Llámenme romo, “morón”, bordeline
o, simplemente, estúpido…Pero no le veo la mordiente a la leyenda de Job. No
capto su significado universal e imperecedero. Lo único que saco en claro es
que de cada millón de desgraciados a los que la mala suerte persigue, noche y
día, con insistencia de chacal, sólo UNO parece acabar bien. El resto,
aturdido, recibe una tras otra todas las calamidades hasta que le llega la
última (que, por serlo, parece un premio de la primitiva). Quizá carezca de la
glándula de la transcendencia.
Dicho lo dicho:
“El
veinte de agosto (pongamos de 1904: inicio de la guerra
ruso-japonesa) llegó a la casa de los Singer un mensajero de Kapturak
para llevarse a Schemarjah…”
(Y así empezaron las desgracias).
Ya saben vds., me refiero a “Job” de J. Roth. La obra (1930) fue
considerada por la crítica una obra maestra, aunque no se salvó de las
inevitables puyas. Es evidente que el Job
de Roth no es el Job de la leyenda
bíblica. Éste lucha por su dios entre tantos infortunios. Aquél renuncia y,
pese a todo, el “milagro” se consuma.
Eso sí…un milagro que no compensa tanta pérdida. Creo (vds. tendrán su propia
opinión) que Roth muestra su carencia de fe en la posibilidad de los hombres
para cambiar su destino con sus propias fuerzas. El “milagro” (la “resurrección”
de Menuchin) en manos de Benjamín se convierte en una súbita ruptura del tiempo
por donde puede colarse el “Mesías”,
que no es otro que la revolución posible y necesaria. Sin ella, la barbarie
está servida.
Por desgracia “la canción de Menuchin” no existe. Pueden, sin embargo, enchufar el
esputofaif y elegir entre el
amplísimo repertorio de Jehudi Menuhin. Si no saben que oír, decídanse por la “danza rusa” del tercer acto del “Lago de los cisnes” de Chaikovski. Ni de
largo es lo mejor. Pero es que tal día como hoy se estrenó en Moscú su “Obertura 1812”. La cosa estaba planeada como la guinda de todo
un cluster de celebraciones:
Inauguración de la Catedral de Cristo Salvador (1881), 25 aniversario de la
entronización de Alejandro II (1881) y la celebración de la Exhibición de Artes
e Industria (1882), se fue al traste por la muerte en atentado del zar y por la
complejidad de la obra. Se estrenó a puerta cerrada y sin estruendo de cañones
ni volteo de campanas. Medio Moscú hubiera ardido y las campanas hubieran
sonado como a rebato. Y lo pensado como fiesta de la victoria se hubiera
convertido en una conflagración universal. El mismo autor quedó muy descontento
y así se lo comunicó a su mecenas Nadezhda von Meck: “La he escrito sin cariño…”.
Precisamente hoy, no en su (de
Roth) Galitzia natal, sino en la Galicia de Rosalía, he encontrado un trébol de
cuatro hojas…en la orilla de la ría de Barqueiro. Un pequeño milagro que
guardaré entre las páginas 48 y 49 de la novela. Y para celebrar el hallazgo me
pimplaré una botella de mencía
contemplando la locura de las aguas: suben y bajan con una lógica que no
entiendo.
En el puerto de O Barqueiro,
sentado en un taburete alrededor de una barca-bar y atendido por un amable mostachudo, continuo con las
rememoraciones.
“Al
final del verano, hacia el veinte de
agosto, recibí una carta en esloveno de Joseph Branco y aquella misma tarde se
la traduje a mis amigos”.
Sigue siendo J. Roth. En este caso
“La cripta de los capuchinos”, esa
joya de la literatura mundial (perdonen al traductor tantos errores de
toponimia…) y acompañante de la lenta agonía de su autor. Lo que destruyeron
entonces, ya no sería posible nunca más: Un “Estado” supranacional. Un espacio de convivencia en donde los
diferentes “pueblos” sintieran como
propio lo que era propio también de otros “pueblos”.
Aquí Roth está tocado por la
experiencia de la I. Keun y acariciado por los “huesudos dedos de la muerte”.
–Sr.
Mostachudo… ¡Póngame una cañita y unas anchoas! ¿Ha notado vd. que el otoño se
intuye ya en este aire fresco que viene de Bares? ¿Ha percibido la melancolía
de esta luz más amarilla de lo que debiera ser propio de la estación?
–Le
pondré el pedido, caballero…pero no me venga con esa exacerbación de la
emotividad.
–Perdón
si he ofendido la suya. Pero es que presiento un fin. Y no me da pena, no. Me
alegra: pues el fin que presiento es el de la causa de mis desconsuelos. ¡Y no
diré más!
–Así…
¡calladito, que está más mono!
El 20 de agosto del año 1000 se
creó el Reino de Hungría y su primer rey, Esteban I, y su hijo Emerico, fueron
canonizados otro 20 de agosto (del año 1083). Roth no simpatizó nunca con estos
territorios de K.K.
En fin, también un 20 de agosto del
año 1968 tuvo lugar otra pérdida: La llamada “Primavera de Praga” tocó a su fin. Los contrafácticos sólo sirven
como estimulantes para la imaginación. Nadie sabe cuál hubiera sido el destino
del “socialismo con rostro humano”; aunque sin duda no hubiera
acabado peor que la “Revolución de
terciopelo”. La revolución, el cambio, ha de basarse en la voluntad y los
intereses del “99%” de la población o
no será posible.
