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jueves, 9 de enero de 2014

Ropuesta para hoy, día 9 de enero. Hyde y Jekill. San Peterburgo (1905). Padre Damián. Y otros detallitos.



Asteriscos (*) remiten a efemerísticas razones.
 
1


Hegel sabe de la inestabilidad del ser humano; sabe que cuando tomo una copita de más, aquella que convierte las anteriores en excesivas (y fatales) me transformo. El término de esa transformación es, sin embargo, impredecible. Y es que eso que llamamos YO es un término complejo que traduce una realidad compleja. La filosofía, la literatura, la psicología… Lo han sabido siempre. Sólo la religión parece ignorarlo cuando nos promete una eternidad simple y homogénea. También es cierto que los hay más simples que una alpargata.

¿Han visto Udes. lo que sufre un rayo de luz cuando atraviesa un prisma de Newton? ¡Pues así es la cosa!

2
Este es el resumen escolar de la obra de Stevenson redactado por Nabokov:

El Dr. Jekill es un médico gordo y afable, no carente de debilidades humanas, que a veces, por medio de una poción, se proyecta, concentra o precipita en una persona malvada de temperamento brutal y animal que adopta el nombre de Hyde, bajo cuya personalidad lleva una especie de inestable vida criminal. Durante algún tiempo, es capaz de recobrar su personalidad Jekill–tiene una droga que lo transforma en Hyde y otra que le hace volver a ser Jekill–; pero poco a poco, se va debilitando su naturaleza bondadosa, la poción para retornar a Jekill deja de surtir efecto, y finalmente el personaje se envenena cuando está al borde del escándalo”


Stendhal hablaba de la cristalización del amor.

La noche de tal día como hoy, del año 1886, sábado, el doctor Lanyon, amigo de del abogado Utterson, espera la visita de un mensajero, que, como constatará, resultará inquietante y que, ante sus ojos estupefactos, le hará la demostración de cómo el mal y el bien disputan por la posesión de nuestra alma (¿?). El corvino reloj crascitó las doce y antes de que se desvaneciera el eco del último graznido, sonaron los imperiosos golpes en la puerta. Tras los cumplidos de rigor, el visitante se prepara el mejunje, no sin antes advertir que lo que contemplará su anfitrión (si quiere) podría herir sensibilidades. 




Parecía que estuviese preparando agua del Dr. Fèvre (conocida aquí como agua de litines), tan de moda por entonces, pero que tenía los días contados: la Coca Cola, con verdadera hoja de coca, saldría al mercado aquel mismo año.
Empezó, el mejunje, con una tonalidad rojiza; se tornó púrpura oscuro y acabó, habiéndose desprendido de los molestos gases, en una solución verde desleído… como la absenta rebajada. Y sólo cuando alcanzó ese color esperanzador, se la pimpló de un trago. “Profirió un grito; vaciló, se tambaleó, se agarró a la mesa y se mantuvo asido a ella, mirando con ojos inyectados, jadeando con la boca abierta…” El Dr. Lanyon esperó en vano el eructo clausurador, pero no, no eructó y el galeno se quedó con las ganas de darle los tranquilizadores golpecitos maternales: desapareció como Hyde… ¡se hizo presente como Jekill! 

Como en las bodas de Canaán, vamos. 

¿Había sido testigo de un milagro metafísico, así… en general? ¿O la confirmación de la sabiduría de Heráclito?

Las pócimas (o como sea que se les llame) han sido, como saben Udes. un recurso muy solicitado por los artistas de todos los tiempos, a veces como verdaderos deus ex machina. A este tema tengo yo las ganas de dedicarle una propuesta. Les adelanto un detalle: Veneno y venéreo tienen la misma raíz: Venus.

Mientras oigo Una noche en el monte pelado* (Uuuu…!) me sirvo un copuzo de mi elixir favorito: vino de Jumilla. Nemorino lo quiso de Burdeos.

La novelita (casi poema) de Stevenson está empapada de vino rancio (y de niebla) de principio a fin, ¿para contrastar con el ¿amargo? sabor del líquido transmutante

Stevenson, que escribió la obra entre hemorragias pulmonares (como siempre por lo demás) a orillas del Canal de la Mancha, murió de una forma como profetizada: Bajó a la bodega a por unas botellas de vino y cuando subía, un derrame cerebral le hizo creer, y así lo expresó a gritos, que se estaba transformando… su mujer hizo el resto. Esto ocurría en Samoa. Era diciembre de 1894. Gauguin arreglaba sus cosas para el segundo viaje, y definitivo, a la Polinesia. Así dicho parece que fueran vecinos, pero sepan Udes que miles de kilómetros separan Samoa de Tahití o de las Marquesas. 




En París aparece Iluminaciones (poemas en prosa) que Rimbaud había escrito muchos años antes y Verlaine es proclamado Príncipe de los poetas (y digno de una pequeña pensión):
“llueve sobre mi corazón / como llueve sobre la ciudad”
Y en el East End de Londres, primero hugonote, después judío y ahora birmano, se fundaba el Thames Ironworks and Shipbuilding Co. Ltd., más conocido como West Ham.

3
¿Cómo acabó Hyde? se pregunta Nabokov. Al año siguiente del hecho que se narra, empezó la siniestra ristra de mujeres evisceradas. Jack había elegido el East End como escenario preferente, cuatro kilómetros río debajo de la casa-laboratorio de míster Jekill-Heyde.
Sherlock Holmes busca compañero de piso… y lo encuentra: Watson.
Y Rimski-Kórsakov encuentra a Tchaikovski. 




