“… Ya la había visto entrar dos o
tres veces en aquel lugar: en cada ocasión se me había anunciado, antes de
ofrecerse a mi mirada, por no sé qué sensación de estremecimiento de hombro a
hombro que llegaba ondulante hasta mí atravesando aquella sala del café desde
la puerta. Ese movimiento, en la medida misma en que, tratándose de una
presencia vulgar, adquiere rápidamente un carácter hostil, sea en la vida o en
el arte, me ha advertido siempre de la presencia de lo bello. Y puedo decir que en este lugar, el 29 de mayo de 1934, esta mujer
estaba escandalosamente bella…” (Breton: L’Amour fou”).
Sus
compatriotas acababan de caer ante una poderosa Austria en el II campeonato
mundial de fútbol. No pasaron a cuartos. España, prerrevolucionaria, fue
masacrada literalmente por una Italia en pleno goce del fascismo, pese al
lucimiento de Zamora y de Quincoces. No pasaron a semifinales. El árbitro,
después se supo, fue condenado a
perpetuidad.
Los
Balkanes se balkanizaban y Méjico se mejicanizaba. En Alemania se afilaban los
cuchillos y España puso, definitivamente, una bota (no cabían dos) en Ifni… Y
es que ese año, febrero el loco, se había deslizado sin luna llena… y no pudo
ser testigo de las matanzas obreras de Viena.
1
Cuando
entraban en rue Fontaine los amores se
apagaban con el mismo frenesí que muestra el aceite hirviendo al contacto con
una gota de agua fría.
Breton,
tras una cadena interminable de amores predestinados y eternos, recaló en la
jovencita Jacqueline. En este caso el autoanálisis lo dejó claro: era un amor
que desde siempre estaba destinado a la eternidad, pero Breton no cambió de
domicilio y las cosas siguieron el rumbo acostumbrado.
Hacía
tres meses del juicio grotesco al grotesco Dalí, que, allí, aquel día, tuvo
gracia: redujo al absurdo lo que ya, desde el inicio, era un verdadero absurdo.
La
crisis llegaba por tierra, mar y aire. La situación se polarizaba a toda prisa.
El PCF estaba todavía con aquello del “socialfascismo”
mientras el fascismo ganaba la guerra, aunque perdiera algunas batallas… y
Tanguy los dientes en una de las refriegas. “Appel a la lutte”, firmado por Breton, fue un paso más en su
distanciamiento del Partido Comunista, que lo incluyó en el paquete de los “antifascistas prematuros”. Por entonces,
hurgando en un charco de sangre obrera, tuvo lugar el último encuentro entre
Aragon y Breton. Las puertas del surrealismo se hicieron completamente
giratorias: uno entraba y salía; otro salía y entraba. Breton sólo encontró
consuelo en Péret, en Ray, en el desdentado Tanguy, en Max Ernst y en el fugaz
Eluard. Giacometti, entró y salió. Caillois, entró y salió; Dali, salió;
Crevel, salió; Char, salió. El descomunal y polifacético Óscar Dominguez le
abrió las puertas del paraíso. Y Duchamp, vuelto de América pareció (espejismo)
que se sometería a la férula del “cadáver”. En el 35 tuvo lugar el Congreso de
Escritores, el incidente con Erhenburg (ya les contaré) y la muerte de Crevel…
todo en el mismo pack. Paralelamente:
La expulsión de Trotsky de Francia y los juicios de Moscú. Breton había,
definitivamente, tomado partido por el “profeta
desarmado”. Y por ahí andaba Artaud,
ido… y el priápico Picasso. España se encaminaba, sin remedio, hacia la guerra,
pues así lo querían los militares.
Lo
dicho es el marco en el que Breton escribió “Amour fou”, fin de la trilogía empezada con “Nadja” y continuada con “Los
vasos comunicantes”.
2
La
fidelidad de Breton hacia rue Fontaine, no impidió que cambiaran continuamente
de bar de concentración. Ahora
ocupaban el Cafe de la Place Blanche, frente al “Moulin Rouge”. Yo les invitaría a Udes. a sentarse a la mesita que
tengo pillada bajo la escasa marquesina del “Bufalo Grill”, muestra sublime del ingenio francés en esto de la
toponimia, les invitaría…pero es que no cabemos. Prueben en la otra esquina, en
el “Rouge Bis”. La otra mesita está
ocupada por una venerable pareja de angloparlantes que, sin contemplaciones se
están zampando sendos trozos de res que escapan de los porcelanosos límites del plato. Ella parecida, por lo varonil, a
Calamity Jane y él, por lo cachazudo,
a Toro Sentado.
