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jueves, 13 de febrero de 2014

Propuesta para hoy, día 13 de febrero. SEGUNDA SERIE. Vonnegut. Dresde 1945. Albinoni. Wagner. Nietzsche.




(asteriscos * remiten a efemerísticas razones)

 "Peu de gens devineront combien il a fallu etre triste pour ressusciter Carthague" (*)...  Imaginen Vdes."pour ressusciter" Dresde… ¡O Cartagena, sin ir más lejos!

1


"Billy Pilgrim sabía que ésa sería, realmente, la forma en que iba a morir. Como viajero de tiempo que era, había visto su propia muerte varias veces, y la había descrito en una cinta magnetofónica. La cinta estaba guardada, con su útima voluntad y otros valores, en una caja fuerte de Banco Nacional Mercanti y de Crédito de Ilium.
"Yo, Billy Pilgrim —comenzaba a cinta– moriré, he muerto y estaré muerto para siempre el 13 de febrero de 1976"
Y continuaba diciendo que en el momento de su muerte estaría en Chicago, dirigiéndose hacia una gran multitud para dar una conferencia sobre de tema de los platillos volantes y de la verdadera naturaleza del tiempo." (Vonnegut: "Matadero cinco").
(...)
"-- Cuéntame una historia, Billy, muchacho.
--Dresde fue destruida la noche del 13 de febrero de 1945—empezó Billy Pilgrim--. Salimos de nuestro refugio al día siguiente..."

Acabada la guerra, por así decir, se evidenciaron dos problemas: el primero era el excesivo stock que había quedado en los depósitos de los aliados y el segundo... ¡pues que era una pena que no hubieran podido probar la eficacia, en vivo (?), de la nueva arma nuclear! La cosa se solucionó rápidamente: arrojaron sobre Dresde y Tokio los excedentes no comercializados de armas convencionales que, por cierto, fueron más letales, que lo que representó la solución al segundo problema: Hirosima y Nagasaki.
Es claro que no había ningún interés estratégico, puramente militar o logístico, obviando, claro está, lo dicho arriba, y el deseo furioso de un finale apoteósico. A cada habitante de Dresde, ciudad abierta, le correspondieron 42'8 metros cúbicos de escombros. En cuanto a los muertos... ¿¡quién lo sabe?!...  Aquí no hablo del resto de las ciudades alemanas.



Las industrias de la periferia apenas fueron afectadas.

Destrucción total y absoluta. Millones de alemanes vagando por los campos o haciendo guardia bajo los luceros y frente a sus ruinas. Parásitos infectos, ratas... algo que, por definición, eran atributos de otras razas... Bueno, si alguien quiere descripciones, ya sabe adónde acudir. Fue el punto cero de Alemania: Alemania año cero. Bastaba recoger los restos y reconstruir con mayor furia que la empleada en su destrucción. En realidad fue una ventaja, pues se evitaron la decadencia progresiva de sus instalaciones y su lenta sustitución por otras a la altura de los nuevos tiempos. Alemania renació de forma prodigiosa (?) fertilizada por incontables (y, por supuesto, innombrables) muertos, que fueron, en gran medida, cubiertos por la argamasa que cimentaría las nuevas ciudades.

Sebald pone el dedo en la llaga (¿cuál de ellas?): Alemania se lanzó con furia, en cierto modo heroica, a la reconstrucción... con la misma que, antes, se había lanzado a la guerra. Olvidó (?) el duelo que sigue a la desgracia. No reflexionó sobre su situación, resultado de toda una aberrante orientación histórica, y enfrentó el futuro nuevamente como destino. Aceptó el hundimiento como castigo bíblico necesario por una culpa casi bíblica. Nadie habló en público de asunto. Los intelectuales de exilio interior, cuando reaparecieron, estuvieron más preocupados en reubicarse en la nueva situación (como antes lo habían estado por hacerlo en la antigua). Los del exterior... ¡no estaban! Las dudosas excepciones (Kasack, Nossack, Mendelssohn, Grass, Schmitt) no vieron publicados sus lamentos hasta bastantes años después.

                 


El olvido... ¡que retorna!
La represión histérica... ¡que retorna!
Acompañen la meditación con el Cuarteto nº 8 de Shostakovic, que más parece la marcha funeraria pora él mismo: Banda sonora de "Cinco día y cinco noches" de Lev Arnshtam.

2
Hubo voces que reclamaron un proceso por crímenes de guerra.
Enchufen el esputofaif. Oigan el llamado "Adagio de Albinoni" y acompáñenlo de algunas imágenes del hecho: Música lastimosa que añade estupor (y embotamiento), como si la cosa fuera, únicamente, digna de lástima. ¿Por qué Giazotto afirmó que había encontrado, precisamente en Dresde, los despojos de una partitura de Albinoni? ¿Fue la destrucción de la ciudad la fuente de inspiración?


