Hay rutinas que se pierden cuando uno pasa a la
situación de “clase pasiva”, entre
ellas la ir de compras. No me refiero a ir al Condis, que se refuerza; me
refiero, concretamente, a ir a comprar ropa. Antes era un acto no premeditado,
paseabas, veías, entrabas y comprabas. El contacto con el mundo mantenía tu
gusto en la media y te vacunaba contra estridencias y arcaísmos. Pero ahora, que
la única indumentaria que ves es la de la clientela del Condis y la de los
vecinos cuando, relajados (¿) asisten a una reunión de escalera, el criterio se
difumina, y el gusto se “reviene” y se fija como una lapa.
Vas a los establecimientos a los que acostumbrabas.
Miras las secciones que solías. Todo parece igual. Pero el dependiente va
vestido del Dr. Spock; los pantalones,
por aquello de las patentes, muestran detalles inquietantes: costuras en forma
de rayos en los bolsillos traseros; rotos en los sitios más inapropiados; patas
en los que no entraría ni un macarrón del nº 2… Los jerseys, o como se les
llame, ya no sabes si son de lana, de algodón, o de metacrilato. Las chaquetas
te llegan al ombligo y brillan como estrellas novas. Las piezas recias, chaquetones
y demás, son tan complejas que no te atreves ni a probártelas. El dependiente da círculos cada vez más
estrechos sobre tu indefensa persona. Tú estás parado, inmóvil, delante del
montón de ropa “arte povera” en que has convertido un bien ordenado estante. Ya no
recuerdas ni en dónde se marcaban las tallas. Ni de tu talla. Te sorprende la
cantidad de informativas tiritas blancas
que, como tripas de pájaro, brotan de los interiores. Cada prenda parece un “árbol de las ofrendas”. Ya tenemos al dependiente
delante de nosotros.
–¿Qué quiere?
–Pues… ¡no sé!
Y sin responder, se aleja como una hoja negra
arrastrada por el aire acondicionado.
Coges dos
pantalones, un jersey y un chaquetón y te diriges como un ladrón avergonzado a
los “vestuarios”. No te atreves a probarte nada. Dejas pasar un
tiempo prudencial, recoges las prendas y las depositas sobre cualquier montón
de ropa. Te largas y acabas comprándote en el Carrefour unos vaqueros de 15
euros y un chaquetón de cartero por 39’99. Y, así, de esa guisa te presentarás
en navidad en casa de tus parientes que te mirarán entre la resignación y la
misericordia. Para colmo irás con las manos vacías.
Imagínense Vds.
que tuviera que comprarme ropa de boda, como las de antes. O a la altura
(horizontal) de un muerto de postín. No estoy seguro que acertara; quizás me
presentaría con la desenfadada ropa del enlace en el triste desenlace (o
viceversa). También Gila se confundía. Ahora vendría al pelo algo de Goran
Bregovich y su “Orquesta de Bodas y
Funerales”…o películas como “Tres
bodas y un funeral”, “Una boda de muerte”, “La novia muerta”…o una novela como la “Muerta enamorada”.
Tal
día como hoy, del año 1951, en la Iglesia City
Methodist de Londres tomaba el sacramento del matrimonio la “Dama de Hierro” junto con el magnate que
le prestó el apellido. Tan metálica y metódica dama no podía casarse en ninguna
otra iglesia que no fuera “metodista”.
Bueno, pero lo que realmente merece esta entrada no es su boda, ni su muerte…
sino el enredo en el que se metió el comentarista de la BBC que, en la puerta
de la Catedral de san Pablo, mientras entraban los encopetados y alicaídos
invitados al funeral, se acercó a entrevistar al popular, e irlandés, Terry
Wogan con una sonrisa en la boca y con esta frase envuelta en ella: “Es interesante, hay una mezcla ecléctica de
personas que están invitadas a la boda…. al funeral”. De esa manera tan
sutil eliminó de un plumazo las diferencias entre un acto y otro.
