Asteriscos (*) remiten a efemerísticas razones.
1
Hegel
sabe de la inestabilidad del ser humano; sabe que cuando tomo una copita de
más, aquella que convierte las anteriores en excesivas (y fatales) me
transformo. El término de esa transformación es, sin embargo, impredecible. Y
es que eso que llamamos YO es un
término complejo que traduce una realidad compleja. La filosofía, la
literatura, la psicología… Lo han sabido siempre. Sólo la religión parece
ignorarlo cuando nos promete una
eternidad simple y homogénea. También es cierto que los hay más simples que una
alpargata.
¿Han
visto Udes. lo que sufre un rayo de luz cuando atraviesa un prisma de Newton? ¡Pues así es la cosa!
2
Este
es el resumen escolar de la obra de Stevenson redactado por Nabokov:
“El Dr. Jekill es un médico gordo y afable,
no carente de debilidades humanas, que a veces, por medio de una poción, se
proyecta, concentra o precipita en una persona malvada de temperamento brutal y
animal que adopta el nombre de Hyde, bajo cuya personalidad lleva una especie
de inestable vida criminal. Durante algún tiempo, es capaz de recobrar su
personalidad Jekill–tiene una droga que lo transforma en Hyde y otra que le
hace volver a ser Jekill–; pero poco a poco, se va debilitando su naturaleza
bondadosa, la poción para retornar a Jekill deja de surtir efecto, y finalmente
el personaje se envenena cuando está al borde del escándalo”
Stendhal
hablaba de la cristalización del
amor.
La noche de tal día como hoy,
del año 1886, sábado, el doctor Lanyon, amigo de del abogado Utterson, espera
la visita de un mensajero, que, como constatará, resultará inquietante y que,
ante sus ojos estupefactos, le hará la demostración de cómo el mal y el bien
disputan por la posesión de nuestra alma (¿?). El corvino reloj crascitó las
doce y antes de que se desvaneciera el eco del último graznido, sonaron los
imperiosos golpes en la puerta. Tras los cumplidos de rigor, el visitante se
prepara el mejunje, no sin antes advertir que lo que contemplará su anfitrión (si
quiere) podría herir sensibilidades.
Parecía
que estuviese preparando agua del Dr. Fèvre (conocida aquí como agua de litines), tan de moda por
entonces, pero que tenía los días contados: la Coca Cola, con verdadera hoja de
coca, saldría al mercado aquel mismo año.
Empezó,
el mejunje, con una tonalidad rojiza; se tornó púrpura oscuro y acabó,
habiéndose desprendido de los molestos gases, en una solución verde desleído…
como la absenta rebajada. Y sólo cuando alcanzó ese color esperanzador, se la
pimpló de un trago. “Profirió un grito;
vaciló, se tambaleó, se agarró a la mesa y se mantuvo asido a ella, mirando con
ojos inyectados, jadeando con la boca abierta…” El Dr. Lanyon esperó en
vano el eructo clausurador, pero no,
no eructó y el galeno se quedó con las ganas de darle los tranquilizadores golpecitos
maternales: desapareció como Hyde… ¡se hizo presente como Jekill!
Como
en las bodas de Canaán, vamos.
¿Había
sido testigo de un milagro metafísico, así… en general? ¿O la confirmación de
la sabiduría de Heráclito?
Las
pócimas (o como sea que se les llame)
han sido, como saben Udes. un recurso muy solicitado por los artistas de todos
los tiempos, a veces como verdaderos deus
ex machina. A este tema tengo yo las ganas de dedicarle una propuesta. Les
adelanto un detalle: Veneno y venéreo tienen la misma raíz: Venus.
Mientras
oigo Una noche en el monte pelado*
(Uuuu…!) me sirvo un copuzo de mi
elixir favorito: vino de Jumilla. Nemorino lo quiso de Burdeos.
La
novelita (casi poema) de Stevenson está empapada de vino rancio (y de niebla)
de principio a fin, ¿para contrastar con el ¿amargo? sabor del líquido transmutante?
