Ayer a cuenta de
los “Tercios”, la Inmaculada,
Bobadilla y el gotero…me puse de Jumilla hasta el culo. Tanto, que reduje al
perro a la condición de objeto. Para compensar tamaña indelicadeza, le propongo
una excursión de todo el día. Acepta y me asegura que no le importa ser (de vez
en cuando) “objetivizado”, si la
recompensa es esta. A mí me gusta el
bocadillo de atún con olivas y al perro de queso manchego. Añado otro de
camembert con caviar (¿) de mújol (murciano). Chubasquero, bufanda blaugrana de
siete leguas y ¡¡carretera y manta!! Vamos al “Corredor”. Allí suelto al perro y ya lo recogeré cuando anochezca.
No creo que un lunes gélido de diciembre haya turistas por estas cimas.
El jumilla hizo
un efecto espectacular: Como a Descartes el cansancio y la obsesión. I had
a dream y me desperté sudoroso y espantado de tanta lógica condensada: “Éramos, somos y seremos”. Esa proposición molecular pastoreó mi dormir. Una
proposición digna de encabezar el capítulo siete del “Tractatus” o de concluir de forma contundente los fragmentos
eleáticos. Una proposición verdaderamente extraña en su simplicidad pueril.
Cuando alguien la pronuncia se convierte en tautología (o sea una forma vacía
que no se refiere al mundo, sólo a su propia vaciedad): “Era”, porque soy; “soy”,
porque pronuncio la proposición; y “seré”
en el mismo momento en el que acabo de pronunciarla. Sin embargo, en boca de un
(YA) difunto es falsa. Y se convertirá en falsa para cada uno de nosotros. Por
lo tanto si alguien la mantiene en pie será por que quiera referirse a algo
esencial que sobrevive a los accidentes pasajeros. En este caso: “Éramos, somos y seremos” se refiere a
algo diferente al mero existir físico. El atributo introducido por la cópula no
puede ser algo efímero, sometido al devenir del tiempo (“Éramos, somos y seremos guapos”) Pero si no está sometido a aquella
categoría, vuelve a convertirse en tautológica: “Lo que es, es, y no puede no
ser”. Puede ser dicha por cualquiera, y siempre será verdadera (en tanto perdure
lo que el atributo denote). “Éramos,
somos y seremos murcianos”: Es siempre verdadera, si admitimos la eternidad
de “Murcia” y aceptamos la
posibilidad de que sigan naciendo criaturas en aquel desierto. Ningún mérito.
Quien afirma la proposición está afirmando algo parecido a “era, es y será una piedra”, no puede ser
de otra manera. Por lo tanto “Éramos, somos y seremos murcianos” es una fatalidad a la que no podemos
resistirnos y no un grito de guerra (de desesperación, puede).
Toda la noche
dale que dale…
Entro en el bar
del monasterio. Me acodo en una mesa. El fuego heracliteano bulle en el hogar. Se está realmente bien. Por la
ventana controlo al cachorro que corre tras las hojas. Por lo demás no le prohíben la entrada.
–Póngame
un bombón, buen hombre.
–¿?
–Café
corto con lógica condensada, perdón…con leche condensada. Añádale un buen
chorro de Terry. Y una copita para acompañar.
Por lo dicho,
cuando oyes multitudes gritando tautologías o bien se trata de discípulos
férreos de Wittgenstein, remitiendo su decir al mostrar o bien de un conjunto de obstinados que
persisten en su ignorancia lógica.
Pues ya ven…
¡Así toda la noche!
El día 8 de
diciembre del año 1918 (o sea, ayer) se celebraba en Berlín el funeral por los
muertos de “viernes sangriento” (se
pudo leer en los periódicos de tal
día como hoy). Se dieron decenas de mítines. Sin duda los espartaquistas fueron los vencedores en
esta lid. Los marineros, que no podían surcar las aguas (¡y llovía a cántaros!)
de Unter der Linden, cogieron avionetas destartaladas y lanzaron octavillas.
Cuando llegaban al suelo, llegaban ilegibles. La tinta, como lágrimas, formaba
regueros. Las letras se disculpaban por ser incapaces de formar palabras. Las
palabras de formar frases y las frases de construir argumentos y proclamas.
Cuando llegaban al suelo eran papeles grises que el viento arremolinaba con las
últimas hojas del otoño; pero no fue su culpa el que Ebert y los oficiales de
Kassel hubieran firmado el pacto. Hindenburg, escribió a Ebert, exigiendo,
precisamente, las condiciones contrarias a las que esa misma mañana la habían
exigido al canciller los consejos de soldados. Ebert, que odiaba la revolución
y que consideraba que el enemigo estaba en la izquierda, seguía tejiendo
(dejándose envolver) la mortaja. El día diez (¡mañana!), con la entrada masiva
del ejército, se empezaría a implantar el orden en Berlín: “Éramos, somos y seremos socialdemócratas”. Nadie romperá la unidad de la clase
obrera y quien lo intente lo pagará caro. Pero la unidad ya estaba rota y había
sido, precisamente, Ebert y los suyos los causantes de la fractura.
