“Que
durante seis mil años –y nadie sabe cuántos millones de siglos antes– las
grandes ballenas hayan ido lanzando sus chorros por todo el mar, y salpicando y
nebulizando los jardines de las profundidades como regaderas y vaporizadores; y
que durante varios siglos pasados miles de cazadores se hayan acercado a la
fuente de la ballena, observando esos chorreos y salpicaduras; que todo eso
haya ocurrido así, y, sin embargo, hasta este mismo bendito minuto (quince
minutos y cuarto después de la una de la tarde de dieciséis de diciembre del año del señor 1851…(¿o
era el 52?) siga siendo un problema si
esos chorreos son, después de todo, agua de veras, o nada más que vapor; esto,
sin duda, es cosa notable”
Que una novela
sea encabezada por una cita sacada a colación es normal… ¡Pero 67! Sin duda “Moby Dick” ha pasado a la historia por
ser la novela que más citas introductorias acumula. Tal que parece un entero
capítulo introductorio.
Dicen que la
novela está ligada a la “burguesía urbana”
y al desarrollo de los medios de comunicación de masas. Europa fue pionera. La
“novela realista” europea hubiera
sido imposible sin el tipo de ciudad que había prosperado, sin esas villas
campestres rodeadas de fragantes jardines, sin esas calles empedradas y sus
abundantes establecimientos. En la “moderna
novela realista” se visualizan las transformaciones del capital y sus
efectos sobre los ciudadanos. Las mercancías toman un papel relevante y las líneas argumentales caben perfectamente
en una pequeña ciudad de provincias.
Rusia y Estados Unidos iban a su aire. Gigantes a
medio explorar aún no habían consolidado la estructura de clases propia de la
época. No existían agradables ciudades de provincia, no existía un
funcionariado que fuera digno protagonista de aventuras insulsas. No había
aparecido el “héroe moderno”. Son
novelas “titánicas”, incapaces de ser
recluidas en espacios estrechos. Quiebran las convenciones del “realismo” y dan paso a la “metafísica”. “Moby Dick” no cabe en el Delfinado. “Guerra y Paz” no se aviene con
la primorosa y antigua Ruan de Flaubert. (Por cierto, la última entrega de “Madame Bovary” a la “Revue de París” tuvo lugar tal día como ayer, del año 1856).
De momento baste con estos detalles. Tiempo habrá
para volver sobre aquella epopeya mortífera ¿eh, “Hegel”?
Esta mañana, casi primaveral, iremos a la nacional
II, a tomar el sol y alguna otra cosilla. Tomamos asiento en “la Farrera”: Unas tostadas para mí y un
bocadillo (pequeño) de queso manchego para el “filósofo”. Y una cerveza. Vete preparando el carajillo.
¡Qué felicidad!
¿eh, Hegel? Dan ganas de cantar: “La felicità, lariro lariro / larilo larilo
/ larilo lalaaa. La felicità…” Y de
sonreír con la sonrisa sonriente de Albano. ¡Qué familia modélica! ¡Cuánta
felicidad por metro cuadrado!...si no fuera por lo que fue. Era italiano, de
Brindisi; sin embargo vestía pantalones tipo francés: estrechos de culo y un
poco anchos de pernera, como mi profesor de psicoanálisis en la Universidad de Valencia. El tipo perdía
todo el crédito cada vez que se agachaba a recoger los trocitos de tiza que
dejábamos en sitios estratégicos. Una vez perdió, incluso, el pantalón: se le
rasgó (el ruido fue apocalíptico) desde la trabilla del cinturón, hasta la
costura de la entrepierna. Fue durante la sesión dedicada al “narcisismo primario”. Pidió una baja por
depresión.
Romina vestía
faldas largas y amplias; no le importaba que hubiera barro, mierda o lo que
fuera. ¡Ella vestía faldas largas! Era
una pareja simpática de verdad y trasmitía optimismo y vergüenza ajena. Si
existía la felicidad celestial, ellos eran su encarnación terrestre (si no
hubiera sido por lo que fue).
Y lo que fue
ocurrió tal día como hoy, del año 1994, aunque se hiciera notorio y público el
día 1 de Enero…por aquello de ¡¡Feliz año nuevo!!
No entraré en
las sospechas acerca de la veracidad de la versión “oficial”, pese a que hay puntos más negros que los calzoncillos de
mi profesor de psicoanálisis. El cantante, sin embargo, aceptó los hechos tal
como le fueron presentados. La madre, no. Y ahí empezó un largo periodo de
desavenencias, por decir algo, que se disolvieron en el festival de Perellada a
cambio de un buen pellizco.
