En
1867, tal día como hoy, sábado también, moría en la clínica del dr. Duval (¡qué
chistoso es el destino!), Baudelaire. Ya estaba muerto cuando murió.
Tres
años antes había huido a Bruselas, alejándose de sus acreedores parisinos. Sus
esperanzas y aspiraciones pronto se tornaron en odio, aún más duro que el que
ya sentía por París. Sin público, sin dinero (cinco “lecturas” x 50 francos cada una) y con la sífilis desencadenada fue
deslizándose hacia la muerte. Bruselas no era la ciudad vital receptora de los
exilados del segundo imperio; ni la emocionante villa que acogería a los communards (incluyendo a Verlaine y a su
“socio”). Era provinciana, llena de
prejuicios y dada, naturalmente, a los chismes. No se avino con los Hugo…ni con
nadie. El mismo Baudelaire, lanzó con éxito el rumor de que había matado (y
devorado) a su padre… ¡Y LO CREYERON!...Este rumor se sumó al (¿Hugo?) de que
trabajaba para la policía francesa.
Ya
desde el comienzo de su estancia: en “Pauvre
Belgique” (proyectos de cartas que enviaría a Le Figaro)…descarga su desprecio por la ciudad y por otras ciudades
de Bélgica: …Brujas: (“ciudad fantasma,
ciudad momia, más o menos conservada…”) definitivamente no en un buen sitio
para esperar, escondido, la muerte.
Un
sitio chocante: “A la vista del
cementerio”, cafetín-taberna…merecedor de un poema.
Las
tabernas de Bruselas no son las de París. Falta, en la serie de los vinos, “el vino de los necios”. Los que lo trataron y conocieron lo describen como
petulante, enfático, banal, ampuloso, creído,
jactancioso…CONTRADICTORIO…presumiendo de religioso…y siempre con déficit
financiero (que seguía subsanando Madamme Aupick)…y aficionado a los
excitantes, al Espirituoso Santo.
Mallarmé,
Verlaine, Mendès, y otros apoyaban la causa “Baudelaire” y trabajaban para ver
publicadas sus obras completas en “Le
Parnasse contemporaine”.
Desde
marzo del 66, los acontecimientos se precipitan: valeriana, opio, agua de
Vichy, agua de Pullna (purgante), óxido de cinc, asa fétida (antiespasmódicos),
quinina, digital, morfina… a lo que el médico de la familia Hugo, añadió un
régimen fuertemente ferruginoso…Nada puede detener la marcha de la espiroqueta
Treponema Pallidum: neuralgias, afasias, parálisis, ataxias, ataraxias,
vértigos, descomposiciones, extrañas dislexias, babeo, alopecia empecinada,
fiebres, vómitos de bilis o de espuma blanca, aturdimiento, estupor, torpeza…
A
comienzos de abril del 66 ya resulta imposible mantenerlo en su habitación del Grand Hotel du Grand Miroir (donde residió desde su llegada a Bruselas. 28 rue
Montagne. 2º piso. Habitación 39, con ventanas al tranquilo patio interior).
Precisamente en este Hotel, Buonarroti (“teniente”
de Babeuf) escribió (1828) la historia de la “Conspiración por la Igualdad”.
Es
trasladado a la clínica Saint-Jean et Sainte-Elisabethun de la calle des Cendres (¡otra vez las
cenizas!), nº 7. Próxima al boulevard Botanique, regentada por unas hermanas hospitalarias agustinas (C P /J
Z). Diagnóstico: hemiplejía del lado derecho con afasia motriz, provocada por
un ictus.
Desde
este momento, Baudelaire es un muerto. La atención se centra en trabajar la
posteridad. Aún faltan 17 meses para su traslado al cementerio de Montparnasse.
Ahora todo sucede por encima y por debajo de ese cadáver prematuro. Las monjas
no son las dulces palomas que Madamme Aupick imaginaba…sino buitres negros, de
maneras groseras, preocupadas por la salud espiritual del poeta, antes que de
la comida sana y la amabilidad. Le obligan a santiguarse antes de las comidas,
lo torturan con prédicas y con anticipadas visiones del paraíso, que se perderá
si insiste en su actitud. El poeta sólo grita: “No, quie…quie…” y el YA famoso “Cré
nom” (“Sacré nom de Dieux”)…que hace batir las alas negras de las
hermanitas agustinas.
Su
madre, aquejada de mala circulación en las piernas, decide trasladarse a
Bruselas. Se instala en el Hotel Grand
Miroir y visita (abril) varias veces a su hijo. Le limpia la baba, y a su
manera, intenta convencerlo de ponerse a bien con los dueños del más allá.
El
muerto es trasladado al Hotel, junto a su madre. Las monjas exorcizan la cama y
ven salir las manadas de demonios por las estrechas y alargadas ventanas de la
sala común.
