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martes, 24 de septiembre de 2013

Propuesta para hoy, día 24 de septiembre. Pipino el breve. “Moscú 2042”.


 –Bonjour, tristesse! (*)

–¿Y eso? Yo, querido mesonero, le veo como siempre: rancio, indolente, desaborío, ajeno a las pasiones y pendiente sólo del sonido de la registradora.

–Gracias, amable cliente. Pero es que recuerdo que tal día como hoy, del año 1984, los de la secta Osho, contaminaron de salmonella las ensaladillas de 10 bares de la ciudad de The Dalles (Orego). Los bares estamos expuestos a esos actos de gente sin alma que pierde la calma…

–Entiendo. No veo, sin embargo, motivo para su melancolía. Sus ensaladillas están infectas, los boquerones en vinagre son gelatina, los “morros” son como suela de zapato y los pepinillos en vinagre  parecen gominolas… ¡no se preocupe, amigo, que no perderán el tiempo con Vd.!

–¿Vd. cree?

–No se trata de una creencia… ¡es una evidencia científica!

–Gracias nuevamente. Me quita Vd. un peso de encima.

–Pues eso. Póngame un carajillo matinal y páseme el periódico y un boli.

–¿Le hace el Sport?

–Si tiene sudoku…

Y así, de esta guisa, va pasando la mañana. Los clientes del Día se cruzan con los del Condis, y en el punto en el que se entrelazan se forma un remolino, algunos que se dirigían al Condis salen lanzados en dirección al Día y viceversa. “El mundo está loco”, acota el tabernero, encontrando en lo que ve, un argumento de peso: “Esos son capaces de todo”…

– ¡Hasta de comerse sus (de Vd.) pepinillos!



“Regresé a Múnich el 24 de septiembre de 1982, por la tarde. Mi mujer no sabía que iba a llegar, así que tuve que coger un taxi.
Mientras atravesaba Múnich, me sorprendió y hasta me abrumó la diversidad de luces anuncios y automóviles de todos los colores, así como la muchedumbre con vestidos de fiesta en la Marienplatz. Se me hacía difícil creer que había llegado al pasado desde el futuro, y no al revés”.

El personaje (Kártsev) de “Moscú 2042”, reducido a 457884300, se ve lanzado al Moscú soviético del año 2042. El resultado es una combinación de Huxley, Zamiatin Orwell…pasado por el desgarro grotesco propio del lugar. Voinóvich, autor de “Vida e insólitas…”, expulsado de la URSS, hacía tiempo en Múnich y mientras…escribía esta estupenda “novela futurista”.  A estas alturas, ya rehabilitado, sigue en Múnich…haciendo tiempo. Recuérdenme Vds. que pasado mañana  le envíe un e-mail con motivo de su 83 aniversario.

Viajar al futuro tiene estas cosas: tu fama posterior se basará en algo que aún no has realizado… te sorprenderás del destino de los idiotas que te rodean… crearás un odio inextinguible por el presente… Y comprenderás, con pánico lúcido, de qué manera el futuro se deriva del presente. Divertido. Aunque más divertido es imaginar a los cosmonautas soviéticos (y rusos) dirigiéndose a la nave Soyuz, cantando camaradilmente. Hubo un tiempo en que cada astronauta tenía derecho a elegir una canción de despedida. Aquello se convertía durante largos minutos en un castigo. Cuando sonaba “Siento que ya llega la hora” de los Módulos, los otros cuatro, a excepción de Yuri, el elector, se cagaban en “tos sus muertos”, le echaban en cara, de forma inclemente, su gusto estropeado por la ingravidez de la cápsula. Acabado el éxito de los Módulos, venía la elección de Vladímir: “Madrecita, María del Carmen”, los otros cuatro taponaban sus conductos auditivos con estopa de limpiar cojinetes. El más odiado era Gravílovich, su elección sumía al resto en la más pura desesperación: “Verde campiña” en versión de José Guardiola:

“Verde campiña
dormida al sol
verde esperanza
¿qué fue de nuestro amor?
Del valle umbrío
ya el cielo no es azul;
la flor se muere
porque te fuiste tú;
todo lo llenan tu ausencia
y mi inquietud…”

El viaje en autobús, como he dicho, se convertía en un martirio. Yeltsin (o su representante en la tierra) que tenía, sin duda, sus cosillas…tomó la acertada decisión de acabar con aquel derroche de imaginación y poesía. Estableció que se cantara a capella el “Himno de los astronautas soviéticos (¿rusos?)”. Bueno, pues el tal Voinóvich había sido el principal inspirador del himno y su nombre empezó a hacerse popular, lo que no impidió que fuera expulsado y privado de la nacionalidad:

“La Tierra por la ventanilla.
La Tierra por la ventanilla.
Se ve la tierra por la ventanilla.
Se ve la Tierra por la ventanilla.
Igual que un niño añora a su madre
Añoramos nosotros a la Tierra…”

Menos hondura, menos psicología, menos melancolía, menos metáforas. Más maquinal, más marcial, más camaradil

Mientras me dirijo como un planeta errante (valga la redundancia) hacia el Condis, recuerdo que tal día como hoy, de diferentes años, se han descubierto multitud de asteroides, valgan como ejemplo: Asteroide Afrodita (nº 1388). Asteroide Anga (nº 3158). Asteroide Anubis (nº 1912)… Ármense de paciencia y podrán ponerle nombre a una piedra espacial. Pero para paciencia la que hay que desprender en la cola del Condis.