Stevenson,
que escribió la obra entre hemorragias pulmonares (como siempre por lo demás) a
orillas del Canal de la Mancha, murió de una forma como profetizada: Bajó a la
bodega a por unas botellas de vino y cuando subía, un derrame cerebral le hizo
creer, y así lo expresó a gritos, que se estaba transformando… su mujer hizo el resto. Esto ocurría en Samoa. Era diciembre
de 1894. Gauguin arreglaba sus cosas para el segundo viaje, y definitivo, a la
Polinesia. Así dicho parece que fueran vecinos, pero sepan Udes que miles de
kilómetros separan Samoa de Tahití o de las Marquesas.
En París aparece Iluminaciones (poemas en prosa) que
Rimbaud había escrito muchos años antes y Verlaine es proclamado Príncipe de los poetas (y digno de una
pequeña pensión):
“llueve
sobre mi corazón / como llueve sobre la
ciudad”
Y
en el East End de Londres, primero hugonote, después judío y ahora birmano, se
fundaba el Thames Ironworks
and Shipbuilding Co. Ltd., más conocido como West Ham.
3
¿Cómo
acabó Hyde? se pregunta Nabokov. Al año siguiente del hecho que se narra,
empezó la siniestra ristra de mujeres evisceradas. Jack había elegido el East
End como escenario preferente, cuatro kilómetros río debajo de la
casa-laboratorio de míster Jekill-Heyde.
Sherlock
Holmes busca compañero de piso… y lo encuentra: Watson.
Y
Rimski-Kórsakov encuentra a Tchaikovski.
Quizás
por ahí anduviera Hyde: Faena había. El material en bruto abundaba. La segunda
revolución industrial y su corolario el Imperialismo, mantenían a millones en
la más completa miseria y haciendo cola ante las puertas mismas de la muerte: “gelatina de trabajo humano indiferenciado”,
pues a eso quedó reducido el trabajador una vez se le hubo despojado de todas
las cualidades y propiedades que hacían de su actividad algo diferenciado y
concreto. Era, pues, de bien nacidos darles un empujoncito y cortar por lo
sano… evitándoles una muerte lenta en la flor de la edad… como las decenas a
los que se les ayudaría en Haymarket*. La ignominia quedó concluida en octubre
con la inauguración de la estatua de la
Libertad.
Los
crímenes, sin contar el mismo hecho laboral, abundaban y sólo, en el mejor de
los casos, encontraban un hueco en los diarios que empezaron a proliferar. Era
cuestión de tiempo, pues la oportunidad estaba dada, que alguien ideara un
género literario nuevo: la novela policíaca. Auguste Dupin y el Sargento Cuff
inauguraron la tradición “inglesa”, analítica. Después vendrían los Chandler y
cía abriendo la intriga a las cuestiones sociales (tradición “americana” de
novela negra). La obra de Stevenson participa de esa novela detectivesca y
añade unas gotas de terror en la más pura tradición anglosajona.
Acabada
La noche en el monte pelado, oigan el
final del cuadro segundo: La jota de las ratas y mediten sobre el
lumpen y su función social, así como sobre la sobrevaloración que hacía un vengativo Nietzsche de la Gran Vía* (Chueca-Valverde/Pérez). Fue
como cuando le dio por Carmen: Lo que
fuera con tal de contradecir a Wagner. A propósito de Wagner, Liszt (siempre
confundo la serie de las vocales de Liszt
y Nietzsche) moriría
en verano, justo cuando la novela de Stevenson empezaba su marcha triunfal:
nada, un atracón de nibelungos y
Parsifaces servidos por su propia hija,
como otro se atiborra de mejillones. Saint-Saëns se encargó de la memoria
musical.
4
1904
acabó fatal. El descubrimiento de los incautos (y asesinados) del huerto “del
francés” estremeció Sevilla, y por extensión, si se me permite, toda la
Andalucía bética tuvo escalofríos de terror.
El dinero líquido transmutaba en asesinos a los que ya eran criminales in nuce. Pensaron que no había quinto
malo, pero 1905 empezó peor. El día de reyes dejó caer sobre la atribulada piel
de toro el cadáver de Gabriel y Galán. Fue una pérdida tremenda para Guijo de
Granadilla, para Guijuelo (aquel año los jamones echaron doble de chorreras) y,
por extensión, si se me permite, para todo Cáceres. El mundo se convulsionó y las
convulsiones llegaron hasta los dominios de Nicolás II. Muestra fehaciente del
efecto mariposa.
