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lunes, 9 de septiembre de 2013

Propuesta para hoy, día 9 de septiembre. 2ª SERIE. Satie. John Cage. John Cale…


Amante como soy de los “gestos”, estoy a punto de caer en la tentación de un desayuno minimalista: café de melita. Por suerte, Hegel se niega en redondo a tan escueto comienzo. Así que lo de siempre: tostadas de pan con aceite y orégano (recién cogido) griegos y carajillo al 50% . En realidad esta inveterada costumbre, esta rutina… me produce un profundo tedio, un, si me permiten, foráneo spleen que soporto con elegancia de esteta.
Vale que Baudelaire lo elevó a categoría poética (y universal), pero la cosa viene de lejos y estoy por decir que Caín liquidó a Abel una tarde-noche en la que el aburrimiento fue superior a su escasa “educación para la ciudadanía”.
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Cuando Satie, desolado por la ruptura con “la terrible María” (aunque prefería ser llamada Suzanne) heroica madre de Maurice Utrillo (“Litrillo”), que lo dejó “sin nada excepto una helada soledad que llena el cerebro de vacío y el corazón de tristeza”, compuso Vexations (algo así como “fustraciones”… “molestias”, nada grave, vamos), la Tour Eiffel aún no estaba construida. Así que no pudo inspirarse en el desnortado e inquieto panadero de Landes que, tal día como hoy del año 1899, año de la inauguración, logró escalar los 347 escalones de la primera planta de la torre… ¡con zancos! No pudo pues, inspirarse en ese gesto repetido, aburrido, ¿inútil?


Esa repetición monótona del mismo gesto obsesivo quizás conjure el infierno, tapando todos los intersticios por los cuales pueda colarse la locura. Es el reverso del súbito “arrojarse”.
Ya sé que mi incesante y mecánico giro de muñeca, así como mi rutinario encender cigarrillos tiene un sentido parecido. Lo litúrgico sería tomar sin respirar 840 copas de slivovitsa, hasta sumergirme en el océano Zénico: Si algo te aburre después de dos minutos, inténtalo durante cuatro. Si aún te aburre, inténtalo ocho, dieciséis, treinta y dos, y así sucesivamente. Finalmente descubrirás que no es aburrido en absoluto, sino muy interesante”…Lo malo de mi caso es que acabaría en al Cap de Ocata…antes de llegar al aburrimiento.
La “propuesta” de hoy es un reto: atrévanse a escuchar (o a oír, si lo prefieren) las 840 repeticiones estipuladas por el compositor de esas 152 notas repartidas en 13 (la “semana del diablo”) pulsos, que no compases.
Satie fue el verdadero precursor. Nadie como él ha reunido la sencillez, la elegancia, la inteligencia, la sutileza, la amabilidad, la anarquía, la humildad, el desprecio por lo grave y el poder… Pero no se trata, hoy, de rememorar la figura del músico y su importancia en el desarrollo de la música moderna… ¡Volveremos sobre el tema!


El 9 de septiembre de 1963, mientras los situacionistas, herederos de los letristas, luchaban contra el aburrimiento radical que emanaba como un tufo venenoso del orden capitalista, mediante “ruidos” provocativos, John Cage acuñaba su “revolución aburrida”, su revolución duchampiana, por así decir (¿”Hay algo más aburrido que Duchamp?”). El arte no ha de tener por objetivo la expresión desgarrada del artista, sino un medio para la transformación individual y para la compenetración con el mundo. O, como decía Man Ray, no hay que entender, sino aceptar. No es que a Cage le gustara aburrirse, todo lo contrario, pero lo combatía con más dosis de aburrimiento. Le ocurría digo yo, como a esos adictos al gimnasio que consiguen estar haciendo ejercicios monótonos y repetidos durante horas, impulsados por los efectos del mismo y repetido movimiento.