Quizás por ahí anduviera Hyde: Faena había. El material en bruto abundaba. La segunda revolución industrial y su corolario el Imperialismo, mantenían a millones en la más completa miseria y haciendo cola ante las puertas mismas de la muerte: “gelatina de trabajo humano indiferenciado”, pues a eso quedó reducido el trabajador una vez se le hubo despojado de todas las cualidades y propiedades que hacían de su actividad algo diferenciado y concreto. Era, pues, de bien nacidos darles un empujoncito y cortar por lo sano… evitándoles una muerte lenta en la flor de la edad… como las decenas a los que se les ayudaría en Haymarket*. La ignominia quedó concluida en octubre con la inauguración de la estatua de la Libertad.



 Los crímenes, sin contar el mismo hecho laboral, abundaban y sólo, en el mejor de los casos, encontraban un hueco en los diarios que empezaron a proliferar. Era cuestión de tiempo, pues la oportunidad estaba dada, que alguien ideara un género literario nuevo: la novela policíaca. Auguste Dupin y el Sargento Cuff inauguraron la tradición “inglesa”, analítica. Después vendrían los Chandler y cía abriendo la intriga a las cuestiones sociales (tradición “americana” de novela negra). La obra de Stevenson participa de esa novela detectivesca y añade unas gotas de terror en la más pura tradición anglosajona.
 
Acabada La noche en el monte pelado, oigan el final del cuadro segundo: La jota de las ratas y mediten sobre el lumpen y su función social, así como sobre la sobrevaloración que hacía un vengativo Nietzsche de la Gran Vía* (Chueca-Valverde/Pérez). Fue como cuando le dio por Carmen: Lo que fuera con tal de contradecir a Wagner. A propósito de Wagner, Liszt (siempre confundo la serie de las vocales de Liszt y Nietzsche) moriría en verano, justo cuando la novela de Stevenson empezaba su marcha triunfal: nada, un atracón de nibelungos y Parsifaces servidos por su propia hija, como otro se atiborra de mejillones. Saint-Saëns se encargó de la memoria musical.

4
1904 acabó fatal. El descubrimiento de los incautos (y asesinados) del huerto “del francés” estremeció Sevilla, y por extensión, si se me permite, toda la Andalucía bética tuvo escalofríos de terror. 



 El dinero líquido transmutaba en asesinos a los que ya eran criminales in nuce. Pensaron que no había quinto malo, pero 1905 empezó peor. El día de reyes dejó caer sobre la atribulada piel de toro el cadáver de Gabriel y Galán. Fue una pérdida tremenda para Guijo de Granadilla, para Guijuelo (aquel año los jamones echaron doble de chorreras) y, por extensión, si se me permite, para todo Cáceres. El mundo se convulsionó y las convulsiones llegaron hasta los dominios de Nicolás II. Muestra fehaciente del efecto mariposa.
¿Ondi jueron los tiempos aquellos,
que pue que no güelvan,
cuando yo juí persona leía
que jizu comedias
y aleluyas tamién y cantaris
pa cantalos en una vigüela?

Y esto, ¡oigan Udes.!, era escrito en vísperas de que Saussure dictara el primero de  sus seminarios sobre Lingüística General.
Picasso entraba de lleno en su época rosa y los fauvistas velaban armas. Einstein presentaba su teoría de la relatividad especial. Freud daba a luz su teoría de la sexualidad y Ramón y Cajal hacía evidente la textura del sistema nervioso… No, nada, para contextualizar un poco.

POR LA TARDE
Leningrado no tiene secretos para mí ni para mis Custodios. Es el viaje que esperan con más entusiasmo y con más sincera alegría: patinar por el Neva, sobrevolar la Nevsky, esquivar la sucia Putilov (hoy Ríkov). Me depositan en la Estación Vitebsky y esperarán mi silbido.

5


“Dejé a mi doncella con el equipaje y, tomando un coche de un caballo, di la dirección del hotel Europa. Y así iba, completamente sola, en el alba negra de Rusia, camino del hotel, cuando, de repente, me detuve para contemplar un espectáculo análogo, por lo espantoso, a cuanto pudo imaginar E. A. Poe. Era una larga procesión que avanzaba a gran distancia. Trajes negros, de luto. Hombres inclinados y abrumados, uno tras otro, por pesados fardos, que eran cajas de muerto.
El cochero detuvo la marcha, inclinó la cabeza y se persignó. Yo contemplaba todo aquello a la hora incierta del alba, y me sentía llena de horror. Pregunté lo que era. Aunque yo no conocía el ruso, me hizo comprender que aquellos hombres eran los obreros fusilados la víspera, el día fatal del 22 de enero de 1905, en el Palacio de Invierno, y que habían sido fusilados porque se presentaron al zar sin armas para pedirle un auxilio a su miseria y un poco de pan para sus mujeres e hijos”

Isadora se guiaba por el calendario gregoriano. Los rusos aún seguían anclados en el Juliano. Se trataba, pues, del 9 de enero del año 1905. Isadora venía empapada de Parsifal, cuyo tufo, partiendo siempre de Bayreuth (tenía la exclusiva), hacía algunos años que se extendía por toda Europa, y gratamente sorprendida “por la dignidad y el trato exquisito” de la nariguda protonazi Cósima. Sin embargo, aquella fecha nunca la olvidaría.

