1.
Tal día como hoy del año 356, antes de nuestra era, un tal (H)Eróstrato (después, el famoso (H)Eróstrato) tuvo su momento de gloria. Influido, sin duda, por los presentimientos de Heráclito, convirtió en cenizas una de las maravillas del mundo antiguo. Esperó en vano…no elevó el vuelo ningún Ave Fénix…ni siquiera el Logos se dignó a aparecer. En su cabeza se había instalado Fama, hija de Gea…de numerosos ojos y bocas. Y no cabía nada más.
Acabada la faena, bailó Tregua
Tregua, Esperanza y Cátala…pues había olvidado la naturaleza precisa de su
ser: Fama, Cronopio o Esperanza.
Todo el aparato judicial-torturador del rey Artajerjes no pudo sacarle
más que: ¡¡(H)Eróstrato!! Artajerjes lo mandó matar: “¿¡Es con “h” o sin “h”!?”…Te mato por ambiguo.
Legó a la posteridad: el “complejo
de (H)Eróstrato” , “(H)Erostratismo”(
Ansia de inmortalidad que elige el camino no transitado por Eros (y una miserable columna, recuerdo
de tanta magnificiencia.
Sartre, Unamuno y otras luminarias tuvieron, en algún momento, presente
al pirómano.
“El año 356, en la noche del 21 de,
julio, la luna no se había levantado en el cielo y el deseo de Herostratos
había cobrado una fuerza tan inusitada que recolvió violar la cámara secreta de
Artemisa. Se deslizó entonces por el camino de la montaña hasta la orilla del
Caistro y trepó los escalones del templo. Los sacerdotes guardianes dormían
junto a las lámparas santas. Herostratos tomó una y penetró en la nao. Aquello
exhalaba un fuerte olor a aceite de nardo. Las aristas negras del techo de
ébano resplandecían.
El óvalo de la cámara estaba
dividido por la cortina tejida con hilo de oro y de púrpura que ocultaba a la
diosa. Herostratos, jadeante de voluptuosidad, la arrancó. Su lámpara alumbró
el cono terrible de tetas erectas. Herostratos las tomó con las dos manos y
besó con avidez la piedra divina. Después dio una vuelta alrededor de ella y
advirtió la pirámide verde donde estaba el tesoro. Tomó los clavos de bronce de
la puertecita y la arrancó. Hundió sus dedos en las joyas vírgenes. Pero sólo
tomó el rollo de papiro en el cual heráckito había inscrito sus versos. Al
resplandor de la lámpara sagrada los leyó y supo todo. Enseguida exclamó: “¡El
fuego, el fuego!” Tomó la cortina de Artemisa y acercó la mecha encendida al
borde inferior. La tela ardió, primero lentamente; después, alimentada por los
vapores del aceite perfumado en el cual estaba impregnada, la llama subió,
azulada, hacia el techo de ébano. El terrible cono reflejó el incendio.
El fuego se enroscó en los capiteles
de las columnas, se arrastró a lo largo de las bóvedas. Una por una, las placas
de oro consagradas a la poderosa Artemisa cayeron de donde estaban suspendidas
a las baldosas con resonancias de metal.
Después el haz fulgurante estalló
sobre el techo e iluminó el acantilado. Las tejas de bronce se desplomaron.
Herostratos se erguía en el replandor, clamando su nombre en medio de la noche.
Todo el Artemision fue un cúmulo rojo en el centro de las tinieblas.
Los guardias apresaron al criminal.
Se le amordazó para que cesara de gritar su propio nombre. Fue arrojado a los
sótanos, atado, durante el incendio. Artajerjes, inmediatamente, envió la orden
de torturarlo. No quiso confesar sino lo que ya dijo. Las doce ciudades de
Jonia prohibieron, so pena de muerte, que se transmitiera su nombre a edades
futuras. Pero el murmullo lo hizo llegar hasta nosotros. La noche en que
Herostratosa quemó el templo de Éfeso vino al mundo Alejandro rey de los
macedonios”.
(Marcel Shwob: “Vidas Imaginarias”)
2.
También tuvo sus 15 minutos URTAIN, del caserío de Urtain: mezcla letal
de fuerza bruta, inteligencia de mosquito, (h)erostratismo y genética desviada:
Para evitar el destino paterno, optó por arrojarse ÉL.
Eligió una altura despreciable…de haber sabido que tal día como hoy, del
año 2007, el “Burj Dubay” se
convertiría en el edificio más alto del mundo superando al Taipei
101, hubiera arrastrado su depresión hasta el siglo XXI y se hubiera
lanzado desde casi la estratosfera…Su cuerpo se hubiera desintegrado y no
hubiera dejado una foto tan escalofriante en la portada del Marca (21 de julio
de 1992
…unos días antes de las famosas olimpiadas de Barcelona y de que la
flecha se perdieran por entre los arbustos de Montjuïch.
