(Asteriscos * remiten a efemerísticas razones)
El alter ego
de Altenberg, que lleva décadas apoyando el brazo derecho sobre la coqueta
mesita, justo al lado de la vitrina de los dulces y que parece mezcla de
Nietzsche y Labordeta, gira dolorosamente la cabeza hacia la derecha y clava
sus ojos muertos sobre los míos miopes.
La Revolución francesa, en su inmenso refinamiento
(y ternura), tuvo a bien dedicar el día de hoy al rapónchigo, astrigente. ¿No conocen Udes. el rapónchigo? ¿Y si les
dijera que también se conoce como campanillas
de todo el año? ¿Tampoco? En algunas zonas se le llama nabiza o nabo montesino, debido a las cualidades
gastronómicas de sus raíces, muy apreciadas en Liguria. O bien, Rapillo, repuncio, ruiponce, ruipóntico… y en las sacristías lo
llaman “vara de san José del campo” y
con sus campánulas adornan los pasos de la semana santa. Vean su porte.
En Alemán es Rapunzel
y Rapunzel es el nombre que los hermanos Grimm dieron a la joven trenzuda, encerrada por la bruja en lo
alto de una torre infranqueable. La única entrada eran sus trenzas: “Rapunzel, Rapunzel, deja tu pelo caer, así
puedo trepar por la escalera dorada” ¡Y todo por haber robado unos
rapónchigos! —“¡Pagarás por haber robado
mis rapónchigos! Deberás pagarme con tus servicios tantos años como rapónchigos
hayas robado…” Ejemplo clarificador (como deben ser todos los ejemplos, por
otra parte) del “amor Disney” (Brigitte
Vasallo).
Hablando de trenzas: Oigan Udes. al grandísimo
Manolo Caracoliflor (perdón, Caracol) cantando aquello de “carcelero, carcelero (…) porque no quiero matarla… con las trenzas de
su pelo….Ay”. Copla apropiada para abrir un congreso feminista, ¿eh,
Brigitte?
1
El café Central (en la educada y fascista ciudad de
Viena) esa periclitada universidad del
ajedrez en la que el mismo Trotsky ensayó sus estrategias, era algo más que
un café, era una forma de ver el mundo
(…) Sus habitantes son en su mayor
parte gente cuyo odio por sus semejantes es tan intenso como su deseo de estar
con otras personas que a su vez también quieren estar solas pero necesitan
compañía. Los clientes del Central se aman y menosprecian mutuamente (...) A
algunos autores les sucede que cuando están en el Central no se les ocurre
nada. Fuera de él, mucho menos todavía." (A. Polgar). Como es natural,
al amparo de la Sociedad de protección del patrimonio artístico, el local (y su
clientela) fue renovado por todo lo alto. Ahora, como en todas partes, tupés a
lo Trump… comerciantes de lomo alto
de Nevada… pura (si se me permite esta paradoja) purria, vamos.
"¡AH! Ser psiquiatra en Viena!" (como diría el otro).
Bueno, Polgar exagera la misantropía de los asiduos.
Altenberg residía, en el sentido literal del término, en estos arcádicos espacios y no era un
misántropo (al uso). Algo así como yo y el Condis: Hasta he alquilado una
especie de cajón-apartado de correos
para empezar a recibir aquí mi correspondencia (perdón por la hipérbole).
También influía un poco la miseria o, por lo menos, la incomodidad (perdón por
el eufemismo) de las moradas… (¿?)
Tal día como hoy del año 1895, veinte años exactos
después de que Mahler se convirtiera en wagneriano, estaba Peter tomando un
carajillo en el Central cuando leyó
en el Extrablatt la siguiente
noticia:
“Muchacha
desaparecida.
La muchacha que
muestra la fotografía de arriba es Johanna H., de quince años de edad, hija de
un funcionario de ferrocarriles. La susodicha debía dirigirse el domingo pasado
al mediodía a su clase de piano, pero no llegó a su destino y desde entonces se
encuentra desaparecida. Tenía pelo rubio con reflejos rojizos, ojos castaños, y
es de complexión esbelta. Los desdichados padres, etc., etc….”
Y Peter, dado a la idealización de la mujer-niña (o
viceversa), se extendió en consideraciones melancólicas y casi fulminantemente enamoradas.
Es como matar ruiseñores*, se dijo. Así
era él. La fotografía en blanco y negro no hacía justicia a la descripción. Lo
suyo, se dijo, sería como los Rayos “X”,
pues desde el día 6 de noviembre, la expresión, y el concepto, estaban a
disposición del público. En efecto, sus artículos, si bien breves, tienen la
capacidad de la “X-sicidad”, por así
decir. Fue, en consecuencia, a la literatura, lo que Röntgen a la radiación.
Que la noticia saliera en el Extrablatt indicaba, sin duda, una extracción elevada… ¡y lo del
piano! Esa misma tarde desaparecieron otras niñas. Se internaron por las
desoladas extensiones de más allá del Ring
y nunca más se supo de ellas. Ni tuvieron su escoliasta… ni su príncipe (des)encantador.
