(Asteriscos * remiten a
Efemerísticas Razones)
La foto tiene la belleza
chispeante de la que hablara Lautremont. Y convulsa, como le
gustaba decir a Breton. Marilyn abría el libro al azar, como los
santos antiguos, y "echaba suertes". La imagen reúne
de forma primorosa la alta y la baja cultura, de tal
manera que quien elija se privará de parte del paraíso.
Fue tomada la misma primavera
en la que murió, harta del síndrome de Ménière, Adrienne Monnier
(1955).
En el París desolado de 1915,
el 15 de noviembre y en el 7 de la Rue de l'Odeon, Adrienne Monnier
abrió una librería misericordiosa. No hubiera dejado de ser un mera
insensatez, como tantas, de no haber sido por lo que fue. "La
Maison de les Amis des Livres", se convirtió en
Centro de Día (y de noche) de todo el amplio espectro de la
inteligentsia parisiense de
la época. Allí, mientras
Breton leía un número de "Les soirées de
París", se le
presentó Aragón. De esta manera quedó conformado el comando "los
tres mosqueteros".
Sin Adrienne Monnier no
hubiera existido la Sylvia Beach que conocemos, y sin Sylvia Beach la
magna obra de Joyce
hubiera sido privada de parte
de su áura. Y
tampoco sabríamos de la pasión de Valéry por la nuez moscada. La
librería cerró en el 51.
Breton:
"A.M. ha hecho de su tienda un lugar de encuentro
intelectual más atractivo del momento... Las amables pinceladas que
puede introducir en la conversación, las oportunidades que le da a
la gente joven, e incluso las provocativas maneras de sus gustos: no
le faltan cartas de triunfo en las manos".
A.
Mannier correspondió,
con su deferencia y bondad
connatural: "Su
belleza no era angelical (graciosa),
sino arcangelical (seria)."
Bueno, cuando uno
sigue leyendo no
sabe muy
bien en qué consiste esa hermosura...
Fue
el sitio al que nunca llegó Vaché: "TE ESTOY ESPERANDO"
le escribió Breton (1919).
Lo umorístico
del caso es que el destinatario había sido encontrado muerto el día
de la epifanía, y desde la nada de Nantes pudo haber exigido ¡SOY
YO QUIEN TE ESTÁ ESPERANDO, IDIOTA!
La carta-collage fue
escrita en la librería de la Monnier. La lectura a la que había
sido reclamado, no tuvo lugar. (ver Propuesta
del 6 de enero).
“Jamás
había oído aquel nombre, ni el barrio de Odéon me era familiar,
pero algo irresistible dentro de mí me atrajo hacia el lugar donde
iban a sucederme cosas tan importantes. Crucé el Sena y pronto me
hallé en la calle de l’Odéon. Al final de la misma había un
teatro que podía recordar a las Casas Coloniales de Princeton y,
hacia media calle, en el lado izquierdo se veía una pequeña
librería de color gris con las palabras “A. Monnier” encima de
la puerta. Contemplé los atractivos libros del escaparate y,
escudriñando hacia el interior de la tienda, vi todas las paredes
cubiertas de estantes llenos de volúmenes recubiertos de ese
brillante papel de celofán con que están forrados los libros
franceses mientras esperan, generalmente durante largo tiempo, que
los lleven al encuadernador. Aquí y allá había también
interesantes retratos de escritores. (...)
Adrienne Monnier era una mujer robusta, rubia y blanca como una mujer
escandinava, de mejillas sonrosadas y pelo lacio peinado hacia atrás
desde la frente. Sus ojos eran muy llamativos, de un azul gris
indefinido, ligeramente saltones recordándome a los de William
Blake, y su aspecto era el de una persona llena de vida".
(Sylvia Beach: Shakespeare and Company).
Claude Roy, que por entonces
era casi un bebé, la recordará así:
"monja discretamente
budista, era redonda y rústica, vestida con sayal gris y pañoleta
de lana cruda, de ojos azules dulcemente obstinados y
mejillas como lavadas con jabón de Marsella" (Claude Roy).
Aunque la gloria postrera se
postró ante Sylvia, es Adrienne quien la merece en mayor medida.
Abeja que libaba de flor en flor. Madre y librera. Santa de la
hermandad de los desamparados. Lo que pudo acabar como un turbio y
subterráneo duelo* borgiano, se
convirtió en una historia de amor y solidaridad que no debe
olvidarse. "El día 2 de febrero de 1964, Clara Glencairn
murió de aneurisma." y "Marta comprendió que su
vida ya carecía de razón."