¿Ondi jueron los tiempos aquellos,
que pue que no güelvan,
cuando yo juí persona leía
que jizu comedias
y aleluyas tamién y cantaris
pa cantalos en una vigüela?
Y
esto, ¡oigan Udes.!, era escrito en vísperas de que Saussure dictara el primero
de sus seminarios sobre Lingüística
General.
Picasso
entraba de lleno en su época rosa y los fauvistas
velaban armas. Einstein presentaba su teoría de la relatividad especial. Freud daba
a luz su teoría de la sexualidad y Ramón y Cajal hacía evidente la textura del
sistema nervioso… No, nada, para contextualizar un poco.
POR LA TARDE
Leningrado no tiene
secretos para mí ni para mis Custodios. Es el viaje que esperan con más
entusiasmo y con más sincera alegría: patinar por el Neva, sobrevolar la
Nevsky, esquivar la sucia Putilov (hoy Ríkov). Me depositan en la Estación
Vitebsky y esperarán mi silbido.
5
“Dejé
a mi doncella con el equipaje y, tomando un coche de un caballo, di la dirección
del hotel Europa. Y así iba, completamente sola, en el alba negra de Rusia,
camino del hotel, cuando, de repente, me detuve para contemplar un espectáculo
análogo, por lo espantoso, a cuanto pudo imaginar E. A. Poe. Era una larga
procesión que avanzaba a gran distancia. Trajes negros, de luto. Hombres
inclinados y abrumados, uno tras otro, por pesados fardos, que eran cajas de
muerto.
El
cochero detuvo la marcha, inclinó la cabeza y se persignó. Yo contemplaba todo
aquello a la hora incierta del alba, y me sentía llena de horror. Pregunté lo
que era. Aunque yo no conocía el ruso, me hizo comprender que aquellos hombres
eran los obreros fusilados la víspera, el día fatal del 22 de enero de 1905, en
el Palacio de Invierno, y que habían sido fusilados porque se presentaron al
zar sin armas para pedirle un auxilio a su miseria y un poco de pan para sus
mujeres e hijos”
Isadora
se guiaba por el calendario gregoriano. Los rusos aún seguían anclados en el
Juliano. Se trataba, pues, del 9 de enero del año 1905. Isadora venía empapada
de Parsifal, cuyo tufo, partiendo
siempre de Bayreuth (tenía la exclusiva), hacía algunos años que se extendía
por toda Europa, y gratamente sorprendida “por la dignidad y el trato
exquisito” de la nariguda protonazi Cósima. Sin embargo, aquella fecha nunca la
olvidaría.
El
tren llevaba un retraso de 24 horas, así que no pudo ver el radiante amanecer
del domingo. La nevada del día 8 había cubierto las calles de san Peterburgo.
El primer sol tiñó de rosa los muelles del Neva… Y el rosa se tornaría rojo.
Tomó un coche de caballos en la Estación Vitebsky y se dirigía al Hotel Europa,
en pleno corazón de la Perspectiva Nevski. Si el tren hubiera llegado a su
hora, hubiera presenciado columnas de decenas de miles de menesterosos que, desde
los cuatro puntos cardinales de la ciudad más misteriosa del mundo, se dirigían
hacia la explanada del Palacio de Invierno. Aquello pareció la cruzada de los
desesperados: himnos religiosos, iconos, cruces, humo de incienso… Todas las
columnas tuvieron su muerte pequeña y los supervivientes continuaron hacia la
muerte definitiva. Algunos hicieron testamento; los más, se conformaron con una
triste carta de despedida:
“¡Niusha!
Si no consigo volver y me matan, Niusha, no llores… Coge a Vaniura y dile que
morí como un mártir por la libertad y la felicidad del pueblo… Tu Vania”.
No
volvió.
El
cura Gapón, como Pedro el ermitaño, esperaba frente a la mole color verde
desvaído que tanto recuerda a la absenta rebajada. A sus espaldas la Fortaleza
de Pedro y Pablo refulgía como la espada del ángel del Paraiso.