En
su nueva residencia, añade otra palabra a su escaso repertorio: “No”…
Se
aficiona al agua de azahar…que bebe como versos. El cerebro sigue su proceso de
reblandecimiento. ¿Recuerdan vds. la fotografía publicitaria de Bennetton con
aquel enfermo de Sida?...¡Pues algo parecido!...La madre atendiendo al hijo
sifilítico…
Mientras
tanto en París, Georges Maillard anuncia en “L’Evénement” (14 de abril)
la muerte del poeta…la noticia corrió de una imprenta a otra, hasta que
Banville rectificó, añadiendo que de ninguna manera estaba desamparado: estaba
en un hotel, cuidado por su madre y en posesión de una relativa fortuna (40.000
francos). Baudelaire perteneció al club
de los que su muerte fue publicada en vida…¡eso merece otra propuesta!
La
situación en Bruselas era insostenible. Así que se pensó traer al “muerto” de regreso a París. Una cosa
estaba clara: ni madre ni hijo, por razones diferentes, querían vivir juntos en
Honfleur.
El
viaje se realizó el 29 de junio. Baudelaire parecía, a intervalos, recobrar la
conciencia y el conocimiento de las cosas y circunstancias. Madre e hijo se
instalaron en uno de los hoteles cercanos a la Estación del Norte. Y desde
allí, el 4 de Julio, fue trasladado, por consejo médico, a la clínica del Dr.
Duval (nº 1 de la Rue de Dôme, cerca de
L’Etoile, esquina con Lauriston), especialistas en duchas frías y en
electricidad aplicada al sistema nervioso. Allí permanecería el poeta hasta su
muerte.
Su
habitación daba al jardín. Adornada por dos telas de Manet (una era una copia
de la duquesa de Alba) y amueblada con una espaciosa cama y un escritorio sobre
el que depositaron algunos objetos y libros sacados del “misterioso” baúl que acompañó a la pareja desde Bruselas.
Ya
desde el principio se previó que los gastos acabarían con los dineros del poeta
y la fortuna de la madre. Así que se solicitó una ayuda al Ministerio de
Instrucción Pública. La petición fue avalada por Champfleury, Banville, Laconte
de L’isle…Saint Beuve, Jules Sandeau y Merimé. Desde arriba llegó una miserable
y única subvención de 500 francos.
El
ambiente en la habitación se hacía cada vez más irrespirable. El poeta daba
muestras, como podía, de la incomodidad que le producía la presencia de la
madre. La madre no quería aceptarlo… ¿Cómo va a despreciar la ayuda de una
madre?...El poeta crispaba los dedos y los cerraba un poco, como para ahogar a
la progenitora, que le daba friegas de alcanfor en las articulaciones. FINALMENTE la mímica se hizo inteligible. El
poeta, en cuanto veía aparecer a su madre, pateaba y aullaba como una fiera. Su
mera presencia podía desencadenar la licuación definitiva de las neuronas. El
Dr. Duval, perspicaz, aconsejó a la madre que abandonara sus visitas.
La
madre abandonó París por Honfleur y distanciaría las visitas. En julio del 67,
volvería a París y se quedaría hasta el final.
Baudelaire
recibía visitantes a quienes ya, no podía ni ver…la parálisis había afectado a
los movimientos oculares.
Todos
estos datos los saco de la correspondencia de Asselineau y Malassis. Por ellos
sé que Manet fue la última “amistad-pasión”
de Baudelaire.
Una
buena señora tocó para él fragmentos de Tannhäuser;
Nadar propuso unas salidas semanales para cenar con un pequeño grupo de
comensales (¡Nadar!)…El poeta pareció alegrarse, pero, finalmente, se negó en
redondo.
Los
pocos momentos de cierta lucidez los reservaba a su deseo imperioso de publicar
sus obras completas y a una nueva edición de “Les fleurs…”. La confusión era tal que en vez de dar la mano (para
saludar) bien podía cogerle a uno la barba durante diez minutos. En vez de
quitarse el sombrero, podía poner una pierna sobre cualquier silla. De su boca
no salían palabras, pero sí grumos de saliva y espuma iridiscente. A veces
coincidían, por azar, por armonía preestablecida, pregunta y respuesta gestual.
Lo normal es que pregunta y “respuesta”
no tuvieran la más mínima relación.
El
31 de marzo de 1867 se acabó la farsa. Se dieron por concluidos los esfuerzos
hermenéuticos. No hubo más destellos, no más indicios, no más pantomimas, no
más intentos de despertar esperanzas. Se postró en la cama y no se levantó
hasta que no lo sacaron con los pies p’adelante. ¡El 31 de marzo estaba marcado
con una cruz en el calendario del poeta!