Pues, eso, que el día 9 de septiembre del año 1963, cogió la partitura de Vexations, recién editada y se propuso ejecutarla siguiendo las instrucciones del autor: “Para ejecutar esta pieza 840 veces seguidas, será bueno prepararse en silencio , por medio de serias inmovilidades”. Las acotaciones (y títulos) de Satie tenían algo que después encontraremos en los títulos de Duchamp: una desconexión con el contenido de la obra a la que se aplicaban; algo que introducía, en la seriedad aparente, un toque de ironía gozosa y un distanciamiento que pretendía derribar lo pretencioso con lo que se envolvía el arte tardo-romántico.
Así pues, a las seis de la tarde del día 9, en el Pocket Theatre de Nueva York, acompañado por diez pianistas más, empezó la interpretación de la partitura…Acabaría el día 10 a las 12’40 del mediodía. El New York Times envió ocho críticos, uno de los cuales acabó tocando el piano. Los del Guinnes también estuvieron. Andy Warhol, que por entonces empezaba a sonar gracias a sus repeticiones, se dejó caer por allí; ese mismo año realizó su primera película, “Sueño”, seis horas y veinte minutos del dormir pastoso de John Giorno que, sin duda, debe algo a la maratoniana sesión que rememoramos.
El precio era de 5 dólares, pero por cada veinte minutos que aguantaras te devolvían 5 centavos. Sólo un espectador, actor de teatro experimental, aguantó (sentado) toda la ejecución. Naturalmente se ganó la devolución de lo pagado y los veinte centavos adicionales por soportar la cosa hasta el final: “Me siento lleno de júbilo, no estoy en absoluto cansado”, dijo y añadió: “¿Tiempo? ¿Qué es el tiempo?...”, Para concluir afirmando que no era necesario escuchar esa música “con la cabeza entre las manos”, como había pontificado el halitósico Cocteau.
Sin duda, el verdadero héroe de la sesión fue este tal Karl Shenzer., de hecho ha pasado a la historia, no por su actividad teatral, sino por su perseverancia como espectador. Nada se sabe de su evolución mental posterior. En cambio Cage afirmó algo así como: “Me siento transformado y, creo que el mundo también ha sufrido una transformación”.
Y es que todo el minimalismo, empezando por La Monte Young y siguiendo con el arte conceptual de John Cage y derivaciones, como la música ambiental de Eno (“la repetición es una forma de cambio”), ya estaba anunciado en aquellas Vexations. Por si les resulta de interés, les diré que John Cale hizo su debut tocando en esa maratón organizada por Cage. La formación musical de Cale ofrecen un “recorrido completo por el horizonte musical de finales del siglo XX”: Estudió con un discípulo de Webern; se pasó a la composición conceptual de Cage, Fluxus y La Monte Young; se trasladó desde Gales a Nueva York siguiendo a Xenakis y recaló en el grupo de La Monte Young, (“Teatro de la Música Eterna”) donde tocaba una viola con cuerdas de guitarra eléctrica. Después vendría lo de Lou Reed y “The Primitives”, sustituido por la “Velvet…” y toda la parafernalia que la rodeaba.
Miren Vds. si la cosa da de sí: Yoko Ono, David Boowie, Roxy Music, Ph. Glass…podríamos llegar hasta Public Enemiy.


Volvamos a Satie (amigo de tutti quanti). Habiendo roto con la Valadon en 1893, a quien conoció en los tugurios de Pigalle y Montmarte, donde el músico se ganaba (¿) la vida, se retiró, a los suburbios de París a seguir ganándose la muerte (cirrosis). Allí vivió durante 20 años… ¡sin recibir ni una sola visita! En la Pascua de 1893 le regaló a su amada una composición titulada “Bonjour, Biqui, Bonjour”. “Vexations” (se la quedó él y fue encontrada a su muerte) empieza con el mismo acorde con que termina el regalo de Pascua (¿no hizo lo mismo La Monte Young con su Composition 1960#7 empezando en el punto en el que se detuvo su famoso Trío de cuerda?). ¡Poco dura la alegría en casa del pobre! El idilio duró seis meses, tiempo suficiente para que el músico le escribiera más de trescientas cartas y dejara en su puerta quilos de rosas granates. Ella correspondía, como correspondió a media Butte. “Mon petit Biqui”, como la llamaba, era verdaderamente terrible. La bella Suzanne lo retrató y le entregó el cuadro como despedida.
Sólo a partir de 1913, gracias a Cocteau (¡uno de sus pocos méritos¡), su música empezó a ser conocida. El éxito le vino con Parade (tema al que dedicamos otra “propuesta”). Sólo después del 20, sus obras dramáticas empezaron a ser representadas. Entonces se vio que Satie se había adelantado en una década a dadá y al ruidismo futurista e incluso, en algunos años al uso del collage y en décadas al minimalismo (como ya se ha dicho). Escuchen Vds. “Relâche”, obra musical en dos actos unidos por un entreacto que debía de sonar coincidiendo con la proyección de “Entr’acte”, ese divertimento cinematográfico de René Claire, en el que aparecen Picabia, Ray, el mismo Satie y ¡cómo no! el aburridísimo Duchamp: Fanfarrias, melodías barriobajeras, parodias…jazz, cabaret…variaciones, repeticiones…¡Satie!

¡Hala! ¡Abúrranse Vds.!

























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