“Nikolái
Nikoláyevich miraba a la calle y recordaba el invierno anterior en San
Peterburgo, a Gapón, a Gorki, la visita de Witte, a los escritores
contemporáneos de moda. De aquella barahúnda había llegado huyendo hasta este
lugar, a la quietud y el sosiego de la primera capital, para escribir el libro
que tenía en mente. ¡Ni por esas! Había huido del fuego para caer en las
brasas.”
Yuri
Zhivago era un adolescente.
Aquella
mañana, la clase obrera y popular aprendió una lección que nunca olvidaría: No
te fíes ni de tu padre. Las peticiones de Gapon se limitaban a un poco de buen
sentido, cosa que, creía, evitaría males mayores. Se había prometido, y requeteprometido, desde Palacio que no
habría violencia, de hecho la burguesía estaba interesada (por activa y por
pasiva, que se dice) en la consolidación de sindicatos y organizaciones verticales de masas como los que Gapon
conducía (al matadero).
Aquello
fue el 48 ruso.
Posiblemente
todo estuviera preparado de antemano. Gapón acabó mal… ¡como Udes. saben!
El
zar se había ido de fin de semana a su casa de recreo. Su sobrino, con las
instrucciones aprendidas, se comportó como un digno pretendiente a la cúspide
del estado. También acabó mal.
Trotsky
vio claro la naturaleza permanente de
la revolución y Lenin la necesidad, decía, de un partido monolítico.
6
El
invierno de Leningrado, de más decirlo, no es como el invierno de Ocata. Allí
me basta y sobra con mi chubasquero y la bufanda blaugrana de siete leguas.
Aquí… ni aun superponiendo la tremenda capa de paño zamorano que mi padre tuvo
a bien dejarme en herencia. Es una capa verde botella que me cubre desde las
orejas hasta los tobillos. Aquella con la que mi padre, arrebujado, recorría el
desierto a lomos del temible Renato. El
mismo Akákievich se sentiría recompensado. El viento del Báltico la arremolina
a mis espaldas. Sigo, como personaje de Bely, el Fontanka hasta el puente Anichkov.
Giro
a la izquierda y se abre ante mí toda la magnificencia de la avenida Nevski. Dejo a mi derecha el Europa, frente a la catedral de Kazán (mitad
Panteón, mitad Vaticano) y en la misma acera me encuentro con la casa Singer, que me devuelve, como en un
juego de espejos, la imagen de Isadora. Llego al 8 de Malaya Morskaya. El
discreto restaurante Gogol ocupa los bajos de un edificio digno de San
Peterburgo. Por las cristaleras se adivina la calidez. Abro y una campanilla
denuncia mi intromisión. ¡Suena “Mi abuelo fue picador” y sin duda es Víctor
Manuel quien canta!
Un
camarero se lanza a quitarme el capote. Aterrado me resisto. Pillo un sillón de
una mesa para ocho comensales, y compruebo que no quepo con la tremenda
impedimenta. Es igual: ¡Vaya yo caliente…! El camarero me conduce a una mesita
solitaria junto a una de las ventanas adornada con telas verde absenta
desleída. Aquí estará mejor… y más
tranquilo, me dice. Soy el único cliente.
Es
como la casa de la abuela, suponiendo que hubiera tenido posibles y un gusto
semejante. Aquí, dicen, vivió Gógol. Y la verdad es que no me extrañaría que
apareciera en cualquier momento, tan bien ambientada está la cosa… si no fuera
por el intrigante abuelo picador.
–Официанта! Официанта!
–Да, прямо сейчас! ¡No sea tan
impaciente!–me responde el mismo camarero con un
claro acento purriego.
–Buenos días, hostelero. Vengo de
viaje de investigación y tengo un hambre canina.
–¡Y yo!...
–Bueno, pues eso. Tráigame una
bolita de caviar y un cuartillo de vodka de rábano picante.
El
camarero me trae un platito de porcelana polaca sobre el cual, en equilibrio
inestable, baila una fina copa rebosante de hielo frapé. Junto a la copa, una
cucharilla de alpaca tintinea. En la otra mano, pues tiene dos, porta una
miniatura donde se supone que he de verter el aguardiente.
–¡Buena pesca, generoso cliente!