Yo,
fiel, tanto como Breton a rue Fontaine, sigo con mis caracoles (al grill). Una
botella de vino “tranquilo” de
Champagne da un poco de color y hace de
contrapeso plástico al rojo de la marquesina. Por suerte, o vaya Ud. a saber
por qué, el camarero no ha puesto reparos a mi habitual pedido.
Aquí,
en esta condensación de lo cutre tuvo lugar, hace ahora 70 años, el encuentro
que paso a contarles… ¡cómo empeoran las cosas!
Bueno.
El inestable grupo estaba reunido en el interior de lo que antes era el Café de
la Place Blanche y, ahora, como habrán intuido, dedicado a un piel roja. Sobre
las siete y media del 29 de mayo del año 1934 entró por la puerta (como es
natural) una mujer rubia brillante y “escandalosamente
bella” que de inmediato captó la atención del jefe de filas que giró su
enorme cabeza como un girasol. No era
cosa difícil. Breton prestaba su atención con frecuencia. Su pluma
estilográfica, nunca.
La
rubia se sentó a una mesa apartada del grupo, pidió un café y se puso a
escribir. Breton miraba por las ranuras que el grupo compacto dejaba sin
cerrar. Lanzaba miradas como el camaleón la lengua… ¡Qué ilusión si escribiera
para mí! Estaba sensibilizado con el tema de la “predestinación” y los “hallazgos
fortuitos”. Hacía una década que había escrito “Girasol”, un poema que, en ese preciso momento, estaba a punto de
vaciar todo su contenido profético.
Y,
sí, en efecto, el escrito-carta iba destinado a Él. Lo supo porque la encontró
(Bretón cuando vio que abandonaba el local, salió corriendo tras la estela, al
encuentro de lo fortuito) a la salida del bar y, tras presentarse como
Jacqueline Lamba, se extrañó de que el camarero no le hubiera entregado la
carta. Bretón resollaba por el esfuerzo, pero lo atribuyó, le dijo, a la
emoción. En realidad, después se supo, la chica acudía exprofeso con la neta
intención de conocer al jefe de filas. Breton ya la había visto otras veces…
pero sólo ese día, digo yo, estaría en disposición. La mediadora fue la
admirable Dora Maar a quienes sus respectivas aficiones habían reunido. Tiempo
después Dora y Picasso protagonizarían un encuentro igualmente memorable.
Quedaron
para verse a medianoche y se retiraron. Él a orear su eterno traje verde
manzana y ella a nadar desnuda en el espectáculo del Coliseum. A Breton nunca
le importó que Jacqueline utilizara su desnudez sólo de forma provisional y que
deseara seguir su verdadera vocación: la pintura… él siempre la llamó su Ondina y la presentaba como una náyade.
Sus pinturas desaparecieron. Pues Breton, sépanlo Udes., siempre vio lo que
quiso ver y de la forma como quiso verlo, en el terreno, naturalmente, que
estamos tratando. Vio musas donde había mujeres, vio amas de casa… vio
secretarias… Tampoco, en honor de la verdad, fue un Picasso.
foto de Dora Maar
Marcelle,
que también tenía sus presentimientos, observaría desde la ventana de la
cercana rue Fontaine.
3
“Amour fou” se compone, ya saben Udes.,
de siete capítulos, algunos de los cuales habían sido publicados antes de
aparecer todos juntos en forma de libro (1937). Abunda en lo desarrollado en Nadja: la flanêrie, como acto de creación poética, doble de la escritura
automática, puede provocar voluntariamente el “azar” iluminador y catalizador, que Bretón entiende, a la
manera de Engels, como una forma de manifestación de la necesidad interior que
se abre camino en el inconsciente humano… y que ha de coincidir con una necesidad interior. Como el zapatito de
Cenicienta.
La
analogía sustituye a la lógica. La lógica, deduce; la analogía, “revela” la
vida “ausente”, la realidad aún no descubierta; descubre vínculos insospechados
y reconcilia, aunque sea por un instante fugaz, la realidad con el deseo. Este
es también el sentido de los “objetos
encontrados” que, en eso, se diferencian de los “objetos elegidos” de Duchamp.