Sylvia llegó a París, desde
USA, en plena guerra, como punta de lanza de la avalancha posterior.
Empieza la relación con Adrienne y en el 19 abre, con ayuda de su
querida Monnier, su propia librería: Shakespeare and Company.
Antes de instalarse en el nº 12 de rue de l'Odeon, frente al
hogar-librería de Adrienne, había ocupado el 8 rue Dupuytren, justo
donde, en consonancia con los tiempos, se ha instalado un
establecimiento de cosmética bio, y antes había sido una
lavandería. Así se repartieron el trabajo: una de las letras
francesas y la otra de las anglosajonas. La clientela era compartida.
Ya que Monnier no pudo abrir una sucursal francesa en la gran
manzana, Sylvia abrió una libreria americana en el barrio latino:
Todo más fácil y más barato. Fue entonces cuando Satie compuso la
"Marche de la Cocagne", himno oficial de los
Potassons, como así se decían los clientes de Monnier.
Infórmense Uds. Infórmense.... Yo les ayudo un poco. Potasson: "variedad de la especie humana que se distingue por su gentileza y su forma de entender la vida (...) Cuando los potassons se juntan, todo va bien, todo tiene fácil arreglo, no hay que hacer mucho esfuerzo para divertirse, el mundo es claro, se atraviesa de una punta a otra, de principio a fin, desde las grandes bestias de los orígenes--las hemos visto, estábamos allí-- hasta el fin de los fines, donde todo vuelve a empezar, siempre con ganas y buen humor" (Leon-Paul Fargue).
Heminway, repuesto de su grave
percance italiano, llegó a París recién comenzada la década de
los veinte. Se instaló en el 74 de Cardinal Lemoine, en una esquina
imposible, pero sus verdaderos hogares fueron el 27 de rue Fleury y
el 8 y el 12 de la calle del Odeon, "que el viento barría"...
El bigotito empezaba a crecer. Y su afición cutre a los toros,
también. Gracias a estos ángeles, conoció a Pound, Fitgerard,
Joyce... y gracias a la gorda, a Picasso, Miró, Gris... Se quejaba
Ernest de la ausencia de restaurantes baratos por su zona. Bueno,
pues...¡asunto solucionado! Aquello está atestado de
establecimientos hosteleros. Incluso, podría, ahora, escoger entre
el "Burro Blanco", frente a su casa y el "Bar
Pepe", en la vecina Vaugirard., especializados en paellas y
calamares, así como en rabo de toro y casquería variada (por
encargo) y, como pueden inducir, establecimientos españoles
abiertos en las prodigiosas décadas pasadas, aunque parezcan del
neolítico.
Como ya habrán imaginado Uds.
me encuentro a buen recaudo. La elección no ha sido fácil: El
"Burro blanco", nada que ver con el burrito blanco
("Nadie") que Zo d'Axa presentó a las elecciones a
la Asamblea Nacional en 1898, por el disparatado Montmatre de la
época, está frente con frente con el bar "Descartes".
Parte de mí, mi parte hispana y cateta (perdonen la redundancia), me
empujaba hacia el cuadrúpedo albino; mi parte doctoral, ya casi
olvidada, me susurraba que tomara una silla en el establecimiento del
pensador. La decisión cayó por su propio peso: el "Burro"
abre sólo por las noches. Así que aquí me tienen pasando un frío
polar, cubierto de arriba abajo con mis prendas queridas y siendo el
hazmerreir de todo el barrio. De nada vale que proclame el motivo de
mi visita. Un mamarracho es un mamarracho.
Aquí no sirve nadie.
Aquí no sirve nadie.
"Ese día (2 de febrero del año 1922) Sylvia Beach (...), estuvo paseando en París a lo
largo del andén de la Gare de Lyon largo rato, inquieta, mientras
aguardaba, envuelta por el frío aire de la mañana, la llegada del
tren de Dijon. El expreso llegó a las siete en punto de la mañana."
(Vila-Matas...pero podrían
haberlo escrito Uds. mismos).
Sylvia
no esperaba un cargamento de mostaza ni unas botellitas de Borgoña.