El tren llevaba un retraso de 24 horas, así que no pudo ver el radiante amanecer del domingo. La nevada del día 8 había cubierto las calles de san Peterburgo. El primer sol tiñó de rosa los muelles del Neva… Y el rosa se tornaría rojo. Tomó un coche de caballos en la Estación Vitebsky y se dirigía al Hotel Europa, en pleno corazón de la Perspectiva Nevski. Si el tren hubiera llegado a su hora, hubiera presenciado columnas de decenas de miles de menesterosos que, desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad más misteriosa del mundo, se dirigían hacia la explanada del Palacio de Invierno. Aquello pareció la cruzada de los desesperados: himnos religiosos, iconos, cruces, humo de incienso… Todas las columnas tuvieron su muerte pequeña y los supervivientes continuaron hacia la muerte definitiva. Algunos hicieron testamento; los más, se conformaron con una triste carta de despedida

“¡Niusha! Si no consigo volver y me matan, Niusha, no llores… Coge a Vaniura y dile que morí como un mártir por la libertad y la felicidad del pueblo… Tu Vania”.

No volvió.




El cura Gapón, como Pedro el ermitaño, esperaba frente a la mole color verde desvaído que tanto recuerda a la absenta rebajada. A sus espaldas la Fortaleza de Pedro y Pablo refulgía como la espada del ángel del Paraiso.

“Nikolái Nikoláyevich miraba a la calle y recordaba el invierno anterior en San Peterburgo, a Gapón, a Gorki, la visita de Witte, a los escritores contemporáneos de moda. De aquella barahúnda había llegado huyendo hasta este lugar, a la quietud y el sosiego de la primera capital, para escribir el libro que tenía en mente. ¡Ni por esas! Había huido del fuego para caer en las brasas.”
Yuri Zhivago era un adolescente.

Aquella mañana, la clase obrera y popular aprendió una lección que nunca olvidaría: No te fíes ni de tu padre. Las peticiones de Gapon se limitaban a un poco de buen sentido, cosa que, creía, evitaría males mayores. Se había prometido, y requeteprometido, desde Palacio que no habría violencia, de hecho la burguesía estaba interesada (por activa y por pasiva, que se dice) en la consolidación de sindicatos y organizaciones verticales de masas como los que Gapon conducía (al matadero). 

Aquello fue el 48 ruso.



Posiblemente todo estuviera preparado de antemano. Gapón acabó mal… ¡como Udes. saben!
 
El zar se había ido de fin de semana a su casa de recreo. Su sobrino, con las instrucciones aprendidas, se comportó como un digno pretendiente a la cúspide del estado. También acabó mal.



Trotsky vio claro la naturaleza permanente de la revolución y Lenin la necesidad, decía, de un partido monolítico.

6
El invierno de Leningrado, de más decirlo, no es como el invierno de Ocata. Allí me basta y sobra con mi chubasquero y la bufanda blaugrana de siete leguas. Aquí… ni aun superponiendo la tremenda capa de paño zamorano que mi padre tuvo a bien dejarme en herencia. Es una capa verde botella que me cubre desde las orejas hasta los tobillos. Aquella con la que mi padre, arrebujado, recorría el desierto a lomos del temible Renato. El mismo Akákievich se sentiría recompensado. El viento del Báltico la arremolina a mis espaldas. Sigo, como personaje de Bely, el Fontanka hasta el puente Anichkov


Giro a la izquierda y se abre ante mí toda la magnificencia de la avenida Nevski. Dejo a mi derecha el Europa, frente a la catedral de Kazán (mitad Panteón, mitad Vaticano) y en la misma acera me encuentro con la casa Singer, que me devuelve, como en un juego de espejos, la imagen de Isadora. Llego al 8 de Malaya Morskaya. El discreto restaurante Gogol ocupa los bajos de un edificio digno de San Peterburgo. Por las cristaleras se adivina la calidez. Abro y una campanilla denuncia mi intromisión. ¡Suena “Mi abuelo fue picador” y sin duda es Víctor Manuel quien canta!

Un camarero se lanza a quitarme el capote. Aterrado me resisto. Pillo un sillón de una mesa para ocho comensales, y compruebo que no quepo con la tremenda impedimenta. Es igual: ¡Vaya yo caliente…! El camarero me conduce a una mesita solitaria junto a una de las ventanas adornada con telas verde absenta desleída. Aquí estará mejor… y más tranquilo, me dice. Soy el único cliente.



Es como la casa de la abuela, suponiendo que hubiera tenido posibles y un gusto semejante. Aquí, dicen, vivió Gógol. Y la verdad es que no me extrañaría que apareciera en cualquier momento, tan bien ambientada está la cosa… si no fuera por el intrigante abuelo picador.
 
–Официанта! Официанта!

–Да, прямо сейчас! ¡No sea tan impaciente!–me responde el mismo camarero con un claro acento purriego.

–Buenos días, hostelero. Vengo de viaje de investigación y tengo un hambre canina.

–¡Y yo!... 

–Bueno, pues eso. Tráigame una bolita de caviar y un cuartillo de vodka de rábano picante.

El camarero me trae un platito de porcelana polaca sobre el cual, en equilibrio inestable, baila una fina copa rebosante de hielo frapé. Junto a la copa, una cucharilla de alpaca tintinea. En la otra mano, pues tiene dos, porta una miniatura donde se supone que he de verter el aguardiente.

–¡Buena pesca, generoso cliente!

¿Ven Udes. la diferencia? En París pido caracoles y se arma la de dios es cristo y en Rusia pido un granito de caviar y ¡et voila! Desescombro con la cucharilla y cuando estoy a punto de desesperar, diviso, en el fondo de la copita, un granito gris oscuro, casi negro. Lo acompaño con cinco cubiletes. Ya no podré decir que no he probado el beluga. Soy, como he dicho, el único cliente, así que no tengo prisa. Nadie me lanza una de esas miradas perentorias que te paralizan la digestión.