Pero,
que se me entienda, todo lo dicho tiene un campo preferente: el del amor… o de
aquello que haga sus veces. El amor, lejos de cerrarse sobre sí mismo, opera
como un crisol capaz de iluminar correspondencias inéditas. La mujer como
ranura por donde el sentido se manifiesta al mundo.
Lo
patético es lo que resta una vez volatizada su capacidad iluminadora.
Sobre
todo si el otro, acodado en el antepecho del balcón, piensa que aún queda algo
que rascar… Sí, queda… ¡la esperanza!
Las
crónicas de “Amour fou” se ajustan a
la propuesta metodológica surrealista, el modelo
de observación médica como punto de partida para establecer las relaciones.
Sólo esta observación y anotación minuciosa evidenciará la irracionalidad
inmediata de ciertos acontecimientos.
Y
así procede en su relato de aquella “noche
de girasol”. Otra memorable noche que añadir a la ya larga lista de noches
memorables, entre las que destaco la milagrosa “noche de los zapatos” que indicó a Robert y a Patti (Smith) que
estaban en el camino correcto.
Lo
primero sería leer el poema “Girasol”,
con el fin de ir contrastando lo que allí se vislumbra con lo que reamente está
pasando esa noche (cosa que dejo a su albedrío).
Breton,
oreada su eterna chaqueta verde, procedió a acicalarse. Se cambió la ropa interior
por otra más lírica. Se puso una camisa vellutina
color Burdeos, se anudó una corbata verde botella, se puso su eterno traje
verde manzana, amansó su tremenda cabellera y, así, como una alegoría de la
esperanza, salió bajando los escalones de tres en tres. Jacqueline, bien
limpita tras su actuación en el acuarium, esperaba, pues fue idea suya, en la
terraza del bar Les Oiseaux, (donde
posteriormente recalarían los Goytisolo, Genet, Barthes o Severo Sarduy) en
la, ahora, destartalada plaza de Anvers y entonces poblada de estatuas.
Eran
las doce de la noche y pidió, impulsada por una súbita revelación, un pippermint con hielo. Cuando llegó el
poeta, y pidió un Chartreuse, se
completó toda la gama de los verdes.
Breton
pensó: “Lo que vuela y la presa fundidos
en un resplandor único…”
Salieron
a las dos de la mañana del 30 de mayo. El domingo se había convertido en lunes
y había luna llena… ¡suerte de los poetas!
Bajaron
hasta Les Halles. Descargaban las
carnes y las verduras de temporada. Breton, mimetizado, a punto estuvo de ser
colocado en un puesto de lechugas. Se comía sopa de cebolla y Breton tuvo que
contener su natural por mor de la lírica. Siguieron por la Torre de saint Jacques, el Ayuntamiento, cruzaron el pont d’Arcole, de hierro forjado, siguieron
por el muelle de las flores y cruzaron por el puente au Double, de hierro fundido… hasta remansarse en las bulliciosas
callejas del Barrio latino. Eran las
cuatro de la mañana y todo se estaba desarrollando según por previsto. El poeta, presa de presentimientos
y como si recordara algo nunca sucedido, pero anunciado, se paraba, recitaba
alguna cosa y seguía. La chica intentaba retenerlo y recordarle la vida real,
recordarle que eran las cuatro y que tal y más cual. A él, este paseo le
parecía una síntesis de lo “real” y
lo “imaginario”, un ejemplo consumado
de “comportamiento lírico, en la medida
en que éste le es indispensable a cualquiera así sea solo por una hora de amor,
tal como el surrealismo ha tratado de sistematizarlo, con toda su posible fuerza
predictiva”
Amanecía
cuando Jacqueline, acompañada del poeta, llegaba a la puerta de su habitación
en el hotel Médical de la calle du Faubourg-Saint
Jacques. Habían andado nueve kilómetros, a una media de un kilómetro y
medio por hora: Nada del otro mundo. Cuando se despertó le entregaron un
mensaje:
“Bajé por la escalera blanca,
temblando como si estuviera viendo cómo te recostabas y dormías”
Breton tomó un taxi... ¡ya estaba bien de hacer el imbécil! Desde la ventanilla, a la altura de les Halles, pudo distinguir tres siluetas destartaladas: Edwarda, Bataille y el taxista. Su noche había sido más salvaje. Si quieren Udes. apreciar la diferencia sustancial entre Bataille y Breton, lean Madame Edwarda y, a continuación, el capítulo de Amour Fou dedicado a la noche del girasol. Tiempo habrá para dedicarse a análisis más pormenorizados.