Giazotto no era conocido como músico, aunque sí como crítico, estudioso y erudito musical. Dijo encontrar en las ruinas, aún humeantes, de la Biblioteca Estatal de Dresde, unas líneas de bajo continuo y seis compases de melodía de una obra que atribuyó a Albinoni, puesto que, supuestamente, los habría encontrado en el lugar donde se conservaban otras obras del autor. Baste decir sobre el asunto que la Biblioteca Nacional desmintió el supuesto hallazgo.


Sobre aquella ruina, dijo, reconstruyó un adagio en sol menor para órgano y cuerdas. Era (es) una composición inadmisible desde las coordenadas de la música contemporánea. Quizás por eso pretendió hacerla pasar por barroca. Lo cierto es que el "músico" no la registró como propia y perdió, así, los beneficios correspondientes. El resultado de la operación fue, cuando menos, paradójico: Albinoni es popular gracias a una obra que no compuso. La casa Ricordi la publicó en 1948.

En 1962, Orson Wells, especialista en fraudes, la dio a conocer al gran público al elegirla como banda sonora de El Proceso, basada en la novela de Kafka.









“–Horroroso, todo Dresde está destrozado, kaput–dijo.
Y tras él saltaba del vagón de servicio gente que parecía que se hubiera escapado de un campo de concentyración, llevaban pantalones a rayas y cuando entraron en la oficina nos dimos cuenta que era gente que iba con pijama a rayas, sólo con un abrigo, tal como estaban cuando lograron salvar sus vidas…”  (Bohumil Hrabal: Trenes rigurosamente vigilados”)
"Una nube alargada atravesó la luna y empezó a caer nieve helada, me di la vuelta y vi a lo lejos la luz tenue de la locomotora"
Siento contradecir a bueno de Hrabal, pero aquella noche, o no había luna o era muy insuficiente para crear un efecto tan buñuelesco.
3
En la época de la "Primavera de los pueblos" (1848-49) Dresde sufrió una destrucción en pequeña escala, diríase que un ensayo de la magna destrucción futura: El teatro de la ópera fue arrasado hasta los cimientos, así como otros edificios significativos. Wagner había estrenado en ese recinto, del cual era el jefe, por así decir, Rienzi, El Holandés errante y Tanhauser. Fue con la segunda ópera de las citadas que Wagner fue desbrozando su propio camino; la leyenda era antigua, pero, influido por Heine, introdujo la posibilidad de redención por medio del amor.


En aquellos turbulentos y esperanzadores meses, Wagner luchó en las barricadas republicanas y colaboró con Bakunin. Acabado el alboroto, vino el exilio, primero Weimar, con su futuro suegro, y después Suiza, acompañado de un giro total de su pensamiento político... pero eso es otra historia (que les he contado en alguna que otra propuesta). Baudelaire, su adalid en París, hacía lo propio.

4.
El 13 de febrero del año 1867, se estrenó en Viena El Bello Danubio Azul. Los vieneses se consolaban de sus desgracias con valses y polkas: Así encontramos la Polka de la quiebra y la de los derribos, consuelo etéreo y circular del Crac del 73, la una, y celebración de la inminente apertura del Ring, la otra. El Danubio azul sirvió de consuelo por lo de Sadova y como premonición aviesa de la terrible inundación del 69, año en el que se pensó en poner fin definitivo a esa amenaza constante, mediante el desvío del cauce y la creación de una isla.


Wagner, a la sazón, estaba liado con su "Ring" y dando los últimos toques a los Maestros Cantores. Antisemita, ya, de corazón, se dirigía a Suiza en pos de su domicilio "conyugal", a expensas de Luís II. Al año siguiente conocería a Nietszche que, por entonces, esperaba su nombramiento para la universidad de Basilea.

5
Empezaba noviembre de 1876. Nietzsche ya había roto "en su corazón" con Wagner y, naturalmente, con todo lo que representaba: el pasado, la decadencia enfermiza, la vuelta a los valores cristianos, lo fatuo, la metafísica, la pesadez... música narcótica... y es que desde que se había ido a Alemania se estaba convirtiendo en el portavoz de lo alemán: "Porque Bismarck—gritó por fin-- ha expulsado al demonio de Fausto, que tanto ha atormentado a los alemanes cultos: pero ahora este demonio ha entrado en los puercos, y es peor que antes". Nietszche había salido escopeteado de Bayreuth y ahora se encontraba en Sorrento, invitado por la omnipresente Malwida. Los Wagner, ¡oh, fatalidad!, también habían recalado en aquella punta. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Paseaban por Marina Grande. Pararon en un chiringuito. Wagner pidió un tanque y Nietszche, abstemio, un cacaolat. El músico, alzando con esfuerzo el Grial, brindó por Montsalvat, por Amfortas, por Kundry. Nietszche se levantó, se bebió de un trago el lácteo, aún calentito, y se largó con viento fresco, pues, como he dicho, empezaba noviembre del año 1876.
En enero del 78, Wagner le envió un ejemplar de "Parsifal"; Nietszche contraatacó con "Humano, demasiado humano". FIN.