 Estrenado el otoño, les propongo una ensalada que se interna en territorio invernal: Busquen y rebusquen en el Condis a ver si encuentran algunos trozos aprovechables de repollo y de col lombarda. Si ven que es inútil, vayan al chino y sigan: una cebolla, unas zanahorias, unos ajos y patatas. Córtenlo todo en juliana, menos la patata que, una vez cocida, cortarán a taquitos. Rocíen el resultado con una salsa de mayonesa y ajo picado y cúbranlo todo, así para que no se vea, con tiras de pepinillo en vinagre. El resultado lo califican de espectacular. Una evidente exageración, como podrán comprobar Vds. mismos. Más se parece a una abigarrada acuarela de Nolde que a un plato comestible.

Sepan vds. que estamos a 30 de septiembre y sigo enganchado con esta fracasada  propuesta. Así que, sin contemplaciones, doy entrada al breve tema final y concluyo.

Que Pipino el breve (también apodado “Pipinillo”) acelerara su muerte tras un encontronazo con las tropas lombardas, se deduce de la ensalada que acabamos de pergeñar: Es imposible salir indemne. Y que muriera tal día como hoy, del año 768, precisamente el día en que nos hemos atrevido a zamparnos ese batiburrillo, tiene algo de fatal… ¡y flatulento!



Al tal Pipino se le ha anotado en su haber, el haber acabado con los “reyes holgazanes” merovingios y ser el escólex de la dinastía carolingia. Y lo de “breve” no piensen que fue por la brevedad de su reinado, que no lo fue, sino porque no logró superar los 135 centímetros de altura, y ello pese a todos los esfuerzos de la corte (y confección). Para colmo de desdichas lo casaron con Bertrada, “la del pie grande”. Gastaba un 49 sentada; de pie, se le ensanchaban los pies y podía doblar la talla. O sea que Pipino, a ras de suelo, estuvo condenado de por vida (conyugal) a respirar el aire que, antes, había acariciado los omnipresentes pies de la reina.

Acabada con su muerte la epidemia real de holgazanería, ésta se trasladó al reducto de Asturias: Aurelio, Silo, Mauregato y Bernardo I, pueden, por este motivo, ser recordados como los primeros afrancesados de la península… ¡Y es que no lanzaron en 23 años ningún ataque contra los moros!

El récord de brevedad lo tiene el innominado Luís Felipe de Portugal. Unos tiros, en plan Sarajevo, acabaron con la vida de su padre-Carlos I y con la suya-heredero que murió 20 minutos más tarde: el tiempo que tardaron los médicos en acabar de finiquitar al monarca. Alfredo Costa fue fulminado allí mismo. La reina, con la valentía que nace de la desesperación, había golpeado el brazo ejecutor con un ramo de gardenias. Las balas entraron perfumadas y sobre los adoquines quedó, como nevada sorpresiva (aunque era invierno), un rastro descontextualizado de pétalos. La muchedumbre “gritó” (*), confundiendo Lisboa con la boliviana Santa Cruz.



¡¡Por fin!!...¡Pensé que no acabaría nunca!

Acabaré de amargarles el día aconsejándoles el brevísimo musical: “Pipino il Breve” del siciliano Carlo Cucchiara. Es corto, pero suficiente para caer en brazos de Morfeo.











lunes, 23 de septiembre de 2013

Propuesta para hoy, día 23 de septiembre: Neptuno. Santa Tecla. Kafka. Pepe Marchena. Seferis.



Mi curiosidad es proverbial e infinita. Mi capacidad es  limitada. El tiempo y el espacio me la refanfinflan, pues transito por los días como un planeta intempestivo y recorro el universo a la velocidad de mis Ángeles Custodios. A veces deambulo fuera de toda lógica y previsión, atraído o repelido por coyunturales señuelos.

¿Qué les ha parecido?


Así deambulaba Urano, alterado por la proximidad del desconocido Neptuno. Su marcha no se ajustaba a los cálculos, sino a las “afinidades electivas”. Entre Londres, París y Berlín (no entraré en nombres) aclararon el asunto. Por suerte no se le llamó “Le Verrier”. Tal día como hoy, por la noche, fue descubierto sobre el cielo de Berlín. Era el año 1846, miércoles y no había luna, como lógicamente, estaba previsto.

De igual manera, Tecla de Konya se desviaba de su marcha normal, atraída por la gravedad de Pablo de Tarso. Stop. Urgente: visita al condis. Stop. Ya seguirás con tus tonterías. Stop.