El camarero pasa la bayeta, aburrido, por todas las superficies que se le ponen a tiro. Por la ventana pasan, como a cámara lenta, témpanos de hielo. 

–Amable mesonero ¿tendría a bien sentarse a mi mesa y departir conmigo sobre los temas en los que me ocupo?

Mira a derecha e izquierda, dispone una silla a mi vera y, sin dejar de pasar el trapo:

–Pues Ud. dirá. Aquí estamos para un roto y un descosido.

–¿De dónde, si puede saberse, y para empezar, su dominio de la lengua de Cervantes y sus giros populares?

–Mire Ud. es la enésima ve que haré un resumen de la historia que explica mi presencia en este prestigioso restaurante.

–Soy todo oídos.

El camarero mira mis orejas y asiente serio, como constatando un hecho irrefutable.

–Mi padre fue uno de los niños de Rusia. Había nacido en Polaciones, en el curso alto del Nansa, rico en truchas. Aquello, sabe Ud. es muy duro, así que mi abuelo se lio la manta a la cabeza (tal como Ud.) y tiró para las minas asturianas. Se instaló en Bustiello, del concejo de Mieres. Trabajaba en el pozo Barriedo cuando lo de la guerra. Mi padre tenía 6 años. Lo embarcaron en Xixón en septiembre del 37, por Francia, sabe Ud. Y lo que tenía que durar un año a lo más, duró décadas. Mis abuelos lloraron mucho y el crío también. Pero, se dijeron, mejor estará allí, en el paraíso de los trabajadores que no aquí, en el profundo infierno de los mineros.



Y así fue como mi padre vino a estas tierras, de las que no salió hasta bien entrada la década de los sesenta. Volvió por libre. De vuelta no lo pasó ni bien ni mal. Lo pasó como todos. Ya casi nadie se acordaba de él y, además, la familia no tenía delitos de sangre. Lo primero que hizo fue casarse y lo segundo tener un hijo: yo. Mis abuelos ya habían muerto, pues sepa Ud. que por allí, en los pozos, se muere temprano… y muy mal.

 
Bueno, mi padre, que tenía experiencia en la Putilov (hoy Kírov), se colocó en Hunosa. Lo destinaron al Lavadero del Batán, que acababa de ponerse en funcionamiento. Allí se jubiló y allí se murió. Mi madre, cosa rara, había muerto antes. Yo tenía, cuando murió mi padre, 18 ó19 años y, la verdad, pensar en bajar a las minas se me hacía cuesta arriba. Así que me dije ¿por qué no intentarlo en Rusia? Hice todo lo que tenía que hacer y aquí me tiene Ud. como personaje de Kaurismaki: ¡camarero jefe del prestigioso restaurante Gógol!

–Ahora entiendo lo de Víctor Manuel.

–¡Pues, eso! ¿Y qué hay de sus investigaciones? Hable, hable. Estamos solos y lo estaremos hasta la hora de la cena.

7
En el Informe sobre la Revolución de 1905 Lenin analiza los antecedentes, deficiencias y consecuencias de la primera revolución rusa. Así que, si quieren informarse, infórmense. Lenin (35 años) estaba en Ginebra cuando lo del cura Gapon. Su prioridad era la construcción de un partido militante férreamente cohesionado en torno a sus tesis. Martov le oponía el proyecto de un “partido de masas”, abierto a simpatizantes y defendía la necesidad de una unidad amplia de los partidos revolucionarios. Ya en el II Congreso del Partido se puso de manifiesto la existencia de una mayoría (de chiripa) favorable a las tesis de Lenin (y, pasajeramente, de Plejánov) y una minoría partidaria de Martov, Vera Zasúlich y otros. En el III Congreso (abril 1905) Lenin y los suyos insisten en la cohesión del partido. Tanta era la cohesión que asistieron solo ellos. Se defiende la conveniencia de una insurrección armada y se define la revolución como democrático-burguesa, por su contenido social, y proletaria, por sus métodos. Eso explica, dice, la gran y rápida expansión y transición hacia un gran movimiento de masas. En otras palabras, su consigna era una revolución democrática revolucionaria de obreros y campesinos que debería afianzar las conquistas burguesas + la necesidad de la revolución en los países capitalistas de occidente.
Llegó a Rusia en noviembre. Su intervención práctica fue prácticamente nula.

Trotsky (26 años) vuelve a Rusia en febrero. Organiza el Soviet de Petrogrado y participa en las luchas. Es entonces cuando ve claro la verdadera naturaleza de la revolución. La burguesía atenazada por el miedo a las clases populares no puede ceder ni un ápice sin que las masas la sobrepasen por la izquierda. La revolución que empezará como democrática, rápidamente se convertirá en socialista-proletaria, sin necesidad de etapas consolidadoras. El mismo impulso inicial conducirá la cosa hacia conquistas socialistas. Pasó unos meses en Pedro y Pablo, antes de ser enviado nuevamente a Siberia. Lean Uds. 1905 y Realidad y Perspectivas.

Así fui pensando en voz alta, para que, naturalmente, me oyera mi contertulio y pudiera meter cuchara.

–Yo de eso no entiendo mucho. No puedo ayudarle, ni ofenderle. No sé nada de Lenin, ni de Martov, ni de Trotsky, ni de la guerra ruso-japonesa… Sin embargo, pues mi afición a la música, como ha podido comprobar, es proverbial, puedo hacer otras aportaciones. Cuando ocurrió lo de Gapon, (me han contado que los muertos se encontraron hasta en la misma puerta de lo que ahora es este restaurante) se puso de moda, y lo de moda es un decir, la “Varshavianka 1905”, o sea, “¡A las Barricadas!”
Se levanta y se dirige al piano:


–¿Conoce a Romski-Kórsakov?–me pregunta.

