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miércoles, 15 de enero de 2014

Propuesta para hoy, día 15 de enero. Rosa y Karl. CUARTA (Y ÚLTIMA) PARTE


Del río baja una niebla espesa. El chubasquero parece una hipertrofiada hoja de col y el gorro, un nido de golondrinas despistadas. Los berlineses auténticos, siguen llevando sus flácidas carteras de cuero. No, no es que sean funcionarios de copete. Llevan el bocadillo y el termo de café aguado. Y el Bild. Berlín se despierta: “Sinfonía de una gran ciudad”. 
Cojo el  u en el Jannowitzstrasse y bajo en la Friedrich a la altura del Checkpoint.  Entro en un bar- restaurant-tabaco en la esquina con Rudi Dutschkestrasse. Por esta zona cuando te sales de la arteria principal te encuentras con descampados o edificios de nueva planta que intentan hacer olvidar todo aquello que pasó. Decía el ángel de la historia que el pasado es una acumulación de ruinas. Aquí ha quedado el espacio de las ruinas; las ruinas se han reciclado. “Quisiera el ángel detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado…”

Rosa: La Revolución es la única victoria que se consigue tras una cadena de derrotas.


A partir del día 9 todo estuvo perdido:




Noske ha traido la División de Tiradores de Caballería de la Guardia y les tiene preparado el elegante Hotel Eden.

Cuenta con las tropas de Maercker y las de Reinhard.
Voluntarios que se van apuntando.
Cuenta con su “batallón de Hierro
y con 1500 hombres de refresco que descansan en Kiel.
Y, por si fuera poco, cuenta con la neutralidad de la “División de Marinos” (de las Caballerizas) y la simpatía, aún no claramente declarada, de varias unidades de soldados con las que contaba la revolución…y con la desorganización de los sublevados.

El Comité Revolucionario sigue en la Alexander. Las fuerzas revolucionarias siguen ocupando los puntos neurálgicos. Los Independientes prosiguen con su intento de compromiso. Pero los Independientes ya no pintan nada.  Está claro que el enfrentamiento directo sobrevuela el cielo de Berlín. Rosa pide a Karl que reconsidere la insurrección; cree que es llevar a la clase obrera al matadero. Hasta Radek pide la retirada. El partido  (Leo Jogiches) conmina a Karl a que se aparte oficialmente de la sublevación. Pide a Rosa que haga pública en la “Rote Fahne” la posición oficial del partido.

Karl no dejará en la estacada al pueblo. Su sitio está en la calle. “Hay que atreverse a ser un hereje”. Y Rosa, pese a todo, no puede ir en contra de los trabajadores…el movimiento ha surgido espontáneamente de las masas. La socialdemocracia ha dejado claro que su deseo es la república burguesa. Apuesta por la Constituyente y está decidida a masacrar a todo aquel que se oponga a sus planes.


El jueves 9 es “visitada” la redacción de “Rote Fahne”. Creen haber detenido a Rosa, pero se han llevado a una empleada, que se escabullirá a la primera. Al día siguiente, vuelven a la redacción. Está claro que no es un lugar seguro.
Preparan el asalto al “Vorwärts”, en la Lindenstrasse. Aparecen cañones de 10’5 y ametralladoras antitanque. Los de dentro tampoco son mancos. El ataque dura y dura… Rosa busca refugio. Karl deambula como loco por entre el infierno en que se ha convertido Berlín.




El sábado 11. El combate por el Vorwärts seguía y se acrecentaba. Se añadió la ignominia a la brutalidad, pero a estas alturas eso ya no extraña: de los seis que, con bandera blanca, salieron a parlamentar, cinco fueron mutilados y fusilados y el 6º devuelto con una nota que exigía “rendición incondicional”. Trescientos defensores fueron apresados. Cuando von Stephani, oficial de la vieja escuela, consultó con la Cancillería, recibió la estremecedora orden: “¡Fusiladlos a todos!”. Von Stephani, sujeto a las “civilizadas reglas” de la guerra, se negó. Pero no pudo evitar algún desmadre que le costó la vida a media docena de defensores y dejó el patio lleno de “miembros disyectos” fruto del furor del momento. Finalmente esos trozos de hombres valientes siguieron la suerte de los escombros.

Acabado el asalto, mientras un grupo de cascos de aceros se acerca a la sede espartaquista a ver qué podían hacer (detienen a Leo), se realizó una demostración de los primeros Freikorps: “un ostentoso desfile (…) a través de los barrios burgueses situados al oeste de Berlín, desde Lichterfelde pasando por Steglitz y Schöneberg hasta la Postdamer Platz y siguiendo hasta la Dönhoffplatz”. Toda esta fanfarria iba precedida por el miope Noske. Dejaban una apestosa mezcla de intimidad púber y dulzona cadaverina.