Corrió hacia el revisor y le arrancó de las manos el paquete que el
funcionario no sabía exactamente a quién entregar. Se
evidenció que el revisor no había leído a Heminway (ni él ni
nadie, por lo demás), pues, de lo contrario, hubiera dado enseguida
con la destinataria que:
"Tenía una cara vivaz
de modelado anguloso, ojos pardos tan vivos como los de una
bestezuela y tan alegres como los de una niña, y un ondulado
cabello castaño que peinaba hacia atrás partiendo de su hermosa
frente y cortaba a ras de sus orejas y siguiendo la misma curva del
cuello de las chaquetas de terciopelo que llevaba. Tenía las piernas
bonitas y era amable y alegre y se interesaba en ls conversaciones, y
le gustaba bromear y contar chismes."
Pellizcó
el papel de estraza y un rayo azul egeo
se estrelló contra
la gigantesca marquesina
metálica. Azul y blanco,
como la bandera griega. A fin de cuentas algo tenía que ver con todo
aquello. Eran los dos primeros ejemplares de ULISES que, Sylvia,
contra viento y marea (añádanle
la inexperiencia), había
decidido editar, y editó... pues
cuando una mujer promete ¡cumple! Joyce (que también cumplía (años))
se desayunó con el tremendo tomo encima de la mesa.
Poco
a poco la novela se fue convirtiendo en lo que es ahora y B. Shaw,
V.Woolf (40 años) que está ocupada en "El cuarto de Jakob", y otros... tuvieron que ir comiéndose sus palabras poco a
poco. Algunos años después,
Adrienne la editó en francés. Djuna Barnes que había sido enviada a París para entrevistar a Joyce; cuando supo de qué se trataba, no pudo, apabullada, seguir escribiendo... hasta que el 1928 apareció su "Ryder".
Es
el año de "Tierra Baldía"
del spengleriano Elliott, de la
versión inglesa del
"Tractatus",
de "Babbit". Fitzgerard (26 años) está con su primera novela. Dos Passos
está a un paso de acabar "Tres
soldados".
Cumming (28 años) convierte su experiencia de guera en "La
habitación enorme".
Pound (37 años) ya ha dado muestras de su filofascismo y se ha
labrado un nombre. Faulkner (25 años) ha publicado algunos
relatillos y poemas.
Steinbeck (20 años) es demasiado joven. Gide (52 años) tiene en mente "Los monederos falsos".
Pessoa inicia su correspondencia con Ofelia y Kafka la suya con Milena. Y miren Uds, el premio nóbel se lo concedieron a Juan Ramón Jiménes, poeta y pedorro: "Por la feliz manera en que ha continuado las tradiciones ilustres del drama español". Proust se estaba muriendo y la noticia acabó de hundirlo.
Pessoa inicia su correspondencia con Ofelia y Kafka la suya con Milena. Y miren Uds, el premio nóbel se lo concedieron a Juan Ramón Jiménes, poeta y pedorro: "Por la feliz manera en que ha continuado las tradiciones ilustres del drama español". Proust se estaba muriendo y la noticia acabó de hundirlo.
Kafka, perdido en "El Castillo" e imaginando "Un artista del hambre" (1924), anota en su diario: "Felicidad de estar con la gente". Por la noche, quizás por ese exceso de optimismo: insomnio y pesadillas (o al revés).
...Y Breton, exactamente quince años más tarde, recibe los 1800 ejemplares de su Amour fou, insuficientes para calmar el hambre canina dela areja. la edición vagó por las estanterías durante cuatro penosos años.
...Y Breton, exactamente quince años más tarde, recibe los 1800 ejemplares de su Amour fou, insuficientes para calmar el hambre canina dela areja. la edición vagó por las estanterías durante cuatro penosos años.
Cuando
me vengo a dar cuenta son las doce pasadas y estos son capaces de
dejarme sin comer. Así que abandono la terraza y paso al interior.
Se hace un silencio sepulcral, correspondiendo a lo que parece ser
una momia del imperio medio. Una estufa conmemorativa. Mesitas para
dos o cuatro. Grandes ventanales... y un cierto contagio de la
estética hispana. Se ve que el "Burrito"
y la "Casa Pepe"
pegan fuerte. Elijo una mesa junto a la cristalera. Cuando me despojo
de las prendas de abrigo, me quedo en nada. Los clientes, escasos,
contemplan asombrados la transubstanciación. Junto a mí un cúmulo
(¿túmulo?) de ropa-
vieja-arte povera.
- Soyez bienvenue!-
y deja sobre la mesa el
libreto.
- Y que lo diga.... ¡un
frío que pela!
- Alguna cosa de aperitivo?
- Déjeme que lo piense.