Y tú dices: "Yo parto, adiós".
Te alejas de este corazón,
de la tierra del amor,
¿tienes el valor de no volver?
Pero no me dejes,
no me des este tormento!
Vuelve a Sorrento,
¡hazme vivir!



En el fondo nunca encontró un sustituto: Ni Bizet, ni Köselitz, ni "La Gran Vía" de Chueca- Valverde-Pérez.
Bueno, pues, Wagner estrenó su última ópera en el festival de 1882.  Nietzsche merodeaba, indignado, a la espera de una invitación adecuada, en Tautemburg. Los suyos, en pleno, habían acudido a Bayreuth. Wagner, cuya presencia, dada su baja estatura, era deducida más que evidenciada, no andaba muy fino. Decidieron pasar una temporadita, que se eternizó, en Venecia, (todavía Kakania). Se alojaron, como no podía ser de otra manera (¡péguenme un tiro la próxima vez que se me escape este miserable latiguillo!) en Ca' Vendramin Calergi, Gran Canal. Eran: Él, Ella, sus cuatro hijos y la turbamulta de subalternos.
Desde días atrás, como si anunciaran el seísmo definitivo, un enjambre de movimientos irregulares inquietaban su corazón; el día 13, tal día como hoy, de año 1883, mientras iban viniendo al mundo los que posteriormente construirían El Puente (Die Brücke) en Dresde, le sobrevino el último. Tenía 69 años. La precipitación de la vuelta hizo que olvidaran ropa interior, cartas, cepillos para el pelo, partituras, pantuflas... en fin una colección de reliquias que, ahora, pueden contemplar, bajo demanda, en forma de "Museo Wagner". El edificio alberga, además, el Casino de Venecia.
Y fue en ese preciso momento. En el momento en que Wagner expiraba a trompicones y Nietszche proclamaba el superhombre, que a Marx, inconsolable por la muerte de su compañera y por la recentísima de su hija Jenny, le sobrevino un absceso pulmonar que acabó de arruinar su ya inservible aparato respiratorio y lo dirigió presto hacia la muerte. Quiero imaginar que Swiecicki, poeta y polaco, y, casi como consecuencia, encarcelado, tuvo en ese preciso momento la inspiración de la impetuosa "Varsoviana", más conocida como "A las Barricadas".
Fue entonces cuando, en un arrebato de desilusión renegó de sus yernos y pronunció el críptico: "Yo de marxista no tengo nada". Sus "Notas sobre Wagner", se refieren a Otto Wagner no al que nos estamos refiriendo.

Kafka estaba a punto de nacer. También él tuvo tiempo de visitar la Venecia austrohúngara.

Nietzsche, que lo había intentado todo con Lou en Tautemburg ("El Idilio de Tautemburg"), acabó rompiendo relaciones con todos. El 26 de agosto, exactamente el día en que se selló la separación definitiva, aparecía "La Gaya Ciencia" que dará la entrada a Zaratustra. Se dirige a Leipzig, pasando por Naumburg, donde pone música a la "Canción de la vida" con la que Lou se despidió, y acaba de pelearse con la madre. 


En noviembre lo encontramos en Génova. Enfadado de verdad, y enfermo como siempre: su pensión está ocupada por un desconocido y tiene que buscarse otro sitio. Triste, Solitario e Infeliz pasa el otoño. Escribe cartas que no son contestadas. Se traslada a Rapallo. Sigue escribiendo cartas que siguen sin ser contestadas. Neuralgias. Opio. Somníferos. Eterno Retorno de lo mismo: ¿Incluso este dolor que me martiriza?... ¡Incluso ese dolor que te martiriza!...¡¡Sea!!
En el momento en que el médico veneciano certificaba la muerte del genio, o sea tal dia como hoy, del año 1883, Nietszche escribía:

"Han muerto todos los dioses; ¡Viva el superhombre!--¡Esa deberá ser nuestra última voluntad cuando llegue el Gran Mediodía".
Así habló Zaratustra.

Al día siguiente, día de los enamorados (dedicación lógica teniendo en cuenta que hoy, 13 de febrero, ha sido declarado día mundial del soltero), en Venecia se hacían los preparativos para la repatriación del cadáver, y el filósofo enviaba a imprenta la primera parte de su magna obra. Verdi, su estricto contemporáneo, estaba ocupado en Otelo.