“Domingo
1º de septiembre de 1867, Asselineau a Malassis:
Todo
ha terminado. Baudelaire falleció ayer a las once de la mañana después de una
larga agonía, pero tranquila y sin sufrimiento. Estaba, por lo demás, tan débil
que ya no luchaba”
“Aunque
preparado, su carta me oprimió la garganta y me vino una angustia, e incluso
lágrimas. Ya sabe cuánto lo quería” (Malassis a Asselineau)
Murió cubierto de llagas en las que se
pegaban las sábanas. Sobre su carne viva florecieron rápidamente flores malignas…hacía
calor, así que se cuerpo empezó a descomponerse con rapidez. El entierro se
preparó para el día dos.
Antes de morir pidió el último
sacramento, para gran contento de su madre que vio en esta muerte grata a dios,
un renacimiento…una resurrección. Para algunos fue un acto fruto de su mente
destartalada más que de su voluntad, por debilitada que estuviese.
Pensándolo bien, tampoco es tan extraño.
Tengo para mí que Baudelaire necesitaba un poderoso fondo religioso. Sin él,
buena parte de su obra resultaría inocente. Su demonismo exige la presencia
(oculta) de dios y de todos sus servidores. Por lo demás, no se olvide que el
Baudelaire de los últimos años era un cínico reaccionario. Tampoco en su
juventud franqueó ninguna línea roja.
Quedan sus versos. Eternamente.
El fallecimiento fue comunicado al
ayuntamiento del distrito 16 el día 1 de Septiembre por Asselineau y Ancelle.
La esquela fue redactada por ellos mismos:
“Rogamos
su asistencia al Traslado, servicio y Entierro de M.Charles Pierre Baudelaire,
que falleció en París, el 31 de agosto de 1867, a la edad de 46 años,
confortado por los Sacramentos de la su
parroquia, Plaza de Hippodrome, a las 11 horas precisas.
Que
tendrá lugar el lunes 2 de septiembre próximo, en la iglesia de Saint Honoré su
parroquia, Plaza del Hippodrome, a las once horas precisas.
La
reunión tendrá lugar en la iglesia.
¡De
Profundis!
De
parte de madame Vve. Aupick, su madre; de madame Perrée, su tia abuela y de sus
hijos; de madame Vve. Baudelaire, su cuñada; de M. jean Jacques Levaillant,
jefe de batallón; de M. Charles Lavaillant, general de división, sus primos”.
Después del Responso, la comitiva se
dirigió al cementerio de Montparnasse, entre un viento huracanado que arrojaba
hojas y ramas sobre el féretro del poeta. Un gran trueno dispersó a media
comitiva, ya escasa de por sí… ¡Qué fatalidad…esos entierros con tormenta
incluida: Mozart, Mahler…!
Banville hizo el elogio del poeta. Y
Asselineau habló en nombre de los amigos.
Entre los asistentes: Verlaine, Nadar,
Chamfleury…
El Dr. Duval prefirió ir de caza.
Gauthier no asisitió. Saint-Beuve se disculpó…así como F. Copée.
Fue enterrado en el panteón de su odiado
padastro.
Enterrado el poeta, todos fanfarroneaban
de haber sido sus amigos. Los obituarios abundaron: Gauthier, Nadar, Victor
Noir (muerto por el sobrino de Bonaparte) y amigo de J. Vallès y el mismo
Vallès (entre otros muchos). De todas estas necrológicas, me quedo con la de J.
Vallès, cruel, inmisericorde, a la altura de Baudelaire:
“Había
en él algo del sacerdote, de la mujer anciana y del histrión. Era sobretodo un
histrión.
No
quiero insultar las cenizas de un desgraciado, que no era merecedor de
insultos, sino de compasión (…) Es que, ya ven vds., ese fanfarrón de
inmoralidad, en el fondo era un religiosastro, no un escéptico; no era un
demoledor, sino un creyente; sólo era el niam niam de un misticismo tontaina y
triste, en el que los ángeles tenían alas de murciélago con caras de ramera:
eso es todo lo que había inventado para asombrarnos, ese Jeune Fance demasiado
viejo, ese librepensador rapazuelo.(…)
Uno
de nuestros amigos le vio, hace unos meses, en la casa de salud en la que
falleció. Su mano izquierda (¡en realidad era la derecha!), inerte y retorcida, colgaba contra su
pecho; ¡con la derecha (¡en realidad la izquierda!), de vez en cuando, intentaba levantar los dedos que no estaban podridos
todavía, pero muertos! (…) Sólo quedaba abierta la cuarta parte de un ojo en
esa cabeza que recaía, demasiado pesada, sobre el hombro, y en la que velaba,
como un fulgor que se va apagando, la memoria…”
Y en ese tono continúa…se refiere a su famoso “Crénom” en tono sarcástico y termina:
“¡Ah!,
¡le compadezco, se lo juro!, sí, le compadezco”.
Pese a todo, aún hubo alguna disputa por
la herencia.