(asteriscos*
remiten a razones efemerísticas)
A
los neurálgicos, entre los que me incluyo, se nos aparece un aura
que rodea con irritados dientes de sierra el campo de visión. Ese
fenómeno nos pone en guardia y es el momento de atiborrarse de
opiáceos. No sé si, aunque creo que sí, a los epilépticos* les
pasa lo mismo. Las cosas aparecen como envueltas en un raro
parahelio*: ese extraño suceso hace que aparezcan multitud de soles,
en fila, como un rebaño de ovejas incandescentes. Eso fue lo que
ocurrió el año 10 antes de nuestra era, en la isla japonesa de
Kyushu: aparecieron 9 soles, como nueve pizzas* incandescentes
empapadas en tomate. Si el espacio es el “sensorium dei”, aquello
fue el aura espectacular de un ataque de epilepsia de la divinidad:
los dioses antiguos morían y los modernos aún no habían nacido.
Bueno…
¡otra efeméride cogida por los pelos!
…¡Y
en esto llegó Fidel! Y se prohibió el boxeo profesional.
“Mantequilla”
Nápoles*, púgil con nombre de pizza, se marchó a Méjico y desde
allí se expandió a todo el universo-mundo. Siempre, pero, y sobre
todo ahora al final, cuando los golpes han revelado su eficacia, ha
creído estar estar en Cuba… mientras deambula por las baldías
calles de Ciudad Juárez, turbio límite entre la sinrazón y la
barbarie, o es recogido en un hospital de la beneficencia: más
golpes da el hambre.
Vino
al mundo en la época dominada por Arsenio Rodríguez y se marchó en
pleno auge de la Sonora Matancera.
Su
dominio de los welter
fue mundial. Nunca, sin embargo (por asincronía) peleó con Sugar
Leonard. Hubiera sido un combate patrocinado por Nocilla. Su momento
álgido, que se convirtió en el comienzo de su declive, fue cuando,
en un ataque de ubris, retó a “Escopeta”
Monzón, campeón de los “medios”.
La diferencia de pesaje era notable.
Cortázal,
en un limpio homenaje al evento, (y de repulsa a Delon) y a
“Mantequilla” en particular, situó en ese marco la acción de
una intriga que Uds. pueden degustar en “Alguien que anda por ahí”:
“Vivo,
Alain Delon: una carpa de circo montada en un terreno baldío al que
se llegaba después de cruzar una pasarela y seguir uso caminos
improvisados con tablones. Había llovido la noche anterior y la
gente no se apartaba de los tablones, ya desde la salida del metro
orientándose por las enormes flechas que indicaban el buen rumbo y
MONZÓN-NÁPOLES a todo color. Vivo, Alain Delon, capaz de meter sus
propias flechas en el territorio sagrado del metro aunque le costara
plata. A Estévez no le gustaba el tipo, esa manera prepotente de
organizar el campeonato mundial por su cuenta, armar una carpa y dale
que va previo pago de qué sé yo cuánta guita, pero había que
reconocer, algo daba en cambio, no hablemos de Monzón y Mantequilla
pero también las flechas de colores en el metro, esa manera de
recibir como un señor, indicándole el camino a la hinchada que se
hubiera armado un lío en las salidas y los terrenos baldíos llenos
de charcos”. (Cortázal: “La noche de Mantequilla”).
Esto
ocurría tal día como hoy, del año 1974, en Puteaux. Años atrás
esta barriada había pasado a los anales de la historia del arte por
haber acogido, en la casa de Jacques Villon, hermano de Marcel
Duchamp-Villon, a los “orfistas”, que quisieron ampliar la teoría
y la práctica del cubismo “ortodoxo”. A esas alturas del siglo
sólo Calder y Georges Ribemont-Dessaignes hubieran podido asistir al
evento. Pero el primero se había trasladado a Nueva York y el
segundo, con 90 años, esperaba a la muerte, que llegaría ese mismo
verano. Mucho antes Puteaux fue escogido por Belini para escribir “I
Puritani”.
“Carlos
Monzón tenía un alcance kilométrico y un jab de izquierda muy
certero, además de un cruzado de derecha que era en él como un
rayo. Si yo pretendía acércame a él, le bastaba emplear el jab que
era más bien un recto o simplemente estirar los brazos para
mantenerme a la distancia que le convenía. Y cuando por fin podía
penetrar en su guardia mis golpes no le surtían mayor efecto, y sí,
por el contrario, los suyos me cimbraban de pies a cabeza. Si no caía
a la lona se debía a la condición física que llevaba. Por fin,
concluido el sexto, ante la evidencia de que no tenía ninguna
posibilidad de victoria debido más que nada a la gran diferencia en
el tonelaje, decidimos dejar las cosas por la paz para no exponerme a
recibir más castigo que afectara mi salud.” (“Mantequilla”
Nápoles)
El
bueno de “Mantequilla” Nápoles, estilista donde los hubiera,
quedó plano e indistinguible apenas, como un hermético retrato
cubista; como una rebanada de hogaza sobre la que se hubiera
extendido su remoquete. Siguió en posesión de la corona de los
welter, pero ya por poco tiempo. Y todo se fue encaminando hacia las
baldías calles de Ciudad Juárez. Dijo, y lo retiró, que Monzón le
había metido el dedo en el ojo y que lo había dejado viendo
“parahelios”.