Ahora es el momento de escuchar:
       La góndola lúgubre n.º 1 y 2.
       R.W. Venezia.
       A la tumba de Richard Wagner
que su suegro, Liszt, otra víctima del festival (murió en el del 86, tras el "Tristán e Isolda") pergeñó en memoria del ilustre yerno.

Nietszche se quitó un peso de encima y, con el peso, el consuelo de un posible armisticio. En primavera se largó a Roma y de Roma a la Engadina... y así hasta el fin de sus días. Cuando rompió la rutina, y añadió Turín a la lista, murió... antes de morir definitivamente.

6
Si se dan prisa podrán asistir a la representación de "Guntram", del wagneriano Richard Strauss: Nada, otra historia de amor, muerte y redención.









 

domingo, 27 de octubre de 2013

Propuesta para hoy, día 27 de octubre. SEGUNDA SERIE. Livinstone, supongo. Canal de Soez (perdón, Suez). Leopoldo II asoma el morro. Rimbaud. Conrad. Wagner...







De entre los muchos pecados que pesan sobre la cabeza de Bruselas, dos son imperdonables: El genocidio congoleño y la abandonada muerte de Sor Sonrisa. Sobre lo segundo he dicho lo que tenía que decir. Sobre lo primero, algo he dicho y más que diré; ahora una pequeña introducción.

1


–Bonjour, monsieur Courbet.
–Bonjour, Monsieur Bruyas. Bonjour, Monsieur Calas et bonjour beau chiot.
Esto es un saludo educado, gentil. Lo otro fue un abrupto y prepotente encuentro con un diálogo propio de guionistas macarras:
–Livingstone, supongo.
–Elemental, querido Stanley.
Courbet se encontraba en la cárcel acusado de derruir la columna de Vendôme, mientras esos dos siniestros payasos vagaban por Africa, bajo el seguro escudo de la bacinilla y los pantalones cortos, abriendo caminos a la religión y al comercio; el primero predicando enloquecido la palabra de dios y el segundo, sin escudarse en dios, iba directamente al grano. Y, además, sin ponerse de acuerdo en la fecha de la impronunciada frasecita: ¿27 o 28 de octubre? ¿10 de noviembre? El año 1871.

Hoy mismo, hace unas horas, cientos de subsaharianos, amparados bajo chándales y sudaderas de mercadillo, han embestido contra la valla de Melilla. Doscientos han conseguido entrar. Un muerto y varios heridos. Las correrías de aquella pareja, y las de otros inmisericordes, deberían de ser un salvoconducto.

2
–Hegel, supongo.
–¿Supones qué?
–Que eres Hegel, ¿no?
–¿Quién voy a ser, imbécil? Las efemerísticas te van a idiotizar, si es que no lo estás ya.
Así, con ese buen humor y amigable talante, salimos al alba del mediodía hacia la cantina del Día. Hegel tiene cancha libre. Entra y se acuesta, apoyando el espinazo contra la barra.
–Señor cantinero, supongo.
–No me vengas con tus majaderías. ¿Qué queréis? ¿Lo de siempre?
–Sí, supongo.
Un carajillo perrero para mí y un mini bocadillo de jamón para el perro.
–Dé Ud. gracias a que no estoy de humor, de lo contrario no habría venido y estaría tomándome este brebaje en Ujiji, en Tanzania.
–Allí estarías bien, mastuerzo, en el Tanganica… aunque mejor estarías en el Titicaca.

3
En 1869, Leopoldo II, tenía 34 años, hacía 4 que era rey de los belgas, 16 de su boda con María Enriqueta y 10 ó 12 desde que había repudiado a la infeliz. La mujer se instaló en Spa, famosa por sus aguas termales y, precisamente, por ser el refugio de María Enriqueta. Allí se agostó jugando a la ruleta y al bacarrá.  Un viernes de agosto moría Blas de Cubas; Monet y Renoir, anticomomuneros,  ponían las bases, en Les Granouillers, del impresionismo… y en los recién creados Estados Unidos de América se patentaba la parafina endulzada masticable.

Stanley, huyendo continuamente de su infeliz infancia, lleva años corresponsaleando e intentando convertirse de malo en peor. Su fama se ha hecho sólida y elástica, como el caucho o el chicle, sin ir más lejos. El New York Herald (época dorada de la prensa) le propone ir a la búsqueda de Livinstone, teólogo y explo(t)rador, que tras haber descubierto y bautizado (ante el asombro indulgente de los habitantes del lugar y de algunos de sus colegas que ya estaban de vuelta) los lagos Victoria y Alberto, las fuentes del Nilo y la cabecera del río Congo, así como el lago Nyassa y el río Zambezee con sus cataratas (que también ofreció a la reina Victoria), se había sumido en un misterioso silencio. Recorría, solitario viudo melancólico, las orillas del Tanganica, que confundía con el Tiberíades, declamando bíblicos versículos iracundos (bonitos y rubenianos endecasílabos). El bochorno continuado amenazaba con licuarle el cerebro y los mosquitos le producían fiebres vaticinadoras. Conminaba a los peces al arrepentimiento ante su próximo exterminio a manos (¿) de las carpas. ¡Arrepentíos!, les gritaba, y los pececitos asomaban sus cabeza, neciamente,  bisbiseantes. Se creía, estaba claro, continuador de la obra evangelizadora en los reinos acuáticos. En la India el agua de quinina estaba siendo mezclada con Ginebra. Tampoco pudo catar el opio chino. ¡Mala suerte la suya!... 
 