No voy a entrar en las sutiles distinciones entre castigo, condena, penitencia, o simple sufrimiento. Lo cierto es que estoy condenado a vagar eternamente, puesto que la eternidad al alcance del humano dura lo que dura su vida, por esos pasillos insalubres; a hacer cola ante la pescadería y sufrir que las clientas exijan que les limpien los sonsos (por cierto, hoy la santa madre iglesia católica, apostólica y romana, celebra, entre otras, la festividad de San Sosso de Misena, elevado a los altares por no haber contado un chiste en su vida, pues ya saben Vds. que Aristótes condenaba la risa…) uno por uno o ante la carnicería cuyo último reclamo son retales incomibles de “lomo alto de Nebraska”; castigado a que se me cuelen con un descaro, a estas alturas,  incorregible. Sísifo, Prometeo… tuvieron un castigo heroico (y trágico), el mío es un sinsentido. El único consuelo es que es compartido por todos los “inconformistas” del “Cul d’Ocata”. Cualquier día pasará algo gordo y las fuerzas políticas no sabrán cómo explicarlo.



Después de hora y media salgo con medio kilo de judías verdes (perona) y dos botellas de Ribera. Desayuno acostumbrado y vuelta al asunto que me ocupaba.

Decía que Santa Tecla bebía los aires por Pablo, el predicador y lo seguía por doquier. La pobre, a instancias de su familia, fue sometida a múltiples martirios, mortales de necesidad, y sobrevivió. Finalmente sucumbió ante el derrumbamiento de la cueva en la que se había refugiado para esquivar la mala suerte. Un brazo sobresalía por entre los escombros. Se lo cortaron como muestra de afecto y lo guardaron como inversión. Su fama de santa había dado algunas vueltas al orbe. Bueno el caso es que desde Tarragona enviaron una comitiva, y un pastón (en especias) para conseguirlo. Le dieron el brazo y se quedaron con cuatro o cinco más, además del esqueleto. Y es que cuando se invierte bien, el capital se multiplica. Los incautos de Tarraco pensaron que habían hecho un negocio estupendo y así lo proclaman año tras año tal día como hoy. Milagrosamente la imagen conserva los dos brazos.



Desde entonces “teclear”, se ha convertido en una condena, en un castigo, en una penitencia o en huérfano sufrimiento.

“Escribí este relato, La Condena, de un solo tirón, durante la noche del 22 al 23 (de septiembre, del año 1911), desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. (…) Pasó un carro. Dos hombres cruzaron el puente. A eso de las dos miré por última vez el reloj. Cuando la criada atravesó por primera ve el vestíbulo, yo escribía la última frase. (…) Diversos sentimientos suscitados durante la noche por lo que escribía; por ejemplo la alegría de poder ofrecer algo hermoso a Max para su Arkadia; recuerdos de Freud, naturalmente…”


Y es que Kafka, visionario, había previsto, digo yo, que Freud moriría tal día como hoy, del año 1939. Y murió como los peces: ¡por la boca! (Ay…¡el tabáquico, el tabáquico!). Él, que propugnaba la curación por la palabra, acabó sin poder decir ni “mu” y, lo que es más grave, sin poder reírse de los chistes por su relación con el inconsciente…tendría una sonrisa mortal. Tampoco San Sosso era muy dado a la risa.

Sin embargo, o quizás por ello, hoy ha sido declarado el “día mundial de la sonrisa”.

Hay un día en que decides cambiar la bañera por un plato de ducha… ¡Ahí empieza la vejez! Cuando te olvidas de la olla que tienes en el fuego, empieza la “demencia senil”. Acabo de reducir a carbono puro el medio quilo de judías verdes. Por suerte me queda el Ribera. No es cosa de risa.

A Pepe Marchena, el bailaor (¡no lo confundan!), siempre lo hemos conocido, sin razón, como “el cojo Marchena”. Y nos daba una risa tremenda imaginarlo bailando por bulerías… con la gracia, el salero y el donaire que te presta una grácil cojera. Pero no. Él fue intervenido de la cadera cuando ya se había retirado de los escenarios. Tuvo, es cierto, como maestro a Enrique “el cojo”. Pobre como las ratas y huérfano de padre como era la norma, se ganó la vida desde chinorri. El espaldarazo le vino con el rodaje de “Un Caballero Andaluz”. Hacía falta un niño que cantara bien y tal. Se presentaron 40, entre ellos aquel que moriría tal día como hoy, del año 2007. A los churumbeles les entregaron un texto que deberían cantar como bien les pareciera. Él lo cantó por bulerías:

"Ay mare con Don Elías
que no es un cura de risa.
Ay mare con qué salero
celebra la Santa Misa."

En fin, una letra de calado. Ganó Pepe. Le dieron ¡¡75 pesetas!!




La Condena” es un relato cortito, pero insidioso. Que Kafka se acordara de Freud es del todo justificado. Una cosa es lo que dices y otra cosa es lo que no puedes decir porque lo desconoces y es que el conocimiento no lo es todo. El “Cogito” es la punta del iceberg. Algo parecido ocurre en “El Fantasma de la Ópera” (tal día como hoy, del año 1909, empezó su publicación). Y pasamos de la risa al terror. La gran ópera de Garnier, construida sobre un lago subterráneo, encierra en sus bajos lo reprimido. Y lo reprimido aflora. La desconcertada Christine Daaé se verá, finalmente, ante un dilema decisivo.