No
puedo por menos de recordar a la Belter (¿werter?) de la que mi
primo era co-partícipe. Allí vieron comenzar su carrera Tony
Ronald, Victor Manuel…y acrecentarla los Tres Sudamericanos, Manolo
Escobar y otros portentos. Incluso una prima segunda mía, y de mi
primo, probó suerte. Era el tiempo de las / los cantautores /
cantautoras: canción protesta, vamos. Grabó una cara “A”
memorable: “Me llaman loca”. La cara “B” creo que estaba en
blanco. El disco no ayudó a aumentar su crédito: le siguieron
llamando loca durante décadas y, además, añadían: “sí, sí….
¡la de la canción!” La guitarra cuelga de una alcayata en el
comedor de su casa como recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue.
Un callejón sin salida.
No
le fue mejor a Monzón. 14 años después del combate mentado, el 14
de febrero de 1988, a las 6 de la mañana, para ser exactos, se
eclipsó la estrella del “Escopeta”, brutal y hábil boxeador. El
día anterior, Alicia Muñiz, actriz, había aparecido por el
domicilio de su ex (¿) con la excusa de recoger al hijo compartido.
La cosa acabó a las tantas en el club Peñarol, después de haber
recorrido medio Mar del Plata dejando una estela sórdida, que
incluía vasos de tubo a medio consumir, colillas de maría, polvillo
blanco, olor a cadaverina y psicofonías desvergonzadas. Me ahorro
los detalles.
Lo que no puede obviarse es la fecha: San Valentín.
Fue por eso que se hizo más patente el desamor. Si hubiera sido,
pongamos, el 21 de marzo, la cosa no hubiera pasado a mayores…Pero
fue el 14 de febrero, día de san Valentín y los corazones iban a
193 golpes por minuto.
Ya en casa, el mismo continente propició un
giro en la conversación hacia la pensión alimenticia y demás.
Monzón se le tiró al cuello y antes de que acabara de enumerar
todos los ceros, le apretó el cuello hasta que pareció, por sus
ojos fijamente atentos, que hubo entendido. Aún le quedó resuello
para añadir un cero. Monzón, desgracia de hombre, la tomó en
brazos, como cuando la primera vez, y la arrojó por el balcón.
Ella, 32 años, quedó cubistamente descuajeringada. A lo criminal
añadió ridículo: se lanzó al vacío en calzones de ring. Sufrió
contusiones y lesiones “menos graves”. Maximiliano, el hijo,
dormía a pierna suelta. Todo un “bolero de despecho”.
Todos
los participantes en la investigación eran novatos. Pero la cosa era
tan clara que pudieron salir airosos y no tuvieron en cuenta el que
adujera una fuerte neuralgia que le hizo perder la cabeza.
Cuando
salió del hospital lo condujeron a la prisión de Santa Fe. Pasados
6 años le redujeron el grado, por buena conducta, y pudo hacer
alguna que otra salida. En una de ellas, el 8 de enero de 1995, se
estampó con su automóvil.
Cortázal
pudo haber escrito, de haber perseverado, una novela río con estos mimbres.
Díganme
Uds. si Discepolín no llevaba razón.
Si
hay algo sobrevalorado en la “weltanschauung” de la nueva clase
media, si es que puede aplicarse tal concepto a tan miserable
constructo, es el “amor” con todo el campo semántico que cubre.
Es un surtidor de desgracias. Como diría Falstaff del “honor”,
es una “palabra”, un “aire que vuela”, “no tiene dotes de
cirujano”. “¿Puede el amor llenarnos la panza?”. ¡Qué
grandeza (y qué ligereza) la de Falstaff encajando la burla y
convirtiéndola en ocasión para la argucia ajena!
Y
es que yo me cago en el amor (como diría el otro) y de paso en la
maternidad, en la neo-mística que la envuelve. Con tanto niño
suelto… ¿para qué quieres uno TUYO? Sólo hay una cosa más
miserable que un hijo: ¡un padre!
Falstaff
desea su veranillo de San Martín; “echar un poco de vino sobre el
agua del Támesis” y urde una tramposa trama. Descubierto y
sometido a escarnio, encaja el golpe con gracia y donosura. También
“Zeus” vistió cuernos en alguno de sus lances amorosos. Sin ir
más lejos, “Europa” fue raptada por un cornudo.