Becker intenta
acabar son su búsqueda colgándose del clavo de la lámpara. Ni Sóflocles ni
Kant, son capaces de evitarlo. Sólo el azar. La culpa, como en Edipo, es una
dura herencia a la que no puedes renunciar. El oráculo fue dictado; el
esforzado cojo intentó evitarlo y en su esfuerzo cayó en sus redes. Becker está
enceguecido por tales pensamientos y no consigue ver claro. La culpa: como una
nube espesa, como la lluvia que cae sobre Berlín…
“Hegelito” acude a refugiarse del viento
junto al fuego. Me mira y mira la bolsa de la comida. Hay que esperar un poco.
Dominar la impaciencia.
Mientras Ebert
leía complacido la carta de Hindenburg, Clemenceau, alcalde de Montmartre
durante la Comuna y que salvó el bigote
por los pelos, junto con Poincaré y otros, celebran la liberación de Metz. El
ejército alemán se retira ordenadamente, pero furioso. Por la noche será acuartelado
al oeste de Berlín, para entrar glorioso bajo la puerta de Brandeburgo. Algunas
divisiones están entrando en la capital por la zona de Tempel. Es entrar y
desvanecerse euridicianamente. La cosa no pinta bien. Veremos mañana.
Mientras tanto han ido construyendo unidades de voluntarios y de oficiales
irredentos, humillados hasta el dobladillo del pantalón por habérsele
arrebatados las jarreteras. Poco a poco esas unidades crecen y se multiplican.
Su odio también.. Algunos ya han sido enviados al Báltico. Allí se lucen.
Esperan, sin embargo, tomar la alternativa en la ciudad imperial, donde el
proletariado y los marineros son los dueños y señores: “Lástima de vasallo…si tuviera buen señor”.
Mientras Becker
“pendula”, Mauss parece optar por la revolución. ¿Será
un espejismo?
Fiel a mi idea no
me referiré a aquellos que nacieron tal día como hoy, ni siquiera a Dalton
Trumbo, ni a Kropotkin, ni a la Pasionaria, ni a Ödon von Horvath…ni siquiera a
John Cassavetes, ni a Nacho Vegas, ni a Dante Spinetta.
Hablando del
futuro incierto de Mauss en medio del torbellino revolucionario, recuerden Vds.
que tal día como hoy, del año 1968, se presentó en público en la unidad de
investigación de la universidad de Stanford de Sillicon Valley, un “animalito” revolucionario: El “X – Y Position Indicator for a Display
Sistems”, que rápidamente adoptó el nombre más familiar de Mouss (ratón). Un
valle este de extraña fauna.
Mientras aquello
ocurría en Berlín, por los llanos de Cuatro Vientos, un joven con apellido de
astado y descendiente de rancias familias murcianas y catalanas (Bosch i
Codorniu), diseñaba otro animalillo articulado, mezcla de libélula y mantis. Lo
llamó “autogiro” y saltaba como un
canguro avergonzado. Las octavillas de los marineros no se hubieran perdido por
los vastos cielos alemanes si hubieran sido lanzadas por los descendientes de
este arquetipo. El 4º modelo dio un
salto inesperado y todos consideraron que era suficiente para depositar en él
la esperanza de la patria. Juan de la Cierva, tuvo como compañero en sus
primeras incursiones en esto del volar a un tal Bobadilla, descendiente, sin
duda, del héroe de ayer.
Observen los
apellidos: Bosch (Anís el Mono), Bobadilla (licores y aguardientes
varios) y Codorniu… No es raro que su
cabeza girara y girara… El tal de la Cierva intervino de forma decisiva en la
consecución del “Dragon Rapid”. Como era de esperar, murió en un
accidente de aviación: el Douglas DC-2
de KLM de Londres-Ámsterdam, en el que cómodamente
se disponía a leer el periódico y a pimplarse un Bobadilla, se estrelló no más
abandonar la pista de despegue del aeropuerto de Croydon, al sur de Londres.
Era tal día como hoy del año 1936.
Un mes antes, su hermano Ricardo, que había sido detenido en Barajas, dispuesto
a pillar un avión, fue ajusticiado en Paracuellos. Toda una vida (y muerte)
ligada a la aviación. Y es que “quien a hierro mata, a hierro muere”.
Llega el momento
de la comida. Hegel se relame. El cantinero, amable, incumpliendo bajo su
responsabilidad el “se prohíbe consumir
productos de fuera”, nos permite zamparnos los bocatas. Nos sirve una
botella de vino del país y un caldero de agua fresquita. Un carajillo mitad y
mitad y vuelta al hogar.
De camino, James
Moody, a quien Gillespie lanzó al espacio, nos deleitará con su éxito: “I’m in the Mood for Love”,
seguido del inevitable “Vuelo de noche”.
Otro “santo bebedor”. Sin este santoral el mundo sería una verdadera porquería
(“porqueriza” quería decir).
Recuerden Vds.
que hoy se celebra el “Día contra la
corrupción” y “por una sociedad laica y librepensante”. Siento haberles
amargado el día (al final).