Pues bien,
Ylenia, hija de Albano y Romina, se había trasladado a Nueva Orleans (sentía
predilección por el Misisispi) y no dio señales de vida ni en noche buena ni en
navidad. Así que el día de Año Nuevo denunciaron su desaparición. El guardián
del Acuario Municipal declaró haber visto cómo una muchacha de las
características de Ylenia, se lanzaba al río. ¿Saben Vds. cuántas chicas se
lanzan diariamente al río en Nueva Orleans? Le preguntaron se llevaba falda larga, pues
sentía gran aprecio por su madre. El operario dijo que, al caer, la falda se le
subió (se le bajó, en realidad) a la cabeza mostrando unas hermosas bragas
negras. Tampoco pudo ver, por la misma razón, si llevaba el pelo largo, como su
amada madre, o, por el contrario, a lo “garçon”
como su odiado padre. De lo dicho se desprendía inexorablemente que se trataba
de la hija del dúo. El padre adujo que no era la primera vez y que pasaba por
una mala racha alimentada por drogas y demás. La madre adujo que eso era
imposible y puso de relieve el odio profundo que sentía la astilla por el palo.
Y, además, denunció los palos que le metía su inverosímil verdugo.
Por aquello días
pegaba con fuerza el último álbum de la pareja: “El tiempo de amarse”. Tras los hechos, sellaron el asunto con un “Amor sagrado”, emocionante de verdad.
¿Qué les
parecería oír en este preciso momento “¿Dónde
estás corazón?” en la magnífica voz de Tito Schirpa? (*)
O bien, para
acompañar la marcha de la joven hacia el fondo, cubierto de suicidas, del golfo
de Méjico: “Le Chant de ceux qui
s'en vont sur la mer” (Saint-Saëns *)
Puestos a hablar
de infancias infelices no podemos
olvidar a Somerset Maugham: «hubiera
preferido no escribir ni una sola línea a lo largo de su vida.» La
literatura «no me ha aportado otra cosa
que miseria. Cualquiera que me haya conocido bien ha terminado odiándome. Toda
mi existencia ha sido un fracaso». Murió tal día como hoy, del año 1965. Preguntado antes quizás
hubiera respondido SÍ a la pregunta sobre la felicidad. Al final, respondió NO.
Y es la respuesta definitiva. Su fama se fue eclipsando y de ser uno de los
autores mejor pagados ha devenido pasto de librerías de segunda mano y materia
prima para encender barbacoas.
Mejor le hubiera
ido si se hubiera dedicado a predicador, como era su verdadera vocación…pero
¿imaginan Vds. un predicador tartamudo? La palabra de dios (¿) hubiera sido
hecha trizas, sometida a presiones indignas y él mismo, a la rechifla general.
La vida, “Hegel”, da muchas vueltas. Más que tú
cuando persigues una hoja otoñal. Es como una gran noria en cuyos
compartimentos se esconden la miseria, la alegría, la fortuna, la desgracia, la
felicidad, el dolor, la riqueza, la pobreza, la placidez, la amargura…Cuando la
rueda se va parando vuelca sobre ti su último contenido…y ese es el que
determina la tonalidad de toda la vida. Pero, “Hegel”, no olvides que tú también vas llenando esos depósitos, así
que, en cierta manera, determinas el final. Por lo tanto, sé fiero con los canallas;
generoso con los generosos; solidario con los que no tienen…
–Y
tú no seas pelmazo…Y sé un poco más generoso con mi comida. Y no me pongas más
los higadillos, que amargan.
Este arranque de
sinceridad e indignación me empuja al Condis. Vamos a hacer una paella por todo
lo alto: arroz bomba, conejo y pollo, pimiento rojo, alcachofas y azafrán de
verdad. Le diré a la carnicera que quite bien la hiel, para que el arroz no
amargue.
Cuando pusieron
en mi pueblo “Arroz amargo” (ver 21 de septiembre. 2ª serie. Inédita) y
vimos en pantalones cortos a Silvana Mangano (*)
entendimos, súbitamente iluminados, de qué iba el juego de la censura. El
párroco le otorgó un “4” (gravemente peligrosa) y estuvo repitiendo la advertencia desde dos
semanas antes de su estreno. Hasta los niños estábamos expectantes. Las mujeres
sufrían en silencio y a punto estuvieron de hacer una escena a lo Aristófanes.
Que qué tenía esa puta que no tuvieran ellas. Era imposible explicárselo. Así
que no se hablaba del tema en su presencia. Sólo cuando vieron los carteles
reconocieron lo evidente y se postraron humildes (como si estuvieran fregando
el suelo) ante tan deslumbrante belleza. Los hombres la amaron desde el
principio, pero, acabada la película, añadieron la estimación y el
reconocimiento moral. Las mujeres asintieron resignadas.
