El
25 de enero de 1980 cayó en viernes. “Si
el 25 es viernes, el 24 ha de ser jueves”, deduje el
miércoles 23. Una deducción que nada debía a mi condición de profesor-ayudante de
Lógica y Epistemología, pero que algo adeudaba a la tradición familiar. Mi
padre acostumbraba a conmemorar cualquier cosa, por el mero y limpio placer de
pimplar. Así, por ejemplo, era capaza de conmemorar que “en este preciso momento, hace
una hora exacta, cáguense Vds., el
mismo camarero me puso un vaso de coñá”
y conmemoraba la efeméride con su exacta repetición. Aún no existía el “balón cateto” y las copitas de la época
eran escasas para el fervor que manifestaba mi padre, así que el camarero le
servía el aguardiente en vasos.
Yo
tenía 25 años, pocas ganas de trabajar, un 2 CV y un pequeño remanente. Cuatro
elementos que, juntos, son explosivos… como un motor de cuatro tiempos.
Para
contextualizar mejor, añadiré un dato definitivo: El Renault 14 empezaba su
andadura.
Por
entonces no existía el Condis, así que metí mis útiles (ropa interior y un par
de libros) en una bolsa de los inflamables Almacenes
Arias de la Ronda de San Antonio. Tampoco había adquirido el gusto por el
chubasquero ni por las gorras orejeras; enfrentaba la vida a capella, a cuerpo gentil, que se dice. Me senté ante el volante de aquella máquina de guerra,
encendí el motor y paré a los cien
metros: había olvidado las cervezas.
Eran las cinco de una tarde gris y cálida, para la época. Jueves 24 de
enero del año 1980.
En
la Porta Catalana el coche paró por costumbre. Compré tabaco y una botella de
Terry de malla. Puse gasolina y seguí hasta Nîmes. El área de servicio de Nîmes,
importante nudo de comunicaciones, es como mi segunda residencia. Allí tomo un par de “potages”… por oír el ruido de las monedas, no crean.
Apoyados en las esbeltas mesitas redondas, orondos conductores cobijan sus cabezas
en los gigantescos huecos de sus manos. Parecen sufrir de verdad. Es como si se dieran cuenta de repente de la
inutilidad de sus idas y venidas. La escena, con diferentes actores, se
prolongará hasta la salida del sol cuando el recinto empiece a llenarse de
familias y de adúlteros furtivos que han dejado dicho que van a unas “jornadas de trabajo”.
Eran
las diez de la noche.
A las 9’30 de la mañana del día 25 hacía
entrada, por la Porte d’Italie, en el
Periférico. Tomé hacia Bercy y siguiendo la orilla del río, alcancé
el Boulevard de Bastilla. Lo tomé y
seguí paralelo al Canal de Saint Martin. En ese momento recordé
el patético y fortuito primer encuentro entre Bouvard y Pécuchet. Seguí por Beaumarchais
y en unos cuantos minutos llegué a mi destino: Jules Ferry con Faubour du
Temple. Aparqué junto al canal. Tiré las botellas vacías en una papelera.
B.
dormía y, así de entrada, no se alegró mucho. Después, sí, ya empezó a
alegrarse. Por la noche la alegría era incontenible.
Le
desvelé el motivo de mi viaje: rememorar el 125 aniversario de la muerte de
Nerval… ¡y algo más!
–¿Te vas a ahorcar?
Sin
darme tiempo a responder, sacó una bolsa con netos cogollos de grifa y nos
liamos dos petas. Para rebajar
bajamos al tunecino y nos hicimos un café” turco”
y un raki de higo.
Uno
de aquellos días, domingo, en los que Gérard andaba medio loco azuzado por el
fantasma de la desaparecida Aurelia… y por una sensación de muerte que no
desaparecería hasta la noche de tal día como hoy, del año 1855, salió de su
casa con la intención de visitar a su padre. Lo visitó y le echó una mano con
la leña. Acabada esta “obligación”, pensó en pasar por casa de un poeta alemán
que le había adelantado algún dinero con el fin de devolvérselo. Antes de esta dura obligación, tras rechazar
una invitación de un conocido, se acercó al cementerio de Montmartre. Estaba
cerrado… ¡mal empezamos!, se dijo, (pues a esas alturas, todo era presagioso).
Y, en efecto, en ese momento el tren katabásico
se puso nuevamente en marcha, en dirección a las profundidades del
infierno. Ya dejó dicho: “Yo soy el otro”. Otro afirmó: “el infierno son los
otros”, de donde se concluye…
Por
Clichy fue testigo de una trifulca
que no pudo interrumpir. Y, a continuación vio,
bajando por rue Clichy, a San
Cristobal según la iconología típica. Él interpretó el espejismo como
condenación por su demostrada impotencia. Y entró en un estado de catatonia.
