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martes, 24 de diciembre de 2013

Propuesta para hoy, día 24 de diciembre. SEGUNDA SERIE. Cardenal Casañas y varios.

(Los asteriscos * remiten a “razones efimerísitcas”)

Según se acerca la navidad los acontecimientos se acumulan. Todos quieren asociar su nombre, y alguna hazaña, a fecha tan señalada. Yo mismo: esperé a que la nochebuena se disolviera en navidad para nacer. Harían falta cientos de “propuestas” para mencionar, tan sólo, el cúmulo de efemérides que se agolpan ante la estrecha puerta del solsticio de invierno.

Bah!, lo mejor es echarse al ruedo y ya verán Vds. cómo se cuadra el círculo. O, si así lo prefieren, lanzarse al ring…y ya verán cómo se redondea el cuadrado.

Ya hace eones que no visto chubasquero ni encasqueto orejera. Hegel aún no está acostumbrado a tan extravagante indumentaria: ladra y se avergüenza. Le lleno su recipiente de chuches y salgo sigiloso. Tentempié en la cantina del Día. Es entrar y una carcajada múltiple (y al unísono) hace temblar las paredes de este templo del saber. El cantinero, que es de Murcia, se limita a servir lo que le pido. La clientela no levanta los ojos de su “sol y sombra”. Tarjeta dorada, lado mar y ¡hala! ¡A Barcelona!


Ramblas abajo giro por Cardenal Casañas, cruzo la Plaça del Pi, me dirijo a Banys Nous por Ave María. Entro en el Portalón y pido un orujo…es que parece que me falta algo. Me dirijo a San Felip Neri y de allí a la plaza de la catedral. Como una sombra desplegada, como una nube tormentosa, como un mal presagio…así me ven mis conciudadanos. A mí, un jubiloso-jubilado que va en pos de la remembranza.

La plaza está ocupada por ese mercadillo de rastrojos que ponen de vez en cuando. Ahora añaden burros y bueyes. Ángeles y recién nacidos… Todo un batiburrillo infernal. Es navidad. Las familias ya deambulan por entre las ruinas, como turistas por Pompeya o Herculano. Los papá-noel chinos escalan los balcones con esfuerzo. La música atruena… y yo tomo asiento en el “Racó del bisbe” (o algo parecido), enfrente de ese local en el que siempre tienen expuesta alguna baratija de Dalí como señuelo de la nada. Pido un cuartillo de ratafía y espero a que los fantasmas lleguen… ¡y llegarán!


Eran las 8 de la tarde (noche) del 24 de diciembre del año 1905.

En septiembre había tenido lugar el infame bombazo (rápidamente, como siempre, atribuido, falsamente, a los anarquistas) de las Ramblas que costó la vida de la hermanas Rosita y Josefa Rafa, y media vida a su primo hermano, con quien habían salido a pasear aquella soleada mañana del sábado día 3. “Las autoridades supieron aprovechar esta situación para justificar un reinado de terror contra el movimiento anarcosindicalista” (Teresa Claramunt): Se refería en primer lugar a la gente de Prat de la Riba, los “padres” de Barcelona y, por extensión, de Catalunya. La iglesia se limitó a cumplir con el ritual, pero exigió, como no podía ser de otra manera (anoto esta expresión en honor a P.) “imponer el orden”. 




Acabó el verano, pasó el otoño y recién empezado el invierno, a las 8 en punto de la noche del día 24 de diciembre ocurrió lo que tenía que ocurrir.

Salía el Cardenal Casañas, todo pincho, de la Catedral. Su figura, a contraluz, parecía mi copia. Como eran días especiales, vestía de gala como quien dice: sotana roja (en un principio, morada…de dónde cárdeno), capelo cardenalicio, anillo ídem, birreta (¡¡) roja y bajo el birrete, el solideo que, sólo ante dios (¿) ha de quitarse. Parecía una cerilla recién prendida. El rojo, signo de su disposición a la muerte, lo envolvía. Aunque, mirándolo bien, también parecía que saliera a matar.

Sepan Vds. que los cardenales no visten de cárdeno-morado (eso era antes), sino de rojo (o negro, en sus paseos ordinarios). Y por ese motivo, por su llamativa cresta roja, al “cardenalillo” le llaman así: es un pajarito inquieto, arisco, que, pese a todo, se adapta a la cautividad. No es extraño que (aún) en Murcia oigan Vds. referirse al geranio con el sonoro nombre de “cardenal”. Y “cardenal” es el nombre preferido por nosotros para referirnos a un moratón, que los médicos denominan equimosis. Si de un toro se trata, ha de ser negro y blanco y si de agua, opalina.

