidad”, abrigo de perseguidos, consuelo de atribulados. Allí
reinaba “Tumulto”, hermano de “Algarabía”, hijos ambos de “Convulsión”.
Ya sacaba el mesonero la botella de tintorro…pero pasaron como centellas. El
vino cayó sobre el mármol de Crevillente. Uno cupo en el váter. El otro se
escondió detrás de un pilar de cajas de cerveza. Y el tercero se desvaneció “euridicianamente”.
El segundo, apellidado Iglesias, fue atrapado “ipso facto”. El
primero se encastilló. “Levantaré la tapa de los sesos al que intente entrar”.
Llegaron guardias de seguridad. Un ejército dirimía en la puerta lamentable del
váter. El acorralado amenazaba. Los fascistas, a una, encabezados por el
guardia Roncero, se lanzaron contra la resignada puerta y le dieron con
la puerta en las narices. Inocencio Feut sangraba como un cerdo. Tenía
24 años. Quiso ser empleado de correos y acabó en Marruecos, disparando a las chumberas.El revólver cayó por el agujero del váter turco. Le obligaron a sacarlo.
A media noche fue detenido el tercero en
cuestión.
Fíjense Vds, en los nombres de los elementos
implicados en el asunto. “Bar la tranquilidad”, “Inocencio”, “Iglesias”
y “Roncero”. Si con esos nombres puede urdirse una trama tan grotesca (y
criminal)…Esto fue aducido por los desgraciados.
El camarero, que ve mi copa vacía, aparece con
la botella del “Afilador” y me la llena hasta el borde. Ni se le ocurre
limpiar la mesa. Me ajusto la gorra y me aprieto el chubasquero. Una nueva
sacudida… y la copa se queda a la mitad.
Esa misma noche un grupo de pistoleros irrumpió
en la plaza de Rius y Taulet. Era sábado y los paisanos departían en las
puertas de las tabernas. Dispararon a troche y moche, a su estilo. No hubo
muertos, pero sí muchos heridos graves. Un poco más tarde en el cruce de
Martínez la Rosa y Buenavista, un obrero especializado en mosaicos, fue
tiroteado. Le atravesaron la pierna derecha y fue atendido en el Clínico. La
huelga del metal continuaba.
Esto ocurría a diario. Después vendría el
asesinato del “Noi del Sucre” y el paréntesis ominoso de la dictadura.
La burguesía catalana tuvo momentos de respiro. Protestó, pero sus protestas no
llegaban ni a Sant Boi. ¿Cómo quieren Vds. que la clase obrera se quedara con
los brazos cruzados?
Y mientras me pimplo lo que ha quedado, medito
sobre la posibilidad de que los empresarios, fieles a sí mismos, vuelvan a
pasar la gorra para destinar los fondos a los grupos fascistas. El capital
gradúa sus ataques: cuando fallan los “aparatos ideológicos del
Estado”, incluyendo la prensa, echan mano a las pistolas… ¡sin
contemplaciones!
Un escalofrío recorre mi espina dorsal. El
camarero, al quite, me rellena la copa.
–Podría Vd. limpiar la mesa ¿no? A este paso no voy a catar el orujo.
–Pensé que quería Vd. contextualizar. Confraterniza, y me
vuelve a rellenar el “copuzo”. Ha caído la noche. El Paralelo luce sus
mejores galas. La barra se llena de viandas. Los asiduos acuden desde los
cuatro puntos cardinales. En la pared cuelgan fotografías de ilustres de la
escena.
Me levanto tambaleante, derribo la mesa (como de
costumbre) y me despido de la multitud agitando la “orejera”. Los
clientes ignoran mi cortesía y comienzan con los chistes y las chistorras.
Ahora sí que infundo pánico. Soy “M”, el “vampiro
de Barcelona”. Lado mar. Por la
ventanilla un murciélago gigantesco nos escolta.