Y mientras Courbet pintaba el Encuentro, Livingstone re-creaba el mundo y repartía nombres y se desarrollaba la innovadora guerra de Crimea, Flaubert empezaba en París la publicación por entregas de Madame Bovary. Sepan ustedes que a la vista de la segunda ¿catarata? del Nilo, ya en Sudán, Flaubert, en un rapto incomprensible de inspiración, exclamó: “¡¡Se llamará Madame Bovary!!”  (Maxim du Champ).

Ahora esa llamada Gran Catarata se encuentra sumergida en el lago Nasser.

Hablando de cataratas. En las de Reichenbach acabó (provisionalmente) la vida de Sherlok Holmes, unos días después de la muerte de Rimbaud (1891)

Por cierto, operado de cataratas del ojo derecho, ya tengo madura la del izquierdo: mi segunda catarata (en si sostenido mayor). No está de más añadir que Eugenia de Montijo, la emperatriz, también fue operada nada más y nada menos que por Ignacio Barraquer, cuya inacabable saga cuida amorosamente de mis ojos. Decir que semanas después, la mujer murió (toco madera) por otras causas, entre las cuales la longevidad.


Europa, refundada en Viena, tiene que encontrar-crear nuevos mercados y, sobre todo, materias primas, entre las cuales, la más preciada, la mano de obra (bueno esto se presta a un umor excesivo, dada la compulsión por amputar que se impuso…). 


La incipiente revolución industrial…etc, etc… La acumulación (“primitiva”) capitalista tiene que exportarse. Los viajes exploratorios-explotatorios se ponen de moda y los exploradores-explotadores-aventureros-descubridores-misioneros, se convierten en mitos-timos vivientes. Hasta el monstruo de Frankenstein es conducido por las erinias a las ditescas soledades del Ártico. Allí es encontrado por el capitán Walton que busca el paso del norte que facilite las rutas de navegación… y comienza, así, un magnífico flash back. Mucho podría decirse de la suerte del monstruo sin nombre y el destino del incipiente proletariado industrial. 

El trasiego de mercancías impulsó la construcción de canales marítimos. Se abría, así, en canal, la época más negra del universo mundo. 

Hay que decir, con Rendueles, que el esclavismo no es un residuo del mundo antiguo, sino un elemento central del desarrollo capitalista… Fue la economía industrial la que produjo una expansión sin precedentes del comercio de seres humanos.

4
Como decía, en 1869 le fue encomendada a Stanley la misión de encontrar a Livingstone. A ese objetivo final se le fueron sumando otros, accesorios… pero no menos efectistas; entre los últimos: cubrir la inauguración del Canal de Suez. Tras Suez, viajó por Constantinopla, Jerusalén, Crimea, India… donde los soldados británicos, cansados del amargor de la quinina, empezaban a rociarla con ginebra, hasta recalar en Zanzibar. Wagner componía El oro del Rhin y Tchaikovski Un sueño sobre el Volga. Está claro como el agua que los ríos tenían su momento de gloria.




Bueno, pues, como decía, vuelvo a decir, Stanley aceptó el encargo. Decir, que Stanley se encontraba, según él, en Madrid, en una pensión de la calle de la Cruz, y en Valencia, según la verdad, siguiendo las vicisitudes de la política española, incluyendo las vicisitudes de la malquerida y bienfollada Isabel II… Vean como ejemplo las acuarelas de Bécquer, que entre cuadro y cuadro iba lanzando Rimas y Leyendas

Salió para París tal día como hoy del año 1869. Y allí recibió instrucciones. Su maleta, a causa del salacot, parecía la boa del principito. Exactamente dos años después alcanzaría su objetivo.