Mi hermano, que,
como saben, era el que “echaba el cine”,
cortó algunos fotogramas de cuando la “chica”
está en el arrozal y se limpia el sudor con el dorso de la mano y las demás,
agachadas como si fregaran el suelo, recogen el arroz. Con ese tesoro conseguía
yo un suplemento de canela o un trocito más de aquel queso amarillo y redondo
que iluminaba nuestras aburridas tardes en la escuela de los “cagones”. Digo yo que cuando llegara la
película a Riomalo de Abajo, vecino de Malpartida, sólo sería visible el título
y el FIN.
Y es que ver,
después, a nuestras madres, rodillas en tierra, junto a un caldero de agua
pútrida, como ñus abrevando en un charco del Serengueti, y un trapo en la
derecha, con el que intentaban sacar brillo a un suelo de barro cocido…era como
para ponerse a llorar. Algunas usaban “rodilleras”
de guardameta. Las más iban colocando un amasijo de trapos bajo las rodillas.
Algunas a pelo. Nada que ver con el culo de la “Mengano” (como empezó a llamársele). Era verdaderamente para
ponerse a llorar. Y llorábamos.
Así que cuando
Manuel Jalón Corominas (*), desarrolló, a partir de un cubo con rodillos, un
artilugio al que Enrique Falcón Morellón (primer vendedor de la empresa) puso
el nombre de “fregona”, a nuestras
madres se les abrió el paraíso terrenal. Acababa la década de los sesenta
cuando hizo aparición en nuestra casa. Por entonces ya nadie se acordaba de
culo de la “Mengano”. ¡¡Qué inventen ellos!! Se le hubiera
atragantado la proclama al catedrático a la vista de tan hermoso, sencillo y
humanitario utensilio. Y no quedó ahí la cosa, también ofreció al
universo-mundo la aguja hipodérmica desechable y decenas de baratijas que la memoria
colectiva no ha tenido a bien conservar. Era una especie de Melquíades que extrajera
de sí mismo las maravillas.
Ahora nuestras
madres, quizás un poco tarde la verdad, podrían lucir su palmito incluso
entregadas a las faenas domésticas. Era la época de los “espagueti western” y Fortuna aspiraba a convertirse en la meca de
las películas de desiertos y demás. Las víboras y alacranes, daban por hecha la
elección y acudieron en masa. Lástima que Tabernas se le adelantara. Allí
nuestro ídolo era Lee Van Cleef (*). De
hecho su físico bien podría pasar por ancestro de los actuales “fortuneros”. A mí de este meritorio lo
que más me gustó fue “Objetivo: matar”.
Le hacía la réplica Tita Cervera. Todo empieza, a falta de hipódromo, en un
canódromo (¡¡). La Tita Cervera consigue salir ilesa: a partir de entonces el
bueno (en realidad “el malo”) de Lee
fue en declive…y Tita Cervera…¡Ya saben Vds.!
–Una
paella excelente, ¿eh, Hegel?
–Así
es. Lástima que no sea aficionado al vino. Me da envidia ver la cara de alegría
que pones cuando pimplas. Debe de ser estupendo.
–También
tiene sus amarguras, Hegel. A veces es más peligroso que el capítulo 38 de la
primera serie de Pokemon (*).
Te eleva, te derriba,
te sume en la tristeza, te arrebata, te adormece, te impide dormir…Te da
vueltas la cabeza. ¿Lo entiendes? ¡Te da vueltas la cabeza! Hay que estar muy
acostumbrado para controlar sus efectos y tenerlo (al vino) como un fiel aliado.
–No…si
era por hablar…
PD.
Tal día como hoy
(2001), moría en Jerusalén Stefan Heym. Quizás no les suene, pero debería
sonarles. Antifascista precoz y cascarrabias hasta el final. Fue muy crítico
con la forma en que se consumó la absorción de la RDA por parte de la Alemania
Federal, así como con sus conciudadanos que se dejaron seducir por los “marcos de bienvenida”. Le dolieron como
puñaladas las corredizas de sus compatriotas hacia el MacDonald más cercano o hacia las tiendas de cosmética de
pacotilla. En las elecciones del 94 consiguió un escaño por el barrio de
Prenzlauerberg (Berlín) y como miembro más viejo de la Cámara le correspondió a
él pronunciar el mensaje de apertura. Dijo lo que no se quería oír. Puso de
relieve lo bueno de la sociedad que había sido barrida y se manifestó por un
socialismo democrático alternativo al capitalismo que dominaba hasta el tuétano
de la nueva nación alemana. Rompiendo la costumbre (por fría que fuese), nadie
le aplaudió. Fue la única vez que el diario de sesiones de la Cámara omitió un
discurso inaugural. Vio claro el significado y las consecuencias de la “reunificación”.
“Hegel” y yo te rendimos el homenaje
debido.