Enchufen el esputofaif y oigan “Fausto” de Gounod. O si lo prefieren pongan el DVD y vean “El fantasma de la ópera” de 1925 (en el “National Film Registry”) dirigida por Robert Julian. Ya puestos, consíganla (domino público) con la música del soseras de Rick Wackermann.

Así que me voy al chiringuito a zamparme un bocadillo de atún con olivas. Y a seguir con el rollo. Es un lujo Ocata.

“En la playa escondida
Y blanca como paloma
Tuvimos sed un mediodía
Pero el agua era salada…………………Pero ¡alma de cántaro! pídete un cervecita.
En la arena dorada
Escribimos su nombre;
Suave sopló la brisa
Y la letra se borró.
Con qué coraje, con qué aliento
Con qué deseos y pasión
Tomamos nuestra vida: ¡qué error!
Y la vida tuvimos que cambiar”.

Esta estrofa de Seferis fue cantada a voz en grito por la multitud que tal día como hoy (1971) desafió a la junta militar y acompañó el féretro del poeta por las calles de Atenas. Óiganla en la voz de la incombustible María Faranduri. Es todo un himno en Grecia. No es que Seferis persona sea santo de mi devoción, me pasa como con Neruda (con quien, por cierto, comparte rasgos profesionales). Calló y cuando habló dijo una sosería. Mientras la guerra civil-revolucionaria tenía lugar en Grecia, él se trasladó a Egipto con el “Gobierno (títere) Provisional” (¡!). Un apolítico convencido que, como todos, optan por la solución más dañina. Su entierro fue lo mejor de la vida de Seferis, como el de Neruda. Pienso también en el de Palamás bajo la ocupación nazi.




 Para acabar, mientras el sol se va poniendo por las alturas del Tibidabo, lean Vds. el último poema de Seferis:

“Estaba hermoso Sunion auel día de la Anunciación
De nuevo en primavera.
Pocas yerbas aún entre las piedras herrumbrosas;
La tierra es roja y unos aspálatos……………………….miren el Dioscórides.
Enseñan dispuestas sus grandes agujas
Y unas flores amarillas.
A lo lejos las antiguas columnas, cuerdas de un arpa
Resuenan todavía…

Calma.
–¿Qué me puede recordar al Ardieo aquel?
Una palabra en Platón, creo, perdida en los surcos del
Cerebro;
El nombre del matorral amarillo…………………………¿una especie de “ginesta”?
No ha cambiado desde aquellos tiempos.
Por la noche hallé el pasaje:
“lo ataron de pies y manos” nos dice
“lo arrojaron por tierra y lo desollaron,
A rastras lo apartaron, lo desgarraron
Sobre las espinas de los aspálatos,
Al final lo echeron al Tártaro, como un guiñapo”

Así pagaba en los infiernos sus crímenes
Ardieo de Panfilia, el miserable tirano”.

Bueno, parece que al final algo quiso decir.

----------------------------------------Bona nit!------------------------------------









domingo, 22 de septiembre de 2013

Propuesta para hoy, día 22 de septiembre: Goethe y Carlota en Weimar. SEGUNDA SERIE.




1º de vendimiario. Día de la uva… ¡como es natural!

Introducción


El calendario revolucionario empezaba el 22 de septiembre, equinoccio de otoño, dedicándolo, naturalmente, a la vid y su fruto. Los años bisiestos, sin embargo, tal día como hoy se añadía a los cinco días Sans-Culottides (o complementarios) y era dedicado a la Revolución. 1816 fue bisiesto, así que el día que nos ocupa estuvo dedicado a tan magno y metafísico acontecimiento.
Goethe, admirador de Napoleón, con quien compartía su pasión por el eau de Cologne, no lo era de la Revolución… y no porque fuera insensible o desconocedor de las injusticias…etc…etc… sino porque había abierto la caja de Pandora, entre cuyos males estaba la irrupción pasional de las masas en la política. Siempre fue partidario de un despotismo ilustrado, por así decir.
Empiecen, si quieren, con esta propuesta:
1.
Tal día como hoy del año 1816 amaneció un tanto cubierto. El barómetro marcaba 722 milímetros y el termómetro Reaumur estaba estancado en los 13 grados que, como Vdes. saben,  corresponden a los 16 y pico en la escala usual. La humedad fastidiaba el brazo del Olímpico. Había cúmulos alargados, aglomeraciones nebulosas en la región inferior, y más arriba, delicados cirros. El viento superior soplaba del oeste y “si el viento inferior sigue viniendo del oeste, los cúmulos se desharán poco a poco al ir avanzando, y en su lugar habrá los más bellos vellones en estrías y en hileras. Es posible que el cielo se aclare al medio día, aunque se vuelva a ensombrecer en seguida. Un día incierto, dudoso, de tendencias contradictorias”, profetizó el Magnífico.
 


Podría haber sido muuucho peor, pues aquel 1816, “el año sin verano”, produjo estragos y escalofríos en todos los reinos naturales.