–De oídas–le respondo– ¿El de “los cinco”?

–¡Exacto! Bien. Que le haya descubierto mi desconocimiento de Lenin y compañía, no quiere decir que sea un ignorante respecto a ciertas cosas.  Rimsky, en aquellos días, reducidos “los cinco” a dos y medio, dirigía el Conservatorio de la ciudad. Había avanzado mucho desde los días eslavos. Ahora apreciaba mucho la capacidad armónica de Wagnery y de Listz y, sobre todo, la necesidad de una formación académica clásica y seria. Como curiosidad pertinente decir que orquestó y arregló el poema sinfónico “Una noche en el monte pelado” y lo convirtió en lo que es actualmente. También, quizás le interese, había compuesto “La noche de mayo”, sobre un cuento de nuestro Gógol. Sin embargo, odiaba con odio escita la música de R. Strauss, cuya “Salomé”, estrenada ese mismo año, silbó hasta el vómito.

Mientras dice lo que dice acaricia las teclas, sin decidirse a nada. El cuartillo de vodka hace tiempo que se ha evaporado. Ante una mirada suplicante, acompañada de un gesto indeciso del índice de la mano derecha, como una paloma abrevando, se levanta de la banqueta… y vuelve con otro cuartillo y ¡un platito de caviar!


–A lo que iba. Rimsky no lo pasaba bien por entonces. La vida, ya sabe, nos golpea cuando menos lo esperamos. Bien, los obreros de la Putilov se pusieron en huelga y dio origen a la Asamblea de trabajadores fabriles rusos de San Petersburgo, supuestamente dirigida por el cura Gapon. Y ocurrió lo que ocurrió. A las pocas semanas toda Rusia estaba en llamas. Rimsky, liberal confeso, apoyó e incitó a sus alumnos deseosos de participar en lo que suponían el comienzo de la revolución definitiva. Entre otros sinsabores, perdió el puesto… pero se vengó de la manera que un músico puede vengarse: “El gallo de oro”, ¡ópera en tres actos!, que Ud. conocerá, si la conoce, como “Le coq d’or”.



 –¿Algo que ver con el “Festival de los animales” de Saint Saëns?–digo por decir algo.

El camarero se pimpla un cubilete y continúa. 

–La historia está inspirada en Pushkin, como casi todo en San Peterburgo. Rimsky, alteró una vocal: convirtió al rey Dadón en el rey Dodón, y con eso amplió la capacidad simbólica de la historia. Ya sabe Ud.: un mago entrega un visionario gallo de oro al rey. Lo que parecería ser una baza ganadora se convierte en una acumulación de desgracias que alcanzan al mismo monarca: el gallo le asesta un certero picotazo en la yugular…FIN.

La semejanza del rey Dodón con el zar era tan evidente y la situación política a la que se enfrenta tan semejante a la contemporánea, que la obra se prohibió. El pobre Rimsky no pudo asistir al estreno: criaba malvas.

–Y eso de ampliar la capacidad simbólica y tal…

–El pájaro Dodo, estúpido, holgazán, repugnante… todo menos bonito, decían, ya no pueden decirlo porque fue una de las primeras especies extinguidas por la acción depredadora y colonialista del ser humano, era una mezcla de palomo, gaviota y pavo. Alto y desgarbado y con un pico de garfio capaz de agujerearte el cráneo. Era endémico de Islas Mauricio. Es el pájaro ese que en el cap. III de “Alicia en el país…” organiza aquella absurda carrera circular en la que decide que todos han ganado y tal. 



–¡Entiendo!– digo casi inconsciente y sigo con el vodka.
 
­–Es el “Didus ineptus”, del que Schopenhauer destacó su nula capacidad adaptativa. Si su físico era inadecuado para la supervivencia, decía el filósofo, debería haber desarrollado una inteligencia especial que le hubiera asegurado la supervivencia. Una caso extremo de incapacidad de la voluntad (esencia) para desarrollar alguna forma natural de protección… ¡como sí han hecho las ratas!, concluía.

–Amigo–balbuceo–el vodka se ha acabado y es Ud. un verdadero erudito… dos proposiciones que, en la práctica son incompatibles.

Continúa como si no hubiera oído… y quizás no haya oído. Golpeo con la cucharilla la frasca vacía para llamar la atención sobre este hecho desgraciado. También se ha acabado el caviar… Y estoy del pájaro Dodo hasta la coronilla.

–Así que, claro, con tantas similitudes, la censura no permitió la edición ni su estreno hasta tres o cuatro años más tarde.

Hace tiempo que es noche cerrada… y aquí no entra ni dios (¿). Deduzco que este tipo es el único habitante de este recinto tan coqueto y también el motivo de tal Solitud*. Me levanto y cuando ya tengo los labios fruncidos para lanzar el silbido salvador…

–Ya sabe Ud….

–Yo ya no sé nada, oiga.

–que la Avenida Nevsky engaña a todas horas del día, pero mucho más por la noche, “cuando el propio demonio enciende las luces con el único fin de que todo parezca distinto de lo que es”. En efecto: Gógol, en una historieta de corte balzaquiano, con el inevitable toque desesperado, como es esperable en un alma eslava.



POR LA NOCHE
8.
–A estas horas no puede ir a ningún sitio. No permitiré que renuncie a mi hospitalidad. 

–Pero… ¡es que me esperan!

