Asteriscos
(*) responden a razones efemerísitcas.
“Le gustaba ver trabajar a
los demás, como les pasa a todos los vagos de nacimiento.”
1.
–Vamos Hegel, le
digo al perro, ¡otro día más!
–U otro menos. Mi vida es tan corta…
–Y la mía tan predecible…
Melancólicos,
como el famoso hidalgo, nos dirigimos a la cantina del Día. Calor para la
época. Entramos. El cantinero parece que me espera. Me mira socarrón y sonríe. Este cabrón no me va a pillar, pienso, algo se trama. Pasa un minuto largo,
como en un duelo en el corral del Día.
–Póngame un vino amargo, señor Farina*.
–Con usté no hay na c’hacer. Se las sabe
toas. Es usté más leído que Pitágoras,
–Estudio, estudio… Y un poquito de perspicacia.
–Bueno, invito, ¿qué va a ser?
–Gracias enciclopédico mesonero. Estoy
por pedir una horchata.
–El otro día llegaban las olas hasta aquí.
No sé adónde vamos a parar. O cambiamos el modelo productivo o nos vamos a
tomar p’ol culo– Sin insistir me pone un carajillo al cincuenta
por ciento y saca un cubo con agua para el perro. Me lo pimplo biomecánicamente (*) y con respeto.
–Ah! ¿Quiere usté que hablemos de Zinaida
Rajch?
–Preferiría no hacerlo.
Escondido
entre la voz chillona de Rafael Farina y el estruendo de la cafetera, distingo
un gorgoteo de ronquidos. Un cliente ocupa, como un náufrago en un mar de
detritus, la única mesa del establecimiento…
–Parece una marmota–digo
gracioso.
–Sí; la marmota Phil. Este predice el
tiempo con ronquidos. Si ronca, tendremos calor pronto.
–Pues la rata esa de Pensilvania, ese von
Chamisso hocicudo, tampoco ha visto su sombra, o sea que el final del invierno
está cercano.
–Es como si los roedores se hubieran
vuelto locos.
Visitar
la cantina del Día nunca es estéril. Aquí mana la sapiencia. Y el misterio.
2
“El primo Lymon no paró en todo el día, y
su carita estaba sombría y tirante de pura excitación. Se preparó un bocadillo
al mediodía y salió a buscar al topo. Volvió al cabo de una hora; se había
comido el bocadillo y dijo que el topo había visto su sombra y que se preparaba
mal tiempo…”
–Me alegra que cite a la McCuller. Como
tabernero que soy le tengo en muy alta estima. Ella entendía de aguardientes y
tenía en gran aprecio a las gentes que se refugian, por un motivo u otro, entre
las cuatro paredes de un garito. El alcohol, querido Kino, es como el fuego a
la escritura con zumo de limón; Usté escribe con zumo y no se ve lo escrito. Lo
acerca a una llama y lo invisible, pero existente, se hace visible. Así el
alcohol. No lo olvide. Aunque como murciano que es debe saber todas estas
cosas.
Mientras
decía lo dicho, cruzó los brazos sobre la barra y miró con pena al náufrago
que, abrazado a la única mesa del local, roncaba de forma suicida.
–De ahí lo del primo Lymon… ¡Ah!....
¡Ahora caigo! Y es que cualquiera… escuche. Escuche lo que escribió la
McCuller: “La persona más mediocre puede ser objeto de un amor arrebatado,
extravagante y bello como los lirios venenosos de las ciénagas. Un hombre bueno
puede despertar una pasión violenta y baja, y en algún corazón puede nacer un
cariño tierno y sencillo hacia un loco furioso. Es sólo el amante quien
determina la valía y la cualidad de todo amor.”
3
De la
lectura de las primeras páginas de “La
balada del café triste” puede deducirse que la mujer, de ojos grises, que
se asoma, por las tardes, a la ventana de aquella extraña y vieja casa, que más
que casa parece galeón pirata, puede tener entre 60 y 70 años. Menos no
parecería verosímil. La novela se publicó en el 51.Fue escrita entre ese año y
el anterior. Réstenle ustedes ¿65 años?… y nos plantamos en 1885 o el 86, el
año de la invención de la Coca Cola o de la instauración de la esa rural
costumbre del roedor, para entendernos. A partir de esa fecha vayan ustedes
construyendo la línea del tiempo de
la novela: Amelia se casa en 1905. El primo Lymon, (¡Ay, el primo Lymon), el
enigmático primo Lymon, aparece en 1915 y el combate que culmina la obra
tendría lugar, pues, en 1922.