¿Ven
Udes. la diferencia? En París pido caracoles y se arma la de dios es cristo y en
Rusia pido un granito de caviar y ¡et
voila! Desescombro con la cucharilla y cuando estoy a punto de desesperar,
diviso, en el fondo de la copita, un granito gris oscuro, casi negro. Lo
acompaño con cinco cubiletes. Ya no podré decir que no he probado el beluga.
Soy, como he dicho, el único cliente, así que no tengo prisa. Nadie me lanza
una de esas miradas perentorias que te paralizan la digestión.
El
camarero pasa la bayeta, aburrido, por todas las superficies que se le ponen a
tiro. Por la ventana pasan, como a cámara lenta, témpanos de hielo.
–Amable mesonero ¿tendría a bien
sentarse a mi mesa y departir conmigo sobre los temas en los que me ocupo?
Mira
a derecha e izquierda, dispone una silla a mi vera y, sin dejar de pasar el
trapo:
–Pues Ud. dirá. Aquí estamos para
un roto y un descosido.
–¿De dónde, si puede saberse, y
para empezar, su dominio de la lengua de Cervantes y sus giros populares?
–Mire Ud. es la enésima ve que haré
un resumen de la historia que explica mi presencia en este prestigioso
restaurante.
–Soy todo oídos.
El
camarero mira mis orejas y asiente serio, como constatando un hecho
irrefutable.
–Mi padre fue uno de los niños de
Rusia. Había nacido en Polaciones, en el curso alto del Nansa, rico en truchas.
Aquello, sabe Ud. es muy duro, así que mi abuelo se lio la manta a la cabeza
(tal como Ud.) y tiró para las minas asturianas. Se instaló en Bustiello, del
concejo de Mieres. Trabajaba en el pozo Barriedo cuando lo de la guerra. Mi
padre tenía 6 años. Lo embarcaron en Xixón en septiembre del 37, por Francia,
sabe Ud. Y lo que tenía que durar un año a lo más, duró décadas. Mis abuelos
lloraron mucho y el crío también. Pero, se dijeron, mejor estará allí, en el paraíso
de los trabajadores que no aquí, en el profundo infierno de los mineros.
Y así fue como mi padre vino a
estas tierras, de las que no salió hasta bien entrada la década de los sesenta.
Volvió por libre. De vuelta no lo pasó ni bien ni mal. Lo pasó como todos. Ya
casi nadie se acordaba de él y, además, la familia no tenía delitos de sangre.
Lo primero que hizo fue casarse y lo segundo tener un hijo: yo. Mis abuelos ya
habían muerto, pues sepa Ud. que por allí, en los pozos, se muere temprano… y
muy mal.
Bueno, mi padre, que tenía
experiencia en la Putilov (hoy Kírov), se colocó en Hunosa. Lo destinaron al
Lavadero del Batán, que acababa de ponerse en funcionamiento. Allí se jubiló y
allí se murió. Mi madre, cosa rara, había muerto antes. Yo tenía, cuando murió
mi padre, 18 ó19 años y, la verdad, pensar en bajar a las minas se me hacía
cuesta arriba. Así que me dije ¿por qué no intentarlo en Rusia? Hice todo lo
que tenía que hacer y aquí me tiene Ud. como personaje de Kaurismaki: ¡camarero
jefe del prestigioso restaurante Gógol!
–Ahora entiendo lo de Víctor
Manuel.
–¡Pues, eso! ¿Y qué hay de sus
investigaciones? Hable, hable. Estamos solos y lo estaremos hasta la hora de la
cena.
7
En el Informe sobre la Revolución de 1905 Lenin analiza los antecedentes,
deficiencias y consecuencias de la primera revolución rusa. Así que, si quieren
informarse, infórmense. Lenin (35 años) estaba en Ginebra cuando lo del cura
Gapon. Su prioridad era la construcción de un partido militante férreamente
cohesionado en torno a sus tesis. Martov le oponía el proyecto de un “partido
de masas”, abierto a simpatizantes y defendía la necesidad de una unidad amplia
de los partidos revolucionarios. Ya
en el II Congreso del Partido se puso de manifiesto la existencia de una
mayoría (de chiripa) favorable a las tesis de Lenin (y, pasajeramente, de
Plejánov) y una minoría partidaria de Martov, Vera Zasúlich y otros. En el III
Congreso (abril 1905) Lenin y los suyos insisten en la cohesión del partido. Tanta
era la cohesión que asistieron solo ellos. Se defiende la conveniencia de una
insurrección armada y se define la revolución como democrático-burguesa, por su contenido social, y proletaria, por sus métodos. Eso
explica, dice, la gran y rápida expansión y transición hacia un gran movimiento
de masas. En otras palabras, su consigna era una revolución democrática revolucionaria de obreros y
campesinos que debería afianzar las conquistas burguesas + la necesidad de
la revolución en los países capitalistas de occidente.