–Un ruso… y yo lo soy hasta la médula, no puede permitir lo que Ud, se propone. ¡Ud. se queda aquí! Le he comentado antes lo de la extinción del pajarraco Dodón, ¿verdad?– Aprovechando el inciso me levanto y cojo una botella de vodka de la alacena. –Pues sepa Ud. que mientras que aquí nos exterminaban, si me permite incluirme en el hecho histórico, en Hawái, Matschie describe por primera vez la foca monje de Hawái, equilibrando inestablemente la pérdida del pavo. Aunque no creo que dure mucho la tal foca. Y hablando de Hawái, sabrá Ud…

–Yo ya no sé nada, ¡insisto!

–las incursiones coloniales introdujeron toda una serie interminable de enfermedades de las que los indígenas estaban libres, como, por lo demás, ocurrió en todo el planeta. Entre estas enfermedades estuvo la lepra, la temible y bíblica lepra. El cura Damián, el belga más famoso y reconocido, muy por encima de Sor Sonrisa, pidió, y le fue concedido, trabajar con esos desgraciados. Como ve, estoy simplificando al máximo.

–¡Yo ya no veo nada, oiga!– Y me empino la botella sin remilgos.

–Su labor fue reconocida y despertó los celos de un grupo de presbiterianos, pues, no olvide Ud. que Damián, de cuyo verdadero nombre no me acuerdo, era católico…

–¡Yo ya no puedo recordar nada, oiga!

–Los presbiterianos, encabezados por un perverso cura Hyde, ¿le suena el nombre?, comenzaron una campaña de desprestigio: que si era un guarro, un orgulloso, un lujurioso (de ahí la lepra), un fanático, un testarudo, un intruso, un mago… Incluso después de muerto siguieron con esa letanía y le negaban la condición e mártir voluntario.



–Puedo saber a qué viene, ahora, este otro bombardeo de erudición…

–Pero bueno… ¿no ha pasado Ud. toda la mañana pensando en Hyde y en Jekill e, incluso, se ha preguntado, con mi semi-compatriota Nabokov, por el destino de Hyde y yo no he dicho nada? ¿No pudiera, por obra del “Gallo de Oro” haberse reencarnado en este presbiteriano calumniador? Lo dejo a su consideración.

–¡Yo ya no puedo considerar nada, oiga!

–Pues bien, Stevenson visitó Hawái, siempre en busca de buenos climas, un mes después de la muerte de Damián y conoció de primera mano su benefactora obra y tanto le afectó que no pudo contener su indignación ante lo que, a todas luces, era maledicendia interesada. Lanzó una carta abierta tan valiente, o más, como la que unos años después lanzaría Zola por el asunto aquél del judío. También nuestro Tolstoi dijo lo que tenía que decir.



¿No le parece un buen final para la historia esa de Hyde y Jekill?

–¡Yo ya no tengo opinión, oiga!

Las graves campanas de la catedral de Kazán doblan por tres veces., tantas como cantó el gallo aquella noche de pasión. Sobre la mesa los dos cuartillos,  la botella y los delicados recipientes del caviar… ¡vacíos! Un frio dantesco , desconocido para mí, me paraliza.


No puedo ni silbar. A cámara lenta veo como mi monologuista se levanta y hace mutis por el foro. Me arrebujo en el capote y espero los primeros rayos de sol. La hospitalidad rusa es demoledora.
Oigo como desde Ultramort: Si quiere le explico la historia de "Asturias, patria querida". 

Lean Uds. la siguiente entrada:

http://kinomoriarti.blogspot.com.es/2014/02/propuesta-para-la-manana-de-hoy-dia-9 de febrero.html
 
9.

“Cogí mis viejas libretas y, sin torturarme, por primera vez desde hacía años, escribí la primera frase: “La mañana del sábado 9 de enero de 1993, mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo asistía con los míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel, nuestro hijo primogénito”. Continué con ese modo y solo al cabo de unas páginas comprendí que por fin había empezado a escribir el libro que se me escapaba desde hacía tanto tiempo. Al aceptar la primera persona, al ocupar mi puesto y ningún otro, es decir, al deshacerme del modelo de Capote, había encontrado la primera frase y el resto vino, no diré que fácilmente, pero todo seguido y como por su propio impulso”.    (Carrière)

¿Propio impulso?... Los asesinados (y el asesino) fueron imprescindibles.

 

10.

Exactamente tres años antes, Gil de Biedma había escrito:

 

“En un viejo país ineficiente,

algo así como España entre dos guerras

civiles, en un pueblo junto al mar,

poseer una casa y poca hacienda

y memoria ninguna. No leer,

no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,

y vivir como un noble arruinado

entre las ruinas de mi inteligencia.”

 

Bueno, no es que sea así talmente, pero lo de la memoria y lo de las ruinas…

Por suerte el resto de memoria que me queda me basta para acordarme de que mi Custodios me esperan en la Estación Vitebsky. Hoy día 9 de enero del año 2021, una nevada histórica ha cubierto todas las cunetas de la piel de toro.

 









martes, 7 de enero de 2014

Propuesta para hoy, 7 de enero. Epifanía de Beckett. Stabat Mater…


1.

La vida, la muerte y la casi muerte de Beckett estuvo muy ligada a la lotería nacional española… y a los viernes.

2.

Beckett nació en el cuarto mes del año 1906. Viernes santo ¡y 13!... (Los “encantos del viernes santo”, ya saben ustedes…) y murió en 1989, el día de la lotería de navidad. Había solicitado, pues desde que rechazara el dinero del Nobel se había aficionado a este mundialmente conocido sorteo,  que le enviaran un décimo del 13406. Algo le tocó… pero, tras la espera reglamentaria, se lo embolsó el estado. 