El
infeliz quedaría paralizado a la vista de la “prisión de las deudas” de rue Clichy.
B.
y yo, aprovechando tal circunstancia hacemos un alto en el camino (pues sin darnos cuenta seguimos la ruta del
suicida) y nos pimplamos unas copitas de licor de higo en un bistró que había
(y que hay) en rue Clichy con Cardinal Mercier, no lejos del famoso atentado de Ravachol.
Nerval
fue de los primeros “flanuers” de
París. Lean si no sus “Noches de Octubre”.
Y de los primeros en hacer un arte del consumo de “mermelada” verde de haschisch,
miel, melaza y pistachos.
El Dr. Jean Moreau no pudo haberle aconsejado peor. Nerval tenía los nervios a la intemperie, expuestos a los inclementes cambios de
tiempo (y espacio).
Cuando
Nerval volvió en sí, siguió Clichy
hacia abajo y en la esquina con rue Victoire,
se encontró con un cura y algo le dijo. Qué le respondió el eclesiástico lo no
lo sabemos, pero vimos al poeta llorar con desconsuelo y echar a correr en
dirección a Notre- Dame- de- Lorette
donde desapareció. A nosotros nos
pereció impropio entrar en aquel recinto e hicimos tiempo en el bar de
enfrente. Siempre, frente a una iglesia hay un bar. Es un detalle de educación
que revela un gran amor por la otra parte de la humanidad. Actualmente está el “Seize neuf”; quizás al que entramos
nosotros era el “antiguo”. Entonces aún no se habían puesto de moda las torres
petroquímicas. No había problema con el tabaco. Así que entramos, nos acodamos
en la barra y pedimos sendas copitas de calvados, ya que, dijo el camarero: “el aguardiente de higo no lo gastamos” (sic).
B.
sacó un “puro” y lo fuimos pasando
ante los ojos envidiosos del empleado. Dejamos que lo probara. Desde el
interior del bar veíamos las cuatro columnas de Notre Dame. Los capiteles
corintios empezaban a parecernos fuegos. Eran como cerillas recién prendidas.
Fue B. quien primero tuvo la visión…que me contagió. Discutimos sobre el estilo
bastardo de la fachada y el camarero hizo aportaciones de valía, además de
comunicarnos, en voz baja, que el 48 de rue
Victorie, Luís Bonaparte preparó el
18 de Brumario. Fue el frío, pero a mí me pareció la historia, lo que me
produjo un estremecimiento.
Y
en estas que vemos salir al poeta, como aire negro de tubo de escape dirigido a
los cielos, encaminarse hacia Le Peletier:
–“¡La Virgen está muerta y tus
súplicas son inútiles!” “¡Aurelia!”
Agitaba
los brazos como para alejar de sí un enjambre de mosquitos tropicales. Corría y
corría y no paró hasta llegar a la Plaza
de la Concordia. Seguimos con esfuerzo la maratón. B. tropezó con una
farola y cayó cuan largo era. Pasamos como centellas por delante de donde
desembocaba el pasaje del Termómetro,
tras haber cortado en perpendicular al del Barómetro
y al del Reloj. Era el “Passage de l’Opéra”.
Walter
Benjamin:
“El padre del surrealismo fue Dada;
su madre fue un pasaje (…) A fines de 1919 Aragon y Breton, por antipatía hacia
Montmartre y Montparnasse, trasladaron
su lugar de encuentro con sus amigos a un café del pasaje de la Ópera (Café
Certa). La irrupción del boulevard Haussmann supuso su fin (…) En “El campesino
de París”, Aragon dedica a este pasaje el más conmovedor elogio fúnebre que
jamás haya dedicdo un hombre a la madre de sus hijos.”
“…La forma de una ciudad / Cambia
más de prisa ¡ay! Que el corazón de un hombre”
El
orate anunciaba el fin del mundo con citas textuales del Apocalipsis. Se
dirigió al Sena, rápido cual afluente de montaña. Miró el agua y se largó
corriendo hacia Saint Honoré. Tomó un respiro en el Louvre y se dirigió a Les
Halles.
–“¡El sol ha muerto! ¡La noche
eterna comienza y va a ser terrible! “ “¿Qué sucederá cuando los hombres se
percaten de que ya no hay sol?”