El “Post” del domingo difundió el hecho y lo consideró como una marcha de la victoria.

Durante la noche se consuma la terrible “toma” del Cuartel de Policía. La Alexander Platz quedó como Hirosima.

La revolución había sido vencida. Después vendría la venganza.



Rosa y Karl estaban en el punto de mira. Estaban siendo vigilados desde que entraron las tropas en Berlín (¡ya había pasado un mes!). Dormían en habitaciones de amigos, en hoteles, en la itinerante redacción de “Bandera Roja”…Se negaron a abandonar Berlín e, incluso, renunciaron a los guardaespaldas del partido. Leo, había tenido tiempo de mandar decir a Rosa y a Karl que se alejaran de Berlín.

Rosa se esconde en Hallesches Tor, en casa de un médico. Cerca del Landwehrkanal.

Pago los dos cafés y compro un paquete de Pueblo. Bajo la Friedrich y recalo en aquella central petroquímica del otro día. Pido una salchicha de medio metro (¿qué si no?)  y una bota de cerveza. La casa en la que se refugiaba Rosa estaba detrás de esa estructura que cierra la Friedrich. Detrás discurre el Canal con los brazos abiertos. A esta hora una delgada capa de hielo cubre las aguas. Los cisnes negros se mueven con dificultad.

 Desde allí mantiene viva la llama de “Bandera Roja”, que cada día calienta menos. Al caer la noche aparece Werner (enlace de Karl) y preguntó al anfitrión si podía acoger también a Karl. Rosa le había enviado una notita: “Karl, vuelve, te lo perdono todo”. Rosa ha preparado una maletita con sus enseres personales y algunos libros…ante la eventualidad de una detención.

Vuelve a entrar Werner y dice que cree que han descubierto la dirección del médico. Es conveniente que Karl y Rosa abandonen el piso. Se propone una vivienda en Neukölln, un bloque de piso proletario. El marido aún no ha vuelto del trabajo y es la mujer la que, orgullosa, acondiciona la humilde residencia para acoger a tan queridos huéspedes. Puso la mesa para sus invitados, incluido Werner y cuando llegó el hombre, cenaron en medio de una alegría inusual. Y así acabó el día 11 de enero.

La noche transcurrió plácida. A las diez de la mañana del domingo 12 de enero, Werner, el mensajero, trae el “nuevo” Vorwärts y se enteran del desastre.

Otro domingo sangriento… ¡y van mil! Se fusila por la calle. Se grita el nombre de Rosa y el de Karl. Se les acusa de lo acontecido. La buena sociedad acude a misa de doce y baña sus dedos en la pila de agua bendita y se los relame como si fuera sangre de mártir.

Rosa y Karl no se entienden. Rosa le recrimina inconsciencia criminal. Karl dice haber seguido la espontaneidad de las masas. Ambos son cadáveres sedentes. ¿Es este el programa del Partido? ¿Ha llamado el Partido a la insurrección?¿No hemos quedado que era necesario que la gran mayoría del proletariado estuviera con los espartaquistas, que adoptara con objetivos y métodos? ¿No hemos dicho…?


El 13 de enero. Lunes.

“Llamamiento al Pueblo alemán.
Después de una semana de graves disturbios, regresa el orden. Las tropas leales al Gobierno han conseguido… bla, bla, bla… Fanáticos extraviados, junto a oscuros elementos de la gran ciudad…bla, bla, bla… Contra la resistencia del pueblo, especialmente de la clase obrera…bla, bla, bla… La esperanza de que esta victoria abrirá un nuevo capítulo de la Historia universal, en beneficio de nuestro pueblo y de toda la Humanidad”

El Gobierno había vuelto a hablar y lo hacía desde el Vorwärts reconquistado. No basta con lo conseguido: perseguiremos a las ratas hasta sus madrigueras y les daremos muerte a culatazos. ¡Berlineses, confiad en vuestro Gobierno! ¡Esto no ha hecho más que comenzar!
La Historia Universal se estremeció y recorrió el espinazo de Karl y de Rosa. Han puesto precio (elevado) a sus cabezas. Werner, cada vez más extraño, dice que han descubierto su nuevo escondite. ¡Cómo…pero si no hemos salido ni nadie nos vio entrar! Werner sueña con una vida mejor. A fin de cuentas estos dos están sentenciados y, por así decir, muertos. Tengo derecho a ciertas mejoras.
En el mismo periódico aparecía una coplilla que revelaba todo el alcance de la miseria socialdemócrata:

“Incontables muertos en una fila–
¡Proletarios!
Karl, Rosa, Radek
Y sus compinches–
No estaban allí, no estaban allí!
¡Proletarios!”