¡El pollo
frito y los valses! ¡El alegre apocalipsis!
Sacó unas plateadas y curvas tijeritas, como de
manicura o cirugía, y, con delicadeza, fue recortando la ilustración. Se la
metió en el bolsillo, pues la cartera le era del todo innecesaria, para añadirla
a su incipiente colección. Años más tarde ocuparía toda una zimmer del hotel Graben. No mal
interpreten, Altenberg no es un voyeur. Él aprecia el “mundo menudo” en el que
se desenvuelven las mujeres. Desprecia la masculina sexualidad predadora y es
un amante del género femenino, lo que
significa sustraerlo de la banalidad y la
ignorancia, atributos machos por antonomasia. Ya lo decía L.A. Salomé: “Cuando se está con él, no se piensa en un
hombre o en una mujer sino en una criatura de un tercer tipo”. Él no es un
cazador de mariposas, como, literalmente, lo era Nabokov, aunque las
fotografías parezcan trofeos. Para cazar estaba Schtnitzler. Él acompaña…
En estas estaba Peter cuando entraron, esquivando
los arcos, von Hofmannsthal, Salten, Beer-Hofmann, Barh y Schnitzler. K. Kraus,
adolescente-casi niño, embreando la antorcha:
El Cafè Griensteidl está a punto de
ser demolido. Loos, recién admitido en el club de los sifilíticos y de los repudiados por la familia, está en Estados Unidos. Cuando vuelva a Viena, asombrará con su Café Museum. Frida Uhl lee el Wiener Zeitung.
–Hombre, Peter
¿tú por aquí?
–¿Dónde si no?
–Y escribiendo…
¡no sabía que TÚ escribieras!
–Pues… ¡ya ves!
Fue Schnitzler, que iba un poco empanado (y a quien no se le había pasado desapercibida la presencia de la jovencita Uhl que cargaba la estilográfica en su vena basílica) quien dio inicio a esa histórica conversación. Peter se
limitó a darle la réplica. El que llegaría a ser el alter ego de Freud
(ocupado por entonces, con Breuer, en “Un
estudio sobre la histeria”), miró por encima de la desgastada hombrera de
Peter, vio el vacío que había dejado la fotografía y guiñó un ojo a la
concurrencia. ¡Vaya, vaya! Semanas
más tarde K. Kraus envió al editor Fischer (“pescador”) un paquete con los
articulitos de Altenberg, recomendándolo como genio. Y así empezó todo.
Tenía casi cuarenta años. No fue una carrera
fulgurante, pero le dio al bueno de Peter para ir tirando. Nunca, sin embargo,
para acabar de arreglar cuentas con la casa. Bebía a otro ritmo, relativista, por así decir, mientras que
sus entradas se mantenían en los límites newtonianos.
¡Que no han leído a Peter Altenberg!… ¡pero, bueno!
¿Con quiénes me las veo? ¡Por favor…!
***
No hagan Udes. el paleto. Ni se les ocurra pisar el
café Central, ahora Palais Ferstel. En su lugar sigan hasta la
Michaelplatz, que ya estará decorada para las abominables fiestas de navidad, y
pidan una salchicha en el Imbiss del
rincón. Si siguen mi consejo, me encontrarán apoyado en el mostrador, envuelto
en la bufanda blaugrana y tomándome
unos aguardientes de trigo sarraceno con la mirada fija en la mano ensortijada* de la dependienta. A mi espalda queda la casa Loos. Y cerrando el Hofburg, la fuente Macht auf See con el busto altenbergiano de Friedrich Uhl actuando de Neptunode.
Lean ustedes las páginas de "La montaña mágica" dedicadas al intercambio , amoroso, de placas de rayos X
Bueno, llevo aquí dos horas y por aquí no aparece ni
dios (¿?). Hace frio. Y me sale el Korn por las orejas. Pago. Derribo el
taburete y me dirijo, contra mis recién enunciados principios, al Café Central, ahora Palais de no sé qué.
Esto está a
parir, que se dice.
Junto a la vitrina de los dulces un caballero ocupa
(él solo) una mesita. Una china-japonesa le está preguntando si tiene para
mucho. Perspicaz, aunque no demasiado, consigo esquivar las columnas… ¡menos
una!… y me planto delante del bigotudo cliente que descansa justo al lado de la
vitrina de los dulces y que acaba de despachar a la china. Parece que me mira,
pero no acaba de fijar la mirada. Está a lo suyo. Ensimismado.
–Buenas tarde,
querido cliente.
–
–No es Ud. muy
locuaz que digamos.