Eran las siete de la mañana del día 22 de septiembre del año 1816. A las 8 tres mujeres llegarán en la diligencia ordinaria procedente de Gotha y se apearán en la plaza del mercado delante del famoso hotel Elephant de Weimar. Una de las tres gracias es Car(lotta), la segunda en importancia es la hija y la tercera Clarita, la doncella, también llamada sirvienta o, directamente, criada.
…Y a mí me acaban de depositar mis Custodios en medio de los puestos de verduras de temporada:

–Achtung! ¡Que no os confundan con patos salvajes y os cacen al vuelo!

–No te preocupes por nosotras y preocúpate por ti, no sea que acabes como siempre: debajo de una mesa, balbuciendo disculpas.



 Y diciendo lo dicho, se alejan, dejando tras de sí una delicado perfume de cadera de ángel. Giro sobre mi eje vertical y localizo la terraza, no se me escapa ni una, del Elephant. Con el chubasquero y la bufanda blaugrana parezco el ángel de la desgracia. En el ojal, un lacito rosa. Tomo asiento a una mesita y, antes de que complete la acción, un camarero me trae un platito que acoge una cuña de Zwibelkuchen


 –Pero, oiga, permítame un respiro antes de enfrentarme a este puyazo.

–Ha tenido suerte, caballero: A los impares les toca un codillo.

–Tenga la bondad, por lo menos, de acompañarlo con una botellita de vino blanco del terruño.

Los clientes de “Los osos negros” se pelean con una salchicha de 20 centímetros, detalle de bienvenida. No lejos está “El cisne blanco”. Tanto emblema animal se explica por el analfabetismo de la época. Esos hermosos nombres y emblemas han desaparecido con el avance de la ilustración del personal.

¿Qué no saben Vdes. quién fue Carlota Kestner, nacida Buff? Pero bueno ¿con quién me las veo? ¿No saben Vdes. de los amores desgraciados (y ridículos) de Werther? ¡Carlota, de bellos ojos negros… aunque ahora los presente azules! …


¡En fin, infórmense Vds. Infórmense!

Goethe había recuperado un poco la línea: Ya no era aquel gordo fofo que se paseaba por la soleada Italia veinte años atrás. Era un viejo huraño, de voz de barítono y ojos profundos. Imperaba (chinamente) en la desproporcionada casa de Frauenplan…y en toda Alemania. El ácido úrico ponía una gota de desequilibrio en su magna figura. Schiller había muerto y no encontraba igual. Había roto con la Stein. Se había enamorado (mariposa en jardines ajenos) de Minna y de ¡Mariana! (Suleika) con la que (a cuatro manos) había escrito “Divan…”. Acababa de morir su “tesoro de cama” (Christiane) por quien había puesto su prestigio en juego. Mientras agonizaba la vulgar y simpática Volpius, Byron, en Villa Diodati, proponía un juego del que saldría el Frankenstein de M. Shelley. Lean Vds (sin quieren) la siguiente propuesta


… y un oportuno accidente de tráfico, recién salido de Weimar hacia Frankfurt, puso fin definitivo a su relación con la infeliz Suleika que se mustió junto al banquero Willemer...

(¿Que tendrán las mujeres de los banqueros que suscitan pasiones en las almas románticas (o no): Holderlin-Diótima; Goethe-Suleika; Wagner-Isolda? ¿Qué no-tendrán esos románticos en casa para ir revoloteando en jardines ajenos (que se dice)?

... jamás volvió a verla, como jamás había vuelto a ver a Carlota… hasta que tras 44 años de ama de casa, doce partos y viuda, se presentó en Weimar con la intención evidente de visitar a su hermana Amalia, esposa del consejero Ridel y con la escondida esperanza de volver a encontrarse con Goethe, su enamorado juvenil, que, a esas alturas de la vida, había renegado de su época salvaje y se había instalado en un prosaico clasicismo (Novalis que, por lo demás, lo admiraba). De la juventud sólo conservaba su devoción por Napoleón y el recuerdo de la imperecedera entrevista que le fue concedida en Erfurt, acompañada de una certera crítica a las veleidades del joven Werther. Sólo le faltaban las segundas partes del “Meister” y del “Fausto”, así como el “Viaje a Italia”… y la desgracia… la infelicidad… y el ridículo. Lo primero, por la muerte de su hijo; la segunda, por los sucesos de Marienbad, y el último, por el asunto aquel del perro de Montargis. Caso aparte es el gato de Hoffmann.

Aún no se había puesto cómoda y ya una multitud de curiosos abarrotaba la plaza del mercado, tal cual si Madonna fuera a comprar al condis del Cul d’Ocata. La edad era la misma: sesenta, bien contados (¿).

La esperan para almorzar (que se dice); así que no puede entretenerse mucho. Envía una nota a Goethe comunicando su presencia en la ciudad y elige, con premeditación y alevosía, para el posible encuentro, el vestido blanco al que le falta un lacito rosa, precisamente aquel que un 28 de agosto de hacía décadas, había regalado a su entrometido cortejante. 


¿Se daría cuenta el jupiterino de esa ausencia deliberada? ¿Sabría apreciar en su justa medida (guiño tierno y, a su manera, cariñoso) el detallito, tan impropio, por lo demás, de una sesentona que, aunque recatadamente coqueta era una sesentona, como de forma agria le recuerda su hija? ¿No es consciente del bamboleo inquietante y monótono de su cabeza?

