“Estoy tocando mañana” (Charlie Parker). Pues nosotros viajaremos ayer.
Tomaremos el Talgo Joan Miró, 19’55, desde la estación de Francia y
llegaremos a París Austerlitz a las 8’37 del día 18. Estaremos a cero grados.
La máxima temperatura: 5 grados. Bufanda del Barça hasta los tobillos...vueltas
y vueltas, como si tuviéramos bocio y gorro tipo Ignatius. Sol. “Rayuela”
(publicada el 18 de febrero de 1963) en el bolsillo. Habremos cargado el i-pod
con música de Charlie Parker y algo cool (¿Lester Young?).
12 horas que habrá que saber administrar. Exigiremos el periódico a la
azafata y mientras hacemos el sudoku fácil, tomaremos un gintonic para
prepararnos para el sudoku medio (estoy suponiendo que nos darán La
Vanguardia). Viajar sin equipaje es un placer de reyes o de pobres: somos las
dos cosas. El sudoku medio nos dará más problemas de los previstos y no habrá
más remedio que pedir otro gintonic. Más o menos a la altura de la frontera
habremos acabado, satisfactoriamente, el fácil. Ya en Francia y puesto que no
vamos a dormir sino recorrer el tren de punta a punta cientos de
veces...tomaremos un petit crème y una copita de cognac, ¡nada de brandi!. Será
a la altura de Valence que, con dificultades, daremos por finalizado, con la
ayuda del gin tonic mencionado, el sudoku medio. A todo esto habremos recorrido
más kilómetros que el tren (¿) El sudoku difícil lo abandonaremos, incapaces.
Estaremos entrando en París por la Porte d’Italie y el sol entrará por las
ventanas de la derecha. Otro petit creme y ahora un Poire Magloire. Hay que ir
haciéndose a las nuevas costumbres. No hemos de preocuparnos por la aceleración
del pulso: será la emoción.
De París tengo borrables inrrecuerdos.
¡La gare d’Austerlitz! (brigadas internacionales...). Llegaremos hoy.
Saldremos de la estación y seguiremos el Quai de Sant Bernard en el sentido
que te marcarán las aguas del Sena; enlazaremos con el de la Tournelle y
recorreremos entero el Quai des Grands Agustins hasta el Pont des Arts.
(Volveremos a París y nos detendremos en estos paseos: hoy tenemos prisa).Allí, siguiendo los pasos de la Maga, giraremos por la rue de Seine
y pasaremos St. Germain...hasta Cherche-Midi. Giraremos por el boulevard Raspail; en Denfert Rochereau tomaremos hacia el boulevard St. Jacques y, en seguida, a mano derecha encontraremos la desembocadura de la rue de la Tombre Issoire. Horacio Oliveira: “...cuando subía (la Maga) a mi pieza de la rue T.I. traía siempre una flor, una tarjeta de Klee o Miró y, si no tenía dinero, elegía una hoja de plátano en el parque”.
Llevaremos la postal que ¡sin duda! adquirimos el otro día en la Fundación Miró.
Buscaremos a la Maga, dejando objetos rojos como anzuelos por si su
espíritu aún ronda estos lugares. Nos asomaremos “viniendo por la rue de
Seine, al arco que da al Quaie de Conti”, ese trocito de malecón que
enlaza el de Voltaire con el des Grands Agustins y no ya no distinguiremos su
silueta delgada “detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el
agua”, como tampoco, finalmente, volvería a encontrarla Oliveira. En su
lugar, pues ya serán cerca de las 11, camadas de turistas y “artistas
callejeros”. Así que lo tendremos difícil para cruzar a la orilla derecha. Nos
dirigiremos, por el miserable y lógico
atajo (miserable por que no era el espacio de la Maga y lógico por que es el
camino más corto) hacia la calle Lombard (entre Sebastopol y Sant Martín) a
constatar la destrucción de la memoria: Ya no existirá el “cafetito” donde
madame Léonie leía en las manos de Oliveira “viajes y sorpresas”. En su lugar una de las calles más chic de
París, llena de “clubs” de jazz y restaurants de cartas indecisas. ¿Qué hacer?
