1
Algo
había oído, si, pero hoy, por fin, me ha tocado a mí. He recibido una carta en
la que se me invita muy amablemente a hacerme una colonoscopia. Se trata de
prevenir, etc, etc. La colonoscopia se ha convertido en la nueva panacea: tiene
Vd. tos seca… ¡colonoscopia!; le molesta el juanete del pie izquierdo…
¡colonoscopia!... Estoy en la base de datos de todas esas siniestras compañías.
Mi buzón se llena. No me abandonan. Como esas lápidas lóbregas y destrozadas
por el paso del tiempo: Tu familia no te
olvida. Gaes se cuida de mi salud
auditiva. Los de Bankia se encargan de mi colesterol, invitándome a butifarras
perreras y dispuestos a regalarme una televisión si soy capaz de comerme media
docena. Los supermercados me lanzan ofertas irresistibles. Ikea se empeña en
que renueva mi escaso mobiliario.
¡Dios santo, llévame contigo!
¡Castígalos con mi ausencia
definitiva!
2
“25 de marzo
Sobre mi mesa hay flores.
Preciosas. Un regalo de la buena de mi patrona, pues hoy es mi cumpleaños.
Pero necesito la mesa y aparto a un
lado las flores, y también la carta de mis ancianos padres. Mi madre ha
escrito: En tu
cumpleaños te deseo, mi querido niño, todo lo mejor. ¡Dios todo poderoso te dé
salud, suerte y felicidad! Y mi padre: En tu trigésimo cuarto cumpleaños, mi
querido hijo, te deseo todo lo bueno. ¡Dios todo poderoso te dé suerte,
felicidad y salud!
La suerte siempre puede uno
necesitarla, pienso para mí, y sano también estás. ¡A Dios gracias! Toco
madera. Pero ¿feliz? No, no lo soy. En absoluto. Pero, al fin y al cabo, ¿quién
lo es?”
Sólo
falta que le deseen una feliz colonoscopia.
Sigan
leyendo:
Ödon
von Horvath: Juventud sin Dios.
Quien
haya tenido la experiencia, que yo califico de desgraciada, de vérselas con un
grupo de tercero de la ESO reconocerá esa mirada de pez y esa inmutabilidad pisicopática, alimentada sin reparos con
toda clase de aparatos electrónicos (¿se dice así?). Quien quiera ser optimista
que lo sea, pero tengo para mí que lo peor está por llegar.
No
confundan Vdes. a von Horváth con un meapilas, nostálgico del orden divino.
Nada más lejos. Ateo confeso y antinazi convencido, constata la ausencia de
cualquier atisbo de humanidad y compasión (¿o es lo mismo?) en esta eterna medianoche del siglo, y la incapacidad
de la educación para enderezar la cosa. Dios
como horizonte, sin el cual no puede existir paisaje, sino acumulación
desordenada. Dios, desaparecido,
muerto, cuya ausencia produce desorientación y vértigo. Dios, cuyo silencio priva de cualquier sentido al mundo. Vacío que
hemos de llenar con nuestra voluntad creadora.
Corría
la primavera de 1937. Horváth, uno de los tantos extraños frutos que produjo el árbol austrohúngaro, se ha visto
obligado a abandonar la Alemania nazi y se instala en Henndorf, a media hora de
Salzburg, Wallersee. Cerca, Thomas Bernhard, niño, ajeno a lo que se avecina,
disfruta de los hermosos paisajes del lugar, acogido a la sombra de su
prestigioso abuelo. Un año más tarde todo habrá acabado.
Un
profesor de instituto se ve instado a “alejar de la juventud todo aquello que de
algún modo pueda afectar a sus futuras facultades militares… Lo que significa:
tenemos que educar moralmente para la guerra. ¡Punto!”
Los
primeros capítulos ponen de manifiesto la imbecilidad moral de esa juventud sin dios y sus progenitores. (Hanecke y la cinta blanca; Walser y Jakob von Gunten; Hermann Ungar y La clase; H. Mann y El profesor Unrat; Musil y El
Joven Törles ; Heinrich Mann y El
Súbdito; Hermann Broch y Los
sonámbulos; Roth y la Tela de araña…). A partir del
octavo capítulo la cosa se convierte en una intriga policíaca… ¡Hasta aquí puedo leer! Añadir que “es un libro contra los analfabetos espirituales, contra aquellos que,
si bien saben leer y escribir, no sabe n sin embargo lo que escriben y no
entienden lo que leen.” (O. v. H.).