Parecen títulos de canciones de
Ives Montand.
Lean vds. (relean, que se dice) “La insoportable
levedad del ser” de Kundera. Si no quieren no la lean. Pero se desarrolla
en ese contexto.
Mientras
los tanques rusos entraban en Checoslovaquia, Jimy Page, que había abandonado a
los “Yardbirds”, cambiaba impresiones
con Robert Plant (nacido el 20 de agosto del año 1948) en Birmignan (o como se
diga) y de ahí saldrá “Led Zeppelin”.
Les costó dios y ayuda convencer a Eva Von Zeppelin, sobrina
del inventor del dirigible, para que accediera por las buenas al uso del
nombre. La cosa se complicó cuando la buena señora vio el artefacto en llamas
en la portada del disco.
Casi lloroso le imploro al mostachudo, que no ha resultado tan
amable como pensaba, un bocadillo de atún con olivas y pimiento… y un tercio.
Ya entrados en harina comeré aquí mismo.
Lo ven vds. ¡lo ven! ¡Ahora sube la
marea! No lo entiendo. Ayer a estas horas bajaba. Los andariegos-bañistas se
apresuran en volver. Ahora se llenará de gente este cobertizo y no podré
comerme el bocadillo con tranquilidad. Además el mostachudo se pondrá de más mala hostia y se enseñará conmigo,
apacible visitante.
¿Qué les he dicho? El bocadillo,
viene en un plato de plástico. Todo el atún se ha salido de su sitio. Las
olivas ruedan por el plato. La tira reseca de pimiento morrón, pegada en el
borde del plato, lucha por no despeñarse (como personaje de las “Puertas del Infierno”). Parece un fleco. No me ha traído servilleta ni vaso.
Pero me voy a callar no sea que aún me quite la manduca. Por cierto ¿no tenía el Fary (*) una canción que se llamaba así? ¿O era “la Mandanga”? ¿O “el Mondongo”?
¿O “el Mandinga”? Si sonara en estos
momentos una cancioncilla del Fary… algo marinero, algo vacacional… ¡sería la
hostia!
Infórmense vds… ¡Infórmense! de cómo acabaron los diferentes intentos de crear un socialismo no burocrático y basado en una democracia real.
Infórmense Vds. y se enterarán de
que tal día como hoy, del año 1940, Ramón Mercader, por orden de Stalin, que ya
había hecho limpieza en la URSS, hundió un piolet de escalador en la cabeza
cana del “profeta desarmado”. Eran
las 5’30 del 20 de agosto. Hacía calor y Mercader apareció, con abrigo y con
cara de haber pasado una mala noche. Tenía entrada libre. Pese al atentado de
la primavera anterior en el que participó activamente Siqueiros, Mercader tenía
libre acceso a la residencia de la calle
Viena (hoy tomo huele a imperio austrohúngaro) de Cayoacán. Condenado,
el asesino, a 20 años, acudió, cumplida la condena, a la URSS a recoger las
condecoraciones y honores que le tenían reservados. Una historia sórdida,
apestosa, cutre, digna de “El Caso”
(si no fuera por lo que es). “Asaltar los
cielos”.
Falleció de madrugada, cuando la
luna, ya para menguante, se ocultaba en el horizonte. Cuando la noticia llegó a Martigues Jacqueline leyó los titulares y le mostró el diario a su marido, Breton leyó estremecido y exclamó: "Los bastardos por fin lo alcanzaron". Al cabo de unos días embarcaron en Marsella rumbo a América.
Fueron indignos hasta en la
elección del nombre de la “operación”:
¡”Pato”!
En fin…
Y ahora, con delicadeza, pediré el
carajillo y remolque de “Afilador”.
Vean Vds. con qué presteza y
agilidad acuden desde alta mar los desorientados bañistas. Acuden en tropel
como los cristianos al llamado de Bernardo de Claraval (*). La segunda cruzada (declarada “guerra santa”), como sabrán, fue un desastre. Esperen un poco y
verán a estos sedientos veraneantes intentando acercar el morro a los mostradores. ¡Desbandada general!
Yo me largo. Eeeeh! ¡Aquí tenéis un
sitio libre!...
La casa está justo al comienzo de
la ría, es decir, donde el río se
convierte en ría, produciendo un
milagro que traspasa la gramática… para convertirse en episodio mítico. Justo
donde lo masculino se trueca en femenino. Justo allí se encuentra la casa.
Mientras aso unas sardinas con
fuego de mazorca y me pimplo el gintónic
vespertino, conecto el esputofaif para que suene el disco “debut” de Led
Zeppelin. La voz de Robert Plant, el Janes Joplin masculino, es capaz de
destrozarte la vajilla y hasta el cristalino de los ojos. Sin ir más lejos,
Xosé, el vecino, dizque el porrón que se estaba empinando le ha pegado un
crujío y ha estallado…¡Es una sublimación!, dice. Se ha quedado con el puño de
la mano derecha cerrado sobre sí mismo, la cabeza levantada, los ojos
expectantes dirigidos al puño y la boca abierta esperando el chorrito. Él está
bien, dice.