El proyecto de unir un brazo del Nilo con el mar rojo era antiguo. Sólo ahora su conveniencia se hizo necesidad. Los saintsimonianos, apoyados en las virtudes fusionantes del comercio y de la industria, se convirtieron en adalides precursores de estas obras de ingeniería. Enfantin, sin ir más lejos, veía en el Canal de Suez el matrimonio entre Oriente y Occidente. Ismail Pashá, conocedor de las pocas simpatías que Enfantin profesaban por el matrimonio, y de no haber sido por Lesseps, lo hubiera martirizado por su ligereza.
Las obras habían empezado en el 59 y la inauguración tuvo lugar el 17 de noviembre de 1869. Y allí estaba Stanley, Eugenia de Montijo (sin Isabel II), saludando al futuro y despidiéndose de la grandeza de Francia… y todos aquellos que constituían la pútrida espumilla, también llamada crême de la crême. Aida no se representó. En su lugar se había representado unas semanas antes, en el Khedivial opera house, construido e inaugurado para los fastos acuáticos, Rigoletto. No era la primera vez que Rigoletto hacía tal papel. 


Las delegaciones oficiales viajaron a Port Said en buques de guerra y el resto de las luminosas personalidades embarcaron en Marsella en barcos de menos empaque. Otros fletaron navíos charters. De Valencia, según anunciaba El Imparcial desde septiembre, zarparía un crucero rumbo a Port Said. Las 1.700 pesetas exigidas fueron el obstáculo definitivo, aparte de la renuencia a lo extranjero que es propia del lugar. El Pelayo, más económico, no sólo consiguió llegar a Egipto sino que fue uno de los 120 barcos comerciales que honraban al Aigle, encabezado por Eugenia de Montijo, como mascarón de proa y el mismo Lesseps. 



 La Berenguela, fragata de hélice del glorioso ejército español, superviviente de la campaña de México, tuvo que dar la nota: Su calado era excesivo para las poco profundas aguas del canal y no tuvieron más remedio que desartillarla, que se dice, cargar el carbón a lomos de camellos y animales humanos que, a su paciente paso, a través del desierto, lo transportaron a Suez... y acomodar parte de la oficialidad en el Pelayo. El ingenio español no tiene límite… Ni su inquebrantable voluntad de hacer el ridículo. Y así fue cómo los bravos oficiales españoles atravesaron el canal: Haciendo de tripas corazón y como vulgares comerciantes de higos secos.
Antes de iniciar tan egregia travesía, y para mostrar el amor que profesaban a la granadina, por nacimiento, emperatriz y al folklore inolvidable de la tierra (a pesar


de los 45 días de travesía), le habían cantado unas inoportunas coplas:

Con las bombas que tiran
 los fanfarrones
 se hacen las gaditanas
tirabuzones





Gran problema es en las Cortes
Averiguar si el consorte
Cuando acude al excusado
Mea de pie o mea sentado…




Isabelona
Tan frescachona
y don Paquita
tan mariquita…

Eugenia a punto estuvo de cañonear el Pelayo y la Berenguela.

Suez abrió la veda: Corinto, Panamá, Kiel… hasta llegar al abyecto Canal del Mar Blanco. Decenas de miles de muertos arrojados como combustible en las calderas de la acumulación capitalista. Y siempre estuvo presente la crême de la crême

5
Sin el Canal, Phileas Fogg, no hubiera podido ganar su apuesta. Tal día como hoy del año 1872, Fogg y Picaporte, seguidos de cerca por el inspector Fix, van rumbo a Hong-Kong. Parece evidente que si la novela se publicó por entregas en noviembre y diciembre del 72, fuera ideada en 1871.


Y así nos plantamos en 1971. Sultanato de Zanzibar, centro ya de distribución de esclavos. El sultán Majid había afianzado el papel de la isla en el asunto.
Y allí estaba Stanley. 

Las últimas noticias de Livingstone lo situaban por allá o por las orillas del Tanganica. No encontrándolo en ninguna taberna del lugar ni en ninguna iglesia, se dirigió, a desgana, hacia el continente, a la recientemente bautizada Dar es Salam (“Refugio de Paz”) por el casi difunto sultán Majid.

Mientras Stanley y los suyos atravesaban selvas y tomaba buena nota de todo, Chicago ardía por los cuatro costados. Sobre sus ruinas, y con el acicate de la especulación del suelo, se levantaron edificios nunca vistos (Escuela de Chicago): ¡Edificios de más de diez plantas! Qué digo diez… ¡más de quince!... sobre pilares de hormigón; estructuras metálicas, ventanas corridas, e, incluso, eliminación de los muros de carga. Predominio de la ortogonalidad, la simplicidad ornamental y la limpieza de líneas: Inicio del futuro. New York.



 En Viena, en el Ring, el movimiento de tierras es incesante: Es el canto de cisne de la arquitectura historicista.
En París, Hausmann, ha simplificado la cosa y ha introducido un nuevo modelo de gestión del espacio urbano. La Comuna pagará las consecuencias.

Stanley, mascando, displicente, savia de manilkara, tomaba nota: elefantes por aquí, bosques de caucho por allá, minerales preciosos por acullá…
–¡Ah, y babuinos!– y anotó el sonoro nombre para donárselo a uno de sus descendientes, precisamente al más tonto: Balduino, granaíno por muerte. 