Hagamos
un amor risueño: “Boca
besando, no pierde felicidad / Al contrario, se le
renueva
como la luna”.
Una atmósfera mozartiana…pero creada por un anciano. ¡Qué
diferencia entre el testamento wagneriano (“Parsifal”)
y este “Falstaff”
con el que Verdi quiso hacer mutis por el foro.
Es
magnífico comprobar como “esa
montaña de tocino”,
ese bebedor, cobarde, presuntuosos y mujeriego, surgido de un rincón
anecdótico de “Enrique
IV”,
pudo convertirse en uno de los grandes personajes de la literatura
mundial. Ese contrapunto, esa excusa, pudo devenir primera figura,
capaz de retorcerle el cuello a la Tragedia y convertirla en Comedia.
Ya en la segunda parte de “Enrique
IV”
se ha adueñado de la escena. Entronizado “Enrique
V”,
su alumno adelantado, cuando esperaríamos la apoteosis de Falstaff,
presenciamos su repudio: “no
te conozco, viejo”.
“Hemos
escuchado las campanadas de medianoche, maese Shallow”
Su
muerte se anuncia no bien comenzada “Enrique
V”.
Pero
un personaje tal no puede tener una muerte tan anónima, sin antes
haber desplegado todos sus dones e ingenio. Isabel I le pidió a
Shakespeare que tramara alguna cosa para un Falstaff enamorado. Nunca
sabremos las verdaderas intenciones de la reina: burla, humillación,
simple comicidad…De ese deseo surgió (¿) “Las
alegres
comadres…”
y de “Las
alegres comadres…”
el estupendo libreto de Arrigo Boito y del libreto, el derroche de
imaginación musical y de humanidad ilustrada en que consiste la obra
de Verdi, estrenada tal día como hoy, del año 1893.
Tras
“Otello”,
Verdi, había decidido dejar la escena y centrarse en su recién
inaugurado Hospital-residencia para músicos necesitados (que todavía
funciona), en su huerto de Busseto y en ayudar a los recelosos
campesinos de la región en la mejora de sus “sistemas
productivos”. Tenía 74 años. Boito le tocó el punto flaco:
Shakespeare; y le envió el libreto de “Falstaff”.
A Verdi le gustó. Empezó el trabajo en 1890. Murió su entrañable
amigo Mucio. Siguió trabajando todo el 91. Y casi todo el 92.
Mientras tanto dirigió por última vez una orquesta en público, en
La Scala de Milán, naturalmente: Fue en el centenario del nacimiento
de Rossini. En septiembre la suerte estuvo echada: “Tutto
è finito. Va, va, vecchio John”.
Se acordó el día 9 de febrero del año 1893 para su estreno, en La
Scala de Milán, naturalmente. Verdi tenía 80 años.
Y
es un prodigio que tras una vida, como todas, por lo demás, llena de
tristezas (a los 30 ya años había perdido a sus dos hijos y a su
compañera) pudiese dar a luz esta hermosura que algunos consideraron
poco melodiosa. Y es que su fecundidad melódica es tan espesa y
variada que las melodías pasan, como esbozos, a tal velocidad que
resulta difícil de asimilar. Es un continuum musical donde no caben
los “recitativos” ni las “arias” propiamente dichas. Wagner,
que hacía 10 años que había muerto, se agitaría en su tumba.
No
hubo más Shakespeare. Ni más óperas. Se centró en un “Te
Deum”
y en un “Stabat
Mater”
que se vio intensificado por la muerte de Giuseppina, su leal
compañera durante 60 años. Murió el 27 de Enero de 1900, en Grand
Hotel de Milán. Su habitación se conserva tal como él la dejó.
“Quiero
que mi funeral sea sumamente sencillo y que tenga lugar al amanecer o
a la hora del Ave María, sin música ni canto. Bastará con dos
sacerdotes, dos velas y una cruz”.
Así discurría el acto aquella mañana brumosa en el cementerio
municipal de Milán. Ya habían abierto la tumba de Giuseppina para
introducir los restos del músico cuando una multitud, que seguía la
ceremonia de lejos, se descolgó con un “Va,
pensiero,
sull’ali dorate…”
que estremeció a toda Italia: “VIVA VERDI”.
Actualmente
reposan en la “Casa di Riposo per Musicisti” (Casa Verdi), en
Milán, naturalmente.
Mi
versión preferida por encima de la de Von Karajan y la de Toscanini
es la de Carlo Maria Giulini con la Orquesta Filarmónica de Los
Ángeles y con Bruso, la Ricciarelli, la Hendricks y demás…
El
mundo es una burla y el que ríe el último ríe mejor.