Por suerte en nuestro i-pod hemos cargado las gabaciones parisinas de Parker y podemos, con su ayuda y
la ayuda de dos pernods, que nos costarán los dos ojos de la cara, sobrevivir
hasta la hora de comer.
Nos acercaremos a un Tabac y compraremos un Gitane negro, encenderemos uno,
daremos una calada profunda y, mientras arrojamos el humo espeso, nos pasaremos
la yema del dedo gordo de la mano derecha por nuestros labios (nada que ver con
los de Belmondo). Estaremos agotados por las anteriores asociaciones, así que
nos sentaremos en una terraza: bufanda de siete leguas, gorro tipo Ignatius,
pediremos una bière, acompañando el gruñido con el adecuado gesto de la mano en
forma de porrón, de lo contrario puede que nos trajeran un ataúd, que tampoco
nos vendría nada mal. He aquí un ejemplo de la utilidad universal de los
gestos.
Y, puesto que llevamos dinero, si no no hubiéramos salido de
casa, decidiremos comer en la mítica “La
Tour de l’Argent”. Lo habremos previsto y, por eso, sabemos que hay alguna
mesa libre. Cruzaremos por el pequeño Pont Louis Philippe y de L’Île de Sant
Louis por el puente homónimo saldremos al Quaie de la Tournelle. En otros
tiempos este templo no pasaba de ser una aceptable casa de comidas frecuentada
por Baudelaire y su pandilla y regentada por Cousiné (nombre apropiado) que
era, además, uno de los muchos “banqueros” de Baudelaire.
No nos arredraremos. Entraremos decididos y tras despojarnos, con esfuerzo
de culebra que se descamisa, de las bufanda blaugrana y del gorro orejero,
preguntaremos, antes de darles tiempo a que nos echen con (¿) cajas
destempladas, por David (Ridgway), el somelier. Si el tono de voz es el
adecuado y no nos castañean los dientes por el frío que hemos pasado, habremos
ganado la partida. Seremos dirigidos hacia una mesa para dos (¡lástima! De
todas maneras exigiremos una servilleta roja para nuestra ausente comensal)
desde donde las vistas a la parte trasera de Nôtre Damme son dignas de un Dry,
al estilo Buñuel. Haremos el comentario y veremos como nuestros deseos son
órdenes. ¡No! ¡¡No se puede fumar!!
Dado que serán sobre las tres de la tarde (en estos lugares los horarios de
cocina son adaptables) y el tren de vuelta sale a las 22’08 no tendremos prisa.
Aprovecharemos el momento feliz del Dry, previo a la entrada al paraíso,
para hojear (ojear) las notas que llevaremos de las obras de Eric Hazan (“París en tensión”, “La invención de París”) sobre las que
volveremos a la hora del fifti-fifti (¡aquí va a ser difícil!.
No se nos habrá olvidado desconectarnos del i-pod: Aquí reinará el silencio
o un murmullo como el bajo contínuo de los concerti
grossi barrocos. Tampoco sería de recibo contestar con gritos a las
delicadas sugerencias del chef o con un ¿Quéee?... Lo tendremos presente: Nos
desconectaremos de nuestro querido i-pod.
De entrante: Algo calentito, de cuchara: “Souppe de trufes et crémeux de jaune d’oeuf”. De plato principal “Caneton rôti de saison”. El caneton en,
para entendernos, el pollo del ánade. Seguiremos con una “Selection de fromages affinés” (¿en qué nota?) Para la bebida nos dejaremos aconsejar (dentro del
marco “Bourdeux”) por nuestro amigo
David que, no queriendo montar un numerito, nos habrá seguido la corriente. Sobre
las cuatro y media nos habremos soplado la botella.
A los postres renunciaremos, pero no a unas copitas de marc.
Al pedir la cuenta (350 Euros más IVA y propinas) no nos olvidaremos de
felicitar a Laurent (Delarbre), jefe de cocina del local desde hace ya tres
años.