Pero “también la belleza tiene que morir”… (Schiller)

–Kellner! Digo yo que, como la cosa va para largo… ¿no podría ir preparándome la comida?

–Intuyo que, por el lacito, me va a pedir una sopa de albondiguillas de tuétano y un guiso de pescado gratinado… ¿me equivoco?

–Y no olvide, querido mesonero, los champiñones: Póngame dos: quiero que me sobre uno. Lo de las frambuesas perfumadas, acompañadas de bizcochos de Offenbach, lo dejaremos para mis Custodios que han ido a refrescarse las alas al Ilm. Y vino, naturalmente. 

–Sofort, Herr.

–¡¡De Burdeos para el primero y oro del Rin* para el pescado!!  ¡¡Ahórrese el agua de Eger!!

Los clientes de los Osos Negros se vuelven como girasoles hacia el origen del estruendo.

2
Thomas Mann escribió “Carlota en Weimar” entre el 36 y el 39, en una época especialmente difícil. 

 


Su interés por Goethe venía de antiguo (1905), pero nunca se atrevió a enfrentarse con el Olímpico. Pensó convertirlo en el personaje de “Muerte en Venecia” que podría haberse llamado, de no estar pillado el título, “El año pasado en Marienbad”. Desistió, sin embargo. Desde el 33 vagaba por Centroeuropa, pivotando sobre Suiza. Se hizo ciudadano checo, así que cuando se le despojó de la ciudadanía alemana, él pudo sonreír por lo bajini. Más le dolió que le tacharan de la lista de Doctores Honorarios de la Universidad de Bonn. Acabado el tercer tomo de “José en Egipto” (1936) y antes de enfrentar el cuarto, se centró en lo que debía ser un “hermoso librito” sobre Goethe y su reencuentro con Carlota. La cosa avanzaba con dificultad y con interrupciones. Sólo se enderezó cuando se exilió definitivamente en USA (1938) y pudo contar con su majestuosa mesa de despacho de su casa de Munich. La navidad del 38 regaló a su familia la lectura de fragmentos del enrevesado y fascinante capítulo siete de la novela. La familia no se quejó.

Pacto de Munich. Nuevas oleadas de exilados. Suicidio de Toller. La epidemia de matrimonios que sacudió a sus hijos. Síndrome del nido vacío.

 A finales de junio del 39, cautivas y desarmadas las fuerzas republicanas españolas, Mann, su mujer y su hija menor se instalaron para lo que suponían un largo veraneo en Noordwijk, en la costa holandesa: “Ahora paso todas las mañanas escribiendo Carlota en Weimar en mi casucha de la playa”. 


Estaba ocupado con el capítulo octavo, el de la comida, y sólo le faltaba el fantasmagórico epílogo final. En Estocolmo todo estaba preparado para la edición de la obra.

Zurich. Londres. Suecia. Invasión de Polonia: Comienza la guerra. Regreso precipitado y arriesgado. La obra fue concluida en Princeton, en otoño. En diciembre aparecía el libro en Estocolmo y él pudo reanudar la historia de José.

El Goethe de Mann, dibujado en claroscuro, es consciente de la vileza, servilismo y picardía del pueblo alemán. Es consciente de lo que ya estaba en el orden del día. Su repudio del romanticismo lo fue, sobretodo, por la exacerbación emocional y la justificación del sentimiento que supuso. Goethe debería haber sido el Maestro de Alemania.
Lo que relato en la presente entrada supone, aunque no lo diga, este recelo anti-alemán del de Weimar.

3
La ilusionada Lota, deseosa de cumplir con su cometido, es continuamente interrumpida por visitas no esperadas, aunque, de ninguna manera carentes de interés: El parlanchín Mager (“Ganimedes con patillas”) que se limita a elogiar al Consejero y a engrandecer la presencia del amor de juventud; la periodista y dibujante inglesa miss Cuzzle, una paparazzi al uso de la época; Riemer, el sagaz secretario de Goethe, que ha abandonado su carrera profesional por servirlo; Adele “destroyer” Schopenhauer que, a decir verdad, no se encontraba en Weimar ni se encontró nunca con la inspiradora de Werther, aunque conocía, gracias a las relaciones maternas, perfectamente a Goethe a quien llamaba “Vater” y se quedaba tan tranquila.


Su malhumorado y voluntarioso (cosa que se notaba en la aplicación con que se volcaba sobre el papel, sacando la lengua y frunciendo el ceño) hermano, en Dresde, iba dando fin a la obra de su vida: La vida como voluntad y representación.

... y, finalmente, Augusto jr, humillado por el padre hasta el dobladillo de los pantalones, que le transmite la invitación paterna 
Goethe es visto a través de numerosas perspectivas con un denominador común: la sombra de un Gran Hombre es más letal que la de la higuera. Su grandeza es mortífera: Admiración y decepción; alegría y temor; orgullo y desilusión; seguridad y vacilación… Una estructura que, si se me permite, comparo con la del Banquete platónico en que se haya sustituido el Eros por Goethe. 