Así que aquí
estamos mi cachorillo y yo, disfrutando del espectáculo y compartiendo la
audición de la 2ª sinfonía (*) de Mahler. Ya saben vds. de la afición de Hegel
por la música de tradición germana. Así que he comprado unos auriculares
dobles. Frente a la Catedral hay algunos establecimientos de hostelería. El más
vistoso es el café-restaurante “Rouge”…
¡no tiene pérdida! No admiten perros; pero he podido convencer al avispado
camarero de que este animal que me acompaña no es un perro. Con nuestros
chubasqueros hasta los pies y nuestras gorras orejeras, parecemos excrecencias
de una obra de Becket. Sólo le he dicho (al perro) que si tiene que pedir algo
me lo pida a mí y yo transmitiré la orden. El camarero se retira con la mosca
(que tampoco es una mosca) en la oreja.
–Pónganos
su celebérrimo “desayuno inglés” y dos cubiertos.
Llega un plato
de huevos y tocino a rebosar. “Hegel”
se relame, pero retiene la exclamación. Lo del rabo es inevitable. El
chubasquero se mueve como una nube borrascosa.
–Y una botella de “Malbec de L’hospitalet”… ¡con dos vasos!
Mahler había compuesto un
poema sinfónico “funerario”. Von
Büllov, a estas alturas, y con razón, pasado a las filas de los “Brahmistas”, despreció el fragmento.
Mahler, no se dio por vencido y añadió tres movimientos más. Ni así consiguió
la aceptación del maestro. Y tampoco la completa satisfacción del autor. Tuvo
que morir von Büllov y que en su funeral se interpretara una coral basada en un
poema de Klopstock (“Resucitarás”),
para que a Mahler se le encendiera la luz. Tomó el poema, le puso música y lo
convirtió en el 5º movimiento de su segunda sinfonía…”¡la inacabable!”. A ver ahora qué hubiera dicho el muerto. ¡Toma
media hora más!
“¡Resucitarás,
si resucitarás,
polvo mío, tras breve reposo!
Vida inmortal
te dará quien te llamó.
polvo mío, tras breve reposo!
Vida inmortal
te dará quien te llamó.
Has sido
sembrado para florecer de nuevo,
El dueño de la cosecha,
recoge las gavillas
de nosotros, los que perecemos. (…)
El dueño de la cosecha,
recoge las gavillas
de nosotros, los que perecemos. (…)
Por mí, la “dama de Hierro” (Fe), que se quede donde está. Pero si su Fe es tan fuerte como la de Mahler y resucita, que resucite en las
Malvinas, en uno de esos típicos días de borrasca, cuando el termómetro no sube
de los 5 bajo cero. Y en pelotas. O como la “Magdalena” de Donatello (*).
No puedo dejar
que se mustie el día, sin hacer mención de Tartaglia (*) (¡hermoso nombre y
condición) y a Vieta (*) (Viète). Ambos, y el incordiante de Cardano, pusieron
a nuestra disposición la resolución de las ecuaciones de tercer grado y nos
legaron “problemas” sublimes:
1.
Tres
matrimonios (en los cuales los maridos son extremadamente celosos) quieren
cruzar un río en una barca en la que caben como máximo dos personas. Determinar
cómo debe planificarse el cruce si no puede dejarse a ninguna mujer en compañía
de un hombre a menos que su marido esté presente.
2- Tres personas quieren repartiese el aceite
(vino) que hay en una garrafa de 24
litros. Determinar cómo puede hacerse el reparto si se dispone de tres garrafas
vacías con capacidades conocidas de 5, 11 y 13 litros.
A quien los solucione, ya saben que cumplo mi
palabra, le pago una cerveza en “Los Piratas”. Pueden solucionarse con los
cálculos de la abuela.
¡Y qué me dicen del triángulo de Tartaglia (*)! Toda
una obra de arte.
Estos últimos datos a “Hegel” se la traen al pairo.
Así que volvemos a casita. Hoy es un día de masacres, a las que no haré
mención. Pero, si quieren, pueden ver: “Ciudad
de vida y muerte” y después intenten
dormir. Si no lo consiguen, levántense y pasen la noche en vela al compás de
Enrique Morente(*). Lo más grande, después de El Camarón.
A Kandinsky (*) no lo cito por antisemita y porque
ya me he referido a él en alguna entrada. A Tom Verlaine…¡Volveremos en su día!
Verdaderamente ha sido un día “malasolta”.