 La comitiva parecía un circo ambulante… o un hospital de campaña en marcha… o la corte errante de un reyezuelo… o la oficina rodante de un agrimensor sin escrúpulos. Avanzaba dejando una estela de destrucción y muerte.
Sin embargo, a Stanley lo que más le martirizaba era el seco, poco delicado, traqueteo de su carromato. Las ruedas de madera escueta, o recubierta de caucho macizo aunque ya vulcanizado, eran un suplicio. 

Cuando, mermada, la troupe llegó a Ujiji, cesó el zarandeo y la risa floja se le desató. Los habitantes del lugar, que aún no tenían práctica, en vez de una cruz sobre el rostro, pergeñaron, entre gritos de espanto, la silueta de un reptil. Livinstone, puesto en aviso, se encasquetó el salacot y fue a su encuentro. Stanley esperaba a la sombra de un magnífico mango.



 Livingstone, supongo–aulló (con una media sonrisa de asco que le producía masticar la goma) para dejar constancia; y le tendió la mano.
 
–¿Quién voy a ser, si no?– contestó el residente, cogiendo la mano que se le tendía– ¡Oh, Stanley, Stanley, aquí está el manantial de la fuerza y del poder que transforman!». Stanley creyó entender que se refería a las fuentes del Nilo. Y así era. 

De la comitiva sólo sobrevivió el 10 %.

Era el 27 de octubre del año 1871. Acaba de publicarse Rimas y leyendas de G.A. Bécquer. Bruselas se llena de comuneros y Leopoldo II afila las garras con una educación y elegancia superlativas.

En marzo del 72 se separaron. Stanley volvió a Londres vía Zanzibar y Livingstone se quedó. La malaria y la disentería se lo llevaron palante. La pestilencia inundó todo el lago Banweulu. Comenzaba mayo del año 1873. Su cuerpo fue conservado en sal, como en un episodio de La sinagoga de los iconoclastas, hasta su traslado a la abadía de Westminster. Su corazón, sin embargo se quedó, literalmente, en África. El club de los corazones solitarios tiene más miembros que rutas del vino existen. De entre todos me quedo con el Chopin, sumergido en coñac. 


Stanley volvería para completar lo iniciado y facilitar la misión humanitaria de Leopoldo II.

6
Ya los incas y los aztecas conocían el caucho y sus amables aplicaciones.
Los españoles, asombrados por los grandes saltos que daban las pelotitas aztecas, llevaron una muestra del material a la corte. El grandísimo ingenio hispano utilizó el material como goma de borrar las letras escritas con grafito. En Inglaterra la cosa se convirtió en negocio y vendían los, recientemente mejorados, lápices con su pedacito de goma-caucho incorporado. 



 Al mismo tiempo se empezó a utilizar para fabricar moldes y recubrir, ya vulcanizado, ruedas de carros y carruajes. Se ganó en resistencia, pero no en comodidad. Stanley tenía toda la razón del mundo. Su maldad inefable estuvo justificada.

La industria del caucho tenía futuro… pero no mucho.

Desconozco la razón que impulsa al género humano a masticar y a masticar… desde el neolítico, sino antes. Los aztecas, los incas… Ya los griegos masticaban la benéfica mastija desde los tiempos homéricos y por estos lares, la almáciga de lentisco ha curado tremendas diarreas. En este terreno tuvo oportunidad el ingenio hispano de dar otra muestra de su amplitud y profundidad. El que fuera presidente de México, Antonio López de Santa Ana, exilado en Nueva York, llevó consigo una muestra de chicle (savia el árbol homónimo) que entregó a Thomas Adams, su secretario, con el fin de que mirara a ver qué se podía hacer para convertirlo en sustituto del caucho y hacer de México una potencia industrial. 

Mira a ver qué se puede hacer–le dijo.


 Adams, con una visión anglosajona del negocio, lo patentó como goma de mascar dando, así, origen al primer chicle moderno. Era el año 1871. En El Cairo se estrenaba Aida (la guerra franco-prusiana retrasó el acontecimiento). La parafina quedó relegada y la heterodoxa  fecundia hispana quedó nuevamente de manifiesto.

Dos años después de que la Conferencia de Berlín reconociera el Estado Libre del Congo como propiedad personal de Leopoldo II, en Belfast, Dunlop, un padre afectuoso y atento, a más de barbudo impenitente, aceleraría la historia. Con el fin de hacerle a su hijo más llevadero el camino a la escuela, se imaginó una cámara de aire que separara el caucho y las llantas de su velocípedo. Así se (re)inventó el neumático.
Y así empezó una carrera descontrolada por el control de las plantaciones.
Leopoldo II ya había tomado posiciones.