Breton tomó un taxi... ¡ya estaba bien de hacer el imbécil! Desde la ventanilla, a la altura de les Halles, pudo distinguir tres siluetas destartaladas: Edwarda, Bataille y el taxista. Su noche había sido más salvaje. Si quieren Udes. apreciar la diferencia sustancial entre Bataille y Breton, lean Madame Edwarda y, a continuación, el capítulo de Amour Fou dedicado a la noche del girasol. Tiempo habrá para dedicarse a análisis más pormenorizados.
Días
después lo vio todo claro. Le vino a la cabeza “Girasol” (“Claire de lune”1923)
y descubrió, mediante un autoanálisis casi académico, que lo que había pasado
aquella “noche del girasol” estaba
poéticamente profetizado en aquel poema del que nunca estuvo completamente
satisfecho.
Si
Nadja se cierra con aquello de “la belleza será convulsa o no será”,
ahora se explaya un poco más: “La belleza
convulsiva será erótico-velada, explosiva-fija, mágica-circunstancial o no será”.
“En Nadja había atacado la
distinción entre cordura y demencia, en los vasos comunicantes, entre sueño y
vigilia y en “Amour fou” intentó abolir las barreras entre la realidad objetiva y a subjetiva”
(M.P.)
Me
intriga el hecho de que Breton tenga la necesidad de presentar sus asuntos
amorosos bajo la hégira de la predestinación; que todas sus mujeres fueran las
adecuadas, las soñadas… y ninguna accediera a través sólo de sí misma.
En
agosto se casaron y Marcelle, la otrora predestinada, fue desalojada de rue
Fontaine. Giacometti y Eluard oficiaron de padrinos. Días más tarde, Breton le
devolvía al segundo el dudoso honor.
Así
sucedió. Breton lo contaría dos años y pico años más tarde.
4
Como
ya se ha dicho, las puertas de surrealismo se hicieron completamente
giratorias. Lo que más le dolió a Breton fue el distanciamiento de Crevel y de
Char. El de Dalí estaba cantado. El de Giacometti, provocado. El de Tzara, le
tranquilizó. En el fondo de su corazón sufría por el previsible alejamiento de
Éluard. Sin embargo lo que sucedió fue el alejamiento de Jacqueline.
Tras
el exitoso periplo por Checoslovaquia y el menos glorioso por Tenerife,
constatan que la mujer está embarazada. ¡Que me pase esto a mí... que odio la
familia y sus consecuencias! La “Antología
de (H)umor negro” fue un trabajo de supervivencia. Jacqueline se quejaba de
las estrecheces al tiempo que contemplaba la valiosa colección de arte que se
alojaba en rue Fontaine.
En
mayo se firmó el pacto franco-soviético. En junio vino lo de Congreso de París,
el enfrentamiento con Ehrenburg y el suicidio de Crevel. Llegaron noticias de
los juicios de Moscú y el caso Víctor Serge flotó como un cadáver.
Todo se confabulaba para que Breton siguiera su camino, lejos de stalinismo.
Añadan Udes. el asesinato de Kirov, la proclamación oficial del “Realismo Socialista” y la expulsión de
Trotsky. En noviembre aparece “La
posición política de surrealismo” (intento de unir a Marx con Rimbaud) y se
estrecha a colaboración con Bataille (“Contre-Attaque”)
que salía de una tórrida relación con Dora Maar.
Finalmente,
el día 20 de diciembre de ese año (1935) nació una niña, concebida en
primavera, a quien inscribieron con el hermoso nombre de Aube Solange. Desde
entonces, Jacqueline añadió a los agravios sufridos, el de madre sacrificada y
ensanchada. Fue el comienzo de un fin verdaderamente vulgar.
El
libro se cierra con una carta dirigida al futuro:
“En la bella primavera de1952
cumplirás 16 años y quizá te sientas tentada a hojear este libro….
….Te deseo que seas locamente
amada”
Y
uniendo esas dos proposiciones todo un tratado sobre la Esperanza Poética.
Sobre
la mesa del “Buffalo Grill” las
conchas dextrógiras de los caracoles, una botella vacía, un vaso, una tacita de
café y tres vasitos de aguardiente (vacíos, como es natural).
obra de Aube Solange Breton.