El
mal en minúsculas ejemplifica el MAL; la perversión dominante en la
sociedad que ha favorecido el ascenso de las hordas pardas. Horváth no es dado
a los grandes gestos, le basta analizar una mirada, una frase hecha, un gesto
estandarizado… para diagnosticar el mal de la época. No necesita proponer
colonoscopias. Adolescentes con mirada de
pez. Padres con ojos de reptil posesivo. Incapaces todos de distinguir lo que hay de lo que debe haber. La estupidez y la indiferencia morales como guía. Lo que hay… no es una categoría moral,
ni ontológica: Es el resultado de una correlación de fuerzas. Oponer el deber ser es un imperativo moral, aunque
destinado al hundimiento. Sumisión y resentimiento. Horkheimer decía (y yo con
él) que por cada persona capaz de hacerlo, miles fracasan sin intentarlo. Y la
estulticia se acumula, se convierte en un lastre, en una masa, cuyo poder de
atracción (gravedad) se torna invencible.
El
estilo (y lenguaje) de Horváth es áspero, cortante, vidrioso. Dislocado, frío.
Astillado. La atmósfera, a veces onírica, respira del espíritu expresionista.
Voces.
Y
una muerte a la altura de la desconsideración que recorre el mundo: ¡Hasta los
árboles se nos vuelven en contra! Lean Vds. la siguiente propuesta y se
redondeará la cosa.
“No tengo patria, y como es
natural, no sufro por ello, sino que me alegro de mi condición de apátrida,
pues me libera de sentimentalismos innecesarios”
(¡qué diferencia con la nostalgia de Roth!
3
“Como un pájaro en un cable, como
un borracho en un coro de medianoche, he intentado ser libre a mi
manera..."
“Bien, Marianne, hemos llegado a
este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos;
pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si
extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía. Ya sabes que siempre te he
amado por tu belleza y tu sabiduría pero no necesito extenderme sobre eso ya
que tú lo sabes todo. Solo quiero desearte un buen viaje. Adiós, vieja amiga.
Todo el amor, te veré por el camino. So long, Marianne.”
En
el 66, Cohen se encontraba, desde hacía algunos años, en Hydra. Había comprado
una casa con la herencia de la abuela. Era joven y podía subir los tropecientos
escalones que conducían a su morada.
También
él había sucumbido al deseo de Tercer
Mundo. En Canadá se había ganado un nombre como joven y prometedor poeta.
Su primera novela: Mi juego favorito fue bien recibida, pese a
que muchos ya hablaban de pornografía y tal. La segunda: Los hermosos perdedores (¿vencidos?),
lanzado por todo lo alto, recibió palos y algunas críticas hiperbólicas: ¡el
mejor novelista canadiense! Tampoco había mucho donde escoger. Occidente se
había convertido en un happening
continuo, a la espera de la revolución definitiva. Cohen apuraba su idilio con
Marianne y estaba a punto de tomar la guitarra.
Leonard
Cohen, es puro años sesenta. Habla la lengua de Burroughs, de Miller… y se
inspira, lejanamente (en la forma) en Joyce. Sin duda en Dylan Thomas: sus imágenes
(que no metáforas) conforman una constelación que va más allá del sentido
manifiesto y se interna en el nivel latente: Freud. Surrealismo, precisamente
el año en que murió Breton. Y en el uso del collage en un sentido casi
pictórico, introduciendo material extraliterario en las páginas de la novela. Y,
naturalmente, en la estela de la inquietante trilogía de Klosowsky, hermano
mayor del delicadísimo, igualmente inquietante y, ahora, puesto en entredicho,
Balthus… (ambos inspiradores de “Les enfants
terribles”)…
y, naturalmente, del
lirismo canalla (y religioso) de Genet.
Bataille.
Añádanle
algunos rasgos de humor posmoderno…
Provos,
Fluxus, Cobra… Situacionistas… a
los que sumó la Comuna 1 de Berlín,
puerta con puerta con Günter Grass que acababa de publicar Opiniones de un payaso y que dio por concluida la Comuna cuando se
le inflaron los cojones de tanta juventud sin dios.
Todos
en contra de un arte estático y estético y contra el empobrecimiento
generalizado de la vida.
Ecos
de la Revolución cubana, Malcolm X, Le Roy Jones (Amiri Baraka). MC5. Panteras negros, panteras blancos, y toda una acumulación de música que desembocaría
en Monterey y Woodstock… Dylan acaba de tener un accidente. Y Capote publica A sangre fría. Por estos lares, Marsé se
descuelga con la estupenda Últimas tardes
con Teresa. Paradiso. La casa verde… y la n-sima versión de Maestro y
Margarita. Se estrena Tarzán de los monos.