Por cierto el velocípedo fue inventado por los días en que Frankenstein y su criatura desaparecen en los hielos del Ártico.
 


BONUS

Estreno de Aida, 24 de diciembre 1871. Justo esa noche, víspera del cumpleaños de la nariguda (y mío), Nietzsche agradecía la hospitalidad de Wagner y consorte en su palaciega residencia suiza, tocando al piano algunas cositas suyas. La pareja no paró de reírse por lo bajini y a carcajada limpia cuando estuvieron solos.

El año anterior, en la misma fecha, Wagner estrenó como regalo de cumpleaños el idilio de Sigfrido. Nietzsche escuchaba arrobado. No hacía mucho que había sido declarado inútil (disentería lo llaman los médicos) y tuvo que abandonar el ejército alemán y la guerra franco-alemana. Ninguna referencia a la Comuna que siguió a la derrota.

 Rimbaud planeaba con desespero su huida a oriente.

Unos años después (1876), Leopoldo II, rey de los belgas, enterado de las posibilidades de la región que de forma tan altruista había recorrido Livingstone, Stanley y otros, crea una (PRIVADA) asociación científica y filantrópica internacional, a la que había denominado Sociedad Africana Internacional. El rey exponía sus intenciones de introducir la civilización occidental y fue muy bien recibida por la flor y nata europea que se aprestaba a repartirse el mundo, confirmando los análisis de Marx.

Deseando establecer en un espíritu de entendimiento mutuo, las condiciones más favorables al desarrollo del comercio y de la civilización en determinadas regiones de África, y asegurar a todos los pueblos las ventajas de la libre navegación por los principales ríos africanos que desembocan en el océano Atlántico; deseosos, por otra parte, de prevenir los malentendidos y las disputas que pudieran suscitar en el futuro las nuevas tomas de posesión efectuadas en las costas de África y preocupados, al mismo tiempo por los medios de aumentar el bienestar moral y material de las poblaciones indígenas, han resuelto (…): Alterar el significado de las palabras y de los actos. Fundir las tablas de Moisés y convertirlas en estiletes de matarife. Enviar a la “ciencia y a la religión” por delante… para desbrozar el camino, que se dice.

Esta Asociación Africana Internacional, (PRIVADA) se transformó en la Asociación Internacional del Congo (PRIVADA) paso previo para la conversión, bajo los auspicios de la Conferencia de Berlín (1885), en Estado Libre del Congo (PRIVADO). En 1908, se cedió a Bélgica como colonia, pasándose, coincidiendo con la muerte de Leopoldo, a llamar Congo Belga.

En Bayreuth se inaugura el teatro del festival y suenan los primeros compases del Oro del Rhin. Nietzsche huyó. Verdi nunca asistió al festival.


Y aquí y ahora, con ese espaldarazo, Stanley dio todo lo que tenía. Otra vez a sueldo del monarca dio rienda suelta a su imaginación. Casament y Conrad (también contratados) fueron testigos y ambos denunciaron lo impronunciable, el primero con un informe demoledor y el segundo en una novela tremenda que, pese a todo, es incapaz de describir las atrocidades y se limita al escalofriante “¡Horror! ¡Horror!”. (Pueden ustedes leer también al cínico nihilista Céline).

Finalmente, Rimbaud, tras varios intentos, llega a Alejandría a finales de 1878. En el 80 está en Adén y en el 84 se encuentra en Abisinia. Su hermano se refiere a “Harar, o bien Horor” como residencia de su hermano. Tal día como hoy, del año 1891, muere, incompleto, en el hospital de Marsella:

 

Mientras que los gargajos rojos de la metralla

silban surcando el cielo azul, día tras día,

y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe

se hunden batallones que el fuego incendia en masa;

mientras que una locura desenfrenada aplasta

y convierte en mantillo humeante a mil hombres;

¡pobres muertos! sumidos en estío, en la yerba,

en tu gozo, Natura, que santa los creaste,

existe un Dios que ríe en los adamascados

del altar, al incienso, a los cálices de oro,

que acunado en Hosannas dulcemente se duerme.

Pero se sobresalta, cuando madres uncidas

a la angustia y que lloran bajo sus cofias negras

le ofrecen un ochavo envuelto en su pañuelo.

 

Todo ocurrió poco después de la última gira-masacre de Stanley por aquellas tierras (1889).

Y Nietzsche pierde la razón. El capitalismo la había perdido ya hacía tiempo. Casament había llegado al Congo Libre en 1883, el año de la muerte de Wagner y de Marx.

 

 

 

 





Propuesta para hoy, día 6 de enero. NACIMIENTO, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE SHERLOCK HOLMES.

   6 DE ENERO 2025                                                            1. NACIMIENTO. En ninguna de las obras canónicas se cita...