Llegó a Rusia en noviembre. Su
intervención práctica fue prácticamente nula.
Trotsky (26 años) vuelve a Rusia
en febrero. Organiza el Soviet de Petrogrado y participa en las luchas. Es
entonces cuando ve claro la verdadera naturaleza de la revolución. La burguesía
atenazada por el miedo a las clases populares no puede ceder ni un ápice sin
que las masas la sobrepasen por la izquierda. La revolución que empezará como democrática, rápidamente se convertirá
en socialista-proletaria, sin
necesidad de etapas consolidadoras. El
mismo impulso inicial conducirá la cosa hacia conquistas socialistas. Pasó unos
meses en Pedro y Pablo, antes de ser enviado nuevamente a Siberia. Lean Uds. 1905 y Realidad y Perspectivas.
Así
fui pensando en voz alta, para que, naturalmente, me oyera mi contertulio y
pudiera meter cuchara.
–Yo de eso no entiendo mucho. No
puedo ayudarle, ni ofenderle. No sé nada de Lenin, ni de Martov, ni de Trotsky,
ni de la guerra ruso-japonesa… Sin embargo, pues mi afición a la música, como
ha podido comprobar, es proverbial, puedo hacer otras aportaciones. Cuando
ocurrió lo de Gapon, (me han contado que los muertos se encontraron hasta en la
misma puerta de lo que ahora es este restaurante) se puso de moda, y lo de moda
es un decir, la “Varshavianka 1905”, o sea, “¡A las Barricadas!”
Se
levanta y se dirige al piano:
–¿Conoce a Romski-Kórsakov?–me
pregunta.
–De oídas–le
respondo– ¿El de “los cinco”?
–¡Exacto! Bien. Que le haya
descubierto mi desconocimiento de Lenin y compañía, no quiere decir que sea un
ignorante respecto a ciertas cosas. Rimsky,
en aquellos días, reducidos “los cinco” a dos y medio, dirigía el Conservatorio
de la ciudad. Había avanzado mucho desde los días eslavos. Ahora apreciaba
mucho la capacidad armónica de Wagnery y de Listz y, sobre todo, la necesidad
de una formación académica clásica y seria. Como curiosidad pertinente decir
que orquestó y arregló el poema sinfónico “Una noche en el monte pelado” y lo
convirtió en lo que es actualmente. También, quizás le interese, había
compuesto “La noche de mayo”, sobre un cuento de nuestro Gógol. Sin embargo,
odiaba con odio escita la música de R. Strauss, cuya “Salomé”, estrenada ese mismo
año, silbó hasta el vómito.
Mientras
dice lo que dice acaricia las teclas, sin decidirse a nada. El cuartillo de
vodka hace tiempo que se ha evaporado. Ante una mirada suplicante, acompañada
de un gesto indeciso del índice de la mano derecha, como una paloma abrevando,
se levanta de la banqueta… y vuelve con otro cuartillo y ¡un platito de caviar!
–A lo que iba. Rimsky no lo pasaba
bien por entonces. La vida, ya sabe, nos golpea cuando menos lo esperamos.
Bien, los obreros de la Putilov se pusieron en huelga y dio origen a la
Asamblea de trabajadores fabriles rusos de San Petersburgo, supuestamente
dirigida por el cura Gapon. Y ocurrió lo que ocurrió. A las pocas semanas toda
Rusia estaba en llamas. Rimsky, liberal confeso, apoyó e incitó a sus alumnos
deseosos de participar en lo que suponían el comienzo de la revolución
definitiva. Entre otros sinsabores, perdió el puesto… pero se vengó de la
manera que un músico puede vengarse: “El gallo de oro”, ¡ópera en tres actos!,
que Ud. conocerá, si la conoce, como “Le coq d’or”.