 


El grueso tocó en Paiporta que así compensaba los sinsabores y la inquietud que estaban produciendo las correrías del  loco del hacha y el destino de la envenenadora de Alacuás.

3.

Esquivó la muerte tal día como hoy del año 1938, justo un día después del sorteo de reyes que, por entonces aún no había alcanzado la categoría de Sorteo Nacional Extraordinario y se conformaba con ser una simple rifa. Por cierto el número afortunado fue el 17215 y también cayó en Valencia.

El caso es que Beckett y el matrimonio Duncan salían del cine.

Habían visto “La gran ilusión”, película un tanto meliflua, como intentaba explicar el novelista a sus compañeros, del gran Renoir. A no ser que hubiera habido sesión matinal, debía de ser casi noche cerrada. La luna crecía. Era viernes. Un personaje abellacado, Prudent de nombre, les viene de frente. Grand Chaumier (París, naturalmente) no es una calle ancha. Se dirige directamente a Samuel, le hace unos gestos incomprensibles y, al no tener eco, le asesta dos puñaladas que afectan el muslo y la periferia del corazón… dejándole una querencia por los personajes tullidos y estropeada, para siempre, la vena sentimental, que no del sentimiento.

 

  

Hay quien habla de un celestino, de un arregla-citas. Quizás Samuel no quisiera poner de manifiesto esta faceta suya y lo apartara displicentemente. Ese feo a mí no se me hace– se dijo el celestino y envistió, con la cheira en la derecha, dispuesto a llevarse palante al julandrón.

Lo que siguió fue rápido y, parece que confuso. Suzanne Deuxchevaux- Dumesnil, jugadora de tenis, aparece entonces… ¡y para siempre! Joyce tuvo algo que ver en la recuperación de nuestro héroe.

Cuando Beckett, aficionado al tenis, fue a preguntarle al bueno de Prudent por los motivos, éste respondió, en el más puro estilo beckettiano, no sé y que lo sentía mucho y tal. Bueno; quizás esto también sea una invención.

Mientras nacía el interés, hasta convertirse en amor, de Deuxchevaux-Dusmenil por Samuel, el dos caballos se estaba gestando. Desde que Michelin había comprado la Citroën, pensó en la fabricación de un coche bueno, bonito, barato y pequeño. En la fecha del percance ya se habían producido las primeras unidades. La fabricación en masa tuvo que ser interrumpida por la guerra. Alemania copiaría la idea. El mío, antes de que me lo quemaran, era de color crema, con una bonita capota café con leche.

  

Durante la recuperación, Alemania ocupó los sudetes y los nacionales ocuparon Madrid. Los procesos de Moscú ya estaban casi demodés y la primera exposición surrealista está a punto de abrir sus puertas. A buenas horas, mangas verdes.

4.

Lo del cine tiene sus peligros. Una tarde-noche del verano del mismo año, Odon von Horvast salía del cine (¿le Petit Marbeuf?) de ver “Blancanieves y los siete enanitos” y paseaba por los Campos Elíseos (Paris, naturalmente) su naciente ilusión por Hollywood. Descargó tremenda tormenta de final de primavera. Se refugió bajo uno de los árboles del paseo que, de haber sido Berlín, hubiera sido un tilo. Se descolgó un rayo y fue a parar sobre la rama bajo la que se cobijaba el bueno de Odon: fractura de cráneo; hermoso remedo del final de su última novela.

  

Años más tarde, del Petit Marbeuf, sacaron con los pies palante a Boris Vian (Vernon Sullivan). Había asistido de incógnito a estreno de la adaptación de su novela “Escupiré sobre vuestras tumbas”. Él se había opuesto. Infarto de miocardio.

5.

 

  

Y, ahora, damos un salto y nos plantamos en 1945. Europa está en ruinas. Lo poco que queda en pie está siendo aniquilado por los bombardeos aliados. Samuel, que ha participado, (y condecorado) en la resistencia francesa, decide un viaje a Irlanda. Pasea por Dun Laoghaire. Quizás haya ido a contemplar de lejos la torre Martello y rendir el último homenaje (de despedida) a Joyce, muerto reciente. O quizás, simplemente, a comer pescado con patatas fritas.

Una tormenta literaria se desploma sobre el malecón. Algo sucede en los interiores de Samuel. Se conmueve hasta el dobladillo de los pantalones. Todo está contado en la dudosa e incompleta última cinta de Krapp: “Lo que de súbito vi entonces es esto: que la creencia que había guiado toda mi vida, es decir... Grandes rocas de granito, la espuma saltando a la luz del faro y el anemómetro dando vueltas como una hélice; veía claro, en fin, que la oscuridad que yo siempre había luchado por contener, era en realidad mi mejor...”

Este momento, que los críticos lo califican de epifánico, pues suponen que algo se le manifestó, quiero situarlo, por epifánico, en el día 6 de enero, fecha de la rifa de reyes, por entonces ya convertida en Sorteo extraordinario del Niño. El número agraciado fue el 14862 y estuvo muy repartido.

Por muy bien que se analice la cinta nada sacamos en claro. ¿Qué fue aquello que se le manifestó al final de aquel siniestro muelle, precisamente allí donde las autoridades han acabado por poner la acostumbrada plaquita? ¿Qué acontecimiento espiritual tuvo lugar en aquel esforzado escalador de la nada?

 


... escribir las cosas que uno siente… No es un gran consejo.

Samuel tenía pensado y decidido alejarse de la sombra de Joyce y lo decidió frente a la torre martello, suponiendo la veracidad de la escena, lo cual es mucho suponer. Hay críticos que la sitúan en el pequeño puerto de Killiney. Tanto da. E, incluso, los que la sitúan en la habitación de su madre en Foxrock (1946), geografía más adecuada para una meditación de tanta enjundia y transcendencia.