Gracias, esperamos que todo haya estado correcto. ¡vuelvan pronto! y
seremos acompañados de vuelta (a la calle, quiero decir) y saldremos tan
satisfechos y con una alegría tan profunda que olvidaremos nuestras prendas de
abrigo en la guardarropía ¡eso estaba
cantado! Volveremos, ¡quizá hasta dos veces!
Serán sobre las cinco: El cuerpo nos pedirá ir al “Jacobin” o al “Danton”,
pero nos dirigiremos a “Les deux Magots”, tras renunciar también al “Flore” y
al “Lipp”. No está lejos y, quizá tengamos la oportunidad (¿) de contemplar
alguna jovencita a lo Balthus (muerto, centenario, el 18 de Febrero del año
2001).
Tomaremos el
Boulevard Saint Germaine, por detrás de donde hemos comido y seguiremos por él
hasta la plaza de Saint Germaine de Prés. Allí en el número seis, está lo que
buscamos. Entraremos y echaremos el resto. El camarero no se acercará solícito,
tendrás que llamarlo varias veces y su cara se irá poniendo cada vez más agria.
Cuando nos ofrezca la carta, le diremos que ya lo tenemos pensado, se irá a
dejar la carta y volverá al cabo de un tiempo prudencial (?): ¡Un carajillo
fifti-fifti!...Bueno...pues un expreso... con dos copitas de Poire Williams:
una la echaremos en el expresso y la otra la degustaremos (no habrá para más)
cuando acabemos el carajillo.
“La invención de
París: no hay pasos perdidos” y “París en tensión: Urbanismo e insurrección
en la ciudad de la luz” ambos de Eric Hazan son imprescindibles para
entender la evolución de la ciudad. Hazan hace una especie de psicoanálisis
(¡me mataría si lo oyese!) de las transformaciones urbanas; nos descubre la
naturaleza de los inevitables pentimentos, signos, restos sepultados por la
“evolución” de las cosas. Nos muestra cómo por debajo de lo que vemos
turísticamente, fluye la memoria y descansa la esperanza tomando fuerzas y todo
desde una clara óptica de clase (obrera). Serán libros imprescindibles para
cuando volvamos. Los acompañaremos con “París insólito” de Jean- Paul
Clébert e ilustrado por Patrice Molinard: libro extraordinario sobre un París
que sólo recientemente ha dejado de existir.
La verdad es que
las medidas de los espirituosos son ¡eso!, puro espíritu, carentes de materia.
¿Será necesario una botella entera?
Ni rastro de “balthusianas” ¿será por lo temprano de la hora?
Un sentimiento de
tiempo pasado (y, en realidad, así será, pues habremos estado aquí dos horas).
De inútil repetición fetichista. Nos iremos antes de que la cosa vaya a más.
Pero antes, (¡ya que estamos!) una copa
( en balón cateto) de Paradís: le vieux cognac de Jas Hennessy...nos la
tomaremos, ya levantados, de un trago para pasmo general: 81 Euro, más propina.
Nos darán las nueve
entrando en la Gare d’Austerlitz, para lo cual habremos desandado lo
andado y seguido un poco más por los
malecones de la rive gauche. El sueño, el cansancio y los fifti-fifti estarán
haciendo mella. Descansaremos en el bar de la estación (algún bar habrá ¿no?) y
con una cervecita alargaremos hasta que anuncien el “Joan Miró” por la
megafonía.
Intentaremos el
Sudoku fácil y, a la altura de Yvri-sur Seine el sopor se irá convirtiendo en
sueño profundo. Los números fijos del sudoku y los pocos, equivocados, que
habremos conseguido colocar, caerán rodando por los pasillos del vagón y
detrás, como si los persiguiéramos, caeremos nosotros.
Cuando cuenten 10 estararemos entrando en el reino de las tinieblas.
Cuando cuenten 10 estararemos entrando en el reino de las tinieblas.
Una ambulancia y ¡a casa!