A más, decir que han dado las uvas y la agotada señora Carlota llegará tarde y con una excusa asombrosa e increíble.

4
Y, anti-finalmente… el asombroso capítulo siete donde vemos y oímos al mismísimo Olímpico desbarrar, sumido en un ejercicio impagable de introspección. Goethe es consciente de que su grandeza, como el águila nietzscheana, exige corderitos: más allá de toda moral, la grandeza destruye, es el “drama de la culpabilidad, cuyo juez sólo puede ser el mismo culpable”.

Mann no ha pasado a la historia de la literatura como un vanguardista formal. Sin embargo los medios técnicos utilizados en este capítulo, sin caer en caprichosos destrozos sintácticos, merece compartir cartel con los más avanzados fragmentos vanguardistas. Si lo leen saldrán de dudas y entenderán lo que yo no logro decir con claridad.
Aquí nos enteramos de su pasión por el vino (sin despreciar el Madeira) que dejó en herencia a su hijo, con el consejo, bien es cierto, de que no se fiara de esa bebida tan, aparentemente, inocua. Pero, oigan, ¡cómo, un hijo destrozado puede comprender  un consejo semejante! Nos enteramos de su pasión, compartida con Napoleón, por el agua de colonia… la auténtica, la que inventó Farina a orillas del Rhin un siglo antes… no la imitación “4711”. Y es que entonces (como ahora) hasta los ricos apestaban.




Nos enteramos de su gusto por el café, despenalizado por Federico de Prusia no hacía tanto y aún visto por recelo por ciertas comunidades protestantes del norte y de centroeuropa. Los católicos lo arreglaron antes: Bastó con que Clemente VIII, cautivado por su sabor, lo bautizara. Y naturalmente de su apego senil a los bizcochos de Offenbach.

En fin, un capítulo digno de figurar entre los mejores fragmentos de la literatura universal… y de la psicología pre-científica.

5
Veo que llega el camarero con una fuente de huesos como de perro grande en una mano y una jarra humeante en la otra.




 –Aquí tiene, señor, sus tuétanos y el caldito.

–Por lo menos podría Vd. traerme una piedra o un ganchito como para caracoles.

–Y dé gracias… ¡podrían haberle servido el esqueleto entero!

–Gracias.

Mis intentos de sacar el tuétano son inútiles, ridículos y peligrosos. Intento soplando con todas mis fuerzas por los extremos de las tibias, como en una ópera de Mozart. Inútil. Absorbiendo hasta que las mejillas se juntan y los ojos se salen de sus órbitas. Ridículo. Meto el dedo meñique y se me queda atascado. Peligroso. Todo un repertorio digno de Macel Marceau*. A punto estoy de pasar la gorra.
–¡¡¡El vino!!!

6
Por fin llegó el 25 de septiembre, día de la recepción en Frauenplan. (Precisamente el día en que Mann y familia llegaron a USA en su viaje definitivo. 1938).

A las dos y media un coche de alquiler se detuvo a la puerta de los Ridel. Carlota y su hermana ocuparon los asientos del fondo y el Consejero Ridel y su sobrina los duros asientos delanteros. Todos de etiqueta. Amenazaba lluvia. La media docena de curiosos se abrieron como las aguas bíblicas para dejar paso al tiro. Como saben Vds. hoy es el día internacional sin automóviles, así que se conformaron con un par de caballos de dudoso pelaje.


En palacio, Goethe se despojaba de su bata blanca, tipo Tino Casal* (¡Ay, los automóviles, los automóviles!), y se embutía en un ligero y sedoso frac oscuro. Cubrió las arrugas de su cuello con un pañuelo blanco que sujetó con el broche que Napoleón le había concedido hacía ya ocho años.


Cuando estuvieron frente a la casa del jupiterino, Carlota se estremeció hasta el borde de la enagua y su bamboleo de cabeza se hizo más notorio, resignada, definitivamente, ante la fatalidad del destino. Esperaban, tal como había descrito Mann, una pequeña multitud de invitados, 16 para ser exactos, pero se encontraron solos. Ni siquiera Riemer se sentó a la mesa. 

“Volveremos a vernos!-exclamé- volveremos a encontrarnos; sea como sea nos reconoceremos…”


En la confusión Goethe no supo quién era quién. Le costó reconocer en aquellas ajadas mejillas y en aquellos labios resecos los antiguos rojos labios y aquellas otrora mejillas tan frescas y animadas. A ella le pasó otro tanto: Ante ella, como escribió a su hijo, vio a “un anciano que, si no hubiera sabido que era Goethe, y aun habiéndolo sabido, no me habría dejado una impresión muy agradable”. Goethe le correspondió en su Diario: “Almuerzo con el matrimonio Ridel y madame Kestner de Hannover”.
Pasado el inicial estupor tomaron una copita en el salón de Juno.

–Ay, por dios!

Goethe se la pimpló. Y repitió sin miramientos. Era champán de su querida Francia. Pasaron al Salón Amarillo, presidido por una copia “Amor Sacro” (¿quién lo diría?) de Tiziano. 