El
camarero se mantiene impávido, inmóvil y lápiz en mano...
dispuesto a anotar, de forma indeleble, cualquier palabra que, a
partir de ahora, salga de mi boca. El
silencio se espesa. Mi pedido parece que vaya a hacer época. Los
clientes lo recordarán durante todas sus vidas: ¡Yo estuve allí...y
lo oí todo!
- ¡Caracoles!... con
mostaza de Dijon y una botellita de Borgoña.
Parece
que esto le ha hecho daño:
Contrae los labios, frunce el ceño, un espasmo le recorre, la punta
del lápiz se quiebra...así empezó la primera guerra mundial.
- Bueno, pues lo que Ud.
desee...¡y no se hable más!
Se retira y vuelve con un
mantelito con la imagen de Descartes que afirma: "como, luego existo", sobre el cual deposita un plato
con jamón reseco, salchicha seca, paté del Aveyron, más jamón y
pepinillos en vinagre. Una hebra de pasta amarilla une los
ingredientes formando un organigrama repulsivo.
- E, voilà. C'est
l'assiette Descartes: con su jamón, su paté, sus pepinillos y su
mostaza.
¿Estaré soñando? ¿Será
posible que ésto esté ocurriendo a dos pasos de la casa de Heminway
y en pleno siglo XXI?
- ¿Y el vino?
La ocupación fue una época
terrible. Las libreras hicieron lo que pudieron para que los suyos no
pasaran demasiada hambre ni demasiado frío. Monnier publicaba (en la
zona sur) crónicas en Le Figaro donde daba cuenta de las penurias.
Los libros escaseaban y las colas llegaban hasta el mismo Odeón. Se
solicitaban los clásicos patrios, temerosos de que los alemanes los
sacaran de circulación.
"¡Querida Sylvia!
Gracias a ella, a los amigos que tiene en Touraine, recibimos un
conejo casi todas las semanas. Incluso ha conseguido, tras un año de
trabajo de zapa, procurarnos un pavo de Navidad."
Sylvia cerró su librería en
el 41, por el asunto aquel del alemán que quería que le vendiese un
ejemplar del "Finnegan's Wake". Antes de que
volviera en plan teutón, Sylvia recogió velas. Cuando el militar
apareció, no había ni rastro de lo que había sido una librería.
Adrienne lo vio todo desde la cristalera de "Les amis des
livres". Sylvia lo pasó mal. Empleó el tiempo en su amor
por la Monnier y en poner orden en sus recuerdos.
Veo como el camarero atraviesa
la sala con un plato de caracoles humeantes. No soporto más la
rechifla. Así que yo también recojo velas y me dirijo a la "Casa
Pepe". Tenía pensado tomar un Grand Marnier, pero ¡que se
joda el basto!
Cerrada. Mierda. Me dirijo a
Champolion y me meto en la Filmoteque. Escojo la sala
roja, dedicada a Marylin. Blanco y negro. Clásicos japoneses. Lo
ideal para una buena siesta. ¿Saben de dónde el nombre? ¡Del
latín!: la hora sexta solar, o sea sobre las dos de la tarde.
Cuando me despierto siguen los japoneses cortándose a rodajas.
Sylvia cuenta los combates de
la rue Odeon y de cómo Heminway, tras limpiar de alemanes la zona,
se dirigió a "liberar la bodega del Ritz".
En 1951 Monnier echa la
persiana. Ese mismo año George abre en "Le Mistral"
en el 37 de la rue Bûcherie, muy frecuentada desde el principio por
americanos notables, entre los cuales, toda la generación Beat que
no dudaban en convertirla en dormitorio. Y, ahora, por toda clase de
bestizuelas.
En 1955, muere Monnier y
Sylvia comienza a escribir sus recuerdos.
En 1962. Muere Sylvia Beach. Y
George cambia el nombre a su librería: "Sakespeare and
Company". Laure Murat afirma tajantemente que "no
tiene nada que ver con la original (...). que no puede considerarse
el heredero legal, ni moral ni espiritual de la señora Beach".
El retrato de Shakespeare que
luce en el dintel, es el original que pintó Winzer para Sylvia
Beach. Sylvia, la hija de George, ya muerto, como es natural, lleva
el negocio...¡viento en popa!: café, tentenpié, libros, souvenir,
préstamo, biblioteca.... y una hermosísima vista de Notre Dame: "No
seas rudo con los visitantes, no vaya a ser que sean ángeles
disfrazados." Adrienne los hubiera reconocido a cien
leguas, sin necesidad de ese permanente recordatorio.