“La pelea tuvo lugar el Día del Topo, que
es el 2 de febrero. El tiempo fue favorable, sin lluvia ni sol Con una
temperatura mediana (…) Estaban todas las señales.”
Joyce
cumple 40 años y, como regalo ha recibido el primer ejemplar de Ulises. Era jueves y la luna estaba en
creciente. Día del avellano.
Desde
entonces el café es una ruina: Carson McCuller, nacida de las ruinas del triste Café de Amelia. En realidad la única época alegre de Cheehaw (que) “de
por sí ya es melancólico. No tiene gran cosa, aparte de la fábrica de hilaturas
de algodón, las casas de dos habitaciones donde viven los obreros, varios
melocotoneros, una iglesia con dos vidrieras de colores, y una miserable calle
Mayor que no medirá más de cien metros... “
… Este movimiento sentimental,
desplazar al mundo físico los
sentimientos humanos, es una marca de fábrica, que ahorra la psicología:
¿Fisicalismo moral-psicológico? Abandono
progresivo del esquematismo en exceso simbólico de la primera novela. Aparece
el humor y la reflexión metalingüística.
–Yo, como usted sabe, querido Kino, soy
un amante de la literatura sureña. Baste decir que cada noche escribo una
novela que es exactamente igual que la homónima de Faulkner, así me sale ¿qué
le voy a hacer? Y me fijo mucho– dice pasando el trapo por el
mostrador de zinc– así que no entiendo
por qué la buena de Carson se confunde con el color de ojos de Marvin Macy:
Cuando aparece, tiene los ojos grises y cuando, después del talego, vuelve, los
tiene azul profundo. Y eso, teniendo en cuenta que sabemos el color de ojos de
todos los personajes y que no hay página en la que no se nombre un color,
parece de una dejadez incomprensible.
–O un cebo.
Carson
McCuller: “la desgraciada más talentosa”
(G.V.), patrona de los deformes, abogada de los sufrientes, protectora de los
alcohólicos, refugio de los amantes desorientados…
Esquivó,
por poco, el suicido (sin contar los que fueron suicidados) cuando era plaga.
Denegó amablemente la invitación de Reeves que (cual von Kleist, Felix (A.Sch.)
o, entre nosotros, Max Estrella) le propuso la desaparición definitiva; se fue
solo. Klaus Mann, de familia le viene al galgo, propuso el suicidio colectivo
de la intelectualidad europea; también se fue sólo. Carson avanzó, renqueante,
hacia su pequeña muerte privada que alcanzó en 1967. En Inglaterra re-aparece “La campana de cristal”, ahora con el
verdadero nombre de su autora, madre de suicida y suicida ella misma. En
Georgia (EEUU), Flannery O’Connor, diríase que misógina, acaba sus sufrientes
días. Su querida Anne Porter tiene 77 años. Violeta Parra, educada hasta en la
muerte, da gracias a la vida y se pega un tiro en la cabeza. Dorothy Parker. Che Guevara. Bonny and Clyde. El Graduado. El verano del amor. Big Electric Chair. Cien años de soledad…
En
los USA se consigue que la definición de “Homicidio”
incluya también el “asesinato de un
negro”. Largo y cálido verano de 1967 en Detroit.
4
Murió
de alcoholismo
envuelta en una manta
en una reposera
de un barco
de vapor.
envuelta en una manta
en una reposera
de un barco
de vapor.
todo
lo que de ella
quedaba
quedaba
eran
sus libros de
aterradora soledad
aterradora soledad
todos
sus libros sobre
la crueldad
del amor sin amor
la crueldad
del amor sin amor
como
el turista que paseando
descubrió su cuerpo
descubrió su cuerpo
y
notificó al capitán
y fue
despachada rápidamente
a otro lugar
en el barco
a otro lugar
en el barco
y
todo
continuó simplemente
tal
como ella lo dejó escrito.
continuó simplemente
tal
como ella lo dejó escrito.