14 de enero

La “División de Tiradores de Caballería de la Guardia” de Noske, establecidos en el Hotel Eden, junto al Zoo, empezaron el desarme (y el desalme) de Berlín. Se tomaron medidas extraordinarias que fueron ordinarias durante una larga temporada. Los muertos eran recogidos en carretas y llevados a fosas comunes. Después llegaban los barrenderos y tal.

Una llamada telefónica les espanta. Se va cerrando el círculo. ¿Será Werner quien lo cierre? Sin duda sus pasos están siendo seguidos (¿y dirigidos?).

Se trasladan a su última morada: 53 de la Mannheimer Strasse, en el barrio burgués de Wilmersdorf. Una casa cómoda. Nada que ver con la de los camaradas de Neukölln.  Rosa hubiera preferido quedarse con sus camaradas. Hablar con ellos.

Allí escriben lo que serían sus dos últimos artículos:

Rosa. “El orden reina en Berlín”.
Llamaba a sacar conclusiones y a medir lo ocurrido “conforme a grandes escalas históricas”. No ocultaba la inmadurez política de los soldados ni la falta de “comunidad de acción” (en referencia al campesinado). Y, lo que era más importante, la lucha económica, alimento de la lucha de clases, estaba en sus albores.
“¡El orden reina en Berlín! Ha anunciado triunfante la prensa burguesa, anuncia Ebert y Noske, anuncian los oficiales de las tropas victoriosas, a quienes los ciudadanos de Berlín agradecen con pañuelos en la mano y con gritos de júbilo” (…)
¡Obtusos esbirros! Vuestro “orden” está construido en la arena. Mañana la revolución “se elevará de nuevo hasta lo más alto” y anunciará al son de las trompetas: “¡Fui, soy y seré!”

K. Liebknecht: “¡A pesar de todo!” Había captado perfectamente el tono bíblico de la situación. Presiente “la pasión” que les espera.
“Oh, despacio.
No hemos sido vencidos ni hemos huido. Aunque nos carguen de cadenas. Estamos aquí, y aquí nos quedaremos. Y la victoria será nuestra. Porque espartiquismo significa fuego y espíritu…alma y corazón…voluntad y acción de la revolución del proletariado. (…) El calvario de la clase trabajadora alemana aún no ha terminado, pero el día de la redención se acerca (…) y si estamos vivos para presenciarlo podremos ver cumplidos nuestro programa: el mundo será dominado por los hombre libres, a pesar de todo”.


15 de enero

La edición de “Bandera Roja” fue requisada casi en su totalidad. Karl y Rosa, gracias a Werner, pudieron leer sus artículos. Y allí estaban tomando café y leyendo. Así me lo imagino. Se acabaron los reproches. Rosa, opuesta a la sublevación, no podía dar la espalda al proletariado, ni dejar de llorar por su destino. Karl, un Lenin inverso, pareció anidar dudas entre los pelos del bigote. ¡Querida Rosa! ¡Querido Karl!... y se oyó el revoloteo negro de los cisnes del canal.

Werner iba y venía, cada vez más inquieto. Llegó Pieck (el abuelo de mi amigo del tugurio ferroviario) y volvió Werner. Se aseguró de que esta noche estuvieran en casa. En el bolsillo interior de la chaqueta, donde la pistola, cualquiera pudo haber notado un bulto blando compatible con un fajo de billetes. Ellos no lo notaron. La tarde pasaba presagiosa. A Rosa empezó a dolerle la cabeza. Los días húmedos, además, le dolía la cadera. Y el 15 de enero del año 1919, fue frío y lluvioso.

Sobre las diez de la noche sonó el timbre. Apareció el propietario de un restaurante próximo preguntando por la pareja. La señora de la casa dijo que no estaban. El mesonero llamó a la guardia que esperaba abajo y empezaron el registro. Naturalmente los encontraron. Los propietarios lloraban de espanto: ¡Nosotros no somos espartaquistas. Uno de ellos tenía la llave de nuestra casa y…! ¡Apártese señora! ¡Vaya a la cocina, a su sitio, y no asome la jeta!

Se los llevaron a los tres, en dos coches: uno para Karl y otro para Rosa y Pieck. No había mucho tráfico. Los coches enfilaron la Hohenzollerndamm, siguieron por la Bundesallee y la Joachimthales Str hasta la Budapester Str. Allí estaba el Hotel Edén…y hacia allí se dirigían.