Me acerco a la Casa Pepe. La
cola llega hasta la calle Descartes. Cuando me llega el turno, el
caracartón de la puerta empieza a ponerme pegas: que si no he
reservado, que si voy solo, que si le voy a joder una mesa, que dónde
voy yo con esa indumentaria... Le digo que soy de la zona de
Despeñaperros y que siento una nostalgia invencible, y que por la
ropa... que no se preocupe que, una vez dentro, me la quitaré y
pareceré otro.
-Bueno, por ser de donde
es... ¡pero siéntese en aquella mesita que hay al lado del váter!
-Estoy hecho a semejante
distinción.
(Parece el día de la marmota*).
(Parece el día de la marmota*).
Bueno, señores, aquello es
impresionante de verdad. Muchas veces hemos empleado el adjetivo
demasiado a la ligera. Hay que estar verdaderamente desesperado para
una tarde de domingo, o quizás por eso, meterte en ese cúmulo de
esencias patrias periclitadas. Una cabeza, apolillada, de toro lo
observa todo con atención de muerto. Banderines del Sevilla. Una
tremenda foto del Camarón. Banderitas españolas cruzando la
estancia a media altura... justo para que te degolles. Jamones
colgando con su cazuelita para las chorreras; cencerros, ruedas de
carro, fotos, flores de plástico, jarras medievales, sillas de
madera maciza, de esas que una vez colocadas no hay dios (?) que
pueda moverlas. La barra... ¡Ay! ¡La barra!
Podría decirse, para resumir,
que es el negativo (en todos los sentidos) de lo de Monnier. Salvando
al Camarón, naturalmente.
A la hora establecida, cuando
los clientes están hasta el culo de sangría y paella noctívaga, el
que hace de Pepe, vistiendo una camisa blanca sin solapas,
medio india, medio inca, se arranca con aquello de "Morena,
la de los rojos claveles.....la reina de las mujeres... la del clavel
español...", dos guitarristas, de negro, rasgan, uno, la
guitarra y el otro, el requinto o guitarrico, denotando su origen
aragonés. Todos juntos parecen un plato combinado de blanco y negro.
Una rubia alta, delgada, vestido rojo ceñido, se levanta con
dificultad y con dificultad, debido a los desperdicios, se lanza
sobre Pepe. Pepe la coge por la cintura y empieza a darle
vueltas sobre su eje: "Morena... la reina de las mujeres..."
Sólo imaginar el paisaje que la rubia verá en sus circunvalaciones,
da vértigo. El camarero me trae una Cruzcampo y una guindilla. Así
pasan las horas. Al cierre, Pepe, emigrante de los setenta, da
rienda suelta a su vena melancólica y nos deleita con un pasodoble
de creación propia en que manifiesta su nostalgia y deja constancia
de que no todo ha sido un camino de rosas. Y así acaba, de esta
forma tan melancólica, acaba la velada.
La Cruzcampo está caliente y
la guindilla, fosilizada.
Los del Colegio de Patafísica
hubieran fundado, sin duda, su Colegio en esta cueva, en vez de
hacerlo en "La Maison de les amis des livres".
Lástima que en el 48 el verdadero Pepe aún no hubiera levantado
este emporio del mal gusto (y sabor).
A Sylvia Beach
¡Te saludo, oh mi hermana
nacida allende el mar!
He aquí que mi estrella se
juntó con la tuya,
no fundida en el fuego del
primitivo sol,
mas viva, exacta y nueva en
su gracia extranjera,
pródiga de tesoros que
recogió en su curso.
Atenta a las promesas que
en los ojos del hombre
escribe nuestra Madre,
cantaba, solitaria,
el brillo y el oriente de
diamantes y perlas.
Ocultaba en mi pecho como
un pájaro frágil,
la esperanza medrosa que se
nutre de mieles.
Consagraba al pudor,
cruzados lienzos blancos,
la conciencia naciente
bautizada con llantos.
¡Gracias a ti, oh hermana,
puedo escapar, ahora,
a esos tormentos, a esas
miserias y pesares!
Recobro ya mis fuerzas, y
si amo la Noche,
si escruto todavía sus
últimos terrores
es para madurar la paz de
un día postrero.
Ya nos ve Mediodía una
frente a la otra
de pie en nuestros
umbrales, al borde de la calle,
suave río de sol que tiene
en sus riberas
nuestras dos Librerías.
Tras la labor levanta
Mediodía tus manos
y las mías, es hora de
almuerzo y de silencios,
y aviva los destellos, en
las señas que hacen,
de la llama que esconden
aún nuestros países
"Les heures chaudes de
Montparnasse", Jean-Marie Drot.