–¿Algo que ver con el “Festival de
los animales” de Saint Saëns?–digo por decir algo.
El
camarero se pimpla un cubilete y continúa.
–La historia está inspirada en
Pushkin, como casi todo en San Peterburgo. Rimsky, alteró una vocal: convirtió
al rey Dadón en el rey Dodón, y con eso amplió la capacidad simbólica de la
historia. Ya sabe Ud.: un mago entrega un visionario gallo de oro al rey. Lo
que parecería ser una baza ganadora se convierte en una acumulación de
desgracias que alcanzan al mismo monarca: el gallo le asesta un certero
picotazo en la yugular…FIN.
La semejanza del rey Dodón con el
zar era tan evidente y la situación política a la que se enfrenta tan semejante
a la contemporánea, que la obra se prohibió. El pobre Rimsky no pudo asistir al
estreno: criaba malvas.
–Y eso de ampliar la capacidad
simbólica y tal…
–El pájaro Dodo, estúpido,
holgazán, repugnante… todo menos bonito, decían, ya no pueden decirlo porque
fue una de las primeras especies extinguidas por la acción depredadora y
colonialista del ser humano, era una mezcla de palomo, gaviota y pavo. Alto y
desgarbado y con un pico de garfio capaz de agujerearte el cráneo. Era endémico
de Islas Mauricio. Es el pájaro ese que en el cap. III de “Alicia en el país…”
organiza aquella absurda carrera circular en la que decide que todos han ganado
y tal.
–¡Entiendo!–
digo casi inconsciente y sigo con el vodka.
–Es el “Didus ineptus”, del que Schopenhauer
destacó su nula capacidad adaptativa. Si su físico era inadecuado para la
supervivencia, decía el filósofo, debería haber desarrollado una inteligencia
especial que le hubiera asegurado la supervivencia. Una caso extremo de
incapacidad de la voluntad (esencia) para desarrollar alguna forma natural de
protección… ¡como sí han hecho las ratas!, concluía.
–Amigo–balbuceo–el vodka se ha acabado y es Ud. un
verdadero erudito… dos proposiciones que, en la práctica son incompatibles.
Continúa
como si no hubiera oído… y quizás no haya oído. Golpeo con la cucharilla la
frasca vacía para llamar la atención sobre este hecho desgraciado. También se
ha acabado el caviar… Y estoy del pájaro Dodo hasta la coronilla.
–Así que, claro, con tantas
similitudes, la censura no permitió la edición ni su estreno hasta tres o
cuatro años más tarde.
Hace
tiempo que es noche cerrada… y aquí no entra ni dios (¿). Deduzco que este tipo
es el único habitante de este recinto tan coqueto y también el motivo de tal Solitud*. Me levanto y cuando ya tengo
los labios fruncidos para lanzar el silbido salvador…
–Ya sabe Ud….
–Yo ya no sé nada, oiga.
–que la Avenida Nevsky engaña a
todas horas del día, pero mucho más por la noche, “cuando el propio demonio
enciende las luces con el único fin de que todo parezca distinto de lo que es”.
En efecto: Gógol, en una historieta de corte balzaquiano, con el inevitable
toque desesperado, como es esperable en un alma eslava.
POR LA NOCHE
8.
–A estas horas no puede ir a ningún
sitio. No permitiré que renuncie a mi hospitalidad.
–Pero… ¡es que me esperan!
–Un ruso… y yo lo soy hasta la
médula, no puede permitir lo que Ud, se propone. ¡Ud. se queda aquí! Le he
comentado antes lo de la extinción del pajarraco Dodón, ¿verdad?– Aprovechando
el inciso me levanto y cojo una botella de vodka de la alacena. –Pues sepa Ud. que mientras que aquí nos
exterminaban, si me permite incluirme en el hecho histórico, en Hawái, Matschie
describe por primera vez la foca monje de Hawái, equilibrando inestablemente la
pérdida del pavo. Aunque no creo que dure mucho la tal foca. Y hablando de
Hawái, sabrá Ud…
–Yo ya no sé nada, ¡insisto!