Por
aquellos esperanzados, abigarrados y terribles años y como colofón desesperado
ante tanta indiferencia, los activistas
vieneses se lanzan a la destrucción, no sólo del arte… ¡sino del artista!
Se les reconocía porque cada día paseaban con un miembro menos o con la cabeza
abierta…no, nada…es que ayer tuvimos una
performance y…¡ya ves! El cuerpo como campo de experimentación artística
(política). Mezcla blasfema de sexo, violencia, suciedad… y la fresquísima
experiencia del fascismo en su más dura expresión.
Que nadie olvide. “La representación ritual de formas
brutales y excesivas de humillación y la degradación teatral del cuerpo eran
perentorias, en cuanto cualquier manifestación cultural debía medirse a partir
de ahora por el rasero de la destrucción en masa de seres humanos
históricamente acontecida.”
Esta
falta de ironía, de complicidad complaciente, distingue a los accionistas
vineneses de los happening (istas)
americanos, unidos todos, sin embargo, en el deseo de destrozar los pilares fundamentales
de la sociedad del espectáculo.
4
Los
motivos por los que uno escribe son infinitos. Sin duda, entre ellos, un
narcisismo exhibicionista, perdonable, y seguramente una especie de necesidad.
Los temas, sin embargo, están sujetos a modas, así como el estilo (en menor
medida).
Si
lo soñado en la primera novela (Juego
favorito) se cumple en la segunda (Los
hermosos perdedores) era un sueño
bastante estúpido. O estaba equivocado el soñante o las cosas salieron
rematadamente mal. Lo que en su primera novela es un juego de adolescente, en
la segunda se convierte en una situación bastante estúpida, como he dicho: una
suicida, un muerto por degeneración, un próximo suicida (?) y una santa, mártir
de sí misma ¿Qué les une? Seguramente la fiebre del narrador y la
profundización en el dolor y el placer sexual... como medio de ¿santidad? Por
lo demás F. nos ha recomendado "amar la superficie"... Quizás la
novela no sea más que lo que es y no sea necesario buscar ningún mensaje...
Así
como la mística tradicional (¿?) es un olvido de la carne que te conduce a lo
que los afortunados, pueden definir como nirvana o unión con lo infinito ¿no
podría haber otro camino que partiendo del cuerpo (placer o dolor) llegara al
mismo resultado? ¿No hemos sabido, incluso por nosotros mismos, de la
proximidad del amor con la destrucción y la antropofagia?... ¡Te comería! ¿Qué
es la mística sino el deseo de ser uno con el otro?
El
bien es aburrido en sus formas. No se puede profundizar mucho en él. El
"mal", sin embargo, es plurimorfo y abisal (abismal). Ya lo decía
Tolstoi en ese memorable comienzo de Anna Karenina y, desde el punto de vista
literario es mucho más eficaz y fértil.
Si
Cohen he querido escribir sobre Kateri Tekawitha, santa iroquesa, canonizada
por Razinger, y construir un triángulo amoroso-erótico-sexual un tanto
perverso... ¡será por algo! ¿La santa india como modelo? ¿como aspiración?
Kateri Tekakwitha, iroquesa. El narrador, dialoga con F, amante de su mujer,
suicidada, y de él mismo. F., es una especie de gurú terrorista, cuya finalidad
ha sido introducirlo en los misterios de la carne. La historia simple, pero
truculenta, funciona como un lienzo en el que Cohen va dibujando imágenes y
alguna que otra reflexión.
Supongo
que Cohen utiliza el sexo como vía de salvación, como una mística sustitutiva
que conserva, sin embargo, las imágenes de la mística genuina. Pero ¿de qué se
quiere o nos quiere salvar? Cristo, claro está, nos libró del pecado original y
nos abrió la posibilidad del paraíso, dicen, ¿qué puerta nos abre Cohen? Lo
banal y cómico sería decir que nos previene contra el matrimonio y contra los
experimentos sustitutorios.
Para
Cohen, la sexualidad un tanto desaforada es un medio de conocimiento de los
límites y posibilidades (que no se descubren hasta que no se sobrepasan) así,
en plan Rimbaud: Sumergirseen el desorden para emerger purificado. También es
un ámbito privilegiado (para él) de la poesía.
Bueno,
vamos a ver. El innombrado relator de la novela dice haberse enamorado de la
india Kateri Tekawitha, picada de viruela y sometida a tratos infames por los
suyos. La tal, tal día como hoy
(pongamos del año 1676) hace voto de castidad y goza martirizando su cuerpo,
como una accionista avant la lettre,
como forma de alcanzar el paraíso mediante el martirio. ¿Qué le atrae de ella?