B.,
que se había atado un pañuelo en la cabeza para cortar la hemorragia, y yo nos
miramos, miramos el reloj y comprobamos que eran las 12’30 de la mañana. No
lucía el sol, en efecto, y hacía frío.
Ahora
no existe aquel antiguo universo gastronómico. Les Halles son un lugar privilegiado para la exposición y consumo
de mercancías. Algunas tabernas, en Saint
Martin, lucen sus anuncios mortecinos
y las relucientes fotografías del menú. Nos zampamos un “avec du tout” en un argelino, que sabía a tiempo extraviado.
El
loco, volvió a su casa: ¡13 de Bons
enfants! Cuando se despertó se
extrañó de que todavía hubiera luz del sol: son los restos de la muerte del
sol. La calle (famosa por la explosión de “Bonnot”),
lo que son las cosas, fue destruida para la ampliación del Banco de Francia.
Así que el número 13, aunque puede que exista, yo no le visto nunca (¿será la
casa que hace esquina con Colonel Driant?
¿o, acaso, estuviera en rue Radziwill, lejana continuación de la calle de
los buenos niños?).
Se dirigió, con la extrañeza en el espíritu,
hacia las Galerias del Palacio Real, comió, con hambre de
intoxicado, un pastel. Llegó a casa del prestatario alemán:
“Al entrar le dije que todo había ya acabado y que nos dispusiéramos
a morir”. Llamó a su mujer y, al verme, me preguntó
–¿Qué tiene Vd.?
–¡No lo sé!–le contesté–Estoy
perdido.
Ella envió a buscar un coche y una
jovencita me condujo a casa de Dubois.”
Y
transcurrió otro periodo oscuro. El penúltimo. El último fue tal día como hoy,
del año 1855.
Salió el loco del engañoso domicilio y se
dirigió hacia el Sena. Se perdió por aquellas cloacas a cielo abierto que se
extendían entre Châtelet y el
Ayuntamiento, en pos de la última meta del verdadero flaneur: la muerte… como bien intuyó Baudelaire al cerrar “Las Flores…” con el poema “El Viaje”. En eso se entretenía
Baudelaire por entonces:
“(…)¡Oh,
Muerte, venerable capitana, ya es tiempo! ¡Levemos el ancla!
Esta
tierra nos hastía, ¡oh, Muerte! ¡Aparejemos!
¡Si
el cielo y la mar están negros como la tinta,
Nuestros
corazones, a los que tú conoces, están radiantes!
¡Viértenos
tu veneno para que nos reconforte!
Este
fuego tanto nos abraza el cerebro, que queremos
Sumergirnos
en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa?
¡Hasta
el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!
Tomó un par de absentas en un cuchitril
y buscó “la calle más negra para desatar
su alma”. No le costó mucho. La desaparecida “Vieille Lanterne” se le mostró cual era. Se desnudó de cintura para
arriba. Se dejó el sombrero puesto y se colgó de la barra que anunciaba la
existencia de una cerrajería. Hay quien habla de las “rejas de las cloacas”. Así lo encontraron a la mañana siguiente,
día 26 de enero: con el sombrero puesto (¡raro, raro, raro!.. su buena
educación se lo hubiera impedido). Según los primeros testigos, el ahorcado aún
estaba caliente.
Se
encontró una carta en la que pedía 300 francos para poder sobrevivir al
invierno. Según las crónicas esa noche se alcanzaron los 18º bajo cero.
Las
exequias se realizaron, pese a la condición de suicida, en Notre Dame. Su compañero haschishien Gautier pagó el 50% de un
lugar al sol del Père Lachaise.
“Voici enfin une vue de la sale et
pourrie rue de la vielle lanterne, que mon frère a été prende le lendemain du
jour où Gerards’etait pendu au troisième barreau d cette grille d’une sorte
d’égout.” (Edmont
et Jules Goncourt. “Journal”).
Jules
Goncourt, la misma tarde, tomó una fotografía. Nadar había fotografiado a
Nerval dos semanas antes. Ese año sería el año de la explosión definitiva de la
fotografía.
Muchos
fueron los que dieron noticia del hecho y añadieron sus impresiones: Dumas,
Gauthier, Doré… hasta P. Modiano, para quien el autor es un “leit motiv”. Fue por él por quien supe
que el lugar de la muerte del poeta coincidiría con el escenario del Théâtre de la Ville. Pensarlo estremece:
Representar la escena 125 años después y colocar la fatídica verja justo en el
lugar donde estuvo la original
Registre de la morgue del Marché-Neuf:
"Arrivée du corps à 9 heures et demie du matin de
Labrunie Gérard dit Nerval, demeurant 13 rue des Bons-Enfants;
vêtements et objets: un habit noir, deux chemises en calicot, deux gilets de flanelle, un
pantalon en drap gris vert, des souliers vernis, des chaussettes en coton roux,
des guêtres de drap gris, un col noir en soie, un chapeau noir, un mouchoir blanc.