–las incursiones coloniales
introdujeron toda una serie interminable de enfermedades de las que los
indígenas estaban libres, como, por lo demás, ocurrió en todo el planeta. Entre
estas enfermedades estuvo la lepra, la temible y bíblica lepra. El cura Damián,
el belga más famoso y reconocido, muy por encima de Sor Sonrisa, pidió, y le
fue concedido, trabajar con esos desgraciados. Como ve, estoy simplificando al
máximo.
–¡Yo ya no veo nada, oiga!– Y
me empino la botella sin remilgos.
–Su labor fue reconocida y despertó
los celos de un grupo de presbiterianos, pues, no olvide Ud. que Damián, de
cuyo verdadero nombre no me acuerdo, era católico…
–¡Yo ya no puedo recordar nada,
oiga!
–Los presbiterianos, encabezados
por un perverso cura Hyde, ¿le suena el nombre?, comenzaron una campaña de
desprestigio: que si era un guarro, un orgulloso, un lujurioso (de ahí la
lepra), un fanático, un testarudo, un intruso, un mago… Incluso después de
muerto siguieron con esa letanía y le negaban la condición e mártir voluntario.
–Puedo saber a qué viene, ahora,
este otro bombardeo de erudición…
–Pero bueno… ¿no ha pasado Ud. toda
la mañana pensando en Hyde y en Jekill e, incluso, se ha preguntado, con mi
semi-compatriota Nabokov, por el destino de Hyde y yo no he dicho nada? ¿No
pudiera, por obra del “Gallo de Oro” haberse reencarnado en este presbiteriano
calumniador? Lo dejo a su consideración.
–¡Yo ya no puedo considerar nada,
oiga!
–Pues bien, Stevenson visitó Hawái,
siempre en busca de buenos climas, un mes después de la muerte de Damián y
conoció de primera mano su benefactora obra y tanto le afectó que no pudo
contener su indignación ante lo que, a todas luces, era maledicendia
interesada. Lanzó una carta abierta tan valiente, o más, como la que unos años
después lanzaría Zola por el asunto aquél del judío. También nuestro Tolstoi
dijo lo que tenía que decir.
¿No le parece un buen final para la
historia esa de Hyde y Jekill?
–¡Yo ya no tengo opinión, oiga!
Las
graves campanas de la catedral de Kazán doblan por tres veces., tantas como
cantó el gallo aquella noche de pasión. Sobre la mesa los dos cuartillos, la botella y los delicados recipientes del
caviar… ¡vacíos! Un frio dantesco , desconocido para mí, me paraliza.
No
puedo ni silbar. A cámara lenta veo como mi monologuista
se levanta y hace mutis por el foro. Me arrebujo en el capote y espero los
primeros rayos de sol. La hospitalidad rusa es demoledora.
Oigo como desde Ultramort: Si quiere le explico la historia de "Asturias, patria querida".
Lean Uds. la siguiente entrada:
http://kinomoriarti.blogspot.com.es/2014/02/propuesta-para-la-manana-de-hoy-dia-9 de febrero.html
9.
“Cogí
mis viejas libretas y, sin torturarme,
por primera vez desde hacía años, escribí la primera frase: “La mañana del sábado 9 de enero de 1993,
mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los
míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel, nuestro hijo
primogénito”. Continué con
ese modo y solo al cabo de unas páginas comprendí que por fin había empezado a
escribir el libro que se me escapaba desde hacía tanto tiempo. Al aceptar la primera persona, al ocupar mi
puesto y ningún otro, es decir, al deshacerme del modelo de Capote,
había encontrado la primera frase y el resto vino, no diré que fácilmente, pero
todo seguido y como por su propio impulso”.
(Carrière)
¿Propio
impulso?... Los asesinados (y el asesino) fueron imprescindibles.
10.
Exactamente
tres años antes, Gil de Biedma había escrito:
“En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos
guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar
cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi
inteligencia.”
Bueno,
no es que sea así talmente, pero lo de la memoria y lo de las ruinas…
Por
suerte el resto de memoria que me queda me basta para acordarme de que mi Custodios
me esperan en la Estación Vitebsky. Hoy día 9 de enero del año 2021, una nevada
histórica ha cubierto todas las cunetas de la piel de toro.