Un majestuoso Júpiter le disputaba la presidencia y un busto del melancólico Antinous rememoraba:

“… ¡Oh, querida!, muchas veces se había insinuado una idea furiosa en este corazón destrozado… ¡matar a tu marido…! A ti… a mí… Sea, pues, como te he dicho… Y cuando subas a la montaña, un bello atardecer de verano, acuérdate de mí y piensa en las veces que pasaba por este valle. Mira, después, hacia el cementerio y que tu mirada vea cómo el viento mueve la hierba sobre mi tumba, a la roja luz del anochecer…”


Y mientras el frío mármol rememoraba, su Excelencia sumergió la cuchara en la espesa y humeante sopa de albóndigas de tuétano, se la llevó a la boca y se dio por iniciado el convite. Carlota, a su derecha, aspiró con repugnancia los efluvios de Farina que, mezclados con la médula de cordero y con otros olores íntimos del Olímpico, estuvieron a punto de echar a perder la reunión que, poco a poco, se iba transformando en velada; Holderling nunca tuvo posibles para rociarse de Eau de Cologne... ¡y se notaba a una legua! Aunque, a decir verdad, ahora, ya no importaba demasiado.
Goethe, puesto que los invitados no bebían, dio buena cuenta del Piesport, Reisling de 1811 y del Lafite de la majestuosa cosecha del 98.
Carlota se limitó a mojar los labios en nombre de la amistad. Antinous rememoró a cuenta del dueño y siempre melancólico, el pajarito que picoteaba los sabrosos labios de Lota. Goethe ya no estaba para romanticismos

–¿Saben Vds. que las vendimias aún no han empezado ni siquiera en el sur de Francia?

–No, no lo sabía- contestó el cuñado de Carlota- lo cierto es que está haciendo un tiempo de perros.

La conversación se animó a costa de la meteorología. Y todos estuvieron de acuerdo en que ese año ¡1816! no tuvo, en realidad, verano… Y además, lo de la “Medusa”.

Con los postres se pimpló un Tinto Rosso y un Madeira. Si Hegel no dejaba pasar ningún 14 de julio sin beber un vasito de vino, Goethe no dejaba pasar ni un día sin pimplarse dos frascas.

Pasaron a la sala Urbino y allí martirizó a los invitados con sus colecciones, tal como Gorky con Ajmátova. Y entre ellas, una carpeta descuajeringada donde descansaban en paz las siluetas de Carlota y familia, antiguo regalo afectuoso en memoria de un amor imposible y trágico (¡!).


Fue una verdadera y humilde representación de la voluntad de impresionar.
 

7


Se acerca el camarero con un plato de algo que reconozco como siluro y con dos botellas de vino bajo el brazo. Ante tal ignominia, agarro un trozo de húmero, relleno de tuétano y golpeo, fuera de mí, la mesa. Es entonces cuando la grasosa fibra medular asoma la cabeza como una babosa tras la lluvia. 

–Veo que ha aprendido el truco, estimado turista.

8
Carlota permaneció algunos días más en Weimar. Recibió una invitación de Goethe para asistir (sola) al teatro (su teatro). Nada más se sabe. Mann, sin embargo, añade un epílogo irreal y, como he dicho, fantasmagórico. Goethe la espera en el vehículo (sin motor) que la conducirá a casa y las cosas se pondrán en claro: el lacito rosa, los diferentes destinos, la naturaleza desconsiderada del jupiterino, el miedo del viejo… que aún tendrá que pasar por un infierno terrenal antes de pisar aquel al que todos estamos destinados.


Y cada cual siguió su camino: Una, a continuar su anónima vida de ama de casa y el Magnífico, como he dicho, a la espera de la puntilla.

Y ya entrados en harina, recordar que tal día como hoy, del año 1835, tres años después de la muerte de Goethe y mientras Wagner vive su romance con Minna en la ciudad kantiana, Poe (nacido el año de la muerte de Goethe) se dirige, como un "peregrinito" a Baltimore a pedir licencia matrimonial que le permita unirse a su prima Virginia. La luna de miel la pasarán en Peterburg... mientras, en San Peterburgo, nacía la dulcísima (y dovstoieskana) Sonia Semiónovna Marmeládov.

9
El sol acaba de lanzarme el rayo verde. La comida sin tocar y las botellas vacías. Pido aguardiente de trigo. Me lo trae junto con la dolorosa. Me arranco un riñón. Los de la terraza vecina, esperan ansiosos el momento para lanzarse como osos sobre comida tan distinguida que, al carecer de chucrut la convierte, además, en una rareza. Por la parte del Elephant aparecen mis Custodios. Una brisa perfumada de Farina. Revuelo de servilletas y un perro que rastroja en el mercado, detiene su actividad y husmea el aire. Mueve la cola de contento. Silleta de la reina y… ¡a casa! 

Desde arriba veo el destrozo.





RELATO VERAZ, EXENTO DE RETÓRICA, DE UN EPISODIO (EN MARCHA) DE CORONAVIRUS.

Quizás pueda ayudar a alguien. Seguiré contando el desarrollo y desenlace... CONTACTO CON PERSONA INFECTADA. Se supone que el...