La calle principal de los asentamientos romanos, después ciudades, era el “cardus” (no confundir con el güisqui), arteria que vertebraba la urbe y en torno a la cual giraba toda su actividad. De ahí, “cardinal” (como las virtudes “cardinales”, verdaderos goznes de la práctica cristiana). Así que los cardenales son las bisagras de la iglesia…

Tras lo dicho me atrevo a proponer una definición: individuo perteneciente al orden jerárquico inmediatamente previo al papado; normalmente bujarrón y amigo o encubridor de bujarrones.

Bueno, pues eso. Salía todo pincho el cardenal, sintiéndose el centro. Se había echado las alas de la capa sobre el hombro izquierdo, para cubrirse el corazón.

Un poco antes Juan Salas, tejedor de Vic y anarquista internacionalista, salía de “la Fonda el Siglo” de la calle Calders. Había comido un plato de “cap i pota” y un buen trozo de “cap de bisbe, negre” y se dirigía, un poco aturdido por el vino de la tierra, y tanto puerco, hacia la explanada de la catedral por los sombríos callejones del Born y aquellos que la Vía Layetana destruiría.




Juan Salas, se acercó a él, se arrodilló y pidió besarle el anillo cardenalicio. Se llevó la mano al pecho, como compungido, sacó un cuchillo de cocina rociado de veneno del peor y se arrojó con saña sobre el cardenal Casañas. El cuchillo se enredó entre tanto trapo. Los guardaespaldas sujetaron el brazo de la justicia proletaria y el guardia Antonio Vaquero (¿sería ancestro de mi querido guardia Ovejero?) con la ayuda de un transeúnte solícito, lo redujo a sus justas proporciones: pobre tejedor de Vic. 

En el bolsillo llevaba un Smith y un frasquito de veneno.

El mismo día, o sea tal día como hoy, del año 1837, nacía la descolocada Sissi, destinada al estilete de Lucheni que, pese a su delicadeza, no falló.

El cardenal salió, pues, ileso, pero al pobre tejedor le produjeron un cardenal (moratón al que los galenos llaman equimosis) en la cara que hizo que la gente pensara que el frustrado vengador era un piel roja. Y otro “in pectore”.

Lo condujeron por el carrer del Bisbe y Montjuïc del Bisbe hasta el “cuartelillo” de la plaza de Sant Felip Neri.

Al día siguiente…

–¡Camarero! ¡Tráigame otro cuartillo de ratafía!

–Pero, ¡hombre de dios!... ¡no grite que lo van a oír!

–¡Eso quiero, que me oiga! Y ahórrese lo de dios que no está el horno para bollos.

–Podría abonarme la cuenta….es que tengo que cuadrar caja y tal.

Al día siguiente, decía, Salas declaró que estaba cansado de vivir sufriendo; que su vida no era vida: trabajo y miseria… y todo por culpa de los jesuitas… ¡por eso quería matar al cardenal!

Mientras el pobre Salas se lamentaba de su mala suerte, en la catedral se cantaba un Te Deum por la suerte del clérigo. La iglesia estaba a parir. Y los que no cupieron, les cupo la satisfacción y el consuelo de recibir la bendición que desde el balcón del palacio episcopal arrojó con descuido el arrogante y suertudo cardenal. Mientras la bendición caía hecha trizas, la multitud daba ¡vivas! al Papa y, ya puestos, cantaron cualquier cosa en honor de la Virgen.

La multitud rompió filas para dirigirse a los lupanares que, a decenas, salpicaban el sacramental barrio. Era ya mediodía, justo la hora en la que Juan empezó a sentirse mal. Cuando acudió el médico la celda estaba llena de vómitos; le aconsejó, a distancia, un poco de bicarbonato y a las dos en punto de la tarde murió. La autopsia esquivó tan ponzoñoso asunto. El galeno llegó a su casa antes de que se enfriara la lasaña que su fiel y devota esposa había preparado para él, para los tres hijos y, si sobrara, para ella.

Cuando pasen Vds. por la calle del Cardenal Casañas piensen en la miseria de este personaje y, en general, en la necesidad de que el Ayuntamiento de Barcelona haga una purga en el callejero de la ciudad.

Ya tengo el culo helado, así que me levanto; el chubasquero se engancha en una esquina de la mesita y toda la estructura y lo soportado se va a tomar polculo. Todo el mercado de Santa Llúcia se vuelve hacia el estruendo.