Genre de mort
: suspension (..) suicide; cause inconnue (..) cadavre trouvé sur la voie
publique rue de la Vieille-Lanterne (..) cet homme était connu avant son entrée
à la Morgue (..) le corps a été réclamé par la Société des Gens de
Lettres(...)."
Procès-verbal du commissariat de
police de Saint-Merri :
"Ce
matin, à sept heures et demie (26 janvier 1855) le dénommé (..) a été trouvé
pendu aux barreaux (à
l'enseigne) de la boutique d'un
serrurier (Boudet) rue de la Vieille Lanterne,
déclaration de Laurent, sergent de ville du quatrième
arrondissement; l'individu était déjà mort, transporté au poste de l'Hôtel de
Ville, secouru par deux médecins, mais en vain. Il, s'est pendu avec un ruban
de fil, son corps était attaché aux barreaux avec le lien, aucune trace de
violence sur le cadavre"
A esa misma hora, del año 1920, un trabajador
encontraba el cuerpo dislocado de una joven bajo las ventanas del nº 8 de la rue Amyot de París. El día
anterior habían sacado el cadáver de su amante de la morgue del Hospital de
la Caridad.
Ni
el daguerrotipo ni la máscara mortuoria
se conservan. ¿Dónde he leído yo que se desnudó de cintura para arriba?
Pasamos
estremecidos por la puerta del Téâtre de la Ville. Presentaban “(Hotel) Belvedere” de Ödon von Horvárth, una
fábula premonitoria del fascismo y del triunfo definitivo de lo execrable. A
éste la rama impaciente se le echó encima…y es que si “Mahoma no va….”
Nosotros
continuamos hasta el Pont Marie. Cruzamos
el brazo de río. En el Quai d’Anjou, 17, se encuentra el Hôtel Lauzun (Pimodan). Aquí, en una cómoda sala de
los pisos superiores, se reunían los “modernos”
de la época, capitaneados por Gauthier,
Nerval y, el a veces reacio, Baudelaire. Bajo la dirección escénica y
gastronómica del Dr. Moreau se daban a ensueños ridículos que han pasado a la
historia por la maestría literaria de los consumidores.
Señalar que Balzac, invitado por Gauthier, asistió una noche, pero no quiso (¿)
probar la “confitura verde”.
El
edificio, actualmente propiedad del Ayuntamiento, está siendo remodelado. Así
que no podrán visitarlo. Digan que van de mi parte…quizás así…
Cuando
anocheció y el frío se afianzó, nos fuimos a casa. De camino nos tomamos unos
calvados y recordamos estos versos de Burns *:
“Por los viejos tiempos, amigo mío,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de cordialidad
por los viejos tiempos.”
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de cordialidad
por los viejos tiempos.”
En casa B. se cambió el pañuelo y… ¡se puso otro!
Esto fue lo que pasó en París AQUEL día.
Yo estoy, sin embargo, en el “Cul d’Ocata”.
Con Hegel. Estamos listos para celebrar “La
cena de Burns”, rito obligado cada 25 de enero. Es costumbre escocesa, pero
como últimamente las relaciones entre Escocia y Catalunya van viento en popa,
no es inadecuada la conmemoración de la muerte de su poeta nacional.
El ritual tiene su complicación y no
hablemos de la preparación de los “haggis”.
Por ese motivo los he comprado hechos en
“A Taste of Home”, la única tienda de productos escoceses en Barcelona. La
encontrarán en Floridablanca, casi en la esquina con Viladomat. Los “haggis” son una especie de “botillo” maragato, pero de cordero: Todo
lo que no quieran del rumiante, tritúrenlo y envuélvalo en una tripa. También
recuerda al kokoretsi griego o a
nuestro zarajo, sin ir más lejos.
El algoritmo
de la cena es complejo y, para nosotros, innecesario, ¿eh, Hegel?
,,,Infórmense
Vds, si quieren ajustarse a la norma.
N.B.
Se
dice, sin mucha convicción, que durante la cena de Burns del año ¿1890? ¿1905?
Un grupo de escoceses y sevillanos decidieron fundar el Sevilla C.F. Los
asistentes nombraron, por consenso, al vicecónsul británico Edward Farquharson
Johnston como presidente de la entidad naciente.
La
noticia no tiene consenso.