¿Que sea india? ¿Que se automutile? ¿Que haya escogido el camino del
sufrimiento, de la renuncia sexual como medio, o que abra un camino de delicias
para los tocados por el ángel negro del masoquismo? Todo masoquismo es sadismo
y viceversa: recordemos la ambivalencia de los afectos de la que hablaba Freud.
4
Imaginemos
por un momento que Dios se hubiera encarnado no en un hombre sino en una mujer.
Que la tal mujer tuviera que cargar sobre sus espaldas la ingente e ingrata
tarea de salvar a la humanidad. ¿Creen Vds. que su pasión hubiera sido como la de
Cristo (según la hermosa mitología cristiana)? ¿No creen que hubiera sido
violada y martirizada en su sexo como, de otra manera, lo fue Jesús? ¿No creen
que se hubiera lanzado, incluso, hacia ese martirio sexual viendo en él la
puerta necesaria? NO TIENEN NADA QUE VER CON LA NOVELA DE COHEN, pero siempre
me lo recuerda.
¿Recuerdan
la película Rompiendo las olas? Quiero
hacerles entender que si von Triers eligió Suzanne
como fondo musical fue por algo. Algo une la película con la novela o, si
quieren, con la santa iroquesa. Y que Altman, Herzog y Fasbinder fueran
pioneros en el uso de sus canciones como fondo musical de sus películas también
es sintomático. Godard ya andaba un poco rezagado.
A
pesar de todos los peros, siempre quedará de la novela un conjunto de imágenes
poéticas inolvidables y punzantes, de una belleza sucia.
Yo
prefiero al Cohen elegante y amante de las mujeres de Memorias de un Mujeriego,
donde deja espacio a la ternura. Los personajes de los hermosos perdedores
me repelen, aunque quizás sea por mi puritanismo verbal.
También
sale a relucir la independencia de Quebec (en escenas que recuerdan el Moravagine de Cendras). Su tratamiento
es bastante ingenuo y creo que es una excusa
para contextualizar. O quizás ese acto terrorista de F. sea el complemento
de su terrorismo sexual, al que sólo le falta la práctica de la colonoscopia.
Perdedores,
puede... hermosos, creo que no.
La desgracia nos hace exactos.
5
Bueno,
en realidad, la cosa va con Kateri(na) Tekakwitha, virgen y automártir: “lirio de los mohawks”, “flor hermosa entre
hombres verdaderos”, “la que tropieza”, “aquella que es pura”, “flor de Pascua”…
Es lo que tienen esos apellidos metafóricos
y nuestro desconocimiento de lenguas. La viruela la había dejado seriamente
dañada y medio ciega, lo que explicaba uno de sus apelativos, pero no todos; el
voto de castidad vino de por sí. Lo de la santidad vino por otro camino.
Busquen
Vdes. en “Imágenes” a Jake Finkbonner. Les aparecerá un chaval con media cara
comida por la temible fascitis
necrocitante, que ya le había comido la pierna a Lucien Bouchard, antiguo primer
ministro de Quebec, el brazo al nobel de física Eric Allin Cornell y aceleró
vertiginosamente la muerte de Melvin Franklin, elegantísimo miembro de The Temptations.
Algo terrible de verdad. La única solución es ir cortando y cortando… ¡hasta la
amputación final!... como en una performance
vienesa.
Jake
había sufrido una herida jugando a baloncesto y por la brecha le entró la
temida y voraz bacteria. Lo metieron en la cámara hiperbárica del Hospital
Infantil de Seattle con la esperanza de que el oxígeno puro retrasara el
proceso. Nada. La necrosis avanzaba y los médicos no paraban de cortar… cara…
cuello… hombros. Bueno, vale. Llegó el cura, que era, como la familia, de la
nación india de los Lummi, fronteriza con Canadá y puso el asunto en manos de
la beata Kateri a quien la muerte había dejado la piel más limpia que una
patena… ¡y no sólo a ella!
Toda
la familia rezó unida y se encomendó a la india. A ese grumo se unió el pueblo lummi en su conjunto. El resultado fue el
esperado: La bacteria se reconoció satisfecha y se retiró. Los médicos no daban
crédito. El papa dijo que era milagroso. Y Kateri subió a los altares,
convirtiéndose en la primera santa norteamericana. No hay muchas más, la
verdad.
“No os asustéis en absoluto. En
cualquier caso, será algo bueno. Si vais al cielo, estaréis en un lugar mejor.
Si vivís, volveréis con vuestra familia”. He ahí una epicúrea
afirmación de un miembro de esa juventud con dios.