–No es nada, señores. Sigan Vds. a lo suyo.

Cruzo la explanada y me dirijo al bar de enfrente, junto al estanco. Ante la perspectiva, el camarero se apresta a recoger las mesas. Llego justo antes de que recoja la última. Le arranco la silla de las manos y tomo asiento debajo de una chimenea petroquímica.

–Perdone, garçon, pero aún no he concluido mis remembranzas. ¡Póngame un cuartillo de “Málaga”!

–Pero ¿no estaba Vd. con la ratafía?

–¿Qué más da?

Benedicto XVI, Ratzinger para los amigos, fue nefasto de verdad. Su cara entre lémur y rata travestida, te ponía los pelos de punta. Protector de pedófilos, se encarnizó contra todos aquellos que se apartaran lo más mínimo de la ortodoxia sexual católica. Beatificó a todos los “mártires” que quedaban sin beatificar de la revolución española y batió el récord de nombramiento de cardenales: ¡90!



Cuando ya no podía ni cagar solo, renunció al cargo. Fue el segundo en abdicar. El primero fue el cándido Celestino V, el breve. Elegido por aclamación tras dos años de vacío de poder por la rivalidad de los Orsini y los Colonna. Tenía 85 años y una ignorancia de los asuntos eclesiásticos a la altura de tan provecta edad. Pensó, sin embargo, poder reformar la Iglesia. Trasladó la sede a Nápoles, donde entró a lomos de un asno conducido por el mismo rey de Nápoles (sobrino de San Luís) y por su hijo, recién nombrado rey de Hungría. Era el día de San Fermín del 1294. Abdicó el de Santa Lucía, que le abrió los ojos a la imposibilidad de cualquier cambio. Dijo que quería profundizar en su vida ascética y tal.



Tal día como hoy, del año 1294, Bonifacio VIII sustituyó a Celestino. Restituyó a Roma la sede de Pedro e hizo lo posible para liquidar al anciano ex­-Papa. Y lo consiguió.

El pelaje de Ratzinger no pasó desapercibido. Una mujer, pantalón negro y sudadera roja con capucha, a más de “desequilibrada mental” (¿cómo si no se hubiera atrevido a perpetrar semejante crimen?) saltó la barricada por entre la que pasaba el pontífice en su caminata al altar central de la Basílica de San Pedro para celebrar la misa del gallo del año 2009. Trastabilló y en su torpe caída se llevó palante al pontífice  y a sus acompañantes. 

El cardenal Roger Etxegaray, de la edad de Celestino, sufrió fractura de fémur y Benedicto XVI el ridículo más espantoso de su carrera. La desafortunada heroína, Susanna Maiolo, ya lo había intentado la navidad anterior.


Ratzinger recogió la tiara, se la entregó a un monaguillo para que la llevaran al chapista, se colocó la de repuesto y siguió impasible su paseo.

Y hablando de misa de gallo y tal, recordarles a Vds. que Francisco José II del Sacro Imperio Romano Germánico, abuelo paterno de Francisco José, esposo de Sissi y rey-emperador de K.K., prohibió (1801) a Gall impartir docencia. Aducía que la frenología era una avanzadilla del pernicioso materialismo. Añadan Vds. otra K. (K.K.K.) y se toparán con otra efeméride: Tal día como hoy, del año 1865 se fundó el Ku Klux Klan. 14 años exactos más tarde Cuba abole la esclavitud.

Napoleón, que tras Austerlitz suprimió el Imperio y redujo al Francisco José II a la categoría de rey de Austria, pensaba lo mismo al respecto. Eran enemigos en la medida en que pueden serlo los poderosos.

Y para acabar esta mañana espesa y dulce, gracias a la ratafía y al “Málaga”, recordarles dos cosas:
  •     que tal día como hoy, del año 1814, Estados unidos e Inglaterra firmaron la “paz perpetua”. Kant hacía 8 años que criaba malvas.


  • 2.      Que Guadalajara también tiene algo que decir. En 1715, Felipe V, “el guarro”, fácilmente “excitable” como todos los borbones, contrajo matrimonio con Isabel de Farnesio, picada de viruela. A Felipe V…eso le daba igual. Se casaron en el Palacio del Infantado de Guadalajara. Aún no había dicho el cura el “Ite misa est” y ya estaba Felipe haciendo el trabajo debajo de la falda. El matrimonio se consumó en el reclinatorio, digo yo. Era tal día como hoy, del año 1715.












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