Hubiera hecho falta la sagacidad implacable de Sherlock Holmes para arrojar luz sobre esta incertidumbre, sino engaño. Hoy cumpliría 168 años. Había nacido en la epifanía de 1854, viernes: Fue sembrando indicios para que alguien estableciera la fecha. La luna, al 50%.

6.

Comprendió, creo, pues él mismo lo afirma, que Joyce “había avanzado lo más posible en el control de su propio material… siempre estaba sumándole cosas… Comprendí que mi camino estaba en el empobrecimiento, en la falta de conocimiento y en la eliminación, en restar más que en sumar”. Y para esta operación de sustracción era necesario el diálogo interior en primera persona, lejos de la omnipotencia de la tercera y otros recursos estilísticos… y del buen orden autoritario del lenguaje. Él sería, pues, el Joyce del vacío.

 Laforet ganaba el Planeta con “Nada”.

La mejor herramienta de un crítico es la goma de borrar. Y la mejor crítica, la página en blanco resultante, que no es lo mismo que una virginal hoja en blanco.

A partir de entonces empezó a escribir en francés, lengua que dominaba pero que no era maternal. Adecuada para ese distanciamiento (y descoyuntamiento) que pretendía. Y empezó a ser Beckett.

7.

Leamos:

“…La muerte de mi madre por ejemplo. ¿Había muerto ya cuando llegué? ¿O murió más tarde? Muerta para enterrarla, quiero decir. No lo sé. A lo mejor no la han enterrado todavía. Sea como sea, soy yo el que estoy en su cuarto. Duermo en su cama. Uso su vaso de noche. He ocupado su lugar. Cada vez debo de paréceme más a ella. Sólo me falta tener un hijo. Pueda que tenga alguno en cualquier parte.” (comienzo de Molloy)

 


Sigamos leyendo:

“Hoy mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo. “Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame.” Nada quiere decir. Tal vez fue ayer” (comienzo de El extranjero).

  

¡Qué no hará una madre por nosotros! Empezando por nuestro principio que, sin ella, hubiera sido imposible y acabando por el final (de ella).

… Y es que de la madre, como del cerdo, se aprovecha todo.

8.

Wittgenstein, en la vecina costa de Gales, también estaba en su momento epifánico que le condujo a la renuncia de las principales tesis del Tractatus, a favor de los juegos del lenguaje y el aire de familia

Y meditaba:

“Ya ve (a Malcolm), sé que es difícil pensar bien acerca de la “certeza”, la “probabilidad”, la “percepción, etc. Pero, si cabe, todavía es más difícil pensar o intentar pensar, con verdadera honestidad acerca de tu vida y las vidas de los demás. Y el problema es que pensar en estas cosas no es apasionante, sino a menudo realmente repugnante. Y cuando provoca repugnancia, entonces es más importante…

  

… No se puede pensar decentemente si uno no quiere hacerse daño. Lo sé porque yo mismo siempre lo rehúyo.”

Los aliados entraron en los campos y ¡Popper! alcanzó su cénit. La prensa española seguía ocultando el desastre de las potencias del eje. En Barcelona podías comprar una magnífica torre en la parte alta por 6.000 euros. Alguien había perdido un pendiente de oro y brillantes y esperaba recuperarlo con un señuelo de 60 céntimos de euro, la mitad de un alquiler mediano.

Se repartieron juguetes.

9

El stábat mater, como ustedes saben, es un poema medieval, convertido en himno sufriente, atribuido a Jacopone da Todi (fanciscano). Muchos lo han llevado al pentagrama. De entre todos los existentes, el de Rossinni es el más conocido (con permiso de Pergolesi). Se refiere a las angustias de María a los pies de la cruz en la que su hijo, en aquel primer viernes santo, acababa su estancia en este mundo. Juan es el único que lo recoge explícitamente. Los otros tres evangelistas se limitan a citar la presencia lejana de unas mujeres, entre las cuales, María.

En su versión definitiva, la obra de Rossini se estrenó en París tal día como hoy del año 1841.

  

Así pues, Juan y María lloran desconsolados. Jesús, después de haberse descolgado, es un decir, con aquello de Padre, perdónales, porque no sabeny de prometerle el paraíso al buen ladrón, dirigiéndose a su madre exclamó: “Mujer he ahí a tu hijo” y, después, mirando a Juan: “He ahí a tu madre”. Lo que faltaba, se dijo el discípulo amado, comentario que ya había hecho, entre dientes, su, recién ungida, madre.

Jesús que no oyó, ni nadie, los agrios comentarios, siguió a lo suyo hasta completar las siete últimas frases, con el fin de que Haydn tuviera materia prima:

 “ Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”

“¡Tengo sed!”

“ Todo está consumado”

“ Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”…

 

No le dio tiempo (o no quiso) a completar la octava:

… “Padre, Padre... es que no pasarán nunca estas diez horas” (Metrópolis)


 

 

Y fue entonces cuando la oscuridad cubrió la tierra y cundió el sin dios.

 

BONUS

La primera estrofa, en versión de Lope de Vega, dice así.

La Madre piadosa parada

junto a la cruz y lloraba

mientras el Hijo pendía.

Cuya alma, triste y llorosa,

traspasada y dolorosa,

fiero cuchillo tenía.

 

Propuesta para hoy, día 6 de enero. NACIMIENTO, MUERTE Y RESURRECCIÓN DE SHERLOCK HOLMES.

   6 DE ENERO 2025                                                            1. NACIMIENTO. En ninguna de las obras canónicas se cita...