Medalla de oro al salto cualitativo.
Estuvo en duda si no armarse con un “fusil” FAMAS * (francés), probado
con éxito en la guerra del golfo y sus aledaños y adquirir,
así, un nuevo lote de inmortalidad.
“El medio es el mensaje” remacharía McLuhan (nacido el 21 de julio del
1911) en la ceremonia fúnebre. Todo el mundo entendió, pero no supo formular.
Para terminar nos prepararemos un “Urtain”:
Huevos fritos (a discreción), patatas fritas y un buen churrasco por encima.
Acompañaremos con vino de Ribera y un güisqui, en vaso largo, con hielo… por el
ruidito… (que no servirá de precedente)
3.
Hablando
de saltos… ¿Saben vds. de Hart Crane (nacido tal día como hoy del último año
del XIX?... ¿No les suena?... ¿Ni siquiera el chasquido de su cuerpo cayendo al
mar?...Poeta difícil y hombre imposible. Familia desestructurada NO QUIERE
DECIR ABSOLUTAMENTE NADA. Homosexual y alcohólico o viceversa (versos). Amante
de marineros, recibió de ellos lo contrario de lo que les ofreció: palizas y
carcajadas machotas. Su gran atracción fue el mar… ¡hasta la muerte!...se
arrojó a las aguas del Golfo de Méjico, desesperado de amor, amoratado…de amor
atado…y desapareció: “¡Adiós a todos!”…y
los delfines lo recibieron como regalo de reyes. Queda la esperanza de que
Cravan lo encontrara y siguieran viaje hacia el otro lado del espejo.
Lo
irónico es que su padre fue el inventor del salvavidas.
TRAVESIA
DONDE las hojas del cedro dividen el cielo, oí el mar.
En las lizas de zafiro de las colinas
me prometieron una infancia mejorada.
Ceñuda, sancionando al sol,
dejé mi memoria en una hondonada-
fortuito piojo, que teje el alforjón,
rocas delantales, congregas peras
en fanegas iluminadas por la luna
y despierta callejuelas con una escondida tos.
Peligrosamente ardió el verano
(me había unido a los recreos del viento).
Las sombras de las peñas alargaron mi espalda:
a los gongs de bronce de mis mejillas
La lluvia se secó sin aroma.
DONDE las hojas del cedro dividen el cielo, oí el mar.
En las lizas de zafiro de las colinas
me prometieron una infancia mejorada.
Ceñuda, sancionando al sol,
dejé mi memoria en una hondonada-
fortuito piojo, que teje el alforjón,
rocas delantales, congregas peras
en fanegas iluminadas por la luna
y despierta callejuelas con una escondida tos.
Peligrosamente ardió el verano
(me había unido a los recreos del viento).
Las sombras de las peñas alargaron mi espalda:
a los gongs de bronce de mis mejillas
La lluvia se secó sin aroma.
Mira donde la enredadera roja y
negra
apuntaló valles: pero el viento
murió hablando a través de los tiempos que tú conoces.
Y abrazas, ¡corazón de hollín del hombre!
Así fui volteado de uno lado a otro, como tu humo
compila una demasiado bien conocida biografía.
La noche era una lanza en la quebrada
Que medra a través de auténticos robles. ¿y había yo andado
Los doce decimales particulares del viento?
Tocando un abierto laurel, hallé
A un ladrón debajo, con mi robado libro en la mano.
¿Por qué estás de nuevo ahí –sonriendo a un ataúd de hierro?,
repliqué
bajo la constante maravilla de tus ojos.
Cerró el libro. Y desde los Ptolomeos
la arena nos sumió en un resplandeciente abismo.
Una serpiente trazó un vértice para el sol
-en no holladas playas sacó su lengua y tamborileó.
¿Qué fuente escuché? ¿Qué helados discursos?
La memoria, confiada a la página, se había muerto.
apuntaló valles: pero el viento
murió hablando a través de los tiempos que tú conoces.
Y abrazas, ¡corazón de hollín del hombre!
Así fui volteado de uno lado a otro, como tu humo
compila una demasiado bien conocida biografía.
La noche era una lanza en la quebrada
Que medra a través de auténticos robles. ¿y había yo andado
Los doce decimales particulares del viento?
Tocando un abierto laurel, hallé
A un ladrón debajo, con mi robado libro en la mano.
¿Por qué estás de nuevo ahí –sonriendo a un ataúd de hierro?,
repliqué
bajo la constante maravilla de tus ojos.
Cerró el libro. Y desde los Ptolomeos
la arena nos sumió en un resplandeciente abismo.
Una serpiente trazó un vértice para el sol
-en no holladas playas sacó su lengua y tamborileó.
¿Qué fuente escuché? ¿Qué helados discursos?
La memoria, confiada a la página, se había muerto.
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