–
–Podría Ud.
mirarme, por lo menos. Es igual. Permítame tomar asiento a su vera– Mientras,
con esa campechanía propia de la piel de toro, arrimo dos sillas a la mesita:
una para mí y otra para la impedimenta– ¿Puedo
invitarle a algo? ¿No? ¡Mejor! ¡Camarerooo! ¡Póngame un aguardiente de
centeno!... es que fuera hace un frio que pela y yo, oiga, como soy de Murcia…
Vamos a ver. Vamos a probar el aguardiente de centeno. El de trigo está bueno,
pero, vamos, para variar, sabe Ud. ¡Camarerooo! ¡Ponga cuatro aguardientes! Con uno no hay ni para empezar. Y
así ya no le molesto más… A mí me gusta
viajar solo... Meditar… ¿sabe Ud.? Tengo un perro ¿sabe? Un pastor alemán… de
por aquí ¿no? ¡Gracias, camarero! Le he puesto Hegel. ¿Ud. gusta? ¡Coja una
copita! Bueno me pimplaré las cuatro, no sufra. Mi mayor afición es conmemorar,
rememorar… recorro el mundo siguiendo los pasos del calendario: hoy aquí,
mañana, allí… No crea, a veces es pesado. Y esos cuadernos… a ver… a ver…
–Es Ud. como el
Príncipe del cuento (de los hermanos Grimm, por supuesto. Digno
también de un congreso feminista). Su
balbucir me ha despertado del coma. Yo esperaba la escena de otra manera: que
una Lolita (perdón por el anacronismo) inocente (perdón por la paradoja) se
sentara en mis rodillas, besara mis ojos y ordenara a su padre que pagara mis
incontables consumiciones. Veo que la espera ha sido en vano. Es una desgracia.
Tanto tiempo fuera del tiempo para que ahora venga un gilipollas (perdón por el
insulto) y destroce mi más íntimo anhelo. Déjeme en paz, por dios (¿?)… Pero no
sin antes dejar a cero mi debe.– Y diciendo lo dicho, se levanta
apesadumbrado, recoge sus cuadernos y desaparece por la puerta cristalera que
da a la Herrengasse… para perderse por las, ahora, desconocidas e inhóspitas
calles de Viena.
2
"Era la
noche de veintiuno de noviembre-dijo el señor Tate-. Yo estaba saliendo de la
oficina para irme a casa cuando el señor Ewell entró, muy nervioso, y dijo que
fuera a su casa rápidamente, que un negro había violado a su hija."
Maycomb,
Alabama. Era el año 1936, sábado y
la luna empezaba a hacerse visible.
Hacía tres meses de lo de Jesse Owens. Las Leyes de Jim Crow (esa caricatura de
negro tan parecida a la que los nazis tomaron de Krenek para publicitar su música degenerada) eran inviolables e invioladas
y parecían eternas. La esclavitud había desaparecido, pero quedaba el racismo (“separados, pero iguales”). El desarrollo
del capitalismo exigía libertad de
mercado, cosa que, como es natural, incluía libertad
de contratación. Con el Movimiento por los derechos civiles de finales de los
50’s y la década siguiente se entró en una nueva fase. En diciembre del 55 Rosa
Parks se negó a dejar el asiento… Ardió
Missisipi y toda la nación… Sin embargo, mediante la cooptación, la
represión y el asesinato se fue imponiendo un nuevo orden… Y en esas estamos… y no salimos…
En 1960 aparece “Matar
un ruiseñor” de Lee Harper. Carson McCuller deambula por entre quirófanos. Flannery
O’Connor medita sobre su inútil experiencia en las aguas de Lourdes. Truman
Capote, canario por parte de padrastro, recogía las mieles de “Desayuno en Tiffanis”… y buscaba nuevo tema: Lee Harper no fue ajena a esa
búsqueda.
… Missisipi, Alabama, Carolina del sur, Carolina del
norte, Carolina del este, Carolina del oeste… Y, ahora, el muro mexicano…
Antes de seguir oigan y comparen:
Neil Young: “Alabama”
y la respuesta de Lynyrd Skynyrd: “Sweet home Alabama”
Y, si les quedan ganas, vayan a Brecht/Weil: “Alabama”… o a las versiones de Doors o Bowie.
Y si desean continuar, lean Udes. la siguiente
entrada donde me refiero a los hechos que inspiraron “A sangre fría” de Capote
y se dice algo de Lee Harper.
La obra de Harper fue todo un revulsivo. Y Gregory
Peck, Atticus, se convirtió en el
héroe de la integridad americana. Tanto es así que cuando lo veo vestido de
pistolero no puedo evitar echarle encima una discreta toga de abogado para
cubrir su desnudez. Scorsese lo llamó ”teorema
geométrico” sin posible discusión, por la contundencia de su mero estar.
Su estrella (de Gregory) fue robada del Hollywod
Bouevard, honor que compartió con Gene Autry, James Stward y Kirk Douglas. La
de Trump aparece destrozada día sí, día también.
Billie Holiday tuvo que salir por piernas del
estadio de Mobile (Alabama) cuando
anunció que iba a cantar Stranger fruits:
“(…) Bucólica escena del galante sur,
los ojos abultados, la boca torcida
el aroma de las magnolias, dulce y fresco
y de pronto el olor de la carne quemada. (…)
Alabama,
Alabama… ¡qué bonito nombre tienes!