El Hotel Edén, no se confundan Vds., no tiene nada que ver con el “Eden Hotel an Zoo”, que es una pensión decente situada por los alrededores de donde se ubicaba el original. Era una construcción regia. Un Hotel de alto copete. Elegante, aristocrático, punto de reunión de los personajes de Iserwood y de Marlene Dietrich, H. Mann…y de todos aquellos que se lo pudieran pagar. Lo más concurrido era el “Bar americano” y el espacio dedicado al mini-golf, donde daban golpes los grandes golfos de Berlín. La segunda Guerra lo redujo a ruinas. El solar lo ocupa la Olof-Palme-Platz.



Primero llegó Karl, sombrero, manos en los bolsillos y mirada retadora. Los dos soldados de la entrada le asestaron sendos golpes con la culata de sus fusiles. Se oyó un ruido de huesos rotos. La sangre empezó a manar. El Hall del hotel empezó a parecer el suelo de una carnicería. Le negaron vendas e incluso le impidieron ir al váter. Los insultos casi sobraban. Detrás venía Rosa y Pieck. Pieck tuvo la suerte de escapar, obsesionados como estaban los soldados por la tullida, por la puta, por la sanguinaria. Fueron conducidos al primer piso al despacho del capitán Pabs

–¿Es Vd. la señora Rosa Luxemburgo?

–Decida Vd. mismo, por favor.

–Por los retratos debe de ser Vd.

–Si Vd. lo dice.



Primero uno y después la otra fueron bajados a empujones y culatazos. Pabst se quedó redactando la nota de prensa que aparecería al día siguiente: aplicación de ley de fugas mientras se dirigían a la prisión de Moabit. Rosa Luxemburgo fue atrapada por una multitud enfurecida y, pese a la vigilancia de la guardia, se encuentra en paradero desconocido.

En realidad la calle que daba a la puerta lateral del Hotel estaba cerrada al tráfico y a los curiosos. El soldado Runge estaba apostado en el quicio con la orden escueta de golpear en la cabeza a los detenidos según fueran saliendo. Le dieron una sola orden: en su cabeza no había espacio para más. A pesar de todo, entendió mal y golpeó dos veces y hubiera seguido si los demás componentes del comando no hubieran protestado: ¿Y nosotros, qué? Runge, rugió y se echó el máuser en el hombro. Dos coches esperaban como dos cisnes negros. En el primero subieron a Karl y en el segundo, dirigido por el teniente Vogel (“pájaro”), a Rosa. El cortejo se dirigió hacia el Tiergarten (jardín de las fieras) Desde el coche de Rosa, se veía a lo lejos el vehículo en el que iba Karl. Se veía, pero Rosa no pudo verlo porque le habían pegado un tiro en la sien justo al subir al coche. Los asientos quedaron hechos un asco. Los soldados apoyaban los pies en los asientos delanteros para no pisar deshechos humanos.

Al llegar al Neuen See bajaron a Karl, le descerrajaron dos tiros en la cabeza y lo depositaron en la morgue: “hombre desconocido”.

El coche de atrás adelantó al de Karl y se dirigió hacia el Canal. Pararon el motor y dejaron los faros encendidos. Cogieron el bulto y lo lanzaron por encima de la barandilla del Lichtensteinbrücke, a las heladas aguas del Landwehrkanal. Se oyó un ruido de cristales rotos y un glu, glu… definitivo.



Al día siguiente los periódicos novelaron la escueta nota que el capitán Pabst había escrito la noche anterior. La Burguesía, incluida la socialdemocracia, respiró tranquila. A Noske le pareció poca cosa… y la matanza continuó. Habían encontrado un método que pronto tendrían ocasión de contrastar en otras partes de Alemania.

Los asesinos fueron tratados con una indulgencia esperable.

Saben que les digo, que me voy ahora mismo. Mis Ángeles Custodios entenderán el asunto. Doy unas palmadas y acude el camarero y mis Ángeles. Hacedme la silleta de la reina y, con cuidado, conducidme a casa. Sobrevolar, si queréis aumentar mi infelicidad, el Tiergarten.

“¡Oh Alemania, pálida madre!
Entre los pueblos te sientas
cubierta de lodo.
Entre los pueblos marcados por la infamia
tú sobresales.

¡Oh Alemania, pálida madre!
¿Qué han hecho tus hijos de ti
para que, entre todos los pueblos,
provoques la risa o el espanto?”







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