(Bukovski)
5
–Con clientes así da gusto trabajar.
–En ningún otro sitio tendría mejores
oyentes.
–No lo dirá por ese…
–¡Precisamente!
–Pues, ahora, querido bebedor, déjeme que
le cuente algo– y me sirve, parsimonioso, otro carajillo al
cincuenta por ciento:
Corría el frío año de 1709: Coincidió con
el Mínimo de Maunder. Se helaron hasta los topos. En la isla Más a Tierra, del
archipiélago de Juan Fernández, reinaba, sin embargo, una primavera adelantada.
Como todos los días, Alex, rememoraba la sucesión de minucias que, convertidas
en acontecimiento, marcaron su vida. Y es que le repateaba que el capitán del
Cinque Ports se paseara, provocativo, arriba y abajo con los dos brazos
tatuados y luciendo tres aretes en las orejas. Y se lo dijo. Y. además, le
exigió (sic) que se reparara el barco antes de seguir la singladura. A mí nadie
me exige nada, dijo el oficial, que no era otro que el gran Dampier. Y, además,
no me gustan los lokos con algas, ni la langosta, remató. De esa discusión se
desprendió una conclusión inesperada: Alex se quedaría en tierra. Le dieron lo
imprescindible para la supervivencia y la Biblia… y el barco desapareció… ¡por
completo!... tragado por las aguas; los que consiguieron mantenerse a flote
murieron de escorbuto. –¿Qué le parece?
–Y continúa…
Estos abandonos llegaron a ser costumbre.
Normalmente redundaban en el apaciguamiento del confinado; Alex, sin embargo,
siguió siendo pendenciero.
Pasaron cuatro años desde aquella
discusión tan relevante. En ese tiempo, Alex, fue capaz de reconstruir el paso
del Paleolítico y Mesolítico al Neolítico; y una mañana ventosa de febrero, precisamente
tal día como hoy del año 1709 y mientras
Farina, en la helada Colonia, describía su perfume a su hermano, avistó dos
barcos que se acercaban a la isla. De los dos, uno, el Duque, atracó en la
ensenada; la Duquesa esperó en alta mar. Bajó el capitán, Woodes Rogers, y con
mueca propia de Sid Vicius*:
–¿Qué? ¿Se le han pasado las ganas de
discutir las órdenes?– Su voz sonó mantecosa a causa del escorbuto–acota
el cantinero.
–No sé quién se llevó la mejor parte. Yo
conservo mis dientes.
–¡Mire que le dejo aquí!
Alexander no pudo tomar en serio esa
amenaza desdentada. Y se rio. Al reclamo apareció, desdentado, el ubicuo Dampier,
navegante principal del Duque y ejecutor del abandono. No dijo nada por temor
al ridículo. Alexander, rehecha su vida por la necesidad y por la Biblia, instó
al olvido de los agravios y les ofreció un paquetito de Coclearia, a más de
media cabra asada acompañada de algo parecido a la col kale. Comer fue un
esfuerzo sobrehumano. El día de los enamorados se izaron las anclas.
Y así, de esta forma tan amistosa,
concluyó la confinación del corsario Alexander Selkirk. Los barcos, con patente
de corso, siguieron su camino y continuaron su labor corsaria a favor de la
corona inglesa y a costa de las embarcaciones francesas y españolas… dentro de
la llamada Guerra de Sucesión. La expedición que abandonaría a Alex había
salido de Londres ¡el 11 de septiembre
de 1704!
–¿Qué le parece?
–Apabullante.
*****
Alexander
murió en alta mar en 1721 y fue lanzado a las aguas africanas dos años después
de que Defoe inmortalizarasin pagar derechos, su hazaña.
Si
quieren ustedes leer un relato más convincente, ¡háganlo!:
6
Diez
años exactos después de lo del ojo de Buñuel, encontraron en Moscú unos ojos
atravesados, biomecánicamente, con
espaditas lorquianas. Y es que el Realismo
Socialista nunca fue una broma. Aquel que acostumbraba besarlos fue
arrastrado como un despojo por los helados campos de Siberia.
Algo
tengo escrito en estas páginas sobre Meyerhold. ¡Léanlo!